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S A G A O R D I N A L E S LA CUARTA INSTITUTRIZ PHAVY PRIETO A mi querida prima, Blanca Prieto. La persona más dulce, tierna y cariñosa que tengo el placer de tener en mi vida. No cambies nunca, preciosa. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal) ©Phavy Prieto, Junio 2023 ISBN: 9798398984484 Sello: Independently published “La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener” Gabriel García Márquez ACERCA DE LA AUTORA Phavy Prieto. Graduada en Ingeniería de Edificación y Diseño de Interiores, a esta joven andaluza siempre le han apasionado los libros. En 2017 decidió probarse a sí misma en una plataforma de lectura, comenzando a publicar sus obras de diversos géneros y adquiriendo un público que, hoy día, supera los doscientos setenta mil seguidores. Sus primeras publicaciones fueron sobre novelas de ámbito histórico con la Saga Ordinales, destacando "La novena hija del conde" o "El séptimo pecado". Entre sus publicaciones más conocidas destacan “La Belleza de la Bestia” inspirada en el cuento de Disney o “De Plebeya a princesa por una noche en las vegas” una historia monárquica con toques de humor y romance. Para saber más sobre la autora, fechas de publicaciones, rostros de sus personajes o próximas obras, síguela en sus redes sociales. phavyprieto Phavy Prieto www.phavyprieto.com https://www.instagram.com/phavyprieto/ https://www.facebook.com/Phavyprieto/ http://www.phavyprieto.com/ Antecedentes La Novena Hija del Conde La Octava Condición El Séptimo Pecado El Sexto Sentido La Quinta Esencia Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Epílogo EL TERCER SECRETO ACERCA DE LA AUTORA Antecedentes La Novena Hija del Conde Emily Norwing es la novena hija del reciente fallecido Conde Ashby, arruinado por las cuantiosas dotes que ha tenido que ofrecer para casar a sus ocho hijas, queda huérfana y bajo la tutela de su cuñado. Es consciente a sus diecisiete años, que una joven sin dote no tiene posibilidades para contraer matrimonio, pero ella desconoce su increíble belleza e ingenio por los cuales sorprende a todos. El duque de Sylverston queda gratamente sorprendido con la belleza que irradia la jovencísima señorita Norwing. Algo en ella le despierta cierto instinto haciéndole rememorar sentimientos que él creía no volver a sentir. Aunque entre ellos no existe ninguna posibilidad, él hizo un juramento y su honor no le permite quebrantarlo. A pesar de sus diferencias y los dieciocho años que les separan, ambos se enfrentaran a lo inevitable. La atracción que sienten el uno hacia el otro. La Octava Condición David Clayton, cuarto Duque de Lennox es un joven libertino, maleducado y endiabladamente apuesto que solo quiere disfrutar de la vida sin esforzarse en absoluto. Catherine Wells es la única hija legítima del Vizconde de Grafton y su única acaudalada heredera. Aunque su fortuna sea grandiosa, su belleza es todo lo contrario, además, su madrastra y hermanastra se encargan de recordádselo a cada instante. Pero... ¿Y si ninguno de los dos es realmente lo que aparentaba ser en un principio? Sus destinos están irremediablemente vinculados. Sus familias han acordado su matrimonio y deben acatar ocho condiciones si no desean verse en la ruina. Aunque la octava condición sea la más difícil de cumplir. El Séptimo Pecado La señorita Julia Benedict es una joven brillante llena de cualidades que no cualquier hombre sabría apreciar. Su picaresca, audacia y su intrépida personalidad son algunas de ellas, pero lo que hace que Julia sea especial sin duda alguna, es la devoción que siente por ayudar a los demás. Es consciente muy a su pesar, de que jamás se casará por amor; puesto que el hombre del que siempre ha estado enamorada nunca pondría sus ojos en ella, es más, no los pondría en ninguna joven respetable porque el señor Richard Hayden nunca osaría contraer matrimonio. El primer error de Julia fue pedirle un beso, un solo beso que atesorar en el más infinito y recóndito de sus pensamientos, pero aquella maldita petición trajo consigo consecuencias desastrosas y tras ser descubierta por su hermano junto a media sociedad londinense solo podía terminar de una forma para salvar su reputación. Si había algo que detestaba Richard Hayden, era el matrimonio. Preferiría morir antes que atar su vida a una misma mujer, pero si no le quedaba más remedio que hacer a la señorita Benedict su esposa, se aseguraría de que se arrepintiera de ello y de que su vida fuera un auténtico infierno. El Sexto Sentido Susan Brandon es una joven de gran belleza que sueña con encontrar el verdadero amor desde que era pequeña y a pesar de recibir numerosas propuestas de matrimonio se ha negado a todas ellas por su persistente búsqueda de ese sentimiento conmovedor. Prefiere ser una solterona antes que estar al lado de un hombre por el que no siente absolutamente nada, solo que su razonamiento no coincide con el de su padre que está viendo como su única hija esta al borde de convertirse en una florero. El duque de Buccleuch ha perdido dos esposas, las cuáles han muerto en circunstancias atroces mientras daban a luz a sus hijas... porque tenía dos hijas, ese era su principal problema y por el que debía volver a casarse. Necesitaba un heredero al ducado y la hija de su vecino, el señor Brandon, le parecía una candidata tan válida como otra cualquiera. Después de perder a dos esposas, no estaba dispuesto a volver a sentir algo por otra dama, no se permitiría encariñarse de nuevo para después perderla. Solo necesitaba un hijo de la señorita Brandon y era lo único que iba a obtener de ella. La Quinta Esencia Robert Benedict es un joven apuesto que desea crecer en el mundo de los negocios y aspira a convertirse en uno de los caballeros más influyentes de la sociedad inglesa. El azar y el destino se unirán para convertirle en el siguiente heredero al ducado de Savegner, un título ligado a bienes completamente en ruinas, pero quizá no todo esté perdido, puesto que la fortuna de la familia reside en la dote de la única hija con vida del duque. Lady Violette Andersen ha pasado toda su vida recluida en un convento. No conoce el mundo exterior y jamás ha recibido una educación propia de una dama. Solo desea que algún día su infierno termine y un apuesto caballero acuda a rescatarla, pero a veces los sueños no se manifiestan de la forma en la que uno desea. C Capítulo 1 Escocia 1772. Livingston, 11 de Marzo. inco meses. Ese era el tiempo que había pasado desde que su apacible vida de soltero en Edimburgo había cambiado drásticamente para convertirse en el nuevo duque de Leinster y a su vez, tutor de dos sobrinas de carácter irascible. No podía culpar a las pequeñas por ser así, la tragedia se había cebado con ellas arrancándoles a sus progenitores y hermano menor de unas fiebres implacables. Habían sido una familia feliz, unida, que vivía tranquilamente en aquella mansión campestre para disfrutar del bienestar de sus hijos y de pronto la desolación había arrasado aquella casa arrastrándolasa un abismo del que aún no eran conscientes. «El nuevo duque de Leinster». Aún no se hacía a la idea de que aquel título fuera suyo y de que debía responder a ese nombre cuando se dirigieran a él. Toda su vida había crecido pensando que su hermano mayor heredaría el ducado de padre tras su muerte, de hecho así fue. Un linaje con historia, adherido a la corona y que les hizo conservar el título cuando Escocia se unió a Inglaterra en el tratado de unión hace más de sesenta años. Fue una época de controversia y malestar general, le contaba su padre, pero lo importante era que el ducado se había mantenido en su familia y seguiría haciéndolo muchos años más. Esto se reforzó cuando el tercer hijo de Charles fue un varón, tuvo aún más certeza de que el legado familiar se quedaría en la familia de su único hermano. Nadie había podido prever que sucediera aquella desgracia que asolaría sus vidas. No solo se había llevado la vida del pequeño Arthur, sino también la de Charles y su amada esposa, una mujer de carácter afable y muy bondadosa. Lady Cecilia, la abuela de las pequeñas no podía hacerse cargo de ellas, por lo que él debió instalarse en la casa familiar que hasta ahora pertenecía a su difunto hermano para vigilar de cerca a sus sobrinas, pero tras la marcha de la tercera institutriz abandonando su puesto de trabajo por la intolerabilidad de sus jóvenes pupilas hizo que momentáneamente lady Cecilia tuviera que suplir ese puesto hasta que encontrara a una candidata que aceptara quedarse de forma permanente. Las pequeñas Charlotte y Amanda no querían a una mujer que no fuera su difunta madre en casa. Toleraban a lady Cecilia porque era su abuela, pero la esposa de su hermano se había ocupado personalmente de la educación de sus hijas y eso conllevaba que las pequeñas rechazaran cualquier mujer que viniera a suplir lo que tan solo unos meses atrás hacía su propia madre. —Edward, ¿Tienes un momento? —preguntó la voz suave de lady Cecilia adentrándose en la biblioteca que ejercía a su vez de despacho. Edward apartó la vista de las gestiones que estaba tramitando e invitó a su madre a tomar asiento frente a él. Aún no se había puesto al tanto de todas las propiedades y el estado en el que estas se encontraban, pero ya había detectado algunos pequeños descuidos de su hermano a los que debía poner orden cuanto antes, solo que realizar esas gestiones conllevaba alejarse unos días de . Agradecía que, a pesar de no ser el principal heredero al ducado, su padre le hubiera ofrecido la misma educación que a su hermano, de lo contrario no sabría como podría hacer frente a todos los asuntos económicos que requería un título de gran relevancia como el que había heredado. —Por supuesto madre. ¿Qué ocurre? —preguntó intuyendo cuál sería el argumento de conversación de lady Cecilia. Sin duda alguna le hablaría sobre sus sobrinas y la pesadilla que era tener que tratar constantemente con ellas. —Sabes perfectamente que estoy encantada de disfrutar de mis nietas y que en estas terribles circunstancias necesitan el cariño de la familia más que nunca, pero en mi estado no puedo hacerme cargo de ellas. Necesitan unas atenciones que yo no puedo brindar. Ya han pasado dos semanas desde que se fue la última institutriz y necesito ir a Bath para tomar las aguas termales que tan bien hacen a mis huesos. —Las quejas de lady Cecilia sobre su estado de salud eran constantes, por lo que para Edward no resultaba nada nuevo—. Me iré dentro de cuatro días, tengas o no una nueva institutriz. Aquella amenaza sorprendió a Edward. Bien era cierto que no había tomado el asunto con demasiada urgencia, simplemente había enviado de nuevo una nota a la señora Hawick, la encargada de haberle facilitado las últimas tres institutrices de las cuales ninguna había durado más de dos meses. Sin embargo, le había respondido que no tenía ninguna candidata idónea para ese puesto de trabajo y se temía que el rumor sobre las fechorías de sus sobrinas corría como la pólvora por Livingston. Las bromas que le habían gastado incesantemente a aquellas mujeres de mediana edad habían provocado que terminaran abandonando la mansión escandalizadas por el comportamiento irritable de las jóvenes. No tenía la más mínima idea de que iba a hacer con ellas si su madre se marchaba. Podría internarlas en alguna institución para jovencitas, pero le parecía demasiado cruel después de lo que habían tenido que sufrir tras perder a sus padres. —No puedes hacerme eso, madre —rebatió con aspecto serio y casi desesperado. —No tengo más remedio que hacerlo Edward. Yo no puedo hacerme cargo de su educación, ¡Necesitan a una institutriz!, ¡Una decente! No como las tres últimas que contrataste —puntualizó con énfasis. —Gracias por recordármelo, hasta ahora no me había dado cuenta — mencionó con evidente tono de sorna. Él mejor que nadie sabía cuanto necesitaban sus sobrinas una institutriz decente, pero amenazándole con marcharse no iban a solucionar la situación. —Cuatro días, Edward. Te doy cuatro días para que encuentres a una institutriz y después me ausentaré hasta que comience el verano para tomar mi tratamiento —puntualizó antes de marcharse volviéndose a quejar de su dolor de huesos y dejarle con una sensación de desolación, no sabiendo que demonios iba a hacer si se marchaba. Comenzó a escribir una misiva con desesperación. Necesitaba que la señora Hawicks le encontrara una institutriz en menos de cuatro días. Estaba dispuesto a aceptar cualquier propuesta por más inverosímil que esta fuera. Incluso estaba dispuesto a pagar el doble de lo que ofrecía a las otras candidatas con tal de que le encontrar a una mujer que accediera —¿Se puede? —La voz de su mejor amigo lord Mackenzie hizo que dejara la pluma y sonriera. Al menos una distracción para aquel día en el que aún no había salido de su despacho y casi era la hora del almuerzo. —Sabes que siempre eres bienvenido, Adam —contestó Edward levantándose de su asiento y dándole un afectuoso abrazo. No se veían desde el funeral de su difunto hermano, por lo que era un alivio volver a encontrarlo, más aún cuando no había puesto un pie en Edimburgo desde que se había hecho cargo del título. Su única escapada fugaz fue a Londres únicamente para esclarecer los asuntos que conllevaban la herencia del ducado y ni tan siquiera había podido cruzarse con algún conocido. —Me pasaba para ver que tal te va con tu nuevo cargo, Lord Leinster. Ciertamente te sienta bien querido amigo —sonrió Adam tratando de ser amigable. —Aún no me acostumbro a el, sobre todo porque cada vez que alguien lo menciona me viene a la mente el rostro de Charles —puntualizó con cierta nostalgia en sus palabras. Quizá era demasiado pronto para hacerse a la idea de que nunca volvería a ver a su hermano. —Ha pasado poco tiempo, es normal. En cuanto pasen unos años te acostumbrarás —contestó Adam resuelto. —Mejor no hablemos de cosas trágicas, bastantes preocupaciones tengo ya para añadir una más, ¿Qué te trae por Livingston? —preguntó cambiando de tema. Hacía demasiado tiempo que Adam no se dejaba caer por Livingston, menos aún por la casa familiar de los Leinster. Prácticamente toda la familia Mackenzie se había trasladado a Edimburgo desde que los clanes de las tierras altas fueron disueltos, era una de las pocas familias que permanecieron en Escocia en lugar de marcharse a América. Le extrañaba que él estuviera allí, pero tal vez se debía a algún asunto familiar puesto que conservaban numerosas propiedades en la zona. La disolución de los clanes había supuesto la pérdida de poder para muchas familias, incluidos los Mackenzie, una gran parte de su clan había emigrado lejos de Escocia estableciendo su hogar en la India. A pesar de ello, su mejor amigo no conservaba un título de gran relevancia, pero los Hannover habían sido considerados permitiéndoles mantener la mayor parte de sus propiedades y riqueza cuando juraron fidelidad al monarca. —Tengo que firmar unos acuerdos en nombre de mi padre sobre el arrendamiento de unas tierras,algo trivial, así que estaré solo un par de días y decidí visitar a mi mejor amigo para ver que tal le iba. ¿Qué es lo que sucede para que estés tan preocupado? Edward apartó la carta que estaba escribiendo a la señora Hawicks para continuarla más tarde y comentó que había varios problemas que debía tratar de forma urgente sobre algunos acuerdos comerciales, pagos y otros menesteres fuera de la ciudad, pero que no podía dejar a sus sobrinas sin el amparo de una institutriz ahora que su madre pretendía marcharse a Bath. —Es curioso que me digas eso, puesto que mi hermana Beatrice hace unos meses decidió pasar su tiempo libre dedicándose a encontrar institutrices para la alta sociedad. Desde que le costó tanto trabajo encontrar a una institutriz decente para mis sobrinas, comenzó a hacer algunos contactos por todo el condado y lo cierto es que le va muy bien, tiene bastante demanda —mencionó Adam tranquilamente—. Si estas tan desesperado puedo decirle que te envíe a alguien de inmediato, aunque ella suele tomarse su tiempo para estas cosas y le gusta conocer las necesidades de cada familia. Edward vio un rayo de esperanza en aquellas palabras, recordaba que Beatrice se había casado con un lord inglés hacía seis o siete años, aunque no vivían en Londres, sí residía en Inglaterra llevando una vida tranquila un poco alejada de la decadente ciudad. Nunca le había atraído la caótica vida londinense, le gustaba la sociedad, rodearse de los suyos, las fiestas y los eventos, pero prefería Edimburgo y mantenerse así alejado de la corte. —Aceptaré lo que sea siempre y cuando llegue en cuatro días — contestó abruptamente. Si su madre se marchaba y aún no tenía una institutriz en casa, sabía que las niñas lo volverían loco. Adam comenzó a reír a carcajadas mientras pedía papel y pluma para escribir una misiva urgente a su hermana. Seis días. Ese era el tiempo que había pasado y la institutriz aún no había llegado. ¿Tal vez la hermana de Adam no habría encontrado a ninguna candidata?, ¿Sería posible que nadie en toda Gran Bretaña pudiera estar disponible para cuidar a dos niñas pequeñas? Su cabeza le martilleaba, llevaba dos noches sin dormir prácticamente nada, el tiempo exacto desde que su madre se había marchado cumpliendo su palabra. Si antes estaba desesperado, ahora comenzaba a estar increíblemente agobiado ante la idea de no poder hacer frente con todas esas responsabilidades. Aquel día llovía de forma incesante, así que Edward permanecía frente al gran ventanal del salón mientras escuchaba de fondo el sonido de Charlotte y Amanda jugando con sus muñecas de trapo frente al fuego de la chimenea. La taza de té estaba aún demasiado caliente y por eso se entretenía en tener la vista fija en el porche delantero donde veía como el agua encharcaba la tierra. De pronto, la figura de alguien menudo que portaba una maleta más grande de lo que abultaba su cuerpo se presentó ante sus ojos. Los cristales estaban parcialmente empañados así que no podía ver con detenimiento de quien se trataba, pero era evidente que se dirigía hacia la entrada de casa. Con paso decidido atravesó el marco de la puerta del salón y cruzó la entrada. Cuando abrió el gran portón vio como la pesada maleta de lo que parecía ser una muchacha caía al suelo. Sus pies y más de la mitad de su abrigo estaban literalmente embarrados, además de que aquel enorme sombrero que ocultaba su rostro apenas la aliviaba de la lluvia. ¿Se habría extraviado en su camino? —¿Se encuentra bien señorita?, ¿Se ha perdido quizá? —exclamó acercándose a ella a pesar de que después tendría que cambiarse completamente el atuendo, pero quizá la lluvia despejaría aquel dolor punzante de cabeza por la falta de sueño. —Espero que no —contestó la dulce voz de aquella muchacha—. Según me han indicado esta debe ser Rotherick Lake, la casa familiar de los Leinster—dijo sin apenas alzar la vista para no mojar su rostro. —Así es. ¿Quién sois? —preguntó Edward ahora contrariado. —Soy la nueva institutriz. La señorita Barston —pronuncio aquella voz y Edward dedujo que era demasiado joven para ser una institutriz. —La esperábamos hace dos días —rebatió algo hastiado. ¿Le habían enviado a una niña? Cuando dijo que estaba desesperado y aceptaría cualquier opción, no se refería a una adolescente que apenas podía hacerse cargo de sí misma. —Lo lamento —contradijo Amelia—. El tiempo no permitió que llegase el día previsto y retrasó el viaje desde Londres —dijo alzando su sombrero para ver al que suponía sería el mayordomo de la casa, pero descubrió el rostro de un hombre tan apuesto que provocó el silencio de sus palabras. Edward observó aquellos ojos azules y sintió que el tiempo se paralizaba. No importaba la lluvia. No importaba que estuvieran en la puerta de casa completamente empapados. No importaba absolutamente nada. Ella no era una niña, sino la mujer más hermosa que sus ojos habían contemplado jamás. A Capítulo 2 melia sentía como el agua calaba su abrigo, empapaba su corpiño y llegaba a traspasar su camisa interior. Había sido un viaje angosto y largo, mucho más de lo que imaginaba en un principio, sobre todo porque no había podido realizarlo cómodamente teniendo en cuenta el temporal que azotaba y la premura con la que le habían indicado que debía llegar a su destino. Una mujer joven como lo era ella y sin experiencia alguna no tenía grandes ventajas para ser llamada como institutriz en alguna casa pudiente o con título nobiliario. Por norma general habría comenzado desde el nivel más bajo, para alguna familia sin título que quisiera inculcar una buena educación a sus hijas como lo hacía la nobleza inglesa, pero cuyos recursos serían algo limitados o tendrían cierta reputación indiscreta. Ella lo sabía, por eso le había sorprendido aquella misiva donde le indicaban que existía un puesto vacante como institutriz para una familia adinerada de Escocia, concretamente de un duque. En la carta no se especificaban las condiciones, sino que el sueldo era aceptable para instruir a dos niñas de corta edad, la única condición era acudir de inmediato a la mayor brevedad. Le pareció increíble, casi un sueño y más teniendo en cuenta su inexperiencia y el poco tiempo que llevaba buscando empleo como institutriz. Había anhelado ser independiente, huir de su pasado comenzando una nueva vida en la que por primera vez fuera responsable de sus actos sin que otros decidieran por ella, pero sobre todo no deseaba ser dependiente de su hermanastra lady Catherine. Entre ella y Catherine no existía ningún tipo de parentesco, puesto que la mujer que fingía ser su madre; lady Elisabeth, se había casado con el padre de ésta, el vizconde de Grafton y esa había sido la única unión que habían mantenido durante años, ya que desgraciadamente le habían prohibido tener cualquier tipo de relación cercana con Catherine. Tenían casi la misma edad y rasgos similares, podrían haber sido verdaderamente hermanas si no fuera por el afán de ambición que tanto su verdadera madre Hortensia, como lady Elisabeth tenían respecto a la herencia del vizconde. Amelia era la hija bastarda de una sirvienta con un lord cuya identidad se negaron a revelarle. Su madre pactó con lady Elisabeth un acuerdo en el que ambas saldrían ganando. Una obtendría un matrimonio por conveniencia con un hombre de título nobiliario y la otra lograría que su hija perteneciera a la nobleza inglesa. Ahora que ninguna de las dos podía coaccionarla con amenazas o chantajes, podría expresar libremente sus sentimientos hacia su querida hermana Catherine. La apreciaba, aunque durante años sintió envidia por no ser ella la que tuviera que vivir una gran mentira frente a todos, pero a su manera Catherine también sufrió la ira de esas dos mujeres que tanto daño le hicieron a ambas. Toda su vida vivió en primera persona la codicia de su madre y Lady Elisabeth por el poder y vio con sus propios ojos como ese afán de riqueza las destruyó a ambas, quizá esa era la principal razón por la que deseabaalejarse de todo cuanto la rodeaba y comenzar una nueva vida. No podía permanecer en Londres a expensas de que la noticia sobre ser una bastarda saliera a la luz en cualquier momento. Aunque solo lo sabía su hermana Catherine y sus amigas, confiaba plenamente en ellas, pero no podía decir lo mismo de la que todos creían ser su madre y que en cualquier momento revelase su verdadera procedencia. No correría el riesgo de quedarse al lado de Catherine y que su reputación afectara a los negocios que poseía su hermana debido a su parentesco, sabía que alejarse de allí era lo mejor para ambas. Catherine tenía su vida junto a su esposo David y estaba segura de que pronto llegarían muchos hijos a sus vidas, lo que menos deseaba era ser un incordio para la feliz pareja ahora que sabía cuánto se amaban a pesar de ser un matrimonio concertado. Ella por el contrario no disponía de nada, ni dote ni riquezas y lo que menos necesitaba era un recordatorio de que tanto su apellido como ella en sí misma suponían una autentica farsa. No quería limosnas, ni un marido con título al que engañar fingiendo ser alguien que no era, por eso tras recibir aquella misiva urgente, aceptó sin dudarlo. Irse tan lejos supondría un gran alivio para su conciencia. Saber que su nuevo destino estaría en Escocia solo la llenaba de una increíble sensación de aventura. No le importaba alejarse de lo único que había conocido en la vida, de la ciudad donde guardaba tantos recuerdos malos como buenos. Sabía que algún día regresaría, quizá cuando hubiera conseguido hallar la paz mental que anhelaba encontrar, pero hasta el momento debía alejarse, reencontrarse a sí misma y sobre todo descubrir quien era realmente Amelia Barston después de tantos años fingiendo ser alguien que no era. La premura con la que debía partir la hizo despedirse a duras penas de su hermana y sus amigas tras el bautizo de la segunda hija de Emily al que no podía faltar. Aún no se había recuperado de sus lesiones en las manos por quemaduras debido al incendio donde pereció su verdadera madre Hortensia, a pesar de que jamás sintiera verdadero amor por ella y quizás no se merecía siquiera que se refiriera a ella por dicho nombre. Hortensia y Lady Elisabeth habían conspirado y asesinado al padre de Catherine y pretendían hacer lo mismo con su propia hermana, incluso aún sentía el dolor de las marcas causadas ante su negación a colaborar en aquella intriga, pero sus cicatrices solo eran el recuerdo amargo de una vida pasada. No sabía que excusa debería poner en el que sería su nuevo hogar para justificar aquellas quemaduras en sus manos, pero tenía tiempo más que suficiente para inventarse algo que decir a la nueva familia. Familia. Se había preguntado como serían los Leinster, imaginaba que el duque sería el padre de las niñas y, aunque desconocía como sería la duquesa, esperaba poder llevarse bien con la madre de las niñas sin que la juzgara previamente por su inexperiencia o temprana edad. La mayoría de institutrices eran de mediana edad y tenían mucha experiencia, sobre todo si servían en una familia acomodada y con un título tan elevado como el ducado. Le extrañaba que la hubieran llamado a ella, pero no quiso pensar en los motivos, sino en lo que le brindaba aquella oportunidad. Aquel viaje le había servido como distracción a pesar de las malas condiciones debido a la lluvia, que a su vez habían provocado que los caminos estuvieran embarrados y retrasara el carruaje. Sus pensamientos no querían centrarse en lo sucedido, sino en la nueva vida que le esperaba. Ni tan siquiera el hecho del reciente fallecimiento de su madre iba a impedir que gozara del momento, puesto que al fin y al cabo ella no había sentido jamás el afecto de Hortensia como el de una madre, más que una hija, la consideraba el puente hacia la vida que jamás obtuvo tras ser rechazada por el hombre que la dejó embarazada. En todos sus años de vida ni siquiera le había mencionado su nombre una sola vez. Amelia sabía que lo odiaba, que lo repudiaba, probablemente le prometió una vida llena de lujos que jamás obtuvo y de ahí su rechazo insistente y su afán por que ella lograra lo que Hortensia jamás logró, aunque nunca se preguntara si realmente era lo que su hija deseaba. Habría dado cualquier cosa por un poco de cariño o comprensión, quizá el único ser que fue capaz de darle algo similar fue el hombre que conoció como su padre e incluso el propio padre de Catherine, pero ambos le fueron arrebatados por aquellas manos manipuladoras que siempre dirigieron su vida. Fueron muchas las ocasiones en las que se preguntó quien podría ser su verdadero padre, ¿Tal vez un conde?, ¿Un barón? Sabía que era un heredero con título nobiliario, de lo contrario Hortensia jamás albergaría tanto odio hacia ese hombre si supiera que le había mentido, pero por más que trato de averiguarlo nunca lo supo y dudaba que la propia lady Elisabeth lo supiera. ¿Podría haberle conocido en alguna velada? Lo único que daba por hecho es que ella había heredado sus rasgos, porque físicamente no se parecía en nada a su verdadera madre, quizá por eso nunca habían dudado de que no fuera la verdadera hija de lady Elisabeth ya que al menos a ésta podía asemejarse. Amelia no había estado nunca en Livingston, en realidad no había salido jamás de Inglaterra y prácticamente de Londres, por lo que su viaje era todo un reto y esperaba que pudiera gustarle su nuevo hogar. No sabía si la familia aceptaría como institutriz a una joven inglesa, pero suponía que habían sido informados de ello cuando recibió la propuesta, solo lamentaba que el viaje le hubiera supuesto dos días de retraso y esperaba que eso no le hiciera quedar mal con los Leinster cuando aún no la conocían. El coche de alquiler compartido la había dejado en un camino angosto con indicaciones de seguir la vereda hasta encontrar una gran casa de piedra al final del mismo, sintió un vacío enorme cuando vio como la silueta del carruaje se alejaba desdibujando su imagen, el sonido de la lluvia crepitando disipaba el ruido de las ruedas haciéndolo desaparecer y el suelo se transformaba en un completo barrizal por el que andar era un esfuerzo sobrehumano . Por primera vez en su vida se sintió realmente sola, tenía miedo pero esa había sido su elección y estaba allí por decisión propia, se dijo que podía hacer frente a ello. Cogió la maleta de viaje con apenas tres atuendos y sus enseres personales, a pesar del poco contenido en ella, ciertamente pesaba mucho más debido a los libros que había sido incapaz de dejar atrás. Básicamente arrastró los pies hasta que las líneas de una gran casa se dibujaban al fondo a través de la lluvia. Solo esperaba que a pesar de su retraso no hubieran decidido contratar a otra institutriz por no haber sido capaz de ser puntual como se le había ordenado. Un baño caliente y ropa seca se le hacía un sueño en aquellos momentos, mucho más que un plato de comida decente, algo que no había probado en días, al igual que un lecho confortable ya que sus únicas horas de sueño habían sido las que fue capaz de realizar en el carruaje. Aún así, se preparó mentalmente por si ninguna de esas opciones se le ofrecía, tal vez podrían haberse acabado los días en los que podría gozar de los privilegios propios de una dama, puesto que ahora su función era servir y no la de ser servida. Ella misma había gozado de institutriz toda su niñez, por eso estaba bien instruida en varios idiomas, conocimientos de historia, cálculo, geografía y biología así como en artes, música, baile y dibujo. Hortensia había insistido en que también debía aprender a bordar, pero no fue una cualidad en la que destacó con brillantez, por lo que finalmente acabó empleando ese tiempo en clases de equitación para ejercitar sus músculos y mantener una buena figura, aunque solo duró hasta que debutó en su primera temporada de Londres, puesto que preveían que encontraría marido fácilmente. Podría haber sido así, buenas cualidades no le faltaban según lady Elisabeth y su madre, pero ella sentíaque vivía una mentira y que cada vez que asistía a una fiesta, debía disfrazarse de alguien que no existía. No tenía voz ni voto en la elección de sus pretendientes, como tampoco lo tendría a la hora de aceptar alguna propuesta que tuviera, por esa razón se encargó personalmente de ahuyentar a cada uno de los caballeros que trataban de proponerle matrimonio. Tan solo faltaban unos pasos hasta llegar al portón principal de la enorme mansión que asolaba el lugar cuando una figura salió de allí y Amelia supuso que debía ser el mayordomo que vendría a recibirla o, al menos ver de quien se trataba. Le extrañó que la servidumbre de la casa fuera tan servicial para salir con el aguacero que estaba cayendo a expensas de saber que tendría que cambiarse la indumentaria por completo. ¿Quizá daba un aspecto de lo más desaliñado y querrían asegurarse de que no era una vagabunda buscando asilo? Descartó por completo la idea al instante, seguramente en la casa eran conscientes de que ella vendría y habrían previsto su retraso a expensas del temporal que azotaba el norte. La voz de aquel hombre irrumpió entre el sonido de la lluvia golpeando la tierra, no quería alzar la vista porque estaba segura de que su sombrero volaría, un sombrero de ala ancha que su hermana Catherine le había prestado y que era ideal para días como ese donde la protegería de la lluvia y el ligero viento, aunque también le serviría para días soleados en los que protegerse de mejillas sonrosadas que provocarían más tarde la aparición de numerosas pecas en su piel inmaculada. Quizá podría olvidarse de esas viejas costumbres de dama ahora que dejaría de ser una de ellas. Era una empleada. Ya no necesitaba tener la piel aterciopelada, ni someterse a innumerables tratamientos de aceites o esencias para lucir perfecta. No. Ella no buscaba un marido, tampoco lo necesitaba, únicamente deseaba ser dueña de sí misma y tener decisión propia. Cuando aquel mayordomo le dijo que la esperaban desde hacía dos días, no pudo demorar más tiempo en alzar la vista a pesar de que el agua cayera en su rostro. No esperaba encontrarse con un hombre que tuviera aquellos rasgos tan masculinos y atrayentes al mismo tiempo. Tanto fue así, que se sintió incapaz de añadir algo más a su disculpa. Sus pensamientos se disiparon dejando todo atrás salvo aquel rostro surcado por gotas de agua que estaba frente a ella. ¿Había visto alguna vez un hombre tan apuesto a pesar de haberse relacionado con decenas de ellos en las grandes fiestas londinenses? No. Desde luego que no. —Por favor, entre —oyó Amelia conforme le señalaba el portón principal y la invitaba a entrar en la casa. No había esperado que su llegada implicara llenar de agua todo el hall de entrada, probablemente esa situación acarrearía cierto resentimiento contra la doncella que tuviera que limpiar aquel reguero. En aquel momento fue consciente de que tendría que aprender a llevarse bien no solo con los miembros de la familia de su nuevo hogar, sino también con los empleados de la casa. Su rango suponía estar en el intermedio de ambos, donde no ostentaba el rango ni de unos, ni de otros, sino que se encontraba a medio camino en aquella jerarquía de clases sociales. —Le agradecería que le comunicara mi llegada a los duques de Leinster si es tan amable —dijo Amelia tratando de ser correcta. No había vuelto a mirar a ese hombre, sino que se mantenía ocupada en parecer lo más presentable posible, aunque debía importarle muy poco la impresión que a él le hubiera causado, estaba segura de que distaba mucho de ser buena teniendo en cuenta su aspecto desaliñado. Había perdido dos días por el temporal, no estaba dispuesta a esperar un solo minuto más sin que los dueños de la casa supieran de su existencia. —¿Los duques? —exclamó Edward confuso. La llegada de aquella mujer lo había contrariado, más aún su innata belleza a pesar de sus ropas mojadas y aquel sombrero que trataba de ocultar su rostro. ¿Lo llevaría por la lluvia o precisamente para camuflar su belleza de un modo sutil y certero? Era joven, demasiado joven para ser institutriz ahora que lo pensaba. ¿Podría tratarse de un error?, ¿Quizá se habían equivocado al enviarla a su propia casa? Tuvo claro que no duraría ni dos días con las pequeñas, probablemente tampoco tendría la experiencia necesaria para el puesto requerido, pero tal vez fuera una solución momentánea para poder conciliar el sueño antes de que abandonara la casa. —Así es. Si me estaban esperando hace dos días no quisiera demorar más mi tardanza debido al clima. Es mi deseo presentarme antes de causarles una mala impresión por mi inesperado retraso. —Creo que no lo hará —susurró Edward sin que la joven señorita Barston pudiera oírle—. Será mejor que trate de secarse de inmediato, una de las doncellas la acompañará a su habitación donde todo estará dispuesto, no quisiéramos que se constipara y demorar sus obligaciones como institutriz aún más tiempo. Edward trató de ser conciso y amable al mismo tiempo. En realidad le preocupaba más la salud de la joven mujer que los términos del contrato que deberían esclarecer antes de presentarle a las pequeñas. Por un momento creyó que se negaría, pero simplemente accedió a su petición con un gesto de cabeza. Supuso que ella misma reconocería que si se resfriaba podría perjudicar su comienzo en la casa y que peor acto de presentación que estar encamada en una casa extraña. Edward la vio perderse por las escaleras conforme seguía a la señora Ponce, una mujer de mediana edad y regordeta que servía en aquella casa desde que él tenía recuerdos de infancia. Rhoterick Lake siempre había pertenecido a los Leinster, estaba ligada al título y había ido pasando de padre a hijo durante generaciones, aunque su bisabuelo hizo algunas reformas que posteriormente su hermano Charles mejoró cuando decidió instalarse allí con su familia. Antes de que su padre muriera, frecuentaban la mansión durante la época de verano, como solían hacer la mayoría de nobles con casas en Livingston, solo unos pocos decidían permanecer todo el año en aquel pueblo apartado de la ciudad, puesto que el fulgor de la alta sociedad escocesa se centraba en Edimburgo, aunque muchos de ellos decidían marcharse a Londres para estar aún más cerca de la corte. Era extraño que Charles tomara la decisión de alejarse de la capital para instalarse en el campo, probablemente buscaba la tranquilidad de los campos rurales para los pequeños, aunque esto le privaba a él y a su esposa de las fiestas y celebraciones propias que cumplir con su título ya que la vida social en Livingston era escasa. Edward en cambio, no tenía ninguna intención de permanecer allí por largo tiempo, se quedaría durante unos meses, los suficientes para que las pequeñas pasaran el duelo y posteriormente regresaría a Edimburgo donde harían vida social y tendrían las distracciones suficientes para superar la pérdida de sus progenitores. La mayor parte de los negocios que pertenecían a la familia se centraban en la ciudad y además era el lugar de residencia de lady Cecilia, por tanto sería más cómodo para las niñas estar cerca del único pariente aparte de él que aún seguía con vida. Mientras Edward se desvestía deshaciéndose de sus ropas mojadas conforme su ayudante de cámara le propiciaba prendas secas que se ajustaban a su figura, recordó el joven rostro de la nueva institutriz que acababa de llegar a su casa. Había venido hasta allí desde Inglaterra y era evidente que decía la verdad ya que su acento era inglés la delataba ¿Por qué habría decidido alguien tan joven embarcarse en un viaje tan largo? Le resultaba extraño, muy extraño. Dada su juventud podía entender porque no estaba trabajando en alguna otra casa como institutriz, probablemente carecía de la educación adecuada que se requería para desempeñar tales funciones, ¿Por qué la habían enviado entonces?, ¿Quizá en su desesperación no habían encontrado alguien mejor que ella? Pronto lo descubriría. Estaba enormemente interesado por realizar un interrogatorioexhaustivo a la joven que ahora permanecía bajo su techo. A Capítulo 3 melia observó su rostro en el minúsculo espejo de la habitación. No podía quejarse por su tamaño, incluso debería estar agradecida por el hecho de tener uno donde mirarse y comprobar su peinado, ahora convertido en un auténtico desastre. —¡Dios mío! Gracias al cielo que los duques no me han visto de esta guisa o habría causado una bochornosa impresión —se dijo a sí misma en cuanto la mujer que la había acompañado hasta la habitación la dejó a solas. La señora Ponce parecía una buena mujer; afable y servidora. Le comentó mientras subían las escaleras que había servido en aquella casa toda su vida y que la familia siempre había sido muy generosa con ella. Eso le dio a entender que los duques de Leinster no parecían ser el tipo de nobles altivos y reticentes que correspondía a la mayoría de familias en Londres. Se deshizo del abrigo que de no ser porque no había llevado otro consigo habría barajado la opción de desecharlo por la cantidad de barro que albergaba, pero tendría que dárselo a alguna de las criadas de la casa para que obrase un milagro. Su vestido se había salvado, aunque también tenía barro en el bajo y estaba tres cuartas partes empapado, al igual que sus enaguas, así que retiró todas las prendas mientras se pasaba un paño para secar su rostro y deshacía la trenza que ahora lucía demacrada y desaliñada. No pretendía tardar más de lo debido en alistarse, pero hacerlo sin una doncella era mucho más complicado de lo que había imaginado, ella siempre había tenido a su verdadera madre o alguna de las criadas de la casa que la asistían cada vez que lo necesitaba, sobre todo cuando acudía a alguna fiesta o baile de gala y aunque sabía perfectamente como hacerlo, era mucho más difícil lograrlo sin ayuda. Finalmente volvió a trenzar su cabello minuciosamente y lo colocó debidamente en un recogido bajo que le daba un aspecto más formal, a fin de cuentas era lo que buscaba. Quizá no podía aparentar más edad de la que tenía, pero al menos parecería una joven responsable que sabía lo que hacía. Eligió una falda azul oscura junto a una blusa blanca que sería su atuendo diario como institutriz, se había deshecho de la mayoría de sus vestidos porque no le servirían en su nuevo empleo y aunque tuviera la oportunidad de asistir a una fiesta, jamás podría ponérselos porque no sería apropiado para su nueva posición social, así que a cambio, tenía una pequeña bolsa llena de monedas gracias a todas esas prendas de las que se había desprendido. Probablemente no regresaría al lujo de la nobleza inglesa, a los elegantes bailes, suntuosas cenas y soberbias fiestas que daba la élite social cuyo nombre siempre aparecía entre los asistentes gracias a la posición social de su difunto padrastro, pero ahora que lady Elisabeth estaba en la cárcel siendo a los ojos de todos su madre por más que en realidad no lo fuera, dudaba ser bien recibida entre los grandes salones o al menos era lo que creía por mucho que su hermana Catherine insistiera en lo contrario. No quería dar lugar a rumores y teniendo en cuenta que sus intenciones distaban mucho del matrimonio, era mejor para todos apartarse de la nobleza llevándo una vida austera, ser dueña de sus propias decisiones con un trabajo responsable y que le aportara calidez a sus días. Nada mejor que educar a unas hermosas niñas en la plenitud de la vida. Ser institutriz no era algo que hubiera contemplado jamás, a fin de cuentas le habían instruido desde muy pequeña cuales eran las pretensiones que su madre tenía para ella y no eran ni más ni menos que las de concertar un matrimonio con un duque, lo más alto del escalafón social sin contar con el rey y sus herederos a los que era improbable llegar. Durante un tiempo compartió el mismo deseo que su progenitora, creía que ser duquesa podría hacerla feliz al mismo tiempo que la contentaba a ella, pero después descubrió que su madre solo trataba de vivir la vida que no tuvo a través de ella. Pagaba sus frustraciones marcándola con cada desobediencia y al final terminó comprendiendo que por más que intentara obedecerla, hacerla feliz, ser lo que pretendía que fuera, nunca lograría apaciguar el odio que ahondaba en su interior y que refulgía cada vez que la contemplaba. Quizá nunca le hubiera revelado quien era su verdadero padre aunque supiera que pertenecía a la nobleza , pero sí le había quedado claro que poseía sus rasgos y heredado sus ojos, unos ojos de color azul tan claro como el cielo. Lamentablemente existían muchos caballeros de cabello rubio, tez clara y ojos azules, los suficientes para que ni siquiera elaborase una lista de posibles candidatos, pero saber o no quien era su progenitor no cambiaría nada, ella era frente a todos la hija del barón de Barston que a pesar de morir arruinado, conservó el título hasta el último de sus días y la reconoció como su propia hija pensando que verdaderamente lo era. Apenas tenía recuerdos de aquel hombre que falleció cuando apenas era una niña, inmediatamente después, lady Elisabeth contrajo matrimonio con el vizconde de Grafton y su situación financiera cambió de la noche a la mañana. Amelia se pellizco las mejillas para que parecieran algo rosadas y eliminar así la palidez de su rostro. En otras circunstancias habría usado polvos de arroz con aroma a violeta, pero se había desecho de ellos sabiendo que sería un artículo de lujo el cual no se podría permitir y tampoco usar en su nuevo empleo. Con paso decidido salió de la que sería su habitación durante el tiempo que allí permaneciera y no supo muy bien hacia donde debía dirigirse, pero decidió regresar por el mismo camino que la señora Ponce la había conducido. Bajó las escaleras y regresó al hall de entrada principal, desde el que podía oír perfectamente los gritos infantiles de unas niñas que parecían jugar. Le tentó la idea de acercarse para ver que estaban haciendo, pero antes de poder dar un paso y asomarse a las puertas del gran salón, la voz masculina de un hombre atrajo su atención. Por un momento pensó que podría tratarse del mismo hombre que salió a recibirla, de ese joven apuesto que sería el mayordomo de la casa, pero para su sorpresa fue un hombre de mediana edad quien le indicaba que el duque de Leinster la esperaba en su despacho. ¿Solo el duque?, ¿No estaría la duquesa? Quizá ella se encontraría con las pequeñas y se uniría más tarde a la reunión. No le dio importancia, sino que a pesar de la intriga que le generaban las dos niñas que debía cuidar, supo que más tarde las conocería y se alejó de allí siguiendo la sigilosa figura de aquel sirviente. Guardó silencio, prestando atención al detalle de cada figura, cuadro y filigrana que decoraban los pasillos de aquella mansión campestre. Era hermosa, se apreciaba el gusto exquisito de quien había elegido con sumo cuidado y elegancia cada detalle de aquella casa. Seguramente era una mansión familiar que había sido heredada por varias generaciones, podían apreciarse cuadros muy antiguos contrastados con algunos más recientes. Las molduras junto al papel pintado floral. Si. Definitivamente la duquesa de Leinster habría redecorado la casa no hace mucho. —Adelante —indicó el mayordomo y dio por hecho que el duque debía estar avisado de su llegada, probablemente había dejado dicho que la hicieran pasar en cuanto se alistara. ¿Le habrían mencionado también el bochornoso estado en el que había llegado? Esperaba que no. Nada le daría más vergüenza que admitir que su retraso se debía a la deplorable situación de su atuendo, aunque culpara al mal tiempo de ello y de no haber llegado cuando se requería. Amelia entró con la mirada baja y pudo ver que la luz no llegaba muy bien a aquella parte de la casa, probablemente se debía a que el sol estaba cubierto y que en aquellos momentos daría a otra parte de la fachada. Hizo una reverencia y se presentó formalmente al que suponía sería el duque de Leinster y padre de las niñas a las que instruiría. Cuando alzóla vista para ver el rostro del caballero al que ella habría imaginado con cierta edad, su conmoción fue evidente al reconocer al mismo hombre que había salido a su encuentro nada más llegar. ¿Qué hacía el mayordomo de la casa sentado en el despacho del duque?, ¿Qué broma del destino era aquella? —Bienvenida señorita Barston, puede tomar asiento si lo prefiere —le indicó y Amelia permaneció de pie sin inmutarse. ¿Podría ser ese hombre el duque de Leinster? No. Era imposible. Era muy joven para serlo. Aunque ya debería saber de sobra que la edad no era una condición para ello. Le habían dicho que el duque la esperaba, allí no había otra persona aparte de él y además permanecía sentado en la silla que había tras el escritorio, algo que ningún empleado de la casa por más rango que tuviera se atrevería a hacer. No existía el menor atisbo de duda de que era el duque de Leinster y su bochorno hacía que fuera incapaz de alzar la vista por no haberle tratado como tal y menos aún presentarse debidamente haciendo una reverencia hacia su jerarquía. La conmoción la hizo permanecer impertérrita hasta el punto de creer que con toda probabilidad el duque pensaría que era una maleducada por no aceptar su invitación para tomar asiento. No estaba teniendo un buen comienzo, primero el retraso, después la confusión, incluso quiso hacer memoria para saber si había mencionado algo inoportuno que le hubiera hecho pensar que daba por sentado que era un simple mayordomo. Aunque, ¿Cómo iba ella a saber que el propio duque saldría a recibirla con el temporal que hacía? Ningún hombre de la alta nobleza que ella conociera saldría a recibir a una simple institutriz y menos aún si la lluvia podía arruinar sus ropajes. ¿Qué clase de caballero era ese?, ¿Tal vez la nobleza escocesa era diferente? Muy pronto lo descubriría o eso esperaba si no la enviaba de regreso a casa. A pesar de su silencio él no parecía notarse incomodo sino que la observaba con sumo interés y ella pudo atisbar que quizá lo hacía porque era notoria su inexperiencia. Eso la hizo tomar el impulso suficiente para hablar a pesar de que su mera presencia le hacía sentir un resquemor en su estómago. —Disculpe —dijo Amelia tratando de que su voz no se quebrara. Ni siquiera sabía como decir que estaba avergonzada por haberle confundido con su mayordomo. —Tal vez sea yo quien deba pedir disculpas por no haberme presentado adecuadamente cuando llegó señorita Barston, pero dadas las circunstancias creí que sería más oportuno hacer las presentaciones sin poner en riesgo su salud. Soy Edward Leinster, octavo duque de Leinster. Si existía alguna duda al respecto, esta se acababa de esfumar como el viento. Amelia hizo una reverencia como tantas veces había hecho en publico cuando había sido presentada a un miembro de la nobleza y se mordió el labio presa de la vergüenza por haber creído que se trataba de un simple empleado de la casa. ¿Por qué no se había fijado en su vestimenta? Solo tendría que haber prestado un poco de atención para haberse dado cuenta de la diferencia de rango, pero había dado por sentado que un duque jamás saldría a recibirla, eso y el temporal que azotaba con fuerza le habían jugado una mala pasada, además del cansancio que acumulaba por el viaje tan agotador que había tenido, pero lo cierto es que se había olvidado de todo aquello cuando vislumbró aquel rostro de facciones masculinas perfectas. —A su servicio mi lord. Le aseguro que estoy lista para cumplir con mi deber desde este preciso instante si así lo requiere su señoría. —Se adelantó Amelia esperando que la rojez de sus mejillas no la delatara o al menos, que el duque pensara que se debía al frío que la hacía estar más pálida de o debido y no por su más que evidente bochorno. Y pensar que había fantaseado con él por un instante… —No tengo la menor duda de que así será, pero antes de que le presente a mis sobrinas, quería aclarar con usted algunos pequeños detalles. ¿Sobrinas?, ¿Las niñas que debía cuidar no eran sus hijas? Inmediatamente Amelia alzó la vista y se perdió en aquellos ojos azules, su respuesta en señal de sorpresa fue captada por el duque de inmediato. —Perdone la interrupción, pero ¿No son sus hijas? Me dijeron que atendería a las hijas del duque de Leinster —afirmó sin comprender nada. Si él era el duque y no eran sus hijas, ¿Cómo era posible? —Mis sobrinas son las hijas del difunto duque de Leinster —aseguró haciendo que Amelia comenzara a comprender la situación—. Mi hermano mayor falleció junto a su esposa y su hijo menor hace pocos meses. La sorpresa hizo que Amelia se llevara las manos enguantadas a su pecho en señal de conmoción. —Lo lamento, no fui informada de ello —susurró compungida. Aunque de haberlo sabido tampoco habría cambiado su decisión, pero al menos habría tenido unos días para concienciarse del dolor que deberían estar pasando aquellas criaturas al perder no solo a su padre, sino también a su madre y hermano pequeño al mismo tiempo. Edward se incorporó algo nervioso, la simple presencia de aquella institutriz le hacía sentir ligeros espasmos en su interior y no podía dejar de estudiar minuciosamente su rostro. Sin aquel sombrero y sin aquel abrigo que la cubría por completo había podido apreciar que era aún más hermosa de lo que imaginaba. Ella era solo una joven institutriz que probablemente carecía de experiencia alguna, era más que evidente su corta edad, si las otras institutrices con mucha más experiencia apenas habían durado unas semanas, estaba seguro de que aquella solo aguantaría un par de días y por alguna razón, eso le molestaba. —Mis sobrinas han sufrido una perdida muy grande y como comprenderá no son muy dadas a los nuevos cambios. Ellas recibían una instrucción apropiada ejercida por su propia madre y por decirlo delicadamente, no aceptan de buen agrado que otra mujer la reemplace. Amelia comprendió inmediatamente que no era la primera institutriz a la que avisaban, ¿Cuántas habría habido antes de ella?, ¿Una?, ¿Quizá dos? —Comprendo la situación, yo misma perdí a mi madre hace poco tiempo —dijo de forma elocuente a pesar de que la muerte de Hortensia no había creado heridas en ella, sino que las había abierto aun más por el dolor que había causado en vida. Sentía impotencia, pero eso sería algo que nadie sabría. Sus heridas las curaría únicamente ella y cicatrizarían, tal vez tardarían años, quizá décadas… pero sanarían. —Ha realizado un viaje muy largo para venir aquí señorita Barston, ¿Era su madre su única familia? —preguntó Edward con cierto afán de curiosidad. Aquella mujer le generaba intriga, tenía inquietud en saber más sobre ella, sus rasgos eran tan finos y tan pulcros que aún no podía creer que se tratara de una simple doncella. Es cierto que el rango de institutriz estaba por encima de una sirvienta, pero aquella mujer poseía belleza y por alguna razón inquietante, pretendía esconderla en lugar de enriquecerla. Edward la observó de nuevo reparando en sus largas pestañas, en aquel meticuloso peinado que no acentuaba sus rasgos y en su vestuario sencillo a la vez que sobrio. ¿Cómo sería aquella mujer si se vistiera con los ropajes de una dama? Desechó la imagen de su mente, la señorita Barston no era una dama de la alta sociedad, era su nueva empleada, la institutriz de sus sobrinas y nada más. —Perdí a mi padre cuando aún era muy pequeña —comentó Amelia siendo un dato tan real como falso, puesto que el hombre que le dio su apellido no era realmente su padre, pero a todos los efectos cumplió como tal —, pero tengo una hermana a la que adoro —contestó con una sonrisa recordando a Catherine. En realidad su madre no había fallecido, sino que permanecía en la cárcel, pero ella jamás había considerado a lady Elisabeth como su madre a pesar de que todos creyeran que lo era. Desechó la imagen de aquella mujer que le había causado tanto daño y en su lugar se quedó con la imagen de su hermana y sus amigas, habían pasado solo unos días y ya las echaba de menos. Había prometido escribir a Catherineen cuanto se instalara y esperaba poder hacerlo pronto o estaba segura de que su hermana removería cielo y tierra para encontrarla, eso si no se presentaba allí de inmediato. Por suerte Catherine se encontraría de luna de miel en Florencia, toda una sorpresa que desconocía pero que David le había revelado antes de su partida, aquello la hizo sonreír sin ser consciente de ello. Edward sintió una ligera opresión el su pecho al verla sonreír. Su sonrisa era hermosa, a pesar de su rostro enmascarado en seriedad había algo en ella peculiar y no sabía determinar la razón, pero hablar de esa hermana parecía reconfortarla. —¿Puedo saber que le decidió venir hasta aquí? No es que desconfíe de usted, pero sus credenciales nunca llegaron, probablemente se extraviaron por el temporal, así que realmente desconozco todo en cuanto a su instrucción se refiere. Sin embargo, fue contratada a través de alguien muy querido para mi, por eso confío en su criterio y sé que no habría enviado a nadie que no estuviera cualificado para el puesto. —confesó esperando no incomodarla demasiado. Amelia comprendió entonces que el duque no sabía nada sobre ella y de algún modo pensó que la persona querida para él sería con toda probabilidad una mujer por el modo en que parecía hablar de ella. ¿Sería un hombre casado?, ¿Tal vez tendría una prometida? Ni siquiera sabía porque se hacía aquellas preguntas cuando la respuesta no cambiaría en absoluto su trabajo en aquella casa. —He vivido toda mi vida en Londres y siempre he deseado visitar otros lugares, cuando recibí la misiva para venir a trabajar a este lugar me pareció una gran oportunidad, sobre todo para una familia como la suya. Hablo con fluidez francés y latín pero fui instruida en alemán y castellano. Poseo conocimientos de historia, calculo, geografía, biología y arte, evidentemente instruiré a sus sobrinas en la música, danza y dibujo, imagino que serán presentadas en sociedad cuando cumplan su mayoría de edad. — Quizá estaba hablando a muy largo plazo, ni siquiera había comenzado y ya estaba imaginando la presentación en sociedad de aquellas niñas a las que aún no conocía, pero sí sabía que tenían corta edad. Amelia había evitado decir la verdadera razón por la que deseaba marcharse de Londres, alejarse de los rumores y de las caras de estupefacción que la sociedad londinense le haría cada vez que tuviera ocasión. Aunque la realidad es que estaba cansada de ser alguien que no era y la asfixiante sensación de opresión la hacía querer huir de aquel lugar para no regresar nunca más. Tenía el apoyo de Catherine, Emily, su prima Julia y Susan, sabía que con ellas de su lado nadie osaría decir algo en contra de ella ya que su hermana y Emily eran duquesas, pero no quería esa vida, necesitaba ser alguien por ella misma y ahora lo estaba consiguiendo. Estaba labrando su propio camino por primera vez desde que tenía consciencia. —Le seré sincero señorita Barston, esos asuntos suele gestionarlos mi madre, pero lamentablemente no se encontraba bien y ha debido ausentarse por un tiempo. Imagino que todo lo que ha mencionado es adecuado, pero por el momento me conformaría con que lograra hacerlas dormir toda la noche. Amelia se dio cuenta de que no había hecho mención alguna a su esposa, la señora de la casa o la duquesa. ¿Podría asumir que el duque no estaba casado? —Lo entiendo, perdone mi atrevimiento pero, ¿Responderé hacia su madre o hacia usted? —preguntó Amelia no sabiendo exactamente a quien tendría que acudir en caso de tener alguna duda respecto a las niñas. Tal vez no debería haber sido tan directa, quizá tendría que haber sido cauta y ver desde su perspectiva la situación para darse cuenta, pero prefería tener claro desde el principio si el duque no quería intervenir en la educación de sus sobrinas y dejaba esos menesteres a las damas de la casa. Y porque no decirlo, quería saber si existía alguna mujer en su vida a la que tendría que rendirle cuentas. —Tras el fallecimiento de mi hermano, asumí la responsabilidad de la educación de mis sobrinas, aunque lady Cecilia visitará con frecuencia a sus nietas, será a mi a quien tendrá que informar de los progresos y requerimientos que realice con ellas —contestó Edward tratando de ser conciso—. Tendré que viajar con asiduidad, por lo que tendrá que quedarse a solas con las niñas en Rhoterick Lake. Ell servicio estará a su disposición para lo que necesite y un carruaje podrá llevarla al pueblo cuando así lo requiera. Mi hermano acudía todos los domingos a misa con su familia, me gustaría que fuera una tradición que mis sobrinas no perdieran por recuerdo hacia sus padres. —Por supuesto —Se adelantó Amelia creyendo que ella debería encargarse de llevarlas. —Su labor requiere que permanezca siempre cerca de las niñas, se encargará de su educación, vestuario y alimentación. No hay otras damas en la casa, así que deberá acompañarlas en sus actividades, paseos y visitas familiares. La voz del duque de Leinster cesó y Amelia supuso que estaba evaluando sus expresiones para determinar si su petición era excesiva o no. La mayoría de institutrices no se inmiscuían en ciertas tareas como la de elegir su vestuario, acompañarlas en todo momento o dormir junto a ellas, para ello se requerían los servicios de una niñera, pero al parecer lo que el duque de Leinster exigía de ella era que fuera ambas cosas al mismo tiempo. Realmente no le importaba, tampoco sabría que hacer con el tiempo libre si lo tuviera, así que prefería pasar todo el día con aquellas niñas y lograr ganarse su confianza. —No habrá ningún problema —contestó Amelia con una agradable sonrisa. Edward la miró sorprendido. Hasta ahora no había realizado ninguna queja a sus exigencias, algo muy distinto a todas las otras institutrices con las que había tenido que tratar previamente y que habían sido un reclamo continuo. Las tres institutrices que habían pasado por allí reiteraron y proclamaron su malestar al hecho de tener que atender a las pequeñas durante la noche, así como el poco tiempo libre del que disponían si debían atender todas las actividades fuera de su horario de lecciones, incluso había tenido que involucrar al servicio para que atendiera a las pequeñas y aún así, habían terminado marchándose ante los continuos despropósitos de sus sobrinas. Ni siquiera el aumento de salario había sido suficiente para retenerlas. ¿Sería la señorita Barston diferente? Su inexperiencia y juventud podría resultar beneficiosa por el ímpetu que parecía derrochar, quizá lograra aguantar más de un par de días, pero dudaba que mucho más. Sería una verdadera lástima perder de vista aquel rostro de facciones hermosas. —Acompáñeme, le presentaré a mis sobrinas —decretó Edward incorporándose para salir de su despacho asegurándose de que la nueva institutriz de sus sobrinas le siguiera. Al pasar por al lado de ella, Edward comprobó el aroma sutil de su perfume, olía a flores, concretamente a una flor en particular a la que no sabía poner nombre, pero era verdaderamente embriagador. Contrajo los músculos para que no pudiera percatarse de haber sentido ese aroma, ni del efecto que este produjo en él al percibirlo. Definitivamente la señorita Barston era toda una tentación y más aún cuando había podido ver con sus propios ojos el cuerpo de proporciones perfectas que parecía esconderse bajo aquellas sobrias prendas. ¿Estaba exagerando o era realmente tan hermosa? Tal vez llevaba demasiado tiempo allí encerrado sin pisar la ciudad y sin relacionarse con otras damas que pudieran tentarle como parecía hacer aquella mujer en cuestión. Otras damas y no tan damas dicho sea de paso. Si. Probablemente era la ausencia de una amante lo que le hacía tener aquel tipo de pensamientos hacia su nueva institutriz. Solo tendría que ausentarse unos días para darse cuenta de que la señorita Barston no era tan hermosa como ahora parecía creer. Sin lugar a duda en cuanto su nueva institutriz se instalara en la casa él se marcharía, no dejaría que la tentación pudiera jugar en su contray hacer algo de lo que luego pudiera arrepentirse. Echando la vista atrás se habría reído de tener un affair con la institutriz, pero viendo a la señorita Barston la idea no le parecía en absoluto descabellada y por esa misma razón sabía que la falta de una mujer en su cama comenzaba a despertar sus instintos primarios. Conforme se acercaban al salón, Amelia pudo comprobar los gritos procedentes del lugar donde intuyó que debían estar las pequeñas. En cuanto su vista recorrió el dulce hogar, encontró las dos melenas que correteaban bajo la vigilancia de una de las empleadas de la casa que parecía desesperada por tratar de hacer que se sentaran, incluso podía notar la fatiga y el cansancio en su rostro, probablemente porque no estaba habituada a tener que hacer aquella labor que se le había encomendado. —Le presento a lady Charlotte y lady Amanda. —Amelia oyó la voz del duque a su espalda y supuso que sería todo un desafío convencer a aquellas dos jovencitas de que siguieran sus instrucciones. Podía apreciar que una era más alta que la otra, por lo que debían de tener una diferencia de dos o tres años de edad. La mayor debería ser Lady Charlotte y la más pequeña de las dos que perseguía a su hermana tendría que ser lady Amanda. En cuanto pasaron por su lado el duque de Leinster se agachó para atraparlas y ambas comenzaron a dar pequeños gritos ante el hecho de ser privadas de su huida. Sin soltarlas hizo que no tuvieran más remedio que ver a Amelia frente a ellas. —Está es la señorita Barston, vuestra nueva institutriz —dijo advirtiendo a las pequeñas que la miraron primero con desagrado y después la sorpresa se reflejó en sus rostros. —No es vieja —mencionó la mayor. —No tiene verrugas —continuó la otra. —En lugar de decir lo que no tiene, ¿Porque no le dais la bienvenida? —replicó el duque haciendo amago de dejarlas en el suelo, pero vio las intenciones de ambas de salir huyendo y se mantuvo inclinado para evitar que corrieran. —¡Porque no es bienvenida! —exclamó la mayor—. ¡Puede irse por donde ha venido!, ¡No la queremos! Amelia comprendió quien llevaba la voz cantante, estaba claro que por ser la mayor sería la que tendría más conocimiento de lo sucedido y quien más echaría de menos a su madre. No era muy buena calculando edades, pero probablemente lady Charlotte tuviera alrededor de los seis años y lady Amanda tres o cuatro. Eran pequeñas, muy pequeñas para haber tenido que vivir la ausencia de ambos progenitores al mismo tiempo. Amelia comprendió el enfado de la pequeña, no quería extraños y menos aún alguien que supliera a la figura de su madre, así que comprendía perfectamente aquella rebeldía. Ella misma había osado ser rebelde en alguna ocasión y tenía las pruebas en su piel que testimoniaban dicha rebeldía, pero en su caso jamás habría osado someter a su voluntad a una inocente niña a base de violencia, solo debía tener amor y paciencia. —Charlotte…. Ya lo hemos hablado —atenazó el duque reprendiendo a su sobrina. —Está bien. Que se quede, veremos a ver cuanto dura esta —contestó la pequeña con una sonrisa de picaresca que Amelia intuyó demasiado bien. No le pondría las cosas fáciles, pero aquella niña no sabía a quien se enfrentaba. Si había logrado soportar durante décadas a dos arpías endemoniadas, las chiquilladas de unas inocentes niñas serían como un paseo para Amelia. Sonrió sorprendiendo a todos, probablemente otra en su lugar había realizado un comentario reprendiendo la insolencia de las pequeñas y la falta de educación que poseían para unas damas de su edad. Pero ella no era una institutriz al uso, no era alguien normal y corriente de quien se esperaría todo aquello, ella había crecido con una doctrina autoritaria y severa, sabía que infundir el miedo solo provocaría el rechazo como había actuado en ella. —¿Cuánto creéis que duraré? —preguntó colocándose a su altura y sorprendiendo a la pequeña. Estaba segura de que su sorpresa no solo era por la pregunta, sino por no hacerle algún comentario irrespetuoso. —La última duró tres semanas, así que tú durarás mucho menos que las otras —respondió lady Charlotte altivamente y le sorprendió su temeridad y sobre todo que se dirigiera a ella sin el respeto oportuno. —¡Charlotte! —La reprendió el duque. —No. Dejadla hablar libremente, quiero escuchar todo cuanto tenga que decir —respondió Amelia calmada—. ¿Una semana entonces? — preguntó a la pequeña. —¡Si! —inquirió esta. —¿Y lady Amanda está de acuerdo? —insistió Amelia dirigiéndose hacia la más pequeña de las dos. Esta buscó la aprobación de su hermana que asintió. —Si —afirmó aquella voz infantil. —Muy bien —dijo Amelia irguiéndose mientras se frotaba sus manos enguantadas—. Entonces haremos un trato, ya que insistís en que solo permaneceré una semana en esta casa, cada siete días que logre permanecer aquí, aceptaréis una nueva norma. —¡No! —negó la más mayor de las dos de nuevo. —Habéis mencionado que solo estaré una semana, si tenéis razón no deberéis cumplir con ninguna de las normas, pero si por el contrario vuestro esfuerzo en que me marche fracasa, tendréis que aceptar una de mis normas y poner más empeño en vuestros intentos para que me vaya. Amelia se atrevió a mirar al duque, que parecía observarla atentamente extrañado. Quizá se había excedido, tal vez a ese hombre no le gustaba su forma de proceder y deseaba una institutriz más tradicional en sus enseñanzas, pero por lo que podía apreciar había tenido varias de ese estilo y ninguna había permanecido lo suficiente. ¿Y si ella tampoco lo hacía? Quizá él buscaría a otra rápidamente en cuanto viera que no estaba cualificada para el puesto, aunque lo estaba, a pesar de su inexperiencia ella había sido una dama y sabía como preparar a aquellas niñas para que su familia se enorgulleciera de ellas. E Capítulo 4 norgullecer a su familia. Ella se había esforzado tanto en querer satisfacer los deseos de su madre y estar a la altura de lo que Lady Elisabeth consideraba que debía estar su hija que se esforzó cada día de su vida creyendo que de ese modo las haría felices a ambas, pero nada sería suficiente para aquellas dos mujeres y se dio cuenta el día que debutó en sociedad, cuando ningún candidato que se encandiló por ella les pareció suficiente. Un duque. Ella debía engatusar a un duque ni más ni menos. Parecía realmente irónico que ahora estuviera trabajando precisamente en la casa de un duque y que este estuviera aún soltero. El duque de Leinster representaba aquello de lo que ella estaba huyendo, ni de lejos habría pensado que sería un hombre sin esposa pero eso no importaba, ya no era una dama porque así lo había decidido y tampoco contraería matrimonio, por no hablar de que alguien como él jamás pondría sus ojos en una simple institutriz como lo era ella. Ya no tenía a las voces de Lady Elisabeth y sobre todo de Hortensia reprendiéndola por sus actos, ya no debía actuar por obra de otros, sino que a partir de ahora era consecuente de sus actos, tanto si estos eran buenos como errados. En aquella casa lo único que importarían serían sus dotes como institutriz, las cualidades que poseía y le podía transmitir a las dos pupilas que a partir de ese momento se habían convertido en sus alumnas con las que pasaría largas horas y según le había dado a entender el duque, largas noches. Muy pronto averiguaría si aquel comentario refiriéndose a lograr que las pequeñas durmieran toda la noche era excesivo o que las niñas sufrían de insomnio dadas las circunstancias de lo acontecido. El plan de Amelia surtió efecto y la mayor de las pequeñas le hizo una señal de asentimiento a su hermana pequeña. —Está bien —indicó la joven Charlotte—, pero no nos castigarás por nuestras acciones. —Charlotte si crees que… —No os castigaré —irrumpió Amelia la voz del duque reprendiendo a su sobrina—. Y vuestro tío tampoco lo hará si dichas acciones son contra mi —añadió mirando en este caso al duque con profunda intensidad. Necesitaba ganarse el respeto de las pequeñas y tambiénsu afecto, de nada serviría que alguien las castigara por sus acciones contra ella porque relacionarían aquellos castigos con rechazo hacia su persona. Si quería permanecer el tiempo suficiente en aquella casa para estar alejada de Londres y no regresar, tenía que ganarse el cariño de aquellas dos pequeñas. Después de todo las niñas la necesitaban casi tanto como Amelia a ellas. Ambas pequeñas miraron a su tío con incredulidad, algo que le hizo pensar que habrían recibido algún castigo por parte de él con anterioridad a causa de instigar a las otras institutrices. —Si la señorita Barston insiste, no lo haré —secundó sus palabras y ambas niñas sonrieron prediciendo una ristra de pequeñas travesuras que pensaban realizar en contra de la nueva institutriz. El duque de Leinster indicó a la joven doncella que preparase a las pequeñas para el almuerzo mientras él mismo le mostraba la casa a la señorita Barston y hablaban de algunos términos referentes a la educación de las pequeñas. Amelia intuyó que era un modo sutil para reprenderla por atreverse a condicionarle de aquel modo hacia las niñas. En realidad había sido un atrevimiento por su parte ahora que lo pensaba, él era un duque y ella simplemente una sirvienta, quizá con algo más de rango que el resto de empleados en la casa, pero sirvienta al fin y al cabo. Tal vez eso era algo que debería grabarse a fuego a partir de ahora, sus funciones de dama habían quedado relegadas y ya no podía considerar tener tales confianzas o actuar de ese modo, puesto que había dejado de ser su rango. —Creo que debo pedir disculpas por mi atrevimiento —mencionó Amelia en cuanto se alejaron lo suficiente del salón para que no pudieran escucharles—. Quizá me excedí al tratar de condicionarle en mi petición — añadió para dejar constancia de a qué se refería puesto que vio en sus ojos la señal de confusión. —No soy institutriz y no conozco los métodos de enseñanza, pero castigar a mis sobrinas no es algo que me plazca, sinceramente me ha quitado un peso de encima el hecho de no tener que hacerlo a pesar de lo que ellas dos tramen contra usted y le puedo asegurar que no será nada liviano — suspiró—. Es posible que se encuentre compañía reptil bajo la almohada o arácnidos en el interior de alguno de sus vestidos, la propensión de mis sobrinas hacia el reino animal es muy amplia. Amelia sonrió. Había pasado por cosas peores, unas arañas o unos cuantos sapos no iban a atormentar su sueño. —Sabré sobrellevarlo, no se preocupe —dijo realmente contenta. Edward se quedó maravillado contemplando aquella sonrisa e incluso se pudo imaginar a sí mismo tratando de besar aquellos labios solo para averiguar que sabor tendrían. Necesitaba salir de allí pronto y no solo para resolver los asuntos de suma urgencia que requerían el ducado. —Trataré de no hacerlo si permanece el tiempo suficiente. Tengo varios asuntos que resolver de gran importancia en Edimburgo y que requieren mi ausencia durante varios días, me quedaré un par de días para ver como se adapta a las niñas y después me marcharé. Saber aquello le hizo comprender que seguramente se ausentaría bastante en la casa, de ahí la necesidad y urgencia de tener una institutriz, apenas conocía al duque de Leinster pero se suponía que respondía ante él y no sabía en su ausencia ante quien debería responder. —¿A quien debo acudir en su ausencia? —preguntó inquieta. —Usted solo responde ante mi —puntualizó observándola con fiereza, mientras no esté aquí podrá pedirle lo que necesite al servicio, tratarán de satisfacer sus necesidades, pero para todo lo demás me escribirá o esperará mi regreso. Amelia asintió. Le había quedado muy claro que respondería ante él y solo a él. Y eso la inquietaba, porque aquel hombre tenía un modo de mirarla que le provocaba un cosquilleo en lo más profundo de su estómago. Y ningún hombre, ni uno solo de todos lo que había conocido había logrado algo así. Conocer la casa acompañada del propio duque era extraño, se suponía que ella era solo una empleada y que él no debería tomarse la molestia de acompañarla, podría hacerlo perfectamente cualquier miembro del servicio, pero Amelia pensó que el duque de Leinster solo estaba siendo amable y quizá era un modo sutil de ponerla a prueba si tenía presente que pensaba abandonar la mansión en un par de días dejándola a solas con sus sobrinas. La voz suave del que a partir de ahora sería su empleador y ante quien respondería de forma permanente era inusualmente atractiva, ni siquiera comprendía porque estaba más concentrada en la voz del duque que en aprender la distribución de la casa, a la que debía añadir que era inmensa. Las niñas no se lo pondrían nada fácil si alguna vez jugaban a esconderse para que las encontrara. —Esas escaleras suben al desván, la puerta siempre debe permanecer cerrada por seguridad para las niñas —decretó con bastante firmeza, algo que hasta el momento no había hecho. —¿Es peligroso? —preguntó Amelia solo por curiosidad. —Hay pertenencias antiguas de mis antepasados, pero también están todas las posesiones de mi difunto hermano y su esposa —confesó Edward apartando la mirada. Aún le dolía hablar en pasado de su hermano, es cierto que habían pasado cinco meses, pero era increíble que en tan solo unos pocos días todo hubiera cambiado drásticamente tanto para sus sobrinas como para él mismo. La idea de no volver a ver a su hermano mayor se le hacía impensable por más que hubiera tratado de digerir que ahora era él quien se encargaría del ducado familiar. Amelia asintió, ella no era quien para dar su opinión sobre las decisiones del duque respecto a sus sobrinas y menos aún en su primer día, pero le parecía una completa atrocidad que las pequeñas no solo hubieran perdido a su madre, sino que cualquier pertenencia de ella había sido también arrebatada y con ello su recuerdo. —Le agradezco enormemente su visita guiada por la casa, pero debe ser un hombre ocupado y no me gustaría hacerle perder más el tiempo de lo que he hecho —apremió Amelia frotándose las manos. En realidad le agradaba la compañía del duque, de hecho no dejaba de preguntarse cuáles serían sus aficiones, ¿Por qué le importaban aquellas cosas? De ser un hombre casado seguramente no se estaría preguntando aquello, ¿O sí? Tal vez no lo haría porque ni siquiera habría cruzado palabra con él ya que trataría directamente con su esposa. Sin embargo no se había preparado mentalmente para lidiar con un hombre soltero, al menos era lo que deseaba creer para no tener que admitir que el duque era un hombre verdaderamente apuesto, lo suficiente para sentirse enormemente atraída y al mismo tiempo mal por ello. Ella no debería pensar en esas cosas, no debería ni siquiera tener el pensamiento de que le atraía. Entre ella y aquel hombre jamas podría suceder nada, ni tan siquiera en su imaginación. Trabajo. Se concentraría en el trabajo y aunque el duque viviera en la misma casa estaba realmente segura de que apenas cruzarían una sola palabra, por no decir que con toda probabilidad pasaría la mayor parte del tiempo lejos de allí. —No considero que evaluar a la institutriz que pasará día y noche con mis sobrinas y que además será su referente a partir de ahora sea perder el tiempo —respondió tratando de mantener un tono afable. Amelia comprendió que no había sido amabilidad por parte del duque ofrecerse a realizar el recorrido por la casa, sino una puesta a prueba de sus cualidades mientras conversaban para evaluarla. No le disgustaba, más bien admiraba que tuviera aquella preocupación por sus sobrinas si era capaz de desperdiciar su tiempo con ella solo para asegurarse de que las dejaba en buenas manos a pesar de haber tenido varias institutrices precedentes que se habían marchado. —Por supuesto —admitió finalmente sin saber que añadir. Daba por hecho que si no le había pedido que se marchara inmediatamente debía ser por dos razones: la primera y más sencilla, la necesitaba desesperadamente, aunque también estaba la segunda opción, no tenía objeción alguna
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