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Ill 5 188 Arquidamo geómetra. Y lo que se dice en la República de Platon [V469 e] de que los que despojan a los muertos se pa recen a los perritos, que muerden las piedras, pero sin mor der a quienes se las tiran. Y la imagen contra el pueblo como 35 semejante a un piloto, poderoso, pero un tanto sordo [Pla tón Rep. VI 488 a], Y la que se refiere a los metros de los poetas (35), que se asemejan a los jóvenes sin hermosura, porque los unos cuando dejan de estar en la flor de la edad y los otros cuando pierden el ritmo, no parecen los mismos. Y la de Pericles (36) sobre los samios, de que se parecían a a los niños, que toman la papilla, pero lloran. Y sobre los beocios, de que son semejantes a los tejos, pues los tejos se cortan por sí mismos y los beocios igual, con sus luchas 5 mutuas. Y lo que dijo Demóstenes (37) sobre el pueblo, que es comparable a los que se marean en las naves. Y como Demócrates (38) comparó a los oradores con las nodrizas, que se comen las papillas y untan a los niños los labios con la saliva. Y como Antístenes (39) comparaba al delgado Ce- fisódoto con el incienso, porque según se consume perfuma. Todas éstas se pueden decir lo mismo como imágenes que como metáforas, de manera que las que son celebradas dichas como metáforas, es evidente que las mismas serán también imágenes, y que las imágenes son metáforas ca rentes de una palabra. Es preciso siempre que la metáfo ra proporcional se pueda convertir a ambos términos del mismo género; por ejemplo, si la copa es el escudo de Dio- niso, también está bien decir que el escudo es la copa de Ares (40). P u r e z a d e l e n g u a j e . 5 El discurso se compone de estos elementos, pero el prin cipio del discurso es hablar puro, y ello consiste en cinco 20 condiciones: primero, en las conjunciones, si se contraponen delante o detrás una de otra, según corresponde, como I ll 5 189 algunas lo exigen, según el μέυ y el εγώ μέν exigen el δέ y el ό δέ. Es preciso, pues, que se correspondan entre sí mientras dura el recuerdo, y que ni estén demasiado sepa radas ni ninguna conjunción corresponda antes que otra conjunción exigida, porque es muy raro que la falta de co rrespondencia sea adecuada. «Yo, después que me dijo (porque había venido Cleón a suplicarme y rogarme), ca miné llevándomelos». En estas palabras hay muchas con junciones antes de la conjunción que había de venir, pues si quedan muchas palabras antes [de caminé], queda obscuro. Una condición, pues, es el buen manejo de las conjun ciones; la segunda es hablar con las palabras propias, y no con términos universales (41). La tercera, no servirse de palabras ambiguas, a no ser que se prefiriera lo contrario, lo cual se hace cuando no hay nada que decir y se finge decir algo; los tales dicen semejantes cosas en estilo poético, por ejemplo, Empédocles,. porque el circunloquio deslumbra en su abundancia, y les sucede a los espectadores como al vul go con los adivinos, que cuando van diciendo cosas ambi guas les dicen que sí con la cabeza. «Creso después de pasar el Halys un gran reino destrui rá» (42). Y por ser en general un error menor, los adivinos hablan por los géneros de las cosas, pues cualquiera puede acertar en el juego de pares o nones si dice pares o nones en lugar de el número exacto, y lo mismo es la diferencia entre que algo sucederá y cuándo sucederá; por eso los adivinos no fijan el cuándo. Todas estas ambigüedades son semejantes, de manera que si no es con cierta causa, hay que evitarlas. En cuarto lugar, guardar lo que Protágoras (43) distin gue sobre los géneros de las palabras, masculinas, femeni nas y objetos, pues es preciso ésto aplicarlo bien: «y ella después de estar entrada y quedar bien explicada, mar ea 35 1407 b
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