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2 Qué se sabe de… Colección dirigida y coordinada por: CARLOS J. GIL ARBIOL 3 Índice Primera parte:¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Introducción 1. Problemas y conceptos para despejar el camino 1. El estado de la cuestión 1.1. La perspectiva histórica 1.2. Nuevas perspectivas teológicas 2. Distinciones terminológicas: Escritura, canon, Nuevo Testamento, apócrifos... 2.1. Origen y noción de Escritura 2.2. El concepto de canon 2.3. Los conceptos de Antiguo y Nuevo Testamento 2.4. Los libros deuterocanónicos y apócrifos 3. Objetivo y estructura del libro Referencias Segunda parte: ¿Cuáles son los aspectos centrales del tema? 2. El cristianismo y la tecnología del texto escrito 1. La producción de textos: formato, material y características 2. La autoría y la pseudoepigrafía de los escritos 3. Los escribas y la distribución de los libros cristianos Referencias 3. Los evangelios del Nuevo Testamento 1. Las tradiciones sobre Jesús antes de Pascua 2. La tradición oral y la tradición escrita en la comunidad pospascual 2.1. El documento Q 3. La composición de los evangelios 3.1. El evangelio según Marcos 3.2. El evangelio según Mateo 3.3. La obra lucana: el evangelio según Lucas 4 3.4. El evangelio según Juan 4. La colección y recepción del evangelio tetramorfo 4.1. La tradición oral 4.2. La predilección por un evangelio 4.3. Una reducción radical de los evangelios 4.4. La ampliación de los evangelios 4.5. La armonización de los evangelios 4.6. La datación del evangelio tetramorfo Referencias 4. Hechos de los Apóstoles 1. Aspectos generales de Hechos de los Apóstoles 2. La recepción de Hechos de los Apóstoles en la Iglesia primitiva Referencias 5. Los escritos epistolares paulinos 1. Pablo y la producción literaria de sus cartas 1.1. Pablo y la literatura grecorromana 1.2. La tradición oral prepaulina 2. Las cartas auténticas paulinas 2.1. La primera carta a los Tesalonicenses 2.2. La correspondencia a los Corintios 2.3. La carta a los Gálatas 2.4. La carta a los Filipenses 2.5. La carta a Filemón 2.6. La carta a los Romanos 3. La recepción de Pablo: los escritos déutero- y tritopaulinos 3.1. La carta a los Efesios 3.2. La carta a los Colosenses 3.3. La segunda carta a los Tesalonicenses 3.4. Las epístolas pastorales 4. La colección de la correspondencia paulina 4.1. Las cartas paulinas en los escritos cristianos antiguos 4.2. La secuencia de las cartas paulinas 4.3. La recopilación de las cartas paulinas 4.4. El lugar de la edición de las cartas de Pablo 5. La carta a los Hebreos 5.1. Autoría y contexto de composición 5.2. Recepción de la carta a los Hebreos Referencias 5 6. Las epístolas católicas 1. La carta de Santiago 2. Las epístolas petrinas: 1 y 2 Pedro 2.1. La primera carta de Pedro 2.2. La segunda carta de Pedro 3. Las epístolas joánicas 3.1. La primera carta de Juan 3.2. La segunda y tercera cartas de Juan 3.3. La recepción de las epístolas joánicas 4. La epístola de Judas 5. La colección de las epístolas católicas (EC) 5.1. La génesis de la colección de las epístolas católicas 5.2. La secuencia de las cartas dentro de la colección 5.3. La secuencia de la colección en el canon neotestamentario 5.4. La función canónica de las epístolas católicas Referencias 7. El libro del Apocalipsis 1. Características del Apocalipsis, autoría y lugar de composición 2. La recepción del libro del Apocalipsis 8. La literatura primitiva cristiana extracanónica 1. La literatura eclesial oficial 2. La literatura apócrifa cristiana y los cristianismos perdidos 2.1. Los evangelios apócrifos 2.2. Los hechos apócrifos 2.3. Los apocalipsis apócrifos 2.4. Otro tipo de literatura: las actas de los mártires 9. El canon del Nuevo Testamento 1. El proceso histórico de la formación del canon neotestamentario 1.1. La tradición posapostólica y el canon neotestamentario 1.2. La polémica con movimientos heterodoxos del siglo II d.C. 1.3. Los testimonios acerca del canon en los siglos III-IV d.C. 1.4. La interpretación de los datos: historia de la investigación del canon 2. Problemas teológicos 2.1. Criteriología de la canonicidad 3. Conclusión Referencias 10. A modo de sumario 6 Tercera parte: Cuestiones abiertas en el debate actual 11. El Nuevo Testamento a debate 1. La extensión del canon a debate 1.1. La visión clásica tradicional 1.2. El «canon dentro del canon», ¿una reducción del Nuevo Testamento? 1.3. El desafío liberal al Nuevo Testamento 2. Escritura y Tradición 3. Nuevo Testamento e inspiración Referencias Cuarta parte: Para profundizar 12. El futuro del Nuevo Testamento 1. La función del Nuevo Testamento en el siglo XXI 2. El Nuevo Testamento en la era digital 13. Bibliografía comentada 1. Formación del Nuevo Testamento 2. Recepción de las obras del Nuevo Testamento 3. El canon del Nuevo Testamento Créditos 7 PRIMERA PARTE ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? 8 9 Introducción Hace una década se celebró el IV Centenario de la primera edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes. Desde su primera publicación se han impreso 315 millones ejemplares y ha sido traducida a numerosos idiomas. El estudio de esta obra cumbre de la literatura forma parte de nuestro currículum escolar. Pero esos datos y su relevancia quedan empequeñecidos si se comparan con los de la Biblia. La Biblia es el libro más vendido y distribuido en el mundo. Según las estadísticas del libro de los Records Guinness, se estima que se han impreso cinco mil millones de ejemplares y ha sido traducida a 349 idiomas. Su influencia ha sido enorme. Durante muchos siglos configuró el pensamiento religioso y filosófico, la vida y la cultura del mundo occidental. Ha inspirado la realización de obras literarias, películas de cine, composiciones musicales, obras de teatro, pintura, escultura, cómics, etc. Se trata de uno de los libros más presentes en nuestra cultura, pero al tiempo uno de los más desconocidos, pues gran parte de los cristianos desconoce el sinuoso proceso de su formación. A pesar de que el cristianismo naciente mostró gran interés por las Escrituras judías, sin embargo produjo sus propios escritos, que cristalizaron en lo que se denominó Nuevo Testamento (NT). De entre la amplia producción literaria cristiana de los primeros siglos, solo un reducido grupo de 27 escritos configuró esta pequeña biblioteca, que acabaría siendo una obra universal. Otros escritos, por el contrario, no accedieron a la misma. El presente libro abre una ventana al 10 fascinante mundo de la composición, recepción, colección y fijación del canon de los libros neotestamentarios. Su configuración requirió varios siglos y mucha información se ha perdido. No obstante, la labor detectivesca de los estudiosos ha permitido recabar datos para iluminar mejor ese desarrollo. Este estudio aborda la disposición actual del NT, centrándose en la configuración de los tres grandes grupos de textos: evangelios, cartas paulinas y epístolas católicas. Siguiendo la estructura de la colección, la primera parte expone cómo se ha abordado el tema desde perspectivas históricas y teológicas. La segunda parte de la obra expone los aspectos centrales de la formación del NT. Tras un breve apartado dedicado a la tecnología del texto escrito cristiano, en los capítulos sucesivos se abordan: la configuración del evangelio tetramorfo, la recepción y función de Hechos de los Apóstoles, la composición y recopilación de la correspondencia paulina, la agrupación y función de las epístolas católicas, para concluir con el Apocalipsis. El cristianismo de los orígenes produjo otras muchas obras, pero no accedieron a la Biblia; es lo que denominamos literatura primitiva cristiana extracanónica. Ello se debió al proceso histórico de la formación del canon neotestamentario. La tercera parte, «Cuestiones abiertas en el debate actual», expone las discusiones actuales acercar del canon del NT. En la cuarta y última parte se presentan algunos retos que plantea la era cibernética al texto bíblico; concluyeesta última parte con una breve bibliografía comentada. 11 Problemas y conceptos para despejar el camino CAPÍTULO 1 Décadas atrás, el común de los mortales carecía de conocimientos sobre la formación del Nuevo Testamento, dado que eran cuestiones acotadas y reservadas a sacerdotes y profesores de seminarios. Esos veintisiete libros formaban parte de la Biblia desde siempre y pocas personas se interrogaban acerca de su génesis. Hoy, esa actitud ha cambiado. En conversaciones espontáneas con personas desconocidas, es probable que surja un eco de las palabras del personaje Leigh Teabing de la novela de Dan Brown (2004, 188), quien afirma que para la elaboración del NT se tuvieron en cuenta más de ochenta evangelios, pero solo cuatro acabaron incluyéndose. ¿Quién decidió cuáles debían incluirse? La respuesta constituye «la ironía básica del cristianismo. La Biblia, tal como la conocemos en nuestros días, fue supervisada por el emperador romano Constantino, que era pagano». Aunque nuestros interlocutores no mencionen el nombre de Constantino, sin embargo han oído o leído que la selección de los libros bíblicos se produjo varios siglos después de la muerte de Jesús de Nazaret y fue un proceso influido por diversos factores. Inmediatamente plantean la cuestión de por qué la Iglesia censuró e hizo desaparecer el Evangelio de Judas o toda la literatura referente a la «descendencia de Jesús» (la relación de Jesús y María Magdalena), etc. La conexión entre los descendientes de Jesús y los cruzados añade rasgos novelescos al intrigante relato de conspiración, secretismo y ambición 12 presentado en novelas históricas. Por su parte, la literatura neognóstica, que presenta a Jesús como maestro de sabiduría eterna, también ha dejado su impronta en los lectores. Toda esta literatura de ficción hace que sus lectores se preguntan si el NT no será un «montaje» de la Iglesia. Muchos cristianos pueden consolarse con la idea de que el contenido de dichas novelas no se fundamenta en investigaciones académicas, sino que se trata de vulgares distorsiones de la historia en el ámbito de la cultura popular propaladas por publicaciones con intereses exclusivamente comerciales. Es significativo, sin embargo, que la opinión de los profanos en la materia se asemeja, en parte, a la que expresan varios estudiosos como H. Koester (1990), E. Pagels (1982), James Robinson... Así, D. Dungan (2007) sugiere que la formación de la Biblia fue un ejercicio de poder de una clase privilegiada mediante el control político de la lectura. Más sugerente es la obra de B. D. Ehrman (2004) con su teoría belicista, quien concluye que nuestro NT es fruto de las luchas intestinas entre diversas facciones cristianas. Cuando el cristianismo protoortodoxo, que emergió triunfante de los conflictos internos en el siglo III d.C., impuso su concepción del canon, especialmente cuando se convirtió en religión oficial del Imperio, confinó o destruyó los escritos de los grupos vencidos. Pero ¿qué habría sucedido si otro grupo hubiera salido vencedor de la confrontación? Su respuesta es clara: no tendríamos los libros del NT que ahora tenemos. El canon constituye así la resolución de conflictos ideológicos mediante la imposición por la fuerza de una ideología. Ante conclusiones de este tipo, no sorprende la propuesta de R. Funk, miembro del grupo de investigación el «Jesus Seminar», de revisar y crear un «nuevo» Nuevo Testamento, como veremos en la última parte del libro. Según esas perspectivas, el NT constituye una colección de escritos que no se diferencian de otro tipo de textos, ni fueron compuestos originariamente para que formaran la Escritura. Posteriormente, una elite eclesial los impuso, para lo cual utilizó principios de selección que ahora se consideran insostenibles y obsoletos. Por consiguiente, la deconstrucción del NT parece incluso aconsejable. En este contexto, la cuestión fundamental no es si tenemos los libros adecuados en la Biblia, sino, más bien, si es necesaria la Biblia. Estas llamativas opiniones de intelectuales crean confusión y desconcierto entre los cristianos que carecen de formación teológica. La «bendita ignorancia», en la que han estado sumidos muchos creyentes, otorga paz interior durante algún tiempo; pero en un mundo, donde el acceso a todo tipo de información está al alcance de la mano y las noticias sensacionalistas sobre temas de religión gozan de gran calado en el público, a la postre causa escándalo y el sentimiento de 13 haber sido engañados. El mejor antídoto para evitar situaciones de desengaño es la formación crítica y, en nuestro caso, presentar el proceso de la formación del NT, que constituye un libro humano y divino a la vez, pero en el que, generalmente, el énfasis había recaído en su dimensión divina. En este volumen presentamos la dimensión histórica y humana. Por desgracia, no poseemos toda la información necesaria para mostrar el largo proceso que condujo al reconocimiento de los libros que se encuentran en el NT. A pesar de esta dificultad, los estudiosos dirigen en la actualidad su atención a las cuestiones que van al corazón de las creencias cristianas contemporáneas acerca de la inspiración y la autoridad de la Biblia. Se constata, pues, que el tema continúa siendo relevante para las personas que deseen conocer el proceso de composición, recopilación y configuración de uno de los libros más influyentes de la historia de la humanidad. 14 1. El estado de la cuestión Al margen de la visión de algunos grupos cristianos fundamentalistas, que conciben la Biblia como un libro divino «caído del cielo», generalmente, los estudios acerca de la génesis del NT plantean las cuestiones de cómo, cuándo y por qué se compuso. La temática se ha abordado desde dos puntos de vista distintos, sin que sean necesariamente excluyentes: el enfoque histórico y el teológico. 1.1. La perspectiva histórica Tras siglos de enfoques teológicos se produjo a partir de mediados del siglo XX un cambio de perspectiva fruto de un nuevo clima cultural, con predominio de las categorías de la historia de las religiones. Se crearon departamentos universitarios sobre estudios de la religión, a menudo en oposición a los planes de estudio de las facultades de teología y seminarios. De este modo, parte del mundo académico adoptó una postura secular, no confesional. El enfoque histórico describe la historia del proceso de la formación del NT, un proceso que implica la tradición oral y escrita. Al inicio, la tradición oral conservó la memoria de Jesús dentro del círculo de sus discípulos antes y después de su muerte. Esa tradición oral se plasmó por escrito progresivamente en una serie de unidades menores, aunque permaneció activa tras su cristalización y siguió interactuando con los escritos (oralidad secundaria). El NT es, pues, el producto de la tradición y contiene las memorias de la vida, las enseñanzas, la muerte y resurrección de Jesús. La expansión del cristianismo y la muerte de los discípulos ocasionaron una prolífica producción literaria de cartas y evangelios. La historia de la composición de los libros (siglos I-II) y el proceso de formación del canon a lo largo de los siglos II-IV d.C. constituyen dos puntos esenciales en este tipo de estudios. Estas son, en líneas generales, las presentaciones clásicas de la formación de la Biblia de corte historicista ofrecidas por B. F. Westcott (1889), Th. Zahn (1888-1892) o J. Leipoldt (1907). Por lo que respecta a la historia de la composición de los escritos, existen diversas propuestas, tal y como se constata en las introducciones al NT. En este apartado merece señalarse la obra original de E. E. Ellis (1999), quien lanza un asalto a gran escala contra la influencia de F. C. Baur en los estudios del NT, una influencia manifiesta en la opinión generalizada de que gran parte de los escritos del NT son pseudoepigráficos y posapostólicos. E. E. Ellis afirma que todos los 15 veintisiete documentos del NT emanan de cuatro misiones aliadas, cada una dirigida por un apóstol:la misión paulina (trece epístolas, Heb, Lc y Hch), la jacobea (Sant, Jds y Mt), la petrina (1 y 2 Pe, Mc) y la joánica (Jn; 1, 2 y 3 Jn, Ap). La presencia, en todo el NT, de «tradiciones preformadas» compartidas – término que incluye la enseñanza originada con Jesús y la instrucción apostólica posterior– demuestra una amplia cooperación de las cuatro misiones y sugiere que debemos entender la autoría de muchos textos como una empresa corporativa. En lo concerniente al desarrollo canónico del NT, la antigua visión de Th. Zahn (1888-1892) y B. F. Westcott (1889) proponía que su configuración emergió debido a presiones teológicas internas. Sin embargo, a partir de A. von Harnack (1925) se impuso cada vez más la hipótesis de que fuerzas externas, especialmente Marción (cf. infra, capítulo 9.1.2), los gnósticos y otros disidentes, fueron los causantes de su desarrollo gradual. Aunque B. M. Metzger (1964) y H. Y. Gamble (1985) todavía aceptan la importancia de las fuerzas intrínsecas, el énfasis mayor se ha desplazado a las reconstrucciones históricas basadas en las fuerzas extrínsecas. Surgió asimismo un consenso generalizado de que los criterios teológicos tradicionales para determinar la canonicidad (apostolicidad, catolicidad, ortodoxia) eran, en el mejor de los casos, constructos tardíos sin ninguna evidencia histórica sólida. Por lo tanto, H. Y. Gamble afirma tras revisar el proceso formativo del NT que la extensión del canon se debe a una amplia gama de factores históricos contingentes y que fue en gran parte fortuita. Los nuevos intereses históricos ampliaron las perspectivas metodológicas mediante la atención prestada a los modelos históricos, sociológicos y culturales, en parte como reacción al predominante énfasis teológico. Desde esas perspectivas, no existen textos canónicos privilegiados, sino que todos los textos son tratados indistintamente como fuentes potenciales, independientemente de su posterior condición canónica o no canónica. Los estudios de la literatura cristiana primitiva y, en especial, los hallazgos de nuevos textos apócrifos (textos gnósticos de Nag Hammadi) ampliaron el horizonte en el que se debe insertar el proceso de canonización neotestamentaria, de tal forma que la visión presentada por los Padres de la Iglesia contra Marción, que dominaba la presentación de los estudios del canon, fue corregida y ampliada. También se tienen en consideración las aportaciones de los descubrimientos de nuevos papiros y la valoración crítica de la información de los códices y las listas de los libros canónicos. Con todo esto, asistimos a una ampliación del contexto interpretativo de la historia de la recepción de las tradiciones. 16 Los descubrimientos de manuscritos y la disponibilidad de nueva literatura gnóstica del siglo II d.C. incrementaron el conocimiento de este período de manera significativa. En ese contexto aparecen en las últimas décadas del siglo XX nuevos estudios acerca de la formación del NT, como fue la obra de R. M. Grant (1966). Este historiador dedica la mayor parte de su libro al siglo II d.C., período decisivo en la historia del canon, ya que los libros del NT no fueron considerados normativos, apostólicos e inspirados hasta finales de ese siglo. Se da crédito a gnósticos como Basílides, el primero en hacer un reconocimiento explícito de los libros del NT como Escritura. Por su parte, Marción pierde la posición clave en la historia del canon que A. von Harnack le había otorgado. Los apócrifos, la literatura gnóstica y los papiros adquieren más relevancia. Como criterios de canonicidad, Grant reconoce el uso determinante de la apostolicidad (definida como «consonancia con la regula fidei») y la antigüedad. Este autor sostiene que el NT no es el producto de asambleas oficiales ni del estudio de grandes teólogos, sino que refleja la autocomprensión de todo un movimiento religioso que aceptó estos veintisiete documentos como medios de expresión de la revelación de Dios en Jesucristo y a su Iglesia. La configuración definitiva del NT acontecería en la gran Iglesia hacia el año 400 d.C. Una obra más reciente, y de la cual soy deudor, fue publicada por G. Theissen (2007). El libro presenta un esbozo de la historia de la literatura con cuatro fases en el desarrollo de la formación de las expresiones y géneros literarios del NT. En la primera etapa, dos figuras carismáticas, Jesús y Pablo, otorgaron con su actividad el impulso para la creación de dos géneros básicos, los evangelios y las cartas comunitarias. En la segunda fase de pseudoepigrafía o deuteronomía, esta literatura fue imitada mediante una hermenéutica de Pablo en las cartas no auténticas y una interpretación ficticia de Jesús en otros evangelios, lo cual presupone la autoridad de la tradición y de los escritos. En una tercera fase surgieron géneros funcionales que lograron su autoridad no solo porque se atribuyeron a carismáticos conocidos, sino por las exigencias técnicas de los géneros. De estas nuevas formas literarias se incluyeron en el canon los Hechos de los Apóstoles, la carta a los Hebreos y el Apocalipsis. Otros géneros funcionales, como los diálogos con el resucitado o las colecciones de logia, pertenecerán a la literatura apócrifa. Por último, tenemos la fase de la formación del canon. Se inició en diversos lugares como un compromiso, pero fue acelerada para hacer frente al modelo del canon marcionita. Frente a Marción se propuso como consenso una pluralidad de evangelios y de autores epistolares, así como la dualidad del AT y NT. El canon constituía, pues, una expresión de una 17 comunidad religiosa que tolera una pluralidad interna y, al mismo tiempo, limita los grupos conflictivos. Dentro de los estudios del desarrollo histórico de la formación del NT existe un consenso de que se produjo un proceso de crecimiento histórico de los cánones cristianos y se resalta la flexibilidad y diversidad geográficas como elemento central del proceso canónico. El problema central radica en que las fuentes cristianas no describen directamente ese desarrollo. Los exégetas han intentado una reconstrucción crítica mediante pruebas indirectas (Padres de la Iglesia, listas canónicas, etc.), aplicando diversos modelos, cuyos resultados, sin embargo, divergen entre sí. La diversidad de resultados ha reafirmado en el escepticismo a quienes ya desconfiaban de los estudios históricos y pretenden que la cuestión se aborde fundamentalmente dentro del ámbito teológico, prestando atención a la dimensión divina del libro. 1.2. Nuevas perspectivas teológicas Las críticas vertidas contra la investigación historicista radican en la deficiencia de su concepto de canonicidad, ya que su premisa básica es que la Iglesia creó el canon. Pero debería ser bastante obvio que la Iglesia institucional no tenía (históricamente) ni podía tener (teológicamente) afán por «crear» la Palabra de Dios. Cualquier actividad de este tipo tendría que ser calificada como sectaria. La evidencia de la historia muestra que la Iglesia llegó a reconocer que las Escrituras del AT y, después, del NT fueron creación de Dios a través de la mediación de santos hombres que fueron inspirados por el Espíritu Santo. Los libros del NT fueron, por ende, canónicos en el sentido de normativos desde el momento en que fueron escritos. Ellos constituían la Palabra de Dios escrita. Dentro de esta perspectiva teológica destaca el libro de J. A. Baird (2002). Ante la desazón producida por los resultados de las investigaciones historicistas que habían aplicado diversas perspectivas (históricas, formales, redaccionales, retóricas, estructurales, etc.), el autor aboga por un enfoque diferente al de la historia secular. En la comprensión del proceso de la formación del NT y de su canonización, la teología precede al proceso histórico. Ambos van de la mano en el surgimiento de la historia cristiana, pero en términos de prioridades y desarrollo histórico, la Palabra Santa (es decir, los logia, las enseñanzas de Jesús acerca de sí mismo y del Reino de Dios) precedióa los procesos históricos de la comunidad y a la formación de NT. Por tanto, la búsqueda del Jesús histórico se convierte, en última instancia, en una búsqueda teológica. El estudio comienza con Jesús y sus palabras, y prosigue con la narrativa, el Evangelio, la tradición, 18 los apóstoles, las escuelas, la Escritura y los Padres. Una constante, que define todo este proceso, es la santidad y la centralidad teológica vinculadas a las palabras de Jesús, por lo que la función canónica del Evangelio tiene su origen en Jesús. La trayectoria de la formación de NT es análoga a cuatro círculos concéntricos: Palabra-Narrativa-Evangelio-Tradición. La Palabra Santa es el canon, que se encuentra y se desarrolla a lo largo de los 27 escritos del NT. Aunque se producen modificaciones en la historia de la transmisión de los escritos, esos cambios son más una cuestión de énfasis, estilo y vocabulario que de fondo. Tras la presentación sumaria de las perspectivas históricas y teológicas, debemos afirmar que estas no son excluyentes entre sí. Una cuestión es la afirmación de los creyentes, basada en razones teológicas, según la cual las decisiones respecto al canon fueron resultado de la inspiración divina, pero otra muy diferente es estudiar la historia del proceso de la elaboración del NT y explorar los amplios debates acerca de qué libros debían configurar el canon. El proceso se prolongó durante siglos. Nuestro objetivo será exponer ese desarrollo histórico, para lo cual iniciaremos con unas aclaraciones terminológicas. 19 2. Distinciones terminológicas: Escritura, canon, Nuevo Testamento, apócrifos... Es necesario diferenciar una serie de términos relacionados, pero no equiparables. Se distingue entre una obra normativa (escrito que un grupo, secular o religioso, reconoce y acepta como normativo para su conducta), un libro de la Escritura (libro normativo sagrado, que se cree que su autor último es Dios y que la comunidad o la persona acepta como preceptivo para sus creencias y prácticas), el proceso canónico, una colección de Escrituras normativas y la Biblia, en singular, que denota la forma escrita de la colección completa de libros canónicos. Esta diferenciación terminológica se basa en la distinción entre «Escritura» y «canon». 2.1. Origen y noción de Escritura El reconocimiento de los libros bíblicos sagrados tiene sus raíces en una antigua creencia que dice que un «libro celestial» contiene la sabiduría divina y constituye el libro de la vida. Esta idea, cuyo origen se remonta a Mesopotamia y Egipto, se refleja asimismo en pasajes bíblicos del AT y del NT. Las características fundamentales de la «Escritura» judía y cristiana incluyen al menos cuatro rasgos esenciales, a saber, la Escritura es un documento escrito, que se cree que tiene un origen divino, transmite con fidelidad la verdad y la voluntad de Dios a una comunidad de creyentes y proporciona una fuente de regulaciones para la vida corporativa e individual de sus fieles. Los documentos, que fueron reconocidos como textos sagrados inspirados, se recopilaron posteriormente en una colección fija denominada canon bíblico. 2.2. El concepto de canon El vocablo canon deriva del griego kanon, que a su vez proviene del semítico qnh, cuyo significado es «caña», «varilla recta de medir» o «regla». Metafóricamente, ya en griego clásico, el término designaba lo normativo en el ámbito filosófico, ético, estético, etc. Este significado es el que aceptó la Iglesia (1 Cor 10,13.15 y Gal 6,16). En el siglo II d.C., los Padres de la Iglesia comenzaron a escribir acerca de la «regla de la fe» (o la verdad) como norma de la ortodoxia emergente frente a interpretaciones divergentes dentro del cristianismo (Ireneo, Adv. Haer. III 4,1-2). Con las expresiones «canon de la verdad» o «canon de fe» se designó durante los tres primeros siglos las verdades esenciales y normativas 20 para la vida de los cristianos. Solo en el siglo IV d.C. comenzó a aplicarse el término «canon» al elenco de los libros normativos, es decir, a la lista oficial de los libros que han sido aceptados como Escritura inspirada. Eusebio fue el primero en emplear el término «canon» para una lista de Escrituras, pero solo en referencia a la colección de los cuatro evangelios (HE VI 25,3). Será Atanasio, en los decretos del Sínodo de Nicea (c. 350), quien proporcione el uso más antiguo del concepto «canon» refiriéndose a las Escrituras cristianas en general (De decretis 18,3). En el canon 59 del concilio de Laodicea (c. 361) se dice que «en las asambleas litúrgicas deben leerse únicamente los libros canónicos del AT y del NT» y en el canon siguiente ofrece la lista de libros. Algo parecido tenemos en la 39 carta pascual de Atanasio del año 367 d.C., quien compiló la primera lista canónica que contiene los veintisiete libros de nuestro NT. Este catálogo no significa, sin embargo, que el canon del NT estuviera fijado definitivamente, pues su autor no se dirigía a la Iglesia universal y la divergencia en cuanto a la lista de libros continuó. Por su parte, los escritores occidentales emplearon igualmente la palabra latina canon, como elenco de Escrituras, tal y como acontece en el Catálogo Mommsen (c. 360) y posteriormente en los escritos de Prisciliano, Filastrio, Rufino y Agustín. Por consiguiente, a partir de mediados del siglo IV d.C., el concepto «canon» fue adoptado tanto en Oriente como en Occidente para designar una colección delimitada de libros y reconocida como Escritura. Así pues, «Escritura» designa los escritos que son considerados normativos a nivel religioso, sin tener en consideración su número preciso. Sin embargo, el «canon» bíblico hace referencia a la lista oficial y definitiva de libros inspirados y normativos que constituyen el corpus reconocido y aceptado de la sagrada Escritura de un grupo religioso. La existencia y disponibilidad de Escrituras no implica la presencia de un canon, pero el canon presupone la existencia de Escrituras. De esta forma, el cristianismo no confeccionó desde sus inicios un canon. Será a finales del siglo II d.C. cuando los cristianos comiencen a mostrar interés por reconocer los escritos normativos cristianos y judíos, pero no se podrá hablar de un mismo canon normativo en Oriente y Occidente hasta el siglo V d.C. Por tanto, durante la mayor parte de los cuatro primeros siglos, la Iglesia tenía Escritura, pero no un canon definido. 2.3. Los conceptos de Antiguo y Nuevo Testamento No existe una terminología precisa para denominar a la Biblia y sus secciones. 21 Los conceptos de «Antiguo y Nuevo Testamento» son creaciones cristianas y pudieran sugerir que el NT suplantó al AT. Por este motivo se han propuesto otras expresiones, tales como «Primer y Segundo Testamento». A pesar de las deficiencias terminológicas, el término «Nuevo Testamento» se ha impuesto en el ámbito teológico como designación de todo el conjunto de escritos sagrados de origen cristiano que constituye la segunda parte de la Biblia cristiana, es decir, la colección de los veintisiete escritos canónicos cristianos. «Nuevo Testamento» es la traducción latinizada del griego «nueva alianza», que en el cristianismo primitivo no se refería a una colección de escritos cristianos, sino a la nueva situación de salvación inaugurada con la muerte de Jesús en correlación y contraste con la «antigua alianza» sellada por Dios con Israel. La asociación de la nueva alianza y los escritos cristianos acontecerá a finales del siglo II d.C. Melitón, obispo de Sardes (c. 170-190) habla de una lista de «los libros de la Antigua Alianza», refiriéndose así a las Escrituras judías (Eusebio, HE IV 26,14; cf. un autor anónimo antimontanista, HE V 16,3). El pasaje prepara el camino para el uso lingüístico que comienza a encontrarse a partir de Clemente de Alejandría y Tertuliano. En Oriente será Clemente de Alejandría (c. 180-200) quien, de forma clara, emplee por primera vez el término «alianza» aplicado a la autoridad de las Escrituras judías y cristianas (Stromata IV 130,4; V 85,1; VII107,5). Su sucesor, Orígenes, habla aún de forma más explícita acerca de «las Escrituras divinas de la denominada Antigua y de la denominada Nueva Alianza» (Comentario sobre Juan 5,4; X 28). A partir de entonces, la expresión tomó carta de naturaleza en Oriente. Por su parte, Tertuliano de Cartago (c. 200), quien hace una neta distinción entre AT y NT (Adv. Marc. IV 22,3; IV 1,6), es el primer escritor latino cristiano en usar esa terminología y traducir el concepto griego de «alianza» con la palabra latina testamentum. Aunque los conceptos de AT y NT aparecieron en el siglo II d.C., su uso no se generalizó hasta el siglo IV d.C., pero incluso entonces se seguía discutiendo acerca de los libros que debían incluirse en esos «Testamentos». 2.4. Los libros deuterocanónicos y apócrifos Otros conceptos pueden causar confusión entre los lectores, especialmente porque una misma realidad viene definida con términos diferentes dependiendo de las confesiones cristianas. En el ámbito católico se denominan libros «protocanónicos» a aquellos que han sido aceptados como canónicos desde 22 siempre y sin discusión; mientras que los libros que han suscitado dudas acerca de su canonicidad vienen designados como «deuterocanónicos». Para los católicos, estos libros son plenamente canónicos, mientras que los protestantes no siempre los aceptan como canónicos y son denominados «apócrifos». Los libros deuterocanónicos del NT son: Hebreos Santiago Judas 2 Pedro 2 y 3 Juan Apocalipsis Mc 16,9-20 Jn 7,53–8,11 Por lo que respecta al término «apócrifo», etimológicamente significa «cosa escondida», «oculta» y, en principio, designaba aquellos libros destinados al uso de una secta o grupo. Finalmente terminó por denotar los libros sospechosos de herejía o no recomendables (cf. infra, capítulo 8.2). Hoy, en la Iglesia católica, se llaman «apócrifos» a los escritos que no han sido admitidos en el canon. Entre los protestantes, a estos mismos se les denomina «pseudoepígrafos». En la Iglesia ortodoxa no existe una decisión oficial sobre la lista de los libros sagrados. Respecto del NT, la mayoría de las iglesias admite el canon de veintisiete libros. Sin embargo, la Iglesia siria nunca recibió plenamente los deuterocanónicos, sumando un total de veintidós libros, ya que excluía 2 Pe, 2- 3 Jn, Jds y Ap. Por su parte, la Iglesia etiópica aceptó el canon de veintisiete libros, pero añadió otros cuatro escritos poco conocidos –los Sínodos, el Libro de Clemente, el Libro de la Alianza y la Didascalia–. Los protestantes, tras muchas dudas e incertidumbres, aceptan los veintisiete libros que tiene la Iglesia católica, si bien, en ocasiones, otorgan a los deuterocanónicos un rango inferior. Por su parte, la Iglesia católica acepta veintisiete escritos del NT y la lista fue definida en el Concilio de Trento (en la sesión IV, celebrada el 8 de abril de 1546). Se trata de una declaración formal y vinculante, una decisión dogmática y ratificada en el Concilio Vaticano I (en la sesión III, 24 de abril de 1870). Así, determinados libros han sido declarados canónicos por la Iglesia, no porque ella tenga poder sobre esos libros, sino porque ellos eran ya norma de fe y regla para la misma Iglesia, es decir, eran su canon (en sentido de norma), por eso los ha declarado libros canónicos para sus fieles. 23 3. Objetivo y estructura del libro Las primitivas comunidades cristianas no dispusieron del NT, sino que los libros sagrados que leyeron Jesús y sus primeros seguidores se encuentran en el AT. Tampoco las Escrituras cristianas cayeron del cielo pocos años después de la muerte de Jesús. Las obras que finalmente serían incluidas en el NT fueron escritas por diversos autores a lo largo de un período de unos setenta años, en diversos lugares y destinadas a diferentes auditorios. Carecemos de los rollos «originales» de todos y cada uno de los libros. Solo nos han llegado copias realizadas a partir de las copias de las copias del original, ya que por razones desconocidas, en cierto momento, el texto original se perdió, se quemó o desapareció. Cada documento constituía en sí un «librito» independiente y así circularon hasta que gracias al códice múltiple se pudieron recopilar varios escritos en un mismo volumen. Hay que esperar hasta los grandes códices del siglo IV d.C. para tener compilados los veintisiete libros del NT en un solo volumen. La presente obra abordará cuestiones, tales como: ¿cómo han llegado a nosotros este conjunto de libros neotestamentarios? ¿Por qué contiene solamente veintisiete libros? ¿Por qué precisamente estos y no otros que tal vez hubieran sido más «entretenidos», como pudieron ser los evangelios de la infancia de Jesús? ¿Quién decidió qué libros serían incluidos? ¿Con qué criterios? ¿Cuándo? ¿Por qué se ordenaron los libros precisamente tal y como los tenemos en la Biblia? La disposición de nuestra presentación difiere de la propuesta por G. Theissen. Él ofrece una génesis de la composición de los libros partiendo de las dos grandes figuras, Jesús y Pablo, para después proseguir con el resto de la composición de escritos. La opción adoptada en este estudio es abordar la disposición actual del NT, centrando nuestra atención en la configuración de los tres grandes corpus neotestamentarios –evangelios, cartas paulinas y epístolas católicas–, sin olvidar el resto de los escritos que también ejercieron una función en ese proceso, como es el libro de Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis. Dentro de los evangelios y de las cartas auténticas paulinas analizaremos igualmente el desarrollo histórico de esos corpus, exponiendo brevemente la tradición oral, las tradiciones escritas, la fuente Q y Mc, como creador del género evangelio, que sirvió de paradigma para el resto de los evangelios biográficos. La formación del Nuevo Testamento abarca tres etapas fundamentales de un 24 proceso continuo, al margen de la actividad pública de Jesús y de una segunda etapa de la memoria oral acerca de Jesús, que vendrá mencionada en los capítulos dedicados a los evangelios y a Pablo. Nuestra atención se centrará en mayor medida en: a) La composición de los libros. Para ello recabaremos la información que proporcionan los métodos histórico-críticos acerca de las cuestiones de autoría, objeto y contenido de cada uno de los escritos, etc. Información más detallada al respecto se encuentra en las Introducciones al Nuevo Testamento, que ofrecen una visión global de los problemas históricos y literarios planteados para la redacción de cada libro. Esas introducciones suelen comenzar con una presentación literaria del escrito: se expone y se justifica la estructura del escrito; después prosiguen con el análisis del contexto histórico de elaboración, que aborda sucesivamente las siguientes cuestiones: autoría, datación del escrito e identidad de sus primeros destinatarios. La composición literaria explora la información que se pueda recabar sobre las fuentes literarias empleadas por el autor. Asimismo, presentan su perspectiva teológica, centrándose en grandes temas teológicos. Otros estudios han ampliado el horizonte y ofrecen una historia de la literatura cristiana primitiva, insertando los escritos del NT dentro de esa corriente literaria cristiana mucho más amplia, en la que se incluyen escritos eclesiales y apócrifos. Lógicamente, un libro sobre la formación del Nuevo Testamento comparte muchos puntos con ese tipo de estudios y varias de las temáticas abordadas serán comunes. Somos deudores de esas contribuciones, aunque la historia de la formación del NT no concluye ahí. b) La segunda fase del proceso fue la recopilación de los escritos en colecciones. Encontraremos tres grandes colecciones que van configurándose progresivamente a lo largo del siglo II d.C., especialmente los evangelios y la correspondencia paulina. Por lo que respecta a los evangelios, tuvo lugar un proceso de selección de cuatro biografías compuestas a finales del siglo I d.C. para formar el evangelio tetramorfo, que adquirió gran estima y veneración. Esteproceso de selección, sin embargo, no se encontró exento de dificultades y alternativas, pues en cierto sentido iba en contra de la costumbre, ya que lo habitual era que cada comunidad dispusiera de un solo evangelio. Por otra parte, las cartas de Pablo gozaron de gran estima en sus comunidades y pronto se inició un proceso de compilación de las misivas más importantes. Esa colección se fue ampliando de forma progresiva, incluso con epístolas no paulinas, que tenían cierta vinculación con el apóstol, como son las cartas deuteropaulinas y las pastorales. La preponderancia de este corpus paulino y otras circunstancias 25 históricas propiciaron que ciertos grupos cristianos sintieran la necesidad de contrarrestar esa influencia paulina mediante otra colección de cartas con orientaciones teológicas diferentes (las epístolas católicas). La configuración final de este último corpus fue tardía y encontró su legitimación teológica en el relato de Hechos de los Apóstoles, texto que narraba la labor misionera de la comunidad de Jerusalén antes que la actividad paulina. La secuencia de estas colecciones, al margen de los evangelios, no se fijó definitivamente hasta el siglo IV d.C., dependiendo de zonas geográficas. A lo largo de nuestro pequeño libro, se citarán obras de escritores cristianos del siglo II y III d.C., pues sus escritos constituyen una ventana abierta para vislumbrar el proceso formativo del NT y tendremos en consideración los manuscritos (papiros y códices) y las listas canónicas. c) La tercera etapa del proceso es la fijación del canon de los libros neotestamentarios. Además de las colecciones anteriores, las listas canónicas mencionan también otras obras cristianas que gozaron de cierta veneración y de gran prestigio; pero al final de este proceso no fueron incluidas en el canon. Por este motivo, dedicaremos un breve apartado a la literatura cristiana no canónica con el objeto de comprender mejor el amplio capítulo de la historia del canon. En ese capítulo mencionaremos algunos de los criterios empleados a posteriori en la Iglesia para reconocer qué libros constituían la Escritura normativa. Este proceso se extendió hasta el siglo V d.C., lo que deja entrever las dificultades existentes. La historia del canon bíblico se centrará en los factores históricos que permiten reconocer la creación de la conciencia canónica, siendo conscientes de que no se puede abordar en una obra de esta índole otros conceptos relacionados, como pueden ser los temas de la revelación, la inspiración, etc. La temática es muy amplia y el espacio para su desarrollo, breve, por lo que se presenta un resumen de las posiciones más relevantes de las investigaciones actuales. La pretensión es arriesgada, pues partimos de ciertos presupuestos y en muchos puntos no existe consenso entre los especialistas, por lo que el lector encontrará en obras técnicas opiniones diferentes a las expuestas aquí, tanto en su presentación como en su argumentación. El libro, al igual que la colección, no está destinado a especialistas, sino a estudiantes y personas interesadas en conocer, un poco más, el complejo proceso formativo del NT. Siento desilusionar al lector ávido de certezas, ya que, por desgracia, no poseemos toda la información precisa sobre la composición, la colección y el proceso de canonicidad de los libros neotestamentarios. En ocasiones nos basamos en teorías que se apoyan en hipótesis plausibles, pero no son las únicas. Un lector 26 crítico puede disentir de ciertos presupuestos y, por consiguiente, también de sus conclusiones. Nada que objetar. 27 Referencias BAIRD, J. Arthur, Holy Word: The Paradigm of New Testament Formation (JSNTS 224), Trinity Academic Press, Londres 2002. BROWN, Dan, El código Da Vinci, Umbriel, Barcelona 2004. DUNGAN, David, Constantine’s Bible. Politics and the Making of the New Testament, Fortress Press, Minneapolis 2007. EHRMAN, Bart D., Cristianismos perdidos. Los credos proscritos del Nuevo Testamento, Ares y Mares, Barcelona 2004. EHRMAN, Bart D., Misquoting Jesus. The Story Behind who changed the Bible and Why, HarperSanFrancisco, Nueva York 2005. ELLIS, E. Earle, The Making of the New Testament Documents, Brill, Leiden 1999. GAMBLE, Harry Y., The New Testament Canon. Its Making and Meaning, Fortress Press, Filadelfia 1985. GRANT, Robert M., The Formation of the New Testament, Harper & Row Publisher, Nueva York 1966. HARNACK, Adolf von, The Origin of the New Testament and the Most Important Consequences of the New Creation, Macmillan, Nueva York 1925. KOESTER, Helmut, Ancient Christian Gospels. Their History and Development, SCM Press-Trinity Press International, Londres-Filadelfia 1990. LEIPOLDT, Johannes, Geschichte des neutestamentlichen Kanons, 2 vols., Hinrichs, Leipzig 1907-1908. METZGER, Bruce M., The New Testament. Its Background, Growth and Content, Abingdon Press, Nashville (TN) 141978. METZGER, Bruce M., The Text of the New Testament. Its Transmission, Corruption and Restoration, Clarendon Press, Oxford 1964. PAGELS, Elaine, Los evangelios gnósticos, Crítica, Barcelona 1982. THEISSEN, Gerd, Die Entstehung des Neuen Testaments als literarturgeschichtliches Problem, Winter, Heidelberg 2007. WESTCOTT, Brooke F., A General Survey of the History of the Canon of the New Testament, Macmillan, Cambridge 61889. ZAHN, Theodor, Geschichte des neutestamentlichen Kanons, 2 vols., A. Dsichert’sche Verlagsbuchhandlung, Erlangen 1888-1892. ZAHN, Theodor, Grundriss der Geschichte des Neutestamentlichen Kanons. Eine Ergänzung zu der Einleitung in das Neue Testament, A. Dsichert’sche 28 Verlagsbuchhandlung, Leipzig 1901. 29 SEGUNDA PARTE ¿Cuáles son los aspectos centrales del tema? 30 31 El cristianismo y la tecnología del texto escrito CAPÍTULO 2 El cristianismo primitivo mostró gran interés por los libros de las Escrituras judías, aunque pronto comenzó a producir sus propios escritos. 2 Tim 4,13 menciona el uso paulino de libros en el transcurso de su ministerio y pide a Timoteo que le traiga los «rollos, especialmente los pergaminos». En efecto, el cristianismo se distinguió de las religiones circundantes del mundo grecorromano por su prolífica producción literaria y su compromiso con un corpus normativo de Escrituras como fundamento de la fe y la praxis. Al igual que su matriz judía, se caracterizó por la elaboración y el uso de libros, es decir, por una viva «cultura textual». Por tanto, cualquier estudio de sus orígenes debe valorar la importancia del soporte material del libro cristiano, su producción, publicación y difusión. Ya que la formación del Nuevo Testamento se plasmó en textos materiales, es de obligado cumplimiento dedicar un breve capítulo a los elementos distintivos de los libros cristianos. No obstante, la colección «¿Qué se sabe de...?» dedicará un número monográfico a los testimonios materiales del cristianismo primitivo. 32 1. La producción de textos: formato, material y características El «Nuevo Testamento» constituye un conjunto de escritos compuestos por diversas plumas, pero su origen no se concibió como se escriben en la actualidad obras en colaboración o coordinación, en las que se pergeña un proyecto con diversos temas, que son investigados por un grupo de colaboradores y cuyos resultados se reúnen para ser publicados conjuntamente tras ser revisados por un editor con el objeto de otorgarles una cierta armonía. Por el contrario, cada documento neotestamentario es una creación literaria independiente (a excepción de Lc-Hch) y de forma progresiva se fueron recopilando en colecciones menores hasta llegar a un corpus de veintisiete escritos. No sorprende, pues, que este haya sido visto como una biblioteca en la que se han almacenado y ordenado una serie de textos provenientes de diferentes autores, quienes nunca imaginaron que sus obras acabarían recopiladas en el magnum opus, que ha marcado de forma significativa la cultura occidental. No obstante, el NT completo, en un documento único, fue rara avis durante los tres primerossiglos. Los escritos del NT se han conservado, casi sin excepción, en el formato de manuscrito denominado «códice». Sin embargo, en el mundo grecorromano y judío, el rollo o rótulo constituía la forma usual del libro (Lc 4,17), confeccionado con hojas de papiro o pergamino pegadas unas a otras sucesivamente, configurando una tira larga que se enrollaba y en la que se escribía el texto en columnas. Por su parte, el códice, en su formato más simple, se elaboraba tomando hojas de papiro o pergamino, que se plegaban por la mitad y encuadernaban en el pliegue central, creando así un cuadernillo. Una versión más sofisticada consistía en reunir y coser varios cuadernillos hasta constituir el códice múltiple, lo que permitía escribir obras más extensas. Los cristianos no solo mostraron una preferencia mayoritaria por el códice en un período muy temprano de su historia, sino que favorecieron el códice de forma particular para los escritos que consideraron Escritura. Esta pronta y generalizada predilección se debió a sus ventajas prácticas (manejabilidad a la hora de consultar, conveniencia para su transporte, comodidad, tamaño), a razones socioeconómicas en el coste de producción, pero especialmente por su vinculación con la configuración temprana del canon del NT, ya que permitía compilar los cuatro evangelios (T. C. Skeat 2004) o las epístolas paulinas (H. Y. Gamble, 1995) en un solo volumen. La posibilidad de que todo el NT se 33 encontrara en un solo códice, e incluso con el AT, tuvo lugar con la adopción del pergamino en lugar del papiro, cuya calidad, suficientemente fina, permitía reducir el peso y el grosor del códice. Por consiguiente, este tipo de códice facilitó el camino para establecer una colección de escritos «canónicos»: la colección cerrada de libros pudo ser más fácilmente controlada cuando el códice se convirtió en el soporte material para reunir composiciones originalmente independientes. Los primeros papiros cristianos (siglos II-III d.C.) no se caracterizaron por la caligrafía ni por ciertos rasgos formales diferentes a los que se empleaban en libros bíblicos judíos o en textos literarios grecorromanos. De forma paulatina, sin embargo, adquirieron ciertas peculiaridades, como es la caligrafía más refinada, denominada «uncial informal», o el uso de los nomina sacra, es decir, abreviaciones de ciertos nombres (p. ej. Jesús, Cristo, Kyrios y Dios) con el fin de mostrar reverencia y devoción. Por lo que hace referencia a la lengua, todos los libros del NT fueron escritos originalmente en griego de la koiné, a saber, griego helenístico, un producto mixto resultante de la helenización de una tradición originalmente aramea, llevada a cabo por escritores bilingües familiarizados con la versión griega de la Biblia (la Septuaginta). La hipótesis de que algunos libros, o partes de ellos, fueron compuestos en arameo (Eusebio, HE III 39,16) no ha encontrado aceptación entre los estudiosos. 34 2. La autoría y la pseudoepigrafía de los escritos Muchos lectores del NT asumen que los encabezamientos de los evangelios («evangelio según...») y de algunas epístolas («carta de...») señalan el verdadero autor de la obra. Sin embargo, la mayoría de estas obras, exceptuando las cartas paulinas auténticas, eran originariamente anónimas y solo tradiciones cristianas posteriores atribuyeron su autoría a los nombres que aparecen en los epígrafes actuales. Así pues, el período posapostólico se caracteriza por la producción literaria pseudoepigráfica. Literatura atribuida a los autores: Lucas (28%) Pablo (23%) Juan (21%) Otros (28%) El fenómeno de la pseudoepigrafía del NT, que en algunos ámbitos teológicos ha creado dificultades para conjugar la inspiración y la seudonimia de los libros sagrados, presenta complejidades en la terminología (H.-J. Klauck 1998, 302). Así, la anonimia alude a una obra de autor desconocido, tal y como sucede con los cuatro evangelios, Hechos de los Apóstoles, la carta a los Hebreos y 1 Juan. Por su parte, la seudonimia designa el fenómeno de la composición o publicación de una obra bajo un «nombre falso». El concepto de ortonimia, creado en analogía a seudonimia, denota el verdadero nombre del autor, por lo que estaría en oposición a los escritos anónimos y a los seudónimos. Todas las cartas auténticas de Pablo entrarían dentro de esta categoría. La homonimia señala el fenómeno de un escritor que tiene el mismo nombre que otra persona más famosa, lo que lleva a los lectores a atribuir, de forma errónea, el texto a la persona famosa: cuando el autor del Apocalipsis menciona su nombre, «Juan» (Ap 1,1), lo hace sin pretender identificarse con Juan, hijo del Zebedeo, como más tarde supuso la tradición. Finalmente, la deuteronimia es un neologismo acuñado en analogía a «deuteropaulino» para caracterizar la relación cercana entre maestro y alumno que los autores de Colosenses, Efesios y, tal vez, 2 Tesalonicenses tuvieron con Pablo. Al margen de esta terminología técnica, el lector encontrará generalmente los vocablos de «seudonimia» y «pseudoepigrafía» empleados como sinónimos o con leves matices diferentes. El primero expresa la atribución de un nombre autoral ficticio a un documento realizada por el propio autor o por un copista durante la transmisión de la obra literaria. De forma similar, la «pseudoepigrafía» denota la atribución incorrecta de la autoría literaria de un 35 escrito a la pluma de un personaje célebre del pasado con el objeto de conceder mayor crédito a su contenido, a pesar de incurrir en tergiversaciones anacrónicas. Diversas formas de pseudoepigrafía se encuentran en la historia de la tradición oral y escrita, tanto en algunos dichos o discursos de Jesús que fueron puestos en su boca, como en escritos anónimos que se vincularon con el nombre de autoridades apostólicas en la historia de su recepción (evangelios, Heb, 1 Jn). Se habla de pseudoepigrafía literaria en los escritos joánicos, aunque no se puede excluir totalmente que las indicaciones acerca de los autores, como «el discípulo a quien Jesús amaba» (Jn 21,20.24), «el anciano» (2 Jn 1; 3 Jn 1) o «Juan de Patmos» (Ap 1,9) se refieran a personajes históricos. Mayor relevancia tiene la seudonimia imitativa de estilo, característica de algunas cartas pseudopaulinas, p. ej. 2 Tes muestra contactos formales y de contenido con 1 Tes, o Colosenses y Efesios se encuentran en estrecha continuidad con la teología paulina. La forma más patente de seudonimia aparece en las epístolas pastorales, ya que no solo presentan una «doble seudonimia» en relación al autor y a los destinatarios, sino que desean proyectar una imagen de plena autoría paulina gracias a una situación epistolar ficticia (1 Tim 1,3), a recuerdos de Pablo (1 Tim 1,12-17) y a noticias personales (2 Tim 1,15-18). Más difícil es comprobar la vinculación de las cartas católicas con los nombres de los apóstoles (1-2 Pedro, Judas, Santiago), ya que no se conservan cartas auténticas de estos personajes con el objeto de cotejar una posible (dis-)continuidad estilística y temática. Así pues, los autores del cristianismo naciente se consideraron facultados para emplear la seudonimia como medio literario y teológico con el propósito de expresar la continuidad de la tradición y la actualidad del mensaje. De esta forma se inicia y prepara el camino que proseguirá la literatura apócrifa cristiana de los siglos II y III d.C. 36 3. Los escribas y la distribución de los libros cristianos Los primeros amanuenses cristianos eran «escribas» multifuncionales, similares a los contratados en ámbitos privados para desempeñar diversas actividades escriturarias, tales como escribir cartas dictadas, producir documentos administrativos o copiar cartas u obras literarias. Conocemos el nombre de un secretario de Pablo: «Yo, Tercio, que escribo esta carta, saludo a todos en el Señor» (Rom 16,22). Se esperaría que estos escribas realizaran su labor con precisión y pulcritud, especialmente si eran cristianos y estaban copiando un texto sagrado. Sin embargo, el estudiode los manuscritos constata que cada documento es en sí mismo un objeto único, tanto a nivel material como en el tenor del texto, dado que las copias de un mismo escrito contienen multitud de variantes. Estas son fruto, en su mayor parte, de errores accidentales y, en ocasiones, de cambios intencionados. Será, pues, tarea de la crítica textual establecer el texto más cercano posible al original tras cotejar los manuscritos griegos, las citas en la literatura cristiana primitiva y las traducciones más antiguas. Aunque no existen pruebas acerca de la existencia de scriptoria en los siglos II y III d.C., no sería exagerado pensar que pronto se organizó un sistema de producción de copias a gran escala para los parámetros de la época. De hecho, el uso temprano y dominante del códice y los nomina sacra pueden sugerir la existencia de esa red con cierto grado de estructuración y sofisticación para la producción y propagación de copias de libros cristianos. Ciertos indicios de este tipo de logística existen en las cartas paulinas. El apóstol envió sus cartas a través de sus redes sociales para que fueran entregados a las diversas iglesias (Rom 16,1; Ef 6,21; Col 4,7) y pidió que se leyeran a la comunidad (2 Cor 2,9; Col 4,16; 1 Tes 5,27). Ejemplos más claros se encuentran en Policarpo de Esmirna (Flp 13,1) o en el Pastor de Hermas, donde Hermas recibe las siguientes instrucciones: «Por tanto, sacarás dos copias y enviarás una a Clemente y otra a Grapta. Clemente, por su parte, la remitirá a las ciudades de fuera..., y Grapta amonestará a las viudas y a los huérfanos. Tú, en fin, lo leerás en esta ciudad entre los ancianos que presiden la Iglesia» (Visión 2,4,3). Pero antes de llegar a esa fase de difusión de los escritos, la formación del NT tuvo un largo proceso de composición, que expondremos en los próximos capítulos. 37 Referencias GAMBLE, Harry Y., Books and Readers in the Early Church: A History of Early Christian Texts, Yale University Press, New Haven 1995. HURTADO, Larry W., Los primitivos papiros cristianos. Un estudio de los primeros testimonios materiales del movimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 2010. KLAUCK, Hans-Josef, Die antike Briefliteratur und das Neue Testament. Ein Lehr- und Arbeitsbuch, Schöningh, Paderborn 1998. SKEAT, Theodore Cressy, The Collected Biblical Writings of T. C. Skeat, Brill, Leiden-Boston 2004. 38 Los evangelios del Nuevo Testamento CAPÍTULO 3 La exégesis bíblica moderna constata el complejo proceso de composición de los evangelios canónicos, cuya culminación fue la formación del evangelio tetramorfo, en la que se vieron implicados aspectos literarios, sociales y religiosos. En su configuración y recepción se constatan diversas fases, tal y como S. Guijarro (2010) ha evidenciado en su amplio estudio monográfico dedicado a los evangelios. Este proceso tiene su inicio en la actividad pública de Jesús de Nazaret. El impacto causado por su persona en los discípulos y seguidores origina el nacimiento de una tradición oral sobre él, en la que se comienza a recordar y transmitir su actividad y enseñanza. La segunda etapa de ese desarrollo, que abarca desde la muerte de Jesús hasta la destrucción de Jerusalén y la muerte de los apóstoles, se caracteriza por la tradición oral. La experiencia de Pascua y la actividad misionera impulsaron el proceso de la tradición oral, en la que se formularon, conservaron y transmitieron los recuerdos sobre Jesús y las convicciones acerca de su identidad, para lo cual recurrieron a un número reducido de esquemas que facilitaban su memorización. En este contexto, tradiciones orales independientes originaron pequeñas composiciones escritas, que recogían parte de su enseñanza o actividad taumatúrgica, mientras que los recuerdos sobre la muerte de Jesús cristalizaron en el relato de la pasión. En una tercera fase, esas tradiciones orales y escritas sobre Jesús adquieren una forma estable con la composición de los evangelios. Cuando el autor del evangelio de Marcos incorporó tradiciones sueltas y pequeñas colecciones 39 (parábolas, milagros, controversias) y composiciones más elaboradas (relato de la pasión) a un relato de tipo biográfico, logra ofrecer una respuesta a la cuestión sobre la identidad de Jesús. Después, Mateo y Lucas reelaboran y enriquecen el relato de Marcos con tradiciones propias. Asimismo, el autor de Juan adopta de forma peculiar ese modelo biográfico. Sin embargo, este proceso no concluyó con la composición de los primeros evangelios sobre Jesús, sino que dentro de las comunidades cristianas tuvo lugar durante el siglo II d.C. un proceso de valoración y selección de biografías. De esta forma surgió un corpus de cuatro evangelios que paulatinamente fue adquiriendo una estima y un valor especial frente al resto de los evangelios. Este proceso culminó cuando se convirtieron en escritos canónicos y normativos para los cristianos y formaron parte de una lista cerrada de libros. Veamos de manera sumaria este desarrollo, centrándonos en la última etapa, pues tal vez sea la menos conocida para el lector. 40 1. Las tradiciones sobre Jesús antes de Pascua Los evangelistas y Pablo usan, reinterpretan y transmiten las tradiciones sobre Jesús. Pero previamente a su plasmación por escrito, esas circularon de forma oral (en realidad, en el principio era la palabra). Esta primera fase del origen, formación y transmisión de las tradiciones orales sobre Jesús tiene su inicio antes de Pascua y permite comprender el contexto oral que configuró el material sobre Jesús, la pluralidad de textos y su proceso de gestación. El ministerio de Jesús se desarrolló dentro de un contexto iliterato o semiliterato, donde la tradición oral jugaba un papel relevante. Su mundo judío se caracterizaba por ser una cultura de la memoria y de la tradición. Aunque la cultura del texto escrito, de forma especial el texto de la Torá, gozaba de gran estima en diversos ámbitos sociales y religiosos, el medio primario y fundamental de comunicación de los campesinos galileos se realizaba a través de la palabra hablada. Y es en ese contexto de la oralidad donde debemos situar la actividad de Jesús de Nazaret, como constatan varias de sus afirmaciones: «Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí» (Lc 10,16). El mandato de la misión en Mt 28,19s exige la predicación oral de los misioneros. Hechos de los Apóstoles narra la difusión oral del mensaje sin indicación alguna de un medio escrito, a excepción de la carta del decreto apostólico (Hch 15,23-29). Al margen de estas indicaciones directas, un análisis de las formas literarias empleadas en los textos sugiere igualmente la existencia de la tradición oral en la fase previa a su puesta por escrito. Desde el punto de vista histórico, el ministerio de Jesús suscitó la creación de un movimiento carismático vinculado a su persona, en cuyo seno se conservó una tradición sobre los dichos y hechos de Jesús. Sus discípulos fueron los destinatarios privilegiados de sus enseñanzas. Desde los primeros días, el impacto de las palabras y los hechos de Jesús formaron parte de una tradición que estaba viva en la memoria compartida del grupo. Y si este impacto constituyó lo que primero congregó al grupo de discípulos, entonces esa tradición, que les otorgó su identidad como grupo, fue ya valorada en la etapa ministerial de Jesús, durante la cual empezó a configurarse gran parte de la tradición. En esta peculiar relación de los discípulos con Jesús se encuentra el presupuesto de la formación de una tradición, que requería su conservación y transmisión, cuyo contexto vital típico dentro de la comunidad prepascual pudo ser la actividad misionera de los discípulos y la vida interna del grupo. Con objeto de memorizar fácilmente y transmitir con fidelidad esa tradición, esta 41 cristalizó en formas literarias orales que facilitaban su repetición y memorización (paralelismos, imágenes, simbolismos, parábolas, etc.). Por tanto, el inicio de la tradición sobre Jesús tuvo lugar en el período prepascual y el círculo dediscípulos constituyó su Sitz im Leben primigenio. 42 2. La tradición oral y la tradición escrita en la comunidad pospascual Tras su muerte y resurrección, la tradición sobre Jesús adquiere mayor estima, lo que ocasiona que se conserve y transmita con fidelidad, pero al mismo tiempo se actualiza y reinterpreta, pues varios factores sociales exigían su adaptación para hacerla relevante. En primer lugar, se necesitaba una adaptación lingüística del arameo al griego; en segundo lugar, una aclimatación social y cultural de la tradición originaria del mundo rural palestino al mundo urbano grecorromano. Las unidades de esa tradición empezaron siendo expresión y testimonio del impacto provocado por Jesús, que transformó la vida de sus seguidores. Los elementos y las palabras claves impactantes serían formulados de forma oral en la medida en que el grupo reconoció la importancia de lo que Jesús había dicho o realizado. Pero, al mismo tiempo, la variación es parte integral a la hora de transmitir la tradición oral; es una combinación de estabilidad y flexibilidad. Esa transmisión no acontece de forma arbitraria, pues existen elementos y temas que son constantes e inalterables, sobre los que las sucesivas reproducciones pueden construir y formular sus variaciones, según se considere adecuado en las diversas circunstancias, estando la memoria colectiva dispuesta a protestar si el relato omitía alguno de los elementos esenciales o si variaba en exceso. Ese control social de la tradición por parte del auditorio es tanto más férreo, cuanto mayor relevancia tenga la tradición para la identidad de la comunidad, siendo más estricto en los dichos breves que en las historias desarrolladas en forma narrativa. Además, la tradición estaba garantizada por la presencia de unos testigos legitimados que ejercían un cierto control sobre la tradición. Según ha mostrado J. Dunn (2009), en cada comunidad existía una o más personas a quienes se les atribuía la responsabilidad de conservar y reproducir la tradición de la comunidad: ancianos o maestros reconocidos se convirtieron en sus transmisores autorizados. Frente a esa supuesta tradición informalmente controlada por el grupo, R. Bauckham (2006) propone que la fiabilidad e integridad de la tradición sobre Jesús estaba garantizada gracias a la autoridad de los tradentes, a quienes los testigos originales habían confiado el testimonio sobre Jesús. Por consiguiente, la transmisión era formal y controlada, ya que las tradiciones se originaron con testigos concretos, quienes ejercían de guardianes de la tradición acerca de Jesús. En las comunidades cristianas sin acceso directo a los testigos oculares, los tradentes autorizados fueron instruidos por los 43 testigos o por intermediarios y, posteriormente, actuaron como supervisores de la tradición en sus respectivas comunidades. La tradición oral no transmitía simplemente fragmentos o dichos particulares, sino que la agrupación de materiales semejantes habría sido la pauta desde el inicio. Así surgen colecciones de dichos de Jesús y pequeñas perícopas autónomas. Después de Pascua, las tradiciones narrativas sobre la vida de Jesús comienzan a cristalizar por escrito y se transmiten de forma más estable, pues se valoraba la preservación de los recuerdos sobre su persona, vinculando su vida a la enseñanza y a su ministerio. Varias de estas unidades menores se combinaron en bloques o colecciones con cierta unidad temática o de género. Con el paso del tiempo se sintió la necesidad de poner por escrito ese material, en la medida en que las colecciones se hacían más extensas y se deseaba conservar mejor la tradición. La escuela de la Historia de las Formas ha individuado estas pequeñas unidades y R. Bultmann (2000) las ha clasificado en dos grandes grupos conforme a su forma literaria: material discursivo y narrativo. Dentro del material discursivo se encuentran dichos de sabiduría proverbial (Mt 6,19-34), sentencias proféticas o apocalípticas (Mt 5,3-9; 11,5), dichos legales o reglas de la comunidad (Mt 5,21; 6,2-18; Mt 10; 18,15-22), apotegmas y numerosas parábolas. El material narrativo viene clasificado a su vez en dos grupos: a) relatos de milagros y b) narraciones y leyendas. Estas primeras composiciones literarias de los recuerdos de Jesús no se han conservado como textos independientes, sino que fueron incorporadas en las cartas paulinas o en los evangelios. Gracias a la crítica redaccional se han reconstruido esas primeras colecciones, caracterizadas por recopilar materiales semejantes desde el punto de vista formal. S. Guijarro (2000, 30s) recoge cinco tipos de composiciones. a) Colecciones de dichos o sentencias de Jesús que reflejan el estadio más primitivo de este tipo de colecciones. La primera composición elaborada de este género se conoce con el nombre de «documento Q». b) Composiciones de diálogos y discursos. El evangelio de Mateo contiene grandes discursos compuestos a partir de pequeñas agrupaciones de dichos, pero estos diálogos y discursos están mucho más desarrollados en Juan. c) Colecciones de milagros. Numerosas curaciones y exorcismos constituyen la actividad de Jesús en Galilea. No es extraño que pronto se reelaboraran recuerdos de estas acciones y se compusieran narraciones de sus milagros, que resaltaban su poder taumatúrgico. 44 d) Entre las tradiciones narrativas más antiguas destaca el relato de la pasión, tal vez el relato escrito más antiguo del cristianismo naciente. Se trata de una narración continua y unitaria, con una conexión casual de los sucesos, los conflictos y el desenlace final. La trama de la pasión desempeñó una función clave en la composición posterior del evangelio de Marcos (Mc 14– 16), por lo que varios estudiosos lo han definido como la historia de la pasión con una amplia y detallada introducción. e) Una tradición narrativa más tardía aborda los orígenes de Jesús. Las composiciones más antiguas conocidas son los relatos de la infancia, de Mateo y Lucas (Mt 1-2; Lc 1-2), quienes compusieron sus narraciones a partir de tradiciones sueltas propias con el objeto de completar el evangelio de Marcos. La comunidad pospascual conserva, reelabora y transmite la tradición sobre Jesús dentro del ámbito de diversas actividades comunitarias que influyeron en la configuración de la tradición. Entre estas actividades destacan el culto centrado en la fracción del pan (Hch 2,42; Lc 24,13-35), la catequesis (Mt 5–7), la predicación misionera o numerosas controversias ad intra entre diferentes grupos cristianos y ad extra con el judaísmo y el mundo gentil. La comunidad tenía que justificar su comportamiento recurriendo para ello a las controversias de Jesús, tal y como se constata en la disputa sobre el ayuno (Mc 2,18-22) o el descanso sabático (Mc 2,23-28). Además, las tradiciones sobre Jesús se transmitieron en tres contextos sociales: entre los discípulos, en las comunidades y entre el pueblo. Los primeros cristianos carismáticos itinerantes fueron los verdaderos transmisores del nuevo movimiento, mientras que en las comunidades estables se difundieron los recuerdos de la pasión de Jesús, como sucedió en la comunidad de Jerusalén; por su parte, la tradición popular recordaba de forma especial las historias de milagros. A pesar de que fueran contextos distintos, las memorias sobre Jesús se compartían en encuentros comunes de los dos primeros grupos. Los carismáticos itinerantes transmitirían el núcleo de su enseñanza. Esa tradición fraguaría, según la teoría de G. Theissen, en la fuente de los logia (Q), mientras que las tradiciones de las comunidades y la tradición popular serían recogidas en el evangelio de Marcos. Dada la importancia de la enseñanza de Jesús, dedicaremos un epígrafe a la fuente Q, mientras que por motivos de espacio no abordaremos la Fuente de los signos empleada por Juan ni los recuerdos sobre la muerte de Jesús, fijados narrativamente en el relato de la pasión utilizado por Marcos, Juan y el Evangelio de Pedro. 45 2.1. El documento Q Varios de los dichosde Jesús cristalizaron en un documento escrito que se perdió. No obstante, al abordar el problema sinóptico, es decir, las múltiples convergencias y divergencias existentes entre los evangelios de Mt, Mc y Lc, estudiosos alemanes descubrieron en el siglo XIX que Mt y Lc tienen en común unos 235 versículos que no se encuentran en Mc. ¿De dónde habían tomado Mt y Lc esos versículos? Como no se puede explicar por dependencia mutua, hay que admitir una fuente común. El alto nivel de coincidencia en las expresiones (cf. Lc 9,57-58/Mt 8,19-20; Q 3,7-9) junto con las coincidencias en el orden relativo de los dichos han convencido a los expertos de que esta fuente era un documento escrito en griego, al que los investigadores denominaron Q (Quelle = fuente). ¿Se puede reconstruir Q? Evidentemente sí. Solo que al no conservarse como documento independiente, todas las reconstrucciones son hipotéticas. No obstante, existe un consenso general en las condiciones bajo las que se debe hacer su reconstrucción: • Debe basarse solo en Lc y Mt, al margen del debate acerca de la existencia de diferentes versiones de un mismo documento. • El orden lo conserva mejor Lc que Mt, ya que este lo sistematiza en bloques. Por este motivo, Q se cita siguiendo el orden de Lc. • En cuanto al tenor del texto, parece que Mt lo conserva mejor, pero hay que analizar caso por caso. Su contenido son fundamentalmente dichos de Jesús, excepto el relato de las tentaciones (Mt 4,1-11/Lc 4,1-13) y la curación del criado del centurión (Mt 8,5- 13/Lc 7,1-10). El análisis de las formas literarias características, de la orientación peculiar de tradiciones y de los acentos propios que aparecen de forma recurrente en diversas agrupaciones de dichos permite concluir que Q presenta una cierta unidad literaria. Así pues, su autor empleó una serie de recursos formales y de contenido, que sirvieron para agrupar y relacionar dichos originalmente independientes. Especial atención se ha dedicado en la investigación a localizar y datar Q para situar el documento en el contexto del movimiento de Jesús, porque nos permitiría ambientarlo en el tiempo y en el espacio. Q se formó a partir de colecciones menores y su redacción última tuvo lugar antes de la guerra judía y de la destrucción del templo del año 70 d.C., ya que espera la venida del Hijo del hombre en ambiente de paz y recoge la amenaza de que Dios abandone el 46 templo. Es posible, por consiguiente, que se compusiera a mediados del siglo I d.C. y en una zona donde el griego fuera la lengua común de la comunidad, como era el caso de Antioquía. Dado que el documento preserva el anonimato del escritor y de los receptores, los exégetas han intentado identificarlos prestando atención a los indicios del texto, pero no existe un consenso acerca de la identidad del grupo. Las diferentes hipótesis suelen basarse en algún aspecto o grupo de dichos que se consideran más relevantes y de los cuales se extraen conclusiones. No obstante, se puede afirmar que Q nació dentro de un grupo cristiano contracultural en proceso de configuración, que debía dilucidar sus relaciones internas y su actitud frente a un contexto externo adverso, lo que contribuyó a desarrollar una mayor conciencia de grupo. El interés por el documento Q para el estudio del Jesús histórico radica en que facilita el acceso a un estadio de la tradición anterior a la redacción de los evangelios actuales y constituye la fuente más importante para la reconstrucción de la enseñanza de Jesús. Pero las tradiciones auténticas de Jesús se encuentran también aquí en, con y bajo las palabras de generaciones posteriores. Su enseñanza se refiere principalmente a Dios, a la irrupción de su Reino y al estilo de vida del discipulado. Ese modus vivendi se caracteriza por la radicalidad de las exigencias que se imponen a quienes desean seguir al maestro: vivir como él, sin domicilio fijo (Q 9,57-58); renunciar a las obligaciones familiares más sagradas (Q 9,59-60); odiar a la propia familia (Q 14,26) y tomar la propia cruz (Q 14,27). El ideal del discipulado es la identificación con Jesús, lo cual implica asumir su propio estilo de vida y seguirle hasta las últimas consecuencias. A pesar de su gran importancia, este documento se perdió sin que sepamos los motivos reales de su desaparición; tal vez no fue considerado un evangelio, ya que carece de indicaciones acerca de la muerte y resurrección de Jesús, o porque su material había sido integrado en Mt y Lc, o pudo deberse a los avatares geográficos, es decir, al hecho de que no se copiara en Egipto de donde proviene la mayor parte de los papiros; por consiguiente, su pérdida constituiría un accidente en la transmisión. En conclusión, la transmisión de la tradición más antigua sobre Jesús fue antes de Pascua exclusivamente de forma oral. Tras su muerte, dicha tradición prosiguió y creció, y existe un período en el que los recuerdos y la memoria sobre Jesús circularon dentro de los grupos cristianos fundamentalmente de forma oral, durante veinte o treinta años, antes que comenzaran a fraguarse por escrito 47 en diversas unidades literarias menores y distintas colecciones (por primera vez, en la fuente de los logia), convergiendo en la composición de los evangelios conocidos. Pero la puesta por escrito de la tradición oral no supuso su desaparición, sino que siguió transmitiéndose a la vez que los textos e influyéndose mutuamente. Se produce así el fenómeno de la «oralidad secundaria». Estos textos escritos, que se leían en voz alta en las celebraciones litúrgicas, se recordaban y repetían oralmente, e influían a su vez en la tradición oral. De este modo, las narraciones de los evangelios entran en una fase de oralidad nueva, secundaria, en la que quedan expuestas a una reformulación libre y, sobre todo, a una asimilación armonizadora de las diferentes versiones, pues las tradiciones de las diversas comunidades se intercambiaban e influían entre sí. Por tanto, las tradiciones orales primarias y secundarias se fusionaban con frecuencia. Estas colecciones y unidades menores fueron incorporadas por los evangelistas en el marco narrativo de una biografía. Mateo reelaboró la tradición de los dichos en cinco grandes discursos, la tradición narrativa de los milagros y el relato de la pasión, junto con un relato de la infancia que probablemente compuso con materiales tradicionales propios. El resto de los evangelistas integraron en sus evangelios materiales preexistentes a su composición, organizándolos conforme a un esquema predeterminado con el objeto de superar cualitativamente sus fuentes, tal y como Lucas expresa en el prólogo de su evangelio. En el proceso de composición de los evangelios, Mateo y Lucas tuvieran a su disposición no solo colecciones breves, sino incluso un conjunto de dichos con una escueta estructura narrativa (documento Q) y el evangelio de Marcos. 48 3. La composición de los evangelios El concepto «evangelio» designaba inicialmente la recompensa por llevar una Buena Noticia y posteriormente se aplicó a cualquier tipo de buenas noticias. Los primeros cristianos adoptaron este término, por una parte, para indicar la predicación de Jesús y, por otra, para señalar el anuncio oral de la salvación de Dios ofrecida a los hombres en Jesucristo mediante su muerte y resurrección (el kerigma primitivo, 1 Cor 15,1-5). Asimismo, los evangelios sinópticos emplean el término para referirse a la predicación oral y no a textos escritos. A partir del siglo II d.C., el vocablo denota la presentación escrita de la vida, actividad, muerte y resurrección de Jesús. Justino († 165) será el primer autor que denomina evangelios a los relatos sobre la vida de Jesús. En cuanto documento escrito, el género literario «evangelio» ha sido caracterizado como una biografía grecorromana. La composición de los evangelios constituye uno de los hitos decisivos dentro de la historia de la literatura cristiana, pues en ese momento las tradiciones sobre Jesús adquirieron una forma más estable. Pero ¿qué llevó a los
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