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Así hablo Zaratustra

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Así hablo Zaratustra 
Zaratustra es un ermitaño que, tras muchos años de soledad y reflexión en solitario, 
abandona la montaña en la que vive para compartir con su sabiduría con la gente. 
En su camino, se topa con un sabio que encontró la felicidad con Dios en la soledad 
del bosque. Zaratustra se aleja rápidamente de él y se pregunta si el anciano no se ha 
dado cuenta de que Dios está muerto. 
Pero, como Zaratustra estaba solo, le habló a su corazón: ‘¡Cómo puede ser posible! 
¡Este viejo santo no ha escuchado en su bosque que Dios está muerto! 
Al llegar a la ciudad, Zaratustra habla con la muchedumbre que se ha reunido en la 
plaza del mercado: “Les enseñaré sobre el superhombre”, propone. Para 
crearlo, el hombre actual, y por tanto, todo lo que existe, debe sucumbir. Es necesario 
superar la felicidad, la razón y la virtud. 
Hay muchos enfermos entre quienes escriben y veneran a Dios. Violentamente odian 
a los conocedores y a la más joven de las virtudes, llamada, probidad”. 
Zaratustra considera que el conformismo es la mayor carga para la humanidad y un 
signo de mediocridad. Pero también la creencia en algo divino, es decir, en algo que 
está por encima de lo terrenal, no es más que un error. El superhombre descartaría 
todas estas cosas y, de este modo, alcanzaría un estado más elevado, poderoso. 
De todo lo escrito solo amo lo que uno escribe con su propia sangre. Escribe con 
sangre y sabrás que la sangre es espíritu”. 
La masa se burla de Zaratustra. Éste, entonces, ofrece otra opción frente al 
superhombre: el “último hombre”, un ser sin pretensiones, dócil, carente de deseos, 
que vive su vida cómoda y mediocre, y piensa que es feliz. Y, además, este último 
hombre cree haber inventado su felicidad. Si él se impusiera, no habría ni ricos ni 
pobres, todos los hombres serían iguales, se pondrían a un lado todas las dificultades 
y solo se trabajaría por placer. Este tipo de hombre haría que la excelencia 
despareciera y no se dedicaría a crear. 
Llamo Estado al lugar donde todos beben veneno, los buenos y los malos. El Estado 
es el lugar donde todos se pierden a sí mismos, los buenos y los malos. El Estado es 
el lugar donde el suicidio lento de todos se llama ‘vida’”. 
La muchedumbre grita entusiasmada: “¡Danos a este último hombre!” No necesita 
al superhombre. Zaratustra comprende que no puede hablar con la muchedumbre y 
que, para transmitir sus ideas, necesita de compañeros pensantes, es decir, aquellos 
que estén dispuestos a encontrarse a sí mismos. 
No quiere ser el pastor de un rebaño, ni guiar a la masa, sino que prefiere ser un 
ladrón que roba miembros aislados del rebaño para llevárselos consigo. Sus 
primeros compañeros son un águila (el animal más orgulloso) y una serpiente (el 
animal más inteligente). 
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Los discípulos de Zaratustra 
Zaratustra se dedica una y otra vez a recorrer el mundo. Con frecuencia, desciende 
de su montaña y habla con la gente para volver luego a su soledad. En el camino no 
sigue una ruta definida, sino que a veces visita la ciudad, “la vaca multicolor”, y otras 
veces se interna en el bosque. Siempre se encuentra con personas o con animales con 
quienes conversar. 
No es el prójimo, les digo, sino el amigo. El amigo debe ser vuestro festín en la tierra, 
un presentimiento del superhombre”. 
En el bosque habla con un joven pensativo que, al principio, quiere evitarlo. 
Zaratustra le cuenta la parábola del árbol: cuánto más alto quiere subir, más 
profundamente se arraiga a la tierra, al igual que los hombres, que en busca de lo 
bueno y se aferran más y más a lo malo. El joven se siente descubierto. Los dos 
hablan sobre el miedo que provoca descubrir lo malo detrás de lo bueno y, sobre 
todo, cómo ese miedo describe lo malo en uno mismo. 
Dios es una presunción. No quiero que vuestra presunción vaya más allá que vuestra 
voluntad creativa. ¿Podríais crear un Dios? - ¡Entonces no habléis de ningún Dios! 
¡Pero ciertamente podríais crear al superhombre! 
Una vez, una culebra muerde a Zaratustra en el cuello, pero Zaratustra le dice que su 
“veneno” es más fuerte y terrible que el de ella. Más tarde, les explica a sus discípulos 
que él es la inmoralidad encarnada, mucho más inmoral que la serpiente, 
considerada símbolo de la maldad. En otras cosas, Zaratustra se burla del mundo de 
sus contemporáneos: la castidad y el pudor, las guerras y los estados, las parejas, la 
educación, la relación entre el hombre y la mujer. Zaratustra condena al Estado como 
reemplazo de la religión, que se estableció tras la muerte de Dios y que, al igual que 
la religión, asume la tutela de los hombres. Además, se burla del pudor y del odio al 
cuerpo, y ataca a los detractores del cuerpo: el cuerpo y las pasiones, igual que las 
ideas, son un componente del hombre y, por eso, no deberían reprimirse a favor de 
la razón. 
Allí donde encontré vida, también encontré la voluntad de poder. Incluso en la 
voluntad del siervo encontré la voluntad de convertirse en señor. 
También, al hablar del suicidio, Zaratustra se considera un completo defensor de la 
libertad humana: el hombre tiene el derecho de morir en el momento que le resulte 
conveniente y, por lo tanto, puede provocar su propia muerte. Nadie debería estar 
obligado a tolerar la espera de una muerte lenta. La cobardía no es una buena 
consejera, y Zaratustra se ríe de quienes temen al suicidio. 
¡Oh, hermanos míos! ¿Acaso soy despiadado? Yo os digo: ¡lo que cae también hay 
que patearlo! Lo que es todo hoy, caerá, se pudrirá: ¡quién querría conservarlo! Yo, 
yo quiero patearlo! 
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Muy por el contrario, alienta a los hombres a prestar atención a sus propias 
necesidades y pasiones, a ser valientes y tomar riesgos, incluso el riesgo de la propia 
muerte. Aferrarse a la vida a toda costa es una actitud muy difundida, pero no es 
correcto. Repite su negación de la vida eterna: toda idea de la existencia de otra cosa, 
de algo mejor, más allá de la vida terrenal es un error. 
Mis lamentos estaban sobre las tumbas de todas las personas y no podían levantarse. 
Mis lamentos y preguntas me incomodaban y carcomían y torturaban día y noche: 
‘¡Ay, el hombre regresa eternamente!’ El hombre pequeño regresa eternamente. 
El superhombre tampoco está más allá de la humanidad; surge de los hombres, y fue 
creado a partir de la existencia humana, aunque con gran esfuerzo. Zaratustra no 
encuentra al superhombre ni siquiera entre los “grandes”. El superhombre solo 
puede desarrollarse desde la soledad, es decir, lejos de la masa y de sus valores y 
gustos. Debe crear sus propios valores. De hecho, la actividad creativa es la única 
salvación para la humanidad. 
¡Adelante! ¡Enhorabuena, hombres superiores! Por fin la montaña da a luz el futuro 
de los hombres. Dios murió: y ahora queremos que el superhombre viva. 
Al final, Zaratustra abandona a sus pocos discípulos para que se dediquen por sí 
mismos a la búsqueda del superhombre. Subraya, sin embargo, que él no es ese 
superhombre y que no deberían seguirlo, sino seguirse a sí mismos. Zaratustra 
regresa a la montaña y deja a los discípulos librados a su suerte. 
La voluntad de poder y el eterno retorno 
El ermitaño dialoga con varias personas. Por ejemplo, un jorobado se interpone en 
su camino y le pregunta: “¿Por qué debo creer en ti?”. Zaratustra lo sorprende con 
su respuesta: un tullido no es quién tiene una malformación, ni alguien a quien le 
falta una parte del cuerpo. Mucho más tullidos son quienes solo son ojos, oídos o 
narices, y todas las otras partes, sobre todo el alma, están tullidas. Les sobran 
algunas partes y les faltan todas las demás. El jorobado se aleja. 
El dolor también es una pasión, la maldición también es una bendición, la noche 
también es un sol – entiéndanlo o aprenderéis que un sabio también es un tonto”. 
Zaratustra abunda ahora en la idea de que trae conocimiento a sus amigos. Afirma 
ser el viento del Norte, que sopla sobre los higos maduros delos árboles de su 
enseñanza, y los hace caer a los pies de sus contemporáneos para que puedan 
disfrutarlos. Al mismo tiempo, el tono de sus discursos se vuelve más pesado: teme 
que sus teorías y enseñanzas estén en peligro. En un sueño se le aparece un niño que 
le pone un espejo enfrente. Zaratustra descubre en él una mueca diabólica. 
Comprende que ese sueño es una advertencia de que la teoría pura puede convertirse 
rápidamente en lo contrario y ser maleza, en lugar de trigo. 
¡Ay, hombre! ¡Ten cuidado! / ¿Qué dice la oscura medianoche? / ‘Yo dormía y dormía 
/ y desperté de un suelo profundo: / el mundo es profundo / más profundo que el 
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día. / Profundo es su dolor / el placer es aún más profundo que la pena de su corazón 
/ El dolor dice: ¡vete! / Pero el placer busca la eternidad / quiere la profunda, 
profunda eternidad’”. 
En uno de sus discursos condena a las tarántulas (arañas grandes) por ser el símbolo 
del deseo de venganza, que solo enfrenta a las personas, en lugar de aportar algo 
nuevo. Él no desea estar del lado de los detractores de la humanidad; por el contrario, 
quiere ayudar a los hombres. Y pregunta: ¿Qué es la verdad, si no ya existe la 
verdad absoluta? Precisamente, quien crea algo nuevo, quien es creativo y piensa 
por sí mismo, se pregunta: “¿Mi perspectiva es la correcta? ¿Cómo sé que lo que 
quiero es lo real?” 
Zaratustra vuelve a hablar sobre la idea del superhombre. El hombre creativo y 
creador es el que está en el buen camino para convertirse en un superhombre que 
aspira a este ideal. El hombre creador se supera a sí mismo, invierte todos los 
valores y establece nuevas normas. Lo que lo impulsa, afirma Zaratustra, es 
la voluntad de poder. La voluntad es lo que nos libera. La voluntad puede 
ayudarnos a salir de la esclavitud, si podemos liberarnos de todo lo pasado, si no nos 
quedamos atrapados en lo que fue, y, en cambio, podemos decir “Fue mi voluntad”. 
Para todo lo futuro, la voluntad busca aquello que es superior, sin consideración, sin 
conciliación alguna con las tradiciones. 
Para Zaratustra, esta voluntad de poder no es la ambición ni el enriquecimiento en 
el sentido político o económico, sino la voluntad de conocer. El ermitaño admite, sin 
embargo, que la curiosidad intelectual siempre esconde un deseo de poder, por lo 
tanto, no existe un ansia de saber sin un deseo de poder. Es decir que, quien afirma 
que solo busca el saber, miente. Zaratustra no condena este deseo de poder, por el 
contrario: el creador debe ser capaz de vincular su saber con el poder, para poder 
establecer un nuevo mundo con valores nuevos y echar definitivamente por tierra lo 
viejo. 
Zaratustra anuncia entonces la idea del eterno retorno: todo lo humano se repite, 
y el hombre debe contar con que volverá a vivir su vida una vez más. La idea del 
eterno retorno significa que el sujeto –en especial, el sujeto pensante, creador– debe 
soportar el dolor que le infringe lo eternamente igual. Tiene que aprender a aspirar 
a algo más elevado, aunque debe contar con que tal vez todo siga igual. Pero, en lugar 
de desesperar, debe aprovechar este eterno retorno como una oportunidad para 
darle sentido a las cosas: lo humano es constante y, por lo tanto, confiable. El mundo 
no cambiará de manera radical ni se volverá ininteligible de un día para el otro. El 
sujeto debe aprender a vivir el momento. Sin embargo, esto le resultará difícil porque 
Dios está muerto; es decir que no puede escaparse de lo eternamente idéntico 
creyendo en otra cosa, en algo nuevo, que llegará tras la muerte. 
La fiesta 
Con frecuencia, Zaratustra habla y canta en verso. Sigue buscando al sujeto superior 
y se ve a sí mismo como el “cultivador” que educa a las personas para que se superen 
a sí mismas. Esta evolución, empero, está en peligro: el poder de lo eternamente igual 
Comentado [SM-A217M1]: El superhombre tiene 
contacto con el espíritu del mundo hegeliano? qué pregunta. 
Napoleón. 
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es demasiado grande, demasiado fuerte la impresión de que la búsqueda de un 
cambio será un fracaso. Zaratustra se compadece de los humanos y busca 
activamente al ser superior. En su caverna, reúne todo tipo de seres maravillosos: 
espíritus libres, reyes, pordioseros, pensadores, magos. Todos ellos son individuos 
extraordinarios a los que Zaratustra descubre feliz como “hombres superiores”. Sin 
embargo, todos tienen un defecto: encarnan su enseñanza, pero no completamente. 
El espíritu libre es lo que busca el ermitaño, pero se deja llevar por la arbitrariedad, 
algo que Zaratustra no quiere. Es que el superhombre toma una decisión y la 
sostiene. Los reyes encarnan el valor y el riesgo con sus palabras, pero no son 
luchadores ni adeptos a participar de la lucha. 
Por la noche organiza una fiesta. Aquí, el ermitaño se encuentra con diferentes 
representantes del ideario europeo. Cantan la ronda de Zaratustra, en la que el placer 
triunfa sobre el dolor: “Pero todo placer busca la eternidad, la profunda, profunda 
eternidad”. Zaratustra se despide y abandona la fiesta, con destino desconocido. 
 
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