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Héctor Morales Morgado
129
Nº 49 / 2014, pp. 129 - 151
Estudios Atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
Resumen
El objetivo del presente texto es recuperar y narrar los procesos his-
tóricos de la presencia afrodescendiente en la ciudad de Arica, norte 
de Chile. Más allá de la intención de construir un relato histórico que 
abarque la totalidad del fenómeno, nuestra narración está orientada a 
subrayar puntos de la historia afroariqueña que permitan dar sentido 
al actual proceso de lucha por el reconocimiento que diferentes colec-
tivos afro-descendientes vienen protagonizando en los últimos años 
en la ciudad. Partimos contextualizando el tráfico de africanos en 
América Latina, apuntando las características generales del fenómeno 
en la región. Luego, contextualizamos la presencia de los esclavos 
negros en el Virreinato del Perú, territorio político al que pertenecía 
Arica, explicando las principales rutas de llegada, etnias y los usos de 
esta mano de obra africana. Finalmente, hablaremos de las configu-
raciones de la presencia afrodescendiente actualmente en la ciudad, 
especificando algunos aspectos generales sobre su movimiento para el 
reconocimiento de una etnicidad afrochilena.
Palabras claves: esclavitud africana - diáspora - Arica - colonialismo - 
reconocimiento étnico.
Abstract
The aim of this work is to recover and narrate the historical processes 
regarding the Afro-descendent presence in Arica, a city of Northern 
Chilean territory. Beyond the intention to build a historical narrative 
that covers the whole phenomenon, the paper is oriented to highlight 
aspects of the Afro-Arican history that could help to understand 
the movements for ethnic recognition that these collectives are 
articulating nowadays. We start contextualizing the African slave-
trade to Latin America, describing the general characteristics of this 
phenomenon in the region. Afterwards, we will contextualize the 
presence of black slaves in the Viceroyalty of Peru, to which Arica used 
to belong. Finally, we will conclude debating some aspects about the 
Afro-Descendent movements nowadays in the city, specifying their 
petition for the recognition of an Afro-Chilean ethnicity.
Key words: African slavery - diaspora - Arica - colonialism - 
ethnic recognition.
Recibido: diciembre 2013. Aceptado: octubre 2014.
D Introducción
El presente artículo constituye un esfuerzo inicial por 
comprender la organización comunitaria de los colecti-
vos afrodescendientes de Arica, ciudad fronteriza en el 
extremo norte de Chile. Justamente por ello, los debates 
que aquí llevaremos a cabo devienen de (y deben ser en-
tendidos como) un proceso aún en marcha: planteados 
para incitar nuevos interrogantes, nuevos posiciona-
mientos en cuanto a la mirada a tener, más que para ser 
tomados como aportes concluyentes sobre la temática. 
Cuando nos referimos a que se trata de un primer paso, 
de un esfuerzo inicial, lo hacemos con un sentido teórico 
y metodológico específico, que nos hace centrar nuestras 
reflexiones en la necesaria constitución contextual -y 
terminantemente histórica- que conforma y delinea los 
fenómenos sociales observados a tiempo presente.
Con esto nos referimos a que nuestro proceso de inves-
tigación tiene un carácter antropológico y está centrado 
en un movimiento político actual: indaga a partir de la 
etnografía en la forma cómo los colectivos afroariqueños 
vienen enunciando su lucha en pos del reconocimiento 
formal de la etnicidad afrochilena. Pero, por otro lado, 
nuestro punto de partida ha debido reconstruir el sentido 
histórico con que miramos la constitución tanto de esta 
presencia afrodescendiente en el extremo norte chileno, 
como también la enunciación de su demanda por recono-
cimiento étnico.
En términos metodológicos, nuestro trabajo deviene 
de un proceso interdisciplinario que hace confluir dos 
12
1 Programa de Doctorado en Antropología UCN-UTA. Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo R.P. Gustavo Le Paige s.j. (IIAM), 
Universidad Católica del Norte. Gustavo Le Paige 380, San Pedro de Atacama, CP 1410000, CHILE. Email: ginvernon@ucn.cl
2 Departamento de Antropología, Universidad Alberto Hurtado; Instituto de las Migraciones, Etnicidad y Desarrollo Social (IMEDES, Espa-
ña). Almirante Barroso 10, Santiago, CP 6500620, CHILE. Email: mguizardi@uahurtado.cl
Afroariqueños: configuraciones de un 
proceso histórico de presencia
Giselle I. Duconge1 y Menara Lube Guizardi2
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estrategias de investigación. Por un lado, la revisión his-
toriográfica, realizada entre agosto de 2012 y noviembre 
de 2013, y desarrollada no solamente a partir del estu-
dio de las investigaciones académicas disponibles, sino 
también a partir de la revisión de documentos y archivos 
históricos de la Biblioteca de la Universidad de Tarapacá 
(Arica, Chile) y de los textos publicados por las organi-
zaciones sociales afroariqueñas.
Por otro lado, nuestra estrategia metodológica involu-
cró la experiencia etnográfica que llevamos a cabo desde 
mayo de 2013 junto a tres organizaciones sociales: Oro 
Negro, Lumbanga e Hijas de Azapa. Además de la obser-
vación de actividades colectivas (fiestas, movilizaciones, 
lanzamiento de libros) de las mismas, realizamos una 
serie de 18 entrevistas en profundidad con miembros de 
estas agrupaciones. Las entrevistas estuvieron centradas 
en indagar sobre la trayectoria de vida de los sujetos, a la 
vez que buscaban entender las formas cómo estos movi-
mientos se habían organizado, las principales demandas 
que enunciaban, y su postura en relación a los modos de 
comprender la identidad afroariqueña.
La decisión de iniciar una etnografía a través un proceso 
de investigación historiográfico nos remite a conside-
raciones de carácter teórico sobre la construcción de la 
mirada antropológica. Con Comaroff y Comaroff (1992: 
6-7), comprendemos que historizar la etnografía es un 
recurso obligado si lo que pretendemos es evitar repro-
ducir “cosmologías racionalistas” (y etnocéntricas) que 
reifican el logos del investigador como nexo explicativo 
de las causalidades del fenómeno que éste “observa”. Por 
otro lado, este tipo de cuestionamiento sobre la mirada 
antropológica nos sitúa en un esfuerzo de superación de 
aquello que Fabian (2014) entiende como la bipolaridad 
sincronía-diacronía naturalizada en el método etnográ-
fico. De nuestra parte, hemos traducido este intento de 
superación a modo de un énfasis teórico y empírico en 
la constitución del movimiento afroariqueño como una 
configuración cultural. 
Según Grimson (2011: 172) el concepto de configuración 
cultural “enfatiza la noción de un marco compartido por 
actores enfrentados o distintos, de articulaciones com-
plejas de la heterogeneidad social”. Cuatro serían los 
elementos constitutivos de una configuración cultural. 
Por un lado, ellas son campos de posibilidad: se refieren a 
las instituciones, representaciones y prácticas que en de-
terminado contexto son posibles o imposibles, y aquellas 
que devienen hegemónicas. En segundo lugar, las con-
figuraciones culturales suponen que, en dado contexto, 
las acciones, formas de ser y enunciar, relaciones, expe-
riencias y conocimientos guardan algún nivel de interre-
lación entre sí, pero esto no deriva en una homogeneidad 
constitutiva. La configuración cultural sería así, doble-
mente, heterogénea y heterotópica (Grimson 2011: 176). A 
su vez, y en tercer lugar, la configuración cultural, para 
ser articulada, requiere de una trama simbólica común, que 
permita vincular, aunque heterogéneamente, la cuarta 
dimensión de la configuración: el que ella resguarda, aun 
cuando asimétricamente, algo que es común y compartido 
(Grimson 2011: 177). Lo que buscaremos hacer en los 
subsecuentes apartados del texto es, justamente, subra-
yar elementos históricos que constituyen (a la vez que 
posibilitan) la emergenciaen tiempo presente de estas 
cuatro dimensiones de configuración cultural vinculadas 
al movimiento afroariqueño.
Así, aunque consideramos la historicidad de los grupos 
estudiados inabarcable como totalidad,3 entendemos 
que es imprescindible dilucidar el posicionamiento de 
nuestra mirada sobre el sentido histórico del fenómeno. 
Con esto buscamos, al mismo tiempo, situar los sujetos 
en su proceso histórico, y situar nuestra mirada como 
un elemento que recorta, altera e interpreta este mismo 
proceso. Se tratarían así de dos formas diversas de histo-
ricidad que se encuentran asimétricamente. Observados 
y observadores son entendidos aquí como constructores 
de prácticas que, incluso cuando intercambiables, son 
ubicadas en configuraciones históricas particulares. 
3 La construcción de un relato histórico que abarcara la totalidad 
del fenómeno nos parece metodológica y epistemológicamente 
improbable. Comprendemos que los fenómenos históricos son 
siempre complejos y multideterminados en sus elementos cons-
titutivos, de manera que su reconstrucción requiere siempre un 
recorte previo del investigador, quien obligadamente selecciona 
los elementos que incluirá en su cadena de sentido de la historia. 
Por esto, la recuperación del sentido histórico implica constituir 
causalidades que no pueden postularse como una relación entre 
la totalidad de fenómenos históricos de un instante dado y de 
aquel que lo precede. La reconstrucción del sentido histórico es 
siempre parcial y elaborada a partir de los elementos de confor-
mación del mismo sujeto histórico que lo ejecuta, en este caso, los 
investigadores (Aron 2000: 459).
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Giselle I. Duconge y Menara Lube Guizardi Afroariqueños: configuraciones de un proceso histórico de presencia
Este debate resulta fundamental como punto de partida 
para el presente trabajo, en la medida en que sintetiza una 
postura crítica que sirve como hilo conductor del debate. 
Esto se refiere a la necesidad de desarrollar una histori-
zación del mismo argumento de reconocimiento étnico 
de los movimientos afroariqueños, mirándolos como 
parte de un proceso histórico en el que la identidad racial 
y luego étnica ha estado presente de diferentes maneras, 
transitando hacia enunciaciones que han dialogado con 
la construcción colonial y luego nacional de las identida-
des sociales en la localidad de Arica.
 
Partiendo de estos supuestos, nuestra mirada histórica 
centraliza particularmente tres momentos de la conforma-
ción de la presencia afro en la ciudad de Arica: aquel que 
remite al proceso de colonización española, aquel que re-
mite a la conformación de los Estados-nacionales (Perú y 
Chile) en la zona, y aquel que remite a la chilenización de 
Arica a partir de 1883. La razón por la que nos centramos 
en estos tres puntos -y no en otros- se refiere a nuestra per-
cepción de que ellos juegan un rol central en la constitución 
de la relación entre las identidades (nacionales, étnicas y 
raciales), formas de ser y de estar y asignaciones de perte-
nencia en Arica. Entendemos que ellos son cruciales para 
comprender la forma como los paradigmas étnicos (Segato 
2007)4 fueron desarrollados en Arica haciendo confluir en 
la localidad unas particulares experiencias de la identidad. 
A partir de estos tres momentos históricos, subraya-
remos elementos que permitan dar sentido al actual 
proceso de lucha por el reconocimiento que diferentes co-
4 Según Segato (1999 y 2007) las categorías étnico, etnicidad y sus 
variantes fluyen en el marco de las naciones y son usadas como 
fundamentos que soportan el racismo colonial que persiste, per-
maneciendo como paradigmas reduccionistas de una ciudadanía 
de segunda clase, subordinada y adscripta, a manera de minorías 
culturales recién llegadas a la “nación imaginada”. La construc-
ción del Estado Moderno en América Latina, sobre todo tras las 
independencias, ejecutó una forma mitológica de centralización 
de la identidad, que requirió no solamente la construcción de las 
fronteras nacionales marcadas euclidianamente sobre el territo-
rio. Requirió también la invención de fronteras de adscripción 
étnica, cultural e incluso biológica entre los que pertenecen y los 
que no pertenecen a la nación. Esta última reprodujo los ideales 
de auto-representación de las elites nacionales en América Lati-
na, desarrollando un paradigma de la etnicidad que da sentido 
a la identidad nacional que excluye a las poblaciones y minorías 
presentes en el territorio.
lectivos afrodescendientes vienen protagonizando en la 
localidad. En este sentido, y aunque sin pretensiones to-
talizadoras, nuestro argumento se construirá siguiendo 
un orden que va de lo general a lo específico. Partiremos 
contextualizando el tráfico africano en América Latina, 
apuntado las características más amplias del fenómeno 
en la región. Luego, contextualizamos la presencia de los 
esclavos negros en el Virreinato del Perú, territorio polí-
tico al que pertenecía la ciudad de Arica, explicando las 
principales rutas de llegada, etnias y los empleos dados 
a esta mano de obra africana. Hablaremos además de la 
situación de los descendientes de esclavos africanos en 
Arica tras la Guerra del Pacífico (1879-1883), contexto 
histórico que marca el largo período de transición de la 
ciudad a la geografía nacional chilena.
Los dos apartados finales del texto se centran en las ex-
periencias afroariqueñas actuales, en la conformación de 
asociaciones populares. Hablaremos de las configuracio-
nes de la presencia afrodescendiente actualmente en la 
ciudad, especificando algunos aspectos generales sobre 
su lucha, y sobre su posible significado como proceso de 
reconocimiento de la etnicidad afrochilena. Asimismo, 
hacemos hincapié en que nuestro aporte hacia el análi-
sis etnográfico del fenómeno es incipiente y que lo que 
proponemos no es más que el paso previo a este mismo 
análisis: el giro de mirada que permite historizar nuestras 
indagaciones sobre el fenómeno.
D Configuraciones de la presencia africana 
 y del racismo en América Latina
El actual sistema-mundo se configura como un proceso 
geopolítico global que tiene su inicio con los viajes de 
“descubrimiento”, con la colonización de las Américas y 
con la esclavitud africana, a partir del siglo XVI. La rea-
lidad social en que vivimos no es la de los múltiples Es-
tados nacionales, sino que de un algo mayor, del que los 
Estados son parte integrante.5 Esta visión de los procesos 
5 En este sentido, se postula que este sistema-mundo cuenta y ha 
contado con “muchas instituciones, Estados y sistemas inter-
estatales, compañías de producción, marcas, clases, grupos de 
identificación de todo tipo y que estas instituciones forman una 
matriz que permite al sistema operar pero al mismo tiempo esti-
mula tanto los conflictos como las contradicciones que calan en 
el sistema” (Wallerstein 2006: 10-11).
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históricos de los Estados en su interconexión tensiona el 
supuesto de una contención fronteriza euclidiana de lo 
nacional y permite comprender la múltiple determinación 
de los fenómenos locales en el marco del surgimiento de 
la modernidad y también de su actual “desborde” (Appa-
durai 2004), con la aceleración del capitalismo y con la 
globalización. Permite, simultáneamente, elaborar de 
manera crítica la relación intrínseca entre los procesos co-
loniales en América Latina y Caribe y el paralelo “desarro-
llo” de los países del norte global que, no por casualidad, 
constituyeron en su mayoría las metrópolis coloniales.
En esta línea, la comprensión de la dimensión e impor-
tancia del tráfico en América Latina debería ser entendi-
da desde perspectivas que subrayen su transversalidad 
como fenómeno político y económico, reconociendo la 
centralidad del comercio de esclavos africanos y de la 
explotación violentade su mano de obra, como formas 
sine qua non del colonialismo (Fontaine 1980: 111-112). 
Este proceso impacta la constitución del sistema mundo 
(Wallerstein 2006: 10) en dos dimensiones que resultan 
fundamentales aquí: 1) imprimiendo en Latinoamérica 
una serie de estructuras sociales, culturales y económi-
cas que reproducen la explotación africana hasta la ac-
tualidad; y 2) constituyendo en el continente europeo las 
marcas del proceso económico de acumulación que po-
tenciará, siglos después, las revoluciones industriales, así 
como su constitución en cuanto “centro” (Dussel 1994) 
de un nuevo modo productivo.
De la mano de Gilroy (2002: 43-48) podríamos decir 
que, a pesar de que gran parte de la historiografía inter-
nacional no lo haya reconocido como tal, la recaudación 
de capitales permitidos por las “industrias esclavistas” 
constituyó una de las formas primordiales de la acumu-
lación capitalista, siendo uno de los prerrequisitos para 
el desarrollo de la revolución industrial e incluso para la 
construcción del iluminismo europeo.6
6 Este debate aparece ya en Marx (1996), quién reconoce los ele-
vados niveles de violencia del proceso de acumulación primitiva 
del capitalismo y su vinculación con la colonización y esclavitud 
africana. El autor postula, además, que estos hechos fueron sis-
temáticamente invisibilizados por la historiografía y la economía 
política decimonónicas, que han representado el nacimiento de 
la era capitalista como un proceso “idílico”: “la transformación 
de África en un campo cercado para la caza comercial a las pieles 
negras marca la aurora de la era capitalista de producción” (Marx 
El sistema colonial imprimió, a través de la esclavitud 
africana y de la explotación de las poblaciones indíge-
nas locales, dos formas jerarquizadas e interconectadas 
de control y dominio racial-social en América Latina. 
Por un lado, se institucionaliza una jerarquía racial que 
en las colonias latinoamericanas conforma y consolida 
la explotación de los negros e indígenas, justificando a 
partir de la ideología racista su supuesta inferioridad. 
Por otro lado, se consolida también una jerarquía racial 
global, que marca la diferencia entre la supuesta compo-
sición racial de Europa y Norteamérica -presumidamente 
blanca- y la composición del mundo colonizado: mestizo, 
negro, indígena. Estas dos mitologías se encuentran y 
confunden con el proceso de institucionalización de los 
Estados-nacionales ya a fines del siglo XVIII, lo que im-
plica pensar la trascendencia política del racismo como 
forma ontológica de clasificación de los “otros latinoa-
mericanos” y como estructura fundamental del Estado 
democrático moderno.
El mito moderno de la homogeneidad nacional interna, 
como trazo inequívoco de las naciones y de su unidad 
y control político, dejó marcas muy fuertes en los Esta-
dos europeos desde la revolución francesa, habiéndose 
expandido como ethos político en América Latina sobre 
todo tras las independencias.7 Entre 1870 y 1914 los mi-
tos de la homogeneidad racial se naturalizan entre los 
Estados-nacionales, fundando una idea de ciudadanía 
equivalente a una concepción de raza y de nacionalidad 
(Hobsbawm 1997: 117). La homogenización de la pobla-
ción nacional bajo la pretendida unicidad de una raza co-
mún (de una biología común) está fuertemente vinculada 
a esta presión de control último de los ciudadanos como 
forma biológica que pertenece a la nación: como la forma 
1996: 370). Para un análisis sobre la importancia del esclavismo 
africano en América Latina en la composición de acumulación 
primitiva en el capitalismo moderno, véase el trabajo clásico de 
Ianni (1978).
7 La centralización de los Estados-naciones europeos a partir de 
fines del siglo XVIII obligó a la supresión de las diferencias cultu-
rales internas (Hobsbawm 1997: 114), forjando la ideología de que 
la unidad de la nación sobre un territorio (circunscrito por unas 
fronteras euclidianamente dibujadas) ocurría gracias a una uni-
dad lingüística, étnica, racial, religiosa, artística, social y política 
(Hastings 2000: 14). Para llegar a esa unidad tuvo que ser eje-
cutada mucha violencia contra la pluralidad interna de las recién 
inventadas naciones (Appadurai 2006: 3; Hastings 2000: 18).
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Giselle I. Duconge y Menara Lube Guizardi Afroariqueños: configuraciones de un proceso histórico de presencia
viva prioritaria del proyecto de centralización política na-
cional.8 En el fondo histórico de los nacionalismos y del 
racismo existen problemas de poder, ideología y política 
que no se pueden entender únicamente como factores 
“de orden cultural” (Hobsbawm 1997: 120). 
El colonialismo, en el marco del sistema mundo -como for-
ma operante de una geopolítica y economías globales- se 
ha reproducido hasta la actualidad a través de las jerar-
quías raciales (Walsh 2004: 333). Éstas persisten a modo 
de colonialismo interno9 en las ex-colonias, aún cuando el 
colonialismo casi se haya extinguido en términos jurídi-
cos (con la independencia ratificada a niveles formales) 
(Grosfoguel 2006: 61); y aún cuando en la esfera global 
el uso del término raza como definidor de grupos o prác-
ticas sociales se haya asumido como políticamente inco-
rrecto (Casaús-Arzú 2006).
De esta manera, la invisibilidad que en ciertas áreas de 
América Latina se ha dado a la influencia e importancia 
de la presencia africana en el marco de los procesos eco-
nómicos -primero coloniales, luego nacionales- remite a 
la reproducción, en las esferas del pensamiento y de las 
ciencias sociales, de las jerarquías de raza que componen 
un elemento estructurante de las relaciones de poder en 
este contexto regional y en el sistema mundo. En este sen-
tido, la negativa en asumir el papel central de africanos y 
africanas en la composición del “nuevo mundo” remite 
a la “estructura y distribución del conocimiento en las 
Américas, que es en cambio un reflejo de la estructura 
y distribución de la riqueza, poder y status en la región” 
8 De ahí la necesidad de pensar la dimensión política del concepto 
de raza, lo que nos permitiría “situar el racismo desde el Estado, 
no solo como una ideología de la diferencia y de la desigualdad; no 
solo como forma de dominación y opresión entre grupos étnicos, 
sino como una lógica del exterminio y de la exclusión, como una 
tecnología del poder” (Casaús-Arzú 2006: 11).
9 Aquí reincidimos en las reflexiones de González (2003: 3), para 
quién: “el colonialismo interno está originalmente ligado a fenó-
menos de conquista, en los que las poblaciones de nativos no son 
exterminadas y forman parte, primero del Estado colonizador 
y después del Estado que adquiere una independencia formal, 
o que inicia un proceso de liberación, de transición al socialis-
mo, o de recolonización y regreso al capitalismo neoliberal. Los 
pueblos, minorías o naciones colonizadas por el Estado-nación 
sufren condiciones semejantes a las que los caracterizan en el co-
lonialismo y el neocolonialismo a nivel internacional”.
(Fontaine 1980: 111).10 Corregir esta asimetría resulta 
fundamental no solamente en el sentido de redimensio-
nar los procesos de exclusión social a los que diferentes 
grupos están expuestos (Bello y Rangel 2002), sino que 
también implica un importante movimiento de cuestio-
namiento de la colonialidad del saber.11 La distorsión de la 
importancia de la presencia africana en lo que se refiere 
a la comprensión de la construcción político-económica 
de América Latina y del Caribe es, simultáneamente, un 
problema a ser pensado desde la sociología del conoci-
miento (Fontaine 1980: 112), puesto que implica repen-
sar la forma como la categoría de desigualdad social y 
discriminación racial se plasman y se reproducen en las 
esferas académicas (Restrepo 2004; Walsh 2004).
Con todo, la historia del tráfico africano hacia las Amé-
ricas es difícil de rastrear y aún más difícil de cuantificar 
(Eltis 2001;Lovejoy 1982). Esto remite directamente 
a las características de la actividad: al modus operandi 
de la industria del saqueo, piratería y de la guerra que 
permitió la institucionalización -por parte de las más 
importantes naciones europeas- del comercio huma-
no de personas retiradas de África.12 Los registros eran 
imprecisos, en parte debido al hecho de que al lado de 
la “industria formal” de la esclavitud, se desarrollaba la 
industria del comercio ilegal de africanos, tan o más lu-
crativa que la primera. Esta segunda, debido a sus par-
ticulares características contraventoras, ha dejado poco 
o ningún registro. Lo que sí se estima es que el primer 
navío transportando esclavos africanos a las Américas 
10 Bello y Rangel (2002: 40) concuerdan con esta percepción cuan-
do afirman que, en América Latina y el Caribe, aún hoy en día, “el 
origen étnico racial influye de manera importante en la posición 
que ocupan las personas dentro de la estructura social, siendo 
la discriminación y la exclusión los mecanismos a través de los 
cuales un grupo dominante mantiene y justifica la subordinación 
social y económica de otros, reproduciendo y perpetuando la in-
equidad”.
11 Comprendida esta última como la constitución de una epistemo-
logía, de categorías y estructuras del conocimiento que reprodu-
cen los regímenes de pensamiento coloniales, a la vez que salva-
guardan la interrelación y permanencia de formas modernas de 
explotación y/o dominación (Maldonado-Torres 2007: 129-130).
12 Como discuten Patterson y Kelley (2000: 13) y Gilroy (2002:17), 
la dificultad de cuantificar y dimensionar el tráfico de esclavos 
con exactitud se debe también a la invisibilización de la influencia 
e importancia africana en la construcción de la sociedad capitalis-
ta moderna.
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desembarcó en Puerto Rico en 1519 (Eltis 2001: 17).13 No 
obstante, el tráfico había sido iniciado por Portugal ya en 
el siglo XV (Klein 2010: 9) y seguido luego por España y 
otros países europeos en ese mismo siglo. Los registros 
dan cuenta de viajes de navíos portugueses expresamen-
te imbuidos en la tarea de aprisionar africanos para el 
trabajo esclavo ya en 1441 (Russell-Wood 1978:16). En-
tre esta fecha y 1519, no obstante, estos esclavos fueron 
destinados únicamente a puertos europeos y a los recién 
invadidos archipiélagos de Madeiras y Canarias, en el 
Atlántico europeo (Eltis 2001: 17).
Los portugueses ocuparon durante casi cuatro siglos un 
papel central en este tráfico y la progresión del número 
de africanos transportados por navíos de esta nacionali-
dad nos apunta a las dimensiones del crecimiento de este 
“mercado”.14 En términos totales, aunque no se conoce el 
número exacto de africanos desplazados hacia las Améri-
cas, se calcula que la cifra varíe entre 10 y 20 millones de 
personas (entre el siglo XVI y el XIX), constituyendo uno 
de los tres movimientos poblacionales más expresivos 
de la era capitalista (Sutcliffe 1998: 57). Y consolidando, 
además, la “migración” forzosa más violenta y amplia de 
la historia de la humanidad hasta la fecha (Cáceres 2001: 
10; Lovejoy 1992: 473).15 Asimismo, hay que considerar 
13 Esto no quita la posibilidad de que esclavos y descendientes de 
esclavos hayan sido traídos a las Américas desde el viaje de Co-
lombo, trabajando en los navíos. En este caso, no se trata del trá-
fico específico de africanos a las colonias, sino una expresión de 
su uso en Europa. De ahí que el autor considere que el tráfico en 
sí mismo hacia el nuevo mundo haya sido iniciado con el primer 
navío destinado para este fin, en 1519 (Eltis, 2001:17).
14 Entre 1450 y 1460 los navíos lusitanos transportaron 800 afri-
canos por año; entre 1460 y 1480, este número sube a 1500 
esclavos, pasando a 2000 entre 1480 y 1500 y, finalmente, a la 
cantidad de 3000 africanos anuales en 1510 (Klein, 2010: 11).
15 Investigadores dedicados al estudio de los africanos y afro-des-
cendientes en diferentes contextos de las Américas han generado 
una especie de consenso sobre cómo definir este desplazamiento 
humano, prefiriendo el término “diáspora”, al término “migra-
ción”. Según Butler (2007), Gordon y Anderson (1999) y Yelv-
ington (2001) el término “diáspora” se adecua mejor a la expe-
riencia afro-descendiente por permitir entender la manera como 
los sujetos y grupos constituyen activamente su sentido de perte-
nencia e identidad. Según Butler (2007) el concepto diáspora ha-
ría referencia a que: “en primer lugar, el grupo de salida tiene dos 
o más destinos, creando, en lugar de la bipolaridad, la dispersión 
implícita en el término diáspora (…). En segundo lugar, hay que 
mantener alguna relación con la tierra de origen [homeland], no 
que las embarcaciones que transportaban a estos africa-
nos presentaban condiciones severamente precarias. Lo-
vejoy (1982: 481-491) calcula que entre un 15% y 25% de 
los sujetos no llegaban con vida a su destino. Dadas estas 
circunstancias, es posible suponer que la cantidad de per-
sonas efectivamente retiradas del continente sea bastante 
superior al número de africanos que aportaron con vida 
al nuevo mundo.
Otro dato relevante, al que podemos acompañar obser-
vando las transformaciones que la industria portuguesa 
del tráfico sufrió, se refiere a los sitios de origen de los afri-
canos esclavizados, y también a los principales puertos de 
partida en el continente. Como cita Klein (2010: 10-12), 
entre 1440 y 1512, los portugueses realizaron incursiones 
africanas en las regiones de Mauritania, Senegambia y en 
la Costa del Oro. A través de estas incursiones aprisiona-
ron africanos de los actuales territorios de Senegal, Gam-
bia, Cabo Verde y del Golfo de Guinea. A partir de 1512, 
los portugueses logran asociarse al rey del Congo, con lo 
que el aprisionamiento de esclavos se expande por toda la 
costa occidental africana. A partir de 1576, con la invasión 
del reino de Luanda, los portugueses fundan allí lo que 
sería, hasta el siglo XIX, uno de los principales puertos de 
“exportación” de esclavos en África, incursionando conti-
nente adentro en esta latitud.16 
Más allá de la importante participación de los portu-
gueses, la esclavitud negra fue una parte sustancial de 
los emprendimientos económicos también de ingle-
ses: siete de cada diez navíos transportando esclavos 
portaban banderas de estas dos nacionalidades (El-
tis 2001: 20). Pero franceses, holandeses y españoles 
también participaron activamente en el “negocio”. Los 
importando si esta continúa o no existiendo después de la disper-
sión diaspórica. En tercer lugar, debe haber una identidad común 
entre los del grupo diaspórico. Finalmente, la diáspora tiene que 
persistir por dos o más generaciones” (Butler 2007:126. Traduc-
ción de las autoras).
16 Cáceres (2001:10) sintetiza los principales sitios de origen de los 
africanos esclavizados en las Américas confirmando que ellos 
provenían de las siguientes regiones principales: la Costa del Oro 
(saliendo de los puertos de Cabo Coast Castle y Anomabu), de la 
Bahía de Benín (saliendo del puerto de Whydah, hoy día conoci-
do como Dahomey), la bahía de Biafra (de los puertos Bonny y 
Calabar), y de África centro-occidental (de los puertos de Cabin-
da, Benguela y Luanda). 
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Giselle I. Duconge y Menara Lube Guizardi Afroariqueños: configuraciones de un proceso histórico de presencia
portugueses habrían controlado el tráfico hasta 1640 
y después de 1807. Los británicos habrían asumido el 
control en los momentos intermedios a estas dos fechas 
(Eltis 2001: 20). Según Eltis, “los traficantes france-
ses, holandeses, españoles, daneses y estadounidenses 
aparecen como pequeños jugadores en comparación 
[con británicos y portugueses] pese a que en algunos 
momentos específicos, estos países asumieron impor-
tancia en el tráfico” (traducción propia). Esen el marco 
de la importancia macro-económica representada por 
el tráfico de africanos para las colonias, y de su funda-
mental articulación con los procesos de acumulación de 
las más ricas naciones europeas del período moderno, 
que podemos explicar por qué desde inicios del siglo 
XVI y hasta fines del siglo XIX, el flujo esclavista hacia 
las Américas -del norte, centro, sur y el Caribe- no se ha 
detenido. El proceso se finaliza, al menos formalmente, 
en 1888 cuando Brasil declara ilegal el uso de mano de 
obra esclava africana.17 
En relación al tráfico de esclavos africanos y su uso en las 
colonias españolas, hay algunas salvedades que subrayar. 
En lo que concierne a los doscientos primeros años de la 
explotación de la esclavitud negra (siglos XV y XVI), Es-
paña prefirió entregar a terceros el tráfico, concediendo 
“derechos de explotación” de la venta de africanos a las 
Américas, denominados asientos (Eltis 2000: 23). Esto 
incidió en que gran parte del tráfico hacia la América his-
pánica estuviera a cargo de navíos de otras nacionalida-
des, especialmente portugueses. A partir del siglo XVI, 
no obstante, esta realidad cambió con el protagonismo 
de los británicos entre aquellos que más transportaban 
negros a las colonias españolas.Este predominio se hace 
notar especialmente entre los siglos XVI y XVIII, tras los 
tratados de paz firmados entre Inglaterra y España en 
Utrech (Tratado de Asiento). A partir de este acuerdo, In-
glaterra gana el “derecho” de explotar el tráfico de negros 
entre África y las colonias españolas de las Indias Occi-
dentales, entregando a éstas un total de 4800 negros por 
año (Marx 1996: 377). 
17 Cuba y Brasil fueron los dos últimos países del globo en “erradi-
car”, por lo menos jurídicamente, el esclavismo africano: Cuba en 
1886 y Brasil en 1888 (Levine 1989: 202). Se sabe, además, que 
Brasil fue el país receptor prioritario de africanos: aproximada-
mente 4 millones desembarcaron en el país entre los siglos XVI y 
XIX (Eltis 2001: 44).
El tratado permitió que los ingleses incrementasen para-
lelamente el contrabando de africanos, de manera que se 
supone que esta cuota de esclavos significase muy poco 
del total de seres vivos llevados por naves británicas a la 
América hispánica (Marx 1996: 378).18 A fines del siglo 
XVIII, tras asumir el control de la Bahía de Biafra en Áfri-
ca, los españoles reasumen cierta potestad sobre el tráfico 
de esclavos a sus colonias, pasando a exportar sistemá-
ticamente a Cuba, última de sus colonias en independi-
zarse, y última de las colonias hispánicas en erradicar la 
esclavitud (Eltis 2001: 23). Así, el tráfico de africanos a 
las colonias controladas por España ha sido predominan-
temente llevado a cabo por portugueses y británicos. 
Entre las rutas desarrolladas por los portugueses hacia 
la América hispánica, fueron fundamentales aquellas 
que tenían como puerto inicial americano a las ciudades 
de Río de Janeiro y Salvador de Bahía. Entre las princi-
pales rutas de distribución de los esclavos africanos a la 
América española, se destaca aquella que, controlada por 
lusitanos, aportaba a Salvador de Bahía, siguiendo luego 
a Buenos Aires, Tucumán y Lima (Cáceres 2001: 10). Es 
relevante también la ruta que llegaba al continente por 
América Central, llegando a territorios andinos a través 
de la entrada al Virreinato Peruano por el puerto de Tru-
jillo, desde donde los esclavos eran distribuidos a otras 
localidades del mundo colonial español. 
Los sitios prioritarios de destino de los africanos en las 
colonias hispánicas se situaban en el Caribe y Centro 
América. En las colonias sudamericanas se utilizaba ma-
yormente la mano de obra indígena local, aunque tam-
bién se destinaron esclavos africanos prioritariamente 
a localidades que hoy pertenecen a Venezuela, Ecuador, 
Colombia y Perú. En este sentido, en lo que a la América 
hispánica se refiere, se podría decir que entre los gran-
des puertos de recepción del tráfico de esclavos que se 
conocen, se cuentan: Cartagena (Colombia), Portobelo 
(Panamá), la Guaira y Cumaná (Venezuela), Buenos Ai-
res (Argentina), Lima y Callao (Perú) (Whitten y Friede-
mann 1974).
18 Así, de acuerdo con Marx (1996), la predominancia de los britá-
nicos como contrabandistas de africanos al Nuevo Mundo no es 
una casualidad: es parte sine qua non del proceso de acumulación 
que ha permitido a Inglaterra consolidar su dominio económico, 
años más tarde, en su revolución industrial.
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Como mencionamos anteriormente, el mantenimiento 
de este tráfico africano se relaciona fundamentalmente 
con la rentabilidad que la esclavitud proporcionaba en 
suelos coloniales.19 Esto, en parte, influyó de manera de-
terminante a que, en términos historiográficos, los pri-
meros trabajos que dan cuenta de la presencia negra en la 
América hispánica estuvieran asociados a los problemas 
y beneficios coloniales que trajo consigo esta trata negre-
ra. De ahí se desprende el importante desarrollo del tema 
desde una perspectiva de la circulación, el comercio y el 
tráfico (Cortés 1963; Whitten y Friedemann 1974). Lue-
go, la población afro fue transitando entre la esclavitud 
como institución jurídicamente aceptada y legitimada 
por grupos dominantes, y las sumisiones o escapes aso-
ciados al contingente negro en aquella época (San Martín 
2007: 197). Simultáneamente, los africanos y sus des-
cendientes fueron mezclándose con la población autóc-
tona y con los europeos residentes en estas tierras, en un 
proceso que les ha “integrado” a las estructuras raciales 
y de desigualdades latinoamericanas. En el apartado que 
sigue, nos dedicaremos a transitar desde esta configu-
ración más amplia, a una configuración local particular. 
Nos dedicaremos a especificar este proceso de “incorpo-
ración” de africanos a la ciudad de Arica.
D Configuraciones de la presencia africana 
 en Arica: el Virreinato Peruano hasta la 
 República Chilena
Antes de abordar específicamente la presencia africana 
en Arica, conviene dedicar unas cuantas líneas a la ubi-
cación de la ciudad en la actual división territorial del Es-
tado chileno. Localizada en el área conocida como Norte 
Grande, Arica es el asentamiento urbano más septen-
trional del país. El Norte Grande engloba a un territorio 
desértico, perteneciente al ecosistema del Atacama, y que 
está constituido por tres regiones de la actual división 
político-administrativa chilena. La primera de ellas es la 
región de Arica y Parinacota (capital en Arica), que colin-
19 Sobre esta rentabilidad, basta con afirmar que, durante la prime-
ra mitad del siglo XVIII en Brasil, el coste de adquisición de un 
esclavo se amortizaba con un período de entre trece y dieciséis 
meses de trabajo del mismo. Incluso en los momentos de encare-
cimiento del valor del africano en el mercado brasileño, como en 
inicios de 1700, la amortización ocurría en un intervalo máximo 
de treinta meses (Fausto 1995: 27).
da con Perú. Al sur está la región de Tarapacá (con capital 
en Iquique) y, al sur de ésta, la región de Antofagasta (con 
capital en Antofagasta). Las tres capitales regionales se 
sitúan en la costa pacífica, constituyéndose, histórica-
mente, como puertos. 
El territorio del Norte Grande fue anexado a la geogra-
fía nacional chilena después del conflicto con los veci-
nos Perú y Bolivia a fines del siglo XIX, al que se conoce 
como la Guerra del Pacífico o del Salitre (1879-1883). 
Este enfrentamiento militar ocupó un papel central, 
tanto en lo que concierne a la configuración territo-
rial de las tres naciones, como en lo que se refiere a la 
constitución del mismo principio de nación por parte 
del Estado chileno. La creación de la frontera norte de 
Chile después de la guerra impactó fundamentalmen-
te la ciudad de Arica, que fue disputada por este país y 
por el Perú hasta la tercera década del siglo XX. Tras el 
conflicto, el territorioal sur del antiguo departamento 
peruano de Tacna, al que pertenecían las ciudades “sia-
mesas” Tacna y Arica (González 2008: 13), estuvo ocu-
pado por el ejército chileno y constituyó una zona en 
litigio. El litigio fue “solucionado” en junio 1929 (Gon-
zález 2008: 14): Tacna pasó definitivamente a Perú y 
Arica a Chile (Podestá 2011: 124). Esta división rompió 
parte de la dinámica económica, social y política entre 
las dos ciudades, impactando la complementariedad 
económica de Arica como el histórico puerto de la capi-
tal departamental, Tacna. 
Así, podemos afirmar que Arica, durante siglos, se ha 
visto marcada por las múltiples tensiones y adscripciones 
socio-políticas, por flujos migratorios en diversos senti-
dos (y motivados por factores que van desde las prácticas 
culturales históricas en la zona, hasta la invasión y per-
secución militar). La ciudad se ha identificado primero 
como parte del Virreinato del Perú hasta el año 1821 en 
el período Colonial, luego como parte del Estado nacio-
nal peruano (desde 1821 hasta 1883). Como explicitamos 
anteriormente, constituyó zona de litigio entre Chile y 
Perú (entre 1883 y 1929), para finalmente adscribirse al 
Estado nacional chileno desde 1929 (Díaz 2010: 160). 
En este sentido, para entender el proceso histórico de la 
presencia africana y afrodescendiente en Arica, tenemos 
que remitirnos al pasado colonial de la ciudad, en el mar-
co del Virreinato del Perú, y luego a su participación en 
la república peruana. Solamente así podemos situar su 
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Giselle I. Duconge y Menara Lube Guizardi Afroariqueños: configuraciones de un proceso histórico de presencia
importancia como puerto receptor de esclavos africanos 
en el territorio desértico de la costa pacífica.
El Virreinato del Perú constituyó uno de los principales 
ejes económicos de la colonización de la América hispá-
nica. A través de los puertos peruanos los africanos fue-
ron introducidos al mundo andino. El uso inicial de su 
mano de obra para la extracción de metales preciosos en 
el actual territorio del Perú fue lo que estableció la condi-
ción económica primordial que motivó su introducción 
en el litoral del Pacífico. No obstante, tras los primeros 
años, los africanos pasaron a ser utilizados en todo tipo 
de trabajo, desde las más diversas faenas agrícolas, pa-
sando por la cría de ganado, hasta los trabajos domésti-
cos y urbanos.
Según Cairati (2011: 122), “no se puede establecer con 
certidumbre la procedencia geográfica de los africanos 
que llegaron al Virreinato del Perú”. Pero los que lle-
garon es posible que hayan transitado a través de dos 
rutas. La primera era el camino costero hacia el norte 
de Lima, lo que involucraba el circuito Lima – Tum-
bes, pasando por todos los valles de la costa norte del 
Perú. La segunda ruta transitaba por el camino costero 
hacia el sur, navegando entre Lima – Chincha (Puerto 
de Tambo de Mora), Pisco – Ica, Nazca – Arequipa – 
Arica. Es probable que los primeros esclavos que entra-
ron al litoral del Pacífico fueran traídos directamente 
de África Occidental (Whitten y Friedemann 1974), 
posiblemente de Mauritania, Senegambia y en la Costa 
del Oro (Klein 2010: 10-11). De ahí también procedían 
los esclavos que venían de la península Ibérica, que ya 
estaban “hispanizados” (cristianizados y hablando len-
guas románicas) y que fueron los primeros en llegar a 
América (Klein 2010: 10).20 No obstante, a partir del 
siglo XVII con el control asumido por los portugueses 
en la costa del Congo, en Luanda y en demás regiones 
del occidente africano, se conoce que llegaron esclavos 
20 A partir de 1530 los esclavos pasan a ser mandados directamen-
te de África a las Américas, a través del puerto africano de San 
Tomé. Esto eliminaba el período de estadía de los esclavos en la 
península Ibérica, y marca un fuerte cambio en la “industria es-
clavista”, en la medida en que ésta se reviste de otros sistemas de 
dominio por medio de la fuerza. Este cambio, a su vez, redujo los 
costes de la “exportación” de esclavos al nuevo mundo, poten-
ciando los lucros de la empresa esclavista portuguesa y española 
(Klein 2010: 11). 
africanos al Virreinato del Perú desde diversos orígenes. 
Según Lucía Charún-Illescas, las etnias21 que encontra-
ron y que se mezclaron en el Perú eran los:
 “Carabalí, procedentes de la región del Calabar, al suroeste de 
Nigeria, Lucumí, de etnia Yoruba, Mandinga, procedentes de la 
zona entre Senegal y el Golfo de Benín, Mina, hombres de la re-
gión cerca de la Costa de Oro y el área conocida como Costa de 
los esclavos, Congos y Mondongos, etnias de Congo” (Charún-
Illescas 2001: 15).
La mano de obra esclava desde su entrada al Perú, fue 
distribuida en diferentes puntos del territorio: 
“Después de la venta, los esclavos eran trasplantados en diferen-
tes zonas costeras, donde se produjeron fenómenos de mestizaje 
biológico, social y cultural de los que proceden las actuales comu-
nidades afro-descendientes, en las regiones de Piura, Lambaye-
que, Lima, Chincha, Pisco, Ica y Tacna” (Cairati 2011: 123). 
Obsérvese que en este segundo relato se menciona a Tac-
na como centro receptor, pero no se cita a Arica, pese a 
que esta segunda ciudad fuera el principal y más cercano 
puerto de la capital provincial. Aún así, el texto nos permi-
te establecer dos informaciones centrales. La primera de 
ellas guarda relación con el hecho de que la incorporación 
dinámica y multifacética del africano a la sociedad colonial 
peruana, ya profundamente pluriétnica desde su constitu-
ción inicial, fue entonces un hecho incuestionable.22 
21 Como discute Líbano-Soares (2002), la definición de las etnias 
de origen son parte del mismo proceso colonial de etnificación de 
los negros. En un número significativo de casos los africanos re-
cibían como “origen” en los registros el nombre del puerto/ciudad 
de donde habían partido en África. Estas clasificaciones étnicas 
son fruto de la misma “industria del tráfico”.
22 Cabría matizar, no obstante, la magnitud de la esclavitud negra 
en el Perú, observando que ahí se contó menos con la fuerza de 
trabajo africana que otros países latinoamericanos. Pues, “…a 
diferencia de Haití, el Perú no era una sociedad esclavista. La 
proporción de esclavos era muy inferior a la de sociedades como 
Haití, Cuba o Brasil, y el aporte económico de la esclavitud, si bien 
era importante, no representaba un interés vital para la economía 
peruana. De todas maneras, la esclavitud en el Perú representaba 
una fuente importante de ingresos y prestigio social (no sólo para 
las clases dominantes) y un mecanismo de control social altamen-
te valorado por las elites, de manera que cualquier proyecto para 
liquidarla era visto necesariamente como un ataque a la propiedad 
y el orden social. Aunque hubo posturas contrarias a la esclavitud 
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Por otro lado, la segunda de las informaciones que pode-
mos destacar, se refiere a que Arica era parte de este con-
texto de recepción de africanos en el Virreinato del Perú, 
conectada como estaba a las rutas de distribución de es-
clavos en la costa pacífica, estando funcionalmente ligada 
a centros importantes en aquel entonces, como Arequipa 
y Tacna. En este sentido, el puerto de Arica estuvo aso-
ciado a la trata de esclavos, y luego la zona urbana y rural 
de la ciudad jugaron un papel fundamental en cuanto a la 
entrada y asentamiento de las colectividades de africanos 
que han llegado al puerto ariqueño.
Coherentes con el propósito de visibilizar la importancia 
de la presencia afrodescendiente en este contexto arique-
ño (tanto en la composición de las realidades coloniales, 
como en las nacionales), cabría preguntarse qué rol social 
ha jugado la presencia negra en Arica en lo que se refiere 
a los procesos de formación de la sociedad civil local en 
la Coloniay después de ella, en el marco del Estado pe-
ruano y también del Estado chileno. En este sentido, es 
posible dar seguimiento a registros documentales23 e in-
vestigaciones regionales que se han llevado a cabo sobre 
la presencia africana en Arica, mayoritariamente, desde 
perspectivas jurídicas (Rivera y Rubio 2012), históricas 
(Briones 1991), turísticas, (Narváez 2008), patrimonia-
les (Araya 1999), y arqueológicas (Galecio 2011).
Estas investigaciones y documentos han vinculado los 
africanos en Arica a la minería, a la agricultura, a las 
labores manuales y a los servicios domésticos, entre 
otras ocupaciones urbanas (Briones 1991: 12). Algunos 
autores que han trabajado con los censos expuestos por 
Wormald,24 como es el caso del de 1871, han fundamen-
(generalmente en la forma de sugerencias en favor de una aboli-
ción gradual), no existió en el Perú un movimiento abolicionista 
sostenido, y mucho menos propuestas que pusieran a los propios 
esclavos en capacidad de decidir su futuro” (Aguirre 2005: 18-19).
23 Las principales fuentes de información sobre la presencia de afri-
canos en Arica estaría recopilada en los Archivos Documentales 
Vicente Dagnino, Universidad de Tarapacá, Arica. Informaciones 
muy relevantes pueden encontrarse también en el Archivo Regio-
nal de Tacna, en el Archivo Histórico de Lima, específicamente en 
sus fondos Coloniales y Republicanos y en el Archivo Nacional 
Histórico de la ciudad de Santiago de Chile. 
24 Alfredo Wormald Cruz fue un eminente historiador ariqueño que 
investigó y publicó trabajos sobre la historia regional de Arica. 
Entre ellos, algunos asociados a los censos de población de 1871 y 
1876 de la ciudad.
tado el criterio de que existió una cantidad considerable 
de población negra en Arica, basándose en la afirmación 
de que entre negros y mestizos de negros constituían el 
58% de la población local (Wormald 1966 [1903]: 161). 
Briones (1991 y 2004) afirma que el sur peruano y el 
norte chileno habrían concentrado una parte importante 
de la población africana y afrodescendiente que aportó a 
la costa pacífica, y que “dentro de este territorio destaca 
Arica que, por presentar condiciones climáticas especia-
les, fue una zona favorable para el asentamiento de pobla-
ción negra” (Briones 1991: 15).25 Aún sobre la numerosa 
presencia en Arica, comenta Artal (2011): 
“La población negra en Arica siempre fue numerosa. El año 1555 
Carlos V acordó al ex gobernador del Perú, licenciado Cristóbal 
Vaca de Castro, en reconocimiento a los valiosos servicios pres-
tados a la Corona, la internación en ese país de 500 piezas de 
ébano libres de derechos. Tal merced constituyó un espléndido 
regalo, pues en esos años el impuesto de entrada por cada negro 
ascendía a 80 ducados, más el 6% sobre 160 pesos, valor en que, 
según parece, se estimaba el costo de la pieza. Pues bien, cuando 
se concedió dicho premio a Vaca de Castro, ya había en Perú más 
de 1.200 negros distribuidos en varios sitios de la costa. Y uno de 
esos sitios era Arica” (Artal 2011: 3).
Según Briones (1991), existió entre los años 1690 y 1740 
un comercio dedicado exclusivamente a la compraventa 
de negros en la ciudad, el cual se habría ubicado en el Valle 
de Lluta (en una de las salidas de la ciudad, en dirección al 
interior altiplánico). Este comercio habría estado a cargo 
de Francisco Yáñez, Ambrosio Sánchez, Pedro Sabarburu 
y Luis Carrasco, propietarios de los llamados “Criaderos 
de Negros”. Estos “criaderos” consistían en negocios en 
los cuales se compraban mujeres y hombres negros a los 
que mantenían en cuarentena y encerraban en establos 
para que se reprodujeran. Luego el dueño de las “piezas”, 
bautizaba a todas las criaturas nacidas con su apellido, 
inscribiéndolas con el nombre de su madre y agregan-
do que eran hijos de “padre desconocido”. Los dueños 
25 Consideramos que las explicaciones de Briones acerca de las 
condiciones climáticas no son suficientes para asumirlas como 
razones determinantes del asentamiento durante siglos de pobla-
ciones africanas y de su descendencia en Arica. Valdría la pena 
rescatar la asunción de que existen factores económicos, políticos 
y sociales por detrás de la permanencia de africanos en la ciudad, 
y que esto nos permita relativizar el determinismo ambiental 
como factor explicativo.
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y amos de estas “piezas” llegaban a realizar más de seis 
bautizos simultáneos y entre los niños no había más que 
algunos meses de diferencia (Wormald 1966 [1903]: 159). 
Pero la existencia y persistencia de estos “criaderos” 
son objeto de debate entre estudiosos del tema. Entre 
algunos historiadores santiaguinos e investigadores del 
norte de Chile hay una aparente falta de consenso sobre 
su presencia en territorio ariqueño. La postura santia-
guina es la de cuestionar la veracidad de la existencia de 
los “Criaderos de Negros” y del mercado de esclavos de 
Arica. Indagan también sobre la importancia numérica 
de esta presencia africana, en parte cuestionando los nú-
meros censales presentados en el período en que Arica 
integraba la república peruana. Consideramos oportuno 
hacer referencia a que no hemos encontrado información 
en la literatura consultada que apoye la postura santia-
guina. Por otro lado, sí pudimos consignar que existen 
antecedentes de investigaciones arqueológicas en suelo 
ariqueño de elaboración de dos expedientes técnicos para 
la declaración de Monumentos Históricos, entre los que 
se encuentra el Informe “Casa Criadero de Esclavos” en 
el sector de Molle Pampa, Valle de Lluta (Galecio 2011).
Más allá de la existencia de los “criaderos”, lo que sí po-
demos observar es que la explotación de africanos en 
Arica siguió su rumbo hasta 1854, cuando se elimina for-
malmente la esclavitud negra en el Perú (Aguirre 2005: 
18; Cairati 2011: 126). Pero ya antes de la abolición “una 
parte de los negros esclavos del Virreinato en Arica fue-
ron comprando su libertad” (Briones 1991: 8). Briones no 
específica la manera en que esto ocurría, pero gracias a 
disposiciones legales asociadas al movimiento de inde-
pendencia de las repúblicas latinoamericanas (poco des-
pués de 1821), se emitió desde Lima la ley de “libertad 
de vientres” para todo el Perú (Cairati 2011: 126). La ley 
constituyó una de las razones concretas que legitimó el 
nacimiento de afrodescendientes no esclavizados, que 
pasaron a desarrollarse como “trabajadores libres” en di-
versas ocupaciones en el ambiente rural y urbano. Tras la 
abolición de la esclavitud, los africanos transitaron por 
el período republicano peruano desempeñándose como 
pequeños propietarios de negocios, trabajadores asala-
riados y productores agrícolas.
Lo que también habría que subrayar es que, en territorio 
ariqueño, la población afrodescendiente -antes y después 
de la abolición de la esclavitud- configuró un hábitat pro-
pio. Ejemplo de ello es el barrio negro conocido como 
Lumbanga y los valles productivos de Lluta y Azapa, 
permaneciendo en estos espacios desde 1854 y hasta el 
estallar del conflicto armado con Chile y Bolivia. Este 
segmento de la sociedad civil ariqueña fue impactado 
de manera sensible por los cambios sociopolíticos más 
contundentes que sacudieron a esta zona en su incorpo-
ración al territorio chileno y su transformación en terri-
torio fronterizo, ambos procesos asociados a la Guerra 
del Pacífico. 
Así, los afroariqueños también lidiaron con las negocia-
ciones entre el Estado chileno y el peruano posteriores al 
conflicto y fueron unos de los protagonistas de las masi-
vas migraciones de ciudadanos peruanos hacia el sur de 
Perú, como resultado de la victoria de Chile. El predomi-
nio chileno da inicio, simultáneamente, a la oficialización 
del proceso de chilenización y blanqueamiento racial que 
tuvo lugar en el territorio (Urquhart 2008: 28). La guerratiene, en este contexto, un papel fundamental a la hora 
de redimensionar las construcciones identitarias que im-
pactarían sobremanera a negros e indígenas en el Norte 
Grande. Sobre este particular, Díaz expresa: 
“Arica posee una profundidad histórica que se amplifica en su 
perspectiva temporal, mucho más allá de los episodios bélicos vin-
culados a la Guerra del Pacífico y la correspondiente anexión del 
territorio y sus gentes a la soberanía chilena. Lo que gravita la 
debida reformulación de interrogantes que permitan problemati-
zar una sociedad local que posee una diversidad de historias, que 
se hunden en la ciudadanía peruana como entre las poblaciones 
indígenas andinas, en los afro-descendientes o en los migrantes 
extranjeros, siendo un crisol donde confluyen identidades cultu-
rales diversas” (Díaz 2010: 182).
Luego del Tratado de Ancón (1883) entre Chile y Perú, 
que determinó el final de la guerra, se hicieron una se-
rie de pactos asociados a la administración de Tacna y 
Arica, que durante años quedó a cargo de Chile. Poco 
a poco, muchos de esos acuerdos fueron perdiendo 
validez debido a los dilatados desencuentros entre las 
partes. Dando paso a años en los que el poder burocrá-
tico y político chileno pudo operar en pro de un proceso 
de chilenización o de imposición de la “chilenidad” en 
estos territorios, encargándose de manera particular, 
de “concientizar” y nacionalizar a la población local de 
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Arica. Primero con fines electorales y luego para vali-
dar el poder estatal chileno de manera permanente en 
el territorio. Dicho proceso operó a través de diversas 
perspectivas que se resumen en la exaltación de los 
símbolos patrios, la aplicación de un ordenamiento ju-
rídico, la instauración de su aparataje burocrático y mi-
litar, y el sistema escolar. Curas párrocos o empleados 
civiles, operaron (al parecer) bajo la lógica de “integrar 
a todos”, y mediante cualquier método, a la comunidad 
imaginada chilena. 
Los resultados de esto se pueden observar en el peso na-
cionalista que se manifiesta e impone y que todos com-
prenden y aceptan como parte de la sociedad fronteriza, a 
pesar de los múltiples enfrentamientos que originó entre 
bandos peruanos y pro chilenos, así como en las fuertes 
oleadas migratorias hacia Perú por estos años (Araya 
2010: 14-15). Este proceso inaugura históricamente un 
nuevo período de invisibilidad para los afrodescendien-
tes en Arica, en la medida en que la integración nacional 
de la ciudad a Chile fue asumida como necesariamente 
conectada a la chilenización de las gentes que allí vivían 
y de su adhesión prioritaria al reconocimiento identitario 
chileno, antes que étnico (ya fuera esta etnicidad africana 
o indígena). Aquí también vemos entrecruzarse clara-
mente los dos principios de control y jerarquía: por un 
lado, la lógica colonial de dominio del otro conquistado; 
y por otro la lógica de la construcción de la mitología de 
unidad nacional. 
Con base en los planteamientos anteriores, podemos ob-
servar que la presencia afroariqueña y su papel en lo que 
Díaz (2010: 182) denomina la “confluencia de identida-
des diversas” en Arica, se constituye como un elemento 
fundamental para comprender la manera como, en la lo-
calidad, han coincidido una lógica colonial de jerarquía 
racial y una lógica nacionalista de invisibilización de la 
diversidad sociocultural. Esto suscita, a su vez, cuestio-
nar y redimensionar el significado que tiene el actual mo-
vimiento por el reconocimiento en Chile de una etnicidad 
afroariqueña. Habría que comprender su desarrollo his-
tórico como un conflicto entre jerarquías sociales, econó-
micas y raciales y formas modernas a partir de las cuales 
las fronteras nacionales fueron redibujadas en la triple 
frontera andina. En gran medida, se puede decir que esta 
perspectiva asimilacionista que ha jugado el Estado chile-
no en el Norte Grande desde la Guerra del Pacífico man-
tendrá unos mismos lineamientos políticos hasta fines 
del siglo XX, con la vuelta del país a la democracia, tras el 
régimen dictatorial de Augusto Pinochet.
D Configuraciones del reconocimiento 
 étnico en el estado chileno postdictadura
La transición del período dictatorial hacia la democracia 
en Chile ha marcado la pauta de una nueva política de 
“integración” de la diversidad étnica. Se observa así un 
giro desde la mirada históricamente asimilacionista con 
que el Estado chileno planteó la presencia (e invisibiliza-
ción) de sus comunidades indígenas, hacia un posicio-
namiento que define, aunque con ciertas incoherencias 
argumentativas, un multiculturalismo constitutivo de 
los contenidos identitarios de la nación (Boccara y Bo-
lados 2010: 652). Este giro en cómo el Estado chileno 
plantea el paradigma étnico nacional (Segato 2007) incide 
en las políticas públicas que, desde fines de la década de 
1980, marcan la pauta de los gobiernos postdictadura 
(Boccara y Bolados 2010: 653).
Hablamos de “incoherencias argumentativas” de esta 
asunción multicultural de la identidad nacional en Chile 
refiriéndonos a que el proceso, en gran medida, ha des-
plazado al debate desde un eje que lo posiciona como una 
cuestión de derechos y de justicia social, hacia una retó-
rica que reifica la diferencia y diversidad como elemen-
tos de orden cultural. Pero con una lectura de lo cultural 
apremiada por cierto esencialismo, constituyendo lo po-
lítico como supuestamente ajeno a esta construcción:
“Definiendo en una sola palabra de aparente sencillez este nuevo 
marco socio-ideológico y jurídico-institucional, el multiculturalis-
mo se ha instalado con fuerza en la arena pública. Los problemas 
sociales se declinan desde ahora en clave étnica. La cultura ha 
llegado a ser una categoría central del discurso público y deter-
minante en la construcción de las identidades sociales y políticas. 
Nuevos rituales públicos y un nuevo régimen visual contribuyen 
a fabricar la imagen de un Chile plural pero unido” (Boccara y 
Bolados 2010: 652).
Este reconocimiento de unas identidades étnicas como 
formas “de la cultura en su diversidad” implica y condi-
ciona una lectura esencialista en cuanto tensiona los gru-
pos sociales a presentar su supuesta diferencia como una 
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Giselle I. Duconge y Menara Lube Guizardi Afroariqueños: configuraciones de un proceso histórico de presencia
que puede identificarse a través de rasgos culturales esta-
ques. Como una diferencia observable en las formas de 
vestir, hablar, vivir, cultivar, en prácticas sociales, econó-
micas y en rituales (religiosos o no).26 Simultáneamente, 
este proceso provoca que toda lucha por derechos por 
parte de los grupos indígenas sea entendida como “una 
lucha de minorías étnicas”, desviación peligrosa sobre la 
que muchos autores han alertado, visibilizando los des-
enlaces de la acción política de las comunidades, especial-
mente las mapuche, en Chile (Román 2010: 31; Vergara y 
Foerster 2002: 36). 
Este proceso de reconocimiento, en partes, corresponde 
a una respuesta del Estado chileno a un debate que, en 
los años 90, atingió la esfera global. La asunción de la 
inexorabilidad de la aceleración de los flujos -de gentes, 
mercancías, conocimientos, formas de ser y de estar-
en el mundo, suscitó la discusión sobre la necesidad de 
redimensionar la relación de los Estados democráticos 
modernos con la diversidad. Lo que se refiere no sola-
mente a la ruptura de ciertas imágenes modernas de la 
homogeneidad, sino que también se refiere a la crecien-
te capitalización de la diversidad cultural y étnica como 
objeto de consumo y de circulación global (Comaroff y 
Comaroff 2011). 
Este debate dio paso a tres posturas políticas centrales. 
La primera de ellas, es aquella que aboga por la necesi-
dad de reformular los derechos de ciudadanía, ahora 
asumiéndolos como poliétnicosy universalizando la di-
ferencia como principio axiomático constitutivo de los 
Estados (Kymlicka 1995: 180-181). En segundo lugar, 
emerge la postura que aboga por la creación, en el marco 
de los Estados-nacionales, de derechos exclusivos para 
las minorías, lo que permitiría generar -incluso con la 
mantención parcial del marco normativo moderno que 
proyecta los derechos de ciudadanía a partir de nociones 
de homogeneidad- la garantía del cumplimiento del de-
26 Esta instrumentalización política del performance de lo cultu-
ral, y por ende de la identidad, aún potenciando la emergencia de 
cierta cohesión política por parte de grupos indígenas y afrodes-
cendientes a los que el Estado hizo caso omiso por tanto tiempo, 
también conlleva ciertos riesgos en la medida en que reproduce 
principios modernos de identificación potencialmente violentos 
hacia la diversidad interna de los grupos. Para un debate sobre las 
potencialidades y límites de este uso instrumental de la cultura, 
véase Grimson (2011: 135-170).
recho a la diferencia (Parekh 2000: 270-271).27 Y, final-
mente, habría una tercera postura: aquella que niega la 
posibilidad de que las diferencias sean democráticamen-
te incorporadas; lo que plantea la imposibilidad de una 
constitución del principio de derecho ciudadano que no 
tienda a, o que no se constituya a partir de, la homoge-
neidad como valor fundador. Esta postura encuentra su 
más claro argumento en la obra de Samuel Huntington 
(Grimson 2011: 75). 
La postura chilena, en este marco de debates, tendió, 
desde la democratización del país, al reconocimiento del 
derecho a la diferencia como uno que se restringe a las 
minorías. Esto, claro está, desplazó el replanteamiento 
del debate sobre los límites y caducidad de la ideología 
de homogeneidad constitutiva que sedimenta la cohesión 
imaginada del paradigma de la identidad nacional chile-
na. Un debate que Chile viene postergando y evitando y 
que afecta no solamente los grupos étnicos internos, sino 
también la forma como el país recibe a los migrantes in-
ternacionales (Stefoni 2005: 265-266).
Esta incorporación de los derechos de las “minorías” a 
la diferencia se materializó a través dos mecanismos 
centrales: un cambio constitucional, por un lado, y un 
cambio en cómo se cuenta y caracteriza, en los censos 
nacionales, la población del país. Los dos mecanismos 
son representativos del lenguaje del Estado chileno, de 
una cierta centralidad puesta sobre la formalización legal 
y numérica de aquello que la nación reconoce.
El primero de los mecanismos, el legal, se refiere a la 
aprobación de la Ley 19.253, de 1993, a través de la cual 
el Estado reconoció la existencia del pluralismo cultural 
en territorio nacional (Boccara y Seguel-Boccara 2005), 
reconociendo los grupos étnicos internos como compo-
nentes de la nación. Esto, en parte, reincide en el com-
promiso asumido por Chile con la firma y ratificación 
de convenios y tratados internacionales que sientan las 
bases de la posibilidad de autorreconocimiento de los 
pueblos indígenas y de su derecho al respeto a la diferen-
cia y especificidad cultural.28 Se puede decir que la ley ha 
27 Para un discurso de defensa de esta postura en Chile, véase por 
ejemplo Sierra (2003).
28 Entre ellos, la Declaración de los Derechos Humanos (UDHR 
1947/48), firmada y ratificada por Chile en 1948; y el Convenio 
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potenciado la organización indígena, la lucha por la au-
todeterminación, a la vez que ha impulsado procesos de 
etnogénesis (Gundermann y Vergara 2009: 124), lo que 
ha significado un intento de responder a las ansiedades 
de “diferenciación cultural” que el mismo marco norma-
tivo plantea.
El segundo de los mecanismos, se refiere a la inclusión 
de la autoidentificación étnica como parte de los datos 
computados por el censo nacional, lo que ha representa-
do un reconocimiento numérico y formal de la existencia 
de grupos indígenas en Chile.29 La inclusión ocurrió ya 
en el censo llevado a cabo en 1992, pero reproduciendo 
problemas de orden conceptual no menores en relación a 
la posibilidad de adscripción de los sujetos entrevistados 
(Gundermann et al. 2005).
En relación a estas dos formalizaciones de la cuestión del 
derecho a minorías en Chile, quisiéramos subrayar que, 
pese a sus limitaciones operativas y conceptuales, ellas 
han logrado potenciar cierta cohesión política por parte 
de las comunidades indígenas. Pero, innegablemente, 
este proceso se ha desarrollado reproduciendo la invisi-
bilidad de los otros grupos étnicos que pudieran postular 
a su reconocimiento como “colectivos culturales mino-
ritarios”. Nos referimos a que tanto en la ley de 1993, 
como en el mismo censo, no se ha planteado la cuestión 
afrodescendiente. Se ha reproducido así la invisibilidad 
que estos grupos han sufrido en el marco de la repúbli-
ca chilena desde su fundación.30 Pero, más allá de estas 
169 de la OIT, firmado y ratificado por Chile en 2008, que regula 
el auto-reconocimiento de pueblos indígenas, garantizando dere-
chos fundamentales a estos pueblos.
29 La simbología de los números en los Estados-nacionales no es 
mero detalle. Las estrategias de numeración constituyen meca-
nismos centrales de conformación de los proyectos nacionales, 
ayudando a forjar “identidades comunitarias y nacionalistas 
que de hecho fueron instituidas por el colonialismo” (Appadu-
rai 2004: 117). Numerar gentes y espacios es una una tecnología 
simbólica del poder usada en la conformación del Estado como 
una comunidad imaginada. Es indisociable de la manera como 
la nación proyecta sus dominios, sus pertenencias y sus “otros” 
(internos y externos).
30 “En Chile republicano se suprimieron de los censos y estadísti-
cas oficiales preguntas que permitieran identificar a los grupos 
humanos que hoy se conocen como afro-descendientes y que du-
rante la colonia se identificaron como negros y mulatos principal-
mente” (Corporación Participa 2012: 30).
limitaciones, y no sin cierta contradicción inherente, el 
proceso de promulgación de la ley y el reconocimiento de 
la etnicidad indígena en el censo nacional son los factores 
que mueven la organización política en las comunidades 
afrodescendientes de Arica. La posibilidad jurídica y for-
mal de un reconocimiento como grupo minoritario actúa 
como catalizador político, ayudando a condensar alrede-
dor de un discurso más o menos acotado la causa de los 
movimientos afroariqueños. Y es así que diversas asocia-
ciones se forman en Arica, centralizando sus discursos 
en la demanda por la inclusión de la identidad afrochilena 
en la variable de etnicidad del censo nacional. En el apar-
tado que sigue presentamos tres de estos movimientos. 
D Configuraciones de una demanda 
 política: los afrodescendientes en arica
En la actualidad existen en Arica una serie de organiza-
ciones de afroariqueños, entre las cuales podemos contar 
la ONG Oro Negro (fundada en 2001), la organización 
Lumbanga (fundada en 2003) y la Agrupación de Muje-
res Hijas de Azapa (Fundada en 2012). Estas organiza-
ciones han ido forjando un discurso político y una serie 
de movilizaciones colectivas alrededor de la lucha por el 
reconocimiento como grupo étnico ante el Estado, contra 
la discriminación, y abogando por la inclusión de la varia-
ble afrodescendiente en el censo nacional.
Como nos ha comentado Marta Salgado, presidenta de 
Oro Negro, los movimientos vinculan muy claramen-
te la necesidad del reconocimiento numérico censal de 
los afroariqueños a la formalización estatal del recono-
cimiento de su etnicidad. Y lo entienden como un paso 
previo a la materialización de nuevas estrategias de cons-
trucción de políticas públicas que permitan visualizar la 
presencia afro en Arica y en Chile:
“Estuvimos en la Intendencia protestando, tocando tambores, 
salimos a los barrios a llevar encuestas [para ser aplicadas a 
los afrodescendientes]hasta conseguir con el gobierno regio-
nal la aprobación de un proyecto de 166 millones de pesos, que 
no es menor, para hacer ese estudio ¿Por qué queríamos que lo 
hiciera el INE [Instituto Nacional de Estadísticas]? Porque 
técnicamente está refrendado su trabajo (…) ¡Y con esos datos! 
Son los datos duros para poder construir las políticas públicas que 
nosotros queremos. Nosotros aspiramos con este estudio primero 
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Giselle I. Duconge y Menara Lube Guizardi Afroariqueños: configuraciones de un proceso histórico de presencia
que todo obtener una oficina de gobierno aquí en Arica, que a lo 
mejor tenga dependencia de la Intendencia Regional, para poder 
empezar a trabajar programas que tengan que ver con salud, con 
estudios, implementar en los currículos escolares el tema de los 
afrodescendientes de Arica como una cátedra” (Entrevista a 
Marta Salgado. Arica, noviembre 2013).
La incidencia política que van alcanzando los movi-
mientos y agrupaciones de afrodescendientes en Arica 
en torno a su especificidad étnico-cultural es un punto 
central en lo que se refiere a la actualización de ciertas 
demandas históricas, profundamente vinculadas a es-
tructuras de larga duración, las jerarquías raciales del 
colonialismo en América Latina, así como los proce-
sos de incorporación desigual de negros, indígenas y 
mestizos al proyecto nacional tras las guerras del siglo 
XIX. En el discurso de los participantes se aprecia muy 
claramente una tensión entre darle materialidad a una 
“cultura identitaria afro” -expresada a partir de los bai-
les, comidas, danzas- y la necesidad de superar esta di-
mensión de expresión cultural de la diferencia en pos de 
una construcción política de derechos. Simultáneamen-
te, vemos, en el discurso de los participantes de estos 
movimientos, la explicación de cómo el reconocimiento 
hacia las etnias indígenas ha impactado las proyecciones 
de sus demandas:
“A corto plazo, [nuestro objetivo es] sensibilizar a la población 
sobre la cultura afroariqueña: sea danza, el tema culinario, cos-
tumbres, artesanía… todo lo que tiene que ver con sensibilizar. Y 
al largo plazo ser reconocidos por el Estado chileno. Pero también 
que el Estado visualice que existe una población afrodescendiente 
en Chile. Así como ellos visualizan que existen los rapanuis, que 
existen los quechuas, que existen los diaguitas, que son poquitos 
que quedan. Nosotros le pedimos al Estado que así como recono-
ce a estos ciudadanos, también reconozca a los afrodescendientes 
que están en este país” (Entrevista a Laura Zegarra. Lum-
banga. Arica, noviembre 2013).
Pero es justamente en el sentido de superar la estrate-
gia de culturalización per se de la cuestión afro que se 
enuncia la centralidad de la estrategia de cuantificación 
de la población afrochilena en el censo. Acá, el reconoci-
miento numérico aparece como un puente que permite 
superar las proyecciones “de corto plazo” -de expresión 
pública de lo cultural-, hacia demandas por igualdad de 
derechos sociales:
“Creo que si bien se avanza en el tema cultural, nos hemos que-
dado un poco pegados en hacer sólo eso. Es importante man-
tener este tema cultural pero hay que avanzar también en qué 
estamos haciendo después de haber tenido una caracterización 
o estudio que hizo la Alianza Afrodescendiente y saber que tene-
mos afrodescendientes viviendo en situación de pobreza, sin agua 
por ejemplo. […] Ése es importante porque ahí se hizo un estudio 
de todas las que se reconocen, por lo menos los miembros que se 
identifican como afrodescendientes, reconocer qué tipo de trabajo 
tenían… igual que el censo nacional, similar pero para personas 
afrodescendientes, los que nosotros sabíamos que eran afrodes-
cendientes. Justamente cuando hablamos de políticas públicas no 
hemos desarrollado a lo mejor un trabajo que llegue hoy a ellos, 
más allá que el baile y la cultura” (Entrevista a Rodrigo Tole-
do. Oro Negro. Arica, noviembre 2013).
Sólo teniendo en cuenta estos objetivos -esta enuncia-
ción de la necesaria complementariedad entre la identi-
dad como forma cultural y como proyecto político- por 
parte de las organizaciones afroariqueñas, podemos 
comprender sus demandas y su incidencia frente al Esta-
do y a la lucha por la igualdad de derechos, visibilizando 
la participación de los grupos étnicos en Chile, rompien-
do el mito de la “no presencia” de la comunidad afro-
descendiente en el país. En este sentido, algunas de las 
actuaciones de las organizaciones afroariqueñas ilustran 
muy claramente la dimensión histórica y política de sus 
demandas, permitiéndonos entender que el diálogo que 
inician con el Estado tiene una dimensión de crítica a los 
paradigmas étnicos (Segato 1999 y 2007) incorporados por 
el discurso de la identidad nacional chilena. 
Un ejemplo de este tipo de encuentro lo protagonizó 
Oro Negro, primera organización no gubernamen-
tal, sin fines de lucro, de afrodescendientes en Chile. 
Su primera aparición pública ocurrió el 2000, en la 
Conferencia Regional sobre Discriminación y Racismo 
realizada en el edificio Diego Portales, en Santiago. En 
esa ocasión, el presidente de la república de Chile negó 
categóricamente la existencia de afrodescendientes en 
el país. Acto seguido se presentaron delante de él los 
socios fundadores de Oro Negro, todos ellos autoiden-
tificados como afroariqueños, escenificando en esa oca-
sión un fuerte enfrentamiento simbólico. Su presencia 
en el acto desafió al presidente a decirles, cara a cara, 
que no había afrodescendientes en el país. La sencillez 
de este acto de autopresentación conlleva a una postura 
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política compleja, en la medida en que rompe tácita-
mente el juego de invisibilización que desde el Estado 
se reproduce, a la par que afecta de modo muy directo 
el mito de homogeneidad en que se basa el paradigma 
étnico chileno, y que sedimenta también el modo es-
pecífico en que, desde el centro del país, se plantea la 
incorporación de Arica como zona fronteriza.
Este acto de presentación funcionó como un catalizador 
del movimiento encabezado por Oro Negro, sirviendo 
como punto de partida de la actuación del colectivo. Ya 
en abril de 2001 la organización fue oficialmente fun-
dada, adquiriendo personalidad jurídica. Este momento 
marca el inicio del desarrollo de un discurso sobre el sen-
timiento de autoidentificación étnico, ahora expresado a 
modo de lucha por los derechos, trastocando el mismo 
concepto de una inclusión de los grupos “minoritarios” 
entendida como un mero reconocimiento a su derecho a 
la diferencia cultural: 
“Los principales objetivos de esta organización son: 1- Lograr 
el reconocimiento político y social de los afro-descendientes de 
Chile. 2- Rescatar y difundir las raíces culturales de los afro-des-
cendientes. 3- Luchar contra la xenofobia, el racismo y todas las 
formas de intolerancia. 4- Capacitar y facilitar la participación 
directa de los afro-descendientes en áreas como: Salud, Educa-
ción, Participación Ciudadana, Artes y Deportes. 5- Proteger a 
los afro-descendientes en materias sociales como: Salud, Educa-
ción, Alimentación, Vivienda, trabajo y Discriminación” (Del 
Canto 2003: 85).
En el ámbito regional chileno, han sido recibidos por 
autoridades locales, intendentes y gobernadores en la 
ciudad de Arica. Se realizaron reuniones con parlamen-
tarios y con el Secretario Regional Ministerial del Mi-
nisterio de Planificación y Cooperación de Chile. Han 
trabajado además con la Organización Participa y se 
hicieron presentes en debates académicos, como es el 
caso del Congreso Nacional de Antropología (Arica, no-
viembre de 2013). En este último evento, acompañada de 
otras organizaciones afrodescendientes y del Colegio de 
Antropólogos, Oro Negro realizó un foro de debate so-
bre la realidad de los afro-descendientes en Chile.

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