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El lunes antes de la Pasion

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EL LUNES ANTES DE LA PASCUA: 
Según las visiones y revelaciones a la mística italiana María Valtorta. 
II. LA NOCHE 
Ya ha anochecido, y Jesús permanece aun en el olivar. Con él los apóstoles. De nuevo les habla. 
–"Y ha pasado ya un día. Mañana será otro. Después, pasado mañana; y luego, al siguiente día, la 
cena pascual." 
–"¿Dónde la celebraremos, Señor mío? Este año están también las mujeres" pregunta Felipe. 
–"No hemos provisto a nada. La ciudad está a reventar de gente. Parece como si todo Israel, y 
hasta el más lejano prosélito, hubiera venido para la fiesta" dice Bartolomé. 
Jesús le mira. Y como si recitase un salmo, dice (Ez 39, 17): 
"Juntaos, apresuraos, de todas partes venid a mi víctima que inmolo por vosotros. Llegaos a la 
Gran Víctima inmolada sobre los montes de Israel, para que comáis su Carne y bebáis su Sangre." 
–"¿Cuál es esa víctima? Parece como si tuvieras una idea fija. No hablas más que de muerte... y 
nos apesadumbras" replica Bartolomé, recalcando sus palabras. 
Jesús lo vuelve a mirar, pero no mira a Simón que cuchichea algo a Santiago de Alfeo y a Pedro. 
Continua: 
–"¿Cómo? ¿Me lo preguntas? Tú no eres uno de esos pequeñuelos, que deben recibir la 
septiforme luz para que se hagan doctos. Tú ya eras docto en la Escritura antes de que te hubiese 
llamado por medio de Felipe, en aquella mañana de primavera. De mi primavera. ¿Me preguntas 
cual es la víctima inmolada sobre los montes, de la que todos vendrán a alimentarse? ¿Dices que 
tengo una idea fija, porque hablo solo de muerte? ¡Oh, Bartolomé! yo lancé una, dos, tres veces, el 
grito de alerta en vuestras tinieblas que jamás se abrieron a la luz como si hubiera sido el grito del 
vigía. Y jamás quisisteis oírlo. Durante un instante sufristeis, y después... cual pequeñuelos 
olvidasteis las palabras referentes a mi muerte y regresasteis alegres a vuestros trabajos, seguros, 
confiados que mis palabras y las vuestras persuadirían cada vez más al mundo de que siguiesen y 
amasen a su Redentor. 
No. Sólo después que la tierra (Ez 14, 12-13) habrá pecado contra Mí, y recordad que son palabras 
que el Señor dice a su profeta, sólo entonces, el pueblo, y no sólo éste, único, sino el gran pueblo 
de Adán empezará a gemir (Os 6, 1-6) diciendo: "Vayamos al Señor. El que nos hirió, nos curará." 
El mundo de los redimidos dirán: "Después de dos días, esto es, dos etapas de la eternidad, 
durante los cuales nos habrá dejado a merced del Enemigo, que nos golpeará y matará con todo 
género de armas, así como golpeamos y matamos al Santo y lo golpeamos y lo matamos pues 
siempre existirá la raza de Caín que matará con la blasfemia y malas obras al Hijo de Dios, el 
Redentor, arrojando flechas mortales no contra su Persona eternamente glorificada, sino contra el 
alma propia que Él rescató, matándola y matando así a Él a través de sus almas –sólo después de 
estas etapas vendrá el tercer día, y resucitarán sobre la tierra ante la presencia del reino del 
Mesías y vivirán en el triunfo del espíritu. Aprenderemos a conocer al Señor para estar prontos 
para soportar, por medio de este verdadero conocimiento de Dios, la última batalla de Lucifer que 
trabará contra el hombre, antes de que se oiga el sonido de la trompeta del ángel (Ap 11, 15-17) 
que abrirá para siempre el coro del número perfecto –al que no podrá más agregarse ni un 
infante, ni un anciano– que cantará: 'Se ha acabado el pobre reino de la tierra. El mundo ha 
pasado con todos sus habitantes ante la revista que ha hecho el Juez victorioso. Los elegidos están 
ahora en las manos de nuestro Señor y de su Mesías. Él es para siempre nuestro Rey. Sea alabado 
el Dios Omnipotente que es, que era, que será, porque ha asumido todo su poder y ha entrado en 
posesión de su reino' " 
¡Oh, quién podrá recordar las palabras de esta profecía que resuenan veladamente en las 
expresiones de Daniel (Dan 7), y ahora que hace que vuelva a retumbar la voz del Sabio ante el 
mundo atónito, ante vosotros más sorprendidos que él! 
El mundo continuará gimiendo con sus heridas, encerrado en su sepulcro, medio vivo, medio 
muerto, rodeado por su septiforme vicio y de sus innumerables herejías, muerto en medio de sus 
últimos esfuerzos como el cuerpo de un leproso. Y la venida del Rey (Os 6, 3-4) ha sido preparada 
como la de la aurora, y vendrá a nosotros como la lluvia de primavera y de otoño. 
A la aurora precede la muerte, que es la noche, y que es ahora. ¿Qué debo hacerte, Efraín? ¿Qué 
debo hacerte, Judá?... Simón, Bartolomé, Judas, primos míos, que sois bastante doctos en la 
Escritura ¿reconocéis estas palabras? Proceden no de uno que está loco, sino de quien posee la 
sabiduría y la ciencia. Como un rey que abre sus cofres porque sabe que allí está la piedra preciosa 
que busca, pues él mismo la había puesto antes, cito a los profetas. Yo soy la Palabra. Durante los 
siglos he hablado a través de los labios humanos (Hebr 1, 1-2), y seguiré hablando. Todo lo que de 
sobrenatural se ha dicho es mío. Ningún hombre, aun el más docto y santo puede subir, como si 
fuese un águila, más allá de los límites del mundo ciego, para arrebatar y manifestar los misterios 
eternos. 
El futuro no es "presente" sino en la Mente Divina. La necedad existe en aquellos que, sin contar 
con nuestro querer, pretenden anunciar profecías y decir revelaciones. Dios los desmiente 
prontamente y los castiga porque sólo es Él el que puede decir: "Yo soy", "Yo veo", "Yo sé". Pero, 
cuando la Voluntad que no se mide, que no se juzga, que se acepta con la cabeza inclinada 
diciendo: "Aquí estoy", sin discutir, invita: "Ven, sube, oye, ve, repite"; entonces, sumergida el 
alma en el presente eterno de su Dios, que la llama para ser "voz", ve y se estremece, ve y llora, ve 
y se regocija. Entonces el alma que el Señor llamó para que fuese "palabra" oye, y al llegar a un 
éxtasis o un sudor agónico, pronuncia las palabras terribles del Dios eterno. Porque cada palabra 
de Dios es tremenda, pues viene de quien su sentencia es inmutable, su justicia inexorable, que se 
dirige a los hombres, de entre los que pocos merecen amor y bendición, más bien que rayos y 
condenación. Ahora bien, esta palabra que se le desprecia ¿no se convertirá en una culpa terrible, 
en castigo para los que después que la oyeron la rechazan? Lo será. 
¿Qué debo hacer todavía (Os 6,4), ¡oh Efraín! ¡Oh Judá! ¡Oh mundo! que no haya hecho? Vine, oh 
tierra mía, vine porque te amaba. Mis palabras se convirtieron en espada que te mata porque las 
aborreciste. ¡Oh, mundo que matas a tu Salvador, creyendo obrar justamente! Estás tan poseído 
de Satanás que no eres ni siquiera capaz de comprender cual sea el sacrificio que Dios exige, 
sacrificio del propio pecado y no de un animal que se le inmola y consume con el alma sucia! (Ib 
6,6; 8, 11-13. Cfr. también Is 1, 10-20; Am 5, 21-27) ¿Qué te he dicho en estos tres años? ¿Qué he 
predicado? Te he dicho: "Conoced a Dios en sus leyes, en su naturaleza". Me he secado como un 
jarro de barro poroso expuesto al sol para derramar el conocimiento necesario de la ley, y de Dios. 
Has seguido ofreciendo sacrificios, pero no el único necesario: ¡la inmolación de tu mala voluntad 
al Dios verdadero! 
Ahora, el Dios eterno te dice, ciudad pecadora, pueblo perjuro –y en la hora del juicio se empleará 
contra ti el látigo que no será empleado contra Roma ni Atenas. Estas dos ciudades son necias: no 
conocen la palabra y el saber, pero cuando se vean libres de sus males, pasarán a los brazos santos 
de mi Iglesia, de mi única y sublime Esposa que me dará innumerables hijos dignos de Mí, crecerán 
y se harán adultas, me regalarán palacios y ejércitos, templos y santos con que pueble el cielo 
como de estrellas– ahora el Dios eterno te dice (Mal 1,10): "No me agradáis más y no aceptaré ya 
más de vuestra mano don alguno, porque para Mí es como si fuese estiércol (Mal 2,3), que 
arrojaré contra vuestras caras, y se os quedarápegado. Vuestras solemnidades son toda 
exterioridad. Me producen asco. Cancelo mi pacto que hice con la estirpe de Aarón y lo paso a los 
hijos de Leví (Mal 2, 4-6) porque: este es mi Leví, y con Él hice un pacto eterno de vida y de paz. Él 
me ha sido fiel durante los siglos, hasta el sacrificio. Temió santamente al Padre y tembló ante la 
ira que pudiera suscitar solo el sonido de haber ofendido mi nombre. La ley de la verdad estuvo en 
su boca, y en sus labios no hubo iniquidad. Caminó conmigo en la paz y equidad, y a muchos 
arrebató del pecado. Ha llegado el tiempo en que en todas partes, y no más sobre el único altar de 
Sión, pues se han hecho indignos (Mal 1,11), será sacrificada y ofrecida a mi nombre la Hostia 
pura, inmaculada, aceptable al Señor." 
¿Reconocéis las palabras eternas?" 
–"Las reconocemos, Señor nuestro. Créenos que nos sentimos cual si hubiéramos sido apaleados. 
¿No es posible desviar el destino?" 
–"¿Lo llamas destino, Bartolomé?" 
–"No conozco otra palabra..." 
"Reparación. Este es su nombre. Si se ofende al Señor, hay que reparar la ofensa. El primer 
hombre ofendió al Dios creador (Gén 3). Desde aquel entonces la culpa ha seguido aumentando. 
Las aguas del diluvio no sirvieron para nada (Gén 6, 5 - 9, 17) como tampoco el fuego que llovió 
sobre Sodoma y Gomorra (Gén 18, 1-19, 29) para que el hombre fuera santo. Ni el agua, ni el 
fuego. La tierra es una Sodoma ilimitada, por donde se pasea libremente Lucifer su rey. Es 
necesaria una triple cosa para lavarla: el fuego del amor, el agua del dolor, la Sangre de la Víctima. 
Este es mi don, ¡oh tierra! Para eso vine. Para dártelo. ¡No puedo huir! Es pascua. No se puede 
huir." 
–"¿Por qué no vas a casa de Lázaro? No significaría que huyes. Nadie te tocaría si estás allí." 
–"Simón dice bien. ¡Te suplico, Señor, que lo hagas!" grita Judas Iscariote echándose a los pies de 
Jesús. 
A su acto responde un gran llanto de Juan. Los demás apóstoles lloran, pero en silencio. 
–"¿Crees que sea Yo el "Señor"? ¡Mírame!" 
Jesús penetra con su mirada la cara angustiada de Iscariote, porque realmente está afligido, no 
finge. Tal vez sea la última batalla de su alma contra Satanás y no sabe vencerla. Jesús lo 
escudriña; sigue esa lucha como un médico sigue la crisis de su enfermo. Luego se levanta 
bruscamente, de modo que Judas que está apoyado sobre sus rodillas, es echado para atrás y cae 
sentado sobre tierra. Jesús se echa también para atrás con rostro agitado, y dice: 
–"¿Para hacer también arrestar a Lázaro? Doble presa, y por lo tanto doble alegría. No. Lázaro 
servirá al Mesías futuro, al Mesías triunfante. Sólo uno será arrojado fuera de la vida y no 
regresará. Yo regresaré. Pero él no regresará. Lázaro se queda. Tú, tú que sabes tanto, también 
sabes esto. Aquellos que esperan conseguir doble ganancia al cazar al águila con su aguilucho en el 
nido y sin trabajo alguno, deben convencerse que el águila tiene ojos para todos, y que por amor a 
su aguilucho, irá lejos de su nido, para que, al ser capturada ella, se salve él. El odio me está 
matando y con todo sigo amando. Idos. Me quedo a orar. Nunca, como en estos momentos, siento 
el anhelo de llevar mi alma al cielo." 
–"Permíteme que me quede contigo, Señor" suplica Juan. 
–"No. Todos tenéis necesidad de descansar. Vete." 
–"¿Te quedas solo? Y ¿si te hacen algún daño? Parece como si también sufrieras... yo me quedo" 
dice Pedro. 
–"Tú te vas con los otros. ¡Déjame olvidar por una hora a los hombres! ¡Déjame estar en contacto 
con los ángeles de mi Padre! Harán las veces de mi Madre que se deshace en llanto y súplicas, y 
que no puedo causarle más dolor con el mío. Idos." 
–"¿No nos das la paz?" pregunta su primo Judas. 
–"Tienes razón. La paz del Señor venga sobre cada uno de los que no son oprobio a sus ojos. Hasta 
pronto" y Jesús se interna, subiendo por una ladera llena de olivos. 
–"¡Es así!... ¡es lo que dice la Escritura! ¡Al oírlo de sus labios se comprende por qué fue dicho y 
para quién" dice en voz baja Bartolomé. 
–"Ya se lo había dicho yo a Pedro en el otoño del primer año..." dice Simón. 
–"Así fue... No. Mientras yo viva no dejaré que lo aprendan. Mañana..." dice Pedro. 
–"¿Qué vas a hacer mañana?" pregunta Iscariote. 
–"¿Qué haré? Estoy hablando conmigo mismo. Es tiempo de conjuraciones. Ni siquiera al aire 
confiaré mi plan. Y tú, que has dicho tantas veces que eres tan poderoso, ¿por qué no buscas 
protección para Jesús?" 
–"Lo haré, Pedro. Lo haré. No os vayáis a sorprender que algunas veces no esté con vosotros. 
Trabajo para Él. Pero no se lo digáis." 
–"Pierde cuidado, y que seas bendito. Algunas veces he desconfiado de ti, pero te pido perdón. 
Veo que eres mejor que nosotros cuando llega la oportunidad. Tú obras... yo no sé más que hablar 
por hablar" dice Pedro, humilde y sinceramente. 
Judas se ríe como si le hubiese gustado la alabanza. Salen de Getsemaní hacia el camino que lleva 
a Jerusalén. 
X, 397-401 
A. M. D. G.

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