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Mujeres de la Revolución Científica

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Mujeres de la Revolución Científica
Durante la Revolución Científica (1500-1700), las mujeres dedicadas a la ciencia eran escasas debido a que tanto las instituciones educativas como las sociedades y academias científicas estaban dominadas por los hombres, quienes impedían el ingreso de mujeres, lo que supuso que pocas de ellas tuvieran una educación o la oportunidad de seguir una carrera en la ciencia. Algunas mujeres superaron esos obstáculos y muchos otros, incluidos el prejuicio masculino sobre de sus capacidades intelectuales y las sospechas infundadas acerca del valor y la integridad de su investigación. Entre las mujeres del siglo XVII que dejaron su huella en el campo de la astronomía, la filosofía natural y la biología se encuentran Maria Cunitz, Margaret Cavendish, Maria Sibylla Merian y Maria Winkelmann.
Los obstáculos que enfrentaban las mujeres
Las mujeres científicas eran la excepción en un campo dominado por los hombres durante la Revolución Científica. Las pocas que se las arreglaron para perseguir el conocimiento científico por su propia cuenta tuvieron que enfrentar muchos obstáculos. La primera barrera que impedía a las mujeres involucrarse en la ciencia era la falta de educación de las niñas. Para estudiar ciencias se necesita un cierto nivel de educación, y en general no estaba disponible para las niñas. No saber latín era otro problema clave para progresar en un campo en el que, con frecuencia, las publicaciones y los libros solo se encontraban en esa lengua. Esta dificultad en particular comenzó a hacerse menor a medida que los científicos masculinos se animaron a usar el inglés, el francés y otras lenguas vivas en sus obras y en su correspondencia.
Aun si una joven había logrado el beneficio de tener una educación privada y por lo tanto tenía la capacidad intelectual para seguir estudios a nivel superior y una especialidad como química, biología y física, existía una barrera muy definida que le impedía progresar. Las universidades europeas no admitían estudiantes femeninas, aunque en Italia había unas pocas excepciones. Por ejemplo, en 1732 Laura Bassi fue la primera mujer en recibir un grado académico en la Universidad de Bologna (y luego enseñó física en ella).
Después de la etapa educativa, seguir una carrera en la ciencia era poco menos que imposible, puesto que la mayoría de las instituciones científicas, como por ejemplo, la Royal Society en Londres, no permitía la membresía de las mujeres. Dichas sociedades y academias eran primordiales para los estudios científicos debido a que en ellas se encontraban los recursos para investigar y realizar experimentos, y era allí donde los miembros compartían los últimos descubrimientos en el desarrollo de las investigaciones. Esas barreras reflejaban la predominante actitud masculina en los inicios de la era moderna de pensar que las mujeres no tenían las habilidades intelectuales necesarias que los hombres sí creían tener.
Hubo unos pocos intelectuales masculinos que defendieran la causa de las mujeres en el campo de la ciencia. El filósofo francés François Poulain de la Barre (1647-1725) pedía una mayor igualdad en su libro de 1673 De l'egalité des deux sexes (La igualdad de los dos sexos). El filósofo inglés John Locke (1632-1704), quién tenía una especial preocupación por la educación, promovió la idea radical de que las mujeres de la clase alta debían tener las mismas oportunidades educacionales que sus homólogos masculinos. Las autoras femeninas también pedían una mayor igualdad en la educación y las ciencias. Bathusa Makin (en torno a 1612-1674) en Inglaterra y Marie Le Jars de Gourna (1565-1645) en Francia publicaron obras en las que hacían un llamado a dar acceso a la educación científica a las mujeres. Desafortunadamente, esas voces eran pocas y quedaron fácilmente ahogadas por el ruido del prejuicio que todavía prevalecía en la mayoría de los hombres.
Mujeres científicas publicadas
Hubo algunos sectores en los que las mujeres tuvieron mayor influencia, y estos fueron el conocimiento científico relacionado con el parto, el hogar, y la medicina. Las comadronas eran respetadas por sus conocimientos prácticos y su experiencia. A menudo las mujeres eran autoras de manuales para el hogar acerca de la eficacia de algunas substancias químicas, mezclas útiles y recetas tradicionales para usar en la limpieza. Otra área de publicación abierta a las mujeres era la de los remedios tradicionales para tratar enfermedades. Aquí también a menudo contaban con la experiencia práctica, puesto que, como parte de sus tareas domésticas, estaba el tratamiento de dolencias menores en los niños y en el personal de servicio.
La alquimia era una forma primitiva de la química, y una destacada alquimista fue Isabella Cortese. No se sabe nada de Cortese excepto que era una mujer italiana que fue lo bastante atrevida como para desafiar las convenciones del secreto mundo de los alquimistas y escribió una popular obra, I secreti della signora Isabella Cortese (Los secretos de la señora Isabella Cortese). El libro, impreso por primera vez en Venecia en 1561, contenía, además de asuntos de interés para los alquimistas, muchas recetas útiles para fabricar un buen pegamento, buenos materiales de limpieza, pasta de dientes blanqueadora, y cosméticos saludables. El libro fue muy popular y se volvió a editar once veces a lo largo del siguiente siglo. Otra autora exitosa fue la francesa Marie Meurdac (en torno a 1610-1680), quien publicó una colección de remedios para malestares y enfermedades en 1666, La chymie charitable & facile, en faveur des dames (Química beneficiosa y fácil para mujeres). El libro tuvo muchas ediciones, y su prefacio original dejaba perfectamente claras las ideas de Meurdac sobre la posibilidad de las mujeres para ser químicas:
La mente no tiene sexo, y si la mente de las mujeres se cultivara como las de los hombres, y si empleáramos tanto tiempo y dinero en la instrucción, podrían llegar a ser sus iguales.
(Moran, 64)
Las mujeres, aunque también allí pasaban inadvertidas, eran importantes en el campo de la traducción. Por ejemplo, los Principios matemáticos de la filosofía natural de Isaac Newton fueron traducidos por primera vez al francés por Gabrielle Émilie, marquesa de Châtelet (1706-1749). A veces, las mujeres eran el único audiencia de publicaciones periódicas, como Ladies' Diary (El diario de las damas) y The Woman's Almanack (el almanaque de las mujeres), que incluían artículos sobre ciencia y matemáticas. Finalmente, a las mujeres al menos se les permitía, asistir a las audiencias de charlas públicas, conferencias científicas y demostraciones de aparatos realizadas por científicos y algunas academias y sociedades.
Patronas de la ciencia
Aunque los hombres habían puesto formidables barreras en el camino de las mujeres que querían ser científicas, estaban dispuestos a aceptar dinero de patrocinadoras femeninas. La reina Cristina de Suecia (que reinó de 1632-1654) fue una importante mecenas de las ciencias en su nativo Estocolmo, y fue durante su exilio en Roma donde fundó la Academia Fisicomatemática. La princesa Isabel de Bohemia (1618-1680) apoyó al filósofo natural René Descartes (1596-1650), quien, a su vez, le dedicó a la princesa sus Principios de Filosofía en 1644.
Muchas mujeres de clase alta organizaban reuniones privadas a las que invitaban a científicos y matemáticos además de músicos y artistas. Esto ocurría particularmente en Francia con el sistema de salones. Esas mujeres no estaban exentas de crítica, lo que demuestra que las opiniones masculinas rara vez cambiaban hacia la igualdad. Por ejemplo, el dramaturgo francés Molière (1622-1673) hizo una infame sátira cruel de las mujeres de los salones en su obra cómica Les Femmes savantes (Las mujeres sabias). A los científicos también se los satirizaba, pero "las mujeres a menudo recibían ataques más brutales, a veces basándose en el prejuicio tradicional de que las mujeres eruditas eran seguramente impuras, poco atractivas o malas amas de casa y madres" (Burns, 327).​Aunque fueron menos prominentes que las mecenas acomodadas, muchas mujeres tuvieron un papel decisivo detrás de la escena en cuanto a ciertos descubrimientos científicos. Estas eran las esposas e hijas de científicos varones. Por ejemplo, Catherina Elisabeth (1647-1693), la segunda esposa del astrónomo polaco Johannes Hevelius (1611-1687), fue una dedicada asistente de su esposo en Danzig (Gdańsk), operando sus instrumentos astronómicos y asegurándose de que el trabajo de su vida se publicara después de su muerte. Los astrónomos, que normalmente trabajaban en un observatorio en su casa, parecían encontrar indispensable la ayuda de sus familiares femeninas. En otro ejemplo, Maria Clara Eimmart (1676-1707) ayudó a su padre, Georg Christoph Eimmart (1638-1705), en Nuremberg y realizó muchas ilustraciones astronómicas en pastel, incluyendo más de 250 de la superficie de la Luna. Un raro caso de una mujer asistente en una institución oficial es Margaret Flamsteed (en torno a 1670-1730), que asistió a su esposo, John Flamsteed (1646-1719), en sus tareas en el Observatorio Real en Greenwich.
Mujeres científicas famosas
A pesar de los formidables desafíos que debían enfrentar, algunas mujeres se las arreglaron para convertirse en científicas que hicieron contribuciones importantes al conocimiento de la humanidad a principios de la era moderna. A continuación, cuatro de dichas mujeres:
Maria Cunitz
Maria Cunitz (1610-1664) fue una astrónoma germano-polaca que se benefició de la visión de su padre al dar a su hija una excelente educación en ciencia, medicina, matemáticas y latín. Cunitz se casó con un colega astrónomo que no estaba a su nivel intelectual. Las obras más notables de Cunitz incluyen Urania Propitia (1650), llamada así por Urania, la musa griega de la astronomía. Esta obra era una simplificación de Tablas rudolfinas (1627) by Johannes Kepler (1571-1630), que resultó muy necesaria para que su valiosa información fuera accesible para un mayor número de astrónomos. La obra de Cunitz era impresionante, pero sufrió del prejuicio masculino cuando algunos de sus colegas varones afirmaron que era demasiado buena para que la hubiera escrito una mujer. Creció el rumor de que era su esposo quien había escrito realmente Urania Propitia. Para atacar esas infundadas acusaciones, el esposo de Cunitz escribió un prefacio para las ediciones posteriores en que declaraba que Maria era la verdadera autora de la obra. Cunitz no ha sido olvidada y un cráter de Venus lleva su nombre.
Margaret Cavendish
Margaret Cavendish, duquesa de Newcastle (1623-1673), fue una figura femenina importante en la Revolución Científica en Inglaterra. Cavendish publicó extensivamente en temas de filosofía natural y conoció en persona a afamados intelectuales masculinos como Thomas Hobbes, René Descartes y Pierre Gassendi (1592-1655). También mantuvo correspondencia frecuente con el físico y astrónomo Christiaan Huygens (1629-1695) y le envió al holandés una selección de sus obras. Cavendish rechazó la filosofía mecánica en favor de un mundo que, aunque está compuesto por átomos, es inteligente y capaz de formar su propio destino.
Aunque los filósofos naturales no pueden descubrir la verdad absoluta de la naturaleza, ni las obras fundamentales de ésta, ni las causas ocultas de los efectos naturales; han desarrollado, sin embargo, muchas artes y ciencias necesarias y provechosas para beneficio del hombre... La probabilidad está próxima a la verdad, y la búsqueda de una causa oculta descubre efectos visibles. (Wootton, 569)
Peter Lely (Public Domain)
El libro de Cavendish Philosophical Fancies (Caprichos filosóficos) se publicó en 1653, y es la primera obra sobre filosofía natural en Inglaterra escrita por una mujer. Otras obras destacadas incluyen Opiniones filosóficas y físicas (1655) y Observaciones sobre la filosofía experimental (1666). Este último trabajo incluía un apéndice donde describe una sociedad perfecta: La descripción de un mundo nuevo, llamado mundo resplandeciente. Por desgracia, al igual que Cunitz antes que ella, Cavendish sufrió por ser una mujer en este campo dominado por los hombres: "Personalmente extravagante y excéntrica, con un don para la autopromoción que se consideraba inapropiado para una mujer, fue ridiculizada como 'Mad Madge' (Marga la Loca). " (Burns, 58). Sin dejarse inmutar por lo que sus compañeros masculinos pensaran de ella, Cavendish utilizó su rango social para asistir a una reunión de la Royal Society en Londres en 1667, la primera mujer en hacerlo y la única hasta que se repitió el milagro en 1945.
Maria Sibylla Merian
Maria Sibylla Merian (1647-1717) se labró un nombre en el campo de la historia natural, particularmente como ilustradora. Ciertamente, Merian tenía un historial reputado, ya que provenía de una larga lista de editores y artistas de Frankfurt. Merian se trasladó a Nuremberg y publicó allí su primer libro en 1675, tres colecciones de ilustraciones grabadas en planchas de cobre. Los libros estaban dedicados a las flores y se diseñaron como modelos realistas para que otros artistas y bordadores pudieran copiarlos. En 1679 publicó otra colección de ilustraciones, Orugas, que mostraba esta vez las distintas etapas de la vida de los insectos que había observado. Las ilustraciones solían estar en composición de manera que incluyen una gran cantidad de insectos en un mismo escenario natural. Merian no solo dibujó, sino que también crió muchos tipos de insectos para estudiar sus ciclos de vida.
Merian se separó de su esposo y se mudó a Ámsterdam en 1691 y de ahí a Surinam en Sudamérica, donde permaneció desde 1699 hasta 1701. En aquel entonces, Surinam era una colonia holandesa y le dio a la artista enormes oportunidades de capturar, criar y estudiar insectos exóticos. El fruto de este trabajo se vio reflejado en su libro Metamorfosis de los insectos de Surinam, publicado en 1705. Este libro, lleno de valiosas ilustraciones en color, fue un éxito y presentó a los lectores europeos una flora y fauna nunca vistas. Merian pudo financiar su trabajo vendiendo su libro en forma privada, vendiendo acuarelas individuales y comercializando especímenes de insectos que había adquirido en Surinam y de otros países que le enviaban sus familiares. En una carta a un posible comprador de especímenes, hace notar:
También he traído conmigo todos los animales que componen esta obra, secos y bien conservados en cajas, para que puedan ser vistos por todos. Actualmente conservo también en frascos que contienen líquido, un cocodrilo, muchas clases de serpientes y otros animales, así como una veintena de cajas redondas con diversas mariposas, escarabajos, colibríes y moscas linterna (llamadas en las Indias laudistas por el sonido que hacen), y otros animales que están a la venta.
(Jardine, 278)
Merian transmitió su entusiasmo por capturar insectos vivos en vivaces ilustraciones a sus hijas, Dorothea y Joanna, quienes llegaron a ser excelentes ilustradoras por derecho propio.
Maria Winkelmann
Maria Margaretha Kirch, de soltera Winkelmann (1670-1720), fue una astrónoma alemana. En lo que parece haber sido una atracción común e irresistible en personas con ideas afines, María aprendió astronomía de su padre y luego se casó con un astrónomo, Gottfried Kirch (1639-1710), que había aprendido sus habilidades astronómicas de Johannes Hevelius (1611-1687). María y Gottfried trabajaron a la par, pero como era de esperar en la época, fue Gottfried quien consiguió el prestigioso puesto de astrónomo en la Academia de Ciencias de Berlín en 1700. María continuó trabajando con su marido y publicó tres folletos sobre astronomía con su nombre. Descubrió un cometa en 1702, aunque su marido fue reconocido oficialmente como el descubridor hasta que Gottfried le dio el crédito por el descubrimiento de manera expresa. Que María era capaz de realizar tales identificaciones queda claro en un comentario del célebre matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716): "Observa como los mejores observadores, sabe manejar maravillosamenteel cuadrante y el telescopio" (Jardine, 335).
Cuando su marido murió en 1710, María se ofreció para ocupar el puesto de astrónoma en la Academia de Berlín, pero fue rechazada, no por falta de habilidades por parte de María sino por temor a la pérdida de reputación de la academia si se nombraba a una mujer. María continuó su trabajo en astronomía, en particular la elaboración de calendarios, utilizando el observatorio del barón Bernhard Friedrich von Krosigk en Berlín y luego el del difunto Hevelius en Danzig. El hijo de María, Christoph, continuó la tradición familiar y fue nombrado astrónomo de la Academia de Berlín en 1716.