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Aristoteles Retorica-páginas-121

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pues los que se echan a llorar se ponen las manos sobre los 
ojos. Y en seguida has dé presentarte tú mismo de cierta 
manera, de modo que te consideren tal, y a la parte con­
traria; mas haz ésto de modo que pase inadvertido. Que 
es fácil, es preciso verlo por los que nos traen una noticia, 
pues sobre cosas que nada sabemos, adquirimos, sin em­
bargo, al verlos una cierta prevención. La narración es pre- 10 
ciso hacerla en diferentes lugares, y a veces no al principio.
En los discursos políticos es donde menos cabe narra­
ción, porque sobre cosas futuras nadie narra nada, mas si 
hubiere algún relato, será de cosas pasadas, para que acor­
dándose de ellas tomen mejor resolución sobre las futuras.
Lo mismo si es acusando o elogiando. Pero entonces no se 15 
hace el papel de consejero.
Si lo que se va a narrar es increíble, inmediatamente 
hay que prometer también decir la causa y someterla a 
quienes (170) los oyentes quisieren. Por ejemplo, la Yocas- 
ta en el Edipo de Karkinos siempre hace tales promesas, 
a medida que va preguntando el que busca a su hijo; y lo 
mismo el Hemón de Sófocles [Antíg. 535 ss., 701 ss.]. 20
L a d e m o s t r a c i ó n . 17
Los argumentos retóricos es preciso que sean demostra­
tivos, y la demostración es necesario, porque se disputa so­
bre cuatro cosas, que convenga al punto disputado; por 
ejemplo, si se disputa que el hecho no ocurrió, en el juicio 
es preciso aplicar la demostración a esto especialmente; si 20 
que no se hizo daño, a esto, y que el daño no fué tan 
grande o que fué con derecho, de la misma manera que si 
la disputa fuera sobre si el hecho sucedió.
No debe olvidarse que sólo en esta disputa de si el he­
cho sucedió es preciso que sea mala una de las dos partes, 
pues no se puede achacar a ignorancia, como si se disputa­
ra sobre si la acción es justa. De modo que en esta cuestión 30 
primera hay que detenerse (171) y en las demás no.
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L a a m p l i f i c a c i ó n .
En los discursos demostrativos, por la mayor parte, la 
amplificación será para decir que son hechos buenos y úti­
les, pues los hechos mismos es preciso creerlos, ya que po­
cas veces se aporta la prueba de ellos, así si fueran in­
creíbles o si otro pudiera acusar a propósito de ellos. En 
los discursos deliberativos se podría discutir o que tal cosa 35 
no será, o que será como uno aconseja, pero que ello no es 
justo, o no es útil, o no tiene tal importancia como le dan.
No a d u c i r n a d a f a l s o .
Es preciso también mirar si no se aduce algo falso en lo 
ajeno a la causa, pues ésto parece un argumento conclu­
yente de que se miente también en lo demás. X4i8 a
E j e m p l o s y e n t i m e m a s .
Los ejemplos son lo más propio de la oratoria delibera­
tiva, los entimemas de la forense, porque la una se refiere 
al futuro, de manera que hay que decir ejemplos de lo su- 5 
cedido, la otra se refiere a lo que es o no es, en lo cual en­
tran más la demostración y la necesidad, porque lo sucedi­
do implica necesariedad. Los entimemas no se han de decir 
seguidos, sino que se han de ir mezclando, pues si no, se 
perjudican entre sí, ya que hay también un límite en el 
número [Od. IV 204]:
«Oh amigo, puesto que has dicho ianio como diría un hom-
[bre prudente.»
Esto es, tanto, pero no lo que. Y no hay que buscar entime­
mas sobre cada punto, porque si no, harás lo que algunos 10 
de los filósofos, que demuestran con silogismos cosas más 
sabidas y seguras que aquellas que son sus premisas.—Y 
cuando quieras excitar una pasión, no digas un entimema,

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