Vista previa del material en texto
Los cuerpos de la psicología social: representaciones de la corporalidad Eduardo Apodaka Ostaikoetxea, Mikel Villarreal, Javier Cerrato Allende Publicado in: Textos y pretextos para repensar lo social: libro homenaje a Jesús Arpal / coord. por Ignacio Mendiola, 2008, ISBN 978-84-9860-140-4 , págs. 215-244 1. La Psicología Social y las representaciones del cuerpo Es un lugar común en las ciencias sociales hablar del cuerpo socialmente representado, elaborado o incluso socialmente construido. El sentido común, sin embargo, ampara todavía un ―cuerpo natural‖, un cuerpo que se desarrolla por sí mismo ajeno a los deseos de la persona, un cuerpo que es incluso ajeno o previo a las determinaciones de la vida, de la vida social e incluso de la vida biológica. Hay está lo natural, frente a todos los artificios de la vida tecnológica. No obstante, esta representación del cuerpo no es la única que podemos encontrar en el sentido común; cada vez es más habitual la experiencia de la tecnología insertada en el cuerpo o en la gestión del cuerpo (en su ―uso y disfrute‖). En general, sin embargo, poca gente considera a sus implantes o apéndices tecnológicos como parte del cuerpo: están en el cuerpo, pero son más bien lo contrario del cuerpo, lo que en el cuerpo ha dejado de ser tal. A pesar de lo extendido de la experiencia cyborg (los implantes y los apéndices corporales son ya algo común y general), no pertenece a los recursos representacionales y discursivos de la mayoría. Por otro lado, en la representación clásica del cuerpo éste es un organismo físico que ―habitamos‖. Una materia inanimada a la que el espíritu da vida. El soplo inicial, el aliento creador es divino. Pero el ánima personal también vivifica, anima, esa materia. Es el viejo esquema del aristotelismo: materia / forma. El cuerpo es el receptáculo material que contiene una forma anímica. Hoy en día, sin embargo, también nos encontramos con la representación contraria: el cuerpo es un contenido del alma. Los cuerpos o los estados corporales son producto de la actividad de interpretación y comprensión del sí mismo que, más que una actividad ―espiritual‖ o ―eidética‖ es un adaptarse a las relaciones en que uno es: relaciones físicas con el medio ambiente natural, relaciones sociales con el medio social, relaciones psíquicas consigo mismo. El cuerpo es el habitante de los proyectos de una subjetividad cada vez menos sustancial, menos determinada en sus detalles, en sus contenidos, por las estructuras o las instituciones sociales. Aunque se piense todavía en un alma individual, interna e íntima, el alma habitación del cuerpo es exterior, es relación, es comunicación y es constante referencia a los otros. El cuerpo habita en estilos de vida, en estilos de consumo y presentación de uno mismo, en prácticas y discursos sociales de representación de la persona. Y, aunque cada vez es menor la distancia entre el alma y el cuerpo, dado que ninguna de ambas se presenta socialmente como sustancial al sujeto, el sujeto psicosomático se autorrepresenta cada vez más como objeto de deseo en cualquiera de sus aspectos. Lo que somos o lo que queremos ser son opciones. Esta representación está sobredeterminando las demás forma de representar al cuerpo y al sujeto, de modo que incluso en formas de vida tradicionales la determinación socioestructural, la http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=124599 http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=2111306 http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=336596 http://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=360883 http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=150299 http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=150299 http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=150299 tradición o la cultura, se subjetivizan: son nuestra opción, la de ser uno mismo de forma estable según modelo heredados. La Psicología Social también está afectada por aquello que estudia: las representaciones sociales del cuerpo, la psicología social del cuerpo, afectan a los juicios de quienes hacen ciencia de los juicios de sentido común. Sin embargo, como disciplina científica no escapa a la influencia de planteamientos novedosos, en especial a la de la crítica a conceptos tradicionales. Uno nos interesa de manera especial: la disolución del yo (self). La disolución del yo mismo de la que hablan los psicólogos sociales tiene que ver con las dificultades de constituir un autoconcepto coherente y consistente y una voluntad autocontrolada que se conduce a sí misma de forma previsible y programada. El origen de esta dificultad es de origen sociocultural, aunque se han usado términos de patologías psíquicas para describir sus efectos: narcisismo, autismo, esquizofrenias, trastornos de personalidad... Podemos plantear la tensión existente entre la psicología social del sentido común, las etnopsicologías, y la Psicología Social disciplina científica a la hora de representar el cuerpo según dos tesis o versiones de lo que está en juego: La tesis epistemológica: el acceso al cuerpo siempre está mediado por representaciones. La naturaleza que se atribuye al cuerpo es también una construcción sociocultural. Vivir el cuerpo es vivirlo a través de representaciones. El cuerpo natural (en sí) esta siempre enterrado en nuestras miradas. Pero su realidad natural insiste, nunca deja de interrumpir el discurrir de nuestros deseos: enferma, sufre, muere, y así nos muestra que tras la cortina de representaciones vive el cuerpo ajeno a la determinación cultural. Según esta tesis, lo que la Psicología Social estudia como representación social del cuerpo es la construcción de imágenes, metáforas, conceptos, teorías implícitas, prácticas asociadas a estructuras cognitivas, etc., todo ello más o menos estructurado en conjuntos que han sido denominados representaciones sociales. La tesis ontológica: no hay cuerpo, hay cuerpos situados en algún punto de la malla de relaciones sociales en la que vivimos, el cuerpo vivido, el cuerpo conocido siempre es ―alguien para alguien‖. Los cuerpos son productos dinámicos, cambiantes, inestables y precarios de la tensión entre las disposiciones sociales y las disposiciones biológicas. No hay ningún cuerpo en un solo tipo de disposiciones: sin sociedad el cuerpo humano es un cadáver, sin la materia biológica, sin organismo, el cuerpo humano es un espectro (una imagen, un reflejo, una sombra...). Según esta tesis, lo que la Psicología Social estudia como representaciones sociales son las representaciones (en sentido teatral) del cuerpo en sociedad, su presentación, que equivale a decir su construcción socio-simbólica. Y lo hace o debe hacerlo en un horizonte de fragmentación de los universos simbólicos, de multiplicación de las relaciones entre diferentes campos socio-representacionales. 1 Otra forma de entender la oposición entre ambas tesis es la reducción de ambas a la actividad humana: descubrimiento versus invención, naturaleza versus artefacto… Entre ambos polos dicotómicos se sitúan las experiencias corporales actuales, cada vez más en los difusos estadios intermedios. La genética, por ejemplo, se presenta ya como una renaturalización del cuerpo, un nuevo non plus ultra sobrepasado o una nueva terra ignota descubierta, ya como una intervención, una invención, una tecnología de construcción de cuerpos-artefacto. La genética ha convertido la naturaleza en información, una información en el caso humano genérica: la ―naturaleza humana‖. Y nos enfrentamos una vez más con la imposible definición de esa naturaleza, de su núcleo fundamental, de aquello que no podemos cambiar sin dejar de ser humanos…2 Y, sin embargo, el propio proyecto Genoma nos recuerda que no hay ―Cuerpo Humano‖: el genoma secuenciado es el genoma de unas pocas personas concretas… personas irreductiblemente diferentes. ¿Es el genoma de esas personas su yo sustancial, objetivo y real? ¿Es ese código la persona psicosomática? Comoen el caso del lenguaje, debemos aquí reivindicar la primacía de la lengua sobre el lenguaje. Los códigos lingüísticos no son nada fuera de la actuación lingüística, ¿qué puede ser el código sin la vida? La información disuelve el cuerpo. De otro campo, de otro frente pro Humano, que también muestra su descontento con las humanidades encontradas, con las humanidades vividas, con los psicosomas empíricos, nos viene otra apercepción sobre la irrealidad de nuestros cuerpos: ―la lección última del ciberespacio es aún más radical: no sólo perdemos nuestro cuerpo material inmediato, sino que nos percatamos de que nunca ha habido un cuerpo como tal – nuestra auto-experiencia corporal era siempre ya la de una entidad imaginaria y conformada-‖ (Žižek, 2004:67). Biotecnologías, nanotecnologías, ingeniería genética, superordenadores se confabulan contra el cuerpo individual, biológico e inmediato. A pesar de la aparente inhumanidad de estas tecnologías, sus defensores más fantasiosos defienden sin más la radicalización absoluta de la subjetividad moderna: la descorporeización, la conversión del yo en pura vivencia inmaterial. Está por ver si el yo puede resistir esa inmaterialidad y seguir siendo yo.3 Respecto a la realidad del cuerpo podríamos decir, emulando a Borges, que soñamos una sociedad, un individuo, un cuerpo-yo para explicar la fuerza social, psíquica u orgánica que sentimos y que la realidad del efecto nos hace presuponer una pareja realidad de la causa. Podríamos decir, por tanto, que la sociedad, el individuo o el cuerpo son ―sueños soñados‖ por aquellos que viven siendo ellos. Representamos una sociedad o una persona explicando, dando sentido o asimilando a nuestro entender las fuerzas sociales difusas, amorfas, inaprensibles, y de este modo la realidad difusa de las determinaciones se convierte en realidad determinada de los entes indeterminados: del ser en sí de la sociedad, de tal o cual sociedad, del ser en sí del individuo, de tal o cual individuo. No es necesario decir que la determinación no es nunca segura, que toda institución se muestra débil ante el flujo representacional, ante el flujo (re)significante e reinstitucionalizador de la vida social y simbólica de los seres humanos. El ser humano, sujeto agente de la hermenéutica de sí mismo, para constituirse en persona debe afrontar su constitución integral en relación con las disposiciones ambientales, orgánicas y psíquicas: incardinará las disposiciones sociales y ambientales en general y socializará las disposiciones orgánicas. El único fundamento ontológico al que podemos asirnos es el proceso mismo que cuando tiene ―éxito‖ finaliza en la constitución de actos ―autoconstituyentes‖ que solemos denominar ―persona.‖ Ese ser —ese ―ser siéndose‖— no tiene más fundamento que una imaginación libre radical que, sin embargo, sólo encontramos en formas de ser heredadas, establecidas, cosificadas u objetivadas (Castoriadis, 1989:178). Retrospectivamente, la acción social sobre las predisposiciones orgánicas crea un uno autoaccionado, una persona singular, un sujeto. La singularidad y subjetividad han adquirido formas muy diferentes en la historia humana. La escisión entre cuerpo y espíritu, correlativa a la separación de los cuerpos entre sí y la disección del cuerpo en sí, es una. Ahora bien, ninguna de las dos versiones mencionadas anteriormente nos da una explicación completa de lo que hoy en día está en juego en las representaciones del cuerpo. La tesis epistemológica es una tesis representacional clásica. Pertenece a un régimen de representación en el que el signo se fundamenta en una escisión entre significante y significado, entre práctica y teoría, entre psicologías sociales y Psicología Social, entre vida y sentido, entre materia e idea, entre particular y universal... La tesis ontológica comparte el horizonte de las escisiones anteriores pero se inclina a considerar a las primeras como construcciones operadas en sí mismas por las segundas, como un extrañamiento de una parte operado por el todo: el significante es parte extrañada del significado, la práctica parte alienada de la teoría, la vida es sentido enajenado, etc. 4 Además, la tesis ontológica se presenta hoy en día bajo la forma construccionista: la realidad ontológica es construida, no hay una sola realidad ontológica, sino numerosos y variados sistemas ontológicos. Así, pues, la tesis ontológica entendida como construccionismo radical pone en las realidades prácticas y empíricas la Realidad ontológica de la teoría, de la reflexión, de la deliberación, de la decisión y, en definitiva, de la acción. Esta es su diferencia con la ontología clásica que, hasta el estructuralismo, ha situado en lo profundo de las cosas empíricas el ser Real. El construccionismo no supera el dualismo, ni la escisión, lo que nos dice es que el ser Real de lo social (y nuestra representación del mundo lo es) es puesto por la acción y la interacción. Una forma de integrar ambas y de escapar a los problemas que nos plantean la brindan lo que Lash ha denominado ―las formas tecnológicas de vida‖. La formas tecnológicas de vida nos han devuelto al empirismo monista, sin escisión, en el que el observador y observado se confunden, en el que lo trascendental está confundido con lo inmediato y lo inmanente de la vida corriente, en el que ―las estructuras ontológicas ya no tienen sentido‖ (Lash, 200: 45). No hay significado profundo, ni epistemológico, ni ontológico, solo significado empírico, cotidiano y contingente. Esto no significa que la Psicología Social desaparezca, simplemente se sitúa junto a las psicologías sociales. Participa con ellas en su juego: el juego de la práctica social corriente, el juego de las explicaciones (account) cotidianas, de los recursos discursivos confundidos con las prácticas.5 Como dice Žižek (2005): los protagonistas de la violencia más agresiva hacen Psicología Social, discurso teórico, acerca de las causas de su violencia.6 Los psicólogos sociales recogen esas explicaciones y sus prácticas para elevarlas por medio de la modelización o del tratamiento estadístico a Teoría. Pero la Teoría no queda en ningún elevado lugar: es utilizada, retórica, discursiva o simbólicamente, por los autores de la vida social. Esto es, como hemos dicho, lo que estudió Moscovici en La Psychanalyse. Son image et son public (1961), la obra seminal de la teoría de las representaciones sociales que trataba, precisamente, de la transferencia de un ―discurso experto‖, del psicoanálisis, a campos socio- representacionales generales, a las formas de vida. Una transferencia que transforma y reconfigura el propio psicoanálisis: el reflejo en el espacio social del conocimiento común de la reflexión experta. Un juego, pues, de reflejos entre formas de vida y discurso teórico. Pero en las formas de vida tecnológicas, dice Lash, la reflexividad está inserta en las actividades. El cuerpo es representado y presentado a un tiempo. No hay distancia entre ambas actividades prácticas, pero la presentación adquiere primacía sobre la representación. La caída de las representaciones al terreno de las prácticas (re)presentacionales es también un cambio en el ―régimen de significación‖. Abordaremos lo que este cambio supone para la representación social del cuerpo. Pero antes, dado que partimos de la experiencia del cuerpo del Yo, ¿qué le supone la disolución de la experiencia del Yo único y uno a la experiencia del cuerpo? 2. Del Yo de la Identidad y de la Diferencia al yo psicosocial La tradición occidental ha representado el cuerpo como un contenedor material de espíritu o bien como un significante en el que se inscriben los rasgos del ser social. La identidad normativa de la modernidad, la forma correcta de ser alguien en la modernidad, reducía la complejidad de la relación entre contenedor y contenido a una coherente y unívoca relación entre un significante material fiel reflejo de la vida y la inclinacióndel espíritu, de la persona. El espíritu debe dominar al significante y debe expresarse a través del cuerpo, revistiéndolo de todo tipo de ropajes y rasgos significativos, porque corre el peligro de aparecer desnudo ante los demás, es decir, sin el significado social de su posición. Los sociólogos o los antropólogos reconocerían en ese significante corporal al ser social (incardinado, hecho carne), los psicólogos escrutarían en él la psique profunda. La experiencia cotidiana tradujo la relación de forma unívoca: un ser significado, un cuerpo. Empeñarse en ser uno mismo es empeñarse en ser uno. Y el cuerpo ampara supuestamente esta unidad-unicidad. Para constituir el cuerpo en significante y el espíritu (o la cultura, o lo social, o lo psíquico, o lo simbólico) en significado primero hubo que diseccionar a las personas en cuerpo y alma, es decir, primero hubo que romper aquello que sería signo, hubo que dividir a las personas en su significante material y empírico, encadenado a las relaciones mecánicas de causa-efecto, y en su significado espiritual, libre o, por lo menos, capaz de elegir el curso de sus acciones. Descartes es el paradigma de esta escisión. Y del problema que supone establecer el nexo de unión entre significante corporal y significado psíquico. ¿En qué parte o aspecto del significante, de la representación, se encuentra la vinculación con el significado? ¿De qué naturaleza es dicha vinculación: convencional, natural, sagrada...? ¿Cuál de esas partes es el verdadero yo? ¿Cuál debe controlar a cual? Hoy, sin embargo, aun manteniéndonos en ese esquema básico empezamos a considerar otros problemas; la disolución relacional de la persona (en selves, en roles, en personalidades, etc.) y su ―problemática‖ unidad atraviesan la psicología y la sociología ―postmoderna‖. También la vida común y las formas de vida corrientes. K. J. Gergen (1987, 1992) es en Psicología Social quien con más claridad ha abordado la cuestión. Su tesis básica es la siguiente: ―La saturación social nos proporciona una multiplicidad de lenguajes del yo incoherentes y desvinculados‖, una hetereglosia del yo, una fragmentación de la concepción del yo. Hoy en día contamos con numerosas ―tecnologías de saturación social‖ que han provocado un estado multifrénico. La consecuencia es que ―en el mundo postmoderno, el yo puede convertirse en una serie de manifestaciones relacionales, y estas relaciones ocuparían el lugar que, en los últimos siglos de historia occidental tuvo el yo individual‖ (Gergen, 1992). Las consecuencias psicológicas de la postmodernización confluyen en varios puntos: Las tecnologías de saturación social, los ―sistemas tecnopersonales‖, la desvinculación o la desinstitucionalización han modelado un individuo sin carácter (Sennet, 2000), incoherente, multifacético y polimorfo, proteico (Lifton, 1993), sin un centro de identidad sólido (Castoriadis, 1998). La motivación de ese individuo es fundamentalmente hedónica: se solaza en relaciones fraccionarias experimentando con las posibilidades de ser dentro del carnaval identitario en que se ha convertido la vida: ―¿Por qué deberíamos estar ligados por cualquiera de las señas tradicionales –se pregunta el postmoderno–, como el sexo, la profesión, el grupo étnico, la nacionalidad, etcétera? Liberado de las exigencias tradicionales de coherencia, el postmoderno no se inmuta si se lo acusa de ―carácter débil‖, ―flojo‖, ―voluble‖, etcétera‖ (Gergen, 1992). El individuo es dividuo, está fragmentado en identidades parciales, pasajeras, encoladas (patchwork de identidades según Castoriadis, 1998: 133), consumibles, de imágenes y simulacros (Baudrillard, 1978). No hay en la elección de esas identidades ninguna fuerza trascendental, sólo los imperativos de la vida social, del mercado, de la integración o distinción. La dispersión egótica ha dado lugar a varias egonomías que ordenan esa dispersión (Elster, 1986, 1997). La estructura social y el posicionamiento del sujeto en la misma nos explican el uso de unas u otras identidades (Stryker, 1987; Harré y Langenhove, 1999). Desde el punto de vista modernista, el narcisismo es conformismo, desde el punto de vista postmodernista, el narcisismo es libertad. En ambos casos, se puede interpretar como una precipitación de la autonomía del sujeto, del proyecto de autonomía (Castoriadis, 1998) que surgió en la baja Edad Media, precipitación posible gracias a las formas sociales modernas y a las tecnologías de subjetivación. Una vez más, la cuestión es soltar lastre ―colectivo‖ y ―social‖ en pro de la autonomía, de la mismidad expresiva. Es una vieja historia, pero el momento exige ahora liberarse del lenguaje de la Identidad, de los vínculos ontológicos que le atan a una identidad dada, a una identidad esencial, fija e invariable: ―se han liberado, dicho de otro modo, de la tiranía de tener que ser ellos mismos‖ (Castoriadis, 1998: 133). Se impone la Diferencia. Por supuesto, la disolución o la desconfianza en las ―verdades ontológicas‖ también supone una seria desconfianza hacia la posibilidad de una entidad psíquica verdadera. Y, desde luego, de una entidad corpórea verdadera. Para la nueva representación de ambas entidades se impone el pragmatismo inmanente de Rorty: ―Somos seres divididos, cuyo espacio interior está poblado por varias «personas», que pertenecen a diversos juegos lingüísticos, en constante interacción causal, pero sin la coherencia que aporta la idea de una persona unificada‖ (Rorty, 1983). La metáfora tecnológica de nuestra identidad ipse (Ricoeur, 1990), de nuestra unicidad psíquica y orgánica, es el teléfono móvil: es el paradigma y el instrumento de las fuerzas de fusión que mantienen cierta vinculación entre los distintos juegos de lenguaje, entre los círculos de relación dispersos, entre los yo plurales, entre los miembros de grupos cada vez menos vinculados.7 El móvil desubica tanto como ubica, es al tiempo metáfora e infraestructura de la dispersión y de la unión del yo; sin contradicciones, pero con conflictos hace que el yo pueda transitar por esos juegos del lenguaje siendo un número identificable, localizable. Todo ello, por supuesto, si el interesado quiere mantener esa unicidad abierta y comunicativa (un número me cubre en todos mis ámbitos de relación, me vincula con mis relaciones). El yo ubicuo es así un yo ausente, en transito hacia otra parte, el móvil juega el papel del nexo social y psíquico. El aparato y la red tecnología que lo soportan adquieren en las relaciones dístales el papel del yo-piel, de la envoltura psíquica de las diversas manifestaciones psíquicas, se convierten en la piel que permite unificar la yo y tomar con-taco con los demás (Anzieu, 1985; Houzel, 2004). La piel psíquica, la transición psíquica que a modo de barrera y de puente unificar y pone en relación al yo, se externaliza. Ahora bien, la dispersión de los juegos lingüísticos relacionados con el yo tiene límites estructurales. El capital identitario cifrado en la accesibilidad a los recursos representacionales no está distribuido por igual. Hay límites que exponer, límites que se van derrumbando y reconstruyendo. En general, las reflexiones de Gergen son continuación de una larga corriente de pensadores que han considerado al yo un producto reflejo de las relaciones sociales. Los más reconocidos son a su vez continuadores de G. H. Mead. Pero la idea del reflejo psíquico de lo social no es extraña a autores como Simmel, Marx, Mauss, Halbwachs, N. Elias... En general, se puede considerar como una de las ideas fuerte de la sociología: el producto de la socialización es una variable dependiente de la estructura social. Y, en casi todos los casos, hay una estrecha relación entre la estructura social y la estructura psíquica: cuanto más compleja y abierta la estructura social, tanto más complejo y abierto es el psíquismo y su precipitación pragmática, el yo. Y, del mismo modo, tanto más carentede sustancia y más lleno de relación. No hay, pues, contradicción entre el sujeto sin sustancia, propio de un grado cero de lo social (Lipovetsky, 1983), y el sujeto saturado por las relaciones sociales. En resumen, en la sociedad postindustrial, en su lógica cultural o postmodenidad (Jameson, 1984), las instituciones fuertes de la modernidad sólida han cedido se han hecho líquidas (Bauman, 2003). Su correlato individual, el sujeto ―piedra‖ monolítico y estable, ha sido sustituido por la Singularidad de la Diferencia como absoluta apertura del ser y dominio sobre sus determinaciones. Al Universal del Sujeto de la Identidad, el postmodernismo opone con fuerza lo Singular de la Diferencia, igualmente Universal. Como indicábamos en otra parte (Apodaka & Villarreal, 2007), la inversión de los términos vuelve a dejar al sujeto ―real‖ una vez más arrojado en los brazo del Sujeto simbólico, ahora ―Diferencia‖, es decir, pura potencia o deseo indeterminado que deambularía de una determinación ―optativa‖ a otra, simplemente para demostrarse a sí mismo que existe como pura soberanía de la voluntad. De todas formas, el Yo de la Identidad-Diferencia no agota todas las subjetividades actúales. Los sujetos trascendentales, sean de la Identidad o sean de la Diferencia, han cedido ante los sujetos particulares de las ―formas de vida‖. Vamos a seguir la indicación de Lash: en el régimen informacional, en la postmodernización, el yo deja de involucrarse en la representación monológica del Sujeto, y se orienta más hacia la ―presentación dialógica‖ (Lash, 2005; 142). No hay tiempo, ni lugar, para la representación del Sujeto, la vida informacionalizada impone sus normas. Lash reivindica de esta manera al sujeto situado: no desarraigado, no individualizado; un sujeto inherente a las prácticas ―situadas y vigentes‖ (Lash 2005, 158). El producto de una intersubjetividad no trascendental, no reflexiva sino práctica y social, propia de sujetos abiertos, porosos, entreverados, identificados y vinculados entre sí. ¿Cómo afecta todo esto a la representación del cuerpo? 3. Estados y prácticas corporales en un cuerpo único Los cuerpos, como los selves, se han disuelto, han perdido la imagen única y cohesionada, coherente y consistente a que aspiraban y que pretendían tener, sobre todo, los Cuerpos- significantes. Volvamos la vista atrás. Nadie tiene una experiencia directa y unificada de su cuerpo, en el orden de lo Real el cuerpo no existe para el sujeto como un organismo totalmente autónomo, ni hermético, ni siquiera como un organismo.8 La dispersión de experiencias corporales: dolores, enfermedades, emociones, placeres, contactos, etc. se unifican en una imagen, en un significante sociocultural con historia. ¿Cómo son, cómo fueron las otras representaciones? Durante la modernidad la experiencia corporal de numerosa gente continuó siendo una experiencia directa, inmersa en las prácticas del mundo de vida y confundida con ellas; por eso mismo no podía ser la experiencia de un cuerpo único y uno, sino la experiencia o las experiencias de numerosos avatares y cambios que imponían el concurso y la sinergia de disposiciones orgánicas y disposiciones socioculturales en los cursos de vida. Una experiencia sin ―espejo‖, es decir, sin una visión refleja de sí misma. El reflejo preciso para la conformación del yo social eran los otros que devolvían no la imagen de un cuerpo, sino de roles y estatus sociales variables y dinámicos. En ese estado de cosas, la corporeidad propia se equipara con la interacción presente: no hay forma de constituir un cuerpo externo a la corriente de la vida. Es la corporeidad del joven lozano, de la mujer embarazada, del campesino agotado, del enfermo doliente, del torturado, del satisfecho... Y, como no es un cuerpo que sufre esto o aquello, lo que se impone es la presentación y el estado presente: la juventud, el embarazo, el trabajo, la enfermedad, el maltrato, la satisfacción, el vigor... Todos esos estados, esas situaciones sociales y naturales, son lo que la corporeidad significa. Esos estados corporales habitan un mundo de cambio vital y son habitados por el cambio experiencial. Son corporeidades que se viven en mundos cercanos y como estados corporales abiertos, es decir, son la materia mudable y corrompible de una vida sustancial sin abstracciones, sin conceptos vacíos. Así las cosas, la experiencia real fragmentaria del cuerpo, de los estados corporales dispersos cambiantes y perecederos, necesitaba una explicación simbólica que incluyera la creencia en la invariabilidad del alma, ya que el destino, la fatalidad, el pecado, la gracia, etc., antes de explicar la experiencia directa y de sentido común —―no hay cuerpo, hay estados corporales que nos afectan más allá de nuestra voluntad‖―, lo que explican es la creencia contrafactual: ―tú, cuerpo, eres el continente de mi espíritu... en ambos resucitaré‖. 9 Escasamente mediada por imágenes ―congeladas‖, esta experiencia se producía en estados intercorporales primitivos, es decir, en un conjunto de relaciones entre cuerpos poco diferenciados para un gusto moderno: contacto directo de los familiares, hacinamiento en los hogares, hospedajes, hospitales, costumbres sexuales populares, trabajo corporal en grupo, etc., etc. Era una corporalidad poco moderna y poco representacional. Muy tradicional y muy presentacional. Pero fue, sin embargo, una experiencia a convertir en signo. Los cuerpos eran Signum Dei, creación sagrada sometida a las leyes divinas y en ellos se concentraba el simbolismo de las relaciones sociales. Los cuerpos, los estados corporales, estaban animados, habitados como hemos dicho, por las relaciones entre las personas y los avatares de la vida. Eran cuerpos abiertos. El simbolismo no era como la moderna semiotización posterior una interiorización, un pliegue introspectivo del cuerpo hacia su psiquismo: el simbolismo permanecía, como los estados corporales, en la piel de las relaciones; era externo y extenso.10 Más comunicación que información, el simbolismo construía corporeidad en comunidad, en corporación. El cuerpo uno estaba más allá de los cuerpos individuales en el cuerpo de la comunidad. Era el cuerpo místico presente, por milagro de transustanciación, en la eucarística. El cuerpo de cristo se presentaba fragmentado y con una forma no carnal, para ser ingerido. Esta tremenda abstracción del cuerpo tenía poco que ver con las experiencias corporales propias, pero imponía o enseñaba una idea clara de lo que la Cristianitas era una corporación. Exagerando las cosas podríamos decir que la modernidad heredó una intercorporeidad primitiva e indistinta (un ―caos somático‖ sin cuerpos claros y distintos) e instauró una intercorporeidad regulada ―civilizada‖ y ―social‖: las relaciones de intercambio entre cuerpos idénticos a sí mismos, constituidos en la diferencia entre sí. Poco a poco esos estados y prácticas fueron civilizadas, tal como explicó N. Elias: se separaron los individuos y sus cuerpos se convirtieron en contenedores herméticos, en mónadas encerradas en sí. 11 El proceso de individuación y subjetivación de las disposiciones somáticas no se da de una vez para siempre, la ―intercorporeidad‖ debe ser regulada y estrictamente delimitada en el orden social. Foucault describió la historia de la regulación social de las relaciones intercorporales, esto es, la ―historia del sexo‖. Sin una disciplina y un control muy exigentes, sin una ―sobresocialización‖ constante de las pulsiones corporales, el trabajo de diferenciación realizado durante la maduración, la ―institucionalización del cuerpo‖, podría irse al traste. Esto indica a un tiempo cuan fuerte es la intercorporeidad y cual es el esfuerzo de representación, habituación e institucionalización del cuerpo que ha realizarse para que subsista en su aislamiento. El control interior es a su vez una forma de control de interacciones externas, ―corporales‖; a mayor controlinterior mayor conciencia del ―cuerpo‖, mayor rigorismo y puritanismo. No hay un alejamiento respecto al propio cuerpo sino respecto a la intercorporeidad, respecto a los demás cuerpos. El yo psicoanalítico, el yo psicosomático y el cuerpo propio, aparecen en ese proceso. La dispersión corporal se organiza en la represión con la ayuda de imágenes o significantes superyoicos. Constituir el cuerpo aislado, el cuerpo propio autocontrolado y ―no confundido por el caos libidinal‖ es producto de cierta hermenéutica del sí mismo: de la interpretación de las predisposiciones orgánicas según los recursos representacionales y prácticos. El cuerpo psíquico o la psique incorporada normativa es en nuestra tradición cultural el producto de principios internos de acción, voluntad autónoma y autodeterminada, que renuncia a los intercambios somáticos que podrían anular su diferenciación. La envoltura psíquica adquiere un grosor exagerado que la convierten de piel en cáscara, en coraza, crece hacia el interior vaciando el núcleo del psíquismo convirtiéndose en la expresión psíquica fundamental: el autocontrol y la automotivación se sitúan así en la piel de las relaciones. El engorde de la piel envoltura psíquica tiene su correlativa expresión corporal: la piel corporal se reviste de más y más ropajes, de más y más mediaciones entre cuerpos. En el proceso de civilización confluyen, por tanto, fenómenos correlativos que establecen la mediación y la regulación entre uno y su cuerpo y entre su cuerpo y los otros: distinción de los cuerpos individuales (individualización), ensimismamiento, atomización, contención y regulación del contacto, de la ―intercorporalidad‖ políticas y morales de higiene y profilaxis. La atomización en su versión política es igualitarismo que equipara el valor o la naturaleza de los átomos sociales. Esta equivalencia inaugura el problema político, del cuerpo público, consistente en encontrar una intercorporalidad postradicional, un vínculo, una religión profana, para los cuerpos individuales separados y cerrados mutuamente. Sin embargo, la atomización operada en la vida corriente no fue completa (muchas gentes quedaron sin ―civilizar‖) y, sobre todo, no fue igualitaria. Los cuerpos adultos de hombre fueron integrados en la contabilidad cívico-estatal como antes lo habían sido los animales en las haciendas o los soldados en los cuerpos armados: por cabezas.12 Cada uno de ellos tendría un valor equivalente, un cuerpo neutro en cualidades, con un mismo valor intercambiable en cantidad. Mientras tanto en los fuegos, hogares o familias, quedaban contados en masa los cuerpos indistintos, sin individualizar, de las mujeres, de las criaturas, de los ancianos, de los tarados, de los inútiles... No tardarían en ser habilitados por las ideologías progresistas como cuerpos a separar, a higienizar, a disciplinar, a civilizar, y a integrar en las muy regularizadas relaciones intercorporales de la sociedad civil. 4. Los cuerpos de la modernidad El cuerpo desnudo. La revolución francesa decapitó al rey, la modernidad desnudó al rey. Puso ante los ojos de todos lo que los ilustrados, los modernos, venían diciendo: el rey está desnudo; no solo ante los ojos de un dios extramundano, sino también ante los ojos de los hombres todos somos iguales. Las ciencias naturales tomaron al hombre equivalente como objeto de estudio abstracto; su cuerpo, antes interés de médicos, fisiólogos y artistas fue desanimando, desencantado, convertido en materia vacía. La res extensa cartesiana tardó tiempo en llegar al mundo, por lo menos en versión política, cuando lo hizo se presentó en el caso del cuerpo como un contenedor vacío, una materia inerte, muerta. El cuerpo desnudo no vive por sí mismo, está animado por el espíritu. El cuerpo en sí es siempre un cadáver: soma.13 El cuerpo de los naturalistas tenía que ser algo vivo, de ahí que se empeñaran muchos de ellos en buscar los principios vitales que animaban a esa materia, pero el cuerpo de los políticos liberales debía de carecer de cualidades, de rasgos innatos, de diferencias y jerarquías naturales. El cuerpo debía ser un soporte equivalente para todos los ciudadanos libres e iguales, debía estar desnudo: bajo los rasgos particulares, las cicatrices de la vida, los ropajes y abalorios externos, todos los hombres estaban igualmente desnudos. El cuerpo a desnudar. El pueblo, el popolo magro, descubrió en su delgadez que aun no estaba desnudo. Su cuerpo estaba animado, vestido y uniformado por determinaciones externas a su voluntad. Por imposiciones. Y, por si acaso, era conveniente seguir tratando al rey como tal. El mundo social, las relaciones de poder, las relaciones entre las personas, aún no eran relaciones entre polos equivalentes. Y aunque viesen con claridad que el rey era sólo un hombre, el sentido común obligaba a tratarlo como a un rey. El simbolismo que vestía al cuerpo, que hacía a unos nobles, de superior naturaleza, y a otros siervos, de inferior naturaleza, y a todos diferentes en sustancia, todavía se resistía a pasar de las relaciones entre las personas a una mediación como la del dinero. Dos siglos de desarrollo capitalista y de luchas de emancipación han venido a extender esa mediación. De modo que el dinero ha tomado para sí el valor o capital simbólico que antes circulaba en los cuerpos personales (Žižek, 2003:62). El capital por antonomasia es hoy en día un significante, el dinero, antes lo eran matrices de relaciones entre cuerpos de diferentes naturalezas. El mundo de las relaciones se ha desencantado por mediación del significante dinero que funciona como un cuantificador universal de equivalencias. Todo puede ser traducido en dinero. Y, gracias a ello, los cuerpos y sus productos (la fuerza de trabajo, el intelecto, el cuerpo ajeno como objeto de goce, o como materia prima de la cual obtener órganos, o lo que sea) también pueden ser traducidos a un código de cuantificación universal. No hay nada sustancial en esos cuerpos. El trabajo, la institución capitalista del trabajo, liberó a los cuerpos de los últimos ropajes sustancialistas: los desnudó del todo. La desnudez efectivamente general, universal, se presentó y aún lo hace como una utopía moderna: la de una sociedad verdaderamente sana, sin pudores ni temores, una sociedad de iguales que se respetan y se tratan entre sí como adultos autocontrolados. Y que no aprecian la desnudez, porque es natural. El naturismo nos da una imagen certera de esa sociedad sana. La lucha por la igualdad ha sido una lucha por esos cuerpos desnudos, por hacer de todos personas sin diferencias o con diferencias superfluas que no afectan a la abstracta dignidad de las personas.14 Del cuerpo inmutado al cuerpo-signo. El conservadurismo, la reacción antirrevolucionaria, se opuso al yo abstracto, tanto como a su versión corporal, se opuso a la idea de una naturaleza humana. Junto con las versiones populares, e incluso con las ciencias sociales del siglo XIX, insistió en que los cuerpos no eran equivalentes. Pero por diferentes motivos. Para el tradicionalismo los cuerpos concretos de las gentes eran la impresión de lo universal, lo sagrado, lo trascendental. Esos cuerpos eran criaturas de la voluntad divina. Sus rasgos no eran más que la huella creativa de un orden sagrado que hacía a cada cual de una naturaleza particular. Un punto de vista que la antropología física, a medio camino entre ciencia del espíritu y ciencia de la naturaleza, aceptó bajo la categoría Raza. Los tipos físicos se correspondían con los espíritus colectivos, con los pueblos. Eran cuerpos inmutados, sin historia social. Pero, en general, para las ciencias sociales (y las corrientes socialistas) los cuerpos de las gentes eran la expresión del ser social profundo, de la infraestructura social, del sistema o la matriz que rige el mundo. El cuerpo era signo, significante material del espíritu, que no era un yo trascendental, ni el alma de inspiracióndivina, el espíritu era el ser social. Se representaba así un cuerpo que nunca sería solo cuerpo. Los cuerpos quedaban inmersos en un mundo social, el mundo específico y terrenal de la humanidad, que no era ni pura naturaleza, ni una esfera extramundana sagrada, ni las ideologías políticas, morales o científicas. Un mundo histórico en el que los cuerpos eran producto de relaciones sociales, encarnación de los sistemas sociales, de sus regularidades y normas, de sus valores y posiciones. Liguemos lo dicho al devenir del sujeto, durante la Modernidad se puede resumir así: cuanta más subjetividad menos sustancia. Esto es, el sujeto ha ido caminado desde una posición dada en un mundo dado (era una criatura en una creación divina, un súbdito en un reino, un miembro en un clan o en un estamento o en una familia, un habitante en un burgo, un ciudadano en una nación...) hacia su vaciamiento, hacia su desustancialización absoluta, de modo que lo que queda al final de este recorrido es la pura voluntad de ser, voluntad indeterminada que así se quiere a sí misma, por lo cual no puede ser deseo de algo determinado. El contenido, el objeto del deseo, o de la voluntad, aquello que debería mover a la acción, iniciar el movimiento hacia ello, desaparece para no dejar más que una voluntad de voluntad, un deseo de deseo, pura autodeterminación. 15 El cuerpo ideal se convirtió así en la extensión externa de una interioridad inmaterial. Por lo menos esa fue la representación que para sí deseó el sujeto abstracto y aquellos que pretendieron ser ese sujeto. Pero lo externo se transmutó en signo, precisamente por ser la materialidad sin sustancia de la subjetividad, el cuerpo y sus puestas en escena (los modales, las modas, los gestos, los ritos y normas de contacto y de comunicación intercorporal, etc.) se convirtieron en el significante de algo profundo, oculto, estructural. La desustancialización del sujeto-cuerpo, su pérdida de realidad propia, convirtió en significante material al cuerpo. Lo convirtió en la sombra de una ausencia, el aparecer de algo ausente. El cuerpo-uno se presentó como continente del sujeto-uno, del yo; aunque históricamente el sujeto-uno fue previo al cuerpo-uno, la ideografía del sujeto monológico fue previa a su incorporación y se realizó como la expresión contradictoria de figuras concretas de la abstracción. 5. Un nuevo régimen de significación: una nueva corporalidad Durante la Modernidad se fue produciendo y extendiendo a todo el cuerpo social una mediación en la experiencia corporal que se enfrentaba a la corporalidad tradicional y a la corporalidad abstracta. Todo un conjunto de imágenes acompañaron al proceso de individualización en el empeño de hacer del cuerpo signo, es decir, de hacer del cuerpo particular un significante cuyo significado se encontraba en otra parte, un cuerpo alienado carente de significado propio pero cargado de significados transcendentales. Las industrias y las artes de las imágenes mediatizaron, más que los otros, la relación entre uno y su cuerpo. Estas artes, sí producían (y todavía producen) unicidad, unidad, permanencia y consistencia. Lo hacen situando entre uno y sus experiencias corporales un espectro, una imagen supuestamente especular: un significante que deberíamos encontrar cuando acudimos al espejo. Esos significantes inscribieron en el cuerpo un significado: el ser social o el ser psíquico se expresaba en esa materia corporal. De esta forma, la experiencia corporal se tornó socialmente en representación. El cuerpo de cada cual no es más que una representación del ser social (tal como la Sociología nos ha enseñado: las predisposiciones sociales son incorporadas, una visión sociológica aprehende en las facciones, en las manos, en las gesticulaciones de los cuerpos los rasgos prominentes del ser social) o del ser psíquico (el cuerpo, la cara es el espejo del alma, como en el Retrato de Dorian Gray se corrompe o se consagra con el alma). El cuerpo como materia continente se convierte en el objeto de saberes múltiples y también en el sujeto de la representación artística. Por un lado, los cuerpos empíricos convertidos en signo son objeto de saberes hermenéuticos que los presuponen como dóciles productos de la socialización. Proceso por medio del cual el ser social se incardina: se representa en carne y hueso. Por otro lado, la creación artística produce representaciones-tipo, es decir, significante- tipo. La carne es una materia poco fiable, sujeta a cambios y afecciones que estropean los retratos seguros y tipificados del ser social o psíquico, del ser profundo. Por ello la figuración artística ha traducido en materias perdurables, en significantes-tipo, la multiplicidad empírica y mudable de los ejemplares corporales.16 Régimen de significación moderno y corporalidad La lectura sociológica descubre en los cuerpos-ejemplar la representación, el rasgo del sistema, de la estructura, de la institución, lee en ellos la Historia y la Sociedad. Los semiotiza, los convierte en signo o más exactamente en significantes. El arte de la representación, incluida la literatura sociológica y la sociología literaria17, construyó significantes-tipo (o tipos ideales) que atraparon y sobredeterminaron a los significantes empíricos, a los cuerpos psicosociales. Los cuerpos-ejemplar quedaron subsumidos por los cuerpos-tipo. Aquellos funcionaron y funcionan como síntomas, estos como diagnósticos (teorías) que los significan, que los convierten en efectos de una causa futura. REPRESENTADO REPRESENTACIÓN- EJEMPLAR REPRESENTACIÓN-TIPO Cuerpo ausente: El ser social El ser psíquico profundo Cuerpos presentes Las imágenes artísticas: retratos, escenas, paisajes... El determinante oculto El síntoma vivido El síntoma explicado, teorizado... discurso Significado Significantes ejemplar Significantes tipo Pero, tal como hemos dicho, no vivimos actualmente bajo la hegemonía de la representación. Cambios en el régimen de significación han trastocado la relación entre significante y significado y, por ende, la experiencia del cuerpo. Estos cambios corren con la disolución del sujeto, colaboran en la conformación de una experiencia presentacional del cuerpo, de los estados, actividades y prácticas corporales. Situemos ese cambio de régimen al hilo de las características de las formas de vida tecnológicas. Según S. Lash (2005) nos encontramos en un ―régimen informacional‖ en el que destacan como propias unas formas de vida tecnológicas. Lash comienza su análisis de la sociedad de la información desde las cualidades primarias de la propia información y de su extensión, la informacionalización: desarraigo, comprensión espacio-temporal, relaciones en tiempo real... (Lash, 2005: 22). Se han abierto espacios que imponen nuevas formas de relatar y comentar, directa o indirectamente, el sentido de los poderes y de las vinculaciones: formas efímeras, comprimidas, discontinuas, difusas. Y lo mismo ocurre con los sujetos y sus códigos de referencia: la expansión y la discontinuidad, conjuntadas en la interconectividad, rompen la previsible y ―natural‖ continuidad de códigos de espacios de comunicación y pensamiento tradicionales y lineales. En las redes telemáticas y en la vida multicultural no hay códigos comunes previos, tan solo los que sirven o imponen (según se mire) el encuentro con el ―otro‖ y que se presentan a sí mismos como ―no lugares‖ ( y ―no códigos‖), como si no fueran contextos capaces de dar significado. Pero como espacios, por genéricos que sean, amparan el encuentro y la relación suficiente para generar morales pidgins: sistemas básicos que regulan el intercambio y la vida en común en la medida en que ésta se hace necesaria. Y, además, los sujetos emergentes no aparecen nunca en un vacío atemporal, ni en una proyección trascendental. Son sujetos ―a medias‖, hechos y construidos como objetos antes que hacedores,agentes o constructores. Tienen historia, acumulan experiencia y tiempo, se hacen en la empiria del día a día, con límites determinados por su situación y sus encuentros. Son sujetos psicosociales, producto de procesos de psico y sociogénesis. La intersubjetividad y la alteridad han cambiado de sentido: no se sitúan en el antagonismo sujeto / objeto, sino en la perspectiva de una intersubjetividad empírica, ―psicosocial‖, contraria a la perspectiva del sujeto idéntico a sí mismo, sustancial y esencialmente dotado de ―diferencia‖. La identidad y la diferencia son relativas respecto a alguien o algo, surgen en las relaciones, son inmanentes a las prácticas sociales. No hay sujeto trascendental en la intersubjetividad: ―la intersubjetividad trascendental es una contradicción en los términos. O tenemos trascendencia o tenemos intersubjetividad‖ (Lash, 2005: 158). El sujeto psicosocial es un sujeto para el otro, por eso mismo parcial en su propia subjetividad, tan idéntico a sí mismo como diferente, tan diferente del otro como idéntico. No hay ni ―sí mismo absoluto‖ ni ―otro absoluto‖, ni identidad, ni alteridad absolutas. La informacionalización produce cambios de fondo en lo que hemos denominado régimen de significación: Aplana: La dicotomía universal / particular, expresión secularizada de la dicotomía sagrado / profano, y su correspondencia en la fundamentación del conocimiento en el par trascendental / empírico se ―aplanan‖. En un régimen informacional los fundamentos transcendentales se pierden, son sustituidos por un empirismo sin contrapartidas. No hay dualismo desde arriba, como en la oposición sagrado / profano de los sistemas religiosos, ni dualismo por abajo, ―de la profundidad‖, como en las ―formas de vida y la ontología‖ de la modernidad, en su lugar nos queda ―el significado empírico... cotidiano y contingente‖ (Lash, 2005: 45). Convierte la reflexividad en práctica: la reflexividad de las formas de vida tecnológicas no es tanto la reflexión racional separada de la vida y sobre la vida, como la parte de la vida que ―da cuenta‖ de ella misma; la reflexión no es la actividad de un sujeto racional trascendental sobre sus propias determinaciones, en la que teoría y práctica se dan en dos niveles diferentes, aquella sobre está. La reflexión es más bien, dice Lash, una fusión de ambas, una fusión de pensar y hacer en actos de comunicación. La acción no está separada del discurso, de la razón que la legitima tal como han pensado Weber o Habermas, la legitimación de la acción es un rasgo de la misma (Lash, 2005: 285). La inteligibilidad de la acción y su sentido se encuentran en la misma acción como ―estilo‖. Y aunque se sepa dar cuenta de ese sentido, la mayoría de las veces se reconoce sin discurso ad hoc en las prácticas ordinarias o en el transcurso de la acción en las que cada vez son más centrales las comunicaciones, glosas o comentarios de actividades y expresiones (Lash 2005, 292). El sentido es comunicación: en las formas tecnológicas de vida la creación de sentido es para otros. Significa dar cuenta, ―glosar‖, ―comunicar‖ y ―comentar‖ (Lash 2005, 46). Pensar es hacer y es comunicar, en la cultura tecnológica la reflexividad es práctica y es comunicación. Lo que ha variado enormemente es el espacio de la comunicación, sus protagonistas y sus características. Las formas de vida tecnológicas son no lineales, son comprimidas (en ellas las formas de significación son abreviadas, no extendidas y no lineales), son aceleradas, discontinuas y están en el aire, sin localización. Hemos sintetizado los cambios que la informacionalización impone en la significación social del cuerpo en el cuadro siguiente. El fundamental, es la sutura de la escisión entre representación y representado, entre presencia y ausencia, de modo que las dos columnas son equivalentes, son lo mismo: la representación está en las prácticas, es presentación. Régimen de significación informacional y corporalidad (RE)PRESENTACIÓN = (RE)PRESENTADO Representaciones sociales del Cuerpo: la anorexia, el culturismo, las dietas, las operaciones estéticas, la transexualidad, las masculinidades, la ―cyborgmania‖, etc., etc.... Prácticas / estados corporales: los cuerpos esqueléticos de la anorexia, los cuerpos musculosos, cuerpos sometidos a dietas de todo tipo, cuerpos moldeados en operaciones, etc., etc... Los determinantes presentes (incluidos los discursos expertos) El síntoma vivido y explicado: discurso, account, ―glosa‖, recursos interpretativos, retóricos Significantes Significados PRESENTACIÓN Inmediatez entre representación y representado La anorexia es la presentación de prácticas corporales encarnadas en estados corporales (cuerpos empíricos) extremadamente delgados... El culturismo es la presentación de prácticas corporales encarnadas en estados corporales (cuerpos empíricos) extremadamente musculosos... Es como si en las formas tecnológicas de vida el Cuerpo-significante hubiera dejado el lugar protagonista a los cuerpos significados, como si la experiencia del cuerpo no se entendiera como un significante en el que leer significados, como si los cuerpos fueran significados en sí mismos y no significaran algo externo (como si no hubiera semiótica de los cuerpos). Pero podemos probar la operación inversa, resulta que el significante sí es externo a los cuerpos: el significante es modelo, el cuerpo vivido es significado y el Cuerpo deseado significante. Los cuerpos empíricos incardinados en prácticas y experiencias corrientes, se presentan a sí mismos, no son continente de un significado (ni de un espíritu). Son el sujeto y el objeto de la representación, de la práctica corporal. Los cuerpos particulares son el significado, por ejemplo, de significantes como la anorexia, el culturismo, las prácticas saludables, el deporte, las dietas, las operaciones estéticas, las prácticas higienistas, las modas y estilos en el vestir, el peinado, el piercing, etc., etc. Todas estas prácticas, que reúnen en sí numerosos significantes concretos (y casi siempre carentes de significado, son sólo marcas), son prácticas corporales, presentaciones de cuerpos particulares y son, usando el lenguaje poco adecuado del signo, significantes que determinan cuerpos empíricos: la anorexia, por poner un ejemplo, significa los cuerpos esqueléticos de las personas atrapadas por una imagen espectral. O dicho de otro modo, los cuerpos concretos son el contenido de una representación: de un conjunto de prácticas y teorías, son su incardinación. El significante (la Anorexia, el Cuerpo de la anorexia) da identidad a los cuerpos anoréxicos, los convierten en algo con-sentido. Algo terrible que se puede constatar en las páginas web personales dedicadas a defender al Cuerpo de la anorexia: dedicadas a dar sentido a las prácticas corporales anoréxicas incorporándolas, haciéndolas cuerpo e imagen, en personas, en sujetos psicosociales. Todo como si fueran el resultado de una opción personal, explicado y teorizado como el derecho a ser lo que se quiera (se entiende, el poder hacer lo que se quiera del sujeto soberano). El significado está en el mismo nivel que el significante, el cuerpo es ahora el significado y las prácticas son significante. Y, como hemos dicho con Lash, buena parte de las prácticas consiste en comunicar a los otros, en comunicarse a uno mismo, el sentido de lo que se hace. Si el representante material cae hacia algún lado, lo hace hacia el de la Anorexia, como representación social del cuerpo, una entre muchas. Y si el representado es algo, es la encarnación de la representación social, el conjunto de prácticas y accounts que denominamos Anorexia hecha carne: hecha cuerpos. Son esos cuerpos el significado del representante Anorexia. Pero, insistimos, en las formas de vida tecnológicas la representación no nos trae nada externo a sí misma, no es la señal ni el signo dealgo ausente. En los cuerpos de la Anorexia, no debemos leer al ser social, ni a la psique profunda y sus problemas, son lo que presentan y se presentan a sí mismos. ¿Podemos hacer teoría sobre esto? Sí, por supuesto, pero las teorías de la Psicología Social construyen el objeto cuerpo, el objeto enfermedad o el objeto acontecimiento social, tanto como las prácticas de (re)presentación social de la vida corriente o de los medios de difusión. Son una parte de la construcción del significante Anorexia, una parte que puede gozar de prestigio y ser efectiva en la liberación / curación de las personas inmersas como significados en ese significante (encadenas a prácticas corporales que, como hemos dicho, presentan cuerpos o se presentan en estados corporales representados socialmente), pero que en todo caso se incluye, cada vez más, en el discurrir de esa (re)presentación. No son, aunque así se presenten, ni meta-representación, ni representación teórico-analítica de prácticas externas; son una parte de las prácticas, del impulso y ejecución de las prácticas. 6. Proyectos corporales en el flujo de imágenes El cuerpo convertido en información es fluido. Han proliferado tanto las imágenes y los medios de representación especular (las videocámaras, los móviles…, pero también el reflejo continuo de espejos, cristales, superficies metálicas, etc...) que es difícil escapar a la propia imagen y, sobre todo, escapar a las imágenes de los cuerpos. Apenas hay experiencia corporal que no sea una experiencia con la imagen, con la escena representada o con la representación de la experiencia. Nos sentimos en imágenes, nuestra experiencia corporal es una experiencia (re)presentacional (desde la salud o la enfermedad, al sexo y al vigor corporal, no nos sentimos, no nos vemos directamente, sino a través de imágenes puestas en escena). Sin embargo, cada vez son más los medios que gestionamos directamente y las posibilidades de mentir, de retocar, de modificar... nuestra memoria corporal. Una memoria que será reformada una y otra vez a lo largo de una vida longeva llena de imágenes. El cuerpo convertido en información fluye en un presente continuo. Cada vez más presente. Y, por ello mismo, cada vez somos más esos estados parciales en los que nos encontramos, en los que nos vemos. Estados que, como en el huidizo ―estar en forma‖, suponen un constante entrenamiento, un estar en guardia, un ser en el momento y en la sensación refleja. En definitiva, los cuerpos concretos se disuelven en estados corporales difusos, de los que se buscan referencias en las imágenes que reciben sin cesar de todas partes... La sombra del cuerpo actual no es una mancha en el suelo, es el brillo reflejo de estados corporales pasajeros. Como hemos dicho, las imágenes-tipo fueron en muchos casos elaboradas por el arte preocupado por la representación, el arte de los significantes-tipo: retratos, personajes, escenas, paisajes... En ellos se podían fijar significantes-modelo con los que uno podía a posteriori identificarse, reconocerse y ser reconocido. Podían ser utilizados como guías de lectura para ver en el cuerpo particular los rasgos del ser social o del ser psíquico profundo. En el mundo del consumo postsocial la identificación se convierte en proyecto, proyección de uno mismo en un significante-tipo. En el mundo de la sociología clásica, en el mundo social, lo que se proyectaba no era el cuerpo personal, sino los cuerpos sociales, los cuerpos-tipo. Hoy en día la construcción de significantes-tipo, el arte de representar el Cuerpo, es una empresa industrial, propia del consumo de masas, convertida en estilos de vida o, ya que estos tampoco se presentan en bloque, en consumibles de estilo, en prácticas y hábitos de consumo (Featherstone, 1991; Falk, 1994). Existe, no obstante, un arte preocupado por los significados, por los cuerpos-significado, que presenta cuerpos reales o bien los incluye en la obra significante. Como en las formas de vida, esos cuerpos o sus experiencias son el significado de la obra; obra que también se ha convertido en práctica-teoría: en perfomance.18 De todas formas, la corporeidad no es monopolizada por un único régimen de significación. Las formas de vida tecnológicas no son las únicas formas de vida. Aunque se presenten, ideológicamente, como formas que sobredeterminan la realidad. Precisamente en la estela del sujeto, del proyecto de autonomía (que sigue vigente en las formas de vida tecnológicas), se nos interpela para que escapemos de la materialidad significante del cuerpo, para que no seamos meras expresiones, índices o representaciones del ser social. Para que no seamos la marca de nada, ni de nadie, para que nosotros mismos seamos marca. El cuerpo-proyecto es objeto y sujeto de sí mismo: los cuerpos dispersos en estados corporales, se desean o se proyectan, en el reencuentro (imposible) consigo mismo y con los otros en prácticas corporales en las que se sumergen como objeto. Mientras tanto la persona presa de una de una posición sociocultural sigue siendo un cuerpo- signo y aquél que se liga a una identidad se presenta a sí mismo como un significante-tipo en algunos aspectos. La primera es una posición tradicional, una inercia socio-sistémica. La segunda es una pose modernista (no moderna) que pertenece al elenco de posibilidades de la postmodernidad. El régimen de significación alto- o post-modernista sutura la escisión del signo, supera la división entre representación y representado de modo que el cuerpo presente es solo presencia, incluso cuando se presenta como el sustituto de una ausencia. Un ejemplo, el cuerpo racializado puede ser el cuerpo sujeto a una raza por la imposición del sistema social, entonces el cuerpo y sus rasgos no son más que los rasgos del sistema social, el cuerpo es significante del sistema racial. Pero ¿qué ocurre en el mundo postcolonial, cuando el cuerpo propio se considera una expresión de la raza con la que el sujeto se identifica?, ¿qué ocurre cuando es el propio sujeto quien quiere hacer de su cuerpo sustancia racial? Aún así, ese proyecto personal no consigue hacer del cuerpo un signo del sistema social, entre otras cosas porque el cuerpo es otras cosas, porque la vinculación con la estructura racial no es colectiva sino personal, porque no es total sino parcial... Así que la racialización del cuerpo es la presentación, la actualización, la puesta en escena de prácticas corporales encarnadas en ―cuerpos raciales‖. En este caso, raza no es una estructura social sino una vivencia psicosocial en la que las decisiones personales se conjuran con las determinaciones del sistema, en la que lo subjetivo y lo objetivo se confunden, en la que lo interpersonal es sociocultural y lo sociocultural es interpersonal. En definitiva, esas prácticas, ese cuerpo racializado, son signo psicosocial. El cambio de régimen de significación también colabora en la disolución del yo, del yo psíquico y del yo somático: ―En las formas tecnológicas de vida, los sistemas otrora más o menos cerrados, mi cuerpo, el cuerpo social, se convierten en constelaciones más o menos abiertas (...) Cuando los cuerpos individuales o sociales se abren, sus órganos a menudo se externalizan a distancia‖ (Lash, 2005: 43). Pero también en este aspecto observamos que no es el único régimen de relación y significación corporal. Hay resistencias e inercias, hay, sobre todo, gentes que no acceden a las peculiaridades de la disolución de la extensión del cuerpo-uno, a su conversión en información, en flujo, en red. Por un lado, la experiencia del cuerpo de una pieza, como la del yo de una pieza, más allá o más acá de las diferencias culturales explicadas en términos de pluralidades ajenas o vecinas, se impone en las poblaciones privadas o limitadas en el acceso a las tecnologías y espacios de disolución del yo. Poblaciones que en numerosos casos han pasado de ser mano de obra a ser género o materia prima de la quese alimentan los mercados biotecnológicos (órganos, sangre, esperma, ADN, etc.). El uso del otro para satisfacer los deseos de todo tipo de las poblaciones pudientes y poderosas no es nuevo, su mercantilización tampoco; lo novedoso es precisamente la capacidad de convertir los cuerpos en nichos de materias que no son expresamente el cuerpo, sino partes materiales o informacionales del mismo. También así se vive una forma de disolución del cuerpo-uno, al aprender que el cuerpo es una amalgama de recursos que pueden ser enajenados, puestos en circulación y vendidos en mercados globales (Scheper-Hughes, 2002). Por otro lado, se producen experiencias corporales, ―corporalidades‖, que insisten y resisten, que persisten en ser cuerpos extensos, en ser un cuerpo habitante y habitado más que un nuevo caos somático del que emerge la auto-imposición de deseo. Son corporalidades que reivindican en la práctica una intercorporalidad comunicativa, en un sentido más estricto que la tradicional porque es el reencuentro de cuerpos atomizados, diferenciados y hermetizados.19 Representaciones de la corporalidad Conclusión La última tabla que presentamos pretende sintetizar lo dicho. En resumen, la escisión entre cuerpo y alma constituye a ambas como unidades discretas una frente a la otra, enajenando en la persona la actividad hermenéutica de sí mismo y la propia la actividad, creando no más de Épocas arcaicas Tradición popular Estados, actividades, prácticas, facultades precorporales y prepsíquicas, previas a la escisión entre cuerpo /espíritu: experiencia primitiva y directa de esa unidad Intercorporeidad primitiva (comunidades psíquico-corporales) Paradigma del sujeto Modernidad Alma = sujeto (psique) FORMA (significado) YO Cuerpo = cadáver (soma) MATERIA (significante) ORGANISMO Tendencias subjetivistas Descorporeización absoluta Separación entre cuerpos y disciplinación del cuerpo (rigorismo moral) Salud: relación de dominio, control analítico Tendencias postsubjetivistas Descomposición del Yo Subjetividades difusas Descomposición de la unidad orgánica Cuerpos abiertos Salud: relación flexible, integración comprehensiva y tolerancia hedónica (―psicosomatismo‖, ―holismo‖) Postmodernidad Estados, actividades, prácticas, facultades postcorporales y postpsíquicas, integración de cuerpo /espíritu Intercorporeidad postradicional (comunidades psíquico-corporales) Informalización y mercantilización del cuerpo y sus partes un problema para decidir qué es que y cuál debe ser la relación entre partes. Una nueva (re)presentación de la escisión está entre nosotros. En ciertos estratos de la experiencia humana siempre lo estuvo. Esta (re)presentación nos hace pensar que todas las actividades corporales son psíquicas y todas las actividades psíquicas son corporales: desear, apetecer, aborrecer, imaginar, pensar, recordar, gesticular, hablar... Tendencias de orden muy diverso nos reencuentran con la indistinción perdida, no tanto con la unidad (no la con la reivindicación de un sujeto psicosomático unido, suturado) como con el olvido de la escisión. La escisión no es en el orden real. Es en el orden simbólico, especialmente en nuestra tradición subjetivista, donde se opera la escisión. El cuerpo (frente, fuera y enajenado del alma; el alma frente, dentro y enajenada del cuerpo) es una representación. La más básica de las representaciones sociales del cuerpo, es la (re)presentación de un cuerpo. La escisión, en su tendencia más subjetivista, sugiere la posibilidad de un yo sin cuerpo natural, con soportes materiales artificiales y, por ello mismo, opcionales, a deseo del consumidor, como si eso fuera una liberación. De la misma manera espiritualismos y gnosticismos varios propone en un organismo sin yo, o en un cuerpo sin espíritu subjetivo, pero con espíritu, como otra opción liberadora. Queda, por último, la minoritaria posibilidad de ser sólo carne, cuerpo sin conciencia. Cuanto más se radicalizan estas posturas más se encuentran. Podemos distinguir entre postmodernismo y postmodernidad. La primera es una ideología en sentido clásico, una forma de ver y hacer ser las cosas en un sentido particular como si de un universal se tratase. El postmodernismo nos impele a perder sustancia, a ser subjetividad pura, puro deseo. El cuerpo pertenece a esas sustancias a abandonar. En su lugar, en lugar de este o aquel cuerpo, en lugar de un cuerpo, el sujeto puro, que no es ni puede ser nada, se propone a sí mismo los estados, prácticas y modelos de cuerpo que se le ofertan, una propuesta en la que tampoco debe empeñarse, así que esos estados, prácticas, imágenes, etc., son opciones parciales, transitorias, consumibles... El postmodernismo habla de sujetos que se dejan llevar intencionadamente (Sloterdijk 2007, 88).20 Usando la famosa frase de Marx, podríamos decir que ―los seres humanos hacen su cuerpo en condiciones que no eligen‖ (pero que tampoco rechazan expresamente en su actitud natural). Los límites de esa opción, los límites del dejarse llevar son varios y de ellos dan cuenta descripciones de las sociedades actuales que hablan, sobre todo, de perdida de sincronización. La postmodernidad es un conjunto de condiciones que han roto una sincronía (real o aparente) que regía las sociedades modernas. No es solo cuestión de pluralidad de lógicas, de valores o de vidas y experiencias, la pluralidad se da en tiempos y lógicas sociales que no casan, que se enfrentan y que difieren. En ellas el cuerpo puede ser representado como opción, pero también es y presenta otras muchas cosas: es, por ejemplo, un cuerpo abierto a los otros y resustancializado, son prácticas y experiencias intercorporales en las que se apuesta menos por el deseo autorreferente y la voluntad hermética, siempre acompañados de crisis histéricas, y más por deseos externos y concretos que se obtienen en vidas compartidas y en prácticas comunitarias. Estas prácticas de representación social del cuerpo insertan la corporalidad en relaciones directas, físicas, que se dan en un espacio extenso, que no son pura información, imagen o dato, vuelven a cuerpos discretos, abiertos pero limitados, cuerpos que se interrelacionan en formas sustanciales de vida. Y que por ello mismo siguen, en cierto sentido, siendo, insistiendo, en ser representación del espacio sociocultural en el que se desarrollan. Bibliografía y referencias Anzieu, Didier (1985), Le Moi-Peau, Munod, Paris. Apodaka, Eduardo & Villarreal, Mikel (2007), ―El sujeto Individual Moderno. De los escenarios de su construcción a los de su desmontaje‖ in Ander Gurrutxaga (ed.) Retratos del Presente. La sociedad del siglo XXI , Servicio Editorial UPV-EHU, Bilbao. Baudrillard, Jean (1978), Al hombre de las mayorías silenciosas o el fin de lo social, Kairós, Barcelona. Bauman, Zigmunt. (2003), Modernidad líquida, FCE, México. Butler, Judith (1990), Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity, Routledge, New York. Calvino, Italo (1998), El Caballero inexistente, Siruela, Barcelona; original de 1959. Castoriadis, Cornelius (1989), La institución imaginaria de la sociedad, vol. 2, Tusquets, Barcelona. Castoriadis, Cornelius (1998), El ascenso de la insignificancia, Cátedra, Madrid. Eco, Umberto (1979), La estructura ausente, Lumen, Barcelona. Elster, Jon (1986), The Multiple Self . Cambrige University Press, London. Elster, Jon (1997), Egonomics, Gedisa, Barcelona. Falk, Pasi (1994), The Consuming Body, Sage, London. Fassin, Didier & Memmi, Dominique (2004), Le gouvernement des corps, L’EHESS, Paris. Featherstone, M. (1991), Consumer, Culture and Postmodernism, Dage, London. Fukuyama, Francis (2000), Our Posthuman future: The Consequences of the Biotechnology Revolution, Profile Books. Gergen, Kenneth J. (1992), El yo saturado. Dilemasde identidad en el mundo contemporáneo, Paidós, Barcelona. Giddens, Anthony (1991), Modernity and Self-Identity. Self and Society in the Late Modern Age, C.U.P., Cambridge. Ginzburg, Carlo (2000), Ojazos de madera, Península, Barcelona. Goffman, Erving (1959), The presentation of self in everyday life, Anchor, Nueva York. Gómez Pin, Victor (2006), Entre lobos y autómatas. La causa del hombre, Espasa-Calpe, Madrid. Habermas, Jünger (2002), El futuro de la naturaleza humana: ¿Hacia una eugenesia liberal?, Paidós, Barcelona. Haraway, Donna (1991), Simians, Cyborgs and Women. The Reinvention of Naure, Routledge, New York. Harré, Rom y Langenhove, L. (1999), Positioning Theory: Moral Context of Intentional Action, Blackwell, Londres. Houze, Didier (2004), ―El concepto de envoltura psíquica‖ in Didier Anzieu (ed.), Las envolturas psíquicas, Amorrortu, Buenos Aíres. Jodelet, Denise (1993), ―Indigenous psychologies and social representations of the body and self‖ in U. Kim et al. (eds.) Indegenous Psychologies, vol. 17, 177-153, Sage, London. Jodelet, Denise (1989), ―Chagement culturel et représentations du corps‖ in L’homme et son corps, de la biologie à l’anthropologie, Ed. CNRS, Paris. Jodelet, Denise (2006), ―Culture et pratique de santé‖ in Nouvelle Revue de Psychologie, 1, 219-239. Lahire, Bernard (2004), El hombre plural. Los resortes de la acción, Bellaterrra, Barcelona. Lasch, Christopher (1984), The Minimal Self. Psychic Survival in Troubled Times, Picador, Londres. Lash, Scott (2005), Crítica de la información, Amorrortu, Buenos Aires. Lifton, R. J. (1993), The Protean Self. Human Resilience in a Age of Fragmentation, University of Chicago Press, Chicago. Lipovetsky, Gilles (1983) L’ére du vide (essais sur l’individualisme contemporain), Gallimard, Paris. Lyotard, Jean François (1991), The Inhuman: Reflections on Time, Blackwell, Oxford. Moscovici, Sergei (1961), La Psychanalyse. Son image et son public, P.U.F., Paris. Mosterín, Jesús (2006), La naturaleza humana, Espasa-Calpe, Madrid. Nisbet, Robert (1979), La Sociología como forma de arte, Espasa-Calpe, Madrid. Ricoeur, Paul (1990), Soi-meme comme un autre, Seuil, Paris. Rorty, Richard (1983), La filosofía y el espejo de la naturaleza, Cátedra, Madrid. Sacks, Oliver (1987), El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Muchnik, Barcelona. Scheper-Hughes, Nancy (2002), ―Commodity Fetishim in Organs Trafficking‖ in Nancy Scheper-Hughes & Loïc Wacquant (eds.) Commodifying Bodies, Sage, London. Sennet, Richard (2000), La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Anagrama, Barcelona. Sloterdijk, Peter (2007), En el mundo interior del capital. Siruela, Madrid. Stryker, S. (1987), ―Identity Theory: Developments and Extension‖ in K. Yardley & T. Honess (eds.) Self and Identity: Psychosocial Perspectives. Wiley & Sons, New York. Toulmin, S. (2001), Cosmópolis, El trasfondo de la Modernidad, Península, Barcelona. Vernant, Jean-Pierre (1990), ―Cuerpo oscuro, cuerpo resplandeciente‖ in Feher, Michel (ed.), Fragmentos para una Historia del cuerpo humano, Taurus, Madrid. Žižek, Slavoj (2003), El sublime objeto de la ideología, S. XXI, Buenos Aires. Žižek, Slavoj (2004), Amor sin piedad: Hacia una política de la verdad, Editorial Síntesis, Madrid. Žižek, Slavoj (2005), La suspensión política de la ética, FCE, Buenos Aires. 1 Tal como propuso Moscovici en La Psychanalyse. Son image et son public, campos que producen bricolages simbólicos, industrias de significantes, artesanías resistentes... que producen Cuerpos (discursivos, simbólicos, imaginarios...) y cuerpos psicosociales, las personas situadas en su recorrido vital y sus contextos sociales. 2 Lo humano, lo inhumano y lo posthumano se encuentran en el centro de la agenda. Han animado ese debate Lyotard (1991), Fukuyama (2000) o Habermas (2002) que contestó a las Reglas para el Parque Humano de Sloterdijk que a su vez eran una respuesta a la Carta sobre el Humanismo de Heidegger. En castellano se han sumado filósofos como Víctor Gómez Pin (2006) o Jesús Mosterin (2006). Parece, pues, que la naturaleza humana se encuentra en un momento crítico: máquinas inteligentes, tecnologías de manipulación genética, culturas ambiguas y otras amenazas acorralan a la naturaleza humana. Donna Haraway (1995) o Judith Butler (1990) pueden servirnos para conocer parte del porqué de este alboroto, de lo que está en juego en el debate entre humanismo y posthumanismo. 3 Dos famosos cyborgs han ensayado el acceso a ese estatuto posthumano, o, más bien, postsujeto: Steve Mann y Kevin Warwick. Del segundo es la famosa sentencia: ―I was born human. But this was an accident of fate...‖ Nada más parecido al manifiesto humanista de Pico Della Mirándola, al Discurso sobre la dignidad del hombre: ―...te he hecho de tal forma que tú mismo, como un escultor moldees tu propio destino‖, ―obra de figura indefinible... a fin de que puedas tener aquella forma, aquellos dones que conscientemente hayas codiciado según tu deseo y según tu sentimiento‖. 4 En todos los casos el Ser se opone a sí mismo y se despliega en el devenir: lo Universal en lo particular, la Idea en la materia, la Estructura profunda en la forma aparente. Y, en definitiva, la Substancia en el sujeto, o en términos sociológicos, el Sistema en el actor: la determinación sociológica, como forma de la determinación del ser, se opone y se despliega en la voluntad de la agencia subjetiva. En cuanto al significado la ontología clásica supone una realidad externa a los actos de significación, una ausencia en la que reside la realidad última. Las corrientes postmetafísicas, por el contrario, consideran la presencia como lugar de lo real, en la presencia el significado y el significante son momentos del acto de significación: la ausencia, la falta, la enajenación son momentos de la presentación. 5 Es la Psicología Social de la etnometodología, del análisis del discurso y de la conversación, de la etogenia, de la psicología de la acción, de la aproximación retórica, etc., etc. 6 El skinhear habla como un psicólogo social cuando reflexiona sobre su violencia. Con lo cual la interpretación (la explicación) de la violencia se vuelve impotente, como si un fondo prerreflexivo que escapa a la comprensión huyera constantemente, escapara a todo intento de análisis (Žižek, 2005). 7 En el caso de las familias esas fuerzas de fusión son gestionadas primordialmente por las madres según B. Lahire (2004: 193). 8 ―...lo que en el siglo pasado llamaban vagamente ―sentido muscular‖ (la conciencia de la posición relativa del tronco y las extremidades, recibida de los receptores de las articulaciones y los tendones) no llegó a definirse en realidad (y a llamarse ―propriocepción‖) hasta 1890. Y los controles y mecanismos tan complejos mediante los que se alinean adecuadamente y equilibran en el espacio nuestros cuerpos, ésos no se han definido hasta este siglo, y aún encierran muchos misterios (...) Para el hombre normal, en situaciones normales, simplemente no existen‖ (Sacks, 1987: 101). La definición de la propriocepción se debe a Sherrington que lo describía como un sentido secreto e inconsciente que dota al individuo de un sentido de sí mismo al sentir el cuerpo como propio. Oliver Sacks propone junto a este sentido de propiedad del cuerpo, la visión y los órganos del equilibrio; entre los tres conforma el sentido del cuerpo (propio). Como en el caso de la mayoría de los órganos corporales, solo el déficit, la falta o el trastorno (en una palabra: el dolor) trae a la experiencia subjetiva la existencia de un sentido del cuerpo. Oliver Sacks describe en La dama desencarnada las consecuencias de la falta de propriocepción (Sacks, 1987:68-81). 9 Recordemos que la representación del cuerpo fue un rito, la representación por antonomasia, consistente en el uso de un maniquí in representationem del cuerpo fallecido, del cadáver. Ernst Kantorowicz utilizó