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Formação e Composição do Novo Testamento

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Qué se sabe de…
Colección dirigida y coordinada por:
CARLOS J. GIL ARBIOL
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Índice
Primera parte:¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Introducción
1. Problemas y conceptos para despejar el camino
1. El estado de la cuestión
1.1. La perspectiva histórica
1.2. Nuevas perspectivas teológicas
2. Distinciones terminológicas: Escritura, canon, Nuevo Testamento,
apócrifos...
2.1. Origen y noción de Escritura
2.2. El concepto de canon
2.3. Los conceptos de Antiguo y Nuevo Testamento
2.4. Los libros deuterocanónicos y apócrifos
3. Objetivo y estructura del libro
Referencias
Segunda parte: ¿Cuáles son los aspectos centrales del tema?
2. El cristianismo y la tecnología del texto escrito
1. La producción de textos: formato, material y características
2. La autoría y la pseudoepigrafía de los escritos
3. Los escribas y la distribución de los libros cristianos
Referencias
3. Los evangelios del Nuevo Testamento
1. Las tradiciones sobre Jesús antes de Pascua
2. La tradición oral y la tradición escrita en la comunidad pospascual
2.1. El documento Q
3. La composición de los evangelios
3.1. El evangelio según Marcos
3.2. El evangelio según Mateo
3.3. La obra lucana: el evangelio según Lucas
4
3.4. El evangelio según Juan
4. La colección y recepción del evangelio tetramorfo
4.1. La tradición oral
4.2. La predilección por un evangelio
4.3. Una reducción radical de los evangelios
4.4. La ampliación de los evangelios
4.5. La armonización de los evangelios
4.6. La datación del evangelio tetramorfo
Referencias
4. Hechos de los Apóstoles
1. Aspectos generales de Hechos de los Apóstoles
2. La recepción de Hechos de los Apóstoles en la Iglesia primitiva
Referencias
5. Los escritos epistolares paulinos
1. Pablo y la producción literaria de sus cartas
1.1. Pablo y la literatura grecorromana
1.2. La tradición oral prepaulina
2. Las cartas auténticas paulinas
2.1. La primera carta a los Tesalonicenses
2.2. La correspondencia a los Corintios
2.3. La carta a los Gálatas
2.4. La carta a los Filipenses
2.5. La carta a Filemón
2.6. La carta a los Romanos
3. La recepción de Pablo: los escritos déutero- y tritopaulinos
3.1. La carta a los Efesios
3.2. La carta a los Colosenses
3.3. La segunda carta a los Tesalonicenses
3.4. Las epístolas pastorales
4. La colección de la correspondencia paulina
4.1. Las cartas paulinas en los escritos cristianos antiguos
4.2. La secuencia de las cartas paulinas
4.3. La recopilación de las cartas paulinas
4.4. El lugar de la edición de las cartas de Pablo
5. La carta a los Hebreos
5.1. Autoría y contexto de composición
5.2. Recepción de la carta a los Hebreos
Referencias
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6. Las epístolas católicas
1. La carta de Santiago
2. Las epístolas petrinas: 1 y 2 Pedro
2.1. La primera carta de Pedro
2.2. La segunda carta de Pedro
3. Las epístolas joánicas
3.1. La primera carta de Juan
3.2. La segunda y tercera cartas de Juan
3.3. La recepción de las epístolas joánicas
4. La epístola de Judas
5. La colección de las epístolas católicas (EC)
5.1. La génesis de la colección de las epístolas católicas
5.2. La secuencia de las cartas dentro de la colección
5.3. La secuencia de la colección en el canon neotestamentario
5.4. La función canónica de las epístolas católicas
Referencias
7. El libro del Apocalipsis
1. Características del Apocalipsis, autoría y lugar de composición
2. La recepción del libro del Apocalipsis
8. La literatura primitiva cristiana extracanónica
1. La literatura eclesial oficial
2. La literatura apócrifa cristiana y los cristianismos perdidos
2.1. Los evangelios apócrifos
2.2. Los hechos apócrifos
2.3. Los apocalipsis apócrifos
2.4. Otro tipo de literatura: las actas de los mártires
9. El canon del Nuevo Testamento
1. El proceso histórico de la formación del canon neotestamentario
1.1. La tradición posapostólica y el canon neotestamentario
1.2. La polémica con movimientos heterodoxos del siglo II d.C.
1.3. Los testimonios acerca del canon en los siglos III-IV d.C.
1.4. La interpretación de los datos: historia de la investigación del canon
2. Problemas teológicos
2.1. Criteriología de la canonicidad
3. Conclusión
Referencias
10. A modo de sumario
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Tercera parte: Cuestiones abiertas en el debate actual
11. El Nuevo Testamento a debate
1. La extensión del canon a debate
1.1. La visión clásica tradicional
1.2. El «canon dentro del canon», ¿una reducción del Nuevo Testamento?
1.3. El desafío liberal al Nuevo Testamento
2. Escritura y Tradición
3. Nuevo Testamento e inspiración
Referencias
Cuarta parte: Para profundizar
12. El futuro del Nuevo Testamento
1. La función del Nuevo Testamento en el siglo XXI
2. El Nuevo Testamento en la era digital
13. Bibliografía comentada
1. Formación del Nuevo Testamento
2. Recepción de las obras del Nuevo Testamento
3. El canon del Nuevo Testamento
Créditos
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PRIMERA PARTE
 
¿Cómo hemos llegado
hasta aquí?
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Introducción
 
Hace una década se celebró el IV Centenario de la primera edición de El
ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes. Desde su
primera publicación se han impreso 315 millones ejemplares y ha sido traducida
a numerosos idiomas. El estudio de esta obra cumbre de la literatura forma parte
de nuestro currículum escolar. Pero esos datos y su relevancia quedan
empequeñecidos si se comparan con los de la Biblia.
La Biblia es el libro más vendido y distribuido en el mundo. Según las
estadísticas del libro de los Records Guinness, se estima que se han impreso
cinco mil millones de ejemplares y ha sido traducida a 349 idiomas. Su influencia
ha sido enorme. Durante muchos siglos configuró el pensamiento religioso y
filosófico, la vida y la cultura del mundo occidental. Ha inspirado la realización
de obras literarias, películas de cine, composiciones musicales, obras de teatro,
pintura, escultura, cómics, etc. Se trata de uno de los libros más presentes en
nuestra cultura, pero al tiempo uno de los más desconocidos, pues gran parte de
los cristianos desconoce el sinuoso proceso de su formación.
A pesar de que el cristianismo naciente mostró gran interés por las Escrituras
judías, sin embargo produjo sus propios escritos, que cristalizaron en lo que se
denominó Nuevo Testamento (NT). De entre la amplia producción literaria
cristiana de los primeros siglos, solo un reducido grupo de 27 escritos configuró
esta pequeña biblioteca, que acabaría siendo una obra universal. Otros escritos,
por el contrario, no accedieron a la misma. El presente libro abre una ventana al
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fascinante mundo de la composición, recepción, colección y fijación del canon de
los libros neotestamentarios. Su configuración requirió varios siglos y mucha
información se ha perdido. No obstante, la labor detectivesca de los estudiosos
ha permitido recabar datos para iluminar mejor ese desarrollo.
Este estudio aborda la disposición actual del NT, centrándose en la configuración
de los tres grandes grupos de textos: evangelios, cartas paulinas y epístolas
católicas. Siguiendo la estructura de la colección, la primera parte expone cómo
se ha abordado el tema desde perspectivas históricas y teológicas. La segunda
parte de la obra expone los aspectos centrales de la formación del NT. Tras un
breve apartado dedicado a la tecnología del texto escrito cristiano, en los
capítulos sucesivos se abordan: la configuración del evangelio tetramorfo, la
recepción y función de Hechos de los Apóstoles, la composición y recopilación de
la correspondencia paulina, la agrupación y función de las epístolas católicas,
para concluir con el Apocalipsis. El cristianismo de los orígenes produjo otras
muchas obras, pero no accedieron a la Biblia; es lo que denominamos literatura
primitiva cristiana extracanónica. Ello se debió al proceso histórico de la
formación del canon neotestamentario. La tercera parte, «Cuestiones abiertas en
el debate actual», expone las discusiones actuales acercar del canon del NT. En la
cuarta y última parte se presentan algunos retos que plantea la era cibernética al
texto bíblico; concluyeesta última parte con una breve bibliografía comentada.
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Problemas y conceptos para despejar el
camino
CAPÍTULO 1
Décadas atrás, el común de los mortales carecía de conocimientos sobre la
formación del Nuevo Testamento, dado que eran cuestiones acotadas y
reservadas a sacerdotes y profesores de seminarios. Esos veintisiete libros
formaban parte de la Biblia desde siempre y pocas personas se interrogaban
acerca de su génesis. Hoy, esa actitud ha cambiado. En conversaciones
espontáneas con personas desconocidas, es probable que surja un eco de las
palabras del personaje Leigh Teabing de la novela de Dan Brown (2004, 188),
quien afirma que para la elaboración del NT se tuvieron en cuenta más de
ochenta evangelios, pero solo cuatro acabaron incluyéndose. ¿Quién decidió
cuáles debían incluirse? La respuesta constituye «la ironía básica del
cristianismo. La Biblia, tal como la conocemos en nuestros días, fue supervisada
por el emperador romano Constantino, que era pagano».
Aunque nuestros interlocutores no mencionen el nombre de Constantino, sin
embargo han oído o leído que la selección de los libros bíblicos se produjo varios
siglos después de la muerte de Jesús de Nazaret y fue un proceso influido por
diversos factores. Inmediatamente plantean la cuestión de por qué la Iglesia
censuró e hizo desaparecer el Evangelio de Judas o toda la literatura referente a
la «descendencia de Jesús» (la relación de Jesús y María Magdalena), etc. La
conexión entre los descendientes de Jesús y los cruzados añade rasgos
novelescos al intrigante relato de conspiración, secretismo y ambición
12
presentado en novelas históricas. Por su parte, la literatura neognóstica, que
presenta a Jesús como maestro de sabiduría eterna, también ha dejado su
impronta en los lectores. Toda esta literatura de ficción hace que sus lectores se
preguntan si el NT no será un «montaje» de la Iglesia.
Muchos cristianos pueden consolarse con la idea de que el contenido de dichas
novelas no se fundamenta en investigaciones académicas, sino que se trata de
vulgares distorsiones de la historia en el ámbito de la cultura popular propaladas
por publicaciones con intereses exclusivamente comerciales. Es significativo, sin
embargo, que la opinión de los profanos en la materia se asemeja, en parte, a la
que expresan varios estudiosos como H. Koester (1990), E. Pagels (1982), James
Robinson... Así, D. Dungan (2007) sugiere que la formación de la Biblia fue un
ejercicio de poder de una clase privilegiada mediante el control político de la
lectura. Más sugerente es la obra de B. D. Ehrman (2004) con su teoría belicista,
quien concluye que nuestro NT es fruto de las luchas intestinas entre diversas
facciones cristianas. Cuando el cristianismo protoortodoxo, que emergió
triunfante de los conflictos internos en el siglo III d.C., impuso su concepción del
canon, especialmente cuando se convirtió en religión oficial del Imperio, confinó
o destruyó los escritos de los grupos vencidos. Pero ¿qué habría sucedido si otro
grupo hubiera salido vencedor de la confrontación? Su respuesta es clara: no
tendríamos los libros del NT que ahora tenemos. El canon constituye así la
resolución de conflictos ideológicos mediante la imposición por la fuerza de una
ideología. Ante conclusiones de este tipo, no sorprende la propuesta de R. Funk,
miembro del grupo de investigación el «Jesus Seminar», de revisar y crear un
«nuevo» Nuevo Testamento, como veremos en la última parte del libro.
Según esas perspectivas, el NT constituye una colección de escritos que no se
diferencian de otro tipo de textos, ni fueron compuestos originariamente para
que formaran la Escritura. Posteriormente, una elite eclesial los impuso, para lo
cual utilizó principios de selección que ahora se consideran insostenibles y
obsoletos. Por consiguiente, la deconstrucción del NT parece incluso aconsejable.
En este contexto, la cuestión fundamental no es si tenemos los libros adecuados
en la Biblia, sino, más bien, si es necesaria la Biblia.
Estas llamativas opiniones de intelectuales crean confusión y desconcierto entre
los cristianos que carecen de formación teológica. La «bendita ignorancia», en la
que han estado sumidos muchos creyentes, otorga paz interior durante algún
tiempo; pero en un mundo, donde el acceso a todo tipo de información está al
alcance de la mano y las noticias sensacionalistas sobre temas de religión gozan
de gran calado en el público, a la postre causa escándalo y el sentimiento de
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haber sido engañados. El mejor antídoto para evitar situaciones de desengaño es
la formación crítica y, en nuestro caso, presentar el proceso de la formación del
NT, que constituye un libro humano y divino a la vez, pero en el que,
generalmente, el énfasis había recaído en su dimensión divina. En este volumen
presentamos la dimensión histórica y humana.
Por desgracia, no poseemos toda la información necesaria para mostrar el largo
proceso que condujo al reconocimiento de los libros que se encuentran en el NT.
A pesar de esta dificultad, los estudiosos dirigen en la actualidad su atención a
las cuestiones que van al corazón de las creencias cristianas contemporáneas
acerca de la inspiración y la autoridad de la Biblia. Se constata, pues, que el tema
continúa siendo relevante para las personas que deseen conocer el proceso de
composición, recopilación y configuración de uno de los libros más influyentes
de la historia de la humanidad.
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1. El estado de la cuestión
Al margen de la visión de algunos grupos cristianos fundamentalistas, que
conciben la Biblia como un libro divino «caído del cielo», generalmente, los
estudios acerca de la génesis del NT plantean las cuestiones de cómo, cuándo y
por qué se compuso. La temática se ha abordado desde dos puntos de vista
distintos, sin que sean necesariamente excluyentes: el enfoque histórico y el
teológico.
1.1. La perspectiva histórica
Tras siglos de enfoques teológicos se produjo a partir de mediados del siglo XX un
cambio de perspectiva fruto de un nuevo clima cultural, con predominio de las
categorías de la historia de las religiones. Se crearon departamentos
universitarios sobre estudios de la religión, a menudo en oposición a los planes
de estudio de las facultades de teología y seminarios. De este modo, parte del
mundo académico adoptó una postura secular, no confesional.
El enfoque histórico describe la historia del proceso de la formación del NT, un
proceso que implica la tradición oral y escrita. Al inicio, la tradición oral
conservó la memoria de Jesús dentro del círculo de sus discípulos antes y
después de su muerte. Esa tradición oral se plasmó por escrito progresivamente
en una serie de unidades menores, aunque permaneció activa tras su
cristalización y siguió interactuando con los escritos (oralidad secundaria). El NT
es, pues, el producto de la tradición y contiene las memorias de la vida, las
enseñanzas, la muerte y resurrección de Jesús. La expansión del cristianismo y la
muerte de los discípulos ocasionaron una prolífica producción literaria de cartas
y evangelios. La historia de la composición de los libros (siglos I-II) y el proceso
de formación del canon a lo largo de los siglos II-IV d.C. constituyen dos puntos
esenciales en este tipo de estudios. Estas son, en líneas generales, las
presentaciones clásicas de la formación de la Biblia de corte historicista ofrecidas
por B. F. Westcott (1889), Th. Zahn (1888-1892) o J. Leipoldt (1907).
Por lo que respecta a la historia de la composición de los escritos, existen
diversas propuestas, tal y como se constata en las introducciones al NT. En este
apartado merece señalarse la obra original de E. E. Ellis (1999), quien lanza un
asalto a gran escala contra la influencia de F. C. Baur en los estudios del NT, una
influencia manifiesta en la opinión generalizada de que gran parte de los escritos
del NT son pseudoepigráficos y posapostólicos. E. E. Ellis afirma que todos los
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veintisiete documentos del NT emanan de cuatro misiones aliadas, cada una
dirigida por un apóstol:la misión paulina (trece epístolas, Heb, Lc y Hch), la
jacobea (Sant, Jds y Mt), la petrina (1 y 2 Pe, Mc) y la joánica (Jn; 1, 2 y 3 Jn,
Ap). La presencia, en todo el NT, de «tradiciones preformadas» compartidas –
término que incluye la enseñanza originada con Jesús y la instrucción apostólica
posterior– demuestra una amplia cooperación de las cuatro misiones y sugiere
que debemos entender la autoría de muchos textos como una empresa
corporativa.
En lo concerniente al desarrollo canónico del NT, la antigua visión de Th. Zahn
(1888-1892) y B. F. Westcott (1889) proponía que su configuración emergió
debido a presiones teológicas internas. Sin embargo, a partir de A. von Harnack
(1925) se impuso cada vez más la hipótesis de que fuerzas externas,
especialmente Marción (cf. infra, capítulo 9.1.2), los gnósticos y otros disidentes,
fueron los causantes de su desarrollo gradual. Aunque B. M. Metzger (1964) y H.
Y. Gamble (1985) todavía aceptan la importancia de las fuerzas intrínsecas, el
énfasis mayor se ha desplazado a las reconstrucciones históricas basadas en las
fuerzas extrínsecas. Surgió asimismo un consenso generalizado de que los
criterios teológicos tradicionales para determinar la canonicidad (apostolicidad,
catolicidad, ortodoxia) eran, en el mejor de los casos, constructos tardíos sin
ninguna evidencia histórica sólida. Por lo tanto, H. Y. Gamble afirma tras revisar
el proceso formativo del NT que la extensión del canon se debe a una amplia
gama de factores históricos contingentes y que fue en gran parte fortuita.
Los nuevos intereses históricos ampliaron las perspectivas metodológicas
mediante la atención prestada a los modelos históricos, sociológicos y culturales,
en parte como reacción al predominante énfasis teológico. Desde esas
perspectivas, no existen textos canónicos privilegiados, sino que todos los textos
son tratados indistintamente como fuentes potenciales, independientemente de
su posterior condición canónica o no canónica. Los estudios de la literatura
cristiana primitiva y, en especial, los hallazgos de nuevos textos apócrifos (textos
gnósticos de Nag Hammadi) ampliaron el horizonte en el que se debe insertar el
proceso de canonización neotestamentaria, de tal forma que la visión presentada
por los Padres de la Iglesia contra Marción, que dominaba la presentación de los
estudios del canon, fue corregida y ampliada. También se tienen en
consideración las aportaciones de los descubrimientos de nuevos papiros y la
valoración crítica de la información de los códices y las listas de los libros
canónicos. Con todo esto, asistimos a una ampliación del contexto interpretativo
de la historia de la recepción de las tradiciones.
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Los descubrimientos de manuscritos y la disponibilidad de nueva literatura
gnóstica del siglo II d.C. incrementaron el conocimiento de este período de
manera significativa. En ese contexto aparecen en las últimas décadas del
siglo XX nuevos estudios acerca de la formación del NT, como fue la obra de R.
M. Grant (1966). Este historiador dedica la mayor parte de su libro al
siglo II d.C., período decisivo en la historia del canon, ya que los libros del NT no
fueron considerados normativos, apostólicos e inspirados hasta finales de ese
siglo. Se da crédito a gnósticos como Basílides, el primero en hacer un
reconocimiento explícito de los libros del NT como Escritura. Por su parte,
Marción pierde la posición clave en la historia del canon que A. von Harnack le
había otorgado. Los apócrifos, la literatura gnóstica y los papiros adquieren más
relevancia. Como criterios de canonicidad, Grant reconoce el uso determinante
de la apostolicidad (definida como «consonancia con la regula fidei») y la
antigüedad. Este autor sostiene que el NT no es el producto de asambleas
oficiales ni del estudio de grandes teólogos, sino que refleja la autocomprensión
de todo un movimiento religioso que aceptó estos veintisiete documentos como
medios de expresión de la revelación de Dios en Jesucristo y a su Iglesia. La
configuración definitiva del NT acontecería en la gran Iglesia hacia el año
400 d.C.
Una obra más reciente, y de la cual soy deudor, fue publicada por G. Theissen
(2007). El libro presenta un esbozo de la historia de la literatura con cuatro fases
en el desarrollo de la formación de las expresiones y géneros literarios del NT. En
la primera etapa, dos figuras carismáticas, Jesús y Pablo, otorgaron con su
actividad el impulso para la creación de dos géneros básicos, los evangelios y las
cartas comunitarias. En la segunda fase de pseudoepigrafía o deuteronomía, esta
literatura fue imitada mediante una hermenéutica de Pablo en las cartas no
auténticas y una interpretación ficticia de Jesús en otros evangelios, lo cual
presupone la autoridad de la tradición y de los escritos. En una tercera fase
surgieron géneros funcionales que lograron su autoridad no solo porque se
atribuyeron a carismáticos conocidos, sino por las exigencias técnicas de los
géneros. De estas nuevas formas literarias se incluyeron en el canon los Hechos
de los Apóstoles, la carta a los Hebreos y el Apocalipsis. Otros géneros
funcionales, como los diálogos con el resucitado o las colecciones de logia,
pertenecerán a la literatura apócrifa. Por último, tenemos la fase de la formación
del canon. Se inició en diversos lugares como un compromiso, pero fue acelerada
para hacer frente al modelo del canon marcionita. Frente a Marción se propuso
como consenso una pluralidad de evangelios y de autores epistolares, así como la
dualidad del AT y NT. El canon constituía, pues, una expresión de una
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comunidad religiosa que tolera una pluralidad interna y, al mismo tiempo, limita
los grupos conflictivos.
Dentro de los estudios del desarrollo histórico de la formación del NT existe un
consenso de que se produjo un proceso de crecimiento histórico de los cánones
cristianos y se resalta la flexibilidad y diversidad geográficas como elemento
central del proceso canónico. El problema central radica en que las fuentes
cristianas no describen directamente ese desarrollo. Los exégetas han intentado
una reconstrucción crítica mediante pruebas indirectas (Padres de la Iglesia,
listas canónicas, etc.), aplicando diversos modelos, cuyos resultados, sin
embargo, divergen entre sí. La diversidad de resultados ha reafirmado en el
escepticismo a quienes ya desconfiaban de los estudios históricos y pretenden
que la cuestión se aborde fundamentalmente dentro del ámbito teológico,
prestando atención a la dimensión divina del libro.
1.2. Nuevas perspectivas teológicas
Las críticas vertidas contra la investigación historicista radican en la deficiencia
de su concepto de canonicidad, ya que su premisa básica es que la Iglesia creó el
canon. Pero debería ser bastante obvio que la Iglesia institucional no tenía
(históricamente) ni podía tener (teológicamente) afán por «crear» la Palabra de
Dios. Cualquier actividad de este tipo tendría que ser calificada como sectaria. La
evidencia de la historia muestra que la Iglesia llegó a reconocer que las
Escrituras del AT y, después, del NT fueron creación de Dios a través de la
mediación de santos hombres que fueron inspirados por el Espíritu Santo. Los
libros del NT fueron, por ende, canónicos en el sentido de normativos desde el
momento en que fueron escritos. Ellos constituían la Palabra de Dios escrita.
Dentro de esta perspectiva teológica destaca el libro de J. A. Baird (2002). Ante
la desazón producida por los resultados de las investigaciones historicistas que
habían aplicado diversas perspectivas (históricas, formales, redaccionales,
retóricas, estructurales, etc.), el autor aboga por un enfoque diferente al de la
historia secular. En la comprensión del proceso de la formación del NT y de su
canonización, la teología precede al proceso histórico. Ambos van de la mano en
el surgimiento de la historia cristiana, pero en términos de prioridades y
desarrollo histórico, la Palabra Santa (es decir, los logia, las enseñanzas de Jesús
acerca de sí mismo y del Reino de Dios) precedióa los procesos históricos de la
comunidad y a la formación de NT. Por tanto, la búsqueda del Jesús histórico se
convierte, en última instancia, en una búsqueda teológica. El estudio comienza
con Jesús y sus palabras, y prosigue con la narrativa, el Evangelio, la tradición,
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los apóstoles, las escuelas, la Escritura y los Padres. Una constante, que define
todo este proceso, es la santidad y la centralidad teológica vinculadas a las
palabras de Jesús, por lo que la función canónica del Evangelio tiene su origen
en Jesús. La trayectoria de la formación de NT es análoga a cuatro círculos
concéntricos: Palabra-Narrativa-Evangelio-Tradición. La Palabra Santa es el
canon, que se encuentra y se desarrolla a lo largo de los 27 escritos del NT.
Aunque se producen modificaciones en la historia de la transmisión de los
escritos, esos cambios son más una cuestión de énfasis, estilo y vocabulario que
de fondo.
Tras la presentación sumaria de las perspectivas históricas y teológicas, debemos
afirmar que estas no son excluyentes entre sí. Una cuestión es la afirmación de
los creyentes, basada en razones teológicas, según la cual las decisiones respecto
al canon fueron resultado de la inspiración divina, pero otra muy diferente es
estudiar la historia del proceso de la elaboración del NT y explorar los amplios
debates acerca de qué libros debían configurar el canon. El proceso se prolongó
durante siglos. Nuestro objetivo será exponer ese desarrollo histórico, para lo
cual iniciaremos con unas aclaraciones terminológicas.
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2. Distinciones terminológicas:
Escritura, canon, Nuevo Testamento, apócrifos...
Es necesario diferenciar una serie de términos relacionados, pero no
equiparables. Se distingue entre una obra normativa (escrito que un grupo,
secular o religioso, reconoce y acepta como normativo para su conducta), un
libro de la Escritura (libro normativo sagrado, que se cree que su autor último es
Dios y que la comunidad o la persona acepta como preceptivo para sus creencias
y prácticas), el proceso canónico, una colección de Escrituras normativas y la
Biblia, en singular, que denota la forma escrita de la colección completa de libros
canónicos. Esta diferenciación terminológica se basa en la distinción entre
«Escritura» y «canon».
2.1. Origen y noción de Escritura
El reconocimiento de los libros bíblicos sagrados tiene sus raíces en una antigua
creencia que dice que un «libro celestial» contiene la sabiduría divina y
constituye el libro de la vida. Esta idea, cuyo origen se remonta a Mesopotamia y
Egipto, se refleja asimismo en pasajes bíblicos del AT y del NT. Las
características fundamentales de la «Escritura» judía y cristiana incluyen al
menos cuatro rasgos esenciales, a saber, la Escritura es un documento escrito,
que se cree que tiene un origen divino, transmite con fidelidad la verdad y la
voluntad de Dios a una comunidad de creyentes y proporciona una fuente de
regulaciones para la vida corporativa e individual de sus fieles. Los documentos,
que fueron reconocidos como textos sagrados inspirados, se recopilaron
posteriormente en una colección fija denominada canon bíblico.
2.2. El concepto de canon
El vocablo canon deriva del griego kanon, que a su vez proviene del semítico
qnh, cuyo significado es «caña», «varilla recta de medir» o «regla».
Metafóricamente, ya en griego clásico, el término designaba lo normativo en el
ámbito filosófico, ético, estético, etc. Este significado es el que aceptó la Iglesia
(1 Cor 10,13.15 y Gal 6,16). En el siglo II d.C., los Padres de la Iglesia comenzaron
a escribir acerca de la «regla de la fe» (o la verdad) como norma de la ortodoxia
emergente frente a interpretaciones divergentes dentro del cristianismo (Ireneo,
Adv. Haer. III 4,1-2). Con las expresiones «canon de la verdad» o «canon de fe»
se designó durante los tres primeros siglos las verdades esenciales y normativas
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para la vida de los cristianos.
Solo en el siglo IV d.C. comenzó a aplicarse el término «canon» al elenco de los
libros normativos, es decir, a la lista oficial de los libros que han sido aceptados
como Escritura inspirada. Eusebio fue el primero en emplear el término «canon»
para una lista de Escrituras, pero solo en referencia a la colección de los cuatro
evangelios (HE VI 25,3). Será Atanasio, en los decretos del Sínodo de Nicea (c.
350), quien proporcione el uso más antiguo del concepto «canon» refiriéndose a
las Escrituras cristianas en general (De decretis 18,3). En el canon 59 del concilio
de Laodicea (c. 361) se dice que «en las asambleas litúrgicas deben leerse
únicamente los libros canónicos del AT y del NT» y en el canon siguiente ofrece
la lista de libros. Algo parecido tenemos en la 39 carta pascual de Atanasio del
año 367 d.C., quien compiló la primera lista canónica que contiene los veintisiete
libros de nuestro NT. Este catálogo no significa, sin embargo, que el canon del
NT estuviera fijado definitivamente, pues su autor no se dirigía a la Iglesia
universal y la divergencia en cuanto a la lista de libros continuó.
Por su parte, los escritores occidentales emplearon igualmente la palabra latina
canon, como elenco de Escrituras, tal y como acontece en el Catálogo Mommsen
(c. 360) y posteriormente en los escritos de Prisciliano, Filastrio, Rufino y
Agustín. Por consiguiente, a partir de mediados del siglo IV d.C., el concepto
«canon» fue adoptado tanto en Oriente como en Occidente para designar una
colección delimitada de libros y reconocida como Escritura.
Así pues, «Escritura» designa los escritos que son considerados normativos a
nivel religioso, sin tener en consideración su número preciso. Sin embargo, el
«canon» bíblico hace referencia a la lista oficial y definitiva de libros inspirados y
normativos que constituyen el corpus reconocido y aceptado de la sagrada
Escritura de un grupo religioso. La existencia y disponibilidad de Escrituras no
implica la presencia de un canon, pero el canon presupone la existencia de
Escrituras. De esta forma, el cristianismo no confeccionó desde sus inicios un
canon. Será a finales del siglo II d.C. cuando los cristianos comiencen a mostrar
interés por reconocer los escritos normativos cristianos y judíos, pero no se
podrá hablar de un mismo canon normativo en Oriente y Occidente hasta el
siglo V d.C. Por tanto, durante la mayor parte de los cuatro primeros siglos, la
Iglesia tenía Escritura, pero no un canon definido.
2.3. Los conceptos de Antiguo y Nuevo Testamento
No existe una terminología precisa para denominar a la Biblia y sus secciones.
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Los conceptos de «Antiguo y Nuevo Testamento» son creaciones cristianas y
pudieran sugerir que el NT suplantó al AT. Por este motivo se han propuesto
otras expresiones, tales como «Primer y Segundo Testamento». A pesar de las
deficiencias terminológicas, el término «Nuevo Testamento» se ha impuesto en
el ámbito teológico como designación de todo el conjunto de escritos sagrados de
origen cristiano que constituye la segunda parte de la Biblia cristiana, es decir, la
colección de los veintisiete escritos canónicos cristianos.
«Nuevo Testamento» es la traducción latinizada del griego «nueva alianza», que
en el cristianismo primitivo no se refería a una colección de escritos cristianos,
sino a la nueva situación de salvación inaugurada con la muerte de Jesús en
correlación y contraste con la «antigua alianza» sellada por Dios con Israel. La
asociación de la nueva alianza y los escritos cristianos acontecerá a finales del
siglo II d.C. Melitón, obispo de Sardes (c. 170-190) habla de una lista de «los
libros de la Antigua Alianza», refiriéndose así a las Escrituras judías (Eusebio,
HE IV 26,14; cf. un autor anónimo antimontanista, HE V 16,3). El pasaje prepara
el camino para el uso lingüístico que comienza a encontrarse a partir de
Clemente de Alejandría y Tertuliano.
En Oriente será Clemente de Alejandría (c. 180-200) quien, de forma clara,
emplee por primera vez el término «alianza» aplicado a la autoridad de las
Escrituras judías y cristianas (Stromata IV 130,4; V 85,1; VII107,5). Su sucesor,
Orígenes, habla aún de forma más explícita acerca de «las Escrituras divinas de
la denominada Antigua y de la denominada Nueva Alianza» (Comentario sobre
Juan 5,4; X 28). A partir de entonces, la expresión tomó carta de naturaleza en
Oriente. Por su parte, Tertuliano de Cartago (c. 200), quien hace una neta
distinción entre AT y NT (Adv. Marc. IV 22,3; IV 1,6), es el primer escritor latino
cristiano en usar esa terminología y traducir el concepto griego de «alianza» con
la palabra latina testamentum. Aunque los conceptos de AT y NT aparecieron en
el siglo II d.C., su uso no se generalizó hasta el siglo IV d.C., pero incluso entonces
se seguía discutiendo acerca de los libros que debían incluirse en esos
«Testamentos».
2.4. Los libros deuterocanónicos y apócrifos
Otros conceptos pueden causar confusión entre los lectores, especialmente
porque una misma realidad viene definida con términos diferentes dependiendo
de las confesiones cristianas. En el ámbito católico se denominan libros
«protocanónicos» a aquellos que han sido aceptados como canónicos desde
22
siempre y sin discusión; mientras que los libros que han suscitado dudas acerca
de su canonicidad vienen designados como «deuterocanónicos». Para los
católicos, estos libros son plenamente canónicos, mientras que los protestantes
no siempre los aceptan como canónicos y son denominados «apócrifos».
Los libros deuterocanónicos del NT son:
Hebreos Santiago
Judas 2 Pedro
2 y 3 Juan Apocalipsis
Mc 16,9-20 Jn 7,53–8,11
Por lo que respecta al término «apócrifo», etimológicamente significa «cosa
escondida», «oculta» y, en principio, designaba aquellos libros destinados al uso
de una secta o grupo. Finalmente terminó por denotar los libros sospechosos de
herejía o no recomendables (cf. infra, capítulo 8.2). Hoy, en la Iglesia católica, se
llaman «apócrifos» a los escritos que no han sido admitidos en el canon. Entre
los protestantes, a estos mismos se les denomina «pseudoepígrafos».
En la Iglesia ortodoxa no existe una decisión oficial sobre la lista de los libros
sagrados. Respecto del NT, la mayoría de las iglesias admite el canon de
veintisiete libros. Sin embargo, la Iglesia siria nunca recibió plenamente los
deuterocanónicos, sumando un total de veintidós libros, ya que excluía 2 Pe, 2-
3 Jn, Jds y Ap. Por su parte, la Iglesia etiópica aceptó el canon de veintisiete
libros, pero añadió otros cuatro escritos poco conocidos –los Sínodos, el Libro de
Clemente, el Libro de la Alianza y la Didascalia–. Los protestantes, tras muchas
dudas e incertidumbres, aceptan los veintisiete libros que tiene la Iglesia
católica, si bien, en ocasiones, otorgan a los deuterocanónicos un rango inferior.
Por su parte, la Iglesia católica acepta veintisiete escritos del NT y la lista fue
definida en el Concilio de Trento (en la sesión IV, celebrada el 8 de abril de
1546). Se trata de una declaración formal y vinculante, una decisión dogmática y
ratificada en el Concilio Vaticano I (en la sesión III, 24 de abril de 1870). Así,
determinados libros han sido declarados canónicos por la Iglesia, no porque ella
tenga poder sobre esos libros, sino porque ellos eran ya norma de fe y regla para
la misma Iglesia, es decir, eran su canon (en sentido de norma), por eso los ha
declarado libros canónicos para sus fieles.
23
3. Objetivo y estructura del libro
Las primitivas comunidades cristianas no dispusieron del NT, sino que los libros
sagrados que leyeron Jesús y sus primeros seguidores se encuentran en el AT.
Tampoco las Escrituras cristianas cayeron del cielo pocos años después de la
muerte de Jesús. Las obras que finalmente serían incluidas en el NT fueron
escritas por diversos autores a lo largo de un período de unos setenta años, en
diversos lugares y destinadas a diferentes auditorios. Carecemos de los rollos
«originales» de todos y cada uno de los libros. Solo nos han llegado copias
realizadas a partir de las copias de las copias del original, ya que por razones
desconocidas, en cierto momento, el texto original se perdió, se quemó o
desapareció. Cada documento constituía en sí un «librito» independiente y así
circularon hasta que gracias al códice múltiple se pudieron recopilar varios
escritos en un mismo volumen. Hay que esperar hasta los grandes códices del
siglo IV d.C. para tener compilados los veintisiete libros del NT en un solo
volumen.
La presente obra abordará cuestiones, tales como: ¿cómo han llegado a nosotros
este conjunto de libros neotestamentarios? ¿Por qué contiene solamente
veintisiete libros? ¿Por qué precisamente estos y no otros que tal vez hubieran
sido más «entretenidos», como pudieron ser los evangelios de la infancia de
Jesús? ¿Quién decidió qué libros serían incluidos? ¿Con qué criterios? ¿Cuándo?
¿Por qué se ordenaron los libros precisamente tal y como los tenemos en la
Biblia?
La disposición de nuestra presentación difiere de la propuesta por G. Theissen.
Él ofrece una génesis de la composición de los libros partiendo de las dos
grandes figuras, Jesús y Pablo, para después proseguir con el resto de la
composición de escritos. La opción adoptada en este estudio es abordar la
disposición actual del NT, centrando nuestra atención en la configuración de los
tres grandes corpus neotestamentarios –evangelios, cartas paulinas y epístolas
católicas–, sin olvidar el resto de los escritos que también ejercieron una función
en ese proceso, como es el libro de Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis.
Dentro de los evangelios y de las cartas auténticas paulinas analizaremos
igualmente el desarrollo histórico de esos corpus, exponiendo brevemente la
tradición oral, las tradiciones escritas, la fuente Q y Mc, como creador del género
evangelio, que sirvió de paradigma para el resto de los evangelios biográficos.
La formación del Nuevo Testamento abarca tres etapas fundamentales de un
24
proceso continuo, al margen de la actividad pública de Jesús y de una segunda
etapa de la memoria oral acerca de Jesús, que vendrá mencionada en los
capítulos dedicados a los evangelios y a Pablo. Nuestra atención se centrará en
mayor medida en:
a) La composición de los libros. Para ello recabaremos la información que
proporcionan los métodos histórico-críticos acerca de las cuestiones de autoría,
objeto y contenido de cada uno de los escritos, etc. Información más detallada al
respecto se encuentra en las Introducciones al Nuevo Testamento, que ofrecen
una visión global de los problemas históricos y literarios planteados para la
redacción de cada libro. Esas introducciones suelen comenzar con una
presentación literaria del escrito: se expone y se justifica la estructura del escrito;
después prosiguen con el análisis del contexto histórico de elaboración, que
aborda sucesivamente las siguientes cuestiones: autoría, datación del escrito e
identidad de sus primeros destinatarios. La composición literaria explora la
información que se pueda recabar sobre las fuentes literarias empleadas por el
autor. Asimismo, presentan su perspectiva teológica, centrándose en grandes
temas teológicos. Otros estudios han ampliado el horizonte y ofrecen una
historia de la literatura cristiana primitiva, insertando los escritos del NT dentro
de esa corriente literaria cristiana mucho más amplia, en la que se incluyen
escritos eclesiales y apócrifos. Lógicamente, un libro sobre la formación del
Nuevo Testamento comparte muchos puntos con ese tipo de estudios y varias de
las temáticas abordadas serán comunes. Somos deudores de esas contribuciones,
aunque la historia de la formación del NT no concluye ahí.
b) La segunda fase del proceso fue la recopilación de los escritos en colecciones.
Encontraremos tres grandes colecciones que van configurándose
progresivamente a lo largo del siglo II d.C., especialmente los evangelios y la
correspondencia paulina. Por lo que respecta a los evangelios, tuvo lugar un
proceso de selección de cuatro biografías compuestas a finales del siglo I d.C.
para formar el evangelio tetramorfo, que adquirió gran estima y veneración. Esteproceso de selección, sin embargo, no se encontró exento de dificultades y
alternativas, pues en cierto sentido iba en contra de la costumbre, ya que lo
habitual era que cada comunidad dispusiera de un solo evangelio. Por otra parte,
las cartas de Pablo gozaron de gran estima en sus comunidades y pronto se inició
un proceso de compilación de las misivas más importantes. Esa colección se fue
ampliando de forma progresiva, incluso con epístolas no paulinas, que tenían
cierta vinculación con el apóstol, como son las cartas deuteropaulinas y las
pastorales. La preponderancia de este corpus paulino y otras circunstancias
25
históricas propiciaron que ciertos grupos cristianos sintieran la necesidad de
contrarrestar esa influencia paulina mediante otra colección de cartas con
orientaciones teológicas diferentes (las epístolas católicas). La configuración
final de este último corpus fue tardía y encontró su legitimación teológica en el
relato de Hechos de los Apóstoles, texto que narraba la labor misionera de la
comunidad de Jerusalén antes que la actividad paulina. La secuencia de estas
colecciones, al margen de los evangelios, no se fijó definitivamente hasta el
siglo IV d.C., dependiendo de zonas geográficas.
A lo largo de nuestro pequeño libro, se citarán obras de escritores cristianos del
siglo II y III d.C., pues sus escritos constituyen una ventana abierta para
vislumbrar el proceso formativo del NT y tendremos en consideración los
manuscritos (papiros y códices) y las listas canónicas.
c) La tercera etapa del proceso es la fijación del canon de los libros
neotestamentarios. Además de las colecciones anteriores, las listas canónicas
mencionan también otras obras cristianas que gozaron de cierta veneración y de
gran prestigio; pero al final de este proceso no fueron incluidas en el canon. Por
este motivo, dedicaremos un breve apartado a la literatura cristiana no canónica
con el objeto de comprender mejor el amplio capítulo de la historia del canon. En
ese capítulo mencionaremos algunos de los criterios empleados a posteriori en la
Iglesia para reconocer qué libros constituían la Escritura normativa. Este
proceso se extendió hasta el siglo V d.C., lo que deja entrever las dificultades
existentes. La historia del canon bíblico se centrará en los factores históricos que
permiten reconocer la creación de la conciencia canónica, siendo conscientes de
que no se puede abordar en una obra de esta índole otros conceptos
relacionados, como pueden ser los temas de la revelación, la inspiración, etc.
La temática es muy amplia y el espacio para su desarrollo, breve, por lo que se
presenta un resumen de las posiciones más relevantes de las investigaciones
actuales. La pretensión es arriesgada, pues partimos de ciertos presupuestos y en
muchos puntos no existe consenso entre los especialistas, por lo que el lector
encontrará en obras técnicas opiniones diferentes a las expuestas aquí, tanto en
su presentación como en su argumentación. El libro, al igual que la colección, no
está destinado a especialistas, sino a estudiantes y personas interesadas en
conocer, un poco más, el complejo proceso formativo del NT. Siento desilusionar
al lector ávido de certezas, ya que, por desgracia, no poseemos toda la
información precisa sobre la composición, la colección y el proceso de
canonicidad de los libros neotestamentarios. En ocasiones nos basamos en
teorías que se apoyan en hipótesis plausibles, pero no son las únicas. Un lector
26
crítico puede disentir de ciertos presupuestos y, por consiguiente, también de sus
conclusiones. Nada que objetar.
27
Referencias
BAIRD, J. Arthur, Holy Word: The Paradigm of New Testament Formation
(JSNTS 224), Trinity Academic Press, Londres 2002.
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Testament, Fortress Press, Minneapolis 2007.
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Testamento, Ares y Mares, Barcelona 2004.
EHRMAN, Bart D., Misquoting Jesus. The Story Behind who changed the Bible
and Why, HarperSanFrancisco, Nueva York 2005.
ELLIS, E. Earle, The Making of the New Testament Documents, Brill, Leiden
1999.
GAMBLE, Harry Y., The New Testament Canon. Its Making and Meaning,
Fortress Press, Filadelfia 1985.
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Publisher, Nueva York 1966.
HARNACK, Adolf von, The Origin of the New Testament and the Most Important
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KOESTER, Helmut, Ancient Christian Gospels. Their History and Development,
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LEIPOLDT, Johannes, Geschichte des neutestamentlichen Kanons, 2 vols.,
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METZGER, Bruce M., The New Testament. Its Background, Growth and Content,
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METZGER, Bruce M., The Text of the New Testament. Its Transmission,
Corruption and Restoration, Clarendon Press, Oxford 1964.
PAGELS, Elaine, Los evangelios gnósticos, Crítica, Barcelona 1982.
THEISSEN, Gerd, Die Entstehung des Neuen Testaments als
literarturgeschichtliches Problem, Winter, Heidelberg 2007.
WESTCOTT, Brooke F., A General Survey of the History of the Canon of the New
Testament, Macmillan, Cambridge 61889.
ZAHN, Theodor, Geschichte des neutestamentlichen Kanons, 2 vols., A.
Dsichert’sche Verlagsbuchhandlung, Erlangen 1888-1892.
ZAHN, Theodor, Grundriss der Geschichte des Neutestamentlichen Kanons. Eine
Ergänzung zu der Einleitung in das Neue Testament, A. Dsichert’sche
28
Verlagsbuchhandlung, Leipzig 1901.
29
 
 
SEGUNDA PARTE
 
¿Cuáles son los aspectos
centrales del tema?
30
31
El cristianismo y la tecnología
del texto escrito
CAPÍTULO 2
El cristianismo primitivo mostró gran interés por los libros de las Escrituras
judías, aunque pronto comenzó a producir sus propios escritos. 2 Tim 4,13
menciona el uso paulino de libros en el transcurso de su ministerio y pide a
Timoteo que le traiga los «rollos, especialmente los pergaminos». En efecto, el
cristianismo se distinguió de las religiones circundantes del mundo
grecorromano por su prolífica producción literaria y su compromiso con un
corpus normativo de Escrituras como fundamento de la fe y la praxis. Al igual
que su matriz judía, se caracterizó por la elaboración y el uso de libros, es decir,
por una viva «cultura textual». Por tanto, cualquier estudio de sus orígenes debe
valorar la importancia del soporte material del libro cristiano, su producción,
publicación y difusión. Ya que la formación del Nuevo Testamento se plasmó en
textos materiales, es de obligado cumplimiento dedicar un breve capítulo a los
elementos distintivos de los libros cristianos. No obstante, la colección «¿Qué se
sabe de...?» dedicará un número monográfico a los testimonios materiales del
cristianismo primitivo.
32
1. La producción de textos:
formato, material y características
El «Nuevo Testamento» constituye un conjunto de escritos compuestos por
diversas plumas, pero su origen no se concibió como se escriben en la actualidad
obras en colaboración o coordinación, en las que se pergeña un proyecto con
diversos temas, que son investigados por un grupo de colaboradores y cuyos
resultados se reúnen para ser publicados conjuntamente tras ser revisados por
un editor con el objeto de otorgarles una cierta armonía. Por el contrario, cada
documento neotestamentario es una creación literaria independiente (a
excepción de Lc-Hch) y de forma progresiva se fueron recopilando en
colecciones menores hasta llegar a un corpus de veintisiete escritos. No
sorprende, pues, que este haya sido visto como una biblioteca en la que se han
almacenado y ordenado una serie de textos provenientes de diferentes autores,
quienes nunca imaginaron que sus obras acabarían recopiladas en el magnum
opus, que ha marcado de forma significativa la cultura occidental. No obstante,
el NT completo, en un documento único, fue rara avis durante los tres primerossiglos.
Los escritos del NT se han conservado, casi sin excepción, en el formato de
manuscrito denominado «códice». Sin embargo, en el mundo grecorromano y
judío, el rollo o rótulo constituía la forma usual del libro (Lc 4,17), confeccionado
con hojas de papiro o pergamino pegadas unas a otras sucesivamente,
configurando una tira larga que se enrollaba y en la que se escribía el texto en
columnas. Por su parte, el códice, en su formato más simple, se elaboraba
tomando hojas de papiro o pergamino, que se plegaban por la mitad y
encuadernaban en el pliegue central, creando así un cuadernillo. Una versión
más sofisticada consistía en reunir y coser varios cuadernillos hasta constituir el
códice múltiple, lo que permitía escribir obras más extensas.
Los cristianos no solo mostraron una preferencia mayoritaria por el códice en un
período muy temprano de su historia, sino que favorecieron el códice de forma
particular para los escritos que consideraron Escritura. Esta pronta y
generalizada predilección se debió a sus ventajas prácticas (manejabilidad a la
hora de consultar, conveniencia para su transporte, comodidad, tamaño), a
razones socioeconómicas en el coste de producción, pero especialmente por su
vinculación con la configuración temprana del canon del NT, ya que permitía
compilar los cuatro evangelios (T. C. Skeat 2004) o las epístolas paulinas (H. Y.
Gamble, 1995) en un solo volumen. La posibilidad de que todo el NT se
33
encontrara en un solo códice, e incluso con el AT, tuvo lugar con la adopción del
pergamino en lugar del papiro, cuya calidad, suficientemente fina, permitía
reducir el peso y el grosor del códice. Por consiguiente, este tipo de códice facilitó
el camino para establecer una colección de escritos «canónicos»: la colección
cerrada de libros pudo ser más fácilmente controlada cuando el códice se
convirtió en el soporte material para reunir composiciones originalmente
independientes.
Los primeros papiros cristianos (siglos II-III d.C.) no se caracterizaron por la
caligrafía ni por ciertos rasgos formales diferentes a los que se empleaban en
libros bíblicos judíos o en textos literarios grecorromanos. De forma paulatina,
sin embargo, adquirieron ciertas peculiaridades, como es la caligrafía más
refinada, denominada «uncial informal», o el uso de los nomina sacra, es decir,
abreviaciones de ciertos nombres (p. ej. Jesús, Cristo, Kyrios y Dios) con el fin de
mostrar reverencia y devoción.
Por lo que hace referencia a la lengua, todos los libros del NT fueron escritos
originalmente en griego de la koiné, a saber, griego helenístico, un producto
mixto resultante de la helenización de una tradición originalmente aramea,
llevada a cabo por escritores bilingües familiarizados con la versión griega de la
Biblia (la Septuaginta). La hipótesis de que algunos libros, o partes de ellos,
fueron compuestos en arameo (Eusebio, HE III 39,16) no ha encontrado
aceptación entre los estudiosos.
34
2. La autoría y la pseudoepigrafía de los escritos
Muchos lectores del NT asumen que los encabezamientos de los evangelios
(«evangelio según...») y de algunas epístolas («carta de...») señalan el verdadero
autor de la obra. Sin embargo, la mayoría de estas obras, exceptuando las cartas
paulinas auténticas, eran originariamente anónimas y solo tradiciones cristianas
posteriores atribuyeron su autoría a los nombres que aparecen en los epígrafes
actuales. Así pues, el período posapostólico se caracteriza por la producción
literaria pseudoepigráfica.
Literatura atribuida a los autores:
Lucas (28%) Pablo (23%) Juan (21%) Otros (28%)
El fenómeno de la pseudoepigrafía del NT, que en algunos ámbitos teológicos ha
creado dificultades para conjugar la inspiración y la seudonimia de los libros
sagrados, presenta complejidades en la terminología (H.-J. Klauck 1998, 302).
Así, la anonimia alude a una obra de autor desconocido, tal y como sucede con
los cuatro evangelios, Hechos de los Apóstoles, la carta a los Hebreos y 1 Juan.
Por su parte, la seudonimia designa el fenómeno de la composición o publicación
de una obra bajo un «nombre falso». El concepto de ortonimia, creado en
analogía a seudonimia, denota el verdadero nombre del autor, por lo que estaría
en oposición a los escritos anónimos y a los seudónimos. Todas las cartas
auténticas de Pablo entrarían dentro de esta categoría. La homonimia señala el
fenómeno de un escritor que tiene el mismo nombre que otra persona más
famosa, lo que lleva a los lectores a atribuir, de forma errónea, el texto a la
persona famosa: cuando el autor del Apocalipsis menciona su nombre, «Juan»
(Ap 1,1), lo hace sin pretender identificarse con Juan, hijo del Zebedeo, como
más tarde supuso la tradición. Finalmente, la deuteronimia es un neologismo
acuñado en analogía a «deuteropaulino» para caracterizar la relación cercana
entre maestro y alumno que los autores de Colosenses, Efesios y, tal vez,
2 Tesalonicenses tuvieron con Pablo.
Al margen de esta terminología técnica, el lector encontrará generalmente los
vocablos de «seudonimia» y «pseudoepigrafía» empleados como sinónimos o
con leves matices diferentes. El primero expresa la atribución de un nombre
autoral ficticio a un documento realizada por el propio autor o por un copista
durante la transmisión de la obra literaria. De forma similar, la
«pseudoepigrafía» denota la atribución incorrecta de la autoría literaria de un
35
escrito a la pluma de un personaje célebre del pasado con el objeto de conceder
mayor crédito a su contenido, a pesar de incurrir en tergiversaciones
anacrónicas.
Diversas formas de pseudoepigrafía se encuentran en la historia de la tradición
oral y escrita, tanto en algunos dichos o discursos de Jesús que fueron puestos en
su boca, como en escritos anónimos que se vincularon con el nombre de
autoridades apostólicas en la historia de su recepción (evangelios, Heb, 1 Jn). Se
habla de pseudoepigrafía literaria en los escritos joánicos, aunque no se puede
excluir totalmente que las indicaciones acerca de los autores, como «el discípulo
a quien Jesús amaba» (Jn 21,20.24), «el anciano» (2 Jn 1; 3 Jn 1) o «Juan de
Patmos» (Ap 1,9) se refieran a personajes históricos. Mayor relevancia tiene la
seudonimia imitativa de estilo, característica de algunas cartas pseudopaulinas,
p. ej. 2 Tes muestra contactos formales y de contenido con 1 Tes, o Colosenses y
Efesios se encuentran en estrecha continuidad con la teología paulina. La forma
más patente de seudonimia aparece en las epístolas pastorales, ya que no solo
presentan una «doble seudonimia» en relación al autor y a los destinatarios, sino
que desean proyectar una imagen de plena autoría paulina gracias a una
situación epistolar ficticia (1 Tim 1,3), a recuerdos de Pablo (1 Tim 1,12-17) y a
noticias personales (2 Tim 1,15-18). Más difícil es comprobar la vinculación de
las cartas católicas con los nombres de los apóstoles (1-2 Pedro, Judas, Santiago),
ya que no se conservan cartas auténticas de estos personajes con el objeto de
cotejar una posible (dis-)continuidad estilística y temática.
Así pues, los autores del cristianismo naciente se consideraron facultados para
emplear la seudonimia como medio literario y teológico con el propósito de
expresar la continuidad de la tradición y la actualidad del mensaje. De esta forma
se inicia y prepara el camino que proseguirá la literatura apócrifa cristiana de los
siglos II y III d.C.
36
3. Los escribas y la distribución
de los libros cristianos
Los primeros amanuenses cristianos eran «escribas» multifuncionales, similares
a los contratados en ámbitos privados para desempeñar diversas actividades
escriturarias, tales como escribir cartas dictadas, producir documentos
administrativos o copiar cartas u obras literarias. Conocemos el nombre de un
secretario de Pablo: «Yo, Tercio, que escribo esta carta, saludo a todos en el
Señor» (Rom 16,22). Se esperaría que estos escribas realizaran su labor con
precisión y pulcritud, especialmente si eran cristianos y estaban copiando un
texto sagrado. Sin embargo, el estudiode los manuscritos constata que cada
documento es en sí mismo un objeto único, tanto a nivel material como en el
tenor del texto, dado que las copias de un mismo escrito contienen multitud de
variantes. Estas son fruto, en su mayor parte, de errores accidentales y, en
ocasiones, de cambios intencionados. Será, pues, tarea de la crítica textual
establecer el texto más cercano posible al original tras cotejar los manuscritos
griegos, las citas en la literatura cristiana primitiva y las traducciones más
antiguas.
Aunque no existen pruebas acerca de la existencia de scriptoria en los siglos II y
III d.C., no sería exagerado pensar que pronto se organizó un sistema de
producción de copias a gran escala para los parámetros de la época. De hecho, el
uso temprano y dominante del códice y los nomina sacra pueden sugerir la
existencia de esa red con cierto grado de estructuración y sofisticación para la
producción y propagación de copias de libros cristianos. Ciertos indicios de este
tipo de logística existen en las cartas paulinas. El apóstol envió sus cartas a través
de sus redes sociales para que fueran entregados a las diversas iglesias (Rom
16,1; Ef 6,21; Col 4,7) y pidió que se leyeran a la comunidad (2 Cor 2,9; Col 4,16;
1 Tes 5,27). Ejemplos más claros se encuentran en Policarpo de Esmirna (Flp
13,1) o en el Pastor de Hermas, donde Hermas recibe las siguientes
instrucciones: «Por tanto, sacarás dos copias y enviarás una a Clemente y otra a
Grapta. Clemente, por su parte, la remitirá a las ciudades de fuera..., y Grapta
amonestará a las viudas y a los huérfanos. Tú, en fin, lo leerás en esta ciudad
entre los ancianos que presiden la Iglesia» (Visión 2,4,3). Pero antes de llegar a
esa fase de difusión de los escritos, la formación del NT tuvo un largo proceso de
composición, que expondremos en los próximos capítulos.
37
Referencias
GAMBLE, Harry Y., Books and Readers in the Early Church: A History of Early
Christian Texts, Yale University Press, New Haven 1995.
HURTADO, Larry W., Los primitivos papiros cristianos. Un estudio de los
primeros testimonios materiales del movimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca
2010.
KLAUCK, Hans-Josef, Die antike Briefliteratur und das Neue Testament. Ein
Lehr- und Arbeitsbuch, Schöningh, Paderborn 1998.
SKEAT, Theodore Cressy, The Collected Biblical Writings of T. C. Skeat, Brill,
Leiden-Boston 2004.
38
Los evangelios del Nuevo Testamento
CAPÍTULO 3
La exégesis bíblica moderna constata el complejo proceso de composición de
los evangelios canónicos, cuya culminación fue la formación del evangelio
tetramorfo, en la que se vieron implicados aspectos literarios, sociales y
religiosos. En su configuración y recepción se constatan diversas fases, tal y
como S. Guijarro (2010) ha evidenciado en su amplio estudio monográfico
dedicado a los evangelios. Este proceso tiene su inicio en la actividad pública de
Jesús de Nazaret. El impacto causado por su persona en los discípulos y
seguidores origina el nacimiento de una tradición oral sobre él, en la que se
comienza a recordar y transmitir su actividad y enseñanza. La segunda etapa de
ese desarrollo, que abarca desde la muerte de Jesús hasta la destrucción de
Jerusalén y la muerte de los apóstoles, se caracteriza por la tradición oral. La
experiencia de Pascua y la actividad misionera impulsaron el proceso de la
tradición oral, en la que se formularon, conservaron y transmitieron los
recuerdos sobre Jesús y las convicciones acerca de su identidad, para lo cual
recurrieron a un número reducido de esquemas que facilitaban su
memorización. En este contexto, tradiciones orales independientes originaron
pequeñas composiciones escritas, que recogían parte de su enseñanza o actividad
taumatúrgica, mientras que los recuerdos sobre la muerte de Jesús cristalizaron
en el relato de la pasión.
En una tercera fase, esas tradiciones orales y escritas sobre Jesús adquieren una
forma estable con la composición de los evangelios. Cuando el autor del
evangelio de Marcos incorporó tradiciones sueltas y pequeñas colecciones
39
(parábolas, milagros, controversias) y composiciones más elaboradas (relato de
la pasión) a un relato de tipo biográfico, logra ofrecer una respuesta a la cuestión
sobre la identidad de Jesús. Después, Mateo y Lucas reelaboran y enriquecen el
relato de Marcos con tradiciones propias. Asimismo, el autor de Juan adopta de
forma peculiar ese modelo biográfico.
Sin embargo, este proceso no concluyó con la composición de los primeros
evangelios sobre Jesús, sino que dentro de las comunidades cristianas tuvo lugar
durante el siglo II d.C. un proceso de valoración y selección de biografías. De esta
forma surgió un corpus de cuatro evangelios que paulatinamente fue
adquiriendo una estima y un valor especial frente al resto de los evangelios. Este
proceso culminó cuando se convirtieron en escritos canónicos y normativos para
los cristianos y formaron parte de una lista cerrada de libros. Veamos de manera
sumaria este desarrollo, centrándonos en la última etapa, pues tal vez sea la
menos conocida para el lector.
40
1. Las tradiciones sobre Jesús antes de Pascua
Los evangelistas y Pablo usan, reinterpretan y transmiten las tradiciones sobre
Jesús. Pero previamente a su plasmación por escrito, esas circularon de forma
oral (en realidad, en el principio era la palabra). Esta primera fase del origen,
formación y transmisión de las tradiciones orales sobre Jesús tiene su inicio
antes de Pascua y permite comprender el contexto oral que configuró el material
sobre Jesús, la pluralidad de textos y su proceso de gestación.
El ministerio de Jesús se desarrolló dentro de un contexto iliterato o
semiliterato, donde la tradición oral jugaba un papel relevante. Su mundo judío
se caracterizaba por ser una cultura de la memoria y de la tradición. Aunque la
cultura del texto escrito, de forma especial el texto de la Torá, gozaba de gran
estima en diversos ámbitos sociales y religiosos, el medio primario y
fundamental de comunicación de los campesinos galileos se realizaba a través de
la palabra hablada. Y es en ese contexto de la oralidad donde debemos situar la
actividad de Jesús de Nazaret, como constatan varias de sus afirmaciones:
«Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí» (Lc 10,16). El mandato de la
misión en Mt 28,19s exige la predicación oral de los misioneros. Hechos de los
Apóstoles narra la difusión oral del mensaje sin indicación alguna de un medio
escrito, a excepción de la carta del decreto apostólico (Hch 15,23-29). Al margen
de estas indicaciones directas, un análisis de las formas literarias empleadas en
los textos sugiere igualmente la existencia de la tradición oral en la fase previa a
su puesta por escrito.
Desde el punto de vista histórico, el ministerio de Jesús suscitó la creación de un
movimiento carismático vinculado a su persona, en cuyo seno se conservó una
tradición sobre los dichos y hechos de Jesús. Sus discípulos fueron los
destinatarios privilegiados de sus enseñanzas. Desde los primeros días, el
impacto de las palabras y los hechos de Jesús formaron parte de una tradición
que estaba viva en la memoria compartida del grupo. Y si este impacto
constituyó lo que primero congregó al grupo de discípulos, entonces esa
tradición, que les otorgó su identidad como grupo, fue ya valorada en la etapa
ministerial de Jesús, durante la cual empezó a configurarse gran parte de la
tradición. En esta peculiar relación de los discípulos con Jesús se encuentra el
presupuesto de la formación de una tradición, que requería su conservación y
transmisión, cuyo contexto vital típico dentro de la comunidad prepascual pudo
ser la actividad misionera de los discípulos y la vida interna del grupo. Con
objeto de memorizar fácilmente y transmitir con fidelidad esa tradición, esta
41
cristalizó en formas literarias orales que facilitaban su repetición y memorización
(paralelismos, imágenes, simbolismos, parábolas, etc.). Por tanto, el inicio de la
tradición sobre Jesús tuvo lugar en el período prepascual y el círculo dediscípulos constituyó su Sitz im Leben primigenio.
42
2. La tradición oral y la tradición escrita
en la comunidad pospascual
Tras su muerte y resurrección, la tradición sobre Jesús adquiere mayor estima, lo
que ocasiona que se conserve y transmita con fidelidad, pero al mismo tiempo se
actualiza y reinterpreta, pues varios factores sociales exigían su adaptación para
hacerla relevante. En primer lugar, se necesitaba una adaptación lingüística del
arameo al griego; en segundo lugar, una aclimatación social y cultural de la
tradición originaria del mundo rural palestino al mundo urbano grecorromano.
Las unidades de esa tradición empezaron siendo expresión y testimonio del
impacto provocado por Jesús, que transformó la vida de sus seguidores. Los
elementos y las palabras claves impactantes serían formulados de forma oral en
la medida en que el grupo reconoció la importancia de lo que Jesús había dicho o
realizado. Pero, al mismo tiempo, la variación es parte integral a la hora de
transmitir la tradición oral; es una combinación de estabilidad y flexibilidad. Esa
transmisión no acontece de forma arbitraria, pues existen elementos y temas que
son constantes e inalterables, sobre los que las sucesivas reproducciones pueden
construir y formular sus variaciones, según se considere adecuado en las diversas
circunstancias, estando la memoria colectiva dispuesta a protestar si el relato
omitía alguno de los elementos esenciales o si variaba en exceso. Ese control
social de la tradición por parte del auditorio es tanto más férreo, cuanto mayor
relevancia tenga la tradición para la identidad de la comunidad, siendo más
estricto en los dichos breves que en las historias desarrolladas en forma
narrativa.
Además, la tradición estaba garantizada por la presencia de unos testigos
legitimados que ejercían un cierto control sobre la tradición. Según ha mostrado
J. Dunn (2009), en cada comunidad existía una o más personas a quienes se les
atribuía la responsabilidad de conservar y reproducir la tradición de la
comunidad: ancianos o maestros reconocidos se convirtieron en sus
transmisores autorizados. Frente a esa supuesta tradición informalmente
controlada por el grupo, R. Bauckham (2006) propone que la fiabilidad e
integridad de la tradición sobre Jesús estaba garantizada gracias a la autoridad
de los tradentes, a quienes los testigos originales habían confiado el testimonio
sobre Jesús. Por consiguiente, la transmisión era formal y controlada, ya que las
tradiciones se originaron con testigos concretos, quienes ejercían de guardianes
de la tradición acerca de Jesús. En las comunidades cristianas sin acceso directo
a los testigos oculares, los tradentes autorizados fueron instruidos por los
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testigos o por intermediarios y, posteriormente, actuaron como supervisores de
la tradición en sus respectivas comunidades.
La tradición oral no transmitía simplemente fragmentos o dichos particulares,
sino que la agrupación de materiales semejantes habría sido la pauta desde el
inicio. Así surgen colecciones de dichos de Jesús y pequeñas perícopas
autónomas. Después de Pascua, las tradiciones narrativas sobre la vida de Jesús
comienzan a cristalizar por escrito y se transmiten de forma más estable, pues se
valoraba la preservación de los recuerdos sobre su persona, vinculando su vida a
la enseñanza y a su ministerio. Varias de estas unidades menores se combinaron
en bloques o colecciones con cierta unidad temática o de género. Con el paso del
tiempo se sintió la necesidad de poner por escrito ese material, en la medida en
que las colecciones se hacían más extensas y se deseaba conservar mejor la
tradición. La escuela de la Historia de las Formas ha individuado estas pequeñas
unidades y R. Bultmann (2000) las ha clasificado en dos grandes grupos
conforme a su forma literaria: material discursivo y narrativo. Dentro del
material discursivo se encuentran dichos de sabiduría proverbial (Mt 6,19-34),
sentencias proféticas o apocalípticas (Mt 5,3-9; 11,5), dichos legales o reglas de la
comunidad (Mt 5,21; 6,2-18; Mt 10; 18,15-22), apotegmas y numerosas
parábolas. El material narrativo viene clasificado a su vez en dos grupos: a)
relatos de milagros y b) narraciones y leyendas.
Estas primeras composiciones literarias de los recuerdos de Jesús no se han
conservado como textos independientes, sino que fueron incorporadas en las
cartas paulinas o en los evangelios. Gracias a la crítica redaccional se han
reconstruido esas primeras colecciones, caracterizadas por recopilar materiales
semejantes desde el punto de vista formal. S. Guijarro (2000, 30s) recoge cinco
tipos de composiciones.
a) Colecciones de dichos o sentencias de Jesús que reflejan el estadio más
primitivo de este tipo de colecciones. La primera composición elaborada de
este género se conoce con el nombre de «documento Q».
b) Composiciones de diálogos y discursos. El evangelio de Mateo contiene
grandes discursos compuestos a partir de pequeñas agrupaciones de dichos,
pero estos diálogos y discursos están mucho más desarrollados en Juan.
c) Colecciones de milagros. Numerosas curaciones y exorcismos constituyen
la actividad de Jesús en Galilea. No es extraño que pronto se reelaboraran
recuerdos de estas acciones y se compusieran narraciones de sus milagros,
que resaltaban su poder taumatúrgico.
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d) Entre las tradiciones narrativas más antiguas destaca el relato de la
pasión, tal vez el relato escrito más antiguo del cristianismo naciente. Se trata
de una narración continua y unitaria, con una conexión casual de los sucesos,
los conflictos y el desenlace final. La trama de la pasión desempeñó una
función clave en la composición posterior del evangelio de Marcos (Mc 14–
16), por lo que varios estudiosos lo han definido como la historia de la pasión
con una amplia y detallada introducción.
e) Una tradición narrativa más tardía aborda los orígenes de Jesús. Las
composiciones más antiguas conocidas son los relatos de la infancia, de
Mateo y Lucas (Mt 1-2; Lc 1-2), quienes compusieron sus narraciones a partir
de tradiciones sueltas propias con el objeto de completar el evangelio de
Marcos.
La comunidad pospascual conserva, reelabora y transmite la tradición sobre
Jesús dentro del ámbito de diversas actividades comunitarias que influyeron en
la configuración de la tradición. Entre estas actividades destacan el culto
centrado en la fracción del pan (Hch 2,42; Lc 24,13-35), la catequesis (Mt 5–7),
la predicación misionera o numerosas controversias ad intra entre diferentes
grupos cristianos y ad extra con el judaísmo y el mundo gentil. La comunidad
tenía que justificar su comportamiento recurriendo para ello a las controversias
de Jesús, tal y como se constata en la disputa sobre el ayuno (Mc 2,18-22) o el
descanso sabático (Mc 2,23-28). Además, las tradiciones sobre Jesús se
transmitieron en tres contextos sociales: entre los discípulos, en las comunidades
y entre el pueblo. Los primeros cristianos carismáticos itinerantes fueron los
verdaderos transmisores del nuevo movimiento, mientras que en las
comunidades estables se difundieron los recuerdos de la pasión de Jesús, como
sucedió en la comunidad de Jerusalén; por su parte, la tradición popular
recordaba de forma especial las historias de milagros. A pesar de que fueran
contextos distintos, las memorias sobre Jesús se compartían en encuentros
comunes de los dos primeros grupos. Los carismáticos itinerantes transmitirían
el núcleo de su enseñanza. Esa tradición fraguaría, según la teoría de G.
Theissen, en la fuente de los logia (Q), mientras que las tradiciones de las
comunidades y la tradición popular serían recogidas en el evangelio de Marcos.
Dada la importancia de la enseñanza de Jesús, dedicaremos un epígrafe a la
fuente Q, mientras que por motivos de espacio no abordaremos la Fuente de los
signos empleada por Juan ni los recuerdos sobre la muerte de Jesús, fijados
narrativamente en el relato de la pasión utilizado por Marcos, Juan y el
Evangelio de Pedro.
45
2.1. El documento Q
Varios de los dichosde Jesús cristalizaron en un documento escrito que se
perdió. No obstante, al abordar el problema sinóptico, es decir, las múltiples
convergencias y divergencias existentes entre los evangelios de Mt, Mc y Lc,
estudiosos alemanes descubrieron en el siglo XIX que Mt y Lc tienen en común
unos 235 versículos que no se encuentran en Mc. ¿De dónde habían tomado Mt y
Lc esos versículos? Como no se puede explicar por dependencia mutua, hay que
admitir una fuente común. El alto nivel de coincidencia en las expresiones (cf. Lc
9,57-58/Mt 8,19-20; Q 3,7-9) junto con las coincidencias en el orden relativo de
los dichos han convencido a los expertos de que esta fuente era un documento
escrito en griego, al que los investigadores denominaron Q (Quelle = fuente). ¿Se
puede reconstruir Q? Evidentemente sí. Solo que al no conservarse como
documento independiente, todas las reconstrucciones son hipotéticas. No
obstante, existe un consenso general en las condiciones bajo las que se debe
hacer su reconstrucción:
• Debe basarse solo en Lc y Mt, al margen del debate acerca de la existencia
de diferentes versiones de un mismo documento.
• El orden lo conserva mejor Lc que Mt, ya que este lo sistematiza en bloques.
Por este motivo, Q se cita siguiendo el orden de Lc.
• En cuanto al tenor del texto, parece que Mt lo conserva mejor, pero hay que
analizar caso por caso.
Su contenido son fundamentalmente dichos de Jesús, excepto el relato de las
tentaciones (Mt 4,1-11/Lc 4,1-13) y la curación del criado del centurión (Mt 8,5-
13/Lc 7,1-10). El análisis de las formas literarias características, de la orientación
peculiar de tradiciones y de los acentos propios que aparecen de forma
recurrente en diversas agrupaciones de dichos permite concluir que Q presenta
una cierta unidad literaria. Así pues, su autor empleó una serie de recursos
formales y de contenido, que sirvieron para agrupar y relacionar dichos
originalmente independientes.
Especial atención se ha dedicado en la investigación a localizar y datar Q para
situar el documento en el contexto del movimiento de Jesús, porque nos
permitiría ambientarlo en el tiempo y en el espacio. Q se formó a partir de
colecciones menores y su redacción última tuvo lugar antes de la guerra judía y
de la destrucción del templo del año 70 d.C., ya que espera la venida del Hijo del
hombre en ambiente de paz y recoge la amenaza de que Dios abandone el
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templo. Es posible, por consiguiente, que se compusiera a mediados del
siglo I d.C. y en una zona donde el griego fuera la lengua común de la comunidad,
como era el caso de Antioquía.
Dado que el documento preserva el anonimato del escritor y de los receptores,
los exégetas han intentado identificarlos prestando atención a los indicios del
texto, pero no existe un consenso acerca de la identidad del grupo. Las diferentes
hipótesis suelen basarse en algún aspecto o grupo de dichos que se consideran
más relevantes y de los cuales se extraen conclusiones. No obstante, se puede
afirmar que Q nació dentro de un grupo cristiano contracultural en proceso de
configuración, que debía dilucidar sus relaciones internas y su actitud frente a un
contexto externo adverso, lo que contribuyó a desarrollar una mayor conciencia
de grupo.
El interés por el documento Q para el estudio del Jesús histórico radica en que
facilita el acceso a un estadio de la tradición anterior a la redacción de los
evangelios actuales y constituye la fuente más importante para la reconstrucción
de la enseñanza de Jesús. Pero las tradiciones auténticas de Jesús se encuentran
también aquí en, con y bajo las palabras de generaciones posteriores. Su
enseñanza se refiere principalmente a Dios, a la irrupción de su Reino y al estilo
de vida del discipulado. Ese modus vivendi se caracteriza por la radicalidad de
las exigencias que se imponen a quienes desean seguir al maestro: vivir como él,
sin domicilio fijo (Q 9,57-58); renunciar a las obligaciones familiares más
sagradas (Q 9,59-60); odiar a la propia familia (Q 14,26) y tomar la propia cruz
(Q 14,27). El ideal del discipulado es la identificación con Jesús, lo cual implica
asumir su propio estilo de vida y seguirle hasta las últimas consecuencias.
A pesar de su gran importancia, este documento se perdió sin que sepamos los
motivos reales de su desaparición; tal vez no fue considerado un evangelio, ya
que carece de indicaciones acerca de la muerte y resurrección de Jesús, o porque
su material había sido integrado en Mt y Lc, o pudo deberse a los avatares
geográficos, es decir, al hecho de que no se copiara en Egipto de donde proviene
la mayor parte de los papiros; por consiguiente, su pérdida constituiría un
accidente en la transmisión.
En conclusión, la transmisión de la tradición más antigua sobre Jesús fue antes
de Pascua exclusivamente de forma oral. Tras su muerte, dicha tradición
prosiguió y creció, y existe un período en el que los recuerdos y la memoria sobre
Jesús circularon dentro de los grupos cristianos fundamentalmente de forma
oral, durante veinte o treinta años, antes que comenzaran a fraguarse por escrito
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en diversas unidades literarias menores y distintas colecciones (por primera vez,
en la fuente de los logia), convergiendo en la composición de los evangelios
conocidos. Pero la puesta por escrito de la tradición oral no supuso su
desaparición, sino que siguió transmitiéndose a la vez que los textos e
influyéndose mutuamente. Se produce así el fenómeno de la «oralidad
secundaria». Estos textos escritos, que se leían en voz alta en las celebraciones
litúrgicas, se recordaban y repetían oralmente, e influían a su vez en la tradición
oral. De este modo, las narraciones de los evangelios entran en una fase de
oralidad nueva, secundaria, en la que quedan expuestas a una reformulación
libre y, sobre todo, a una asimilación armonizadora de las diferentes versiones,
pues las tradiciones de las diversas comunidades se intercambiaban e influían
entre sí. Por tanto, las tradiciones orales primarias y secundarias se fusionaban
con frecuencia.
Estas colecciones y unidades menores fueron incorporadas por los evangelistas
en el marco narrativo de una biografía. Mateo reelaboró la tradición de los
dichos en cinco grandes discursos, la tradición narrativa de los milagros y el
relato de la pasión, junto con un relato de la infancia que probablemente
compuso con materiales tradicionales propios. El resto de los evangelistas
integraron en sus evangelios materiales preexistentes a su composición,
organizándolos conforme a un esquema predeterminado con el objeto de superar
cualitativamente sus fuentes, tal y como Lucas expresa en el prólogo de su
evangelio. En el proceso de composición de los evangelios, Mateo y Lucas
tuvieran a su disposición no solo colecciones breves, sino incluso un conjunto de
dichos con una escueta estructura narrativa (documento Q) y el evangelio de
Marcos.
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3. La composición de los evangelios
El concepto «evangelio» designaba inicialmente la recompensa por llevar una
Buena Noticia y posteriormente se aplicó a cualquier tipo de buenas noticias. Los
primeros cristianos adoptaron este término, por una parte, para indicar la
predicación de Jesús y, por otra, para señalar el anuncio oral de la salvación de
Dios ofrecida a los hombres en Jesucristo mediante su muerte y resurrección (el
kerigma primitivo, 1 Cor 15,1-5). Asimismo, los evangelios sinópticos emplean el
término para referirse a la predicación oral y no a textos escritos. A partir del
siglo II d.C., el vocablo denota la presentación escrita de la vida, actividad,
muerte y resurrección de Jesús. Justino († 165) será el primer autor que
denomina evangelios a los relatos sobre la vida de Jesús. En cuanto documento
escrito, el género literario «evangelio» ha sido caracterizado como una biografía
grecorromana.
La composición de los evangelios constituye uno de los hitos decisivos dentro de
la historia de la literatura cristiana, pues en ese momento las tradiciones sobre
Jesús adquirieron una forma más estable. Pero ¿qué llevó a los

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