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Historia Cultural da Literatura Chicana

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7
“Por herencia una red 
de agujeros”: 
hacia una historia cultural 
de la literatura chicana
Manuel M. Martín Rodríguez*
Algunos debates recientes (y otros no tan recientes) han cuestio -
nado la metodología y hasta la misma utilidad de la historiografía
literaria. Por ejemplo, a partir del ya clásico reto de Hans Robert
Jauss, los teóricos de la recepción han atacado por más de tres decenios
las bases en que se asienta la historiografía literaria tradicional (sobre
todo el ordenamiento cronológico de obras, autores, movimientos, etc.).1
Al mismo tiempo, grupos étnicos minoritarios y otros grupos, tradicional-
mente marginados como las mujeres, han planteado la necesidad de rees -
cribir las historias literarias para insertar en ellas textos y autores
previa mente silenciados o ignorados. Así ha ocurrido en el campo de la
literatura chicana, en el que sus historiadores han emprendido dos direc-
ciones complementarias: por un lado, aquella que exige que las obras lite -
rarias chicanas sean incluidas en el canon de la literatura estadouni -
dense y, por otro, la que intenta reconstruir su esquema cronológico
interno mediante la recuperación y reimpresión de obras hasta ahora
perdidas o desconocidas.2 Paradójicamente, sin embargo, estos esfuerzos
*Texas A&M University
1 Me refiero a la conferencia promulgada por Jauss en Constanza en 1967, publicada
después bajo el título “Literary History as a Challenge to Literary Theory” en Toward an
Aesthetic of Reception (Minneapolis: U. of Minnesota, 1982; trad. Timothy Bahti): 3-45.
2 En el primer sentido, estos esfuerzos han resultado en la inclusión de textos chicanos
en publicaciones de gran difusión como The Heath Anthology of American Literature, edi-
tada por Paul Lauter (Lexington, MA: Heath, 1994, segunda edición en dos volúmenes). Por
otra parte, algunos críticos han trabajado en la dirección contraria, es decir, situando a la
literatura chicana en la esfera cultural de América Latina, como en el caso del artículo de
Luis Leal y Manuel M. Martín Rodríguez, “Chicano Literature”, en The Cambridge History 
innovadores se han planteado con una metodología muy tradicional. De
hecho, todas las historias de la literatura chicana hacen hincapié en la
cronología y la consiguiente lectura sucesiva de textos y autores. En este
ensayo, mi objetivo es sugerir otros parámetros —más allá de lo
cronológico— que considero necesarios para reconstruir la historia de la
literatura chicana como el campo fronterizo, multilingüe y transnacional
que es.3 Por lo tanto, mi propio uso de referencias cronológicas en este
estudio debe entenderse menos como un intento de periodización del
pasado que como una manera de conectar pasado y presente poniendo de
relieve diversos momentos socio-simbólicos de importancia para la histo-
ria cultural chicana. He decidido elegir el año de 1998 como punto de ref-
erencia inicial, debido precisamente a la manera en que durante ese año
tuvieron que reinterpretarse momentos de tensión del pasado chicano,
con la conmemoración de varios aniversarios. En primer lugar (por orden
de antigüedad), 1998 marcó el cuarto centenario de la expedición de Juan
de Oñate al actual Nuevo México, que introdujo en esas tierras —entre
otras cosas— la lengua española y el teatro europeo, con un par de obras
que se representaron en los alrededores de lo que hoy en día es El Paso,
Texas e, inmediatemente después, en asentamientos y pueblos estableci-
dos al norte del Río Bravo.4 Pero Oñate y su ejército también son recorda-
dos por las violentas campañas y medidas de represión contra la
8
of Latin American Literature, eds. Roberto González Echevarría y Enrique Pupo Walker
(Cambridge: Cambridge University Press, 1996, vol. 2, pp. 557-86), o en el de José David
Saldívar (The Dialectics of Our America: Genealogy, Cultural Critique, and Literary
History; Durham, NC: Duke U., 1991). En cuanto a la recuperación y reimpresión de textos,
el proyecto Recovering the U.S. Hispanic Heritage de Arte Público Press (University of
Houston) ha liderado los esfuerzos más exitosos y consistentes.
3 Para ello, pienso concentrarme en cuestiones relativas a la elección idiomática de los
diversos autores, la formación de un público lector, y la tradición literaria. En ese sentido,
mi objetivo es complementario al de José David Saldívar en Border Matters: Remapping
American Cultural Studies (Berkeley: U. of California, 1997). Nuestros proyectos respec-
tivos conceptúan la cultura como fuerza social en evolución, y atienden especialmente a la
transformación histórica de las sociedades fronterizas. Saldívar explora estas cuestiones en
relación con los mundos de la música, el video y el teatro, mientras que en este ensayo me
concentraré exclusivamente en lo literario y, más específicamente, en cómo incorporar
análisis culturales más amplios al estudio de la historia literaria.
4 Gaspar Pérez de Villagrá, en su Historia de la Nueva México, de 1610, indica que el
autor de la comedia representada en esa primera ocasión fue el capitán Marcos Farfán de
los Godos, de quien no se conoce mucho más. Puede consultarse al respecto la edición moder na
de Alfred Rodríguez y Joseph P. Sánchez (Albuquerque: U. of New México, 1992), p. 131.
Más tarde, en la p. 150 de la edición moderna, Villagrá se refiere —sin identificar a su
autor— a otra segunda obra teatral representada más al norte.
población indígena, sobre todo contra el pueblo de Acoma, cuyos actuales
habitantes liderearon la protesta contra la conmemoración oficial de la
campaña de 1598 por parte del estado de Nuevo México.5
El año 1998 señaló también el sesquicentenario del tratado de
Guadalupe-Hidalgo, que puso fin a la guerra entre Estados Unidos y
México. En virtud de dicho tratado, México “cedió” la mitad de su territo-
rio a Estados Unidos, que ganó así aproximadamente la tercera parte de
su superficie actual. El tratado garantizaba los derechos de propiedad de
la tierra, libertad de cultos y protección de la lengua de la población
anexada, aunque en la práctica dichos derechos fueron suprimidos
mediante maniobras legales y políticas.6
Por último, se conmemoró también en 1998 el centenario de la guerra
de Cuba, que supuso el punto final del imperio español en las Américas
con la pérdida de Cuba y Puerto Rico, curiosamente las dos naciones que
producirán más tarde las otras dos grandes minorías hispanas de
Estados Unidos. De mayor interés para los estudios chicanos es el hecho
de que la confrontación entre Estados Unidos y España generó un
intenso debate entre los hispanoestadounidenses en torno a cuestiones de
identidad política y cultural, cuyas manifestaciones pueden encontrarse
en la literatura mexicoamericana de la época.
La coincidencia de acontecimientos conmemorados en 1998 puede
entenderse como una invitación propicia para replantear nuestra noción
de lo que constituye la historia o, en este caso, la historiografía literaria.
Después de todo, si los aniversarios tienen alguna utilidad es precisa-
mente la de generar entusiasmo en torno a la tarea de reinterpretar el
pasado, ya que nos invitan a releerlo desde nuestro propio presente cul-
tural y social.7 En el proceso, es frecuente que se alteren los paradigmas
9
5 Como parte de las protestas, se le amputó un pie a la estatua de Oñate en Albuquerque,
Nuevo México. Según parece, el metal fue fundido y reutilizado para crear objetos arte-
sanales. Con posterioridad, en la misma Albuquerque se realizó un congreso académico con
participación de investigadores chicanos y bajo el título “Looking for Oñate’s Foot”.
6 Una sinopsis contextualizada del tratado puede encontrarse en el libro de David J.
Weber, ed., Foreigners in their Native Land: Historical Roots of the Mexican Americans
(Albuquerque: U. of New Mexico, 1975): 162-69. Para un análisis más detallado, ver
Richard Griswold del Castillo, The Treaty of Guadalupe Hidalgo: A Legacy of Conflict
(Norman: U. of Oklahoma, 1990).
7 Estoy de acuerdo al respecto con Annette Kolodny que sugiere que our sense of a ‘literaryhistory’ and, by extension, our confidence in a historical canon, is rooted not so much in any
definitive understanding of the past, as it is in our need to call up and utilize the past on
behalf of a better understanding of the present… To quote [David Couzens] Hoy fully, ‘this 
continual reinterpretation of the past goes hand in hand with the continual reinterpretation 
historiográficos dominantes, y es esa misma posibilidad de “alterar” el
pasado la que nos proporciona un importante metacomentario sobre la
historia como construcción retórica y lingüística.8 La historia no es inde-
pendiente del discurso que la escribe ni de la presencia de los individuos
que la redactan. Por lo tanto, la pregunta más importante cuando se
trata de (re)escribir la historia de la literatura chicana es, precisamente,
¿qué clase de historia queremos escribir para este pasado complejo que
ahora apenas se empieza a rescatar y reinterpretar?
Para contestar (provisionalmente) a esa pregunta voy a utilizar las
cuatro fechas que apunté antes (1598, 1848, 1898 y 1998) como otros tan-
tos momentos simbólicos en el devenir cultural chicano. Por tanto, no
intentaré construir una historia exhaustiva de la literatura chicana sino,
más bien, apuntar algunas claves para definir los parámetros en que
basar nuestra labor historiográfica, así como las preguntas que el historia -
dor debería plantearse al abordar cada uno de esos momentos. Hacia el
final de este ensayo utilizaré el análisis que sigue como base para pro-
poner un tipo de historia cultural no exclusivamente cronológica de la
literatura chicana. 
1598
Cuando el español llega al actual Nuevo México en 1598, lo hace como
una lengua hegémonica en proceso de consolidación en las Américas.
Setenta y siete años más tarde de la caída de Tenochtitlan y sesenta y
cinco después de la de Cuzco, el idioma de Cortés, Pizarro, Coronado y
Oñate parece confirmar la famosa frase de Elio Antonio de Nebrija, que
afirmaba que la lengua es compañera del imperio. Sin embargo, una sola
ojeada a las literaturas indígenas demuestra que, además, para las civi-
lizaciones prehispanas, el idioma era también un lugar estratégico para
representar el conflicto y la resistencia cultural. El drama andino
Tragedia del fin de Atahualpa nos ofrece tal vez la más explícita
demostración del brutal enfrentamiento de lenguas y culturas a la lle-
gada de los españoles y, dentro de dicha obra, en ningún lugar se observa
mejor que en la siguiente escena entre Francisco Pizarro, el futuro inca
Sairi Tupac y el intérprete Felipillo:
10
by the present of itself’ (9). Kolodny, “Dancing through the Minefield: Some Observations on
the Theory, Practice and Politics of a Feminist Literary Criticism”, Feminist Studies 6
(1980): 1-25.
8 Véase, al respecto, la obra de Hayden White, Tropics of Discourse: Essays on Cultural
Criticism (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1978), en particular, las páginas 81-100.
SAIRI TUPAC
Barbudo adversario, hombre rojo
¿por qué tan sólo a mi señor,
a mi Inca le andas buscando?…
Antes de que se levante
ésta su clava de oro…
piérdete, regresa a tu tierra
barbudo enemigo, hombre rojo.
PIZARRO
(sólo mueve los labios)
SAIRI TUPAC
Hombre rojo que ardes como el fuego
y en la quijada llevas densa lana,
me resulta imposible comprender tu extraño lenguaje
PIZARRO
(mueve los labios)
FELIPILLO 
Sairi Tupac, inca que manda, 
este rubio señor te dice:
“¿Qué necedades vienes a decirme,
pobre salvaje? Me es imposible
comprender tu obscuro idioma”.9
En este fragmento el conflicto lingüístico sirve para enmarcar un proceso
de resistencia cultural y social. Mediante el acertado recurso de silenciar
en escena a Pizarro no sólo se sugiere lo incomprensible (para los indíge-
nas) del lenguaje de Pizarro sino que, al mismo tiempo, se pone en
entredicho prácticas lingüísticas usadas como apoyo a la conquista, como
el famoso requerimiento, la fórmula mediante la cual se tomaba posesión
de las tierras encontradas.10
11
9 Miguel León Portilla, El reverso de la Conquista: Relaciones aztecas, mayas e incas
(Mexico, D.F.: Joaquín Mortiz, 1985), 171-72.
10 Implícitamente, esta escena es también una de las primeras en la historia cultural del
mestizaje americano en que se realza la figura del traductor como mediador entre culturas
y, a la vez, vehículo de resistencia verbal. Será mucho después cuando los críticos literarios
y culturales chicanos reivindiquen en esta misma luz la figura de Malintzin/Malinche/Doña 
Mucho más cerca del bagaje cultural chicano, el siguiente fragmento
del Manuscrito de Tlatelolco (1528) es igualmente elocuente en su
lamentación sobre la pérdida de la cultura material, mientras se recalca
la supervivencia de las tradiciones intelectuales:
En los caminos yacen dardos rotos;
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros…
Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad
y nos quedaba por herencia una red de agujeros.11
Lo que más me interesa de esta cita es la poderosa metáfora en que el
sujeto poético resume los sentimientos de los supervivientes indígenas:
nos quedaba por herencia una red de agujeros. Observando los restos
ensangrentados de su cultura material, la voz poética afirma el signifi-
cado de su herencia cultural como la tensión entre continuidad y
desaparición, permanencia y olvido: una red de agujeros.
Mi intención al resaltar esta metáfora es sugerir que en ella se plasma
la historia toda de la literatura chicana, así como de otras literaturas
marginadas. La negociación de pasado y presente, continuidad y discon-
tinuidad, transculturación y mestizaje, así como la reconfiguración de
fronteras geográficas y sociales, son procesos que se reflejan de manera
adecuada en la metáfora de la red de agujeros.
Más aún, si es claro que la raíz indígena de la literatura chicana
apunta a un proceso de dificultosa transmisión cultural por las
razones observadas arriba, es de destacar que también la literatura
colonial del suroeste se nos revela igualmente como una “red de agu-
jeros” marcada por la (dis)continuidad y producto de esa “frontera
rota” que ya analizó Carey Mc Williams.12 El resultado de ese peculiar
proceso de colonización, como observa Clark Colahan, fue una produc-
ción literaria en la que el desconocimiento mutuo entre los escritores y
la discontinuidad predominaban: through viceroy’s secrecy, lack of
access to printing, and the spread of stories by word of mouth these
12
Marina. Véase, por ejemplo, el artículo de Norma Alarcón, “Traddutora, Traditora: A
Paradigmatic Figure of Chican Feminism”, Cultural Critique 13 (1989): 57-87.
11 En León Portilla, El reverso: 53.
12 McWilliams, North from Mexico: The Spanish-Speaking People of the United States
(Westport, CT: Greenwood Press, 1990), 82. Existe traducción al español bajo el título: Al
norte de México: El conflicto entre “anglos” e “hispanos”. México: Siglo XXI, 1979.
chroniclers were often unaware of what their predecessors had actually
done and reported (16-17).13
Fruto de esas discontinuidades nace, paradójicamente, una de las más
importantes continuidades observables en la literatura chicana: su
necesidad de dirigirse a un público lector doble. Así, por ejemplo, los tex-
tos coloniales se dividen desde temprano entre los escritos en español
normativo, dirigidos al lector colonial o de la metrópoli (como ocurre con
las crónicas, relaciones y memoriales), y los otros que se acercan más al
público local mediante una temprana fusión de lenguas y culturas,
observable en composiciones didácticas (ya sea en poesía o teatro) y
folkló ricas como “los comanches” y las fiestas de moros y cristianos.14
Esta necesidad de dirigirse a públicos múltiples y hererogéneos caracteri-
zará desde entonces a la mayor parte de la literatura chicana.15
1848
Desde 1598 hasta 1848 la producción literaria en español se intensifica en
todo el suroeste de estados Unidos y California. La identificación de la
sociedad colonial con la lengua española alcanza su puntoálgido en 1848
cuando, en virtud del tratado de Guadalupe-Hidalgo, el español deja de ser
el idioma hegemónico. En Nuevo México, donde la población hispana era
mayoritaria en estas fechas, la supervivencia cultural aparece con frecuen-
cia ligada a la resistencia lingüística. Tal como ocurría con los textos andi-
nos y mesoamericanos citados, en la literatura mexicoamericana de esta
13
13 Colahan, “Chronicles of Exploration and Discovery: The Enchantment of the Unknown”,
en Pasó por aquí: Critical Essays on the New Mexican Literary Tradition, 1542-1988, ed.
Erlinda Gonzales-Berry (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1989), 15-46.
14 Para un análisis de “los comanches” y de las fiestas de moros y cristianos, ver Reed
Anderson, “Early Secular Theater in New Mexico”, en Gonzales-Berry, ed., 101-27.
15 La práctica de escribir con dos públicos en mente nace de un proceso de negociación
cultural similar al calificado por W.E.B. Du Bois como “doble conciencia”: a peculiar sensa-
tion…, this sense of always looking at one’s self through the eyes of others, of measuring one’s
soul by the tape of a world that looks on in amused contempt and pity (5). En Du Bois, The
Souls of Black Folk (New York: Penguin, 1989). En la literatura chicana más reciente y, en
concreto, en aquélla publicada por las grandes editoriales de la costa este, la “doble concien-
cia” se manifiesta en una continua exégesis discursiva en beneficio del lector de otra cul-
tura, incluso si esos mismos textos tratan cuestiones relativas a la necesidad de autorrepre-
sentación y subjetividad. En cualquier caso, para que sea útil, la noción de doble conciencia
tendría que aplicarse con cuidado al análisis de la literatura chicana y sólo (tal vez) en el
sentido diaspórico que le otorga Paul Gilroy en The Black Atlantic: Modernity and Double
Consciousness (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1993): 127.
época abundan los comentarios sobre lo ininteligible del idioma y la cultura
de los americanos, así como la alabanza de otras formas de resistencia más
directa, normalmente en formas orales como los corridos.16
Destaca en este periodo la actividad periodística, que cultiva los mis-
mos públicos locales ya establecidos por la literatura colonial y propor-
ciona interesantes comentarios acerca de cuestiones sociales y cultu -
rales.17 El idioma español reflejaba ahora la voz o, al menos, el plausi-
ble punto de vista de las diferentes comunidades locales en que dichos
perió dicos se editaban. En ellos aparecían artículos de fondo y crónicas
junto con poemas y (normalmente) breves textos narrativos, ya fueran
autóctonos u oriundos de otros lugares. Entre los textos más citados de
este periodo, el poema “El idioma español” (1889) de Jesús Ma. H.
Alarid plantea de manera elocuente la necesidad de combinar tradición
y orgullo étnico con adaptación a las nuevas circunstancias políticas y
sociales:
Hermoso idioma español
¿Que te quieren proscribir?
Yo creo que no hay razón
Que tú dejes de existir.18
Aunque el poema comienza con esta elocuente defensa de la lengua
española, el sujeto poético pronto demuestra su voluntad de alcanzar un
compromiso político con tal de que su idioma se respete y se conserve:
14
16 Nótese, por ejemplo, cómo se formulan nociones de diferencia lingüística y resistencia
en el siguiente poema, publicado en el periódico The New Mexican en 1849-50: “Jarirú, jari,
camón / dis’el vulgu americano; / comprende pero no quiere / el imperio mejicano” (citado en
Francisco A. Lomelí, “A Literary Portrait of Hispanic New Mexico: Dialectics of Perception”,
en Gonzales-Berry, ed., Pasó por aquí, 139). El estudio clásico sobre el corrido chicano sigue
siendo el de Américo Paredes, “With His Pistol in His Hand”: A Border Ballad and Its Hero
(Austin, TX: University of Texas Press, 1958), que ha tenido una gran influencia en la obra
de numerosos críticos chicanos, entre ellos José Limón, Ramón Saldívar y José David
Saldívar. La consiguiente insistencia en la tradición oral que ha conllevado dicha influen-
cia, sin embargo, ha contribuido involuntariamente a oscurecer hasta hace poco la existen-
cia de un pasado literario chicano en forma escrita.
17 Véase, al respecto, Doris Meyer, Speaking for Themselves: Neomexicano Cultural Identity
and the Spanish Language Press, 1880-1920 (Albuquerque: University of New Mexico Press,
1996); también A. Gabriel Meléndez, So All is Not Lost: The Poetics of Print in Nuevomexicano
Communities, 1834-1958 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1997).
18 Citado en Anselmo Arellano, ed., Los pobladores nuevo mexicanos y su poesía: 1889-
1950 (Albuquerque, NM: Pajarito Publications, 1976), 37.
Repito, que no hay razón
El dejar que quede aislado
¡Brille en la Constitución
Del Estado separado!…
Pues es de gran interés
Que el inglés y el castellano
Ambos reinen a la vez
En el suelo americano.19
Frente al desarrollo de la actividad periodística, que trataba de llegar a
los mismos públicos locales antes cortejados en parte por la literatura
colonial, contrasta en este periodo la relativa escasez de libros publicados
por autores hispanos en el suroeste. Las dificultades de publicación y
difusión eran enormes, lo que restringía en gran medida la capacidad de
maniobra de los literatos chicanos. En consecuencia, los libros que se
publican durante esta época raramente transcienden más allá del público
local. Al igual que los escritores coloniales, y a pesar de esfuerzos agluti-
nantes como el llevado a cabo por La Prensa Asociada Hispano-
Americana (que conectaba diversos periódicos nuevomexicanos y otros de
estados aledaños),20 los autores de la segunda mitad del siglo XIX pare-
cen desconocer lo que sus compatriotas escriben en otros estados y
territorios de la Unión Americana, si bien demuestran conocimientos de
literatura mexicana y universal. Así, en 1892, Eusebio Chacón se
enorgullece de ser el primer autor nuevomexicano que publica sus obras
en forma de libro y declara lo siguiente en la dedicatoria de su libro El
hijo de la tempestad. Tras la tormenta la calma:
A mi querido amigo Lic. D. Félix Baca estas páginas dedico. Son creación genuina de mi
propia fantasía y no robadas ni prestadas de gabachos ni extranjeros. Sobre el suelo
Nuevo Mexicano me atrevo a cimentar la semilla de la literatura recreativa para que si
después otros autores de más feliz ingenio que el mío siguen el camino que aquí les
trazo, puedan volver hacia el pasado la vista y señalarme como el primero que
emprendió tan áspero camino.21
Si bien desde una perspectiva regional (Nuevo México) Chacón tiene
probablemente razón, su afirmación es también un recuerdo para
nosotros de las discontinuidades inherentes a la historia de la literatura
15
19 En Arellano, 38.
20 Para más información sobre las actividades de La Prensa Asociada Hispano-
Americana, véase Meléndez, 87-97.
21 Santa Fe, NM: Tipografía del Boletín Popular, 1892. He respetado la ortografía original.
chicana, pues ni Chacón ni ninguno de sus paisanos parece conocer la
obra del texano Lorenzo de Zavala, que publica varios libros durante la
década de 1830, o de la californiana María Amparo Ruiz de Burton,
autora de dos tempranas novelas publicadas en 1872 y 1885. De hecho, la
animosidad entre diversos territorios antes mexicanos está bien docu-
mentada en esta época y se refleja también en textos literarios como el
drama Los Tejanos (c. 1841), en que se celebra la victoria de fuerzas
nuevomexicanas sobre los invasores texanos. Queda claro, por tanto, que
en este periodo la literatura mexicoamericana se desarrolla entre públi-
cos predominantemente locales, aspecto que los historiadores literarios
tienen que tomar en cuenta.
Al mismo tiempo, la historia literaria chicana no debe perder de vista
los hilos de continuidad que se mantienen a través de los siglos y que for-
man el entramado de esa red que ha conservado viva la literatura y la
cultura chicanas. El hecho de que los escritores mexicoamericanos
siguieran escribiendo y publicando sus obras (ycomunicándose, por
tanto, con públicos diversos) es una muestra extraordinaria de su capaci-
dad de resistencia en condiciones hostiles. No obstante, a la hora de docu-
mentar estas líneas de continuidad, la historia literaria no puede basarse
sólo en información sobre la publicación de libros sino que debe, al mismo
tiempo, analizar otras formas de transmisión cultural, incluyendo el
legado transgeneracional de bibliotecas, libros, manuscritos y otros docu-
mentos, así como la disponibilidad y uso de dichos materiales. Por tanto,
una historia literaria chicana que incorporase en su análisis parámetros
de recepción y lectura sería más útil que otra que se concentrara sola-
mente en el proceso de creación y publicación.
Si para los escritores de la época colonial era ya preciso desarrollar
estrategias discursivas para comunicarse con un público doble, para los
escritores decimonónicos la tarea de llegar a un público heterogéneo fue
aún más importante, puesto que tenían dos idiomas de los que valerse
para su quehacer literario. Por consiguiente, al menos a partir de la
segunda mitad del siglo XIX, es en muchos casos el destinatario ideal
(más que ningún otro factor) lo que explicará la diferencia entre los libros
escritos por mexicoamericanos. Esto resulta evidente si comparamos la
novela de María Amparo Ruiz de Burton The Squatter and the Don
(1885), escrita en inglés y dirigida a un público angloamericano del que
se espera apoyo y comprensión para la causa de los californios, con las
obras de Eusebio Chacón, que en 1892 se enorgullece (como vimos) de
escribir en español para sus paisanos nuevomexicanos. Si comparamos,
por otra parte, The Squatter and the Don con la novela de Daniel
Venegas Las aventuras de don Chipote (1928), veremos cómo sus diferen-
16
cias reflejan la diversidad de clase, género, e incluso etnia en los diferen -
tes segmentos de la población mexicoamericana de los que trata y a los
que se dirige.22
Toda reinterpretación cultural del pasado literario chicano debería no
sólo reconocer, sino incluso recalcar esas diferencias para explicar cómo
evolucionaron las relaciones entre grupos de población hegemónicos y
subalternos a medida que los hechos históricos fueron alterando el perfil
del suroeste de los Estados Unidos, así como de sus habitantes. En ese
sentido, la doble voz (y el doble público) de Ruiz de Burton no pueden
separarse de su necesidad de hablar a la vez desde una clase social
históricamente hegemónica (la de los ricos californios), así como desde el
espacio contestatario abierto por su reciente desclasamiento, resultado (a
su vez) de tensiones étnicas motivadas por la anexión estadounidense. La
exploración y exposición de estas diferencias internas sería suficiente
para evitar los excesos reduccionistas del esencialismo al problematizar
la identificación categórica y ahistórica de cualquier grupo determinado
con una posición hegemónica o subalterna. Después de todo, también los
aztecas y los incas fundaron sociedades jerarquizadas y dominaron impe-
rios; su resistencia a la dominación española, por tanto, tampoco fue del
todo ajena a intereses de clase. Cuatrocientos años más tarde, Ruiz de
Burton opone resistencia a la dominación anglosajona, pero no como
miembro de una clase social humilde, sino como alguien que se niega a
que lo traten como sus protagonistas tratan a los que ellos llaman “lazy
Indians” en The Squatter and the Don.
1898
La sensación de haber llegado al final de un ciclo histórico conecta singu-
larmente los años de 1898 y 1998. Así como el primero de esos años
señaló el ocaso oficial del imperio español en América y el fin del siglo
XIX, 1998 anunciaba el término del siglo XX y, al menos psico1ógicamente,
el cúlmino del milenio también. Esta situación podría muy bien explicar
algunas preocupaciones similares entre ambos momentos, incluyendo un
parecido sentimiento apocalíptico detectable en diversas capas de la
sociedad. Es bien conocida (aunque quizás exagerada) la reacción pesi -
mista que la pérdida de las últimas colonias americanas generó entre la
17
22 Véase Manuel M. Martín-Rodríguez, “Textual and Land Reclamations: The Critical
Reception of Early Chicano Literature”, en Recovering the U.S. Hispanic Literary Heritage,
vol. 2, ed. Erlinda Gonzales-Berry y Chuck Tatum (Houston: Arte Público, 1996), 40-58.
intelectualidad española de la llamada Generación del 98. También los
modernistas hispanoamericanos, con frecuencia criticados por su
supuesto aislamiento torremarfilista, parecen despertar con el cambio de
siglo a la amenaza del imperialismo estadounidense y abren sus versos a
comentarios de tono marcadamente social. En su famosa oda “A
Roosevelt”, Rubén Darío recomienda al presidente americano que tenga
cuidado con “la América nuestra”. Y en el primer poema de la sección
“Los cisnes” (en Cantos de vida y esperanza, 1906), Darío se pregunta:
La América Española como la España entera
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de tu cuello divino.
¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? (68)
Aunque escritas por un nicaragüense, estas líneas reflejan el mismo sen-
timiento de urgencia percibido años antes en el poema “El idioma
español” de Alarid y, como en este caso, debieron recordar a los lectores
mexicoamericanos que la amenaza de aniquilamiento lingüístico y cul-
tural exigía una difícil pero necesaria negociación entre pasado y pre-
sente. Y es que, sin duda, la guerra de Cuba resulta también (en el
Suroeste) en un intenso periodo de redefinición de la identidad política y
cultural, ejemplificada en el caso de Eleuterio Baca, quien en agosto de
1898 publica un poema en alabanza de la intervención estadounidense
(“A la Unión Americana”), para revisarlo después en junio del año
siguiente, en un intento de reconciliar sus sentimientos patrióticos con la
simpatía por el “Bravo país de mis abuelos” (Arellano 87). El hecho de
que escribiera ambas versiones en español es significativo, y su aparente
ambivalencia puede interpretarse como un caso paradigmático de lo que
Homi K. Bhabha ha llamado the shift from the positivistic sense of ratio-
nality, as the possession of an a priori subject, to a mode of minimal ratio-
nality as the process of the activity of articulation que, de acuerdo con
este teórico, changes the very subject of culture.23 Al poner de relieve el
concepto de articulación así como the place and time of the enunciative
agency, Bhabha consigue desplazar la noción de identidad cultural desde
el plano normativo hasta otro performativo, desde lo hegemónico (las
ideas de Nebrija sobre la lengua y el imperio, por ejemplo) hasta the dis-
18
23 Bhabha, “Postcolonial Authority and Postmodern Guilt” en Cultural Studies, ed.
Lawrence Grossberg, Cary Nelson, and Paula A. Treichler (New York: Routledge, 1992), 57.
junctive, fragmented, displaced agency of those who have suffered the sen-
tence of history—subjugation, domination, diaspora, displacement (57).
Es en este sentido como la historia de la literatura chicana debe reinter-
pretar figuras como Baca, no como epítome de traición cultural o malin-
chismo, sino como the articulation of subaltern agency as relocation and
reinscription (63) o, en otras palabras, como casos de posicionalidad móvil
que constituye, en sí misma, una respuesta estratégica a los desplaza-
mientos culturales sufridos.
Baca no es el único en preferir el español para una literatura que se
siente ya norteamericana; junto a él podríamos nombrar a Vicente
Bernal, Felipe Maximiliano Chacón, Manuel C. de Baca, Daniel Venegas,
Jorge Ulica, José Díaz y muchos otros. Dicho grupo incluye autores cali-
fornianos, texanos, nuevomexicanos, así como refugiados y transterrados
mexicanos que encontraron en los Estados Unidos un nuevo lugar de resi-
dencia. Se incluyen en este grupo novelistas, poetas, periodistas y dra-
maturgos, que escribieron sus obras completamente en español, o combi-nando este idioma con inglés o caló. Pero la mera lista de autores y sus
obras no nos daría idea de su relevancia para la historia literaria chi-
cana. Algunas cuestiones que sí colocarían a estos autores y sus obras en
una perspectiva más compleja incluirían, en primer lugar, el tipo de edi-
toriales en que publican sus obras (en general, tipografías asociadas con
periódicos, frente a los autores que escriben en inglés, algunos de los
cuales, como Josephina Niggli y María Cristina Mena Chambers, publi-
can con editoriales universitarias);24 como consecuencia, también el
público al que se dirigen es distinto, como dejan ver las referencias inter-
textuales y culturales presentes en sus obras.
19
24 Varios de los libros de Niggli fueron publicados por la editorial de la universidad de
North Carolina, mientras que algunas de las obras de Mena Chambers vieron la luz en la
prensa de la Universidad de Oxford. Este acceso a editoriales de alcance nacional no se con-
siguió, sin embargo, sin una cierta limitación en cuanto al control de la representación cul-
tural. Así, la mayoría de las obras de Niggli y Mena Chambers se desarrollan en México,
mientras que otras historias ambientadas en el suroeste de los Estados Unidos se veían
silenciadas o amenazadas de apropiación por parte de la cultura hegemónica. Tal fue el
caso del libro Romance of a Little Village Girl (1955), de Cleofas Jaramillo, quien tuvo que
publicar su obra con la editorial Naylor de San Antonio, después de negarse a que profe-
sores universitarios norteamericanos tomaran “prestadas” algunas de sus historias al
tiempo que rechazaban la publicación de su manuscrito (Romance 168). Para un análisis
más detallado del caso de Jaramillo, véase Genaro M. Padilla, My History, Not Yours: The
Formation of Mexican American Autobiography (Madison: University of Wisconsin Press,
1993), 196-227.
En segundo lugar, la historia literaria debería investigar el modo en que
estos escritores perfilan, por primera vez, una imagen nacional de los mexi-
coamericanos (sin perder, desde luego, sus distinciones regionales). En este
sentido los autores de comienzos de siglo se anticipan a los del Movimiento
chicano en el deseo de crear un público lector a nivel nacional, asociado con
una identidad nacionalista y con la creación de editoriales, distribuidoras y
revistas chicanas. Como ha sugerido Américo Paredes, es probable que esta
visión “nacional” fuera en parte el resultado de la labor de los escritores
transterrados mexicanos, a quienes les interesaban menos las diferencias
regionales (en parte porque las desconocían) entre mexicoamericanos, que
el vínculo común de la mexicanidad.25
Varias décadas más tarde, el Movimiento chicano daría un paso más
hacia la construcción de una nacionalidad propia al reclamar como vín-
culo común entre los mexicoamericanos no tanto el ascendiente mexicano
como la experiencia estadounidense y el origen en el mítico Aztlán. Esta
referencia prehispana funcionó como lazo de unión con el mundo indí-
gena por un lado (la herencia de la “red de agujeros”), pero también como
la metáfora necesaria para afirmar una identidad nacional. Un tercer
logro del Movimiento chicano, menos estudiado que los dos anteriores,
consistió en la creación de un público chicano a nivel nacional.26 En gran
medida, la unidad nacional y la novedosa idea de literatura chicana como
literatura nacional se vieron favorecidas por la creación de editoriales y
distribuidoras chicanas, así como por la fundación de departamentos de
estudios chicanos en numerosas universidades. 
1998
A las puertas del nuevo siglo, 1998 reveló (al menos en Estados Unidos)
algunas de las ansiedades que hemos dado en llamar milenaristas. Dicha
preocupación se manifiestó en sectores que bien acusaban a las huma nidades
de corromper la decencia y la moral, o bien culpaban a los inmigrantes de
la ruina económica de los estados donde se asentaran, o bien intentaban
frenar el avance imparable del español en los Estados Unidos con políti-
cas lingüísticas restrictivas. De sentimientos similares surgieron ataques
20
25 Paredes, “The Folk Base of Chicano Literature”, Chicano Writers: A Collection of
Critical Essays, Sornmers y Tomás Ybarra-Frausto (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall,
1979), 4-17.
26 En mi libro Life in Search of Readers: Reading (in) Chicano/a Literature, de próxima
publicación, dedico el primer capítulo a estudiar este fenómeno.
contra los fondos nacionales para el arte y las humanidades, proposi-
ciones como la famosa 187 en California, y las múltiples campañas para
hacer del inglés el idioma oficial de tal o cual estado o incluso del país.
En una ironía del destino que hubiera hecho sonreír a Darío, muchos en
los Estados Unidos parecen preguntarse con terror “¿Tantos millones de
hombres hablaremos español?”
En este clima, influyentes editorialistas se encargan de intentar miti-
gar algunos de estos temores entre sus compatriotas con comentarios
como el siguiente de Mark Falcoff, publicado en The New York Times:
The United States is not vulnerable to the traps of linguistic separatism exemplified by
countries with more evolved bilingual cultures. Unlike [them], America has no literary
intellectual class dedicated to maintaining a consistent level of quality in a second lan-
guage. (Indeed the quality of spoken Spanish in the United States is often poor…).27
Son actitudes como ésta las que hasta hace poco mantuvieron a la litera -
tura chicana en la oscuridad. Al enfocarse en los agujeros y no en los
nudos que también forman la red, numerosos historiadores y cronistas
estadounidenses han negado la existencia o el valor de la literatura chi-
cana. Sin embargo, algunos acontecimientos recientes, como la creación
de series en español por parte de algunas de las grandes editoriales de la
costa este y, sobre todo, la recuperación de textos perdidos por parte de
investigadores chicanos, desmienten por completo el juicio negativo de
Falcoff y otros.28
Al mismo tiempo, el volumen y la calidad de las obras recuperadas y
editadas plantea un interesante problema para el historiador de la litera -
tura: ¿cómo incorporar estas obras recuperadas a la historia de la litera tura
chicana? Se trata de decidir entre el proceso tradicional de llenar los hue-
cos existentes hasta ahora con títulos, autores y fechas, por un lado, o de
crear un nuevo modelo de historia literaria que pueda dar cuenta del ori-
gen, función pública e impacto literario de esos textos antes y ahora. La
primera opción malinterpretaría el valor social y cultural de las obras
recuperadas al crear la falsa impresión de que nos habían sido conocidas
desde siempre; sería el equivalente metafórico a enfocar sólo los nudos
que conectan la red, olvidándose de sus agujeros. Sin embargo, como
21
27 Falcoff, “Our Language Needs no Law”, The new York Times, 5 de agosto de 1996, edi-
ción nacional, All.
28 Para un análisis de libros recientes publicados por editoriales de la costa este esta-
dounidense, véase Ellen McCracken, New Latina Narrative: The Feminine Space of
Postmodern Ethnicity (Tucson: University of Arizona Press, 1999), 11-39.
hemos visto, tanto los nudos como los huecos en la “red” literaria chicana
han estado presentes desde, al menos, su pasado colonial.
Por tanto, al reescribir la historia de la literatura chicana para dar
cuenta de las obras recuperadas, así como de las que siempre nos han sido
conocidas, es necesario enfocar tanto los nudos como los agujeros de la red.
Estos últimos no van a desaparecer simplemente por añadir nuevas obras
al canon chicano, ya que son resultado de una historia educativa, lingüís-
tica, cultural, social, tecnológica y geográfica particular. Son los paráme -
tros que nos permiten abordar cuestiones de hegemonía y marginación, de
nacionalismo frente a regionalismo, transnacionalismo y frontera; nos ayu-
dan a analizar condiciones materiales de impresión y distribución de libros;
nos obligan a plantearnos estudios relativos a la alfabetización de los chi-
canos.Por último, nos llevan a explorar nociones relativas a la segregación
escolar, la marginación lingüística, las trabas sociales impuestas a las
mujeres escritoras, las características de género del público de la literatura
chicana, entre otras, de forma que podemos afirmar que esos metafóricos
agujeros de la red tienen un significado propio y preciso para la historia de
la literatura chicana.
Por otra parte, la historia literaria chicana no puede perder de vista
las cuerdas y los nudos que sostienen a la red. El hecho de que los tem-
pranos textos de la literatura chicana no llegaran a un público nacional o
internacional no quiere decir que fueran irrelevantes para sus comu-
nidades o que lo sean para posteriores lectores chicanos. El celebrado
escritor Rolando Hinojosa, por ejemplo, reconoce su deuda con su prede-
cesor José Díaz, también texano pero muy poco conocido, incluso entre los
intelectuales chicanos. Sin embargo, el hecho de que pocos hayan leído la
obra de Díaz (que aún no ha sido recuperada) no le niega un lugar en la
historia literaria. En primer lugar, su importancia se manifiesta a nivel
local y regional gracias a sus artículos publicados en periódicos del sur de
Texas y recogidos después en forma de libro. Además, Díaz se convierte
en una figura relevante en el contexto (inter)nacional de la literatura chi-
cana precisamente por su presencia en la obra de autores posteriores
(como Hinojosa) que lo leyeron y que entablaron un diálogo intertextual
con su obra. He ahí los nudos conectores de la red. Los agujeros, no
obstante, permanecen visibles en el trasfondo, obligándonos a pregun-
tarnos por qué no se conoció mejor la obra de Díaz en su época y, tam-
bién, por qué no se ha reeditado todavía.
Con este ejemplo, y para concluir, quiero sugerir varias preguntas que,
en mi opinión, la historia de la literatura chicana debería aspirar a con-
testar. En primer lugar, propongo que la historiografía literaria chicana
debe evitar la tentación de limitarse a ser la simple anotación cronológica
22
de escritores y obras. Por el contrario, la historia de la literatura chicana
debería incluir un análisis de su recepción, explorando los modelos de
interacción entre escritores y lectores, así como la falta de contacto con
algunos públicos en determinadas épocas. Después de todo, como recor -
daba Hans Robert Jauss, a description of literature that follows an
already sanctioned canon and simply sets the life and work of the writers
one after the other in a chronological series is, as Gervinus already
remarked, ‘no history; it is scarcely the skeleton of a history’ (4-5).
Debería, en segundo lugar, explorar las conexiones entre la literatura
chicana y otras tradiciones literarias pertinentes. Sabemos que los lectores
chicanos no leen ni han leído exclusivamente a autores de su mismo grupo
étnico. Se puede y se debe documentar, por tanto, el alcance entre los lec-
tores chicanos de la literatura mexicana y de otras literaturas universales,
empezando por los libros importados de México que llegaban al suroeste
colonial y continuando, desde mediados del siglo XIX, con aquéllos publica-
dos por editoriales y periódicos hispanos en el suroeste y California,
incluyendo los de la Casa Lozano en San Antonio, Texas. Para ilustrar esta
necesidad de documentar los vasos comunicantes que han sido los hábitos
de lectura entre los mexicoamericanos, basta con observar hasta qué punto
la poesía finisecular decimonónica que se produce en los Estados Unidos
por autores hispanos refleja el conocimiento (por parte de sus autores) y el
aprecio (por parte de los lectores) de la poesía romántica de México. No se
puede hacer una historia de la literatura chicana sin explorar qué han
leído los chicanos en las distintas épocas y en las distintas zonas geográfi-
cas en que se han desarrollado sus comunidades. 29
En resumen, un nuevo tipo de historia cultural de la literatura chicana
debería explorar parámetros de lectura y recepción, así como analizar los
puntos de contacto entre esta tradición literaria y otras con las que ha
tenido vínculos históricos y culturales. Resulta indispensable, asimismo,
considerar tanto los hilos conectores como los agujeros que han definido
la red de transmisión cultural entre los chicanos. Para ello, el modelo his-
toriográfico que heredamos del romanticismo alemán resulta inadecuado.
Su preocupación por la cronología y la nacionalidad no sirven para
23
29 Como exploro también en mi Life in Search of Readers, la figura del personaje lector
aparece con frecuencia en la literatura chicana, con ejemplos como Mercedes Alamar en la
novela de María Amparo Ruiz de Burton The Squatter and the Don (1885), Luciano en Tras
la tormenta la calma (1892) de Eusebio Chacón, o Richard Rubio en Pocho (1959) de José
Antonio Villarreal; esta presencia frecuente del personaje lector indica, entre otras cosas,
una tradición de lectura entre los mexicoamericanos que contradice la visión predominante
que se tiene de éstos como un pueblo históricamente iletrado.
escribir la historia de las literaturas transnacionales marginadas, como
la chicana. En su lugar, necesitamos un nuevo modelo más flexible que se
beneficie de las nuevas propuestas teóricas de los estudios fronterizos y
transnacionales, sin perder de vista nociones de clase, raza y género que
los estudios culturales y el feminismo han identificado como esenciales
para el estudio de la literatura. En lugar de colocar las diferentes obras
en una secuencia de evolución teleológica desde los “orígenes” hasta el
presente, este nuevo modelo tendría que ser más bien un proyecto
rizomático que se enfocara en el modo en que la tensión entre pasado y
presente, por un lado, y producción y recepción, por otro, influyen sobre
nuestro conocimiento de lo que significan la historia, la cultura y la
litera tura como terrenos fluidos de representación.30
24
30 Tomo el término “rizomático” de la obra de Gilles Deleuze y Félix Guattari, A
Thousand Plateaus: Capitalism and Schizophrenia, trad. Brian Massumi (Minneapolis:
University of Minnesota Press, 1987). Empleo el término para recalcar la diferencia entre
mi idea de historia literaria (como un ensamblaje con múltiples vías de entrada y salida) y
la práctica tradicional del ordenamiento cronológico que caracteriza a las historias
literarias tradicionales.