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Habilidades del Psicólogo Clínico

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Habilidades del psicólogo clínico: Apoyo para el establecimiento de la alianza terapéutica 
con niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual. 
Artículo de revisión1 
 
Luis Fernando Rodríguez2 
Angélica María Vallejo3 
Diana Marcela Echeverri4 
Resumen 
El abuso sexual de niños, niñas y adolescentes es una problemática, cuyas cifras según el 
Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (2015), en Colombia van en aumento. 
Así mismo, los niveles de afectación tanto individual, familiar y socialmente, como las secuelas 
en los diferentes ámbitos del desarrollo humano, se ha convertido en una preocupación de 
carácter social, requiriendo de una adecuada intervención psicológica. El presente artículo de 
revisión documental tiene como propósito indagar acerca de las habilidades que debe poseer el 
psicólogo clínico para establecer la Alianza terapéutica en niños, niñas y adolescentes víctimas 
de abuso sexual. Se concluye que algunas de estas habilidades como la aceptación incondicional, 
empatía, asertividad, autoconocimiento, autorregulación y autenticidad, son fundamentales para 
 
1 El presente artículo hace parte de un trabajo de revisión documental, respecto al abuso sexual en niños, niñas y adolescentes, 
intervención psicológica de dichos casos, alianza terapéutica y habilidades del psicólogo clínico para el abordaje de la población en 
mención. 
2 Psicólogo Fundación Universitaria Católica del Norte. Aspirante al grado de Especialización en Psicología Clínica con Énfasis en 
Niños, Niñas y Adolescentes, Universidad Católica de Pereira. Correo electrónico: luisfernando9855@gmail.com 
3 Psicóloga Universidad Católica de Pereira. Aspirante al grado de Especialización en Psicología Clínica con Énfasis en Niños, 
Niñas y Adolescentes, Universidad Católica de Pereira. Correo electrónico: anvasa0911@gmail.com 
4 Asesora trabajo de revisión documental: Psicóloga, Especialista en Psicología Clínica con Énfasis en Psicoterapia con Niños 
niñas y adolescentes de la Universidad Católica de Pereira y Magister en Pedagogía y Desarrollo Humano. 
Correo:diamae7@gmail.com 
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el afianzamiento de la alianza terapéutica, lo cual contribuyen al bienestar de las víctimas en los 
contextos en los que se desenvuelve. 
Palabras clave: Abuso sexual, Alianza terapéutica, Habilidades terapéuticas, Terapia Cognitivo 
Conductual. 
 
Abstract 
 The sexual abuse of children and adolescents is a problem, whose figures, according to the 
National Institute of Legal Medicine and Forensic Sciences (2015), in Colombia are increasing. 
Likewise, the levels of individual, family and social involvement, as well as the consequences in 
the different areas of human development, have become a concern of a social nature, requiring 
adequate psychological intervention. The purpose of this documentary review article is to inquire 
about the skills that the clinical psychologist must possess to establish the therapeutic Alliance in 
children and adolescents who are victims of sexual abuse. It is concluded that some of these 
skills such as unconditional acceptance, empathy, assertiveness, self-knowledge, self-regulation 
and authenticity, are fundamental for the consolidation of the therapeutic alliance, which 
contribute to the well-being of the victims in the contexts in which it develops. 
Keywords: Sexual abuse, Therapeutic alliance, Therapeutic skills, Cognitive Behavioral 
Therapy. 
 
Introducción 
A lo largo del paso del tiempo, en la psicoterapia como trabajo fundamental del psicólogo 
clínico, se ha buscado la obtención de resultados positivos evidenciados en la disminución del 
malestar y de posible sintomatología que presentan los pacientes, como medida de efectividad de 
la misma. Dicho alcance de resultados se encuentra mediado por múltiples variables, dentro de 
las cuales se encuentra la Alianza Terapéutica (AT), considerada como aquella construcción 
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conjunta entre terapeuta y paciente, en la cual se involucran tanto las expectativas del proceso 
terapéutico, como la visión que se tiene del otro, los objetivos a alcanzar, el cumplimiento de 
tareas o actividades y la relación que se da entorno a ello (Corbella & Botella, 2003, p. 208). 
El establecimiento de la alianza terapéutica y posterior éxito de la intervención 
psicológica, se encuentran relacionados en gran medida a aquellas habilidades que posea el 
psicólogo clínico tanto a nivel profesional como interpersonal, que favorezcan la interacción con 
el paciente. Por tanto, dicha alianza terapéutica se vincula con la capacidad que posee el 
psicólogo en establecer vínculo terapéutico con el paciente, a través del empleo y 
aprovechamiento de habilidades técnicas y profesionales que contribuyan a que el paciente se 
sienta escuchado, valorado, respetado y validado. 
Una de las principales habilidades del psicólogo es la empatía, la cual le permite al 
terapeuta posicionarse desde una escucha activa, que le permite aceptar y comprender la realidad 
del paciente, con apertura a sus sentimientos, emociones y pensamientos como parte 
fundamental del tratamiento y como base fundamental para la comprensión del significado de lo 
que el paciente manifiesta; aceptación incondicional como un esfuerzo por comprender al 
paciente para promover la reflexión; autenticidad, como capacidad de comunicarse de forma 
asertiva y natural, manteniendo la honestidad con tacto y prudencia; y finalmente, la escucha 
activa, como parte fundamental del proceso terapéutico para acceder al mundo interno del 
paciente (Bados & García, 2011, p. 6-10). 
Además de lo anterior, es importante que el psicólogo clínico, en especial en el caso del 
trabajo con población infanto-juvenil, domine herramientas y estrategias para la realización de la 
valoración inicial, entrevista, conocimientos en psicopatología y en el ciclo propio de desarrollo 
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de los niños y adolescentes, para la definición de la técnica adecuada a su rango de edad, 
experiencia y vivencias (Páramo, 2011, p. 133). 
En la denominada alianza terapéutica, se fortalece el vínculo entre terapeuta y paciente no 
sólo a través del manejo de técnicas propias del ámbito clínico, sino que también son importantes 
aquellas actitudes básicas humanas que posibilitan y promueven la comunicación, para que el 
proceso terapéutico contribuya al desarrollo de estrategias de afrontamiento de sucesos 
traumáticos, como por ejemplo, el abuso sexual, centrándose en la escucha activa, la empatía que 
conlleva a la aceptación incondicional y la autenticidad en el abordaje de la problemática, 
promoviendo un espacio en el cual el paciente logre elaborar y resignificar las vivencias que 
generan malestar o sintomatología para él. (Bados & García, 2011, p. 5). 
 Las anteriores habilidades clínicas del psicólogo son de vital importancia en el proceso 
terapéutico del abuso sexual infantil, identificado como una de las problemáticas que más afecta 
el desarrollo integral del ser humano, cuyas secuelas no sólo se evidencian en la niñez, sino que 
se hacen presentes en la vida adulta, con repercusiones amplias: “Los efectos de esta adversa 
experiencia llegan a ser devastadores, ya que se trata de una vivencia que deja huellas psíquicas 
negativas permanentes. Estos efectos pueden aparecer a corto o largo plazo.” (Velásquez, 
Delgadillo & González, 2013, p. 133). 
Ésta problemática se enmarca dentro de la categoría de violencia sexual, la cual, para la 
OMS (2010) hacen parte de los actos de maltrato infantil y adolescente, los cuales presentan una 
alta prevalencia, evidenciándose que del total de población infantil y adolescente a nivel 
mundial, 73 millones de niños (7%) y 150 millones de adolescentes (14%) han sido víctimas de 
abuso sexual, cifras que muestran tan sólo los casos denunciados y conocidos, dejando a un lado 
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aquellos que se ocultanbajo el anonimato. Así mismo, se define el abuso sexual infantil como la 
participación de niños, niñas y adolescentes en actividades de índole sexual, sin su 
consentimiento, y para cuyo desarrollo físico y psicológico aún no se encuentra preparado para 
asumir, ejecutado por otra persona que ejerce poder sobre la víctima, a través de la presión o 
violencia, o a través de la manipulación, dando paso a actividades tales como el exhibicionismo, 
tocamientos, sexo anal, vaginal u oral, prostitución y pornografía (Organización Panamericana 
de la Salud, s.f., p. 10-11). 
Teniendo en cuenta que los niños y adolescentes se encuentran inmersos dentro de 
diferentes entornos (familiar, social, académico, etc) que los exponen a diversos tipos de 
situaciones y vivencias, es imperante indicar que pueden existir tanto factores de protección 
como factores de riesgo para que se prevenga o por lo contrario se presente un abuso sexual. 
Partiendo de lo anterior, en un abuso sexual “parece no existir un factor único como 
causa del maltrato infantil, sino la presencia de diversos factores de riesgo psicosocial que 
pueden predecir su ocurrencia” (Belsky, 1993, citado por Bolívar, Convers & Moreno, 2014, p. 
70). En este caso, algunos factores de riesgo desde una lectura social son el hecho de ser niña o 
mujer, lo cual se relaciona estadísticamente con la alta prevalencia de violencia sexual en su 
contra, encontrarse en condición de pobreza, aceptación cultural del abuso a niños y 
adolescentes, baja autoestima, disfuncionalidad familiar, sumisión a la autoridad, entre otros 
(Soto, 2015, p. 11). En cuanto a los factores de protección, se encuentran el desarrollo del 
autoconocimiento sobre el cuerpo y lo privado, reconocimiento de deberes y derechos, 
fortalecimiento de lazos afectivos y comunicación familiar, educación en el ámbito escolar sobre 
el respeto, sexualidad y situaciones de riesgo, etc (Deza, 2005, p. 22-23). 
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Este tipo de acciones que violentan la integridad física y mental tanto de niños como de 
adolescentes generan graves impactos en su desarrollo a nivel físico, emocional, psicológico, 
social, etc, identificados a corto plazo en cambios de tipo físico (dificultades de sueño, en la 
alimentación, no control de esfínteres), conductuales (problemas escolares, consumo sustancias, 
etc), emocionales (miedos, culpa, vergüenza, baja autoestima, trastorno estrés postraumático, 
etc), sexuales (problemas de identidad, conductas sexuales precoces, etc) o sociales (escasas 
habilidades sociales, etc), y a largo plazo en el desarrollo de conductas poco adaptativas o de 
trastornos emocionales como la depresión, estrés postraumático, ansiedad, entre otros 
(Echeburúa & Guerricaechevarría, 2021, p. 20). 
A su vez, frente a las consecuencias a largo plazo Sanmartin (2005, p. 91) explica que 
éstas no suelen diferenciarse ampliamente de las de corto plazo en esencia, y su aparición suele 
vincularse con otros eventos traumáticos para la persona y con la existencia de trastornos de 
personalidad, aunque cabe señalar que las conductas problemáticas tienden a aumentar en 
intensidad o en gravedad, identificándose somatizaciones, intentos suicidas, trastornos de 
identidad, alteraciones sexuales, problemas en relaciones interpersonales, así como también se 
evidencian síntomas relacionados con estrés postraumático, depresión, trastornos disociativos, 
trastornos de ansiedad y de personalidad. Por lo cual, es necesario tener en cuenta que los 
adolescentes presentan mayor tendencia al desarrollo de dificultades de carácter sexual 
(conflictos en el desarrollo de identidad, escasas habilidades sociales, etc), así como trastornos de 
personalidad, y el abuso de sustancias psicoactivas (Cantón & Cortés, 2015, p. 554) 
La identificación de las secuelas propias del abuso sexual se relaciona directamente con 
un adecuado proceso de evaluación realizado por el psicólogo, dentro de sus competencias 
profesionales, para determinar la contingencia del suceso traumático con los síntomas 
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evidenciados. Un ejemplo claro de que las consecuencias del abuso sexual se ven influenciadas 
por otras variables, se identifica en las secuelas de carácter psicológico que el abuso genera y su 
impacto en la vida de la víctima, lo que depende de factores tales como la frecuencia, duración y 
gravedad del abuso, la relación de la víctima con el agresor, la fase de desarrollo psicológico de 
la víctima en el momento del hecho, y las consecuencias a nivel individual, social y familiar que 
el abuso trajo consigo a la vida de la víctima (Echeburúa & Del Corral, 2006, p. 79). 
Con base en la alta prevalencia del abuso sexual en niños y adolescentes, así como las 
consecuencias a corto y largo plazo, es pertinente indicar la importancia de la terapia en dicha 
población, y por tanto, cuan valioso es el establecimiento de la alianza terapéutica para el éxito 
del proceso psicológico. Dicho proceso debe integrar no sólo a la víctima sino a las personas que 
le rodean, siendo el abuso sexual una problemática de salud pública, y de interés general, al 
propiciar la vulneración de derechos fundamentales como lo son la integridad física, psíquica, 
moral, y la salud (Urrego, 2007, p. 40). 
Se evidencia entonces que, la terapia favorece en la red familiar el desarrollo de factores 
protectores que posibiliten la generación y aplicación de estrategias de afrontamiento que le 
permitan al niño o adolescente asumir y superar la sintomatología y las secuelas relacionadas con 
el abuso; posibilitando a su vez, que el núcleo familiar fortalezca sus vínculos, la resignificación 
del abuso y la generación de redes de apoyo familiar, así como la promoción de sentimientos 
positivos que fortalezcan el autoestima y contribuyan a la sanación y mejoría de la víctima 
(Cortés, Cantón y Cantón, 2011, citado en Hernández, 2017, p. 21-22), además de contribuir al 
desarrollo de la resiliencia en los niños, adolescentes y sus cuidadores, generando disminución 
de las consecuencias (comportamentales, emocionales, físicas, etc), frente al abuso vivenciado. 
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Adicionalmente, se determina que la funcionalidad de la terapia psicológica puede estar 
mediada a su vez por otras variables, tales como: “inicio edad del abuso; la forma de abuso, 
la percepción de la experiencia, la criminalización del agresor, la persistente creencia de 
culpabilidad y la ansiedad experimentada con las técnicas de inoculación de estrés.” 
(Habigzang & Koller, 2013, citados por Molina, Jaime y Gutiérrez, 2019, p. 79). 
Aunque se hallan investigaciones que indican en las víctimas de abuso disminución de 
síntomas de depresión, ansiedad o de estrés gracias a la terapia de tipo cognitivo comportamental 
(Córdoba & Vallejo, 2012, p. 31) y de cómo se evidencia una relación significativa entre la 
Alianza Terapéutica y los resultados positivos que puedan obtenerse e identificarse entre las 
diferentes modalidades psicoterapéuticas (Corbella y Botella, 2003, citado por Herrero, 2018, p 
.18), aún se encuentran vacíos relacionados con el estudio de las habilidades terapéuticas 
implementadas por el psicólogo, en especial en el ámbito del abordaje del abuso sexual en niños 
y adolescentes, lo cual es novedoso y útil, al contribuir al análisis del quehacer profesional por 
parte de los terapeutas, en perspectiva de fomentar un ejercicio riguroso y ético de las 
problemáticas asociadas al fenómeno del abuso sexual. 
Con lo expuesto anteriormente, y teniendo en cuenta las múltiples alteraciones 
biológicas, psicológicas y sociales emergentes del abuso sexual en la niñez y la adolescencia, la 
importancia de la atención psicológica, mitigación y disminución de sintomatología asociada, 
entre otros factores intervinientes y deseables en los procesos de atención psicoterapéutica, el 
presente artículo de revisión se inclinó por resolver el siguienteinterrogante: ¿Cuáles son las 
habilidades del psicólogo Clínico que promueven el establecimiento de la alianza terapéutica con 
niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual? 
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Para efectos de tal pretensión, haber sido identificado el interés por especificar del 
quehacer del psicólogo clínico, las habilidades terapéuticas intervinientes en el establecimiento 
de la alianza terapéutica. En segundo lugar, la identificación de la influencia que representa la 
alianza terapéutica en la atención psicológica brindada a niños, niñas y adolescentes víctimas de 
abuso sexual. Y finalmente, se describe la importancia que tienen las habilidades terapéuticas del 
psicólogo en la atención de NNA víctimas de abuso sexual. 
Para la realización de la revisión documental, se indagaron en total 80 artículos y 
documentos investigativos, de los cuáles se emplearon 47 referencias bibliográficas que 
abarcaron las categorías escogidas en esta revisión: Habilidades del terapeuta, Alianza 
Terapéutica y Abuso Sexual, enfocados en la población de niños, niñas y adolescentes. Dicho 
material bibliográfico fue recuperado a través de bases de datos, tales como Dialnet, Redalyc, 
Scielo, Google Académico y Academia.edu. 
Marco teórico 
Abuso sexual en niños, niñas y adolescentes 
El abuso sexual en niños y adolescentes es una problemática de gran envergadura, que ha 
venido posicionándose como una seria dificultad tanto para la salud física y mental, como para la 
sociedad misma. Dicha problemática se encuentra enmarcada dentro de la categoría de violencia 
sexual, definida como: 
Todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o 
insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de 
cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, 
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independiente de la relación de ésta con la víctima, en cualquier ámbito, incluidos el 
hogar y el lugar de trabajo. (OMS, 2003, citado por Hincapié, 2015, p. 2) 
Así mismo, hace parte de una de las formas más comunes de maltrato infantil, en donde, 
a través de la ejecución de acciones tales como contacto físico, violación, incesto, pornografía, 
tocamientos, actos de seducción, gestos y verbalizaciones, se expone a un niño o adolescente 
menor de 18 años a situaciones propias de contenido sexual, ejerciendo poder sobre la víctima, 
quien no se encuentra en posición de defenderse o de tomar decisiones al respecto. 
Para determinar un abuso sexual en niños y adolescentes, se deben tener en cuenta 
algunas variables, tales como una evidente relación de desigualdad entre el victimario y la 
víctima (en edad, madurez o poder), el uso de la fuerza, manipulación, engaño o ataque por 
sorpresa, y conductas que van desde el contacto anal, genital, oral, hasta tocamientos, 
verbalizaciones inadecuadas, entre otros, y el uso exclusivo del niño o adolescente como objeto 
de carácter sexual. (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2021, p. 33) 
Ahora bien, al hacer énfasis en la desigualdad evidente entre el victimario y la víctima en 
cuanto al abuso sexual en niños y adolescentes se refiere, implica la comprensión de factores 
legales y prácticos para caracterizar este tipo de abuso. Dicha desigualdad se evidencia en primer 
lugar en la asimetría de poder, la cual hace referencia a la diferencia de edad, roles, uso de la 
fuerza física, y el uso de fuertes vínculos afectivos como forma de manipulación emocional y 
psicológica, acentuando el nivel de vulnerabilidad de la víctima. En segundo lugar, en la 
asimetría de conocimientos, identificada en cómo el abusador presenta mayor conocimiento 
respecto a la sexualidad, genitalidad, y las consecuencias que trae consigo el establecimiento de 
conductas sexuales. Y en tercer lugar, en asimetría de gratificación, cuando el acto abusivo 
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implica la satisfacción del placer exclusivamente para el perpetrador, siendo la finalidad misma 
de la situación (Ochotorena & Madariaga, 1996, citados en UNICEF, 2018, p. 15). 
Por otro lado, visto desde el ámbito penal y con base en lo estipulado según el código 
penal colombiano, se define la consideración del abuso sexual en niños y adolescentes como: 
“(…) todo acto sexual con menor de 14 años (…) puesto que a esta edad el menor no se 
encuentra en condiciones de asumir las consecuencias que el acto sexual puede generar en 
el desarrollo de su personalidad, debido al estadio de madurez que presentan sus esferas 
intelectiva, volitiva y afectiva; es por ello que se ha determinado que hasta esa edad el 
menor debe estar libre de interferencias en materia sexual, por eso se prohíbe las 
relaciones de esa índole con ellos dentro de una política de Estado encaminada a preservar 
el desarrollo de su sexualidad.” (Morán, Pinzón, Muñoz, Lesmes & García, 2017, p. 123) 
Por tanto, para determinar el delito de abuso sexual en niños y adolescentes en Colombia, 
se establecen tres formas de comisión de dicho delito. La primera es cuando la conducta abusiva 
es directamente realizada en el cuerpo de una persona con menos de 14 años de edad; la segunda 
cuando, aunque no se practiquen acciones sexuales abusivas en dicha persona sino en otro 
cuerpo, sí se ejecuten en su presencia, y; tercera, cuando se induce a la persona menor de 14 años 
a ejecutar cualquier tipo de práctica sexual (Tabares, Bedoya, Angulo, Vivero, Prada, Cortés & 
Salcedo, p. 126). 
La prevalencia de los abusos sexuales en la población infantil y adolescente se ha 
convertido en una problemática de salud pública, tanto por la constancia en la aparición en 
diferentes contextos a nivel mundial, así como por la incidencia que tiene en el desarrollo y la 
salud (física y mental) de la víctima. Para comprender el alcance de esta problemática, la 
Organización Mundial de la Salud señala que “uno de cada cinco menores sufre abuso sexual 
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antes de cumplir los 17 años”. (“Las cifras del abuso sexual infantil, como otra pandemia”, 
2020). Dentro de dichas cifras, se encuentra que la mayor parte de población víctima de abuso 
hace parte del género femenino, concluyéndose por ejemplo a través de la recopilación de datos 
de aproximadamente 190 países respecto a la violencia sexual: 
“Alrededor de 120 millones de niñas menores de 20 años en todo el mundo (1 de cada 10) 
han experimentado relaciones sexuales por la fuerza u otros actos sexuales forzados, y 1 
de cada 3 niñas adolescentes de 15 a 19 años que estuvieron alguna vez casadas (84 
millones) ha sido víctima de violencia emocional, física o sexual por parte del esposo o 
compañero”. (UNICEF, 2014) 
 En el caso de Colombia, se indica que para el año 2018 el número de denuncias 
realizadas por violencia sexual en niños, niñas y adolescentes fue de 22.788, en el intervalo de 0 
a 17 años, eran abusadas diariamente 62 personas. De estas denuncias se identifica que el 85,5% 
fueron equivalentes a un total de 22.304 casos, entre los cuales predominaron las niñas como 
víctimas del abuso sexual (Morales, 2019). Además, el Instituto Nacional de Medicina Legal y 
Ciencias Forenses frente al análisis de cifras sobre violencia sexual en Colombia, ha determinado 
que la violencia sexual en el país se ha concentrado fuertemente en población infantil y mujeres 
adolescentes, indicando que por cada caso de un niño abusado, se presentaban 4 casos de niñas 
con este tipo de vulneración; y por un caso de un adolescente varón, 9 de adolescentes mujeres 
eran susceptibles de ser víctimas de este flagelo, cifras que reflejaría un panorama bastante 
desalentador respecto a los niños y adolescentes como principales víctimas (Cifuentes, 2015, p. 
414). 
Partiendo de las cifras evidenciadas tanto a nivel internacional como en el contexto 
colombiano, es importante comprender las implicaciones o consecuencias que se producen en el 
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desarrollo de los niños y adolescentes víctimas de abuso, y las variablesque intervienen. Por 
ejemplo no todas las víctimas de abuso sexual reaccionan de la misma forma al suceso, la 
sintomatología se relaciona ampliamente con factores tales como: el nivel de gravedad del abuso 
sexual, por ejemplo casos de acceso carnal violento propiamente dicho o tocamientos; número de 
episodios de actos abusivos, en caso que haya sido uno sólo o varios; grado de cercanía del 
abusador o victimario con la víctima, y vinculación afectiva existente; uso de fuerza o método de 
engaño y manipulación emocional para la ejecución del abuso; finalmente, nivel de 
victimización del niño o adolescente, lo que implica que el niño o adolescente sea víctima de 
otro tipo de maltrato, como negligencia en el cuidado, acoso escolar, etc (Guerra & Farkas, 2015, 
p. 3). 
Por tanto, y teniendo en cuenta el desarrollo integral del ser humano, es necesario 
considerar que según lo expuesto por Echeburúa & De Corral (2006, p. 79-80) existen secuelas a 
corto y largo plazo (en la adultez) en diferentes ámbitos (físico, conductual, emocional, sexual y 
social) en el desarrollo de las personas que en su niñez o adolescencia hayan sido víctimas de 
abuso sexual. Dentro de las secuelas a corto plazo se encuentran problemas en el sueño, la 
alimentación, control de esfínteres, baja autoestima, rechazo de la corporalidad, trastorno de 
estrés postraumático, precoz curiosidad sexual, conductas exhibicionistas, déficit en habilidades 
sociales, retraimiento, entre otras manifestaciones clínicas. A su vez, cuando los niños o 
adolescentes llegan a su adultez, un porcentaje de estos podrán sufrir de alteraciones en el ámbito 
sexual, cuadros psicopatológicos asociados con depresión, trastorno de estrés postraumático, 
mínimo control de impulsos y respuestas emocionales, trastornos de personalidad, consumo de 
sustancias psicoactivas, somatización, etc (Pereda, 2010, p. 193). 
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Para comprender un poco mejor la afectación que el abuso sexual genera, la Organización 
Mundial de la Salud brinda datos respecto a las afectaciones relacionadas con el hecho de ser 
víctima de un abuso y algunas complicaciones propias de la salud mental, afirmando que: 
“(…) el impacto que el abuso sexual tiene en los niños explica aproximadamente un 6% 
de los casos de depresión, un 6% de los casos de abuso/dependencia del alcohol y las 
drogas, un 8% de los intentos de suicidio, un 10% de los casos de trastorno de pánico y un 
27% de los casos de trastorno de estrés postraumático. Cifras que podrían ser muy 
superiores si se desvelarán todos los casos de abusos que aún hoy permanecen bajo la ley 
del silencio”. (OMS, 2006, citado por De Manuel, 2017, p. 40) 
Finalmente, es importante reconocer los factores de riesgo y causas asociadas a la 
ocurrencia del abuso sexual, tanto en niños como en adolescentes. Según Apraez, (2015, p. 93) 
los factores de riesgo están inmersos en tres grandes contextos referidos al entorno familiar, 
entorno social y entorno ambiental; al respecto, el autor destaca que existen diversas situaciones 
y características que influyen ampliamente en el establecimiento de factores que puedan 
propiciar que los NNA sean víctimas de abuso sexual, tales como la composición y dinámicas 
familiares, el aspecto socio económico, la interacción del niño o adolescente con personas que 
presentan determinados patrones de conducta respecto al control de impulsos, sexualidad, 
agresividad, entre otros. 
Las características relacionadas con el abuso sexual parten desde el contexto ambiental y 
cultural, incluyendo las características individuales, en donde entra en juego la historia personal 
del individuo, sus experiencias traumáticas, la forma en la cual se relaciona con sus primeras 
figuras de apego, aspectos ambientales respecto al contexto en el cual crece y se desenvuelve la 
persona, características biológicas. También se cuentan las características familiares, partiendo 
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de la tipología y estructura familiar, dinámicas, roles, creencias, relaciones y redes de apoyo. En 
cuanto a características sociales, se encuentran aspectos estructurales tales como el estrato 
socioeconómico, estado o no de vulnerabilidad social y económica, función y rol dentro de la 
sociedad, políticas y normatividades flexibles, nivel educativo, etc (Soto, 2015, p. 23-24). 
 
Importancia de la alianza terapéutica en los procesos de atención psicoterapéutica de niños, 
niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual 
A partir de la comprensión de las consecuencias del abuso sexual, se indica la necesidad 
del tratamiento psicológico para las víctimas, ya que las secuelas personales, familiares, sociales, 
los posibles traumas asociados presentes futuros son devastadores. 
 Es entonces donde entra en escena la participación del profesional en psicología, el cual, 
utiliza como herramienta la psicoterapia, definida como un proceso de comunicación 
interpersonal entre un profesional experto (terapeuta) y un sujeto necesitado de ayuda por 
problemas de salud mental (paciente) que tiene como objeto producir cambios para contribuir al 
bienestar del afectado aliviando el dolor por síntomas, mejorar su función emocional o social, y 
la posibilidad de liberar potencialidades sanas de desarrollo (Liria & Vegas, 2001, p. 27). 
Por consiguiente, la psicoterapia se desenvuelve en un proceso que se desarrolla entre el 
paciente y el terapeuta, enfocado a la generación de cambios que beneficien la integridad del 
individuo. Lo anterior se origina, favoreciendo una nueva visión de las situaciones y dando 
forma a posibles explicaciones e interpretaciones que posibiliten la resignificación del suceso 
traumático (Krause et al., 2006, p. 306). 
Tales explicaciones e interpretaciones son observadas desde diferentes modelos como son 
la terapia psicodinámica, conductual y la humanista, las cuales han resultado asimismo eficaces, 
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aunque para algunos trastornos como las fobias, disfunciones sexuales, depresión en la infancia y 
enuresis, se destaca la terapia conductual (López, Grau & Escolano. 2002, p. 482). 
En el enfoque terapéutico Cognitivo Conductual, en el que se asumen diferentes 
dinámicas entre pensamientos, emociones y acciones, surge la inquietud de preguntarse, ¿Qué es 
lo que cambia en dicho proceso? Tal respuesta es posible encontrarla en los síntomas, la 
conducta, los aspectos cognitivos y afectivos. Durante este proceso de cambio, se puede 
evidenciar que, las personas que han acudido a psicoterapia, por razones diversas, incluido 
algunas psicopatologías, han evidenciado mejoría comparada con el malestar inicial (Goic, 2020, 
p. 11). 
 Durante este proceso de cambio positivo es imprescindible que se logre un clima 
adecuado de relación paciente- terapeuta, el cual es denominado Alianza terapéutica, la cual 
también ha sido llamada como relación de trabajo, relación de ayuda y lazo terapéutico (Pérez, 
2018, p. 46), conceptualizada como la construcción conjunta entre ambas partes durante el 
proceso, la consideración de las expectativas, las opiniones, la elaboración conjunta de tareas y 
metas de ambos, la relación que se establece, la visión del paciente y el terapeuta. Estos aspectos 
es lo que diferencia a la alianza terapéutica de una relación paciente-terapeuta, en la cual no se ha 
logrado una vinculación entre ambas partes en el proceso terapéutico (Corbella & Botella, 2003, 
p .208). 
El terapeuta tiene la misión de contribuir, facilitar y experimentar el cambio a través de 
un proceso emocional, con el fin que el paciente pueda dar forma y sentido a sus emociones, 
reflexionando y tomando conciencia frente a la situación que lo aqueja, por tanto, es aquí donde 
la escucha empática se hace fundamental al momento de establecer la alianza terapéutica. Por 
esto, es importante destacar al terapeuta como un guía del proceso de cambio y transformación, 
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debiendo ser respetuoso, empático, teniendo compromisocon las metas, estar con actitud sincera 
en el presente, y ser receptivo en cada instante del proceso (Herrero, 2018, p. 9). 
La Alianza terapéutica es importante en todo proceso terapéutico, tanto en adultos como 
en niños y adolescentes. Es fundamental que la persona se sienta escuchada, validada y valorada; 
posibilitando la recuperación emocional, generando así un proceso de reparación, resignificación 
y superación, los cuales son fundamentales en la dinámica terapéutica de las víctimas de abuso 
sexual (Capella & Gutiérrez, 2014, p. 95). 
Es importante la claridad en el concepto de infancia y adolescencia para el abordaje 
terapéutico, ya que, según el Código de la Infancia y la adolescencia de Colombia (2006), 
incorpora en el artículo 3 la definición que diferencia al niño o niña como persona entre los 0 a 
12 años y adolescente, entre 12 y 18 años. 
Además, la Alianza terapéutica que se logra establecer con los niños y adolescentes, 
contribuye al logro de un proceso terapéutico positivo, convirtiéndose en una oportunidad para el 
alcance satisfactorio de objetivos terapéuticos relacionados con las necesidades afectivas, 
mejorar la percepción de autoestima y la disminución y control de los síntomas de ansiedad que, 
por diferentes motivos, no han sido cubiertas en los diferentes contextos como el familiar y/o 
escolar (López, 2017, p. 11). 
Otra ventaja positiva del establecimiento de la Alianza terapéutica, es que contribuye a 
superar las experiencias negativas de la agresión sexual, dándole una resignificación al hecho, es 
decir, que la persona pueda reevocar la experiencia en términos emocionales y cognitivos para 
así introyectar nuevos contenidos, nuevos significados, posibilitando la integración del hecho a 
su historia de vida de una forma adaptativa, generando la posibilidad que el afectado continúe 
18 
 
 
con su vida, forjando logros en cada una de sus etapas evolutivas, superando así, en muchas 
ocasiones, las secuelas ocasionadas por el abuso sexual. 
Frente a los adolescentes, esta etapa es posible considerarla como una oportunidad para 
superar pensamientos y conductas inadaptadas, sin embargo, este grupo de población no 
consulta por motivación propia, sino motivados o direccionados por padres y/ la escuela, ya que 
es frecuente que ellos no logren percibir la disfunción de sus pensamientos, emociones y 
conductas, en caso de asistir a terapia, se presentan altas tasas de interrupción en el proceso, 
dificultando así, tanto la asistencia como la permanencia en el procesos terapéutico. 
Otros autores han relacionado el desánimo inicial a terapia con características propias de 
la edad como la necesidad de autonomía, la autodeterminación, autoconfirmación y desconfianza 
de la autoridad , bien sea de padres u otras figuras significativas, generando esto un reto para los 
clínicos establecer una relación positiva (Fernández et al.,2016) 
Dentro de las características que el psicólogo clínico debe poseer para favorecer dicha alianza 
terapéutica con adolescentes, las que se destacan son: “empatía, autenticidad, aceptación positiva 
del paciente o de la paciente, rol directivo, apoyo, percepción de la implicación del individuo 
paciente y valores” (Fernández et al.,2016, P. 561). También otros autores destacan la 
importancia de las técnicas terapéuticas, la empatía y las habilidades interpersonales del clínico, 
unido a la disposición de los adolescentes y figuras de autoridad en la participación del 
tratamiento son fundamentales para el establecimiento de una posible alianza. 
 
Es entonces relevante reconocer la diferencia que existe entre el abordaje terapéutico que 
se pueda realizar en un niño, adolescente y un adulto, dado que tal intervención presenta retos, 
elementos diferentes y puntuales con el fin de lograr el éxito en la terapia, destacándose esta 
19 
 
 
como una especialidad, con abordajes, instrumentos, métodos y características, entre los cuales 
se recalca el conocimiento del desarrollo evolutivo, manejo de las técnicas e instrumentos 
acordes a cada etapa, la vocación frente a la infancia, la habilidad para relacionarse y tratar con 
las figuras de apego y autoridad del niño como son los padres (Herrero, 2018, p. 18). 
Otras características diferenciadoras frente al abordaje terapéutico de los niños, frente al 
adulto, es la motivación, puesto que el niño llega en muchas ocasiones sin motivación alguna, 
sintiendo cierto temor y rechazo hacia el terapeuta, no comprendiendo por qué está allí, 
generando una barrera a la hora de establecer la Alianza terapéutica. 
Como se ha podido observar, la alianza terapéutica infantil tiene aspectos diferenciadores 
frente a la de los jóvenes y adultos, es por esto que se hace imprescindible, para el terapeuta, 
destacar algunos procedimientos fundamentales para lograr fortalecer la alianza terapéutica, 
entre las cuales se encuentra el juego como estrategia fundamental para el desarrollo físico, 
cognitivo, social y emocional de niños y niñas, así como favorece el desarrollo evolutivo, 
contribuyendo a la creatividad, imaginación, al aumento de la curiosidad y al establecimiento de 
roles sociales, valores y normas de la cultura. Así mismo, el juego permite la optimización de 
conductas relacionadas con el control y dominio, contribuyendo a la creación de nuevas 
experiencias, ideas, afrontamiento y resolución de situaciones difíciles, la exploración y el 
descubrimiento de su entorno, favoreciendo la sensación de gozo y placer (Corporación opción, 
2013, p.16). 
Es importante aclarar que el niño posee un repertorio reducido de su lenguaje frente al 
adolescente y adulto, por lo que a través del juego se propicia la expresión de deseos, 
pensamientos y sentimientos, sin requerirse de la verbalización de forma explícita, 
comunicándose por medio de lo simbólico, la fantasía, las acciones. 
20 
 
 
Es por esto que el juego constituye el medio más adecuado para que el terapeuta 
construya una relación de seguridad, confianza, orientación en el establecimiento de límites 
claros, aceptación legitima de emociones, expresiones y conductas en los niños y niñas que han 
experimentado alguna forma de abuso sexual, contribuyendo a la motivación y participación del 
proceso terapéutico, así como favorece la asunción y el perfeccionamiento de habilidades para la 
interacción social, el manejo de la impulsividad y la comprensión del otro (Herrero, 2018, p. 20). 
El juego también favorece la psicoeducación, la exploración de soluciones a las situaciones que 
se presentan a diario, ensayando y repitiendo las conductas sociales y prosociales dirigidas a 
lograr una mejor adaptación de su entorno (Corporación opción, 2013, p.21). 
El psicólogo clínico y sus habilidades para el establecimiento de la alianza terapéutica y la 
atención de niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual. 
Existen habilidades básicas y fundamentales en el terapeuta o psicólogo, que permiten el 
establecimiento de una mejor relación con el paciente, y que podrían contribuir al desarrollo de 
la adherencia al tratamiento, tales como: Desarrollar un interés sincero por las personas y su 
bienestar, sin abusar de la posición que se tiene como terapeuta; Autoconocimiento, 
reconociendo sus propios límites tanto personales como profesionales y técnicos, que puedan 
conllevar a conductas antiéticas; Autorregulación, en la cual el terapeuta logre no sólo la 
identificación de los procesos internos, motivaciones, reacciones, formas de interacción que 
puedan influir de manera positiva y negativa en la psicoterapia, y así pueda definir lo que pueda 
serle útil (Cormier y Cormier, 1994; Ruiz & Villalobos, 1994, citados en Acuña, 2017, p. 234) 
Dichas habilidades son de vital importancia para el acercamiento y establecimiento de 
vinculación con los niños y adolescentes, además de permitirle al psicólogo adentrarse en el 
21 
 
 
sentir del pacientee ir más allá de la situación, permitiendo conocer el significado que tiene para 
éste el abuso y sus implicaciones. 
Además de lo anterior, también se identifica una habilidad fundamental en el psicólogo 
clínico, llamada empatía terapéutica, la cual favorece la comunicación entre terapeuta y paciente, 
comprendida como aquella habilidad que permite enfocarse en lo que quiere comunicar la 
persona, a través de la observación, la escucha activa, y la generación de confianza a través de la 
comunicación no verbal (postura, gestos, expresiones) y la comunicación verbal (reflejo de 
sentimientos, paráfrasis, retroalimentación, preguntas aclaratorias, entonación, etc (Marinho, 
Caballo & Silveira, 2003; Bados & García, 2011; Bermejo, 2012, citados en Henao, 2020, p. 7). 
Dentro de muchas de las habilidades identificadas para el establecimiento de alianza 
terapéutica con niños y adolescentes, podría decirse que la empatía es fundamental para el 
desarrollo de otras, ya que al ser interiorizada por el psicólogo e implementada, le permite no 
sólo acercarse al paciente y a su red familiar, sino que también favorece el avance de la 
intervención psicológica, la vinculación por parte del NNA, en especial en casos de abuso 
sexual, en los cuales se afecta la confianza, el autoestima, como bases prioritarias en la 
interacción con quienes le rodean. Por ende, la empatía con niños y adolescentes no sólo 
favorece la alianza terapéutica, sino que en sí misma, se convierte en un medio de desarrollo de 
habilidades sociales en el paciente (Isaza & Ocampo, 2015, p. 97). 
Es de esta forma, como el terapeuta a través de la validación del sentir del niño o 
adolescente, se permitirá en cierta medida adentrarse en las variables relacionadas con el abuso 
del cual fue víctima, para su interpretación y manejo. Por tanto: 
“La elaboración del trauma debe permitir la construcción de un futuro donde se fomente 
en el sobreviviente la capacidad de acceder a una resignificación distinta de la historia de 
22 
 
 
sí mismo, con el objeto de disminuir el impacto de la agresión sexual sufrida” (Watson, 
2007, citado en Alarcón, Macías e Intriago, 2018, parr. 19). 
Otras de las habilidades generales que se destacan por favorecer la relación terapéutica 
con los pacientes, hace referencia a la aceptación incondicional, generando espacios y clima de 
confianza y aprobación; autenticidad relacionada con la expresión sincera y original de 
sentimientos, apoyo en el momento adecuado. (Bados & García, 2011, citado por Vivas, 2019, p. 
6). 
Ahora bien, para que el psicólogo adquiera las habilidades necesarias que pueden 
ayudarle a fortalecer la alianza y establecer un vínculo que le posibilite el desarrollo adecuado de 
la intervención psicológica, es necesario, en el caso específico del abuso sexual, que el terapeuta 
indague en primer lugar de manera introspectiva los sesgos que puede presentar, ya que sus 
emociones, su sentir y pensar al respecto podría influir en la forma de abordar a la población 
víctima, propiciando un espacio en el que niños y adolescentes sean escuchados y su historia sea 
comprendida y validada (Ormart, Salomone, Salomé & Pena, 2015, p. 73). 
Asimismo de todo lo anterior, es importante que el terapeuta, en el caso de la terapia 
cognitivo conductual, establezca un plan de trabajo integral, que implique la intervención 
individual hacia el niño o adolescente, y también un plan de trabajo familiar y contextual si así se 
requiere (interacción con adultos, pares y ámbito escolar) debido a la posible afectación que el 
suceso de abuso pueda tener en ellos, ya que “(…) los terapeutas cognitivos conductuales, 
además de trabajar los patrones de pensamiento (cogniciones), conductas, emociones, deben 
tener en cuenta el contexto y las relaciones interpersonales que impactan sobre estas mismas 
variables, incluyendo la relación terapéutica” (Vivas, 2019, p. 8). 
23 
 
 
Y es que, a través de la valoración de los diferentes tipo de terapias con NNA víctimas de 
abuso sexual, en especial en aquellos en los que los síntomas de Estrés Postraumático se hacen 
presentes, la Terapia Cognitivo Conductual ha mostrado mejores resultados, trabajando sobre el 
trauma a través de la resignificación del suceso abusivo, generando reducción de los síntomas, 
promoviendo estrategias de prevención de ocurrencia de nuevos abusos, y contribución familiar 
para el fortalecimiento de vínculos, comunicación asertiva y generación de red de apoyo para la 
resolución de conflictos (Echeburúa & Guerrica-echavarría, 2011, p. 469). 
Finalmente, y teniendo en cuenta que la TCC prioriza el abordaje no sólo del niño o 
adolescente, sino también de la familia, es necesario señalar que los eventos de abuso sexual se 
convierten en una amenaza al bienestar emocional tanto de la víctima como de la familia, 
partiendo de las posibles situaciones de conflicto que esto pueda generar. Por tanto, según 
Echeburúa & Guerrica-echeverría (2010, citado en Brand e Hincapié, 2015, p. 12), afirman que: 
“En los casos en los que se considera adecuado tratar directamente a la víctima, es conveniente 
intercalar intervenciones (con el menor y con sus familiares)” De esta forma, no sólo se abordan 
los síntomas y las secuelas que quedan en la víctima, sino que se busca la generación de 
estrategias en la red de apoyo, fortaleciendo los factores protectores, que finalmente también 
repercutirá en el proceso de sanación y superación del evento abusivo traumático. 
Discusión 
El principal objetivo de la presente revisión documental era determinar las habilidades 
del psicólogo clínico que favorecen la alianza terapéutica con niños, niñas y adolescentes 
víctimas de abuso sexual. Es aquí, en donde identificando la importancia de la alianza 
terapéutica, en los resultados de la revisión documental se encuentra que las habilidades 
terapéuticas más destacadas para el fortalecimiento de la alianza terapéutica con niños son: el 
24 
 
 
interés sincero por la persona, la autorregulación, el autoconocimiento, la empatía, la escucha 
activa, aceptación incondicional y la autenticidad relacional. 
Frente a la importancia de la alianza terapéutica en el abordaje de niños, niñas y 
adolescentes víctimas de abuso sexual, Capella & Gutiérrez (2014, p. 95) afirman que dicha 
alianza terapéutica es fundamental en la evidencia de avances en la terapia psicológica con niños 
y adolescentes víctimas de abuso sexual, siendo el proceso terapéutico un gestor de reparación, 
resignificación y superación del evento traumático, hallándose similitudes con López (2017, p. 
11), quien afirma que es precisamente dicha alianza la que contribuye a que el proceso 
terapéutico se desarrolle favorablemente, aportando al fortalecimiento del autoestima de la 
víctima, la satisfacción de sus necesidades afectivas y la disminución de la intensidad de los 
síntomas de ansiedad. 
Validando lo anterior, estudios indican que, a mayor calidad de una alianza terapéutica 
durante el tratamiento terapéutico, se observa un mejor cambio durante el proceso y que además 
esta alianza tiene relación con la reducción de síntomas de ansiedad que mostraban los niños 
antes del proceso terapéutico (Goic, 2020, p. 18). 
Ahora bien, lo anterior se logra reafirmar al determinar algunas habilidades 
fundamentales del psicólogo clínico que tienen influencia sobre el fortalecimiento de dicho 
vínculo, destacando como prioridad por parte del profesional tanto el manejo y conocimiento de 
habilidades relacionadas con el conocimiento y uso de las técnicas y la teoría necesarias para la 
realización de las intervenciones, el conocimiento del ciclo de desarrollo de la población (Vivas, 
2018, p. 9), y de igual forma aquellas habilidades relacionadas con la posición que asume el 
terapeuta frente a su paciente y a la problemática misma, lo cual conlleva a un análisis de 
25 
 
 
interiorización por parte del profesional,y el desarrollo de capacidades que favorezcan la 
comunicación, como la empatía terapéutica, la escucha activa, espacios de confianza y no 
señalamiento (Henao, 2020, p. 7). 
Relacionado con lo anterior, otros autores determinan que para el alcance de dichas 
habilidades, el terapeuta debe contar con capacidad de cordialidad, buen sentido del humor, 
asertividad en la comunicación que implica el manejo de un lenguaje apropiado, sin perder de 
vista el direccionamiento que debe brindar como profesional (Izasa & Ocampo, 2015, p. 100), lo 
que permite determinar la relación que existe entre habilidades de socialización y comunicación 
con el establecimiento de un vínculo y la generación de un espacio apropiado para el desarrollo 
del proceso terapéutico. Estas habilidades interpersonales, así como el rol directivo que debe 
desarrollar el terapeuta, propician la flexibilidad, adaptabilidad, interés genuino, autenticidad y 
confiabilidad en el profesional, contribuyendo al favorecimiento del acercamiento con el 
paciente. (Páramo, 2011, p. 138). 
Finalmente, respecto a la importancia de las habilidades mencionadas anteriormente en 
cuanto al fortalecimiento o establecimiento de la Alianza Terapéutica, algunos teóricos afirman 
que gracias a las habilidades del terapeuta y su proceso de análisis introspectivo sobre su 
posición como profesional, se logra una mayor vinculación, en especial en los casos de las 
víctimas de abuso sexual. (Ormart, Salomone, Salomé & Pena, 2015, p. 73). 
Se encuentra además, la importancia que poseen las habilidades terapéuticas del 
psicólogo en la atención de NNA víctimas de abuso sexual, como lo menciona (Acuña, 1994, p. 
233-234) el cual hace referencia que esta habilidades contribuye a crear una mejor relación entre 
paciente y terapeuta y que esta propicia la adherencia al tratamiento, además de permitir al 
26 
 
 
terapeuta escudriñar más a fondo en lo que significa la situación de abuso sexual para el niño. En 
la misma línea concuerdan Echeburúa & Guerricaechevarría (2011, p. 469) quienes afirman que 
es fundamental tales habilidades en la medida que estas contribuyen en el niño a la elaboración 
del trauma, que imagine y recree el futuro, accediendo a una resignificación de la historia de sí 
mismo, generando como resultado la disminución de los síntomas, y así afrontar estrategias de 
prevención hacia posibles abusos, además de que tales habilidades aportan a la intervención con 
la familia del niño ayudando a crear una red de apoyo más sólida, que finalmente contribuyen a 
la superación y sanación del evento traumático. 
 Una de las principales dificultades en la elaboración del artículo investigativo 
precisamente, fue el determinar dichas habilidades para la problemática en específico, es decir el 
abuso sexual, ya que, al hacer referencia a las capacidades profesionales del psicólogo clínico, se 
hallan algunas generales, dejando a un lado la especificidad que se requiere en este tipo de casos. 
Otra limitación evidenciada es la búsqueda documental en idioma español, lo cual limitó 
información valiosa que pudo ser útil para el análisis teórico y contextual de la problemática. 
Conclusiones 
Algunas de las habilidades primordiales en el trabajo con la población víctima de abuso 
son la empatía, autenticidad, aceptación positiva del paciente, apoyo, valores y rol directivo 
(Fernández et al.,2016. P. 562). Así mismo, las habilidades interpersonales, como el 
autoconocimiento, la autorregulación, el conocimiento del contexto, conocimiento teórico y 
asertividad también hacen parte de características fundamentales para el terapeuta. (Bados & 
Garcia, 211. p, 3) 
27 
 
 
Otras de la habilidades primordiales en la Alianza Terapéutica, se resalta la capacidad de 
escucha, capacidad de conversar, comprensión, conocimiento y aceptación de las propias 
emociones positivas y negativas, introspección, negación de las gratificaciones, personales, 
tolerancia a la ambigüedad, paciencia , cariño hacia los demás y aceptación de las personas tal 
como son, tolerancia a la intimidad profunda, satisfacción por tener poder e influencia sobre 
otras personas, sin el deseo de caer en el abuso. 
Según algunos autores, (Valencia y Otalvaro, 2015, p. 97) otras habilidades y 
características necesarias son el uso del lenguaje, procurar la estabilidad emocional, adaptación a 
nuevos contextos y situaciones, ser empático, tener habilidades sociales, poseer conocimiento de 
las reglas sociales y ser capaz de poner a un lado sus propios juicios de valor. 
Finalmente se puede concluir que las habilidades terapéuticas son un cúmulo de 
características, las cuales están unas entrelazadas a otras y no se expresan en diferentes etapas en 
un orden específico, sino más bien, de acuerdo con la situación y el momento de la intervención 
se entremezclan entre sí para dar forma a una relación positiva entre el paciente y el terapeuta. 
Es por lo anterior, que la escucha, empatía y paciencia con niños y adolescentes víctimas 
de abuso son fundamentales, ya que muchas de las conductas consecuencia del abuso son de 
carácter negativo, denotando tristeza, confusión, culpa, impotencia, auto reproche, situaciones 
que sólo desde el respeto hacia el otro y hacia su sentir y pensar pueden ser abordadas (Cantón & 
Cortés, 2000, p. 14). 
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