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El cuento de Julio Cortazar lleva el título de Las Ménades, haciendo referencia a las mujeres
que, según la mitología griega, criaron a Dionisio, dios del vino, el misterio y la intoxicación,
hasta que fueron poseídas por él, quien les inspiró una locura mística que podía llevarlas a
realizar actos de violencia, sexo o mutilación. En el cuento de Cortazar, los espectadores de un
concierto terminan por lanzarse violentamente hacia el escenario donde estaba El Maestro, como
poseídos por alguna fuerza mística que los hizo abandonar toda cordura e inhibición. Freud
intentó dilucidar en qué consiste esa “fuerza mística” basándose en los hallazgos del
psicoanálisis.
La audiencia de este concierto puede ser considerada en términos de Freud una masa
efímera: es voluble, impulsiva, excitable, guiada casi en exclusividad por lo inconsciente, con
impulsos colectivos que se imponen ante lo personal, no soporta dilación entre su apetito y la
realización de lo apetecido, no conoce la duda ni la incerteza, quiere ser sometida y dominada
por sus amos. Está compuesta generalmente por individuos muy diferentes entre sí que el
hallarse en multitud adoptan una especie de “alma de la masa” por la cual piensan, actúan y
sienten de igual forma. En la masa, según Le Bon, el hombre pierde su individualidad y decrece
su nivel intelectual, esto permite que la masa actúe de forma en la que sus miembros nunca
habrían actuado como individuos, realizando tanto acciones abnegadas y virtuosas como
horrendas y crueles. Esto sucede porque dentro de la masa se adquiere un sentimiento de poder
irrefrenable y se eliminan todas las barreras que reprimen los deseos. Freud lo explicaría
diciendo que se liberan los mociones pulsionales inconscientes y desaparece la conciencia moral.
Para que los miembros de un a multitud configuren una masa psicológica Freud consigna que
deben tener un interés común por un objeto y cierto grado de capacidad para influirse
mutuamente. En el caso del cuento de Cortazar lo que une a los miembros de la audiencia es, en
principio, la admiración por el maestro, que en el intermedio del concierto comienzan a
contagiarse entre los mismos asistentes. Un ejemplo de esta relación que se establece puede
verse en este comentario del protagonista: “Guillermina Fontán venía presurosa hacia nosotros.
Repitió todos los epítetos de las chicas de Epifanía y ella y Cayo se miraron con lágrimas en los
ojos, conmovidos por esa fraternidad en la admiración que por un momento hace sentir tan
buenos a los humanos.” (Cortazar, 1964:53)
El Mastro es un personaje que posee algunas de las características que Freud menciona para
el líder de la masa psicológica. Está exento de toda crítica por parte de sus admiradores.
Podríamos decir que opera el fenómeno de idealización como sucede en el enamoramiento,
donde “el objeto es tratado como el yo propio, y por tanto en el enamoramiento afluye al objeto
una medida mayor de líbido narcisista… el objeto sirve para sustituir un ideal del yo propio no
alcanzado” (Freud 1921: 106) Por eso a este objeto no se aplica la instancia de la conciencia
moral y se acalla toda crítica que pueda realizarse.
Por haber puesto un objeto en común en el lugar del ideal, los miembros de la masa se
sienten unidos a él y entre ellos mismos por un lazo afectivo. Por ejemplo, uno de los personajes
del cuento afirma que se siente como uno más de los músicos.
El Maestro sin embargo no se condice totalmente con la categoría de conductor planteada por
Freud: no interpreto que exista la ilusión de que este jefe ama a sus seguidores a todos por igual,
y además la masa a la que conduce es diferente a las masas artificiales para las que Freud aplica
la categoría de jefe (no hay una estructura y una jerarquía que facilite la permanencia a largo
plazo de la masa y que impida su disolución)
Sin embargo no hay que dejar de lado que no sólo el conductor influye sobre la masa sino
que se da un fenómeno se sugestión recíproca, como cuando la mujer de rojo camina agazapada
hacia el escenario y los hombres a su alrededor empiezan a seguirla para imitarla, influidos por
sus acciones y no las del Maestro. Podría interpretarse que los disturbios en el concierto son
causados por el investimento de energía pulsional sobre El Maestro, por los cuales se forma un
lazo libidinal de los miembros de la masa con éste, que se traduce, no como identificación
(querer ser como el Maestro) sino con querer poseerlo. Este deseo se expande como por contagio
en los miembros de la masa “El sentimiento colectivo que envolvía la sala, la fuerza de la
ovación empezaba a alimentarse de si misma, crecía por momentos y se tornaba casi
insoportable” atestigua el protagonista del cuento. (Cortazar, 1964:55)
Entre los miembros de la masa efímera, por la pulsión libidinosa que los motiva, se
suspenden todas las hostilidades hacia el otro. Freud dice: “Mientras ésta perdura o en la
extensión que abarca, los individuos se comportan como si fueran homogéneos; toleran la
especificidad del otro, se consideran como su igual y no sienten repulsión alguna hacia el”
(Freud, 1921: 97) Esto se puede apreciar en el comportamiento de la audiencia del concierto
cuando el protagonista, que observa la escena, afirma: “Pero no se producían altercados, la gente
se sentía de una bondad infinita, era más bien como un gran reblandecimiento sentimental en que
todos se encontraban fraternalmente y se reconocían” (Cortazar, 1964: 56) Posteriormente en el
cuento, se relata como una de las chicas Epifanía ayudaba a otra mujer para poder subir a los
palcos, demostrando un sentimiento de cooperación entre los miembros de la masa, y no de
hostilidad, a pesar de tener el mismo objeto de deseo, de forma similar a lo que Freud ejemplifica
con las fanáticas del cantante: “Rivales al comienzo han podido identificarse entre sí por su
parejo amor hacia el mismo objeto” (Freud, 1921: 114). Sin embargo “la tolerancia no dura más
tiempo que la ventaja inmediata que se extrae de la colaboración con el otro” (Freud, 1921: 97)
Según Freud, la anulación de la hostilidad hacia el interior de la masa lleva a la dureza contra
todo aquel que no pertenezca a la masa, por eso los amigos y conocidos del protagonista del
cuento responden enfurecidos a cada crítica que éste hace al Maestro. El protagonista pensaba
que el maestro estaba teniendo una mala noche, que el entusiasmo por su presentación era una
exageración, pero sentía que era el único que pensaba así. Se ve envuelto en una contradicción:
no quiere pertenecer a la masa porque le produce asco la forma en la que se comporta, pero a la
vez estar fuera de ella le produce una angustia “Era entre conmovedor e irritante ver el
entusiasmo del público por lo que acababa de escuchar… Me dolía un poco no estar del todo en
el juego, mirar a esa gente desde afuera, a lo entomólogo” (Cortazar, 1964: 54) Por eso durante
la mayor parte del cuento se mantiene al margen de lo que sucede, inclusive mientras la mujer
sentada delante de él parece estar padeciendo convulsiones o teniendo un ataque histérico:
“…me daba cuenta de todo eso y al mismo tiempo no tenía el menor deseo de agregarme a la
confusión de modo que mi indiferencia me producía un extraño sentimiento de culpa como si mi
conducta fuera el escándalo final y absoluto de aquella noche.”
Este sentimiento de culpa por estar afuera de la masa es descrito por Freud cuando dice “El
individuo se siente incompleto cuando está solo “…Oponerse al rebaño equivale a separarse de
él y por eso se lo evitará con angustia” (112) pero la angustia definida por Levinás es diferente,
no proviene de estar separado de los demás, no es causada por la falta de los otros, sino que es el
malestar de la existencia misma, una servidumbre que no impone el otro sino que proviene de
estar encadenado a ser quien es sin poder escapar. De esta angustia, de este ensimismamiento
sólo se sale por el contacto con el otro, que irrumpe en la soledad del individuo como una
turbación, con violencia, y permite que se constituya como sujeto,en la medida en que su mirada
lo toma como objeto.
Pero Levinás dice que “Antes de ser mirada el otro es Rostro” (Levinás, 1990:24) y esta
categoría no tiene nada que ver con las características físicas del otro ya que siempre se sustrae
de definición, sino con como se expresa, el rostro es puro sentido. El rostro es siempre algo que
se escapa uy por eso no permite que el individuo lo posea, lo acople y de esa manera viuelva a su
mismidad “Para salir de si mismo hay que perder el poder; porque el otro no se deja asimilar, no
llega a ser mío y mis experiencias no son todas ellas las peripecias de un retorno obligado a mi
isla natal” (Levinás, 1990: 25)
Esto le sucede al protagonista con un personaje del cuento: el ciego. “Sólo él (el ciego) y yo
nos negábamos a aplaudir y me atrajo su actitud. Hubiera querido sentarme a su lado: alguien
que no aplaudía esa noche era un ser digno de interés” (54-55) Este personaje saca al
protagonista de su solipsismo, lo hace entrar en contacto con el mundo. Por eso no es extraño
que después de haber notado al ciego el protagonista aplauda con entusiasmo la canción.
Podríamos suponer que por no ver lo que sucede en la sala y sólo estar influenciado por el ruido
y la música, el ciego permanece fuera de la influencia de la masa por un tiempo, es menos
sugestionable o está menos afectado por el contagio colectivo, hasta que el entusiasmo es tan
grande que lo atrapa también. El protagonista entonces cambia nuevamente de actitud por haber
entrado en contacto con el ciego: “Hasta ese entonces yo había mirado todo con una especie de
espanto lúcido, por encima o por debajo de lo que estabas ocurriendo… vi que el ciego se había
levantado y revolvía los brazos como aspas, clamando, reclamando, pidiendo algo. Fue
demasiado, entonces ya no pude seguir asistiendo, me sentí partícipe, mezclado en ese desbordar
de entusiasmo” (Cortazar, 1964: 60-61)
El protagonista corre hacia el escenario donde se estaban produciendo los disturbios, sin
embargo se mantiene al margen y no participa de la acción, está como mero espectador “… yo
no tenía ningún deseo de contribuir a esas demostraciones, solamente quería estar al lado y ver lo
que ocurría.”(Cortazar, 1964:61) No significa que el protagonista no esté en relación con el otro
porque no participa de la acción, eso también es una respuesta a la interpelación del otro. Por
ejemplo cuando una de las chicas de Epifanía le pide ayuda: “La chica de Epifanía me miró,
reconociéndome y me gritó algo, probablemente para que la ayudara a subir, pero no le hice
caso y me quedé a distancia del palco, poco dispuesto a disputarles su derecho a individuos
absolutamente enloquecidos de entusiasmo” (Cortazar, 1964:63) El rostro de la chica se aparece
en primer lugar al personaje obligándole a hacerse responsable por ella “De este modo no soy yo
quien en primer término es egoísta o desinteresado, sino que el rostro en su desnudez me hace
desinteresarme de mi mismo. El bien me viene de afuera, lo ético me cae de arriba y a pesar de
mi mismo” (Levinás, 1990: 27) dice Levinás, quién opina que no existe en el hombre la bondad
natural sino que la moral proviene de la relación social con el otro. Esa obligación moral genera
una violencia hacia el individuo. Ese primer encuentro con el otro es para Levinás de origen
ético en la medida en que soy responsable por el otro y le debo una respuesta,
independientemente de cual sea ésta. Ese encuentro impide la indiferencia: el protagonista
percibió el pedido de la chica, aunque no la haya ayudado.
Hacia el final del cuento el protagonista relata la retirada de los espectadores y el
reestablecimiento de la calma. Podríamos decir que durante el concierto, al borrarse las barreras
que restringen la pulsión sexual, estas aspiraciones se descargan en una liberación de energía
libidinosa, y luego, por haber alcanzado su meta, disminuye la pulsión. Por esa disminución los
hombres vuelven a actuar como individuos, recuperan sus características propias por fuera de la
masa, y su nivel intelectual original. Se restablecen las represiones de los deseos inconscientes.

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