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Aristoteles Retorica-páginas-124

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sino con una respuesta sofística, pues si responde el con­
trario que es y no es, o que en algo sí y en algo no, o que 
por una parte es y por la otra no, los oyentes se alborotan 
al hallarlo en una situación sin salida. En otro caso no se 
debe hacer la pregunta. Porque si el adversario hace obje­
ción, parece que ha salido triunfante; pues no es posible 
hacer muchas preguntas por la flojedad del oyente. Por 
eso también es preciso condensar los entimemas (180) lo 
más posible.
R e s p u e s t a a l a s p r e g u n t a s .
Es preciso responder a las preguntas ambiguas, distin- » 
guiendo con explicación y no concisamente; contra lo que 
parece desfavorable incluyendo la refutación en seguida en 
la respuesta, antes de que el adversario nos pregunte lo 
que sigue o saque conclusiones, porque no es difícil prever 
en dónde lleva sus razones. Demos nosotros como claro por 
los Tópicos [VIII, esp. cap. 4-10] tanto ésto como las refuta­
ciones. Y al concluir, si el contrario hace en forma de interro- as 
gación su conclusión, hay que decirla causa, como Sófocles 
al ser preguntado por Pisandro (181 ) si le parecía, como a los 
demás próbulos, que se instaurasen en el poder los cuatro­
cientos, dijo que sí. ¿Cómo?—dijo Pisandro—. ¿No te pa­
rece a ti eso mal?—Y dijo que sí—. ¿Pues cómo—replicó— 
has hecho tú una mala acción? —Es verdad—dijo Sófo- so 
d e s—, pero no era posible otra mejor.—Y como hizo el la- 
cedemonio al rendir cuentas de su eforado (182), que al ser 
interrogado si le parecía que habían sido muertos con jus­
ticia los otros, respondió que sí; y al decirle: —¿Y es que 
no hiciste tú lo mismo que ellos?—y responder que sí, re­
plicó el que le preguntaba: —Entonces, ¿es que no sería 
justo que tú fueras ejecutado? —No por cierto—dijo—, 35 
porque aquéllos obraron así por haber recibido riquezas, m is í» 
mas yo no, sino porque pensaba así.—Por eso ni hay que
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preguntar después de la conclusion ni hay que hacer como 
pregunta la conclusion, a no ser que nos sobre mucho de 
verdad.
E m pleo d e l r id íc u l o .
Acerca de las cosas risibles, puesto que parece tienen 
alguna utilidad en los debates, decía Gorgias (183) que es 
preciso estropear la seriedad de los adversarios con la risa, 
y la risa con la seriedad, en lo cual tenía razón. Se dice b 
cuántas son las especies de cosas risibles en los libros Sobre 
poética (184), de las cuales la una es adecuada a un hombre 
libre, la otra no. Así podrá tomar el orador lo que le con­
viene. La ironía es cosa más propia del hombre libre que 
la chocarrería, porque el irónico hace la burla para sí mis­
mo, el chocarrero para divertir a otro.
E l epíl o g o . I
El epílogo se compone de cuatro elementos: disponer al io 
oyente bien para uno mismo y mal para el contrario, en­
salzar y rebajar, excitar en el oyente las pasiones, y re­
frescar la memoria. Porque es natural que después de ha­
ber hecho la demostración de que uno dice verdad y el 
contrario mentira, se haga la alabanza y el vituperio y se 
remache (185). De dos puntos cabe perseguir uno, o bien is 
aparecer como bueno para estos que escuchan, o bueno en 
absoluto, o bien el otro como malo para éstos, o malo en 
absoluto. De dónde hay que sacar los medios para lograr 
esto, ya he dicho [I 9] los lugares a partir de los que se 
puede presentaba las personas como buenas o como malas.
Lo que viene después, una vez que se ha hecho esta de- 20 
mostración, es, naturalmente, amplificar o rebajar, porque 
es preciso que se esté de acuerdo sobre las cosas que han 
sucedido si se quiere precisar su importancia, ya que tam-
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bién el crecimiento de los cuerpos procede de cosas que 
existían previamente en ellos (186). Los lugares a partir de 
los cuales es preciso ensalzar o rebajar, ya han sido ex­
puestos antes [I 7, 9, 14; II 7, 19, 23].
Después de ésto, una vez que las cosas son claras, y 
cuántas y cuáles son, hay que arrastrar al oyente a las pa- 25 
siones, y éstas son: compasión, indignación, ira, odio, en­
vidia, emulación y afán de disputa. Sobre éstas los lugares 
también se han expuesto antes [II 1-11], de manera que 
resta refrescar la memoria de lo que se ha dicho en el dis­
curso.
Esto conviene hacerlo del modo que algunos dicen, 
y sin razón, para los exordios: para que el discurso sea fá­
cil de ser retenido ordenan hacer repeticiones. En el exor- 30 
dio, pues, conviene exponer el asunto para que no pase 
inadvertido sobre qué es el juicio, aquí en el epilogo hay 
que decir los puntos principales que han servido para la 
demostración. El principio será decir que ha hecho lo que 
había prometido, de manera que hay que decir de qué se 
tra ta y el por qué. Cabe hablar por contraposición al adver- 35 
sario. Se pueden cotejar las razones que ambas partes han 
dicho sobre lo mismo o no contraponerlas: «Este ha dicho 1420 a 
tales cosas sobre ello, yo cuáles, y por tajes razones». O 
bien se puede hablar por ironía, por ejemplo: «Este ha di­
cho tales cosas, yo cuáles, ¿y qué hubiera éste hecho si hu­
biera demostrado tales cosas y no cuáles?» O por interro­
gación: «¿Qué falta por demostrar?» o «¿Qué es lo que éste 5 
ha demostrado?» O también, comparando o según el orden 
natural en que uno dijo sus propios argumentos o por el 
contrario, si quiere, tratando por separado los del discur­
so contrario. Como final conviene el asíndeton del estilo, 
para que sea peroración y no nueva oración, así: «He di­
cho, habéis oído, ya estáis enterados, decidid» (187)

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