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Identificação na Psicanálise

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Psicoanálisis 
 2do Parcial 
La identificación 
“Psicología de las masas y análisis del yo (1920) Capitulo VII” 
La identificación es la manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona, y 
desempeña un importante papel en la prehistoria del complejo de Edipo. 
Las enseñanzas extraídas de estas tres fuentes pueden resumirse de la siguiente forma: 
• La identificación es la forma primitiva del enlace afectivo a un objeto (1°) 
• Siguiendo una dirección regresiva, se convierte en sustitución de un enlace libidinoso a 
un objeto, como por introyección de objeto en el Yo (2°) 
• Puede surgir siempre que el sujeto descubre en sí un rasgo común que no es objeto de 
sus pulsiones sexuales (3°) 
 
El niño manifiesta un especial interés por padre; quisiera ser como él y reemplazarlo en todo. 
Hace de su padre su ideal. Esta conducta se concilia muy bien con el complejo de Edipo, a cuya 
preparación contribuye. Simultáneamente a esta identificación, el niño comienza a tomar a su 
madre como objeto de su pulsión. 
Muestra pues, dos órdenes de enlaces psicológicamente diferentes: Uno francamente sexual 
hacia la madre, y otro como una identificación con el padre, al que considera y toma como 
modelo que imitar. Estos dos enlaces coexisten sin influirse ni estorbarse entre sí. Pero a 
medida que la vida psíquica tiende a la unificación, van aproximándose hasta acabar por 
encontrarse y de esto nace el complejo de Edipo normal: 
El niño advierte que el padre le cierra el camino hacia la madre, y su identificación con él 
adquiere un matiz hostil. La identificación es además, desde un principio, ambivalente, y 
puede completarse tanto en una exteriorización cariñosa como en el deseo de supresión. Se 
comporta como una ramificación de la primera fase, la fase oral de la organización de la libido, 
durante la cual el sujeto se incorporaba el objeto ansiado y estimado comiéndoselo, y así, al 
hacerlo, lo destruía (1°). 
 
Puede suceder que el complejo de Edipo experimente una inversión, que el sujeto adopte una 
actitud femenina y se convierta el padre en el objeto del cual esperan la satisfacción de las 
pulsiones sexuales directas, y en este caso, la identificación con el padre constituye la fase 
preliminar de su conversión en objeto sexual. Este mismo proceso preside la actitud de la hija 
con respecto a la madre. En el primer caso, el padre es lo que se quisiera ser; en el segundo, lo 
que se quisiera tener. 
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La identificación es siempre posible antes de toda elección de objeto. Todo lo que 
comprobamos es que la identificación aspira a conformar el propio yo análogamente al otro 
tomado como modelo. 
En un segundo caso, en un síntoma neurótico, la identificación se enlaza a un conjunto más 
complejo. Supongamos el caso de que la hija contrae el mismo síntoma patológico que 
atormenta a la madre, por ejemplo, una tos nerviosa. Esta identificación puede resultar de dos 
procesos distintos. Puede ser la misma del complejo de Edipo, significando entonces el deseo 
hostil de sustituir a la madre, haciendo que el síntoma exprese la inclinación erótica hacia el 
padre y sea la sustitución deseada: “¿No querías ser tu madre? Ya lo has conseguido. Por lo 
menos, ya experimentas sus mismos sufrimientos”. 
Pero también, puede suceder que el síntoma sea el mismo de la persona amada (Dora imita la 
tos de su padre), y entonces habremos de describir la situación diciendo que la identificación 
ha ocupado el lugar de la elección de objeto, transformándose esta, por regresión, en una 
identificación. Sucede con frecuencia, que de la elección de objeto deviene una nueva 
identificación, absorbiendo el Yo las cualidades del objeto. Lo singular es que en estas 
identificaciones el Yo copia algunas veces a la persona amada y otras a la persona no amada. 
En ambos casos, la identificación es parcial y limitada, contentándose con tomar un solo rasgo 
de la persona-objeto. 
En un tercer caso de formación de síntomas, la identificación se efectúa independientemente 
de toda actitud libidinosa con respecto a la persona copiada (identificación histérica). Por 
ejemplo, cuando una alumna recibe de su secreto amor una carta que excita sus celos y a la 
cual reacciona con un ataque histérico, algunas de sus amigas serán victimas de lo que 
denominaremos la infección psíquica, y sufrirán, a su vez, un igual ataque. El mecanismo al que 
aquí asistimos es el de la identificación, hecha posible, por la actitud o la voluntad de colocarse 
en la misma situación. Sería inexacto afirmar que es por simpatía por lo que se asimilan el 
síntoma de su amiga. Por lo contrario, la simpatía nace únicamente de la identificación, y 
prueba de ello es que tal infección o imitación se produce igualmente en casos en los que 
entre las dos personas existe menos simpatía que la que puede suponerse entre las amigas. 
La génesis del homosexualismo, con gran frecuencia, la siguiente: el joven ha permanecido 
fijado a su madre, en el sentido del complejo de Edipo, durante un lapso mucho mayor del 
normal y muy intensamente. Con la pubertad llega el momento de cambiar a la madre por otro 
objeto sexual, y entonces se produce un cambio de orientación: el joven no renuncia a su 
madre sino que se identifica con ella. El Yo queda transformado conforme al modelo de aquel 
otro que hasta ahora constituía su objeto, quedando el mismo perdido o abandonado, sin 
saber si el abandono es total o si el objeto queda conservado en lo inconsciente. 
 
 
 
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¡Más información! 
 
o Identificación: 
 
− NO es un gusto personal 
− NO es un sentimiento 
− NO es una preferencia 
 
o ¿Qué es? 
Es “una operación psíquica que consiste en que algo de afuera me lo meto y ahora soy eso”. 
Es el primer vínculo de amor con un objeto. 
Hay 2 momentos de identificación: 
Identificación primaria: Tiene que ver con el Ello (todo lo que hay en mí que no soy yo). Se basa 
en la incorporación. Es el acto de marcar desde un lugar de deseo. Es la marca intrusiva de 
inclusión en una red genealógica. Identificación en sentido transitivo. 
Identificación secundaria: Es la identificación propiamente dicha. Tiene que ver con el Yo. Se 
basa en la introyección de un rasgo del objeto, que es incluido en el Yo. Se da a nivel psíquico, 
no corpóreo. Identificación en sentido reflexivo. A veces el rasgo que se toma puede ser tanto 
de la persona amada como de la odiada (cualidad edípica). Es el registro del ser como del 
objeto. 
 
o ¿Por qué se considera que la identificación es el proceso inverso de la investidura de 
objeto? 
Porque en una investidura la libido se dirige al objeto y en una identificación la libido regresa 
desde los objetos al Yo. 
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 “El Yo y el Ello (1923)” 
Capítulo I: La consciencia y el Inconsciente 
 
La diferenciación de lo psíquico en consciente e inconsciente es la premisa fundamental del 
psicoanálisis. El psicoanálisis no ve en la conciencia la esencia de lo psíquico, sino tan solo una 
cualidad. 
Ser consciente es un término puramente descriptivo, que se basa en la percepción mas 
inmediata y segura. La conciencia es un estado eminentemente transitorio. Una 
representación consciente en un momento dado, no lo es ya en él inmediatamente posterior, 
aunque pueda volver a serlo bajo condiciones fácilmente dadas. Podemos decir que era 
latente, capaz de conciencia. Los términos “inconsciente” y “latente”, “capaz de conciencia”, 
son en este caso, coincidentes. 
Nos hemos visto obligados a aceptar que existen procesos o representaciones anímicas de 
gran energía que sin llegar a ser conscientes, pueden provocar en la vida anímica las más 
diversas consecuencias, algunas de las cuales llegana hacerse conscientes como nuevas 
representaciones. Tales representaciones no pueden llegar a ser conscientes por oponerse a 
ello una cierta energía. La técnica psicoanalítica auxilia a suprimir tal energía y a hacer 
conscientes dichas representaciones. El estado en el que estas representaciones se hallaban 
antes de hacerse conscientes, es el que conocemos con el nombre de represión, y afirmamos 
advertir, durante la labor psicoanalítica la energía que ha llevado a cabo la represión y la ha 
mantenido luego. 
Nuestro concepto del inconsciente tiene como punto de partida la teoría de la represión. Lo 
reprimido es el prototipo de lo inconsciente. Se nos presentan dos clases de inconsciente: Lo 
inconsciente latente, capaz de conciencia y lo reprimido, incapaz de conciencia. A lo latente, 
que solo es inconsciente en un sentido descriptivo y no en un sentido dinámico lo 
denominamos Preconsciente, y reservamos el nombre de Inconsciente para lo reprimido, 
dinámicamente inconsciente. 
Tenemos tres términos (Consciente, Preconsciente e Inconsciente) cuyo sentido no es ya 
puramente descriptivo. Suponemos que lo Preconsciente se halla más cerca de lo Inconsciente 
que de lo Consciente. 
En sentido descriptivo, hay dos clases de inconsciente (latente y reprimido), y solo uno en 
sentido dinámico. 
Suponemos en todo individuo, una organización coherente de sus procesos psíquicos, a la que 
consideramos como su Yo. Este Yo integra la consciencia, la cual domina el acceso a la 
motilidad, esto es la descarga de las excitaciones en el mundo exterior. Del Yo, parten también 
las represiones por medio de las cuales han de quedar excluidas. El conjunto de estos 
elementos excluidos por la represión se sitúa frente al Yo en el análisis, labor a la cual se 
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plantea el problema de suprimir las resistencias que el Yo opone a todo contacto con lo 
reprimido. 
Ahora bien, como tal resistencia parte seguramente de su Yo y pertenece al mismo, nos 
encontramos ante una situación imprevista. Comprobamos, en efecto, que en el Yo hay 
también algo inconsciente, algo que se conduce idénticamente a lo reprimido, o sea 
exteriorizando intensos efectos sin hacerse consciente por sí mismo y cuya percatación 
consciente precisa de una especial labor. Reconocemos, pues que lo Inconsciente no coincide 
con lo reprimido. Todo lo reprimido es Inconsciente, pero no todo lo Inconsciente es 
reprimido. También una parte del Yo, cuya amplitud nos es imposible fijar, puede ser 
Inconsciente, y lo es seguramente. Y este Inconsciente del Yo no es latente en el sentido de lo 
Preconsciente, pues si lo fuera, no podría ser activado sin hacerse consciente y su atracción a 
la consciencia no opondría tan grandes dificultades. 
Capítulo 2: El Yo y el Ello 
Freud plantea que el Yo también puede ser Inconsciente, en el verdadero sentido de este 
término ya que tampoco lo Inconsciente puede sernos conocido si antes no lo hacemos 
consciente; lo cual lo llevó a formularse que quiere decir hacer consciente algo. Con referencia 
a esto último se sabe que la consciencia es la superficie del aparato anímico, es una superficie 
perceptora. Todas las percepciones procedentes del exterior (percepciones sensoriales) y 
aquellas otras procedentes del interior, a las que llamamos sensaciones y sentimientos, son 
conscientes. 
Lo que se plantea como la verdadera diferencia entre una representación inconsciente y una 
representación consciente (un pensamiento), consiste en que el material de la primera 
permanece oculto, mientras que la segunda se muestra enlazada con representaciones 
verbales. Así, la pregunta de cómo se hace algo consciente, deberá ser sustituida por la de 
como se hace algo Preconsciente y la respuesta sería que por su enlace con las 
representaciones verbales correspondientes. Donde estas representaciones verbales son 
restos mnémicos; los cuales fueron en un momento percepciones y pueden volver a ser 
conscientes, como todos los restos mnémicos. Hacemos Preconsciente lo reprimido, 
interpolando, por medio de la labor analítica, miembros intermedios preconscientes. Por lo 
tanto, ni la Consciencia abandona su lugar ni tampoco lo Inconsciente se eleva hasta lo 
consciente. 
Resulta que también las sensaciones y los sentimientos tienen que llegar al sistema P para 
hacerse conscientes, y cuando encuentran cerrado el camino de dicho sistema no logran 
emerger como tales sensaciones o sentimientos. Existe, en efecto, la diferencia de que para 
llevar a la consciencia una representación Inconsciente es preciso crear antes, miembros de 
enlace, cosa innecesaria en las sensaciones, las cuales progresan directamente hacia ella. 
Nuevamente destacamos el papel que desempeñan las representaciones verbales ya que por 
medio de ellas quedan convertidos los procesos mentales interiores en percepciones. 
De esta manera, es como Freud se aproxima más al conocimiento y formación del Yo. Donde 
los vemos emanar, como de su nódulo, del sistema P y comprender primeramente lo 
Preconsciente inmediato a los restos mnémicos. Pero el Yo es también, como ya sabemos, 
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Inconsciente. Un individuo es ahora, para nosotros, un Ello psíquico, desconocido e 
Inconsciente, en cuya superficie aparece el Yo, que se ha desarrollado partiendo del sistema P, 
su nódulo. El Yo no envuelve por completo al Ello, sino que se limita a ocupar una parte de su 
superficie, esto es, la constituida por el sistema P y tampoco se halla precisamente separado 
de él, pues constituye con él en su parte interior. 
Pero también lo reprimido confluye con el Ello hasta el punto de no constituir sino una parte 
de él. En cambio, se halla separado del Yo por las resistencias de la represión y solo comunica 
con él a través del Ello. El Yo es una parte del Ello, modificada por la influencia del mundo 
exterior. El Yo se esfuerza en transmitir a su vez, al Ello, dicha influencia y aspira a sustituir el 
principio de placer, que reina sin restricciones en el Ello, por el principio de realidad. La 
percepción es, para el Yo, lo que para el Ello la pulsión. El Yo representa lo que pudiéramos 
llamar la razón o la reflexión, opuestamente al Ello, que contiene las pasiones. La importancia 
funcional del Yo reside en el hecho de regir normalmente los accesos a la motilidad. 
 
Narcisismo 
El termino narcisismo proviene de la descripción clínica y fue usado por Paul Nacke para 
designar casos en los que el individuo toma como un objeto sexual su propio cuerpo, hasta 
llegar a una completa satisfacción. En este cuadro el narcisismo cobra el significado de una 
perversión que ha absorbido toda la vida sexual de la persona. 
 Resultó evidente después a la observación psicoanalítica que rasgos aislados de esa conducta 
aparecen en muchas personas aquejadas por otras perturbaciones; así ocurre, según Sadger, 
entre los homosexuales, “se toman a sí mismos como objeto sexual, parten del narcisismo y 
buscan jóvenes que se le parezcan para poder amarlos como su madre los amó a ellos”. 
Se llegó a la conclusión de que el narcisismo podría entrar y reclamar su sitio dentro del 
desarrollo sexual regular del hombre. 
A la misma conclusión se llegó a partir de las dificultades que ofrecía el trabajo psicoanalítico 
en los neuróticos pues apareció como si una conducta narcisista de esa índole constituyera en 
ellos una de las barreras con que se chocaba en el intento de mejorar su estado. El narcisismo 
en este sentido ya no sería una perversión, sino el complemento libidinoso del egoísmo 
inherente a la pulsión de autoconservación. 
• El narcisismo implica que la libido ha tomado al Yo como objeto. 
• Cuando la libido está en el Yo, lo llamamos con el nombre de Narcisismo. 
• El narcisismo es el constituyente del psiquismo. 
• También va a implicarun modo de satisfacción pulsional (mediante una satisfacción 
narcisista, subjetiva, un acto motor que haya tenido previamente una meta a cumplir, 
por ejemplo, ganar un concurso). 
Un motivo para considerar la imagen de un narcisismo primario y normal surgió a raíz del 
intento de incluir bajo la teoría de la libido el cuadro de la demencia precoz (Kraepelin) o 
esquizofrenia (Bleuler). 
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 Los enfermos parafrénicos tienen dos rasgos fundamentales de carácter: 
- El delirio de grandeza (megalomanía). 
- La falta de todo interés respecto del mundo exterior (personas y cosas). Esto último los 
vuelve incurables. 
También el histérico y el neurótico obsesivo han resignado (hasta donde los afecta su 
enfermedad) el vínculo con la realidad. Pero no han cancelado el vínculo erótico con personas 
y cosas. Lo conservan en la fantasía. Han sustituido los objetos reales por objetos imaginarios 
de su recuerdo o los han mezclado con estos por un lado, y por otro, han renunciado a 
emprender las acciones motrices que les permitirían conseguir sus fines en esos objetos. Este 
estado de la libido se llama introversión. 
Otro es el caso de los parafrénicos. Parecen haber retirado realmente su libido de las personas 
y cosas del mundo exterior, pero sin sustituirlas por otras en su fantasía. Y cuando esto último 
ocurre, parece ser algo secundario y corresponder a un intento de curación que quiere 
reconducir la libido al objeto. 
¿Cuál es el destino de la libido sustraída de los objetos en la esquizofrenia? La megalomanía. 
En estos estados la libido sustraída ha sido aportada al Yo, surgiendo así un estado al que 
podemos darle el nombre de narcisismo. 
Otro aporte lo proporcionaron las observaciones y concepciones sobre la vida anímica de los 
niños y los pueblos primitivos. Se hallan rasgos que si se presentaran aislados, podrían ser 
atribuidos a la megalomanía: 
- Una sobreestimación del poder de sus deseos y de sus actos psíquicos. 
- La “omnipotencia de los pensamientos”, 
- Una fe en la fuerza mágica de las palabras, 
- Y una técnica dirigida al mundo exterior, la “magia”, que aparece como una aplicación 
consecuente de tales premisas megalómanas. 
En 1914 Freud establece la existencia de un equilibrio entre la “pulsión del yo” y la “pulsión 
sexual”: cuanto más aumenta una, más empobrece la otra. El Yo debe considerarse como un 
gran reservorio de libido de donde esta es enviada hacia los objetos. 
La patología permite a Freud deducir el estado originario de la libido; en especial, el desvío por 
las afecciones en las que hay una desinvestidura del mundo exterior. Freud indaga el destino 
de la libido retirada de los objetos. Toma como ejemplo el delirio de grandeza, un estado 
original del Yo en el cual pone de manifiesto una omnipotencia absoluta. Ese estado de 
omnipotencia del Yo se va a llamar “Narcisismo primario”. Es un estado primitivo que se 
caracteriza por la ausencia total de una relación con el ambiente, por una indiferenciación 
entre el Yo y el Ello. Se hace referencia al primer narcisismo, el del niño que se toma a si 
mismo como objeto de amor antes de elegir objetos exteriores. Es una libidinizacion primaria 
del Yo. A partir de esta carga libidinal el Yo puede investir a los objetos. 
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Con “Narcisismo secundario”, Freud designa ese mismo estado cuando reaparece por el 
retorno al Yo de las investiduras de objeto, es decir, designa una vuelta sobre el Yo de la libido, 
retirada de sus catexias objetales. 
El conocimiento en el narcisismo puede darse a partir de 3 vías: 
1. La enfermedad orgánica: El sujeto aquejado de dolor deja de interesarse por el mundo 
exterior. El enfermo retrae a su Yo su carga de libido para destacarlas hacia la 
curación. Otro ejemplo donde se retrae la energía libidinal hacia el Yo sería el sueño. 
2. Hipocondría: El hipocondriaco retrae su interés y su libido de los objetos del mundo 
exterior y los concentra ambos sobre el órgano que le preocupa pero, a diferencia de 
la enfermedad orgánica, no tiene su fundamento en alteraciones orgánicas 
comprobables. 
3. La vida erótica humana: Se produce un empobrecimiento de la libido del Yo en favor 
del objeto. Ante la elección de objeto, existen dos caminos posibles a seguir en el 
estado de enamoramiento. 
Puede ser conforme a 2 tipos: 
− Al tipo narcisista: 
a. Se ama lo que uno es: Se busca en el otro rasgos propios 
b. Se ama lo que uno fue 
c. Se ama lo que uno quisiera ser: Se ama a alguien que ha alcanzado lo que yo 
no 
d. Se ama a la persona que fue parte de uno mismo 
El tipo narcisista se da en sujetos en los que el desarrollo de la libido ha sufrido alguna 
perturbación; no eligen su objeto erótico conforme a la imagen de la madre, sino que se 
buscan a sí mismos como ese objeto erótico. 
− Al tipo de apoyo o anaclítico: 
a. Se ama a la mujer nutriz 
b. Se ama al hombre protector 
Se elige el objeto de amor según el modelo de la madre o sustituto, es decir, la persona que 
cuidó y protegió al niño. Es característico del hombre. 
¿Qué relación guarda el narcisismo con el autoerotismo, que hemos descripto como un estado 
temprano de la libido? 
Las pulsiones autoeroticas son iniciales, primordiales, por lo tanto se necesita un nuevo acto 
psíquico para que la libido autoerotica se subjetivice como narcisismo. Este acto psíquico es la 
identificación. 
 
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Freud postula un camino para la evolución de la libido, siguiendo las siguientes etapas: 
• Autoerotismo: No hay objeto ni Yo independiente. 
• Narcisismo: Objeto y Yo coinciden. 
• Relaciones de objeto: Objeto y Yo existen de manera independiente. 
El supuesto de una separación entre pulsiones sexuales y yoicas viene avalado por muchas 
cosas y no solo por su utilidad para el análisis de las neurosis de transferencia. Esta división 
conceptual responde al distintivo tan corriente entre hambre y amor, entre pulsiones del Yo o 
de autoconservación y pulsiones sexuales 
A continuación, Freud destaca la diferencia entre “Yo ideal” e “Ideal del Yo”. En el Yo ideal 
recae el amor de sí mismo que en la infancia gozo el Yo real. Es un Yo al que nada le falta, 
perfecto según los miramientos del padre. Por otro lado, se destaca que el hombre se ha 
mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción que gozo una vez. No quiere privarse de la 
perfección narcisista de su infancia, ahora procura recobrarla en la nueva forma del ideal del 
Yo. Lo que él proyecta frente a sí mismo como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido 
de su infancia, en la que él fue su propio ideal. 
 La incitación para formar el ideal del Yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral, partió, en 
efecto, de la influencia critica de los padres, ahora agenciada por las voces y a la que en el 
curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y las demás personas del medio. La 
institución de la conciencia moral fue en el fondo una encarnación de la crítica de los padres 
primero y después de la crítica de la sociedad. Desde el ideal del Yo parte una importante vía 
para la comprensión de la psicología de las masas. Además de su componente individual este 
ideal tiene un componente social; es también el ideal común de una familia, de un estamento, 
de una nación. 
El desarrollo del Yo consiste en un distanciamiento respecto al narcisismo primario y engendra 
una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento sucede por medio del 
desplazamiento de la libido a un ideal del Yo impuesto desde fuera; la satisfacción se obtiene 
mediante el cumplimiento de este ideal. 
Si consideramos la actitud de padres tiernos hacia sus hijos, habremos de calificarla como 
renacimiento y reproducción del narcisismo propio. Así, prevalece una compulsióna atribuir al 
niño toda clase de perfección y encubrir todos sus defectos. El niño debe tener mejor suerte 
que sus padres, debe cumplir los sueños irrealizados de sus padres; el varón será un gran 
hombre y un héroe, y la niña se casara con un príncipe como tardía recompensa para la madre. 
 
 
 
 
 
Antes de la elección de objeto, tiene que haber narcisismo. Antes del narcisismo, tiene que haber 
autoerotismo (estado temprano de la libido en el que la misma se satisface en el propio cuerpo. Antes 
del autoerotismo, tiene que haber erogenización del cuerpo (convertir el cuerpo en una fuente de 
placer). Y antes de la erogenización tiene que haber libidinizacion (dejar en el cuerpo la marca del 
deseo del Otro). 
El Yo tiene que ser desarrollado. Las tendencias autoeroticas son primordiales pero se necesita de un 
nuevo acto psíquico para que la libido autoerotica se subjetivice como narcisismo (la identificación). 
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Lección XXVI: La teoría de la libido y el narcisismo 
Existe una diferenciación entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales; la represión muestra 
como ambas entran en conflicto y, a consecuencia del mismo, quedan derrotadas las sexuales 
y obligadas a emprender rodeos regresivos para alcanzar una satisfacción compensadora de su 
derrota. Luego, se observó que ambos grupos de pulsiones se comportan distintamente ante la 
necesidad y siguen, por lo tanto, distintos caminos en su desarrollo. 
No se posee base para afirmar que entre ambos grupos de pulsiones exista una diferencia de 
naturaleza. 
El examen separado de las pulsiones sexuales y de las pulsiones del yo nos ha permitido llegar 
a la comprensión de las neurosis de transferencias. Se trata del conflicto entre las pulsiones 
sexuales y los derivados del impulso de conservación, o en términos biológicos, el conflicto 
entre el yo como ser individual e independiente y el yo considerado como miembro de una 
serie de generaciones. El desarrollo excesivo de su libido y la variedad que presenta su vida 
psíquica, parecen haber creado las condiciones del conflicto (condiciones que son las que han 
permitido al hombre elevarse sobre el nivel animal). 
Entre las neurosis de transferencia podemos distinguir tres tipos: Histeria de angustia, histeria 
de conversión y la neurosis obsesiva. Cuando la libido se encuentra estancada en el Yo o en el 
objeto se la llama con el nombre de “neurosis narcisista”. Cuando se estanca en el Yo 
hablamos de megalomanía. Cuando lo hace en el objeto hablamos de melancolía. 
Cuando la neurosis narcisista se puede convertir en neurosis de transferencia podemos 
decir que estamos en condiciones de hablar de una cura o solución al problema, debido a que 
hay libido disponible. De lo contrario, si no hay libido no es posible esta transformación, por lo 
tanto, no se puede tratar. 
Dimos el nombre de “libido” a los revestimientos de energía que el Yo destaca hacia los 
objetos de sus deseos sexuales y el de “interés” a todos los demás que emanan de las 
pulsiones de conservación. 
En 1908, el principio de que el carácter esencial de la demencia precoz (situada en la psicosis) 
consiste en la ausencia de revestimiento libidinoso de los objetos; dicha libido se retraía al Yo, 
siendo esto, la fuente de la megalomanía de la demencia precoz. Estas concepciones han 
constituido la base con respecto a la psicosis. 
Hemos ido familiarizándonos con la idea de que la libido que hallamos adherida a los objetos, 
que es la expresión de un esfuerzo por obtener una satisfacción por medio de los objetos, 
puede también abandonarlos y reemplazarlos por el Yo. 
La palabra narcisismo (que empleamos para designar este desplazamiento de la libido) fue 
tomada de Paul Nacke, quien da este nombre a una perversión en la que el individuo muestra 
para su propio cuerpo la ternura que normalmente reservamos para un objeto exterior. 
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Continuando con esta concepción, tal capacidad de la libido no puede constituir un suceso 
excepcional e insignificante, siendo más probable que el narcisismo sea el estado general y 
primitivo del que posteriormente, surge el amor a objetos exteriores. Además, muchas 
pulsiones sexuales reciben al principio una satisfacción que denominamos autoerotica, esto es, 
una satisfacción cuya fuente es el cuerpo mismo del sujeto. Resulta pues, que el autoerotismo 
es la actividad sexual de la fase narcisista de ubicación de la libido. 
Con ayuda de estas representaciones nos es posible explicar, o por lo menos describir la teoría 
de la libido, un gran número de estados psíquicos que deben ser considerados como una parte 
de la vida normal (estados tales como la conducta psíquica durante el enamoramiento, las 
enfermedades orgánicas y el reposo nocturno). 
Con respecto a este último, se basaba en un aislamiento con relación al mundo exterior y en la 
subordinación al deseo de dormir, descubrimos que todas las actividades psíquicas nocturnas 
que se manifiestan en el fenómeno onírico se hallan al servicio de dicho deseo y son 
determinadas y dominadas por móviles egoístas. El dormir es un estado en el que todas las 
catexias de objetos libidinales como egoístas, se retiran de ellos y vuelven al Yo, hipótesis que 
arroja clara luz sobre el bienestar procurado por el sueño y sobre la naturaleza de la fatiga. 
 Es necesario diferenciar los conceptos “narcisismo” y “egoísmo”. 
El narcisismo es el complemento libidinoso del egoísmo. Al hablar de egoísmo pensamos en lo 
que es útil para el individuo. En cambio, cuando nos referimos a narcisismo incluimos la 
satisfacción libidinosa. 
Se puede ser absolutamente egoísta sin dejar de ligar, por ello, grandes cantidades de energía 
libidinosa a determinados objetos, en cuanto la satisfacción libidinosa procurada por los 
mismos constituye una de las necesidades del Yo. El egoísmo cuidará de que la búsqueda de 
estos objetos no perjudique al Yo. En estas circunstancias, el egoísmo se nos muestra como el 
elemento indiscutible y constante y, en cambio, el narcisismo como el elemento variable. 
Lo contrario del egoísmo, o sea, el altruismo se distingue por la ausencia total del deseo de 
satisfacciones sexuales. 
Una afección orgánica, una irritación dolorosa o una inflamación de un órgano, crean un 
estado, a consecuencia del cual la libido queda desligada de sus objetos y retorna al yo, 
manifestándose como una catexis reforzada del órgano enfermo. En estas condiciones, el 
desligamiento de la libido de sus objetos es aún más evidente que el del interés egoísta con 
respecto al mundo exterior. 
 
 
 
 
 
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La Repetición “Más allá del principio del Placer” – Freud 1920-1922 
Capítulo I: 
En las tesis del principio de placer se ha resuelto a referir placer y displacer a la cantidad de 
excitación presente en la vida anímica, así el displacer corresponde a un incremento de esa 
cantidad, y el placer a una reducción de ella. 
Los hechos que movieron al psicoanálisis a creer que el principio de placer rige la vida anímica, 
encuentra su expresión en la hipótesis de que el aparato anímico se afana por mantener lo 
más baja posible, la cantidad de excitación presente en él. Entonces, si el trabajo del aparato 
anímico se empeñe en mantener baja la cantidad de excitación, todo cuanto sea apto para 
incrementarla se sentirá como disfuncional, vale decir, displacentero. 
Es incorrecto hablar de un dominio del principio de placer sobre los procesos anímicos. Si así 
fuera, la abrumadora mayoría de nuestros procesos anímicos tendría que ir acompañada de 
placer o llevar a él; sin embargo, en el alma existe una fuerte tendencia al principio de placer, 
pero ciertas otras fuerzas la contrarían, de suerte que el resultado final no siempre puedecorresponder a la tendencia al placer. 
Tal inhibición del principio de placer nos es familiar, tiene el carácter de una ley. El principio de 
placer, bajo el influjo de las pulsiones de autoconservación del yo, es relevado por el principio 
de realidad, que, sin resignar el propósito de una ganancia final de placer, exige y consigue 
posponer la satisfacción, renunciar a diversas posibilidades de lograrla y tolerar 
provisionalmente el displacer en el largo rodeo hacia el placer. El principio de placer sigue 
siendo todavía por largo tiempo el modo de trabajo de las pulsiones sexuales y sucede que 
prevalece sobre el principio de realidad en detrimento del organismo en su conjunto. 
No obstante, es indudable que el relevo del principio de placer por el principio de realidad 
puede ser responsabilizado solo de una pequeña parte y no la más intensa de las experiencias 
de displacer. En su mayor parte, el displacer que sentimos es un displacer de percepción. 
Puede tratarse de la percepción del esfuerzo de pulsiones insatisfechas o de una percepción 
exterior penosa en si misma o que excite expectativas displacenteras en el aparato anímico, 
por discernirla este como “peligro”. La reacción ante estas exigencias pulsionales y amenazas 
de peligro, puede ser conducida luego de manera correcta por el principio de placer o por el de 
realidad, que lo modifica. 
Capitulo II: 
El estudio del juego infantil advierte que los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho 
gran impresión en la vida, de ese modo abreaccionan (descargan emociones y afectos ligados a 
recuerdos, generalmente de experiencias infantiles penosas o dolorosas que por esta razón han 
sido reprimidas.) la intensidad de la impresión y se adueñan de la situación. Por otro lado, es 
claro que todos sus juegos están regidos por el deseo dominante en la etapa en que ellos se 
encuentran: el de ser grandes y poder obrar como los mayores. Así nos convencemos de que 
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aún bajo el imperio del principio de placer existen suficientes medios y vías para convertir en 
objeto de recuerdo y elaboración anímica lo que en sí mismo es displacentero., tendencias que 
serían más originarias que el principio de placer e independientes de él. 
Capitulo III: 
El enfermo puede no recordar todo lo que hay en él reprimido, acaso justamente lo esencial. Si 
tal sucede, se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo, 
como el medico preferiría, en calidad de fragmento del pasado. Esta reproducción que emerge 
con fidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil, 
y por tanto, del complejo de Edipo y sus ramificaciones-; y regularmente se juega en el terreno 
de la transferencia, esto es, de la relación con el médico. 
Cuando en el tratamiento las cosas se han llevado hasta ese punto, puede decirse que la 
anterior neurosis ha sido sustituida por una nueva, una neurosis de transferencia. El medico se 
ha empeñado por restringir en todo lo posible el campo de esta neurosis de transferencia, por 
esforzar el máximo recuerdo y admitir la mínima repetición. 
Por lo general, el medico no puede ahorrar al analizado esta fase de la cura; tiene que dejarle 
revivenciar cierto fragmento de su vida olvidada. 
Con esto se habrá ganado el convencimiento del paciente y el éxito terapéutico que depende 
de aquel. 
Para hallar más inteligible esta compulsión de repetición, es preciso ante todo librarse de un 
error, que en la lucha contra las resistencias uno se enfrenta con la resistencia de lo 
inconsciente. Lo reprimido, no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura; y aun no 
aspira a otra cosa que a irrumpir hasta la conciencia o hasta la descarga (por medio de la 
acción real). Podemos decir que la resistencia del analizado parte de su yo; advertimos que 
hemos de adscribir la compulsión de repetición a lo reprimido inconsciente. 
No hay duda de que la resistencia del yo consciente y preconsciente está al servicio del 
principio de placer. Quiere ahorrar el displacer que se excitaría por la liberación de lo 
reprimido. 
¿Qué relación guarda con el principio de placer la compulsión de repetición, la exteriorización 
forzosa de lo reprimido? Es claro que, la compulsión de repetición hace revivenciar no puede 
menos que provocar displacer al yo, puesto que saca a luz displacer: no contradice al principio 
de placer, es displacer para un sistema y, al mismo tiempo, satisfacción para el otro. Pero el 
hecho nuevo y asombroso que ahora debemos describir es que la compulsión de repetición 
devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que 
tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones 
pulsionales reprimidas desde entonces. 
El florecimiento temprano de la vida sexual infantil estaba destinado a sepultarse porque sus 
deseos eran inconciliables con la realidad y por la insuficiencia de la etapa evolutiva en que se 
encontraba el niño. Se la repite a pesar de todo; una compulsión esfuerza a ello. 
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Osaremos suponer que en la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que 
se instaura más allá del principio de placer. Y ahora nos inclinaremos a referirnos a ella los 
sueños de los enfermos de neurosis traumática y la impulsión al juego en el niño. 
Respecto del juego infantil, admite su génesis: compulsión de repetición y satisfacción 
pulsional transferencia, es evidente que están al servicio de la resistencia del yo, obstinado en 
la represión; se diría que la compulsión de repetición, que la cura pretendía poner a su 
servicio, es ganada para el vado del yo, que quiere aferrarse al principio de placer. 
La hipótesis de la compulsión de repetición, la cual aparece como más originaria, más 
elemental, más pulsional que el principio de placer que ella destrona, es que si bien en lo 
anímico existe una tal compulsión de repetición, nos gustaría saber algo sobre la función que 
le corresponde, las condiciones bajo las cuales puede aflorar y la relación que guarda con el 
principio de placer. 
Capitulo IV: 
La conciencia no puede ser el carácter más universal de los procesos anímicos, sino solo una 
función particular de ellos. La conciencia brinda en lo esencial percepciones de excitaciones 
que vienen del mundo exterior, y sensaciones de placer y displacer que solo pueden originarse 
en el interior del aparato anímico, es posible atribuir al sistema PCc una posición espacial. 
Capítulo V: 
Se ha llamado “proceso psíquico primario” a la modalidad de estos procesos que ocurren en el 
inconsciente, a diferencia del proceso secundario, que rige nuestra vida normal de vigilia. 
Todas las mociones pulsionales afectan a los sistemas inconscientes, obedecen al proceso 
psíquico primario. 
El fracaso de esta ligazón provocaría una perturbación análoga a la neurosis traumática; sólo 
tras una ligazón lograda podría establecerse el imperio irrestricto del principio de placer. Pero, 
hasta ese momento, el aparato anímico tendría la tarea previa de dominar o ligar la excitación, 
desde luego que no en oposición al principio de placer, pero independientemente de él y en 
parte sin tomarlo en cuenta. 
Las exteriorizaciones de una compulsión de repetición, muestran en alto grado un carácter 
pulsional, y donde se encuentran en oposición al principio de placer. En el caso del juego 
infantil creemos advertir que el niño repite la vivencia displacentera, además, porque 
mediante su actividad consigue un dominio sobre la impresión intensa. Cada nueva repetición 
parece perfeccionar ese dominio procurado; pero ni aun la repetición de vivencias placenteras 
será bastante para el niño, quien se mostrará inflexible exigiendo la identidad de la impresión. 
En el analizado,resulta claro que su compulsión a repetir en la transferencia los episodios del 
periodo infantil de su vida se sitúa, más allá del principio de placer. El enfermo se comporta en 
esto de una manera completamente infantil, y así nos enseña que las huellas mnémicas 
reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial no subsisten en su interior en el estado 
ligado, y son insusceptibles del proceso secundario. 
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¿De qué modo se entrama lo pulsional con la compulsión de repetición? 
Una pulsión seria entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un 
estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas. 
Pues bien; si todas las pulsiones orgánicas son conservadoras, adquiridas históricamente y 
dirigidas a la regresión, al restablecimiento de lo anterior. Ha de ser más bien un estado 
antiguo, inicial, que lo vivo abandonó una vez y al que aspira a regresar por todos los rodeos 
de la evolución. Si nos es licito admitir como experiencia sin excepciones que todo lo vivo 
muere, regresa a lo inorgánico, por razones internas, no podemos decir otra cosa que esto: La 
meta de toda vida es la muerte; y, retrospectivamente: Lo inanimado estuvo ahí antes que lo 
vivo. 
En algún momento, por una intervención de fuerzas que todavía nos resulta eternamente 
inimaginable, se suscitaron en la materia inanimada las propiedades de la vida. La tensión así 
generada en el material hasta entonces inanimado pugnó después por nivelarse; así nació la 
primera pulsión, la de regresar a lo inanimado. 
Durante largo tiempo, quizá la sustancia viva fue recreada siempre de nuevo y murió con 
facilidad cada vez, hasta que decisivos influjos externos se alteraron de tal modo que forzaron 
a la sustancia aún sobreviviente a desviarse más y más respecto de su camino vital originario, y 
a dar unos rodeos más y más complicados, antes de alcanzar la meta de la muerte. El estatuto 
de las pulsiones de autoconservación que suponemos en todo ser vivo presente notable 
oposición. Son pulsiones parciales destinadas a asegurar el camino hacia la muerte peculiar 
del organismo y a alejar otras posibilidades de regreso a lo inorgánico que no sean las 
inmanentes. 
Uno de los grupos pulsionales se lanza, impetuoso, hacia adelante, para alcanzar lo más rápido 
posible la meta final de la vida; el otro, llegado a cierto lugar de este camino, se lanza hacia 
atrás para volver a retomarlo desde cierto punto y así prolongar la duración del trayecto. 
Sigue en pie la posibilidad de que las pulsiones que después se llamarían sexuales entraran en 
actividad desde el comienzo mismo, en vez de empezar su trabajo contrario al juego de las 
pulsiones yoicas en un punto temporal más tardío. 
La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consistiría en la 
repetición de una vivencia primaria de satisfacción. 
El camino hacia atrás, hacia la satisfacción plena, en general es obstruido por las resistencias 
en virtud de las cuales las represiones se mantienen en pie; y entonces no queda más que 
avanzar por la otra dirección del desarrollo, todavía expedita, en verdad sin perspectivas de 
clausurar la marcha ni de alcanzar la meta. 
 
 
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Capítulo VI: 
La conclusión obtenida hasta este momento, que estatuye una tajante oposición entre las 
pulsiones yoicas y las pulsiones sexuales, y según la cual las primeras se esfuerzan en el sentido 
de la muerte y las segundas en el de la continuación de la vida, resultará sin duda 
insatisfactoria en muchos aspectos. A esto se suma que en verdad solo para las primeras 
podríamos reclamar el carácter conservador, regrediente, de la pulsión que correspondería a 
una compulsión de la repetición. En efecto, de acuerdo con nuestros supuestos, las pulsiones 
yoicas provienen de la animación de la materia inanimada y quieren restablecer la condición 
de inanimado. En cuanto a las pulsiones sexuales, reproducen estados primitivos del ser vivo, 
pero la meta que se empeñan en alcanzar por todos los medios es la fusión de dos células 
germinales diferenciadas de una manera determinada. 
Al comienzo, el análisis de las neurosis de transferencia nos compelió a establecer la oposición 
entre las pulsiones sexuales, que están dirigidas al objeto, y otras pulsiones, que discernimos 
de manera muy insatisfactoria y provisionalmente llamamos pulsiones yoicas. Pulsiones que 
sirven a la autoconservación del individuo. Ahora bien, llamo la atención la regularidad con 
que la libido era quitada del objeto y dirigida al Yo (introversión); y, estudiando el desarrollo 
libidinal del niño en sus fases más tempranas, llegó a la intelección de que el yo era el 
reservorio genuino y originario de la libido, la cual solo desde ahí se extendía al objeto. El yo 
paso a formar parte de los objetos sexuales. La libido fue llamada narcisista cuando así 
permanecía dentro del yo. 
Esta libido narcisista era también una exteriorización de fuerzas de pulsiones sexuales en 
sentido analítico. Una parte de las pulsiones yoicas fue reconocida como libidinosa. Por lo 
tanto, nos vemos obligados a destacar el carácter libidinoso de las pulsiones de 
autoconservación y osamos a dar otro paso: discernir la pulsión sexual como el Eros que todo 
lo conserva. 
Hemos partido de una tajante separación entre pulsiones yoicas = pulsiones de muerte, y 
pulsiones sexuales = pulsiones de vida. 
Hemos dejado de llamar a los opuestos, pulsiones yoicas y pulsiones sexuales, para darles el 
nombre de pulsiones de vida y pulsiones de muerte 
Hemos partido de la gran oposición entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte. El propio 
amor de objeto nos enseña una segunda polaridad de esta clase, la que media entre amor 
(ternura) y odio (agresión). 
Capitulo VII: 
El principio de placer es entones una tendencia que está al servicio de una función: la de hacer 
que el aparato anímico quede exento de excitación, o la de mantener en él constante, o en el 
nivel mínimo posible, el monto de la excitación. 
El principio de placer parece estar directamente al servicio de las pulsiones de muerte. 
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“Recuerdo, repetición y elaboración” – 1914 
El medico revela al enfermo resistencias que el mismo desconoce y una vez vencidas, el sujeto 
relata sin esfuerzo las situaciones y relaciones olvidadas. Naturalmente, el fin de estas técnicas 
ha permanecido siendo el mismo: descriptivamente, la supresión de las lagunas del recuerdo; 
dinámicamente, el vencimiento de las resistencias de la represión. El olvido de impresiones, 
escenas y sucesos, se reduce casi siempre a una “retención de los mismos”. Cuando el paciente 
habla de este material olvidado, rara vez no añade que “en realidad siempre he sabido 
perfectamente todas estas cosas; lo que pasa es que nunca me he parado a pensar en ellas”. 
El “olvido” queda restringido por la existencia de recuerdos encubridores que constituyen una 
representación de los años infantiles olvidados. En estos no solamente se conserva una parte 
de nuestra vida infantil, sino todo lo que en ella tuvo importancia. 
Por lo general, resulta imposible despertar el recuerdo de una clase especial de sucesos muy 
importantes correspondientes a épocas muy tempranas de la infancia y vividos entonces sin 
comprenderlos, pero perfectamente interpretados y comprendidos luego por el sujeto. 
Con la nueva técnica, el curso del análisis se hace mucho más complicado y trabajoso; el 
analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido, sino que lo vive de nuevo. No lo 
reproduce como recuerdo, sino como acto; lo repite sin saber, naturalmente, que lo repite. 
Por ejemplo: el analizado no cuenta que recuerda haberse mostrado rebelde a la autoridadde 
sus padres, sino que se conduce en esta forma con respecto al médico. No recuerda que su 
investigación sexual infantil fracasó, dejándole perplejo, sino que produce una serie de sueños 
complicados y ocurrencias confusas y se lamenta de que nada le sale bien y de que su destino 
es no conseguir jamás llevar a buen término una empresa, etc. 
Sobre todo, no dejará de iniciar la cura con tal repetición. Mientras el sujeto permanece 
sometido al tratamiento no se libera de esta compulsión del repetir, y acabamos por 
comprender que este fenómeno constituye su manera especial de recordar. 
La transferencia no es por sí misma más que una repetición y la repetición, la transferencia del 
pretérito olvidado, pero no sólo sobre el médico, sino sobre todos los demás sectores de la 
situación presente. Tendremos, pues, que estar preparados a que el analizado se abandone a 
la obsesión repetidora que sustituye en él el impulso a recordar no sólo en lo que afecta a su 
relación con el médico, sino también en todas las demás actividades y relaciones simultáneas 
de su vida.. Cuanto más intensa es la resistencia, más ampliamente quedará sustituido el 
recuerdo por la acción (repetición). Cuando la cura comienza bajo el patrocinio de una 
transferencia positiva no muy acentuada nos permite penetrar al principio, profundamente en 
los recuerdos y hasta los mismos síntomas patológicos permanecen acallados mientras tanto. 
Pero cuando en el curso ulterior del análisis se hace hostil o muy intensa esta transferencia, el 
recuerdo queda sustituido en el acto por la repetición, y a partir de este momento, las 
resistencias van marcando la sucesión de las repeticiones. 
El analizado repite todo lo que se ha incorporado ya a su ser partiendo de las fuentes de lo 
reprimido: sus inhibiciones, sus tendencias inutilizables y sus rasgos de carácter patológico. 
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Poco a poco vamos atrayendo a nosotros cada uno de los elementos de esta enfermedad y 
haciéndolos entrar en el campo de acción de la cura, y mientras el enfermo los va viviendo 
como algo real, vamos nosotros practicando en ellos nuestra labor terapéutica, consistente, 
sobre todo, en la referencia del pasado. 
La repetición en el tratamiento analítico, supone evocar un trozo de vida real, y por lo tanto, 
no puede ser igual en todos los casos. 
La iniciación del tratamiento trae ya consigo una modificación de la actitud consciente del 
enfermo ante su enfermedad. Generalmente, se ha limitado a dolerse de ella y a despreciarla, 
sin estimar debidamente su importancia; pero, por lo demás, ha continuado observando, con 
respecto a sus manifestaciones, la misma política de represión que antes en cuanto a sus 
orígenes. El sujeto ha de tener el valor de ocupar su atención con los fenómenos de su 
enfermedad, a la cual no debe ya despreciar, sino considerar como una parte de su propio ser, 
fundada en motivos importantes y de la cual podrá extraer valiosas enseñanzas para su vida 
ulterior. 
De esta forma preparamos desde un principio la reconciliación del sujeto con lo reprimido que 
se manifiesta en sus síntomas, pero, por otro lado, concedemos también a la enfermedad un 
cierto margen de tolerancia. Si esta nueva relación con la enfermedad agudiza algunos 
conflictos y hace pasar a primera línea síntomas hasta entonces poco precisos, podemos 
consolar fácilmente al enfermo observándole que se trata de agravaciones necesarias, pero 
pasajeras. Pero la resistencia puede aprovechar la situación para sus fines e intentar abusar de 
la tolerancia concedida a la enfermedad. 
Otro peligro es el de que en el curso de la cura lleguen también a ser reproducidos impulsos 
instintivos nuevos situados en estratos más profundos, que no habían emergido aún. Por 
último, aquellos actos que el paciente ejecuta fuera del campo de acción de la transferencia 
pueden acarrearle daños pasajeros e incluso ser elegidos de manera que anulen por completo 
el valor de la salud que el tratamiento tiende a restablecer. 
El médicos se dispondrá, pues, a iniciar con el paciente una continua lucha por mantener en el 
terreno psíquico todos los impulsos que aquél quisiera derivar hacia la motilidad, y considera 
como un gran triunfo de la cura conseguir derivar por medio del recuerdo algo que el sujeto 
tendía a derivar por medio de un acto. La mejor manera de proteger al enfermo de los daños 
que puede acarrearle la ejecución de sus impulsos es comprometerle a no adoptar durante el 
curso del tratamiento ninguna resolución importante (elegir carrera o mujer, por ejemplo) y a 
esperar para ello el momento de la curación. 
Al mismo tiempo, respetamos la libertad personal del paciente en cuanto sea compatible con 
estas precauciones; no le impedimos la ejecución de propósitos poco trascendentales. Hay 
también casos en los que nos es imposible disuadir al sujeto de acometer una empresa 
totalmente inadecuada a sus circunstancias y que sólo mucho después van madurando y 
haciéndose asequibles a la elaboración analítica. En ocasiones, sucede también que no nos da 
tiempo de imponer a los instintos impetuosos el freno de la transferencia o que el paciente 
rompe, en un acto de repetición, los lazos que le ligaban al tratamiento. 
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Pero la mejor manera de refrenar la compulsión repetidora del enfermo y convertirla en un 
motivo de recordar la tenemos en el manejo de la transferencia. Reconociendo en cierto modo 
sus derechos y dejándola actuar libremente en un sector determinado, conseguimos hacerla 
inofensiva y hasta útil. La transferencia cumplirá la función de hacer surgir ante nuestros ojos 
todos los instintos patógenos ocultos en la vida anímica del analizado. Cuando el paciente nos 
presta la mínima cooperación, conseguimos siempre dar a todos los síntomas de la 
enfermedad una nueva significación basada en la transferencia y sustituir su neurosis vulgar 
por una neurosis de transferencia, de la cual puede ser curado por la labor terapéutica. La 
transferencia crea así una zona intermedia entre la enfermedad y la vida, y a través de esta 
zona va teniendo efecto la transición desde la primera a la segunda. 
El vencimiento de las resistencias se inicia revelando el médico al analizado la existencia y 
condición de las mismas, ignorada siempre por el sujeto. La revelación de la resistencia no 
puede tener por consecuencia inmediata su desaparición. Ha de dejarse tiempo al enfermo 
para ahondar en la resistencia, hasta entonces desconocida para él, elaborarla y dominarla, 
continuando, a su pesar, el tratamiento conforme a la regla analítica fundamental. Sólo al 
culminar esta labor llegamos a descubrir, en colaboración con el analizado, los impulsos 
instintivos reprimidos que alimentaban la resistencia. En todo esto, el médico no tiene que 
hacer más que esperar y dejar desarrollarse un proceso que no puede ser eludido ni tampoco 
siempre apresurado. 
En la práctica esta elaboración de las resistencias puede constituir una penosa labor para el 
analizado y una dura prueba para la paciencia del médico. Pero también constituye parte de la 
labor que ejerce sobre el paciente mayor acción modificadora y la que diferencia al 
tratamiento analítico de todo influjo por sugestión. 
Lo siniestro – Freud 1919 
La actividad psicoanalítica se orienta hacia otros estratos de nuestra vida psíquica y tiene poco 
contacto con los impulsos emocionales, inhibidos en su fin, amortiguados, que forman por lo 
común el material de la estética. 
Sin embargo, puede darse la ocasión de que sea impulsado a prestar su interés a determinado 
sector de la estética, tratándose entonces generalmente de uno que está como a trasmano, 
que es descuidado por la literatura estética propiamente dicha. Lo siniestro, forma uno de 
estos dominios. 
No cabe duda que dicho concepto,este próximo a los de lo espantable, angustiante, 
espeluznante, pero no es menos seguro que el termino se aplique a menudo en una acepción 
un tanto indeterminada, de un modo que casi siempre coincida con lo angustiante en general. 
No obstante, podemos abrigar la esperanza de que el empleo de un término especial para 
denotar determinado concepto, será justificado por el hallazgo en él de un núcleo particular. 
Poco nos dicen al respecto las detalladas exposiciones estéticas, que por otra parte prefieren 
ocuparse de lo bello, grandioso y atrayente, es decir, de los sentimientos de tono positivo, de 
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sus condiciones de aparición y de los objetos que los despiertan, despreciando en cambio la 
referencia a los sentimientos contrarios, repulsivos y desagradables. 
Podemos elegir ahora entre dos caminos: O bien averiguar el sentido que la evolución del 
lenguaje ha depositado en el término siniestro, o bien congregar todo lo que en la persona y 
en las cosas, en las impresiones sensoriales, vivencias y situaciones, nos produzca el 
sentimiento de lo siniestro, deduciendo así el carácter oculto de este a través de lo que todos 
esos casos tengan en común. 
Confesamos sin tardanza que cualquiera de ambas vías nos llevará al mismo resultado: 
Lo siniestro, seria aquella suerte de espantoso que afecta a las cosas conocidas y familiares 
desde tiempo atrás. 
Naturalmente, no todo lo que es nuevo e insólito, es por ello espantoso. Solo algunas cosas 
novedosas son espantosas; de ningún modo lo son todas. 
Es necesario que a lo nuevo y desacostumbrado se agregue algo para convertirlo en siniestro. 
Caminos a seguir: 
• El primero, a partir del cual Freud comienza su investigación con un profundo estudio 
del término lingüístico, con la intención de indagar el significado que el desarrollo de la 
lengua ha ido sedimentando en la palabra siniestro. 
• El segundo, donde propone agrupar todo aquello que en personas, cosas, impresiones 
sensoriales, vivencias, situaciones despierta el sentimiento de lo siniestro, dilucidando 
lo común en todos los casos para ver el carácter oculto de lo siniestro. En este punto, 
ya no se adelanta que ambos caminos llevan a ver en lo siniestro aquella variedad de 
lo terrorífico que se remonta a lo concebido de antes, a lo familiar desde hace tiempo. 
De ahí surge la pregunta punto de partida del que arranca el texto. ¿Cómo lo familiar, 
deviene siniestro? 
Primer punto 
Lo Unheimlich es lo opuesto a Heimlich (íntimo), Heimisch (doméstico) y Vertraut (familiar). Así 
pues, lo Unheimlich no es ni concebido ni familiar. Ahora bien, lo novedoso y lo no familiar no 
siempre es terrorífico, solo se puede decir que lo nuevo se vuelve fácilmente terrorífico. Algo 
de lo novedoso es siniestro, pero no todo. A lo no familiar, hay que agregarle algo para que lo 
vuelva siniestro. 
En Alemán, ya aparece que Heimlich no es univoca, sino que tiene dos significados distintos, y 
uno de ellos coincide con Unheimlich. Heimlich remite por un lado a casa, y por el otro a 
clandestino, oculto. Este último es un significado compartido también por Unheimlich, así que 
solo se opone a Heimlich en un significado: casa. 
Freud introduce aquí la definición que da Schelling de lo siniestro: Unheimlich es todo lo que 
estando destinado a permanecer oculto, secreto, ha salido a la luz. 
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Heimlich ha desarrollado su significado siguiendo la ambivalencia hasta coincidir con su 
opuesto, Unheimlich, y convirtiéndose este último en una variedad del primero. Así pues, solo 
con el estudio de la palabra ya se puede entrever el contenido de lo siniestro, a saber algo 
relacionado con lo familiar y lo oculto. 
Segundo punto 
Freud hace un recorrido por personas, cosas, impresiones, procesos y situaciones, capaces de 
despertarnos, con particular intensidad el sentimiento de lo siniestro. 
Nos aclara que partimos de la base de que la represión produce angustia, lo angustioso es algo 
reprimido que retorna, y esta variedad de lo angustioso, es lo siniestro. No importa si en su 
origen el contenido de esto reprimido, era angustioso o no, sino que angustia precisamente 
por retornar de lo reprimido. 
Lo siniestro de vivenciar es reconducible a lo reprimido familiar. En primer lugar, por lo que 
hace referencia a la omnipotencia de pensamiento, al cumplimiento de deseos y otros, vuelve 
a mirar hacia los ancestros y sus creencias. En segundo lugar, encontraríamos complejos 
infantiles reprimidos como explicación a algunos fenómenos que cumplen el complejo de 
castración, las fantasías de vivir en el seno materno, aunque sean menos frecuentes las 
vivencias objetivas que despierten esta segunda clasificación. 
Así pues, lo siniestro en el vivenciar se produce cuando complejos infantiles reprimidos, son 
reanimados por una impresión, o cuando parece reafirmarse convicciones primitivas 
superadas. A los dos tipos les uniría que las convicciones primitivas tienen su raíz en complejos 
infantiles. 
(+) 
❖ Lo siniestro no es efectivamente algo nuevo o ajeno, sino algo familiar de antiguo a la 
vida anímica. Solo enajenado de ella por el proceso de la represión; ahora bien, el 
prefijo “un” de la palabra “unheimlich” es la marca de la represión. 
❖ El factor de la repetición del igual como fuente del sentimiento siniestro, tal vez no sea 
aceptado por todas las personas. Pero bajo ciertas condiciones y en combinación con 
determinadas circunstancias se produce inequívocamente un sentimiento de esa 
índole. Por ejemplo como aquellas en que Freud deambulaba por las calles vacías de 
una ciudad de Italia y a pesar de tratar de alejarse de una calle en particular de pronto 
se encontraba de nuevo en la misma calle, o cuando cualquiera se extravía en el 
bosque y a pesar de todos sus esfuerzos por hallar un camino familiar, retorna 
repetidas veces al mismo lugar. 
También, en otra serie de experiencias, discernimos sin dudas que es solo el factor de 
la repetición no deliberada el que vuelve siniestro algo en sí mismo inofensivo, y nos 
pone la idea de lo fatal, inevitable, donde de ordinario solo habríamos hablado de 
casualidad. Por ejemplo, si uno se topa con el numero 62 varias veces el mismo día, 
uno lo halla siniestro. 
Todas las experiencias anteriores nos hacen esperar que se sienta como siniestro 
aquello capaz de recordar a esa compulsión interior de repetición. 
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“La segunda tópica” 
 
 
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