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D R . E M I L I O G U I N E A 
ASPECTO FORESTAL DEL DESIERTO 
LA VEGETACIÓN LEÑOSA 
Y. L O S P A S T O S 
DEL S A H A R A E S P A Ñ O L 
INSTITUTO FORESTAL DE INVESTIGACIONES Y EXPERIENCIAS 
A S P E C T O F O R E S T A L DEL D E S I E R T O 
LA V E G E T A C I Ó N L E Ñ O S A 
Y LOS 
P A S T O S DEL S A H A R A E S P A Ñ O L 
2 8 OCT. 1987 
ASPECTO FORESTAL DEL DESIERTO 
LA VEGETACIÓN LEÑOS 
Y L O S 
PASTOS DEL SAHARA ESPAÑOL 
POR EL PROFESOR 
D R . E M I L I O G U I N E A 
Catedrático de Ciencias Naturales, especializado en Geografía Botánica, 
Colaborador eventual del 
INSTITUTO FORESTAL DE INVESTIGACIONES Y EXPERIENCIAS 
I N S T I T U T O F O R E S T A L DE I N V E S T I G A C I O N E S Y E X P E R I E N C I A S 
M A D R I D 
1 9 4 5 
G R Á F I C A S R E U N I D A S , S. A . — Hermosilla, ю б . — M A D R I D 
61 -mia раЭгег>. 
ì 
I N D I C E 
Páginas 
I N T R O D U C C I Ó N 9 
El interés del desierto 13 
Breve descripción física y toponimia del desierto 19 
I» Concepto geobotánico del desierto 27 
E l clima desértico en relación con la vegetación 27 
I<os suelos desérticos y la vida vegetal 36 
i .° Suelos arenosos 36 
2 . 0 Suelos arcillosos 38 
3 . 0 Suelos rocosos 39 
Microbiología de los suelos del Sahara 40 
I I . Fitobiología desértica. Adaptaciones de los vegetales leñosos de-
ser tícolas 45 
I I I . Especies leñosas más importantes que pueblan nuestro desierto: 
taifa, tamat, echdari, tizra, zauaia, tarfa, lemsel, fersig, ethel, 
retem, guerzin, zeiat, sedrá, gleya, iguinin, atil, haláb, argdn, 
gardec, tur xa, náfala y boukhlal 55 
I V . Complejos vegetales a que dan lugar las especies leñosas 77 
a) I^as graras. Matorral en galería de la Sequía 
el Hamra. Vegetación leñosa de sebfas y 
pozos: las tarfas 77 
b) Sabana desértica. E l arbolado del desierto en 
los ríos de arena 84 
c) I^a vegetación leñosa costera (xeroacanthetum) 88 
d) I,a vegetación leñosa de gleibats y kudias.... 91 
Los pastos del desierto 95 
C O N C L U S I O N E S «39 
Ordenación sistemática con arreglo a la clasificación de E N G L E R 141 
Lista de los nombres árabes de las especies 149 
B I B L I O G R A F Í A C O N S U L T A D A 1 5 1 
INTRODUCCIÓN 
EL INTERÉS DEL DESIERTO 
BREVE DESCRIPCIÓN FÍSICA Y TOPONIMIA DEL DESIERTO 
I 
CONCEPTO GEOBOTANICO DEL DESIERTO 
El clima en relación con la vegetación. 
Los suelos desérticos y la vida vegetal. 
a) Suelos arenosos. — b) Suelos arcillosos. — c) Suelos pedregosos. — Micro­
bio logía del suelo desért ico. 
II 
FITOBIOLOGÍA DESÉRTICA 
Adaptaciones de los vegetales leñosos desertícolas. 
I N T R O D U C C I Ó N 
El Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias, a cuya soli­
citud se redacta este trabajo, me da ocasión para dedicar unas líneas 
al Cuerpo de Ingenieros de Montes. 
Y lo hago por dos razones: Primera, para compensar la deuda con­
traída al servirme de sus publicaciones, asesoramientos y demás facili­
dades prestadas por sus individuos cuantas veces me fué necesario. Luego, 
por reconocer que, de todas las profesiones, son los forestales quienes, 
ante la limitación económica impuesta a su ingenio para los artifi­
cios, encauzan las energías de la vegetación utilizando el medio más 
seguro, barato y difícil: el conocimiento de la naturaleza, de cuyo grado 
depende el éxito en la tarea, llena de esperanzas y no escasa de respon­
sabilidad, que, más que nunca, en los momentos actuales se les confía. 
Advertiré, además, que en el clima y la geografía de España el 
Ingeniero de Montes necesita vivir identificado con la geobotánica, siendo 
cada uno maestro en la región donde ejerce sus actividades, siquiera esa 
misma familiaridad y las dificultades para conocer la moderna termi­
nología científica le mantenga tímido. Por otra parte, en pequeña escala, 
en miniatura, si cabe el término, la idea del desierto puede adquirirse 
con bastante exactitud en nuestro país. Son, principalmente, los fores­
tales andaluces y levantinos quienes menos necesitan forzar la imagina­
ción para comprender las páginas que siguen, bien porque conozcan 
la tierra calcinada por el sol y cubran jornadas sin ver el agua, ya por­
que luchan contra las tempestades de arena, y hasta los hay que contem­
plaron siluetas de camellos salvajes en el horizonte, lleno de espejismos, 
de una puesta de sol en el Coto de Oñana. 
Nuestra experiencia sahariana nace con la exploración que realiza­
mos en los meses de otoño de 1 9 4 3 , organizada y subvencionada por la 
D I R E C C I Ó N D E E INSTITUTO D E E S T U D I O S POLÍTICOS, consecuente con 
su intensa política africanista. 
* * * 
IO 
Para mayor garantía del éxito de la empresa se procedió, seis meses 
antes de la expedición, a una intensa preparación especializada y a la 
recopilación de documentación y bibliografía publicada hasta la fecha 
sobre el gran Sahara. Ello permitió el planteamiento de un programa 
completo de problemas a resolver, entre los que figuraba, en primer 
término, la cuestión de la vegetación leñosa en el Sahara español. Gra­
cias a tal previsión ha sido tarea fácil desglosar del cúmulo de datos 
traídos, aquellos que se referían a esta cuestión y que, por figurar en 
primer término, se puso especial cuidado en recoger todos cuantos fuera 
posible. 
En el presente trabajo, hecho sobre nuestra experiencia, se ha pro­
curado dar un informe completo sobre la vegetación leñosa del Sahara 
español, para lo cual hemos reunido todos aquellos datos desperdigados 
en numerosos folletos extranjeros. Pero no ha parado aquí nuestro afán 
de sumar datos hasta el límite exhaustivo, ya que, no contentos con los 
datos contenidos en lo publicado, hemos ido a las fuentes aun inéditas, 
habiendo obtenido en este sentido los resultados más halagüeños, y por 
ello queremos hacer patente aquí, en primer término, nuestro agrade­
cimiento a D. Joaquín Matéu, naturalista y explorador del Sahara 
español, que lleva tres años (1941-44) recorriendo nuestro desierto, y 
cuyos cuadernos de ruta contienen preciosas indicaciones. Su amabili­
dad ha llegado al extremo de poner a nuestra disposición sus manus­
critos y herbarios, de forma que nuestras observaciones tienen el más 
brillante complemento en sus escritos. Otro tanto cabe decir de D. E. Mo­
rales Agacino, entomólogo español, miembro internacional de la Lucha 
Antiacridiana, que también ha puesto a nuestra disposición, con el 
mejor ánimo, sus notas y observaciones botánicas y su larga experien­
cia sahariana. 
Nuestros bravos Meharistas, con una sabia orientación de política colo­
nizadora, llevan cuidadosamente la cuestión referente a la vegetación de 
nuestro Sahara, con miras, en especial, a las posibilidades de sus pastos, 
y nos han comunicado cuantas observaciones y notas llevan acumuladas 
en su ya larga actuación. Merecen especial mención los señores don 
Alberto López Felíu y D. José Rodríguez Eróla, por la asiduidad incan­
sable con que en todo momento nos han asistido. Séanos permitido citar 
en esta lista de gratitud el nombre de un áscari de Tichla, el veterinario, 
curandero y experto conocedor de las plantas del desierto Sidi Ahmed 
Uld Mohamed el Mami, cuyo concurso fué para nosotros precioso. 
Del cuadro de Jefes militares del Sahara recibimos en todo momento 
las mayores muestras de hospitalidad e hidalguía. Quedamos más direc-
) 
tamente vinculados, por haber residido más tiempo en el Aiun y Villa 
Cisneros, a los Gobernadores militares de ambos poblados, señores Co­
mandantes D. Galo Bullón y D. Jorge Núñez, respectivamente. Tuvimos 
el honor de compartir los duros días del nomadeo con el Teniente señor 
Herce. 
Y a todos cuantos han contribuido al éxito de nuestra empresa, el 
testimonio del mayor agradecimiento. 
Don Francisco Hernández-Pacheco y D. Carlos Vidal Box, de la 
Universidad Central, fueron nuestros inseparables compañeros de viaje. 
Las jornadas vividas en la llanura seca han estrechado más, si cabe, 
los antiguos lazos de amistad que nos unen. 
En la bibliografíaconsultada merecen destacarse los autores fran­
ceses, y de éstos principalmente: Maire, Monod, Murat, Zolotarevsky, 
además de Chevalier y Emberger. Gracias a ellos nuestro trabajo se ha 
simplificado y hemos sentido el alivio de hallar una ruta que ellos tra­
zaron primero. 
Sentimos especial fervor por Th. Monod, el asceta de la llanura seca. 
Monod une a su condición de científico una sensibilidad extraordinaria 
para la enorme belleza del desierto. No vamos a prolongar indefinida­
mente esta introducción, pero no terminaremos sin recomendar la lectura 
de un magnífico libro suyo: Méharés (Bxplorations au vrai Sahara) 
Editions «Je sers», París, 1937. En un francés personalísimo relata 
su larga experiencia sahariana y llena al lector de ese encanto peculiar 
que es el esprit francés. 
En cuanto a nuestra labor personal, podemos decir que hemos tenido 
la oportunidad de estudiar detenidamente las zonas más importantes 
de nuestro desierto, que son: en la parte Norte, estudiamos la zona de 
C. Juby y el Aiun de la Sequía el Hamra, con la formación de leñosas 
arbóreas (grara), incluyendo la Alcazaba de Dora y sus alrededores a mitad 
de trayecto. En la parte central del Sahara español nos ocupó el estudio 
de la península de Villa Cisneros y la costa del Argub, al otro lado de 
la bahía de Río de Oro, donde pudimos estudiar la formación de matorral 
espinoso que no llega a constituir la típica formación llamada grara. 
En la Sebja de Imililik (pasada la zona costera del Aguerguer) 
estudiamos las formaciones leñosas de tarfas (Tamarix), completando 
los datos que recogimos en la Sequía el Hamra sobre leñosas halófilas 
(Ivimoniastrum ifniense, Nitrada retusa, etc.). Esto nos dio una visión 
completa de la vegetación leñosa propia de las estaciones salinas. 
A continuación, nos internamos en plena llanura del Tiris, con sus 
característicos ríos de arena poblados de una sabana desértica, en oca-
siones densa, en ocasiones clara. La masa de leñosas arbóreas es consi­
derable, y ésta es la causa principal que nos impulsó a redactar el pre­
sente trabajo. 
Los ríos de arena alternan con grandes extensiones de la llanura de 
piedras llamada reg, desnuda o vestida de una formación esteparia 
de gramináceas y salsoláceas, que encierra muy buenos pastos para el 
camello, vegetación de la que también nos ocupamos en este trabajo. 
Alcanzada la Alcazaba de Tichla (en la zona meridional), comenzó 
nuestro nomadeo, atravesando por extensas llanuras de reg y ríos de 
arena, con la vegetación antes citada y los llamados gleibats (monta­
ñas ) y kudias (sierras) de rocas eruptivas negras, con vegetación fores­
tal en sus laderas. Aún vimos las dunas del Azefal, menos interesantes 
desde el punto de vista que orienta el presente trabajo. 
El material herborizado, que asciende a dos mil pliegos, obra en 
nuestro poder, y para su estudio hemos sido atendidos por el Instituto 
Botánico de Barcelona, que nos ha proporcionado gran parte de la 
bibliografía moderna consultada, de la que se da una lista al final del 
trabajo. 
Para terminar, damos una vez más desde aquí las gracias a todos 
cuantos han contribuido al buen éxito de nuestra empresa, tanto a los 
que citamos más arriba como a aquellos cuyos nombres no podemos 
estampar aquí por falta material de espacio. 
EL INTERÉS DEL DESIERTO 
Como toda manifestación extrema, el desierto despierta en el hom­
bre potencias que permanecían ignoradas. Todos cuantos han visitado 
el desierto coinciden en un común sentimiento de respeto y entusiasmo 
ante el hecho extraordinario del complejo seco. Ni un solo humano, 
luego de haber vivido su misterio, se ha mostrado indiferente o desde­
ñoso hacia este hecho natural que aun se conoce de un modo demasiado 
imperfecto. 
Nosotros mismos, escépticos de los paisajes pobres en vegeta­
ción, no sospechábamos que nuestro recorrido por el Sahara español 
iba a dejarnos una huella tan profunda, nacida de un estímulo que 
desconocíamos hasta que pasamos por la experiencia del Sahara. De 
nada sirvió que en nuestra conciencia sólo vivieran unos cuantos pro­
blemas de Botánica geográfica y biológica. A despecho de nuestros 
prejuicios, de nuestra devoción por todo lo que sea cultura y espíritu 
de equipo; a pesar de nuestra fe en las grandes agrupaciones humanas, 
nos sentimos con el desierto metido dentro desde nuestros primeros 
pasos por la llanura calcinada. Todo el que ha visitado el desierto siente 
la nostalgia de volver a verlo. Cualquiera que sea su condición social 
y su formación espiritual, la reacción es idéntica hacia ese ambiente 
extraño y tan dispar de las sensaciones habituales del hombre civi­
lizado. 
Al escribir estas consideraciones huímos, en lo posible, de la forma 
literaria y no entra en nuestros propósitos hacer propaganda del 
desierto. Escribimos en un estado especial de ánimo y al dictado de 
una necesidad elemental, como fascinados en cierto modo por su lejana 
influencia. No quisiéramos de ninguna manera participar en la res­
ponsabilidad de empujar a alguien a que visite el desierto, ni queremos 
en modo alguno que se nos tome por sus propagandistas. Pero ello 
no puede impedir que estampemos aquí aquellas reflexiones que des­
pierta en nosotros la experiencia del desierto. A pesar de sus nume­
rosas incomodidades y muchas veces penalidades, nada enturbia el 
— i 4 — 
entusiasmo vivo y desinteresado por él: ni la escasez de agua, con la 
natural falta de limpieza impuesta en el nomadeo, ni sus noches frías 
y sus días calurosos, ni la andadura incómoda del camello (a la que 
uno acaba habituándose), ni las comidas monótonas, ni las penalida­
des que saltan al paso del viajero. Todo esto pasa y se borra y en el 
recuerdo sólo queda una emoción especial, diferente de toda otra, 
mezcla de admiración y de respeto ante un ambiente tan lleno de 
carácter, tan rico en enseñanzas, en contenido espiritual y en expre-
sión austera. Aún no hemos vivido directamente la exuberancia del 
paisaje ecuatoriano y, por consiguiente, desconocemos qué suerte de 
reacción última dejará su huella en nuestra conciencia; pero sí pode­
mos decir que la estructura simplista y magistral del Sahara es una 
limpia lección de bien vivir (polo opuesto del vivir bien). Allí no sólo 
se aprende Botánica y Geografía, se tiene un concepto claro de la vida 
en bloque. La sensualidad, reducida al mínimo, deja pasó a una sensi­
bilidad refinada al puro pulimento del viento y de la arena. La inco­
modidad física hace al espíritu fuerte y elástico. En aquel ambiente 
seco y simple se siente más viva que nunca la potencia espiritual. Con 
la limitación del mundo externo se percibe, dilatado y ágil, el mundo 
interno. Pero no para aquí la novedad del ambiente extraño. La sole­
dad es allí más perfecta que en parte alguna del mundo. Un horizonte 
visual que dibuja una circunferencia perfecta en la llanura amiga, 
con un radio de cincuenta, cien o ciento cincuenta kilómetros, es para 
uno solo, con la seguridad de que más allá de lo que alcanza la vista 
continúa idéntica soledad. Materialización de la geometría y de la 
metafísica. Gran banquete de ideas hechas cuerpos sólidos. Los con­
ceptos más sutiles e incorpóreos cobran al contacto mágico del de­
sierto el relieve de las cosas vistas en primer término. La broza que 
enmaraña la vista del hombre urbano ha desaparecido, y los ojos, 
limpios, pueden deslizarse asombrados por la superficie de las ideas 
objetos. ¡Con qué claridad se perciben perfiles que permanecían terca­
mente difusos allá en el mundo civilizado! Hasta el silencio se oye. 
Sí; el enrarecimiento sonoro es tan grande en el desierto que uno 
percibe clara y distintamente el levísimo zumbido de la sangre al 
circular por la zona auditiva. El silencio se oye. 
Si el desierto es el ambiente más propicio para las grandes mar­
chas espirituales del filósofo y del matemático, a su lado cabe muy 
bien el biólogo. El problema de la vida física, sometido a las circuns­
tancias y condición más rigurosas. Pocosson los seres vivos a los que 
les cabe el privilegio de gozar del desierto. De disfrutar de las condi­
ciones de vida más hostiles. Que no se nos califique a la ligera de afi­
cionados a la paradoja. Privilegio es disfrutar de lo duro y difícil 
conseguido con esfuerzo y dolor. Las plantas y animales que están 
afirmando con su vida que han dominado al desierto no son cualquier 
vulgar castaño de Indias o gorrión de aldea. Son un pequeño grupo de 
seres vivos que han pasado por las pruebas más difíciles y por las adap­
taciones más minuciosas y lentas hasta lograr la costosa conquista. 
Y aun así, con el constante peligro de morir de sed. Se conocen desier-
tOS en que el período de sequía ha durado diez y ocho, veinticinco y 
aun treinta años, sucumbiendo incluso los seres vivos desertícolas 
mejor dotados para la feroz lucha en la frontera de la vida. Sucumbie­
ron los individuos como tales, pero allí, en el escenario de su derrota, 
quedaron sus semillas y gérmenes para proseguir la lucha en que sus 
padres fueron aniquilados. 
¿Puede pedir el biólogo problemas más vivos e interesantes? Y 
este mismo interés hallarán en el desierto el meteorólogo, el geógrafo, 
el geólogo, el agricultor, el forestal y, en términos generales, el ser 
humano. 
Mas no se crea que su interés se centra y limita a lo especulativo 
y teórico. Todo el gran interés filosófico, científico y literario que 
el desierto puede despertar tiene su prolongación utilitaria y práctica, 
con las soluciones que ofrece a los grupos humanos, agobiados ya 
por la falta de espacio en que desenvolverse. 
Cierto que las condiciones vitales de los climas templados son muy 
superiores a las circunstancias hostiles del ambiente desértico y que 
la conquista de éste por el hombre le supondrá un esfuerzo mayor. 
Pero esto es más aparente que real. I^a conquista más difícil, hecha 
por el hombre en el desierto, se ha realizado ya y es multimilenaria. 
El hombre primitivo, con el solo recurso de su débil complexión física, 
pudo temblar en el borde del desierto antes de adentrarse en él. 
El hombre actual, con su maquinismo perfecto, puede instalarse a 
vivir en el desierto tranquilamente. 
Primero, en labor de avanzada y estudio y preparación del terre­
no, para dar paso a los grupos numerosos que van a realizar el prodi­
gio de hacer habitable el desierto. 
Aquí nos limitaremos a exponer algunas orientaciones generales 
que conviene seguir en la conquista del desierto; las necesidades que 
plantea el fenómeno del desierto. 
En las naciones propietarias de desiertos se advierte en estos 
últimos años un intenso movimiento hacia su conocimiento más pro­
fundo. Lo mismo en Francia que en Inglaterra, Estados Unidos de 
Norteamérica, U. R. S. S., son numerosos los centros oficiales y empre­
sas particulares que financian expediciones científicas y centros de 
experimentación agrícola o de prospección minera para la explota­
ción de las riquezas que encierran sus desiertos. 
La bibliografía ya existente, sólo de biogeografía desertícola, es 
muy copiosa. Th. Monod, en su versión francesa La vie dans les 
déserts, 1942, trae una lista de publicaciones que no baja del medio 
Palmar que rodea la laguna del oasis de Tinzgarrentz, en el Yebel Uarksis. 
( F o t o H e r n á n d e z - P a c h e c o . ) 
La costa del "Sahara español, vista desde el avión, en las proximidades de la península 
de Villa Cisneros. 
(Foto Vidal.) 
El típico paisaje de la zona norte, más húmeda, con nájalas y matorral espinoso. 
(Foto Hernández-Pacheco.) 
millar. Bn este movimiento general de curiosidad hacia el misterio 
del desierto, España no podía permanecer indiferente ante los pro­
blemas que le plantea su desierto, y afortunadamente parece que la 
empresa ya iniciada continuará con ritmo creciente hacia la solución 
del problema sahariano español. 
La orientación actual del estudio del desierto no nace del esfuerzo 
aislado de unos hombres movidos por un espíritu romántico, curioso 
de lo exótico y extraordinario, sino de un plan ya maduro en que 
colaboran todas las fuerzas de la nación y tienden a resolver cuestio­
nes vitales para la agricultura colonial y explotación del suelo y sub­
suelo, además de la riqueza pesquera, desarrollando al mismo tiempo 
una labor cultural y de acercamiento a la metrópoli, de los pueblos 
indígenas. 
No es de nuestra competencia hablar de la intensa labor coloniza­
dora de España en el Sahara occidental, y por eso nos referimos aquí 
a nuestro desierto como problema biogeográfico, y más concretamen­
te, geobotánico. 
Para obtener el máximo rendimiento de este complejo natural es 
preciso empezar por tener de él un profundo conocimiento. 
No se puede dudar que en el desierto se encierran riquezas cuan­
tiosas, todavía en estado potencial, y que llegará el momento en que 
el hombre proceda a su explotación. El defecto de su aridez no puede 
ser razón suficiente para que el hombre moderno desista de poner 
en marcha sus cuantiosos recursos, perdidos hasta la fecha sin utili­
dad alguna. 
Todavía nuestro conocimiento del desierto es muy poco profundo. 
A lo sumo, unas listas de especies vegetales y animales, con sus 
áreas geográficas insuficientemente conocidas y sin que se indique 
o conozca su interés y posibilidades económicas. Algunos datos bio­
lógicos sobre las épocas de emigración de las aves y de los peces, sus 
puestas y otros detalles de su ciclo vital. También se han reseñado 
fenómenos tan interesantes como el mimetismo, tipos especiales de 
hojas de las plantas desertícolas, sus recursos para retener el agua, 
eliminación del exceso de sal, etc., etc. A esto se reduce el conocimiento 
externo y puramente descriptivo del paisaje. 
Hoy las cosas deben cambiar y es preciso interesarse en la parte 
constructiva de los trabajos del desierto. Hecho el arqueo de sus ri­
quezas es hora de edificar una economía; es decir, trazar un programa 
completo de la explotación racional de sus capacidades productoras. 
Pensar en la utilización de su fauna y de su flora silvestres, así como 
2* 
introducir nuevas especies con posibilidad de prosperar y con rendi­
miento económico apreciable. Pero todas estas cuestiones sólo pueden 
plantearse desde el campo científico, si han de tener la suficiente ga­
rantía de seriedad y seguridad. 
Todos estos trabajos se ofrecen a la capacidad edificadora del 
hombre, que puede convertir el desierto de hostil en amical y de pobre 
en fuente de riqueza. 
El desierto, como complejo natural, ofrece a las posibilidades hu­
manas ancho campo donde ejercitar su iniciativa y espíritu cons­
tructor. 
Bs preciso que intervengan todos los hombres de ciencia en van­
guardia: el meteorólogo, el geólogo, el edafólogo, el botánico, el zoólogo, 
con el agrónomo y el forestal. Hay que estudiar la flora y la fauna 
desde un punto de vista biológico y en relación con el medio. De esta 
forma se conocerán en su realidad los mil problemas que encierra 
el complejo desértico. 
Pero conviene no olvidar que nuestro desierto no es un hecho 
aislado, sino que fenómenos parejos se repiten en inmensas zonas de 
África, Asia, América y Australia. 
Los resultados obtenidos por los hombres de ciencia que en la 
actualidad trabajan intensamente sobre ellos deben ser conocidos de 
nosotros y comparados con los resultados que nosotros obtenga­
mos, estudio comparativo lleno de sugerencias y de resultados fe­
cundos. Tanto su fauna como su flora pueden proporcionar especies 
y formas que se aclimaten con gran rendimiento a nuestro desierto. 
Se hace necesaria una biología y una ecología comparativas de los 
diversos desiertos. Por eso es aconsejable un mayor contacto y rela­
ción entre los investigadores que se ocupan en el estudio de los desier­
tos del Globo, y nos sumamos de buen grado, con el mayor entusias­
mo, a la sugerencia de Th. Monod de que se funde una «Asociación 
Internacional para el Estudio de los Desiertos». 
Si la extensión del Sahara español no es demasiado grande, en 
cambio encierraproblemas de carácter genuinamente desértico y 
ocupa casi toda la extensión de lo que llaman los autores franceses, 
con gran acierto, el Sahara occidental. 
Con este trabajo inauguramos la era de los estudios españoles 
sobre el complejo vegetal desértico y hacemos votos por que nuestros 
futuros trabajos y los de nuestros continuadores estén a la altura de 
la calidad y número de los que se publican en las naciones más civi­
lizadas. 
BREVE DESCRIPCIÓN FISICA Y TOPONIMIA 
DEL DESIERTO 
El paisaje desértico es parco en manifestaciones geográficas. El 
lector puede imaginar el desierto como una inmensa llanura limi­
tada por el mar con un acantilado de casi cuarenta metros en los 
trechos de mayor elevación, o bien la llanura se pierde en el mar en 
extensos playazos, como sucede desde más arriba de C. Juby al C. Bo-
jador. Iylanura constantemente barrida por el viento que sopla con 
fuerza de Norte a Sur, con ligeras variantes. 
A medida que se penetra en el Sahara español, la llanura se va 
elevando paulatinamente por ligeros escalones muy espaciados. Como 
las distancias aquí son enormes, apenas se percibe esta sensación, 
como no sea en el momento de superar el ligero escalón; pero alcanzado 
el nuevo plano, la llanura continúa, en apariencia infinita, con una 
elevación de unos cien metros sobre el nivel del mar allá en el confín 
oriental de nuestro territorio. 
Casi todo a lo largo de la costa, y de quince a treinta kilómetros 
de ella, se extiende el aguerguer, zona de pequeñas elevaciones ali­
neadas de arenisca muy deleznable, que parece bizcocho y se halla 
tan corroída por el viento que se desmorona fácilmente al simple 
contacto de la mano. 
Este relieve se mantiene así gracias a la enorme sequedad de clima 
desértico; de otra forma, las lluvias intensas arrastrarían todo este 
polvo milenario en poco tiempo. Como se puede deshacer en leche 
un pastel de hojaldre. A veces, el viento ha tallado oquedades y 
vanos que recuerdan enteramente los dibujos afiligranados de un 
encaje. 
«AGUERGUER» 
«REG» 
En el interior, la llanura o está formada de piedrecillas de diversos 
tamaños, constituyendo el reg, o bien se halla entreverada de len­
guas arenosas (los ríos de arena), medio más favorable para la ve­
getación. 
De vez en vez se advierten cerretes (garas, de forma tronco-
cónica), y más al interior aparecen las montañas (gleibats) en forma 
de pitón rocoso aislado en la llanura y las sierras (kudias) de rocas 
eruptivas negruzcas, sumamente duras y habitualmente alineadas de 
Norte a Sur. Las montañas se llaman también en berebere adrar. 
A ello debe el nombre la zona enclavada al sur de nuestro territorio 
llamada Adrar Suttuf. 
D U N A S V I V A S 
La arena es más bien escasa en nuestro territorio y nada más 
equivocado que imaginar para el Sahara español la clásica y conocida 
estampa de ciertas regiones de la zona francesa, formada de un mar 
encrespado de interminables montículos arenosos sosteniendo un gru­
po de camellos y beduinos, que proyectan sobre el suelo largas som­
bras violeta a la luz amarilla de un sol crepuscular. 
Nada de esto caracteriza nuestro desierto, y la escasa arena se 
acumula en la base de kudias y gleibats, que actúan de barrera o dique, 
y resulta muy típico el decorado discolor con la base amarillenta 
enarenada y la cúspide negruzca en acusado contraste. 
E l resto de la arena que hay en nuestro desierto se localiza en los 
llamados barkhanes o barjanes, pequeños montículos de arena via­
jera que se desplazan por la acción del viento y tienen una forma semi­
lunar perfecta o, mejor aún, de croissant, con las dos puntas o bigotes 
dirigidos hacia el Sur y con el cuerno o punta izquierdo algo más largo 
cuando el viento sopla con persistencia del Nordeste. 
Los barkhanes tienen su nacimiento en contados playazos ¡ del 
litoral y se disponen formando hileras siguiendo direcciones aproxima­
damente meridianas, con longitud a veces de muchos kilómetros, En 
el mapa que adjuntamos van señaladas las principales alineaciones 
de barkhanes. 
OTROS ACCIDENTES 
De los restantes relieves del Sahara español merece destacarse 
el Guelta del Zemur, de extensión considerable y configuración acci­
dentada, que rompe la monotonía infinita de la llanura sahariana. 
Al norte del territorio español se hallan los Y ¿beles (montañas) 
que también comunican una cierta variación y encanto a este paisaje, 
tan pobre en relieves. 
RÍOS 
En cuanto a los ríos, éstos no existen en la forma que entendemos 
tal concepto en España. Únicamente el Uad Dra, que forma el límite 
septentrional del desierto español, es un cauce que suele tener agua 
con bastante continuidad en el tiempo y en el espacio. 
A partir de esta línea, y hacia el Sur, la zona comprendida entre 
este río y la Sequía el Hamra ofrece alguna que otra lagunilla con 
su correspondiente y raquítico oasis (laguna de Tizguerremtz, etcé­
tera) ; pero no se halla ningún otro río en el sentido que se da en nues­
tros paisajes a esta palabra. 
La Sequía el Hamra (la Acequia Roja), que es el cauce más impor­
tante de todo el Sahara español y habitualmente está seca, aparece 
como una enorme grieta roja excavada en la arcilla siguiendo una 
dirección aproximada de paralelo terrestre. 
De una manera eventual, y a causa de que su desembocadura 
está obstruida por varias hileras de barkhanes, sucede que en los pe­
ríodos anómalos de lluvias intensas, el agua se acumula en este gran 
cauce y forma un extenso lago, en el que quedan sumergidas y ane­
gadas las huertas del Aiun, con el consiguiente daño. 
El resto del territorio carece de cauces de la importancia de éste 
de la Sequía, y a lo sumo existen pequeños uadis de una cincuentena 
de kilómetros de longitud, de localización costera, que o bien des­
embocan en el mar o en las sebjas, pero siempre carentes de agua y 
sólo raramente corren con las contadas lluvias. 
«SEBJAS» 
La sebja es un accidente topográfico, típico del desierto litoral, si 
bien existen algunas sebjas importantes en la zona interior. 
Sebja es toda depresión grande del terreno de fondo marcada-
mente sal ino. P o r lo general , este ba jo fondo está contorneado por 
l a pa red acan t i l ada o co r t ada a p ico en que t e rmina b ruscamente la 
l l anura c i rcundante , y este desnive l puede medi r a l tu ra considerable 
(de 20 a 30 met ros , y a u n más) . E n de te rminadas pa r t e s de la sebja 
l a l l anura pene t ra insensiblemente sin desnive l marcado , y t a m b i é n 
ex i s t en sebjas (como l a de Imi l i l ik , etc.) en que la depresión no l imi ta 
b ruscamen te con la l lanura . 
S i l a depresión es m u y ex tensa suele l lamarse hofrat, aunque este 
t i po de acc idente es m á s b ien propio de l a zona francesa sahar iana . 
«HAMADA» 
E s l a fo rma desér t ica de la mese ta , de superficie no tab lemente 
hor izonta l . O c u p a grandes ex tens iones en la zona noroeste del Saha ra 
y pene t r a en la pa r t e sep ten t r iona l de nuest ro terr i tor io. Pa r t i c ipa 
de u n ca rác t e r desér t ico m u y acusado . I^os pozos de a g u a se hacen en 
el la s u m a m e n t e raros, y cuando el n ó m a d a se apres ta a a t r avesa r l a 
hamada e x t r e m a con m a y o r r igor sus precauciones , pues sabe que 
u n guirbe ro to o u n descuido cua lqu ie ra puede ser causa de que pron to 
b l anquee el sol sus huesos . 
E l g rado e x t r e m o de l desier to recibe el nombre tua reg de tanezruft, 
que es el desier to del desier to, sin a g u a ni vege tac ión , que en los 
meses m á s ca lurosos ex ige m a r c h a s noc tu rnas a causa de la inc lemen­
c ia de l sol , c u y o e x c e s i v o calor lo hace in t ransi table en las horas 
d iurnas . 
POZOS 
L o s pozos son en el desier to los pun tos de referencia y a p o y o de 
l as c a r a v a n a s . E l camel lo y el pozo son los dos va lo res bás icos que 
h a c e n h a b i t a b l e e l desier to. 
E n nuest ro terr i tor io , los pozos de la z o n a s i tuada a lnor te de l a 
S e q u i a el H a m r a , a u n t i enen u n l igero ca rác te r r isueño, con u n a l e v e 
v e g e t a c i ó n de oasis y u n a m a s a de a g u a que puede a lcanzar d imen­
siones de cha rca g rande o laguni l la . 
A l sur de l a A c e q u i a R o j a (Sequia el H a m r a ) , el p o z o se ofrece al 
v ia je ro en t o d a l a desnudez de la pa l ab ra . U n orificio en el suelo, 
de profundidad va r i ab le , en c u y o fondo se a c u m u l a e x i g u a can t idad 
de agua . 
C u a n d o el pozo t iene c ier ta impor tanc ia , como el de Z u g , el be -
duíno se ha esmerado en reforzar sus paredes mediante un muro de 
piedra, que evita los hundimientos que cieguen el pozo. Algunos nó­
madas han perdido su vida en esta penosa labor, por carecer de los 
útiles más elementales. 
Pero si el pozo es de escasa importancia, el viento y la arena lo 
ciegan en poco tiempo. Esta es una de las estampas trágicas del 
desierto. La caravana se acerca a uno de estos pozos, punto infinite­
simal perdido en la llanura inmensa, sin una piedra, sin una mata, 
sin un detalle que sirva de referencia. Los tuareg miran, se orientan, 
golpean el suelo con los pies. Si son viejos y expertos pronto dan con 
el pozo. Se arrodillan en el suelo con una expresión de angustia en la 
cara y clavan las uñas en la arena. Al cabo de un cierto tiempo de 
este penoso escarbar, si advierten la arena húmeda respiran tranqui­
los; pero si la arena continúa seca a medida que la van sacando, 
pronto se apodera de aquellos desgraciados un sombrío abati­
miento. 
La distancia que separa unos pozos de otros es a veces considerable 
y causa habitual de las frecuentes tragedias silenciosas que tienen 
lugar en el gran Sahara. Sin embargo, tan grave inconveniente se 
puede corregir, en parte, alumbrando pozos mediante un equipo de 
técnicos dotados de los recursos modernos. 
La palabra ain, plural aiun, significa ojo u ojos, respectivamente, 
y, en sentido figurado, manantial. Así, el Aiun de la Sequia el Hamra 
sería los manantiales de la Acequia Roja. 
Cuando los pozos son muy profundos (más de diez metros) se 
llaman bir, plural biar (en nuestro territorio tenemos Bir Ganduz). 
Los pozos poco profundos se llaman haci (plural, hadan). 
Asimismo se llama ogla (plural, aguelt) el lugar donde se practi­
can pequeños orificios (hacían o aiun) para alcanzar una capa de 
agua. 
En la redacción de esta breve reseña geográfica del Sahara espa­
ñol se han tenido en cuenta las publicaciones de M U R A T , M O N O D , 
Z O E O T A R E V S K Y , etc. 
Quien quiera profundizar más en la geografía del desierto español 
puede consultar los interesantes trabajos en castellano sobre esta 
cuestión y sobre geología saharianas de H E R N Á N D E Z - P A C H E C O ( E D U A R ­
DO y F R A N C I S C O ) , V I D A E B O X , A L I A , etc., parte de los cuales se hallan 
en prensa. 
] 
MAPA D E EA V E G E T A C I Ó N 
E l m a p a que ofrecemos al f inal de este t raba jo es tá inspirado en 
las ideas de los au tores franceses, c u y o s pun tos de v i s t a compar t i ­
mos en sus l íneas esenciales , luego de haber c o m p r o b a d o en nuest ro 
recorr ido lo cer tero de su v i s ión . 
D i sc repamos en l a in te rpre tac ión de la zona N o r t e de nues t ro 
terr i tor io , c u y a v e g e t a c i ó n es de t i po sensiblemente m á s es tepar io 
que desér t ico, por causa de u n c l ima menos r iguroso. A nuest ro j u i ­
cio , el desier to au tén t i co t iene su l ími te septent r ional en l a Sequ ía 
el H a m r a y no en el U a d D r a y en defensa de ello esgr imimos no sólo 
la presencia de u n a v e g e t a c i ó n m á s densa y menos xerófi la , sino el 
l ími te de numerosas áreas geográf icas de especies vege ta l e s de proce­
dencia m á s sep ten t r iona l y medi te r ránea . Claro que en el conf ín 
or ienta l de l a z o n a N o r t e aparece la hamada, con su carác te r e x ­
t r e m a d a m e n t e desér t ico y cas i ab ió t ico . Pe ro s iempre será u n a 
z o n a de r e l a t i va escasa impor t anc ia en re lación con el resto del 
terr i tor io . 
A l sur de la S e q u í a el H a m r a cabe considerar u n a g ran ex tens ión 
de terr i tor io c o m o z o n a de t rans ic ión en que se v a n ex t ingu iendo las 
áreas geográf icas de u n c ier to número de especies medi te r ráneas , si 
b ien menos cuant ioso que el de las ex t i ngu idas a l N o r t e de es ta l ínea. 
I^a z o n a de t rans ic ión l lega, m á s o menos , a l T róp ico de Cáncer . A l 
Sur de éste , el desier to en nues t ra z o n a a lcanza su m a y o r ca rác te r 
y os ten ta u n a c ier ta inf luencia de la z o n a francesa m á s mer idional , 
con a lgunas especies t í p i camen te sahar ianas . 
P a r a los au tores franceses (MAIRE, M O N O D , e tc . ) , nues t ro terr i­
tor io ent rar ía de l leno en lo que denominan dominio sáharo-medi te -
rráneo y ún icamen te el ángulo sudor ienta l m á s e x t r e m o del S a h a r a 
español (territorio arenoso del Azefa l ) entrar ía en el l l amado dominio 
sáhara-af r icano. 
D e n t r o de aque l dominio , M A I R E diferencia c la ramente u n a b a n d a 
l i tora l , que a nues t ro ju ic io es m á s ancha a l N o r t e y m á s es t recha a l 
Sur , de t re in ta a sesenta k i lómet ros , somet ida a la inf luencia de l a 
h u m e d a d oceánica y que cons t i t uye el subdomin io sáharo-oceánico , y 
luego de u n a b a n d a de t rans ic ión m á s o menos para le la se en t ra de 
l leno hac ia el interior, en el subdomin io sáharo-suboceánico . 
C a d a uno de ellos t iene sus especies vege ta l e s caracter ís t icas . 
L a f lora del subdomin io sáharo-oceánico se carac te r iza por l a 
Vista de la llanura hacia occidente desde la cumbre del «Gleibat Tararat». Se aprecia 
la vegetación deserticola en forma de sarpullido. Al fondo, el «Gleibat Tuama». 
(Foto Hernández-Pacheco . ) 
Ì 
presencia de elementos de origen insular (Canarias, Azores, etcé­
tera), con elementos endémicos del propio litoral sahariano. Así, te¿ 
nemos subarbustos (Cf. ZOI^OTAREVSKY y M U R A T , 1938-a, pag. 6 5 ) , 
como Limonium sp., Frankenia sp., Teucrium Chardonianum, etc., así 
como numerosas quenopodiáceas, de entre las cuales merecen desta­
carse dos especies nuevas, de M A I R E : Salsola gymnomaschala y Mura-
tina Zolotarevskyana. 
A medida que se va ganando en latitud, la flora del Sahara oceá­
nico se enriquece en especies austro-marroquíes y en especies del Saha­
ra nordoccidental, como son la Salsola tetrandra y el Rhus Oxyacantha, 
éste como núcleo leñoso de las graras. 
I,a Euphorbia Echinus comienza a aparecer a partir de la pen­
ínsula de Villa Cisneros y del Argub, en sentido Norte; pero donde 
alcanza importancia e interviene con carácter en el paisaje vegetal 
es a partir del Cabo Boj ador y especialmente al norte de la Sequía 
el Hamra. Algo parecido sucede con el arbusto Euphorbia balsamife-
ra, var. Rogeri. 
I^as condensaciones ocultas de la banda litoral Norte permiten 
una cierta exuberancia de liqúenes saxícolas, terrícolas y corti-
cícolas. 
En la mitad meridional del Sahara suboceánico predomina la flora 
del Sahara central, con frecuentes irradiaciones nordsaharianas. 
I^as llanuras de piedras están vestidas de la consabida estepa de 
salsoláceas, a base del ascaf (Nucularia Perrini), con la Salsola foe-
tida, var. gaetula, y la Suaeda Monodiana, etc. 
I^os ríos de arena se hallan poblados de la sabana desértica, con 
Acacia Raddiana, Panicum turgidum, Acacia Seyal, Capparis deci­
dua, etc., etc. 
En la zona septentrional, la estepa de salsoláceas es mucho más 
variada y forma una cobertura mucho más densa, dominando la 
Salsola tetrandra, Haloxylon tamariscifolium, y en ciertos puntos abun­
da el Anabasis articúlala. 
Entre las especies arbóreas, la Acacia Seyal desaparece mucho 
antes que la A. Raddiana, en dirección Norte. 
En el mapa adjunto se considera dividido el Sahara español en 
tres zonas, conlímites de paralelo terrestre, aproximadamente: una 
zona septentrional, con ancha banda litoral, caracterizada por el 
euforbietum o crasipulvinetum, pudiendo llamarse también estepa de 
paquifitas por su carácter climático, aunque no por la formación vege­
tal, nada más lejos del xerograminoidetum. Sigue a éste, en el interior, 
una zona continental que limita con la Sequia y la Hamada, de tipo­
logía predesértica, con el límite meridional de numerosas especies 
marroquíes. 
Hacia el Sur sigue el Sahara español medio, más o menos limitado 
por el Trópico de Cáncer y, por último, el Sahara español meridional, 
de carácter más desértico. 
I 
C O N C E P T O G E O B O T A N I C O D E L D E S I E R T O 
EE C U M A DESÉRTICO EN REEACIÓN CON EA VEGETACIÓN 
Para el geobotánico, el concepto de clima implica matices que des­
bordan la Meteorología y demás condiciones físicas que mandan en 
la superficie terrestre, puesto que aquel factor ha de considerarse en 
función de la vegetación que en mayor o menor grado condiciona. 
Por ello, nos parece indispensable traer aquí las consideraciones pu­
blicadas por BMBERGER, MONOD, ZOEOTAREVZKY y MURAT. 
Bl agua atmosférica (en sus tres estados), la luz, la temperatu­
ra, etc., tienen un sentido especial cuando se estudian los efectos que 
producen sobre el tapiz vegetal. Para la planta no tiene tanta impor­
tancia la cantidad de agua que recibe el suelo como la que pueden 
aprovechar sus diversos órganos en relación con sus necesidades vi­
tales. Bsto explica que en pleno bosque tropical, con un máximo de 
pluviosidad, se den formas vegetales xerófilas en abundancia (nume­
rosas epífitas) en íntimo contacto con las hidrófitas más destacadas. 
BMBERGER, con gran acierto, cita el ejemplo de los climas de monzón 
y los climas de montaña. 
l,os climas de monzón, para el meteorólogo, constituyen una uni­
dad natural, caracterizada porque el factor dominante es el monzón; 
pero desde el punto de vista ecológico, resultan muy diversos y no hay 
posibilidad de unificarlos. Así, el clima de la China oriental o del Japón, 
constantemente húmedo, tienen, en sentido ecológico, más analogías 
con nuestros climas de la Europa templada o de la zona oriental de 
los Estados Unidos que con los climas monzónicos de la India tropi­
cal. I^os climas de monzones secos se hallan más cerca de otros cli­
mas de carácter seco, si se examina su acción sobre el complejo vege­
tal, que de los climas de los monzones húmedos. Con los climas de 
montaña sucede algo parejo. Tales climas tienen, como en el caso ante-
rior, rasgos comunes importantes y su unidad parece profunda; cier­
tos fenómenos físicos (erosión, género de vida, etc.) se parecen mucho 
en la montaña; así, la erosión glaciar, la morfología torrencial y mil 
otros efectos de estos climas, que se traducen gráficamente en el hecho 
de que al contemplar una fotografía de alta montaña no se pueda espe­
cificar de qué parte del Mundo es. En cambio, determinan una diver­
sidad ecológica indiscutible y fácilmente perceptible: el clima de los 
planos culminantes centroafricanos es el clima ecuatorial de alta 
montaña por sus efectos sobre la vegetación; el de las altitudes más 
elevadas de África noroccidental es el clima mediterráneo de alta 
montaña; el de los Alpes es el clima de alta montaña de la Europa 
templada, etc. A pesar de pertenecer al mismo género de clima, las 
afinidades entre sí son infinitamente más dispares que con los cli­
mas de llanura en que se superponen, sin que reste valor a esta afir­
mación el conjunto de fenómenos de convergencia. 
Si estos ejemplos sirven para evidenciar la profunda diferencia 
que implica el concepto de clima, considerado desde un punto de 
vista biológico, aun conviene insistir en la importancia de lo minu­
cioso, para el ser vivo, unidad de dimensiones exiguas en relación 
con las grandes divisiones climáticas, realidad que condiciona la nece­
sidad de poner en primer término los factores que juegan en el micro-
clima. En esta forma sí queda bien centrada la relación bioclimática, 
permitiéndonos los datos que el microclima proporciona, obtener 
conclusiones mucho más importantes que las logradas a través de 
un concepto puramente físico del clima. Hay que lamentar la difi­
cultad grande que supone la obtención de datos microclimáticos, 
debiendo confesar que aun estamos muy lejos de haber comenzado 
a atacar este vasto espacio de lo desconocido. 
Si esto ocurre en las naciones y zonas de mayor población humana, 
es explicable que en el Sahara no se registren aún los coeficientes del 
microclima, tanto menos cuanto que sólo funcionan algunas esta­
ciones meteorológicas. 
En tanto llega el deseado día en que los geobotánicos dispongan 
de una apretada red de puntos para las observaciones microclimáticas 
y la densidad de coeficientes numéricos permita el establecimiento 
de exactas delimitaciones, n o n o s queda otro recurso que debatirnos 
en el terreno puramente hipotético y general y alcanzar en él la mayor 
precisión deseable. 
E l Sahara constituye el tipo de desierto por excelencia. Ahora 
bien: su extensión es tan grande que incluye necesariamente varios 
-r- 29 — 
matices dentro del clima típicamente árido. Así, tenemos que en su 
zona Norte las lluvias se producen con regularidad todos los años 
en otoño e invierno, o sea durante la estación fría, lo que representa 
un régimen mediterráneo de carácter extremo. En la zona sahárica 
meridional este mismo fenómeno se presenta, pero con carácter in* 
verso; es decir, las lluvias regulares son propias de la época estival 
(de mayo a octubre), o sea durante la estación cálida, lo que representa 
el régimen tropical extremo. Ambas zonas marginales, sumamente 
estrechas, enmarcan el clima genuinamente desértico del gran Sahara, 
que puede verse privado de lluvias, no ya de un modo irregular, sino 
incluso durante varios años seguidos. Las raras lluvias pueden pre­
sentarse en cualquier época del año y tienen carácter puramente 
local. 
Estos tres climas de condición muy seca corresponden al tipo 
desértico; pero en tanto que la vida humana y la erosión no resultan 
afectadas de manera diferente por estas diferencias de matiz, la vege­
tación sí acusa esta triplicidad climática. Incluso la vegetación, desde 
un punto de vista estático, puede no descubrir en apariencia esta 
diversidad climática, puesto que un examen superficial de ella advierte 
en las tres zonas una aparente uniformidad de fisonomía constante­
mente pobre, abierta o diseminada y uniforme. Pero el fenómeno 
biológico exige una mayor atención, y si nos acercamos al tapiz vege­
tal observaremos que sus componentes no sólo difieren específica­
mente, sino que su biología, y esto es lo esencial, es distinta. En 
efecto: existen grandes diferencias entre la biología de las plantas 
que reciben agua con regularidad, todos los años, aunque sea en can­
tidad insuficiente o exigua, y la biología de aquellas plantas que han 
de adaptarse a un régimen más riguroso y han de condicionar su orga­
nismo a la falta total de lluvias durante varios años seguidos y apro­
vechar al máximo la que reciben de modo inesperado e imprevisible. 
.Estas sí son las auténticas plantas desertícolas, de capacidad vital 
muy poco frecuente en el mundo vegetal. 
Claro que estas plantas, cuando saltan a las zonas marginales 
del desierto, experimentan un alivio en su dura lucha por la vida y 
se conforman muy gustosas al nuevo régimen de lluvias regulares, 
comportándose como las que habitualmente viven en estos medios 
menos secos; pero si cualquiera de estas últimas plantas se adentra 
en la llanura inhóspita, está llamada a sucumbir, manteniéndose loza­
nas e indiferentes sólo aquellas que han dado con los dispositivos 
adecuados que las defienden de la sequía extrema. Entonces, ¿qué 
— 3 o — 
plantas merecen el calificativo de desertícolas puras? Aquellas que 
son capaces de soportar el régimen climático cuya norma es la irre­
gularidad y escasez pluvial. Pero al examinarestos hechos biológi­
cos se ha de tener presente que las plantas no se.comportan como 
seres estáticos inmutables, sino que, por el contrario, están en cons­
tante evolución, aunque ésta sea lentísima y escape a la observación 
en vida del hombre, de forma que su equilibrio está modificándose 
de continuo y ello hace la cuestión más compleja; tal complejidad 
sube de punto si se considera que asimismo el clima, y demás circuns­
tancias físicas de la superficie terrestre, tampoco son entidades inmu­
tables, sino que se hallan sometidas a un continuo devenir, con sus 
altos y bajos o fluctuaciones. Por eso, al considerar la vegetación del 
desierto como cualquier otro tipo de vegetación, es preciso tener en 
cuenta las circunstancias físicas y biológicas que precedieron al pai­
saje actual, objeto del presente estudio, y aquellas otras que verisímil­
mente se van a producir y seguirán a las actuales. Todo esto eriza el 
problema del tapiz vegetal de dificultades, muchas de ellas insupera­
bles. Si a esto se añade que nuestros esquemas y delimitaciones son 
siempre grosera expresión de una realidad inaprehensible, resulta que 
la visión humana de los fenómenos biológicos queda muy por debajo 
de una realidad sutilísima que escapa a nuestra percepción; pero en 
tanto no se perfeccionen nuestros recursos y medios de trabajo, hemos 
de resignarnos a nuestra interpretación grosera, en espera de que sirva 
de base a las generaciones que nos sigan, más afortunadas y mejor 
dotadas. 
Volviendo a la vegetación del Sahara, hallamos que los tres mati­
ces del clima desértico condicionan tres tipos de tapiz vegetal y que, 
de ellos, dos (los extremos o marginales) se deben vincular al medite­
rráneo y al trópico, respectivamente, quedando como clima y vegeta­
ción puramente desérticos los del inmenso territorio central, sometido 
a un régimen de lluvias caprichosas e insuficientes o, mejor, exiguas; 
«por ello, proponemos reservarle el calificativo de desierto en sentido 
fitogeográfico y ecológico, y llamamos clima desértico al clima carac­
terizado por precipitaciones que no tienen lugar todos los años y 
que pueden presentarse en cualquier época del año; a tal clima co­
rresponde la vegetación desértica». (EMBERGER.) 
Con esta definición basta para caracterizar el desierto, sin necesi­
dad de afectarlo de coeficientes numéricos ni de echar mano de otros 
factores climáticos, y ello en razón a que la planta y, en general, 
la vida es sensible al factor hídrico en primer término o, cuando menos, 
— 3 i — 
en término muy destacado. En efecto: sin luz, algunas plantas y ani­
males (hongos y artrópodos troglobios) pueden vivir y, en cambio, 
sucumben si carecen de agua. Pero la planta verde, fundamento de 
toda la biología, no puede subsistir sin la presencia de la luz, por 
cuya razón cabe colocar este factor en primer término. 
Claro que este carecer de agua puede darse aun en presencia de 
abundante masa de la misma, bien en forma congelada (temperatu­
ras mínimas) o por exceso de sales disueltas en ella. A este segundo 
factor se adaptan numerosos organismos, pero ningún ser vivo es 
capaz de resistir una temperatura ambiente por encima del grado 
máximo de vida o por debajo del grado mínimo, por cuya razón no 
hay por qué considerar un factor superior en importancia a otro, sino 
que todos ellos son indispensables. 
Ahora bien: comoquiera que el agua juega un papel más osten­
sible e inmediato en la vida de la planta, puesto que en la inmensa 
mayoría de la superficie terrestre mandan temperaturas compatibles 
con la vida, de aquí que al estudiar la planta se tenga siempre en 
cuenta este factor en primer término, siguiendo la luz, que es indis­
pensable en la síntesis clorofílica que, como acabamos de decir, ca­
racteriza por excelencia la vida vegetal y cuya importancia se refuerza 
por la excepción que supone la existencia de los hongos y otros vege­
tales heterótrofos. 
En el desierto y, en general, en los restantes tipos de paisajes 
vegetales juega, en primer término, el factor agua, y, en segundo, la 
temperatura, que condiciona dos tipos de paisajes desérticos: los desier­
tos cálidos y los desiertos fríos. La luz, factor paralelo a la tempe­
ratura eñ los desiertos cálidos, permite establecer una subdivisión 
en los desiertos fríos, que pueden estar iluminados con periodicidad 
diurna, como ocurre en los pisos nivales de las altas montañas extra-
circumpolares, y los desiertos fríos, sometidos al régimen luminoso espe­
cial de los casquetes polares. 
De esta suerte, en los desiertos cálidos mandan los factores hume­
dad y temperatura, y este último paralelamente a la luz. 
Pero tal visión del desierto, exclusivamente climática en relación 
con la vegetación, resulta en exceso unilateral, al menos para nuestro 
Sahara, en el que la distribución de la vegetación se halla supeditada 
a la clase del suelo, además de a las precipitaciones atmosféricas. Con 
un mismo tipo de clima, las superficies abióticas alternan en forma de 
mosaico irregular con las masas de vegetación difusa, y ellas obedecen 
y se localizan de preferencia en los ríos de arena, que disputan con 
gran tenacidad a la intensa evaporación desértica las exiguas capas 
subálveas que sostienen una vegetación frutescente y leñosa especí­
fica. I^a vegetación más directamente ligada al clima es la vébia o 
acheb, que es la vegetación efímera de las lluvias, que subsiste en los 
períodos secos en forma de semillas, en tanto que la vegetación de 
fanerófitas y caméfitas se mantiene gracias a las capas de agua oculta, 
que si bien es cierto proceden de la lluvia, su acumulación y distribu­
ción es producto exclusivamente del terreno, que o bien la pierde 
rápidamente, como ocurre en los suelos arcillosos, o la retiene en 
beneficio de una vegetación más densa, como sucede en los suelos 
arenosos (en especial en los llamados ríos de arena). 
A la luz de su definición, EMBERGER examina los restantes de­
siertos de la Tierra. 
En las regiones muy áridas de Australia y de África meridional 
vuelven a encontrarse los hechos que ha destacado a propósito del 
Sahara: «las formas extremas de los climas vecinos se reparten este 
territorio.» Sin embargo, no parecen existir, salvo en África del Sur, 
territorios que no reciban lluvia todos los años. 
Seguidamente examina las regiones áridas de Asia. Con relación 
a los desiertos que rodean el mar de Aral, B . de Martonne (T. I., pá­
gina 291), escribe que «Al Sur son las lluvias de tipo mediterráneo, de 
invierno y primavera, en tanto que al Norte tienen más bien lugar 
las lluvias de verano, conocidas en las regiones continentales de la 
zona de invierno acentuado». 
No parece que allí existan regiones con lluvias aleatorias, homo­
logas al Sahara central. Vemos, pues, de nuevo regiones desérticas 
ecológicamente diversas: los territorios meridionales deben unirse al 
mundo mediterráneo, como el Sahara septentrional; el Norte se vincula 
a la Siberia meridional. 
O. PAUESEN (Studies in the vegetation of Pamir, Copenhague, 
1920, pág. 19) escribe que en el Pamir el verano carece prácticamente 
de lluvia. IyO mismo sucede en la región transcáspica de Tachkent a 
Askhabad (O. P ATIESEN, Studies in the vegetation of the Transcaspian 
Lowlands, Copenhague, 1912, págs. 17 y 18). 
Tampoco están sometidas a un clima homogéneo las regiones ári-* 
das comprendidas entre las montañas de China occidental, con ellas 
inclusive. Su rasgo común es la pobreza en lluvias; pero en tanto 
que en ciertas regiones las lluvias son netamente estivales, en otras 
es en invierno la época de las lluvias. Además, parece que también 
existen allí regiones con precipitaciones tan irregulares como en el 
Villa Cisneros desde el aire. El recinto cuadrilongo es la antigua Alcazaba. A la derecha se advierte el puerto iniciado, y a la 
izquierda, en la parte superior, el grupo de aviación. En la parte inferior, el barrio moro y las hileras de jaimas. 
( F o t o H e r n á n d e z - P a c h e c o . ) 
Saharacentral, que serían verdaderos desiertos, en el sentido fito-
geográfico y ecológico de la palabra. 
B n el Nuevo Mundo, más regiones muy áridas ocupan una super­
ficie menos importante que en el Antiguo. La Patagonia seca tiene 
muy raras precipitaciones (100 a 200 milímetros por año en con­
junto); pero recibe lluvias débiles regularmente todos los años y en 
todas las estaciones. En los trabajos de L. H A U M A N («Etudes phytogéo-
graphiques de la Patagonie», Bull. Soc. R. Bol. de Belgique, 1926, 
tomo 58, págs. 105-180) se ve que la estación más seca es tan pronto 
el verano (Camarones), tan pronto la primavera (Puerto Deseado, 
Santa Cruz), tan pronto el invierno (Buen Pasto). Cuando se estudia 
de cerca el régimen de lluvias en Patagonia se sorprende uno de la 
semejanza que presenta con las de nuestra Europa occidental. Las 
curvas de los coeficientes pluviométricos relativos a las estaciones, 
que ponen bien en evidencia los hechos salientes, son sugestivas. La 
de Buen Pasto, por ejemplo, se superpone casi a la de Librón, y la de 
Camarones se parece mucho a la de Madrid; la de Puerto Gallegos, a 
la de Méjéve... A la luz de estos hechos, el clima árido de Patagonia 
aparece como una forma extrema del clima de Europa occidental. 
Sin embargo, los desiertos de Patagonia no son homólogos a los del 
Antiguo Mundo. No son desiertos propiamente dichos, relacionán­
dose la Patagonia, desde el punto de vista ecológico, al país sometido 
a idéntico régimen pluviométrico; es decir, a Europa occidental y a 
la América del Norte templada. 
En Chile septentrional parece puede considerarse como desierto 
verdadero una diminuta región, homologa a la del Sahara central. En 
cuanto a los desiertos de América del Norte, hallamos climas muy 
áridos, del tipo mediterráneo (Arizona) y del tipo que domina en los 
territorios septentrionales de la región araliana. 
E M B E R G E R llega a la conclusión de que los fitogeógrafos deben 
examinar el problema de la definición de los climas desde un ángulo 
propio: las regiones más áridas del Globo ocultan bajo un conjunto 
de rasgos fisionómicos y físicos comunes una gran diversidad fitogeo-
gráfica y ecológica. Para los fitogeógrafos, estas regiones secas no 
constituyen unidades geográficas, como en otras disciplinas; forman 
un complejo heterogéneo de formas extremas de los grandes climas 
que se hallan en contacto en ellas. En cada uno de los grandes climas 
que se reparten la Tierra, existen diversas formas o variedades, de las 
cuales una es más o menos árida: el clima mediterráneo, el clima tro­
pical y el clima oceánico de E. D E M A R T O N N E , e t c . , son polimorfos 
y sus variedades, muy áridas, constituyen sus formas extremas; éstas 
establecen el tránsito entre los climas generales y los genuinos cli­
mas desérticos. Por ejemplo: el paso del clima continental de B. DE 
MARTONNE al clima mediterráneo se hace a través de formas muy 
áridas de ambos climas. 
Esto obliga a definir desde un punto de vista fitogeográfico y 
ecológico el clima desértico, puesto que las regiones áridas del Globo 
no son biológicamente homogéneas. EMBERGER reserva el califica­
tivo de clima desértico a los climas caracterizados por lluvias sin ritmo 
estacional y por largos períodos (que superan, al menos, un año) sin 
precipitaciones. Como estos climas proporcionan siempre sumas to­
tales muy débiles de precipitaciones utilizables por la vegetación, 
resulta inútil unir este carácter a la definición. En consecuencia, 
EMBERGER propone llamar vegetación desértica a la que no tiene 
garantía de lluvia todos los años, si bien puede recibirla ocasional­
mente en cualquier estación del año. 
Para este autor no hay más desierto verdadero que el Sahara 
(zona central) y alguna parte de Chile septentrional, ciertos puntos 
de África del Sur y tal vez de Asia central. 
El régimen térmico de estas diversas regiones desérticas permite 
distinguir los diferentes tipos de desiertos. 
Para ZOEOTAREVSKY y MURAT, el desierto no es estrictamente 
un medio abiótico; constituye un conjunto de aspectos particulares 
de las manifestaciones de la vida, la composición específica y la re­
partición de las plantas y de los animales; es decir, las particularidades 
biogeográficas que determinan su extensión. La ausencia total de 
vida no es más que un aspecto de detalle bajo el cual puede presentarse 
el desierto. 
También para ZOI,OTAREVSKY y MURAT, el Sahara (como la mayor 
parte de los desiertos conocidos) es un desierto climático; «su pasado 
geológico no aporta ninguna explicación de su aridez. Es árido por­
que no llueve bastante, produciéndose un desequilibrio entre la can­
tidad de agua que cae del cielo y la que pierde por evaporación» 
(E. F. GAUTHIER) . Por otra parte, MONOD define claramente el Sahara 
como «una región sin lluvias regulares, en que puede transcurrir en 
un punto dado un período más o menos largo que un año entre dos 
precipitaciones atmosféricas». 
MONOD añade, de acuerdo con GAUTHIER, que «en conjunto, cae, 
sin duda, menos de 100 milímetros de lluvia por año y el trazado 
de la isoyeta de 200 milímetros, allí donde se conoce, coincide sensi-
blemente con el límite del desierto, caracterizado por su fauna y su 
vegetación». De esta forma, la concepción del Sahara por MONOD se 
identifica con el desierto en el sentido biogeográfico. 
Aplicando al Sahara español los conceptos arriba expuestos nos 
encontramos con que la mayor parte de su territorio (especialmente 
la zona interior alejada de la costa) muestra características típica­
mente desérticas, y sólo la zona Norte, comprendida entre la Sequía 
el Hamra y el Uad Dra se beneficia de contadas lluvias con un cierto 
ritmo anual. Aun en esta zona subdesértica hay que destacar la región 
oriental, donde se extiende la Hamada de carácter más desértico. Bn 
cambio, al sur de la Sequía el Hamra, y en dirección oriental, se halla 
el Guelta del Zemur, con una vegetación de cierta exuberancia que 
denuncia un régimen climático menos extremo. 
Bn la zona litoral, la influencia beneficiosa del océano se hace 
patente, sobre todo de la península de Villa Cisneros hacia arriba, 
en tanto que al sur de la bahía de Río de Oro la costa es más pobre 
en plantas. 
Tal influencia marina se deja sentir especialmente a una profun­
didad de 50 a 60 kilómetros y se acusa de una manera especialísima 
en las plantas arbóreas del interior, que se acuestan y retuercen al 
aproximarse a la zona litoral. 
A partir de este límite, en el interior, el clima es esencialmente 
desértico y entra plenamente en la definición de BMBERGER, ocupando 
nuestro territorio centro meridional la mayor parte de lo que los auto­
res franceses llaman, con gran acierto, el Sahara occidental. 
Bxaminando las cartas de la vegetación del Globo de los autores 
más acreditados se ve que hay dos criterios dispares: según uno de 
ellos, se prolonga el desierto en nuestro territorio hasta el borde del 
mar; en tanto que, según el otro, el gran Sahara se halla rodeado de 
una ancha orla de zona predesértica que incluiría la mayor parte del 
Sahara español. 
A nuestro juicio, el primero es el acertado y con él coinciden 
todos los resultados obtenidos en este primer viaje nuestro. 
Partiendo de esta afirmación, es preciso establecer seguidamente 
la dirección aproximada de sus límites con los territorios predesér-
ticos vecinos. Creemos más exacta la línea de la Sequía el Hamra 
(especialmente en su trayecto próximo al mar) que la del Uad Dra, 
para enmarcar el desierto auténtico en su parte septentrional, en 
tanto que su límite meridional, a nuestro parecer, desborda el terri­
torio español y debe seguir su curso en la zona sahariana francesa. 
EOS SUELOS DESÉRTICOS Y EA V I D A VEGETAE 
E l clima es el factor que impone las grandes divisiones del tapiz 
vegetal, y dentro de ellas el suelo señala enclaves de extensión menor. 
I^a diversa naturaleza del suelo impone a no pocas plantas límites 
precisos. A pesar de que los suelos desérticos puedenser muy fértiles* 
nunca se da en ellos el tipo chernozión (TCHERNOZIOM) . 
En tanto que posteriores estudios aclaren y limiten la tipología 
de los suelos del Sahara español, por su aspecto más destacado los 
agruparemos en arenosos, arcillosos y pedregosos. I^os segundos per­
tenecen generalmente al tipo salino. 
i .° Suelos arenosos. — Son los que dominan en los desiertos de 
arena, cosa que no sucede en nuestra zona con la roca al descubierto 
y barrida por el viento. Únicamente alcanzan un cierto desarrollo 
en los llamados ríos de arena y en algunas formaciones de hileras de 
barkhanes del litoral. Además de la zona de dunas del Azefal, en el 
ángulo sudoriental de nuestro territorio. L,os barkhanes se hallan des­
provistos de vegetación, y su marcha, lenta pero constante, va ahogan­
do la vegetación que se interpone en su camino. Al pie de las monta­
ñas interiores se acumula una cantidad mayor o menor de arena 
formando montículos de escasa importancia poblados de SBOT (Aris-
tida pungens) y alguna mata de otras plantas psamófilas. 
Sobre morfología dunar pueden verse los trabajos de D U E O U R , 
A U F R É R E y, más recientemente, B R O S S É ( 1 9 4 2 ) . 
Desde el punto de vista botánico, la morfología dunar carece de 
importancia, refiriéndose ésta a las condiciones vitales que implica 
el suelo arenoso. Estas, en general, son desfavorables y las psamó-
fitas presentan adaptaciones especializadas muy notables, sobre todo 
en su sistema radical. 
En primer término, las arenas se desplazan de continuo bajo la 
influencia del viento. En el Aiun hemos visto grandes formaciones de 
tarjas totalmente ahogadas por la acumulación de arena, y lo mismo 
pudimos apreciar en las hileras de barkhanes. Por otra parte, las se­
millas pueden quedar soterradas en arena a profundidad mayor de 
la conveniente, y la planta, o no germina o lo hace mal y sucumbe. 
Otro inconveniente grave es que el arrastre de arena de un punto 
deje al descubierto las raíces de los árboles, circunstancia que muchas 
veces resulta mortal para la planta. 
Así lo pudimos comprobar en algunos TARAJES secos de la sebja 
de Imililik. 
Pero las plantas sólo arraigan cuando las arenas tienen la estabi­
lidad y quietud requerida. Cuando se mueven mucho, como sucede 
con los barkhanes, aparecen totalmente desprovistas de vegetación. 
Por el contrario, la población vegetal tiene la ventaja de que, una vez 
instalada, gracias a sus enormes raíces (cuya longitud puede llegar 
a los 15 y 20 metros) queda la arena sólidamente fijada. 
La arena es excesivamente permeable al agua. E l agua de lluvia 
se infiltra con gran rapidez a profundidad extraordinaria, de forma 
que no puede ser aprovechada por las plantas de raíces cortas. En 
cambio, la capilaridad y el poder absorbente de la arena son débiles: 
las aguas subterráneas suben a través de la arena con dificultad, con 
lo cual se evita una evaporación intensa, y en esto la arena lleva 
ventaja para la planta en relación con los otros terrenos. Si la arena 
se empapa fácilmente, en cambio devuelve el agua que ha absorbido 
con dificultad extrema. Pero esta circunstancia sólo es propicia a las 
plantas vivaces de raíces largas, lo cual constituye el carácter general 
de las psamófitas. Ello explica la rica vegetación que a veces viste 
las masas de arena. A nosotros nos sorprendió grandemente el Zygo-
phylletutn gaetulae paraliosum que viste la inmensa playa de Cabo 
Juby. La superficie se hallaba densamente poblada de Zygophyllum 
gaetulum, con algunos pies de Euphorbia paralias y en los claros 
pequeñas poblaciones de Frankenia corymbosa y Sporobolus arena-
rius, etc. 
Otra cosa sucede si bajo una débil capa de arena se halla una masa 
de arcilla o de una roca compacta. La viña se puede dar muy bien 
en este tipo de suelo, siempre que sus raíces puedan alcanzar la capa 
de agua. Tal clase de suelo es muy explotado para el cultivo de la 
vid en Palestina, al sur de Jaffa, en las zonas de desagüe interdunares 
y asimismo para la datilera en el distrito del Sahara argelino (Souf). 
En el Sahara español, el problema de las arenas vivas se centra 
principalmente en los barkhanes, y si bien su acción es bastante res­
tringida, en cambio resulta muy difícil de combatir en aquellos pun­
tos en que hace su aparición. No sólo afecta a los cultivos, sino que se 
cruzan en las pistas de los camiones, dificultando considerablemente 
el tránsito de los vehículos por determinadas zonas de nuestro terri­
torio. 
Hasta la fecha no se ha intentado resolver este grave problema 
por las múltiples dificultades que encierra. Dado el carácter de estas 
arenas de poca masa y gran movilidad y sequedad, resulta muy di­
fícil, conseguir fijarlas mediante plantas adecuadas. No sucede lo mis-
mo con las arenas costeras, que están dando mucho que hacer en la 
colonia de Cabo Juby y otros poblados españoles. Dado que en estas 
playas existe una copiosa vegetación de Zygophyllum, Euphorbia, 
Aeluropus, Frankenia, etc., muy bien adaptadas a la estación psamó-
fila extrema, sería aconsejable intentar la fijación de estas arenas 
mediante tales plantas. En las arenas del interior, la Aristida pungens 
(Sbot) y Cornulaca monacaníha (Had) están muy indicadas para la 
fijación dunar. También podría ser provechoso un intercambio con 
plantas españolas. 
2 . ° Suelos arcillosos. — En los suelos arcillosos se instala la vege­
tación característica de las gravas y ocupa extensas superficies, es­
pecialmente en la zona Norte, próxima al mar. Su vegetación de her­
báceas anuales y frutescentes es esteparia y salina. Es un suelo de 
estructura muy fina. Su superficie, en estado seco, es muy dura ge­
neralmente. La permeabilidad de la arcilla es débil, y por eso una 
gran parte del agua de lluvia escurre, sin ser absorbida, volviendo a 
la atmósfera en virtud de la intensa evaporación. Cuando la arcilla 
es muy pura, se fragmenta en las características grietas poligonales. 
En primavera el agua se acumula en las cubetas arcillosas, constitu­
yendo la daya sahariana. 
Otro carácter de los suelos arcillosos es su gran capilaridad, por 
causa de la extrema finura de sus partículas constitutivas. Este hecho 
tiene una importancia grande. En efecto: la evaporación en el desierto 
es muy enérgica y ejerce una gran influencia sobre las precipitaciones. 
Por ello la superficie del terreno se deseca con gran rapidez después 
de una lluvia, de manera que la desecación penetra más y más profun­
damente y la zona en que tiene lugar la evaporación sehunde al mismo 
tiempo, en tanto que a consecuencia de este proceso las soluciones del 
lexivado de las sales profundas remonta a la superficie por capilaridad. 
Como la superficie del terreno está caldeada por el sol, la evapora­
ción aspira el agua subterránea de abajo arriba y con ella suben las 
sales que se depositan en las capas superficiales. Los depósitos sali­
nos de las partes en relieve son acarreados por el viento, acumulán­
dose en las depresiones del terreno, lo que constituye el fondo de las 
sebjas saharianas. El carácter salino del suelo es muy corriente en el 
desierto, y de aquí el tipo de vegetación esteparia de salsoláceas y 
otras halófitas. 
Las sales penetran de nuevo con extrema dificultad en el suelo, 
por lo que se acumulan totalmente en la superficie bajo la influencia 
de las acciones eólicas, fenómeno frecuente en los desiertos. 
Como acabamos de decir, la acumulación de sal en el suelo tiene 
una gran importancia en la repartición anual de los pastos y deter­
mina la desaparición de otros tipos vegetales. 
I^a acumulación superficial de sales y, en especial, de sulfatos, 
es particularmente nociva. Si la cantidad de sales es muy grande, 
entonces desaparece toda suerte de vegetación (fondo de numerosas 
sebjas). 
En cambio, la riqueza salina puede tener importancia industrial 
(cloruro sódico y sulfato de magnesia, de sodio y de calcio). 
En el Aiun se ha podido comprobar prácticamente que los suelos 
arcillosos, bien regados, pueden serfértiles, a condición de que tengan 
un buen sistema de drenaje que asegure la evacuación de las aguas 
infiltradas, para evitar la ascensión de las sales. 
3 . 0 Suelos rocosos. — La mayor parte del Sahara español es de 
suelo pedregoso. Además, alcanzan un desarrollo interesante por la 
vegetación que contienen los kudias y gleibats del Tiris, Adrar, Adrar 
Suttuf, Zemul, Glat, etc., formados de rocas eruptivas de colores ne­
gruzcos. A pesar de que el agua escurre con carácter torrencial por 
los diminutos thalwegs o vaguadas de estas montañas minúsculas, 
hemos hallado siempre, sobre todo en las partes bajas, una vegetación 
interesante. 
En cuanto al reg o serir sahariano, nombres que suelen aplicarse 
en sentido amplio a toda superficie horizontal, llanura o mesetas 
sembradas de restos de rocas, de canturral o de cascajo, se pueden 
distinguir, según T H . M O N O D : 
I . ° Los regs autóctonos endógenos, de disociación, de llanura o 
meseta, que resultan de la disgregación in situ de una roca, y que 
pueden ser: 
a) Primarios, si el reg se cubre de fragmentos irregulares, angu­
losos, restos de una roca que no encierra ni piedrecillas y cascajo 
muy pulimentados. 
b) Secundarios, si la roca, antiguo depósito aluvial, ella misma 
libera aquellos elementos. 
2 . 0 Regs aluviales, exógenos, de acarreo, siempre de llanura, 
resultando del elemento de un depósito aluvial reciente. 
El yeso alcanza escaso desarrollo en nuestro desierto. 
Otro carácter desfavorable del desierto de piedra es su facilidad 
de caldeamiento y enfriamiento en el curso de la jornada. Sus inten­
sas variaciones térmicas producen efectos perjudiciales sobre la vege­
tación, que se localiza en las zonas más abrigadas. Por otra parte, el 
— 4 o — 
nivel freático se halla a mucha profundidad y lejos del alcance de las 
raíces. En los macizos montañosos se establece en su perímetro una 
zona favorable a la vegetación, contrastando el aspecto de ésta en 
dicha localización con el resto del paisaje, mucho más seco y desnudo 
de vegetación por causa de la especial distribución de las aguas sub­
álveas. Un ejemplo claro se ve en el Guelta del Zemur y en Adrar 
Suttuf. 
MICROBIOLOGÍA DE LOS SUELOS DEL SAHARA 
Ha sido objeto de grandes discusiones la cuestión de si los suelos 
extremadamente secos del Sahara contendrán o no microorganismos. 
El grado de desecación de algunos suelos del desierto alcanza extre­
mos insospechados, como puede suceder para aquellos del Sahara 
central que se hallan sometidos a un período de ausencia de lluvia 
de ocho a diez años. El contenido en agua de estos suelos es tan débil 
que no puede determinarse por los métodos ponderales ordinarios. 
Esta aridez esteriliza el suelo. Al menos tal ha sido la opinión corriente, 
sin apoyo de prueba experimental alguna. 
Aunque todavía es poco lo que se sabe en relación con la micro­
biología pedológica sahariana, es interesante plantear esta cuestión, 
delimitando los resultados obtenidos hasta la fecha. Véase principal­
mente las publicaciones de KILLIAN y de FEHRER. 
Entre los microorganismos del suelo se cuentan, además de las 
bacterias, interesantes grupos de hongos, algas y protozoarios. 
De los tres grupos, el más exigente en agua es el de las algas, 
y sorprende que hayan podido aclimatarse a un ambiente en que la 
intermitencia pluvial puede ser de varios años. Únicamente si se 
piensa que algunos grupos de algas también se han adaptado a la 
superficie de las rocas de alta montaña, que sobre todo en las orienta­
das a Mediodía han de soportar grandes extremos de desecación, la 
sorpresa es menor, si bien no cabe comparar el régimen seco de tales 
rocas, cubiertas la mayor parte del año por el hielo o la nieve en fusión 
(aparte de la intensa condensación de vapor de agua en las noches esti­
vales) con la extrema aridez del verdadero desierto. 
Uno de los procedimientos más ingeniosos para demostrar la pre­
sencia de microorganismos en los suelos desérticos consiste en medir 
larespiración del suelo. En efecto: el desprendimiento de C 0 3 que re­
sulta del metabolismo nutricio de las bacterias, hongos y algas, puede 
ponerse fácilmente en evidencia e incluso medirse, y los autores arriba 
Uno de los «barkhanes» próximos a Tichla, cuyo lento [avance va ahogando la vegetación 
comprendida en su camino. 
El pozo de Imililik: un simple orificio en el suelo; al fondo, la vegetación leñosa de tarfas, 
guerzin, con guetaf, múrkeba, etc. 
Ascensión a Kudia Zug. En primer término, grandes matas de ilif (Citrulus Colocynthis) 
con sus calabacitas jaspeadas. Al fondo, matas de múrkeba (Panicum turgidum). 
Un río de arena delante de Kudia Igázeren con iguinin (Capparis dedidua), atil (Maerua 
crassifolia), algunas tarjas derribadas por el viento, etc., etc. 
(Fotos Hernández -Pacheco . ) 
— 4 I — 
mentados demostraron que la mayor parte de los suelos estudiados 
respira. Por otra parte, afirman que la falta casi absoluta de agua en el 
suelo desértico no constituye un factor limitante que pueda impedir 
totalmente la vida microbiana. 
Es claro que esta flora se halla supeditada al contenido hídrico 
del suelo y basta un levísimo aumento de éste para que aumente 
considerablemente el número de microbios. También se observa que 
el contenido en agua del suelo repercute en su intensidad respiratoria. 
Esta se hace patente incluso en los suelos más secos y experimenta 
fluctuaciones a lo largo del día y en el curso del año. 
Otra cuestión de gran interés es la referente al ciclo del nitró­
geno y del fósforo. 
Han sido investigadas con especial interés las bacterias fijadoras 
del nitrógeno y nitrificantes y ha sido posible demostrar que existen 
no sólo en las tierras cultivadas del Sahara, sino en los suelos vírgenes, 
en apariencia estériles. Estos últimos suelos, gracias a su perfecta 
aireación, favorecen incluso la propia actividad de las bacterias nitri­
ficantes y, por otra parte, esta buena aireación hace prevalecer las 
especies aerobias entre las bacterias fijadoras del nitrógeno. En cuanto 
a su rendimiento, parece que no es muy elevado. L,a pobreza en ni­
trógeno está en relación con el exiguo contenido en humus, que es 
general a todo el desierto. Esto se puede explicar, de un lado, por 
el pobre tapiz vegetal que decora el desierto, y, de otra parte, por 
su rápida degradación. 
Otra cosa ocurre con el nitrógeno nítrico: el contenido en nitratos 
es casi siempre importante, especialmente en verano. 
En cuanto a los fosfatos, los citados autores los han puesto en 
evidencia en la casi totalidad de los suelos estudiados. La movili­
zación de los fosfatos insolubles está en íntima relación con el con­
tenido hídrico del suelo. Î a acción dominante del factor agua es par­
ticularmente evidente por su transformación en combinaciones solu­
bles. Se podría pensar que era causa de ello aquel hecho de que el 
factor agua siempre se presenta en grado mínimo en los suelos áridos. 
Pero se ha podido establecer que tales fosfatos experimentan fluctua­
ciones regulares no sólo en las tierras cultivadas, sino en los propios 
suelos vírgenes. 
Además, es un hecho sorprendente que estas fluctuaciones son 
más pronunciadas en el desierto que en los climas templados. Su 
máximo, que se verifica en verano, llega al mínimo en el corazón 
del invierno, contrariamente a lo que sucede en los países templados. 
Este aumento del contenido en fosfatos del suelo desértico, en verano, 
podría explicarse por la acción de la sequía, que detiene totalmente 
la actividad del sistema radical de los vegetales, incapaces de utili­
zar el nutrimiento mineral que tienen a su disposición en estado po­
tencial. Por otra parte, la misma acumulación estival de sustancias 
nutritivas se conoce en otras comarcas de veranos secos, si bien menos 
áridas que el desierto. Los autores se refieren a las altas mesetas arge­
linas y a las estepas continentales de Hungría. 
En las fluctuaciones del contenido en fosfatos es preciso tener en 
cuenta igualmente