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Lexicografia e Lexicologia

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Polimetrica
International Scientific Publisher 
Hugo E. Lombardini 
Maria Carreras i Goicoechea
(eds.)
Limes
Lexicografía y lexicología 
 de las lenguas de especialidad
25920816t
Cuadro de texto
Separata
2008 Polimetrica ® S.a.s. 
Corso Milano, 26 
20052 Monza – Milano – Italy 
Phone ++39.039.2301829 
Web site: www.polimetrica.com 
ISBN 978-88-7699-147-9 Printed Edition 
ISBN 978-88-7699-148-6 Electronic Edition 
The electronic edition of this book is not sold and is made available in free 
access.
Every contribution is published according to the terms of “Polimetrica 
License B”. “Polimetrica License B” gives anyone the possibility to 
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and the publisher are always recognised and mentioned. It does not allow 
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Polimetrica Publisher has the exclusive right to publish and sell the 
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means of publication. Additional rights on the contents of the work are the 
author’s property. 
Printed in Italy by DigitalPrint Service Srl – Segrate (MI) 
Open Access Publications 
Los ensayos publicados en este volumen proceden de trabajos originales 
realizados en el marco del proyecto nacional «Glossari, dizionari, corpora: 
lessicologia e lessicografia delle lingue europee» coordinado por G. Iamartino 
y de ponencias presentadas en el congreso «Lessicografia e lessicologia dei 
linguaggi settoriali» (Palermo, 21-23/07/2007) organizado por J. Lillo en el 
ámbito del mismo proyecto PRIN. Los fondos necesarios para la publicación 
de esta obra proceden del Centro Linguistico di Ateneo de la Università di 
Palermo y del Dipartimento SITLeC de la Università di Bologna. 
H.E. Lombardini y M. Carreras i Goicoechea (eds.), Limes. Lexicografía y lexicología de las lenguas de 
especialidad, 29-45 © 2008 Polimetrica International Scientific Publisher Monza/Italy 
 
El Dizionario Moderno Italiano-Spagnuolo e 
Spagnuolo-Italiano (1917-1927) de G. Frisoni 
Pilar Rodríguez Reina - Universidad Pablo de Olavide 
prodrei@upo.es 
1. Contexto editorial 
El Dizionario Moderno Italiano-Spagnuolo 
e Spagnuolo-Italiano de Gaetano Frisoni 
fue publicado en Italia por primera 
vez en 1917 por una editorial de gran 
relevancia1 con sede en Milán, la Ulrico 
Hoepli, fundada en 1870 por Ulrico 
Hoepli. 
Aunque en la actualidad es una 
editorial que se ocupa de campos tan 
diversos como la lexicografía, la 
informática, la traducción, el derecho, 
etc., en sus orígenes dedicaba una 
especial atención al sector científico-
técnico y comercial y a las diferentes 
profesiones. La Hoepli fue adquiriendo 
cada vez más prestigio llegando a 
alcanzar, por ejemplo, ya en 1878 más 
de 2000 títulos publicados. Muchos de 
sus manuales fueron objeto en poco tiempo de nuevas ediciones o 
actualizaciones. La librería Hoepli, por otro lado, satisfacía las necesidades 
de los intelectuales y de todo tipo de profesiones. 
 
1 Ulrico Hoepli era "Editore-Libraio della real casa". Con la llegada de la República, 
desaparecen de los textos, evidentemente, este tipo de especificaciones. Vid. en este 
volumen, el capítulo de H. Lombardini sobre el diccionario Carbonell, de la misma 
editora. 
 
 
 
Anonimia desvelada de tres diccionarios 
terminológicos del siglo XIX español 
Ignacio Ahumada - Consejo Superior de Investigaciones Científicas 
iahumada@cindoc.csic.es 
Introducción 
Cuando nos ocupamos de la lexicografía general, las referencias que em-
pleamos acaban convirtiéndose en lugares comunes de nuestro pasado 
diccionarístico. En reuniones de este tipo, por ejemplo, no sería necesario 
presentar ni a Esteban de Terreros ni a Vicente Salvá ni a María Moliner. 
El estudioso cuenta en su haber con una circunstancia eximente de primer 
orden. Cuando, por el contrario, hablamos de lexicografía de especialidad 
los protocolos cambian radicalmente: el número de obras publicadas es 
tan ingente como inabarcable, tanto es así que, historiográficamente, la 
presentación de los diccionarios objeto de estudio se torna un punto de 
referencia inexcusable. Debo dedicar por ello los preliminares de mi inter-
vención a una breve descripción de los tres repertorios que nos interesan: 
el Diccionario de voces españolas geográficas (c 1800), el Diccionario marítimo español 
(1831) y el Diccionario de las voces más usadas en la minería (1848), y no sin 
antes dejar de señalar que los puntos de unión de estos tres diccionarios lo 
son tanto su anonimia –presumiblemente dictada por tratarse de obra 
colectiva o presumiblemente al amparo de alguna institución– como su 
carácter de obra germinal. Significa esto, tras atender al título, que mi ob-
jetivo fundamental no va a ser otro que tratar de confirmar, de una parte, 
o establecer, de otra, la autoría o dirección científica de estos tres reperto-
rios. Es evidente que desde el punto de vista catalográfico estos dicciona-
rios se publicaron en su tiempo como obras anónimas, extremo este que 
ha supuesto no pocas especulaciones sobre la identidad de sus autores –al 
menos para dos de ellos. 
 
30 Ignacio Ahumada 
 
1. El Diccionario de voces españolas geográficas (c 1800) 
El Diccionario de voces españolas geográficas es un volumen de 85 páginas que 
carece de autor –obvio–, de pie de imprenta y de lugar de impresión. La 
primera de sus páginas se abre directamente con el título y de inmediato la 
macroestructura: desde abadía hasta zabilar. Consta de 868 entradas, de las 
que sólo nueve de ellas se corresponden con la categoría del adjetivo.1 El 
repertorio responde a la idea generalizada de que los diccionarios termi-
nológicos son diccionarios de cosas. Parte de sus artículos están tomados 
directamente del diccionario académico (Puche 2005: 7). El ámbito de 
especialidad al que se refieren estas 868 voces responde mayoritariamente 
a voces de la España interior antes que marinera, sin olvidarse de los tér-
minos que el derecho civil y eclesiástico han trasvasado a la ordenación del 
territorio (abadía, alfoz, chancillería, propios [los], etc.): 
álveo s m La madre del río. En lo forense y otras facultades tiene más uso 
esta voz que en la geografía. Véase madre, que es como comúnmente 
se dice. 
Aunque sólo sea de pasada, me gustaría reseñar de este diccionario el 
sentido lingüístico y a veces filológico de los términos que registra. Espo-
rádicamente ensaya etimologías: 
behetría s f Viene de la antigua voz castellana benfetría; y esta de benefactoría 
de íntima latinidad. 
alfoz s m Viene del latín ad fauces, porque comúnmente se da esta denomi-
nación a los territorios que están en las gargantas de los montes, y así 
se explicaban los romanos, habiendo sido fácil corromperse ad fauces 
en alfoces. 
Muestra un interés inusitado por las equivalencias en las comunidades 
bilingües y en los dialectos históricos: 
poyo s m Lo mismo que altura elevada sobre un terreno llano, que corres-
ponde a puig en Cataluña, Mallorca y Valencia, y a pueyo en Aragón 
[...] Todos estos nombres vienen de podium en la intimidad latina. 
Y si esto es así, no podía faltar este mismo interés por las variedades 
dialectales del español: 
 
1 Helos aquí: abertal (tierra), anegadizo (terreno), borreguil, boyal, bravo, calma (tierra), mediterrá-
neo, noval (tierra) y posía (tierra). Para una descripción más exhaustiva de la obra, vid. Puche 
2005. 
 
Anonimia desvelada 31 
 
galayo s m Voz provincial en las serranías de Murcia y Cazorla hasta el 
salto Fugiense, de donde no pasa. [...] En la Andalucía alta llaman pi-
cachos a estas prominencias o crestas peladas de las peñas, como el 
picacho de Veleta en Sierra Nevada, famosísimo por su altura, desde 
donde se descubre la Mancha de Toledo. 
No podía faltar, en fin, la expresión y remisión de voces sinónimas: 
fronteraVéanse Confin y Raya. 
Las voces geográficas, en definitiva, reunidas en este repertorio, al res-
ponder a una realidad tan cercana al usuario, tornan el Diccionario de voces es-
pañolas geográficas en un diccionario de especialidad –estatuto indiscutible–, 
pero un diccionario desarrollado en la línea divulgativa de la terminología. 
2. El Diccionario marítimo español (1831) 
Si la obra anterior carece de portada, autoría, lugar de impresión y año, 
además de prólogo, el Diccionario marítimo español tan sólo silencia la autoría. 
El extenso prólogo del que se acompaña (47 pp.) relaciona pormenoriza-
damente no sólo la historia de los diccionarios españoles de náutica, sino 
también el proceso de redacción, las dificultades para la puesta en marcha 
de la obra y, cómo no, sus principales redactores. Todo está ahí menos el 
nombre del verdadero artífice del diccionario, esto es, del director de la 
obra. 
El título completo del repertorio puede darnos una idea real de la en-
vergadura de este trabajo. No estamos ante el título de una obra que pro-
mete mucho más de lo que en realidad ofrece: Diccionario marítimo español, 
que además de las definiciones de las voces con sus equivalentes en francés, inglés e ita-
liano, contiene tres vocabularios de estos idiomas con las correspondencias castellanas. 
Para hacernos una idea del diccionario, piensen ustedes en su modelo: el 
Diccionario castellano de artes y oficios (1786-93), pero, evidentemente, como si 
de un diccionario de especialidad se tratara y previa sustitución de la len-
gua latina por la inglesa. El padre Terreros es reconocido por el autor del 
prólogo como el primer estudioso de la terminología del español. 
Según mis datos, este tipo de diccionario es inusual como diccionario 
terminológico, de aquí el interés que tiene, en mi opinión, para la lexico-
grafía de especialidad. 
Registra alrededor de 6.000 entradas de los diferentes ámbitos de la 
náutica, lo que le impone emplear marcas para las diferentes subdiscipli-
nas. Las definiciones son de corte lógico y se distinguen perfectamente de 
 
32 Ignacio Ahumada 
 
las glosas enciclopédicas, nota característica de la obra de E. de Terreros. 
Los artículos van acompañados de las equivalencias en francés, inglés e 
italiano, así como resueltas estas equivalencias en tres glosarios bilingües 
de especialidad. Aún hay que sumar a toda esta microestructura dos ele-
mentos que a quien les habla, realmente le entusiasman: (a) el empleo de 
citas como aval de las definiciones y (b) el alto sentido filológico de buena 
parte de sus artículos. El empleo de citas –como a nadie se le escapa– 
supone que el diccionario está redactado a partir de un corpus. Las fuentes 
de este corpus son tanto lingüísticas como metalingüísticas: veintiuna 
obras de navegación, maniobras, construcción naval, velamen, etc., com-
ponen la nómina; a las que hemos de sumar las fuentes metalingüísticas, 
cuya nómina la componen veintidós diccionarios de especialidad españo-
les y extranjeros. En cuanto a lo que he llamado “alto sentido filológico 
del autor”, sólo puedo destacar, siquiera sea brevemente, cómo el autor 
discute las etimologías o como compara los términos generales del español 
con los usuales entre marineros canarios, andaluces, catalanes, vascos, 
asturianos y gallegos. 
En definitiva, se trata de una obra singular y modélica. Esto es así, como 
es evidente, siempre desde mi punto de vista. 
3. El Diccionario de las voces más usadas en la minería (1848) 
A pesar de sus escasas pretensiones, este diccionario se declara en su 
breve advertencia –al igual que lo había hecho el Diccionario marítimo espa-
ñol– el primero de los publicados sobre el español. En ninguno de los 
casos, la afirmación se corresponde con la realidad. No es menos cierto, 
sin embargo, que la planta de ambos como la técnica lexicográfica superan 
con creces los escasos precedentes, escasos por lo que hace al diccionario 
de minería (Díez de Revenga y Puche 2005-06: 68-69), no así para el de 
náutica, cuyos orígenes se remontan a 1520-38, datación que los expertos 
dan al glosario que el sevillano Alonso de Chaves había anexado a su tra-
tado de navegar (Nieto Jiménez 2000: 216-217 y Nieto Jiménez 2002: 
XLIII). 
La macroestructura consta de 1.195 entradas. A diferencia de los ante-
riores, carece de categoría gramatical, lo que indica su alejamiento del mo-
delo académico. El repertorio es mucho más terminológico que lingüístico 
fueran los dos anteriores. Con ser un diccionario sólo de las voces más 
usadas en minería, sus materiales no dejan de tener un importante valor 
 
Anonimia desvelada 33 
 
lingüístico. Para el autor “voces más usadas” se refiere al léxico común de 
los mineros y no a la terminología de los técnicos e ingenieros. La conclu-
sión es obvia: el interés de este diccionario radica en el rigor de los térmi-
nos en cuanto a su localización geográfica. América en la mayoría de los 
términos llega a formar toda ella una unidad territorial con algunas –muy 
pocas– concesiones a Méjico, Perú y Chile. La gran mayoría de voces co-
rrespondientes al español peninsular hacen referencia a las minas andalu-
zas de Marbella, Río Tinto, las Alpujarras, Alquifano y Linares, a las famo-
sas de Almadén y a otras de Vizcaya, Álava, Asturias o Zamora. 
4. Las pruebas periciales 
4.1. Para el Diccionario de voces españolas geográficas 
El geógrafo Fernando Arroyo, de la Universidad Autónoma de Madrid, ha 
calificado muy recientemente el Diccionario de voces españolas geográficas como 
un «subproducto del diccionario geográfico que, a diferencia de éste, pudo 
ver la luz como obra completa e independiente poco después de 1796» 
(Arroyo Ilera 2006: 248, n. 31). 
Fernando Arroyo se refiere al Diccionario geográfico-histórico de España, uno 
de los proyectos más ambiciosos de la Real Academia de la Historia. De 
este diccionario, en el que se trabajó durante las tres últimas décadas del 
siglo XVIII, sólo vieron la luz los tomos correspondientes al País Vasco y 
Navarra (1802).2 Esencialmente se trata de un proyecto enciclopédico 
sobre la geografía antigua y contemporánea, un proyecto –como no podía 
ser de otra manera– de geografía histórica y contemporánea. Responde 
este diccionario a lo que en tipología lexicográfica conocemos como “dic-
cionario de nombres”. 
El Diccionario de voces españolas geográficas –el diccionario que nos ocupa– 
es, antes que una consecuencia o subproducto, un proyecto paralelo, del 
cual no dudamos que empleara como una de sus fuentes principales el 
citado Diccionario geográfico. Con el Diccionario de voces, pues, nos encontra-
mos ante un diccionario de especialidad o diccionario terminológico. 
En tanto el Diccionario geográfico se adscribe a la llamada lexicografía enci-
clopédica, el Diccionario de voces lo hace a la llamada lexicografía lingüística. 
 
2 Llegó a publicarse en 1852 un tercer tomo dedicado a La Rioja, pero ya cuando el proyec-
to se había frustrado por completo. 
 
34 Ignacio Ahumada 
 
La atenta lectura de la documentación generada por el proyecto Dicciona-
rio geográfico basta para constatar cuanto decimos (Capel 1981: 25-34 y 
Arroyo Ilera 2006: pássim). En las Reglas directrices para la formación de las 
cédulas del Diccionario Geográfico de España e Islas Adyacentes podemos leer 
como regla decimoséptima: 
En aquellos pueblos en que se divide la jurisdicción de la Mesta, se ad-
vertirá los que son cabeza de cañada y la extensión del distrito que, como 
tales, les pertenece, para en los otros pueblos por donde aquella pasara 
bastará sólo indicar esta circunstancia, pues el explicar los artículos mesta, 
cañada real, cañada y cordel se reserva para el Diccionario de voces geográficas 
(apud Arroyo 2006: 248). 
Las reglas para la redacción del Diccionario geográfico, aprobadas por la 
junta correspondiente el 16 de abril de 1797, salieron de la pluma de Pedro 
Rodríguez de Campomanes,a la sazón Director de la Real Academia de la 
Historia y principalísimo impulsor de la obra (Arroyo 2006: 201). Por esto 
nada de extraño tiene que tanto Martín Fernández de Navarrete como 
Vicente Salvá se aprovecharan y reconocieran abiertamente los materiales 
que le ofrecía el trabajo de la Real Academia de la Historia (Fernández de 
Navarrete 1831: XLV y Salvá 1846: XXVIII). El Manual de librero hispanoa-
mericano (1923-27) (ref. 73.000) no hace nada más que constatar la consa-
bida autoría (San Vicente 1995: n. 187). Para nuestra segunda prueba basta 
con acudir al ejemplar conservado en la biblioteca de la institución. De los 
dos ejemplares conservados, tan sólo el encuadernado en pasta dura os-
tenta modestamente bajo el título y en tinta azul la autoría colegiada: «por 
la Real Academia de la Historia» (Lámina 1). El segundo, encuadernado en 
papel fino con publicidad de la editorial barcelonesa Montaner y Simón, ni 
ha merecido la reivindicación académica. 
El modo en que se edita este Diccionario de voces, esto es, sin portada, au-
toría, lugar de impresión, etc. me hace pensar en que se tratara de un do-
cumento interno para el trabajo lexicográfico con el fin de unificar la ter-
minología entre el equipo de redactores del Diccionario geográfico. La ausen-
cia de mesta, cañada real y cordel evidencia la provisionalidad del impreso, el 
mismo que se iría corrigiendo y enriqueciendo parejamente a la redacción 
del Diccionario geográfico. Esta provisionalidad, a mi entender, podría quedar 
patente en la constatación de tiradas diferentes. Tal es el caso de la edición 
facsimilar publicada por la Editorial Aguilar en 1990. Reproduce esta edi-
torial una tirada en la que no aparece la entrada baldíos, obligando al editor 
a incorporar la página correspondiente al final del facsímil. Hubiera bas-
tado con acudir al ejemplar conservado en la biblioteca de la Real Acade-
 
Anonimia desvelada 35 
 
mia de la Historia para evitar esto y justificar de algún modo la autoría, 
dado que el Diccionario carece de portada en origen. 
 
 
Lámina 1: [Real Academia de la Historia,] Diccionario 
de voces españolas geográficas (c 1800). 
 
4.2. Para el Diccionario marítimo español 
A fines del siglo XVIII, Martín Fernández de Navarrete fue comisionado 
por el Estado para que recuperase de los distintos archivos, públicos y 
privados, la documentación más relevante para la reconstrucción de la 
historia de la marina española. Un interés innato por las cuestiones lin-
güísticas lo llevó, en esta misma operación, a mandar sacar copia de 
cuantos glosarios o vocabularios marítimos encontraba a su paso.3 Años 
más tarde fue nombrado para ocupar la dirección del Depósito Hidrográ-
 
3 El volumen con los distintos vocabularios se conserva en la Biblioteca de la Real Acade-
mia Española (ms. 4-A-2). Lleva la fecha de 1791 (Nieto 2002: XXII, n. 25). 
 
36 Ignacio Ahumada 
 
fico de Madrid. Es por estos años cuando por Real Orden de 16 de mayo 
de 1827 se le solicita que informe sobre los medios y la disponibilidad del 
personal del Depósito para «la publicación de un Diccionario de Marina, en 
que se contuviese la sencilla definición y significado de las voces usuales, y 
su correspondencia con algunas de las de nuestros antiguos navegantes ya 
desconocidas, y con las inglesas y francesas del día». Este fue el punto de 
partida para que en fecha relativamente temprana, 1831, dispusiéramos ya 
del Diccionario marítimo español. 
Llegado el momento de poner en marcha el proyecto del Diccionario, la 
recepción de obras manuscritas en el Depósito Hidrográfico se precipita. 
El Depósito –conviene recordar– era la institución prevista por la Corona 
y el Ministerio para informar las obras de esta temática que solicitaran el 
privilegio de edición. Coinciden en el tiempo los diccionarios de Miguel 
Roldán (Diccionario marítimo, ms. 1827, p. XXIII)4 y Timoteo O’Scanlan 
(Vocabulario marítimo trilingüe, ms. 1827, p. XXIV).5 
La figura de Timoteo O’Scanlan va a ser una pieza fundamental del pro-
yecto que nos ocupa. Al recibirse en el Depósito su solicitud de privilegio, 
firmada en Salou (Tarragona) el 23 de junio de 1827, prácticamente coin-
cidente en el tiempo con la Real Orden (16 de mayo de 1827) por la que 
se pide a M. Fernández de Navarrete informe acerca de los medios dispo-
nibles en el centro para atender la redacción de un diccionario de marina, 
M. Fernández de Navarrete ve en la figura de T. O’Scanlan la persona 
idónea para poner en marcha el proyecto. He aquí la salomónica solución 
a las dos cuestiones que M. Fernández de Navarrete tiene planteadas 
como director del Depósito Hidrográfico: 
Pero siendo la empresa de que se trata propia del Gobierno que acaba de 
promoverla contando con tantos auxilios como tienen y existe en este 
Real Establecimiento, parece en tal caso que pudiera suspenderse la con-
cesión del privilegio y permiso que solicita O’Scanlan y que serían justos 
mirándose la obra como de un particular, mandándole venir a Madrid a 
encargarse de perfeccionar su Diccionario, facilitándole para ello cuantos 
auxilios necesitase sin excepción, y bajo la censura, examen o revisión de 
la persona que S. M. se sirviere designar, para que de este modo saliese 
 
4 En el fol. 32r-32v se da noticia de la entrada de un Diccionario marítimo cuyo autor es Mi-
guel Roldán, Teniente de Navío, con un total de 3.704 entradas (Fernández de Navarrete, 
ms. 1827-60). 
5 En Guillén (1944: 32): «54. Diccionario marítimo. Numerosos legajos en 8º con cédulas, or-
denadas alfabéticamente. Existe, además, el ejemplar del Diccionario marítimo, de 1831, de 
O’Scalan, [sic] y cuyo prólogo escribió D. Martín, con numerosas adiciones». 
 
Anonimia desvelada 37 
 
esta obra a la luz prontamente, y digna del augusto nombre de S. M. que 
la promueve, y a quien en tal caso debería dedicarse (3 de julio de 1827) 
(Diccionario 1827-1860, ms. 2089: 15v-16r). 
A la empresa del Diccionario se podrán sumar los repertorios de lexico-
grafía bilingüe y plurilingüe de los que dispone el centro,6 dado que el 
proyecto contempla, en principio, dos vocabularios bilingües francés-es-
pañol e inglés-español, a lo que se sumaría un tercer vocabulario italiano-
español:7 
(i) Juan José Martínez, Vocabulario español-inglés (1827-30) (Fernández de Nava-
rrete 1831: XXIV); 
(ii) Neuman, Vocabulario de voces inglesas con francés, español, portugués, italiano y ale-
mán, (Londres, 1800) (Íd: XXV);8 
(iii) Röding, Vocabulario «con la explicación en alemán y sus correspondencias 
en holandés, dinamarqués, sueco, inglés, francés, italiano, español y portu-
gués», Hamburgo (1798) (Íd: XXV).9 
Manuel del Castillo, colaborador del equipo (Guillén 1967: 106) y autor 
de «un diccionario náutico para su instrucción y uso particular» (Fernán-
dez de Navarrete 1831: XXV), va a ocuparse de la revisión y contraste con 
los siguientes glosarios y diccionarios especializados: 
(i) José de Echegaray, Diccionario de arquitectura naval (1830); 
(ii) Antonio de Capmany, «Glosario castellano de los vocablos náuticos y mer-
cantiles contenidos en el libro del consulado» (en Costumbres marítimas, 1791: 
I, p. 341); 
(iii) Real Academia de la Historia, Diccionario de voces españolas geográficas (s/f) (Íd. 
XLIV-XLV). 
Además de las noticias que nos proporciona el extenso prólogo, conta-
mos con pruebas periciales suficientes que no dejan lugar a dudas sobre el 
asunto. La documentación –o buena parte– que generó la redacción del 
Diccionario marítimo español se conserva encuadernada en la biblioteca del 
Museo Naval de Madrid (mss. 2089 y 2090). Por ella podemos conocer 
 
6 En Fernández de Navarrete (1831: XXIV): «Hasta nueve diccionarios extranjeros pudo su-
ministrar el Depósito Hidrográfico». 
7 De esta consideración debe exceptuarse Vizcarrondo, Juan(1827-30): ¿Compilación de voces 
y frases? (p. XXIV), dado que se trata de una obra monolingüe y, además, incompleta. 
8 Neuman, Henry (1799): A marine pocket-dictionary, of de the Italian, Spanish, Portuguese and 
German languages, with an English-French and French-English index, London: Vernor and 
Hond. 
9 Röding, Johann Hinrich (1815): The universal marine dictionary: Spanish and English, Ham-
burg: Philipp Andreas Nemnich, 76 pp. 
 
38 Ignacio Ahumada 
 
pormenorizadamente las diferentes fases de ejecución del proceso y cono-
cer la decisiva participación de M. Fernández de Navarrete y del resto de 
los colaboradores. Nuestro hombre, junto a José Sartorio, primero, y 
Francisco Ciscar, después, fueron «comisionados por S. M. para su revi-
sión» (Diccionario 1827-60: II, 24) le escribe el ministro del ramo, Luis Ma. 
Salazar, a T. O’Scanlan cuando le remite los primeros artículos de la letra 
A. Este primer informe de Fernández de Navarrete-Sartorio con respecto 
a los artículos A-AH ocupa un pliego en folio. Amén de algunas notas 
para la uniformidad de esta primera prueba y del resto de la obra, se en-
miendan definiciones y se proponen hasta 94 “voces comunes que deben 
suprimirse”. Se conserva, además, un pliego en cuarto titulado Reglas para 
la formación del Diccionario de Marina con la conformidad, exactitud y economía que 
conviene, y sigue la Real Academia Española en la corrección y acrecentamiento del 
suyo de la lengua castellana (Íd.: II, 17-18), claro indicativo de una labor de 
equipo. Las decisiones importantes venían de la mano de M. Fernández de 
Navarrete. En una carta dirigida a T. O’Scanlan tras la corrección de una 
remesa de artículos redactados por este último escribe: 
Aunque el Sr. Ministro desea que se comprendan en él las voces de Pesca 
y Artes de pescar, además de las del Comercio marítimo y otros ramos o 
ciencias anexas a la Marina, parece que las producciones del mar como 
los pescados, conchas, etc. propios de la Historia natural como abadejo, 
atún, 7sardina, 7atún10, 7etc. 7pudieran 7excusarse, 7pues 7si 7no 7será 7por 7solo 7esta 
clase abultadísimo el Diccionario (Diccionario 1827-60: I, 48). 
La labor de dirección de M. Fernández de Navarrete no resta para que a 
nuestro hombre no le duelan prendas al reconocer cómo el peso de la 
obra recayó en T. O’Scanlan. En su obra póstuma sobre los autores y 
estudiosos de la marinería, podemos leer cuando se ocupa de T. 
O’Scanlan: 
Estando D. Timoteo O’Scanlan de capitán del puerto de Salou, solicitó 
real permiso y privilegio exclusivo para imprimir un Vocabulario marítimo 
trilingüe que tenía concluido, y se reducía a una nomenclatura e índice de las voces 
náuticas españolas con sus correspondencias en francés y en inglés, pero sin ilustrarse o 
definirse. Este trabajo preliminar de gran auxilio a la empresa de un diccio-
nario, como fruto del estudio de un ingeniero hidráulico que había nave-
gado y poseía bien los dos idiomas extranjeros, quiso el gobierno que se 
completase y perfeccionase, para lo cual le mandó venir a Madrid. La Di-
rección Hidrográfica le facilitó todos los diccionarios castellanos que po-
 
10 La repetición es un descuido del remitente de la carta. 
 
Anonimia desvelada 39 
 
seía manuscritos, y hasta 9 extranjeros impresos. Con estos auxilios re-
dactó con incesante laboriosidad este Diccionario, comprendiendo en él 
además de las voces técnicas de náutica, maniobra, artillería, construcción 
y táctica, las de las artes de la pesca y las propias de la contratación y co-
mercio marítimo, aún con más extensión de lo que se había prevenido. Se 
imprimió precedido de nuestro discurso sobre la utilidad de los dicciona-
rios facultativos en que dimos noticias de este oficial y de los varios dic-
cionarios con que se auxilió para mejor redactar su obra (Fernández de 
Navarrete 1851: II, 720-721).11 
 
 
Lámina 2: [Martín Fernández de Navarrete (dir.)] 
Diccionario marítimo español (1831). 
 
Efectivamente, el extenso e inusual prólogo del Diccionario marítimo es 
obra de M. Fernández de Navarrete, quien procuró ese mismo año que su 
decisiva intervención en el proyecto no pasase desapercibida, pues de 
manera independiente se publicaría bajo el título siguiente: Discurso que 
sobre la utilidad de los diccionarios facultativos, con un examen de los que se han escrito 
 
11 La cursiva es mía. 
 
40 Ignacio Ahumada 
 
de marina, y con las advertencias convenientes para formarlos y corregirlos en lo sucesivo, 
escribió Don Martín Fernández de Navarrete para servir de prólogo al Diccionario 
marítimo español (Láminas 2 y 3). 
 
 
Lámina 3: Martín Fernández de Navarrete, Discurso 
sobre la utilidad de los diccionarios facultativos (1831). 
 
Estimo, en consecuencia, que M. Fernández de Navarrete debe figurar 
como mentor y director de este diccionario, T. O’Scanlan como el redac-
tor principal, M. del Castillo como colaborador12 y J. Sartorio y F. Ciscar 
como revisores, al lado, de nuevo, de M. Fernández de Navarrete. Por 
esto nada tiene de extraño que, los autores del nuevo Diccionario marítimo 
español (1864), aparte de reconocer la más que patente deuda con la obra 
de 1831, manifiesten «los elogios que no vacilamos en tributar a sus auto-
 
12 En Fernández de Navarrete (1851: II, 394): «El Señor Castillo había escrito anteriormen-
te para su propio uso e instrucción un Diccionario náutico; por cuya causa le nombró la su-
perioridad para el nuevo examen del borrador del Diccionario marítimo español, formado por 
Don Timoteo O’Scanlan». 
 
Anonimia desvelada 41 
 
res» (Lorenzo, Murga y Ferreiro 1864: 6). Pues bien, a pesar de lo que 
digo, este diccionario desde que el Museo Naval lo reedita en facsímil 
(1974 y 2003) asigna en la cubierta la autoría a Timoteo O’Scanlan. 
Acudamos, por último, al título con el que M. Fernández de Navarrete 
rotuló su prólogo: «con las advertencias para formarlos y corregirlos en lo 
sucesivo». Este diccionario se nos presenta con el fin de perpetuarlo a 
base de posteriores correcciones y adiciones. Años más tarde, apenas sin 
entusiasmo, se inicia la revisión y adición del repertorio. La realidad sería 
bien distinta. La Real Orden de 3 de mayo de 1867 declara como dicciona-
rio oficial de la marina española, ante el escaso interés por la actualización 
de un repertorio de esta envergadura, la obra publicada por José de Lo-
renzo, Gonzalo de Murga y Martín Ferreiro, Diccionario marítimo español, que 
además de las voces de navegación y maniobra en los buques de vela, contiene las equi-
valencias en francés, inglés, italiano, y las más usadas en los buques de vapor (1864) 
(Guillén 1967: 112-113), una obra –como acabo de decir– deudora en gran 
parte del repertorio de 1831, no en vano los autores eran a su vez funcio-
narios de la Dirección Hidrográfica (antiguo Depósito Hidrográfico). 
4.3. Para el Diccionario de las voces más usadas en la minería 
En el caso del Diccionario de las voces más usadas en la minería (1848), la prueba 
pericial más contundente no es otra que la siguiente leyenda en la hoja de 
respeto del ejemplar conservado en la biblioteca de la Real Academia de 
Ciencias: «Fundador, Director y Redactor pr[incip]al Felipe Naranjo y 
Garza», escrito de puño y letra del mismísimo Felipe Naranjo13 (Lámina 
4). Así lo he podido contrastar y constatar con otros escritos autógrafos 
del autor conservados en los fondos del Museo Histórico-minero de la 
Escuela Superior de Minas de Madrid. El resto –hasta cuatro– de los 
ejemplares que he podido consultar no establece en modo alguno la auto-
ría mencionada. Es más, se trata de ejemplares correspondientes a una 
tirada diferente, ya que constan de sólo 150 páginas y algunas erratas más 
que la presumible tirada original.14 
 
13 FelipeNaranjo fue elegido miembro de la Real Academia de Ciencias el 29 de enero de 
1856 (López de Azcona 1986: 102). Quede constancia en estas líneas de mi gratitud al 
Prof. Benjamín Calvo Pérez, actual Director del Museo Histórico-minero, de la Escuela 
Superior de Minas, por facilitarme el acceso a los autógrafos de F. Naranjo. 
14 Por ejemplo, aliadas aparece dentro de la microestructura de alcohol, o bien, echado, orde-
nado bajo las entradas de la letra h. Los ejemplares consultados se guardan en fondos de 
la Escuela Técnica Superior de Minas de Madrid (sigt. 78-4-4-BH), de la Escuela Técnica 
Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid (sigt. 19-C-2) y del Ins-
tituto Geológico y Minero de España (sigt. II/28-8-27 y II/22-8-21). 
 
42 Ignacio Ahumada 
 
 
 
Lámina 4: [Felipe Naranjo Garza (dir.), Diccionario de las voces más usadas en minería (1848) y 
autógrafo de Felipe Naranjo en la página de respeto del mismo ejemplar conservado en la 
Real Academia de Ciencias (Madrid). 
 
En realidad bastaría con este dato, pero si abundamos en la biografía de 
este ingeniero de minas manchego nacido en Almadén (1809) y muerto en 
Madrid (1877), encontraríamos en ella datos suficientes para presumible-
mente poder avalar la autoría. De su biografía debo señalar al menos tres 
notas determinantes: (a) entre los años 1831 y 1834 fue técnico de minas 
en Linares, Río Tinto y Almadén –de donde, recordemos, era natural– (b) 
entre 1840 y 1849, oficial primero de la secretaría de la Dirección General 
de Minas, lo que le lleva a conocer administrativamente Almadén, Alma-
denejos y Marbella, así como las inspecciones de los distritos de Almadén, 
Marbella, Santiago de Cuba, Puerto Príncipe y Filipinas y (c) en agosto de 
1849 fue designado profesor de la Escuela de Minas (López de Azcona 
1986: 99).15 Conviene no olvidar que el Diccionario se publicó un año antes 
de la incorporación de F. Naranjo al claustro de la Escuela, por lo que no 
deja de sorprender el sello de la institución ilustrando la portada del Diccio-
 
15 F. Naranjo dirigió la Escuela de Minas entre el 16 de febrero de 1857 y el 6 de noviem-
bre de 1860 (Maffei 1977 [1877]: 151). 
 
Anonimia desvelada 43 
 
nario. Ni que decir tiene que el mayor caudal de voces registradas coinci-
den con las tres demarcaciones mineras con las que F. Naranjo mantuvo 
mayor contacto: Almadén, Linares y Río Tinto. Dice en favor de nuestro 
lexicógrafo el extraordinario número de voces americanas, las que en su 
conjunto superan con creces a las tres cuencas mineras señaladas.16 
En consecuencia, nada tiene que ver con la obra que nos ocupa el inge-
niero de minas Casiano de Prado y Vallo, a quien también uno de sus 
biógrafos le había asignado la autoría. Es de todos conocido el interés de 
C. de Prado por la terminología minera, en particular, y por la terminolo-
gía científica, en general, así como su defensa a ultranza de la terminología 
castiza antes que francesa o inglesa. Que en los últimos años de su vida 
proyectara y recogiera algunos materiales para la redacción de un Dicciona-
rio de topografía, hidrografía y meteorología (Rábano 2006) llevó a M. Ovilo a 
sentar como precedente y autor del Diccionario de voces más usadas en minería a 
C. de Prado (Ovilo y Otero 1870: 8).17 
Al igual que en el Diccionario minero, este repertorio parece haber sido 
proyectado con el fin de perfeccionarlo individual o colectivamente en 
sucesivas ediciones. En la breve Advertencia se recoge como párrafo final: 
Con objeto de hacer este Diccionario tan completo como nos sea posible 
insertaremos a su conclusión un apéndice comprensivo de las voces que 
no hayan podido tener cabida en el lugar correspondiente (Anónimo 
1848: 2). 
A pesar de la declaración, nada quedó recogido al final del Diccionario 
que no sea la fe de erratas. Lo que si es cierto que tanto uno como otro 
diccionario conciben su obra atendiendo al modelo académico de revisión 
periódica, lo que no parece muy probable es que ni uno ni otro siguieran 
 
16 A esta conclusión parecen haber llegado las investigaciones de Díez de Revenga y Puche 
(2005-06: 72-73): «Esto nos sirve para marcar la trascendencia que tuvo el manuscrito 
que editamos ya que, sin haberse publicado, sirvió de base para el anónimo de 1848, y así 
establecemos la relación entre el manuscrito y el anónimo, basándonos en que el primero 
parece ser un trabajo de clase, que no se concluyó y que se conserva en la Escuela de Mi-
nas, y el segundo probablemente fue redactado en esta misma escuela por F. Naranjo y 
Garza o bajo su supervisión». Remiten los autores a un trabajo anterior presentado en 
2004 en el I Congreso Internacional de Lexicografía Hispánica celebrado en La Coruña 
(Díez de Revenga y Puche 2007: 48), en el que, además de F. Naranjo, barajan la posibili-
dad de que hubiera colaborado en el diccionario el también director de la Escuela de Mi-
nas Guillermo Schulz. 
17 Miguel González Fabre lo recoge de forma testimonial en la exhaustiva bibliografía que 
ha elaborado sobre su obra, pero no cuenta con otra referencia que la de M. Ovilo y Ote-
ro (González Fabre 2004: 653). 
 
44 Ignacio Ahumada 
 
un método colegiado durante la redacción de sus repertorios, antes bien 
nos encontramos ante una dirección efectiva y real, según acabamos de 
comprobar. 
5. Conclusiones 
En tanto el Diccionario de voces (c 1800) y el Diccionario marítimo español (1831) 
responden a ese espíritu ilustrado que alentó buena parte de la segunda 
mitad del siglo XVIII –de ahí la envergadura de ambos proyectos–, el 
Diccionario de las voces más usadas en la minería (1848), muy probablemente, se 
trate de una cuota más a ese sentido práctico que desarrolló la revolución 
industrial durante el siglo XIX, así como consecuencia de la moderniza-
ción y establecimiento firme de la enseñanza superior de la minería en 
España. Que sus hacedores nos hayan dejado suficientes huellas para que 
las obras respectivas revelen su anonimia, no es más que la conjunción del 
yo más íntimo con el espíritu de servicio a una institución o a una causa. 
En el caso que nos ocupa, a la Real Academia de la Historia, al Rey Nues-
tro Señor (Depósito Hidrográfico de Madrid) o a la Escuela de Minas de 
Madrid. 
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cográficas». 
 
Anonimia desvelada 45 
 
1831, Discurso que sobre la utilidad de los diccionarios facultativos, con un examen de los que se han escrito de 
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	SEPARATA: