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D R . E M I L I O G U I N E A ASPECTO FORESTAL DEL DESIERTO LA VEGETACIÓN LEÑOSA Y. L O S P A S T O S DEL S A H A R A E S P A Ñ O L INSTITUTO FORESTAL DE INVESTIGACIONES Y EXPERIENCIAS A S P E C T O F O R E S T A L DEL D E S I E R T O LA V E G E T A C I Ó N L E Ñ O S A Y LOS P A S T O S DEL S A H A R A E S P A Ñ O L 2 8 OCT. 1987 ASPECTO FORESTAL DEL DESIERTO LA VEGETACIÓN LEÑOS Y L O S PASTOS DEL SAHARA ESPAÑOL POR EL PROFESOR D R . E M I L I O G U I N E A Catedrático de Ciencias Naturales, especializado en Geografía Botánica, Colaborador eventual del INSTITUTO FORESTAL DE INVESTIGACIONES Y EXPERIENCIAS I N S T I T U T O F O R E S T A L DE I N V E S T I G A C I O N E S Y E X P E R I E N C I A S M A D R I D 1 9 4 5 G R Á F I C A S R E U N I D A S , S. A . — Hermosilla, ю б . — M A D R I D 61 -mia раЭгег>. ì I N D I C E Páginas I N T R O D U C C I Ó N 9 El interés del desierto 13 Breve descripción física y toponimia del desierto 19 I» Concepto geobotánico del desierto 27 E l clima desértico en relación con la vegetación 27 I<os suelos desérticos y la vida vegetal 36 i .° Suelos arenosos 36 2 . 0 Suelos arcillosos 38 3 . 0 Suelos rocosos 39 Microbiología de los suelos del Sahara 40 I I . Fitobiología desértica. Adaptaciones de los vegetales leñosos de- ser tícolas 45 I I I . Especies leñosas más importantes que pueblan nuestro desierto: taifa, tamat, echdari, tizra, zauaia, tarfa, lemsel, fersig, ethel, retem, guerzin, zeiat, sedrá, gleya, iguinin, atil, haláb, argdn, gardec, tur xa, náfala y boukhlal 55 I V . Complejos vegetales a que dan lugar las especies leñosas 77 a) I^as graras. Matorral en galería de la Sequía el Hamra. Vegetación leñosa de sebfas y pozos: las tarfas 77 b) Sabana desértica. E l arbolado del desierto en los ríos de arena 84 c) I^a vegetación leñosa costera (xeroacanthetum) 88 d) I,a vegetación leñosa de gleibats y kudias.... 91 Los pastos del desierto 95 C O N C L U S I O N E S «39 Ordenación sistemática con arreglo a la clasificación de E N G L E R 141 Lista de los nombres árabes de las especies 149 B I B L I O G R A F Í A C O N S U L T A D A 1 5 1 INTRODUCCIÓN EL INTERÉS DEL DESIERTO BREVE DESCRIPCIÓN FÍSICA Y TOPONIMIA DEL DESIERTO I CONCEPTO GEOBOTANICO DEL DESIERTO El clima en relación con la vegetación. Los suelos desérticos y la vida vegetal. a) Suelos arenosos. — b) Suelos arcillosos. — c) Suelos pedregosos. — Micro bio logía del suelo desért ico. II FITOBIOLOGÍA DESÉRTICA Adaptaciones de los vegetales leñosos desertícolas. I N T R O D U C C I Ó N El Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias, a cuya soli citud se redacta este trabajo, me da ocasión para dedicar unas líneas al Cuerpo de Ingenieros de Montes. Y lo hago por dos razones: Primera, para compensar la deuda con traída al servirme de sus publicaciones, asesoramientos y demás facili dades prestadas por sus individuos cuantas veces me fué necesario. Luego, por reconocer que, de todas las profesiones, son los forestales quienes, ante la limitación económica impuesta a su ingenio para los artifi cios, encauzan las energías de la vegetación utilizando el medio más seguro, barato y difícil: el conocimiento de la naturaleza, de cuyo grado depende el éxito en la tarea, llena de esperanzas y no escasa de respon sabilidad, que, más que nunca, en los momentos actuales se les confía. Advertiré, además, que en el clima y la geografía de España el Ingeniero de Montes necesita vivir identificado con la geobotánica, siendo cada uno maestro en la región donde ejerce sus actividades, siquiera esa misma familiaridad y las dificultades para conocer la moderna termi nología científica le mantenga tímido. Por otra parte, en pequeña escala, en miniatura, si cabe el término, la idea del desierto puede adquirirse con bastante exactitud en nuestro país. Son, principalmente, los fores tales andaluces y levantinos quienes menos necesitan forzar la imagina ción para comprender las páginas que siguen, bien porque conozcan la tierra calcinada por el sol y cubran jornadas sin ver el agua, ya por que luchan contra las tempestades de arena, y hasta los hay que contem plaron siluetas de camellos salvajes en el horizonte, lleno de espejismos, de una puesta de sol en el Coto de Oñana. Nuestra experiencia sahariana nace con la exploración que realiza mos en los meses de otoño de 1 9 4 3 , organizada y subvencionada por la D I R E C C I Ó N D E E INSTITUTO D E E S T U D I O S POLÍTICOS, consecuente con su intensa política africanista. * * * IO Para mayor garantía del éxito de la empresa se procedió, seis meses antes de la expedición, a una intensa preparación especializada y a la recopilación de documentación y bibliografía publicada hasta la fecha sobre el gran Sahara. Ello permitió el planteamiento de un programa completo de problemas a resolver, entre los que figuraba, en primer término, la cuestión de la vegetación leñosa en el Sahara español. Gra cias a tal previsión ha sido tarea fácil desglosar del cúmulo de datos traídos, aquellos que se referían a esta cuestión y que, por figurar en primer término, se puso especial cuidado en recoger todos cuantos fuera posible. En el presente trabajo, hecho sobre nuestra experiencia, se ha pro curado dar un informe completo sobre la vegetación leñosa del Sahara español, para lo cual hemos reunido todos aquellos datos desperdigados en numerosos folletos extranjeros. Pero no ha parado aquí nuestro afán de sumar datos hasta el límite exhaustivo, ya que, no contentos con los datos contenidos en lo publicado, hemos ido a las fuentes aun inéditas, habiendo obtenido en este sentido los resultados más halagüeños, y por ello queremos hacer patente aquí, en primer término, nuestro agrade cimiento a D. Joaquín Matéu, naturalista y explorador del Sahara español, que lleva tres años (1941-44) recorriendo nuestro desierto, y cuyos cuadernos de ruta contienen preciosas indicaciones. Su amabili dad ha llegado al extremo de poner a nuestra disposición sus manus critos y herbarios, de forma que nuestras observaciones tienen el más brillante complemento en sus escritos. Otro tanto cabe decir de D. E. Mo rales Agacino, entomólogo español, miembro internacional de la Lucha Antiacridiana, que también ha puesto a nuestra disposición, con el mejor ánimo, sus notas y observaciones botánicas y su larga experien cia sahariana. Nuestros bravos Meharistas, con una sabia orientación de política colo nizadora, llevan cuidadosamente la cuestión referente a la vegetación de nuestro Sahara, con miras, en especial, a las posibilidades de sus pastos, y nos han comunicado cuantas observaciones y notas llevan acumuladas en su ya larga actuación. Merecen especial mención los señores don Alberto López Felíu y D. José Rodríguez Eróla, por la asiduidad incan sable con que en todo momento nos han asistido. Séanos permitido citar en esta lista de gratitud el nombre de un áscari de Tichla, el veterinario, curandero y experto conocedor de las plantas del desierto Sidi Ahmed Uld Mohamed el Mami, cuyo concurso fué para nosotros precioso. Del cuadro de Jefes militares del Sahara recibimos en todo momento las mayores muestras de hospitalidad e hidalguía. Quedamos más direc- ) tamente vinculados, por haber residido más tiempo en el Aiun y Villa Cisneros, a los Gobernadores militares de ambos poblados, señores Co mandantes D. Galo Bullón y D. Jorge Núñez, respectivamente. Tuvimos el honor de compartir los duros días del nomadeo con el Teniente señor Herce. Y a todos cuantos han contribuido al éxito de nuestra empresa, el testimonio del mayor agradecimiento. Don Francisco Hernández-Pacheco y D. Carlos Vidal Box, de la Universidad Central, fueron nuestros inseparables compañeros de viaje. Las jornadas vividas en la llanura seca han estrechado más, si cabe, los antiguos lazos de amistad que nos unen. En la bibliografíaconsultada merecen destacarse los autores fran ceses, y de éstos principalmente: Maire, Monod, Murat, Zolotarevsky, además de Chevalier y Emberger. Gracias a ellos nuestro trabajo se ha simplificado y hemos sentido el alivio de hallar una ruta que ellos tra zaron primero. Sentimos especial fervor por Th. Monod, el asceta de la llanura seca. Monod une a su condición de científico una sensibilidad extraordinaria para la enorme belleza del desierto. No vamos a prolongar indefinida mente esta introducción, pero no terminaremos sin recomendar la lectura de un magnífico libro suyo: Méharés (Bxplorations au vrai Sahara) Editions «Je sers», París, 1937. En un francés personalísimo relata su larga experiencia sahariana y llena al lector de ese encanto peculiar que es el esprit francés. En cuanto a nuestra labor personal, podemos decir que hemos tenido la oportunidad de estudiar detenidamente las zonas más importantes de nuestro desierto, que son: en la parte Norte, estudiamos la zona de C. Juby y el Aiun de la Sequía el Hamra, con la formación de leñosas arbóreas (grara), incluyendo la Alcazaba de Dora y sus alrededores a mitad de trayecto. En la parte central del Sahara español nos ocupó el estudio de la península de Villa Cisneros y la costa del Argub, al otro lado de la bahía de Río de Oro, donde pudimos estudiar la formación de matorral espinoso que no llega a constituir la típica formación llamada grara. En la Sebja de Imililik (pasada la zona costera del Aguerguer) estudiamos las formaciones leñosas de tarfas (Tamarix), completando los datos que recogimos en la Sequía el Hamra sobre leñosas halófilas (Ivimoniastrum ifniense, Nitrada retusa, etc.). Esto nos dio una visión completa de la vegetación leñosa propia de las estaciones salinas. A continuación, nos internamos en plena llanura del Tiris, con sus característicos ríos de arena poblados de una sabana desértica, en oca- siones densa, en ocasiones clara. La masa de leñosas arbóreas es consi derable, y ésta es la causa principal que nos impulsó a redactar el pre sente trabajo. Los ríos de arena alternan con grandes extensiones de la llanura de piedras llamada reg, desnuda o vestida de una formación esteparia de gramináceas y salsoláceas, que encierra muy buenos pastos para el camello, vegetación de la que también nos ocupamos en este trabajo. Alcanzada la Alcazaba de Tichla (en la zona meridional), comenzó nuestro nomadeo, atravesando por extensas llanuras de reg y ríos de arena, con la vegetación antes citada y los llamados gleibats (monta ñas ) y kudias (sierras) de rocas eruptivas negras, con vegetación fores tal en sus laderas. Aún vimos las dunas del Azefal, menos interesantes desde el punto de vista que orienta el presente trabajo. El material herborizado, que asciende a dos mil pliegos, obra en nuestro poder, y para su estudio hemos sido atendidos por el Instituto Botánico de Barcelona, que nos ha proporcionado gran parte de la bibliografía moderna consultada, de la que se da una lista al final del trabajo. Para terminar, damos una vez más desde aquí las gracias a todos cuantos han contribuido al buen éxito de nuestra empresa, tanto a los que citamos más arriba como a aquellos cuyos nombres no podemos estampar aquí por falta material de espacio. EL INTERÉS DEL DESIERTO Como toda manifestación extrema, el desierto despierta en el hom bre potencias que permanecían ignoradas. Todos cuantos han visitado el desierto coinciden en un común sentimiento de respeto y entusiasmo ante el hecho extraordinario del complejo seco. Ni un solo humano, luego de haber vivido su misterio, se ha mostrado indiferente o desde ñoso hacia este hecho natural que aun se conoce de un modo demasiado imperfecto. Nosotros mismos, escépticos de los paisajes pobres en vegeta ción, no sospechábamos que nuestro recorrido por el Sahara español iba a dejarnos una huella tan profunda, nacida de un estímulo que desconocíamos hasta que pasamos por la experiencia del Sahara. De nada sirvió que en nuestra conciencia sólo vivieran unos cuantos pro blemas de Botánica geográfica y biológica. A despecho de nuestros prejuicios, de nuestra devoción por todo lo que sea cultura y espíritu de equipo; a pesar de nuestra fe en las grandes agrupaciones humanas, nos sentimos con el desierto metido dentro desde nuestros primeros pasos por la llanura calcinada. Todo el que ha visitado el desierto siente la nostalgia de volver a verlo. Cualquiera que sea su condición social y su formación espiritual, la reacción es idéntica hacia ese ambiente extraño y tan dispar de las sensaciones habituales del hombre civi lizado. Al escribir estas consideraciones huímos, en lo posible, de la forma literaria y no entra en nuestros propósitos hacer propaganda del desierto. Escribimos en un estado especial de ánimo y al dictado de una necesidad elemental, como fascinados en cierto modo por su lejana influencia. No quisiéramos de ninguna manera participar en la res ponsabilidad de empujar a alguien a que visite el desierto, ni queremos en modo alguno que se nos tome por sus propagandistas. Pero ello no puede impedir que estampemos aquí aquellas reflexiones que des pierta en nosotros la experiencia del desierto. A pesar de sus nume rosas incomodidades y muchas veces penalidades, nada enturbia el — i 4 — entusiasmo vivo y desinteresado por él: ni la escasez de agua, con la natural falta de limpieza impuesta en el nomadeo, ni sus noches frías y sus días calurosos, ni la andadura incómoda del camello (a la que uno acaba habituándose), ni las comidas monótonas, ni las penalida des que saltan al paso del viajero. Todo esto pasa y se borra y en el recuerdo sólo queda una emoción especial, diferente de toda otra, mezcla de admiración y de respeto ante un ambiente tan lleno de carácter, tan rico en enseñanzas, en contenido espiritual y en expre- sión austera. Aún no hemos vivido directamente la exuberancia del paisaje ecuatoriano y, por consiguiente, desconocemos qué suerte de reacción última dejará su huella en nuestra conciencia; pero sí pode mos decir que la estructura simplista y magistral del Sahara es una limpia lección de bien vivir (polo opuesto del vivir bien). Allí no sólo se aprende Botánica y Geografía, se tiene un concepto claro de la vida en bloque. La sensualidad, reducida al mínimo, deja pasó a una sensi bilidad refinada al puro pulimento del viento y de la arena. La inco modidad física hace al espíritu fuerte y elástico. En aquel ambiente seco y simple se siente más viva que nunca la potencia espiritual. Con la limitación del mundo externo se percibe, dilatado y ágil, el mundo interno. Pero no para aquí la novedad del ambiente extraño. La sole dad es allí más perfecta que en parte alguna del mundo. Un horizonte visual que dibuja una circunferencia perfecta en la llanura amiga, con un radio de cincuenta, cien o ciento cincuenta kilómetros, es para uno solo, con la seguridad de que más allá de lo que alcanza la vista continúa idéntica soledad. Materialización de la geometría y de la metafísica. Gran banquete de ideas hechas cuerpos sólidos. Los con ceptos más sutiles e incorpóreos cobran al contacto mágico del de sierto el relieve de las cosas vistas en primer término. La broza que enmaraña la vista del hombre urbano ha desaparecido, y los ojos, limpios, pueden deslizarse asombrados por la superficie de las ideas objetos. ¡Con qué claridad se perciben perfiles que permanecían terca mente difusos allá en el mundo civilizado! Hasta el silencio se oye. Sí; el enrarecimiento sonoro es tan grande en el desierto que uno percibe clara y distintamente el levísimo zumbido de la sangre al circular por la zona auditiva. El silencio se oye. Si el desierto es el ambiente más propicio para las grandes mar chas espirituales del filósofo y del matemático, a su lado cabe muy bien el biólogo. El problema de la vida física, sometido a las circuns tancias y condición más rigurosas. Pocosson los seres vivos a los que les cabe el privilegio de gozar del desierto. De disfrutar de las condi ciones de vida más hostiles. Que no se nos califique a la ligera de afi cionados a la paradoja. Privilegio es disfrutar de lo duro y difícil conseguido con esfuerzo y dolor. Las plantas y animales que están afirmando con su vida que han dominado al desierto no son cualquier vulgar castaño de Indias o gorrión de aldea. Son un pequeño grupo de seres vivos que han pasado por las pruebas más difíciles y por las adap taciones más minuciosas y lentas hasta lograr la costosa conquista. Y aun así, con el constante peligro de morir de sed. Se conocen desier- tOS en que el período de sequía ha durado diez y ocho, veinticinco y aun treinta años, sucumbiendo incluso los seres vivos desertícolas mejor dotados para la feroz lucha en la frontera de la vida. Sucumbie ron los individuos como tales, pero allí, en el escenario de su derrota, quedaron sus semillas y gérmenes para proseguir la lucha en que sus padres fueron aniquilados. ¿Puede pedir el biólogo problemas más vivos e interesantes? Y este mismo interés hallarán en el desierto el meteorólogo, el geógrafo, el geólogo, el agricultor, el forestal y, en términos generales, el ser humano. Mas no se crea que su interés se centra y limita a lo especulativo y teórico. Todo el gran interés filosófico, científico y literario que el desierto puede despertar tiene su prolongación utilitaria y práctica, con las soluciones que ofrece a los grupos humanos, agobiados ya por la falta de espacio en que desenvolverse. Cierto que las condiciones vitales de los climas templados son muy superiores a las circunstancias hostiles del ambiente desértico y que la conquista de éste por el hombre le supondrá un esfuerzo mayor. Pero esto es más aparente que real. I^a conquista más difícil, hecha por el hombre en el desierto, se ha realizado ya y es multimilenaria. El hombre primitivo, con el solo recurso de su débil complexión física, pudo temblar en el borde del desierto antes de adentrarse en él. El hombre actual, con su maquinismo perfecto, puede instalarse a vivir en el desierto tranquilamente. Primero, en labor de avanzada y estudio y preparación del terre no, para dar paso a los grupos numerosos que van a realizar el prodi gio de hacer habitable el desierto. Aquí nos limitaremos a exponer algunas orientaciones generales que conviene seguir en la conquista del desierto; las necesidades que plantea el fenómeno del desierto. En las naciones propietarias de desiertos se advierte en estos últimos años un intenso movimiento hacia su conocimiento más pro fundo. Lo mismo en Francia que en Inglaterra, Estados Unidos de Norteamérica, U. R. S. S., son numerosos los centros oficiales y empre sas particulares que financian expediciones científicas y centros de experimentación agrícola o de prospección minera para la explota ción de las riquezas que encierran sus desiertos. La bibliografía ya existente, sólo de biogeografía desertícola, es muy copiosa. Th. Monod, en su versión francesa La vie dans les déserts, 1942, trae una lista de publicaciones que no baja del medio Palmar que rodea la laguna del oasis de Tinzgarrentz, en el Yebel Uarksis. ( F o t o H e r n á n d e z - P a c h e c o . ) La costa del "Sahara español, vista desde el avión, en las proximidades de la península de Villa Cisneros. (Foto Vidal.) El típico paisaje de la zona norte, más húmeda, con nájalas y matorral espinoso. (Foto Hernández-Pacheco.) millar. Bn este movimiento general de curiosidad hacia el misterio del desierto, España no podía permanecer indiferente ante los pro blemas que le plantea su desierto, y afortunadamente parece que la empresa ya iniciada continuará con ritmo creciente hacia la solución del problema sahariano español. La orientación actual del estudio del desierto no nace del esfuerzo aislado de unos hombres movidos por un espíritu romántico, curioso de lo exótico y extraordinario, sino de un plan ya maduro en que colaboran todas las fuerzas de la nación y tienden a resolver cuestio nes vitales para la agricultura colonial y explotación del suelo y sub suelo, además de la riqueza pesquera, desarrollando al mismo tiempo una labor cultural y de acercamiento a la metrópoli, de los pueblos indígenas. No es de nuestra competencia hablar de la intensa labor coloniza dora de España en el Sahara occidental, y por eso nos referimos aquí a nuestro desierto como problema biogeográfico, y más concretamen te, geobotánico. Para obtener el máximo rendimiento de este complejo natural es preciso empezar por tener de él un profundo conocimiento. No se puede dudar que en el desierto se encierran riquezas cuan tiosas, todavía en estado potencial, y que llegará el momento en que el hombre proceda a su explotación. El defecto de su aridez no puede ser razón suficiente para que el hombre moderno desista de poner en marcha sus cuantiosos recursos, perdidos hasta la fecha sin utili dad alguna. Todavía nuestro conocimiento del desierto es muy poco profundo. A lo sumo, unas listas de especies vegetales y animales, con sus áreas geográficas insuficientemente conocidas y sin que se indique o conozca su interés y posibilidades económicas. Algunos datos bio lógicos sobre las épocas de emigración de las aves y de los peces, sus puestas y otros detalles de su ciclo vital. También se han reseñado fenómenos tan interesantes como el mimetismo, tipos especiales de hojas de las plantas desertícolas, sus recursos para retener el agua, eliminación del exceso de sal, etc., etc. A esto se reduce el conocimiento externo y puramente descriptivo del paisaje. Hoy las cosas deben cambiar y es preciso interesarse en la parte constructiva de los trabajos del desierto. Hecho el arqueo de sus ri quezas es hora de edificar una economía; es decir, trazar un programa completo de la explotación racional de sus capacidades productoras. Pensar en la utilización de su fauna y de su flora silvestres, así como 2* introducir nuevas especies con posibilidad de prosperar y con rendi miento económico apreciable. Pero todas estas cuestiones sólo pueden plantearse desde el campo científico, si han de tener la suficiente ga rantía de seriedad y seguridad. Todos estos trabajos se ofrecen a la capacidad edificadora del hombre, que puede convertir el desierto de hostil en amical y de pobre en fuente de riqueza. El desierto, como complejo natural, ofrece a las posibilidades hu manas ancho campo donde ejercitar su iniciativa y espíritu cons tructor. Bs preciso que intervengan todos los hombres de ciencia en van guardia: el meteorólogo, el geólogo, el edafólogo, el botánico, el zoólogo, con el agrónomo y el forestal. Hay que estudiar la flora y la fauna desde un punto de vista biológico y en relación con el medio. De esta forma se conocerán en su realidad los mil problemas que encierra el complejo desértico. Pero conviene no olvidar que nuestro desierto no es un hecho aislado, sino que fenómenos parejos se repiten en inmensas zonas de África, Asia, América y Australia. Los resultados obtenidos por los hombres de ciencia que en la actualidad trabajan intensamente sobre ellos deben ser conocidos de nosotros y comparados con los resultados que nosotros obtenga mos, estudio comparativo lleno de sugerencias y de resultados fe cundos. Tanto su fauna como su flora pueden proporcionar especies y formas que se aclimaten con gran rendimiento a nuestro desierto. Se hace necesaria una biología y una ecología comparativas de los diversos desiertos. Por eso es aconsejable un mayor contacto y rela ción entre los investigadores que se ocupan en el estudio de los desier tos del Globo, y nos sumamos de buen grado, con el mayor entusias mo, a la sugerencia de Th. Monod de que se funde una «Asociación Internacional para el Estudio de los Desiertos». Si la extensión del Sahara español no es demasiado grande, en cambio encierraproblemas de carácter genuinamente desértico y ocupa casi toda la extensión de lo que llaman los autores franceses, con gran acierto, el Sahara occidental. Con este trabajo inauguramos la era de los estudios españoles sobre el complejo vegetal desértico y hacemos votos por que nuestros futuros trabajos y los de nuestros continuadores estén a la altura de la calidad y número de los que se publican en las naciones más civi lizadas. BREVE DESCRIPCIÓN FISICA Y TOPONIMIA DEL DESIERTO El paisaje desértico es parco en manifestaciones geográficas. El lector puede imaginar el desierto como una inmensa llanura limi tada por el mar con un acantilado de casi cuarenta metros en los trechos de mayor elevación, o bien la llanura se pierde en el mar en extensos playazos, como sucede desde más arriba de C. Juby al C. Bo- jador. Iylanura constantemente barrida por el viento que sopla con fuerza de Norte a Sur, con ligeras variantes. A medida que se penetra en el Sahara español, la llanura se va elevando paulatinamente por ligeros escalones muy espaciados. Como las distancias aquí son enormes, apenas se percibe esta sensación, como no sea en el momento de superar el ligero escalón; pero alcanzado el nuevo plano, la llanura continúa, en apariencia infinita, con una elevación de unos cien metros sobre el nivel del mar allá en el confín oriental de nuestro territorio. Casi todo a lo largo de la costa, y de quince a treinta kilómetros de ella, se extiende el aguerguer, zona de pequeñas elevaciones ali neadas de arenisca muy deleznable, que parece bizcocho y se halla tan corroída por el viento que se desmorona fácilmente al simple contacto de la mano. Este relieve se mantiene así gracias a la enorme sequedad de clima desértico; de otra forma, las lluvias intensas arrastrarían todo este polvo milenario en poco tiempo. Como se puede deshacer en leche un pastel de hojaldre. A veces, el viento ha tallado oquedades y vanos que recuerdan enteramente los dibujos afiligranados de un encaje. «AGUERGUER» «REG» En el interior, la llanura o está formada de piedrecillas de diversos tamaños, constituyendo el reg, o bien se halla entreverada de len guas arenosas (los ríos de arena), medio más favorable para la ve getación. De vez en vez se advierten cerretes (garas, de forma tronco- cónica), y más al interior aparecen las montañas (gleibats) en forma de pitón rocoso aislado en la llanura y las sierras (kudias) de rocas eruptivas negruzcas, sumamente duras y habitualmente alineadas de Norte a Sur. Las montañas se llaman también en berebere adrar. A ello debe el nombre la zona enclavada al sur de nuestro territorio llamada Adrar Suttuf. D U N A S V I V A S La arena es más bien escasa en nuestro territorio y nada más equivocado que imaginar para el Sahara español la clásica y conocida estampa de ciertas regiones de la zona francesa, formada de un mar encrespado de interminables montículos arenosos sosteniendo un gru po de camellos y beduinos, que proyectan sobre el suelo largas som bras violeta a la luz amarilla de un sol crepuscular. Nada de esto caracteriza nuestro desierto, y la escasa arena se acumula en la base de kudias y gleibats, que actúan de barrera o dique, y resulta muy típico el decorado discolor con la base amarillenta enarenada y la cúspide negruzca en acusado contraste. E l resto de la arena que hay en nuestro desierto se localiza en los llamados barkhanes o barjanes, pequeños montículos de arena via jera que se desplazan por la acción del viento y tienen una forma semi lunar perfecta o, mejor aún, de croissant, con las dos puntas o bigotes dirigidos hacia el Sur y con el cuerno o punta izquierdo algo más largo cuando el viento sopla con persistencia del Nordeste. Los barkhanes tienen su nacimiento en contados playazos ¡ del litoral y se disponen formando hileras siguiendo direcciones aproxima damente meridianas, con longitud a veces de muchos kilómetros, En el mapa que adjuntamos van señaladas las principales alineaciones de barkhanes. OTROS ACCIDENTES De los restantes relieves del Sahara español merece destacarse el Guelta del Zemur, de extensión considerable y configuración acci dentada, que rompe la monotonía infinita de la llanura sahariana. Al norte del territorio español se hallan los Y ¿beles (montañas) que también comunican una cierta variación y encanto a este paisaje, tan pobre en relieves. RÍOS En cuanto a los ríos, éstos no existen en la forma que entendemos tal concepto en España. Únicamente el Uad Dra, que forma el límite septentrional del desierto español, es un cauce que suele tener agua con bastante continuidad en el tiempo y en el espacio. A partir de esta línea, y hacia el Sur, la zona comprendida entre este río y la Sequía el Hamra ofrece alguna que otra lagunilla con su correspondiente y raquítico oasis (laguna de Tizguerremtz, etcé tera) ; pero no se halla ningún otro río en el sentido que se da en nues tros paisajes a esta palabra. La Sequía el Hamra (la Acequia Roja), que es el cauce más impor tante de todo el Sahara español y habitualmente está seca, aparece como una enorme grieta roja excavada en la arcilla siguiendo una dirección aproximada de paralelo terrestre. De una manera eventual, y a causa de que su desembocadura está obstruida por varias hileras de barkhanes, sucede que en los pe ríodos anómalos de lluvias intensas, el agua se acumula en este gran cauce y forma un extenso lago, en el que quedan sumergidas y ane gadas las huertas del Aiun, con el consiguiente daño. El resto del territorio carece de cauces de la importancia de éste de la Sequía, y a lo sumo existen pequeños uadis de una cincuentena de kilómetros de longitud, de localización costera, que o bien des embocan en el mar o en las sebjas, pero siempre carentes de agua y sólo raramente corren con las contadas lluvias. «SEBJAS» La sebja es un accidente topográfico, típico del desierto litoral, si bien existen algunas sebjas importantes en la zona interior. Sebja es toda depresión grande del terreno de fondo marcada- mente sal ino. P o r lo general , este ba jo fondo está contorneado por l a pa red acan t i l ada o co r t ada a p ico en que t e rmina b ruscamente la l l anura c i rcundante , y este desnive l puede medi r a l tu ra considerable (de 20 a 30 met ros , y a u n más) . E n de te rminadas pa r t e s de la sebja l a l l anura pene t ra insensiblemente sin desnive l marcado , y t a m b i é n ex i s t en sebjas (como l a de Imi l i l ik , etc.) en que la depresión no l imi ta b ruscamen te con la l lanura . S i l a depresión es m u y ex tensa suele l lamarse hofrat, aunque este t i po de acc idente es m á s b ien propio de l a zona francesa sahar iana . «HAMADA» E s l a fo rma desér t ica de la mese ta , de superficie no tab lemente hor izonta l . O c u p a grandes ex tens iones en la zona noroeste del Saha ra y pene t r a en la pa r t e sep ten t r iona l de nuest ro terr i tor io. Pa r t i c ipa de u n ca rác t e r desér t ico m u y acusado . I^os pozos de a g u a se hacen en el la s u m a m e n t e raros, y cuando el n ó m a d a se apres ta a a t r avesa r l a hamada e x t r e m a con m a y o r r igor sus precauciones , pues sabe que u n guirbe ro to o u n descuido cua lqu ie ra puede ser causa de que pron to b l anquee el sol sus huesos . E l g rado e x t r e m o de l desier to recibe el nombre tua reg de tanezruft, que es el desier to del desier to, sin a g u a ni vege tac ión , que en los meses m á s ca lurosos ex ige m a r c h a s noc tu rnas a causa de la inc lemen c ia de l sol , c u y o e x c e s i v o calor lo hace in t ransi table en las horas d iurnas . POZOS L o s pozos son en el desier to los pun tos de referencia y a p o y o de l as c a r a v a n a s . E l camel lo y el pozo son los dos va lo res bás icos que h a c e n h a b i t a b l e e l desier to. E n nuest ro terr i tor io , los pozos de la z o n a s i tuada a lnor te de l a S e q u i a el H a m r a , a u n t i enen u n l igero ca rác te r r isueño, con u n a l e v e v e g e t a c i ó n de oasis y u n a m a s a de a g u a que puede a lcanzar d imen siones de cha rca g rande o laguni l la . A l sur de l a A c e q u i a R o j a (Sequia el H a m r a ) , el p o z o se ofrece al v ia je ro en t o d a l a desnudez de la pa l ab ra . U n orificio en el suelo, de profundidad va r i ab le , en c u y o fondo se a c u m u l a e x i g u a can t idad de agua . C u a n d o el pozo t iene c ier ta impor tanc ia , como el de Z u g , el be - duíno se ha esmerado en reforzar sus paredes mediante un muro de piedra, que evita los hundimientos que cieguen el pozo. Algunos nó madas han perdido su vida en esta penosa labor, por carecer de los útiles más elementales. Pero si el pozo es de escasa importancia, el viento y la arena lo ciegan en poco tiempo. Esta es una de las estampas trágicas del desierto. La caravana se acerca a uno de estos pozos, punto infinite simal perdido en la llanura inmensa, sin una piedra, sin una mata, sin un detalle que sirva de referencia. Los tuareg miran, se orientan, golpean el suelo con los pies. Si son viejos y expertos pronto dan con el pozo. Se arrodillan en el suelo con una expresión de angustia en la cara y clavan las uñas en la arena. Al cabo de un cierto tiempo de este penoso escarbar, si advierten la arena húmeda respiran tranqui los; pero si la arena continúa seca a medida que la van sacando, pronto se apodera de aquellos desgraciados un sombrío abati miento. La distancia que separa unos pozos de otros es a veces considerable y causa habitual de las frecuentes tragedias silenciosas que tienen lugar en el gran Sahara. Sin embargo, tan grave inconveniente se puede corregir, en parte, alumbrando pozos mediante un equipo de técnicos dotados de los recursos modernos. La palabra ain, plural aiun, significa ojo u ojos, respectivamente, y, en sentido figurado, manantial. Así, el Aiun de la Sequia el Hamra sería los manantiales de la Acequia Roja. Cuando los pozos son muy profundos (más de diez metros) se llaman bir, plural biar (en nuestro territorio tenemos Bir Ganduz). Los pozos poco profundos se llaman haci (plural, hadan). Asimismo se llama ogla (plural, aguelt) el lugar donde se practi can pequeños orificios (hacían o aiun) para alcanzar una capa de agua. En la redacción de esta breve reseña geográfica del Sahara espa ñol se han tenido en cuenta las publicaciones de M U R A T , M O N O D , Z O E O T A R E V S K Y , etc. Quien quiera profundizar más en la geografía del desierto español puede consultar los interesantes trabajos en castellano sobre esta cuestión y sobre geología saharianas de H E R N Á N D E Z - P A C H E C O ( E D U A R DO y F R A N C I S C O ) , V I D A E B O X , A L I A , etc., parte de los cuales se hallan en prensa. ] MAPA D E EA V E G E T A C I Ó N E l m a p a que ofrecemos al f inal de este t raba jo es tá inspirado en las ideas de los au tores franceses, c u y o s pun tos de v i s t a compar t i mos en sus l íneas esenciales , luego de haber c o m p r o b a d o en nuest ro recorr ido lo cer tero de su v i s ión . D i sc repamos en l a in te rpre tac ión de la zona N o r t e de nues t ro terr i tor io , c u y a v e g e t a c i ó n es de t i po sensiblemente m á s es tepar io que desér t ico, por causa de u n c l ima menos r iguroso. A nuest ro j u i cio , el desier to au tén t i co t iene su l ími te septent r ional en l a Sequ ía el H a m r a y no en el U a d D r a y en defensa de ello esgr imimos no sólo la presencia de u n a v e g e t a c i ó n m á s densa y menos xerófi la , sino el l ími te de numerosas áreas geográf icas de especies vege ta l e s de proce dencia m á s sep ten t r iona l y medi te r ránea . Claro que en el conf ín or ienta l de l a z o n a N o r t e aparece la hamada, con su carác te r e x t r e m a d a m e n t e desér t ico y cas i ab ió t ico . Pe ro s iempre será u n a z o n a de r e l a t i va escasa impor t anc ia en re lación con el resto del terr i tor io . A l sur de la S e q u í a el H a m r a cabe considerar u n a g ran ex tens ión de terr i tor io c o m o z o n a de t rans ic ión en que se v a n ex t ingu iendo las áreas geográf icas de u n c ier to número de especies medi te r ráneas , si b ien menos cuant ioso que el de las ex t i ngu idas a l N o r t e de es ta l ínea. I^a z o n a de t rans ic ión l lega, m á s o menos , a l T róp ico de Cáncer . A l Sur de éste , el desier to en nues t ra z o n a a lcanza su m a y o r ca rác te r y os ten ta u n a c ier ta inf luencia de la z o n a francesa m á s mer idional , con a lgunas especies t í p i camen te sahar ianas . P a r a los au tores franceses (MAIRE, M O N O D , e tc . ) , nues t ro terr i tor io ent rar ía de l leno en lo que denominan dominio sáharo-medi te - rráneo y ún icamen te el ángulo sudor ienta l m á s e x t r e m o del S a h a r a español (territorio arenoso del Azefa l ) entrar ía en el l l amado dominio sáhara-af r icano. D e n t r o de aque l dominio , M A I R E diferencia c la ramente u n a b a n d a l i tora l , que a nues t ro ju ic io es m á s ancha a l N o r t e y m á s es t recha a l Sur , de t re in ta a sesenta k i lómet ros , somet ida a la inf luencia de l a h u m e d a d oceánica y que cons t i t uye el subdomin io sáharo-oceánico , y luego de u n a b a n d a de t rans ic ión m á s o menos para le la se en t ra de l leno hac ia el interior, en el subdomin io sáharo-suboceánico . C a d a uno de ellos t iene sus especies vege ta l e s caracter ís t icas . L a f lora del subdomin io sáharo-oceánico se carac te r iza por l a Vista de la llanura hacia occidente desde la cumbre del «Gleibat Tararat». Se aprecia la vegetación deserticola en forma de sarpullido. Al fondo, el «Gleibat Tuama». (Foto Hernández-Pacheco . ) Ì presencia de elementos de origen insular (Canarias, Azores, etcé tera), con elementos endémicos del propio litoral sahariano. Así, te¿ nemos subarbustos (Cf. ZOI^OTAREVSKY y M U R A T , 1938-a, pag. 6 5 ) , como Limonium sp., Frankenia sp., Teucrium Chardonianum, etc., así como numerosas quenopodiáceas, de entre las cuales merecen desta carse dos especies nuevas, de M A I R E : Salsola gymnomaschala y Mura- tina Zolotarevskyana. A medida que se va ganando en latitud, la flora del Sahara oceá nico se enriquece en especies austro-marroquíes y en especies del Saha ra nordoccidental, como son la Salsola tetrandra y el Rhus Oxyacantha, éste como núcleo leñoso de las graras. I,a Euphorbia Echinus comienza a aparecer a partir de la pen ínsula de Villa Cisneros y del Argub, en sentido Norte; pero donde alcanza importancia e interviene con carácter en el paisaje vegetal es a partir del Cabo Boj ador y especialmente al norte de la Sequía el Hamra. Algo parecido sucede con el arbusto Euphorbia balsamife- ra, var. Rogeri. I^as condensaciones ocultas de la banda litoral Norte permiten una cierta exuberancia de liqúenes saxícolas, terrícolas y corti- cícolas. En la mitad meridional del Sahara suboceánico predomina la flora del Sahara central, con frecuentes irradiaciones nordsaharianas. I^as llanuras de piedras están vestidas de la consabida estepa de salsoláceas, a base del ascaf (Nucularia Perrini), con la Salsola foe- tida, var. gaetula, y la Suaeda Monodiana, etc. I^os ríos de arena se hallan poblados de la sabana desértica, con Acacia Raddiana, Panicum turgidum, Acacia Seyal, Capparis deci dua, etc., etc. En la zona septentrional, la estepa de salsoláceas es mucho más variada y forma una cobertura mucho más densa, dominando la Salsola tetrandra, Haloxylon tamariscifolium, y en ciertos puntos abun da el Anabasis articúlala. Entre las especies arbóreas, la Acacia Seyal desaparece mucho antes que la A. Raddiana, en dirección Norte. En el mapa adjunto se considera dividido el Sahara español en tres zonas, conlímites de paralelo terrestre, aproximadamente: una zona septentrional, con ancha banda litoral, caracterizada por el euforbietum o crasipulvinetum, pudiendo llamarse también estepa de paquifitas por su carácter climático, aunque no por la formación vege tal, nada más lejos del xerograminoidetum. Sigue a éste, en el interior, una zona continental que limita con la Sequia y la Hamada, de tipo logía predesértica, con el límite meridional de numerosas especies marroquíes. Hacia el Sur sigue el Sahara español medio, más o menos limitado por el Trópico de Cáncer y, por último, el Sahara español meridional, de carácter más desértico. I C O N C E P T O G E O B O T A N I C O D E L D E S I E R T O EE C U M A DESÉRTICO EN REEACIÓN CON EA VEGETACIÓN Para el geobotánico, el concepto de clima implica matices que des bordan la Meteorología y demás condiciones físicas que mandan en la superficie terrestre, puesto que aquel factor ha de considerarse en función de la vegetación que en mayor o menor grado condiciona. Por ello, nos parece indispensable traer aquí las consideraciones pu blicadas por BMBERGER, MONOD, ZOEOTAREVZKY y MURAT. Bl agua atmosférica (en sus tres estados), la luz, la temperatu ra, etc., tienen un sentido especial cuando se estudian los efectos que producen sobre el tapiz vegetal. Para la planta no tiene tanta impor tancia la cantidad de agua que recibe el suelo como la que pueden aprovechar sus diversos órganos en relación con sus necesidades vi tales. Bsto explica que en pleno bosque tropical, con un máximo de pluviosidad, se den formas vegetales xerófilas en abundancia (nume rosas epífitas) en íntimo contacto con las hidrófitas más destacadas. BMBERGER, con gran acierto, cita el ejemplo de los climas de monzón y los climas de montaña. l,os climas de monzón, para el meteorólogo, constituyen una uni dad natural, caracterizada porque el factor dominante es el monzón; pero desde el punto de vista ecológico, resultan muy diversos y no hay posibilidad de unificarlos. Así, el clima de la China oriental o del Japón, constantemente húmedo, tienen, en sentido ecológico, más analogías con nuestros climas de la Europa templada o de la zona oriental de los Estados Unidos que con los climas monzónicos de la India tropi cal. I^os climas de monzones secos se hallan más cerca de otros cli mas de carácter seco, si se examina su acción sobre el complejo vege tal, que de los climas de los monzones húmedos. Con los climas de montaña sucede algo parejo. Tales climas tienen, como en el caso ante- rior, rasgos comunes importantes y su unidad parece profunda; cier tos fenómenos físicos (erosión, género de vida, etc.) se parecen mucho en la montaña; así, la erosión glaciar, la morfología torrencial y mil otros efectos de estos climas, que se traducen gráficamente en el hecho de que al contemplar una fotografía de alta montaña no se pueda espe cificar de qué parte del Mundo es. En cambio, determinan una diver sidad ecológica indiscutible y fácilmente perceptible: el clima de los planos culminantes centroafricanos es el clima ecuatorial de alta montaña por sus efectos sobre la vegetación; el de las altitudes más elevadas de África noroccidental es el clima mediterráneo de alta montaña; el de los Alpes es el clima de alta montaña de la Europa templada, etc. A pesar de pertenecer al mismo género de clima, las afinidades entre sí son infinitamente más dispares que con los cli mas de llanura en que se superponen, sin que reste valor a esta afir mación el conjunto de fenómenos de convergencia. Si estos ejemplos sirven para evidenciar la profunda diferencia que implica el concepto de clima, considerado desde un punto de vista biológico, aun conviene insistir en la importancia de lo minu cioso, para el ser vivo, unidad de dimensiones exiguas en relación con las grandes divisiones climáticas, realidad que condiciona la nece sidad de poner en primer término los factores que juegan en el micro- clima. En esta forma sí queda bien centrada la relación bioclimática, permitiéndonos los datos que el microclima proporciona, obtener conclusiones mucho más importantes que las logradas a través de un concepto puramente físico del clima. Hay que lamentar la difi cultad grande que supone la obtención de datos microclimáticos, debiendo confesar que aun estamos muy lejos de haber comenzado a atacar este vasto espacio de lo desconocido. Si esto ocurre en las naciones y zonas de mayor población humana, es explicable que en el Sahara no se registren aún los coeficientes del microclima, tanto menos cuanto que sólo funcionan algunas esta ciones meteorológicas. En tanto llega el deseado día en que los geobotánicos dispongan de una apretada red de puntos para las observaciones microclimáticas y la densidad de coeficientes numéricos permita el establecimiento de exactas delimitaciones, n o n o s queda otro recurso que debatirnos en el terreno puramente hipotético y general y alcanzar en él la mayor precisión deseable. E l Sahara constituye el tipo de desierto por excelencia. Ahora bien: su extensión es tan grande que incluye necesariamente varios -r- 29 — matices dentro del clima típicamente árido. Así, tenemos que en su zona Norte las lluvias se producen con regularidad todos los años en otoño e invierno, o sea durante la estación fría, lo que representa un régimen mediterráneo de carácter extremo. En la zona sahárica meridional este mismo fenómeno se presenta, pero con carácter in* verso; es decir, las lluvias regulares son propias de la época estival (de mayo a octubre), o sea durante la estación cálida, lo que representa el régimen tropical extremo. Ambas zonas marginales, sumamente estrechas, enmarcan el clima genuinamente desértico del gran Sahara, que puede verse privado de lluvias, no ya de un modo irregular, sino incluso durante varios años seguidos. Las raras lluvias pueden pre sentarse en cualquier época del año y tienen carácter puramente local. Estos tres climas de condición muy seca corresponden al tipo desértico; pero en tanto que la vida humana y la erosión no resultan afectadas de manera diferente por estas diferencias de matiz, la vege tación sí acusa esta triplicidad climática. Incluso la vegetación, desde un punto de vista estático, puede no descubrir en apariencia esta diversidad climática, puesto que un examen superficial de ella advierte en las tres zonas una aparente uniformidad de fisonomía constante mente pobre, abierta o diseminada y uniforme. Pero el fenómeno biológico exige una mayor atención, y si nos acercamos al tapiz vege tal observaremos que sus componentes no sólo difieren específica mente, sino que su biología, y esto es lo esencial, es distinta. En efecto: existen grandes diferencias entre la biología de las plantas que reciben agua con regularidad, todos los años, aunque sea en can tidad insuficiente o exigua, y la biología de aquellas plantas que han de adaptarse a un régimen más riguroso y han de condicionar su orga nismo a la falta total de lluvias durante varios años seguidos y apro vechar al máximo la que reciben de modo inesperado e imprevisible. .Estas sí son las auténticas plantas desertícolas, de capacidad vital muy poco frecuente en el mundo vegetal. Claro que estas plantas, cuando saltan a las zonas marginales del desierto, experimentan un alivio en su dura lucha por la vida y se conforman muy gustosas al nuevo régimen de lluvias regulares, comportándose como las que habitualmente viven en estos medios menos secos; pero si cualquiera de estas últimas plantas se adentra en la llanura inhóspita, está llamada a sucumbir, manteniéndose loza nas e indiferentes sólo aquellas que han dado con los dispositivos adecuados que las defienden de la sequía extrema. Entonces, ¿qué — 3 o — plantas merecen el calificativo de desertícolas puras? Aquellas que son capaces de soportar el régimen climático cuya norma es la irre gularidad y escasez pluvial. Pero al examinarestos hechos biológi cos se ha de tener presente que las plantas no se.comportan como seres estáticos inmutables, sino que, por el contrario, están en cons tante evolución, aunque ésta sea lentísima y escape a la observación en vida del hombre, de forma que su equilibrio está modificándose de continuo y ello hace la cuestión más compleja; tal complejidad sube de punto si se considera que asimismo el clima, y demás circuns tancias físicas de la superficie terrestre, tampoco son entidades inmu tables, sino que se hallan sometidas a un continuo devenir, con sus altos y bajos o fluctuaciones. Por eso, al considerar la vegetación del desierto como cualquier otro tipo de vegetación, es preciso tener en cuenta las circunstancias físicas y biológicas que precedieron al pai saje actual, objeto del presente estudio, y aquellas otras que verisímil mente se van a producir y seguirán a las actuales. Todo esto eriza el problema del tapiz vegetal de dificultades, muchas de ellas insupera bles. Si a esto se añade que nuestros esquemas y delimitaciones son siempre grosera expresión de una realidad inaprehensible, resulta que la visión humana de los fenómenos biológicos queda muy por debajo de una realidad sutilísima que escapa a nuestra percepción; pero en tanto no se perfeccionen nuestros recursos y medios de trabajo, hemos de resignarnos a nuestra interpretación grosera, en espera de que sirva de base a las generaciones que nos sigan, más afortunadas y mejor dotadas. Volviendo a la vegetación del Sahara, hallamos que los tres mati ces del clima desértico condicionan tres tipos de tapiz vegetal y que, de ellos, dos (los extremos o marginales) se deben vincular al medite rráneo y al trópico, respectivamente, quedando como clima y vegeta ción puramente desérticos los del inmenso territorio central, sometido a un régimen de lluvias caprichosas e insuficientes o, mejor, exiguas; «por ello, proponemos reservarle el calificativo de desierto en sentido fitogeográfico y ecológico, y llamamos clima desértico al clima carac terizado por precipitaciones que no tienen lugar todos los años y que pueden presentarse en cualquier época del año; a tal clima co rresponde la vegetación desértica». (EMBERGER.) Con esta definición basta para caracterizar el desierto, sin necesi dad de afectarlo de coeficientes numéricos ni de echar mano de otros factores climáticos, y ello en razón a que la planta y, en general, la vida es sensible al factor hídrico en primer término o, cuando menos, — 3 i — en término muy destacado. En efecto: sin luz, algunas plantas y ani males (hongos y artrópodos troglobios) pueden vivir y, en cambio, sucumben si carecen de agua. Pero la planta verde, fundamento de toda la biología, no puede subsistir sin la presencia de la luz, por cuya razón cabe colocar este factor en primer término. Claro que este carecer de agua puede darse aun en presencia de abundante masa de la misma, bien en forma congelada (temperatu ras mínimas) o por exceso de sales disueltas en ella. A este segundo factor se adaptan numerosos organismos, pero ningún ser vivo es capaz de resistir una temperatura ambiente por encima del grado máximo de vida o por debajo del grado mínimo, por cuya razón no hay por qué considerar un factor superior en importancia a otro, sino que todos ellos son indispensables. Ahora bien: comoquiera que el agua juega un papel más osten sible e inmediato en la vida de la planta, puesto que en la inmensa mayoría de la superficie terrestre mandan temperaturas compatibles con la vida, de aquí que al estudiar la planta se tenga siempre en cuenta este factor en primer término, siguiendo la luz, que es indis pensable en la síntesis clorofílica que, como acabamos de decir, ca racteriza por excelencia la vida vegetal y cuya importancia se refuerza por la excepción que supone la existencia de los hongos y otros vege tales heterótrofos. En el desierto y, en general, en los restantes tipos de paisajes vegetales juega, en primer término, el factor agua, y, en segundo, la temperatura, que condiciona dos tipos de paisajes desérticos: los desier tos cálidos y los desiertos fríos. La luz, factor paralelo a la tempe ratura eñ los desiertos cálidos, permite establecer una subdivisión en los desiertos fríos, que pueden estar iluminados con periodicidad diurna, como ocurre en los pisos nivales de las altas montañas extra- circumpolares, y los desiertos fríos, sometidos al régimen luminoso espe cial de los casquetes polares. De esta suerte, en los desiertos cálidos mandan los factores hume dad y temperatura, y este último paralelamente a la luz. Pero tal visión del desierto, exclusivamente climática en relación con la vegetación, resulta en exceso unilateral, al menos para nuestro Sahara, en el que la distribución de la vegetación se halla supeditada a la clase del suelo, además de a las precipitaciones atmosféricas. Con un mismo tipo de clima, las superficies abióticas alternan en forma de mosaico irregular con las masas de vegetación difusa, y ellas obedecen y se localizan de preferencia en los ríos de arena, que disputan con gran tenacidad a la intensa evaporación desértica las exiguas capas subálveas que sostienen una vegetación frutescente y leñosa especí fica. I^a vegetación más directamente ligada al clima es la vébia o acheb, que es la vegetación efímera de las lluvias, que subsiste en los períodos secos en forma de semillas, en tanto que la vegetación de fanerófitas y caméfitas se mantiene gracias a las capas de agua oculta, que si bien es cierto proceden de la lluvia, su acumulación y distribu ción es producto exclusivamente del terreno, que o bien la pierde rápidamente, como ocurre en los suelos arcillosos, o la retiene en beneficio de una vegetación más densa, como sucede en los suelos arenosos (en especial en los llamados ríos de arena). A la luz de su definición, EMBERGER examina los restantes de siertos de la Tierra. En las regiones muy áridas de Australia y de África meridional vuelven a encontrarse los hechos que ha destacado a propósito del Sahara: «las formas extremas de los climas vecinos se reparten este territorio.» Sin embargo, no parecen existir, salvo en África del Sur, territorios que no reciban lluvia todos los años. Seguidamente examina las regiones áridas de Asia. Con relación a los desiertos que rodean el mar de Aral, B . de Martonne (T. I., pá gina 291), escribe que «Al Sur son las lluvias de tipo mediterráneo, de invierno y primavera, en tanto que al Norte tienen más bien lugar las lluvias de verano, conocidas en las regiones continentales de la zona de invierno acentuado». No parece que allí existan regiones con lluvias aleatorias, homo logas al Sahara central. Vemos, pues, de nuevo regiones desérticas ecológicamente diversas: los territorios meridionales deben unirse al mundo mediterráneo, como el Sahara septentrional; el Norte se vincula a la Siberia meridional. O. PAUESEN (Studies in the vegetation of Pamir, Copenhague, 1920, pág. 19) escribe que en el Pamir el verano carece prácticamente de lluvia. IyO mismo sucede en la región transcáspica de Tachkent a Askhabad (O. P ATIESEN, Studies in the vegetation of the Transcaspian Lowlands, Copenhague, 1912, págs. 17 y 18). Tampoco están sometidas a un clima homogéneo las regiones ári-* das comprendidas entre las montañas de China occidental, con ellas inclusive. Su rasgo común es la pobreza en lluvias; pero en tanto que en ciertas regiones las lluvias son netamente estivales, en otras es en invierno la época de las lluvias. Además, parece que también existen allí regiones con precipitaciones tan irregulares como en el Villa Cisneros desde el aire. El recinto cuadrilongo es la antigua Alcazaba. A la derecha se advierte el puerto iniciado, y a la izquierda, en la parte superior, el grupo de aviación. En la parte inferior, el barrio moro y las hileras de jaimas. ( F o t o H e r n á n d e z - P a c h e c o . ) Saharacentral, que serían verdaderos desiertos, en el sentido fito- geográfico y ecológico de la palabra. B n el Nuevo Mundo, más regiones muy áridas ocupan una super ficie menos importante que en el Antiguo. La Patagonia seca tiene muy raras precipitaciones (100 a 200 milímetros por año en con junto); pero recibe lluvias débiles regularmente todos los años y en todas las estaciones. En los trabajos de L. H A U M A N («Etudes phytogéo- graphiques de la Patagonie», Bull. Soc. R. Bol. de Belgique, 1926, tomo 58, págs. 105-180) se ve que la estación más seca es tan pronto el verano (Camarones), tan pronto la primavera (Puerto Deseado, Santa Cruz), tan pronto el invierno (Buen Pasto). Cuando se estudia de cerca el régimen de lluvias en Patagonia se sorprende uno de la semejanza que presenta con las de nuestra Europa occidental. Las curvas de los coeficientes pluviométricos relativos a las estaciones, que ponen bien en evidencia los hechos salientes, son sugestivas. La de Buen Pasto, por ejemplo, se superpone casi a la de Librón, y la de Camarones se parece mucho a la de Madrid; la de Puerto Gallegos, a la de Méjéve... A la luz de estos hechos, el clima árido de Patagonia aparece como una forma extrema del clima de Europa occidental. Sin embargo, los desiertos de Patagonia no son homólogos a los del Antiguo Mundo. No son desiertos propiamente dichos, relacionán dose la Patagonia, desde el punto de vista ecológico, al país sometido a idéntico régimen pluviométrico; es decir, a Europa occidental y a la América del Norte templada. En Chile septentrional parece puede considerarse como desierto verdadero una diminuta región, homologa a la del Sahara central. En cuanto a los desiertos de América del Norte, hallamos climas muy áridos, del tipo mediterráneo (Arizona) y del tipo que domina en los territorios septentrionales de la región araliana. E M B E R G E R llega a la conclusión de que los fitogeógrafos deben examinar el problema de la definición de los climas desde un ángulo propio: las regiones más áridas del Globo ocultan bajo un conjunto de rasgos fisionómicos y físicos comunes una gran diversidad fitogeo- gráfica y ecológica. Para los fitogeógrafos, estas regiones secas no constituyen unidades geográficas, como en otras disciplinas; forman un complejo heterogéneo de formas extremas de los grandes climas que se hallan en contacto en ellas. En cada uno de los grandes climas que se reparten la Tierra, existen diversas formas o variedades, de las cuales una es más o menos árida: el clima mediterráneo, el clima tro pical y el clima oceánico de E. D E M A R T O N N E , e t c . , son polimorfos y sus variedades, muy áridas, constituyen sus formas extremas; éstas establecen el tránsito entre los climas generales y los genuinos cli mas desérticos. Por ejemplo: el paso del clima continental de B. DE MARTONNE al clima mediterráneo se hace a través de formas muy áridas de ambos climas. Esto obliga a definir desde un punto de vista fitogeográfico y ecológico el clima desértico, puesto que las regiones áridas del Globo no son biológicamente homogéneas. EMBERGER reserva el califica tivo de clima desértico a los climas caracterizados por lluvias sin ritmo estacional y por largos períodos (que superan, al menos, un año) sin precipitaciones. Como estos climas proporcionan siempre sumas to tales muy débiles de precipitaciones utilizables por la vegetación, resulta inútil unir este carácter a la definición. En consecuencia, EMBERGER propone llamar vegetación desértica a la que no tiene garantía de lluvia todos los años, si bien puede recibirla ocasional mente en cualquier estación del año. Para este autor no hay más desierto verdadero que el Sahara (zona central) y alguna parte de Chile septentrional, ciertos puntos de África del Sur y tal vez de Asia central. El régimen térmico de estas diversas regiones desérticas permite distinguir los diferentes tipos de desiertos. Para ZOEOTAREVSKY y MURAT, el desierto no es estrictamente un medio abiótico; constituye un conjunto de aspectos particulares de las manifestaciones de la vida, la composición específica y la re partición de las plantas y de los animales; es decir, las particularidades biogeográficas que determinan su extensión. La ausencia total de vida no es más que un aspecto de detalle bajo el cual puede presentarse el desierto. También para ZOI,OTAREVSKY y MURAT, el Sahara (como la mayor parte de los desiertos conocidos) es un desierto climático; «su pasado geológico no aporta ninguna explicación de su aridez. Es árido por que no llueve bastante, produciéndose un desequilibrio entre la can tidad de agua que cae del cielo y la que pierde por evaporación» (E. F. GAUTHIER) . Por otra parte, MONOD define claramente el Sahara como «una región sin lluvias regulares, en que puede transcurrir en un punto dado un período más o menos largo que un año entre dos precipitaciones atmosféricas». MONOD añade, de acuerdo con GAUTHIER, que «en conjunto, cae, sin duda, menos de 100 milímetros de lluvia por año y el trazado de la isoyeta de 200 milímetros, allí donde se conoce, coincide sensi- blemente con el límite del desierto, caracterizado por su fauna y su vegetación». De esta forma, la concepción del Sahara por MONOD se identifica con el desierto en el sentido biogeográfico. Aplicando al Sahara español los conceptos arriba expuestos nos encontramos con que la mayor parte de su territorio (especialmente la zona interior alejada de la costa) muestra características típica mente desérticas, y sólo la zona Norte, comprendida entre la Sequía el Hamra y el Uad Dra se beneficia de contadas lluvias con un cierto ritmo anual. Aun en esta zona subdesértica hay que destacar la región oriental, donde se extiende la Hamada de carácter más desértico. Bn cambio, al sur de la Sequía el Hamra, y en dirección oriental, se halla el Guelta del Zemur, con una vegetación de cierta exuberancia que denuncia un régimen climático menos extremo. Bn la zona litoral, la influencia beneficiosa del océano se hace patente, sobre todo de la península de Villa Cisneros hacia arriba, en tanto que al sur de la bahía de Río de Oro la costa es más pobre en plantas. Tal influencia marina se deja sentir especialmente a una profun didad de 50 a 60 kilómetros y se acusa de una manera especialísima en las plantas arbóreas del interior, que se acuestan y retuercen al aproximarse a la zona litoral. A partir de este límite, en el interior, el clima es esencialmente desértico y entra plenamente en la definición de BMBERGER, ocupando nuestro territorio centro meridional la mayor parte de lo que los auto res franceses llaman, con gran acierto, el Sahara occidental. Bxaminando las cartas de la vegetación del Globo de los autores más acreditados se ve que hay dos criterios dispares: según uno de ellos, se prolonga el desierto en nuestro territorio hasta el borde del mar; en tanto que, según el otro, el gran Sahara se halla rodeado de una ancha orla de zona predesértica que incluiría la mayor parte del Sahara español. A nuestro juicio, el primero es el acertado y con él coinciden todos los resultados obtenidos en este primer viaje nuestro. Partiendo de esta afirmación, es preciso establecer seguidamente la dirección aproximada de sus límites con los territorios predesér- ticos vecinos. Creemos más exacta la línea de la Sequía el Hamra (especialmente en su trayecto próximo al mar) que la del Uad Dra, para enmarcar el desierto auténtico en su parte septentrional, en tanto que su límite meridional, a nuestro parecer, desborda el terri torio español y debe seguir su curso en la zona sahariana francesa. EOS SUELOS DESÉRTICOS Y EA V I D A VEGETAE E l clima es el factor que impone las grandes divisiones del tapiz vegetal, y dentro de ellas el suelo señala enclaves de extensión menor. I^a diversa naturaleza del suelo impone a no pocas plantas límites precisos. A pesar de que los suelos desérticos puedenser muy fértiles* nunca se da en ellos el tipo chernozión (TCHERNOZIOM) . En tanto que posteriores estudios aclaren y limiten la tipología de los suelos del Sahara español, por su aspecto más destacado los agruparemos en arenosos, arcillosos y pedregosos. I^os segundos per tenecen generalmente al tipo salino. i .° Suelos arenosos. — Son los que dominan en los desiertos de arena, cosa que no sucede en nuestra zona con la roca al descubierto y barrida por el viento. Únicamente alcanzan un cierto desarrollo en los llamados ríos de arena y en algunas formaciones de hileras de barkhanes del litoral. Además de la zona de dunas del Azefal, en el ángulo sudoriental de nuestro territorio. L,os barkhanes se hallan des provistos de vegetación, y su marcha, lenta pero constante, va ahogan do la vegetación que se interpone en su camino. Al pie de las monta ñas interiores se acumula una cantidad mayor o menor de arena formando montículos de escasa importancia poblados de SBOT (Aris- tida pungens) y alguna mata de otras plantas psamófilas. Sobre morfología dunar pueden verse los trabajos de D U E O U R , A U F R É R E y, más recientemente, B R O S S É ( 1 9 4 2 ) . Desde el punto de vista botánico, la morfología dunar carece de importancia, refiriéndose ésta a las condiciones vitales que implica el suelo arenoso. Estas, en general, son desfavorables y las psamó- fitas presentan adaptaciones especializadas muy notables, sobre todo en su sistema radical. En primer término, las arenas se desplazan de continuo bajo la influencia del viento. En el Aiun hemos visto grandes formaciones de tarjas totalmente ahogadas por la acumulación de arena, y lo mismo pudimos apreciar en las hileras de barkhanes. Por otra parte, las se millas pueden quedar soterradas en arena a profundidad mayor de la conveniente, y la planta, o no germina o lo hace mal y sucumbe. Otro inconveniente grave es que el arrastre de arena de un punto deje al descubierto las raíces de los árboles, circunstancia que muchas veces resulta mortal para la planta. Así lo pudimos comprobar en algunos TARAJES secos de la sebja de Imililik. Pero las plantas sólo arraigan cuando las arenas tienen la estabi lidad y quietud requerida. Cuando se mueven mucho, como sucede con los barkhanes, aparecen totalmente desprovistas de vegetación. Por el contrario, la población vegetal tiene la ventaja de que, una vez instalada, gracias a sus enormes raíces (cuya longitud puede llegar a los 15 y 20 metros) queda la arena sólidamente fijada. La arena es excesivamente permeable al agua. E l agua de lluvia se infiltra con gran rapidez a profundidad extraordinaria, de forma que no puede ser aprovechada por las plantas de raíces cortas. En cambio, la capilaridad y el poder absorbente de la arena son débiles: las aguas subterráneas suben a través de la arena con dificultad, con lo cual se evita una evaporación intensa, y en esto la arena lleva ventaja para la planta en relación con los otros terrenos. Si la arena se empapa fácilmente, en cambio devuelve el agua que ha absorbido con dificultad extrema. Pero esta circunstancia sólo es propicia a las plantas vivaces de raíces largas, lo cual constituye el carácter general de las psamófitas. Ello explica la rica vegetación que a veces viste las masas de arena. A nosotros nos sorprendió grandemente el Zygo- phylletutn gaetulae paraliosum que viste la inmensa playa de Cabo Juby. La superficie se hallaba densamente poblada de Zygophyllum gaetulum, con algunos pies de Euphorbia paralias y en los claros pequeñas poblaciones de Frankenia corymbosa y Sporobolus arena- rius, etc. Otra cosa sucede si bajo una débil capa de arena se halla una masa de arcilla o de una roca compacta. La viña se puede dar muy bien en este tipo de suelo, siempre que sus raíces puedan alcanzar la capa de agua. Tal clase de suelo es muy explotado para el cultivo de la vid en Palestina, al sur de Jaffa, en las zonas de desagüe interdunares y asimismo para la datilera en el distrito del Sahara argelino (Souf). En el Sahara español, el problema de las arenas vivas se centra principalmente en los barkhanes, y si bien su acción es bastante res tringida, en cambio resulta muy difícil de combatir en aquellos pun tos en que hace su aparición. No sólo afecta a los cultivos, sino que se cruzan en las pistas de los camiones, dificultando considerablemente el tránsito de los vehículos por determinadas zonas de nuestro terri torio. Hasta la fecha no se ha intentado resolver este grave problema por las múltiples dificultades que encierra. Dado el carácter de estas arenas de poca masa y gran movilidad y sequedad, resulta muy di fícil, conseguir fijarlas mediante plantas adecuadas. No sucede lo mis- mo con las arenas costeras, que están dando mucho que hacer en la colonia de Cabo Juby y otros poblados españoles. Dado que en estas playas existe una copiosa vegetación de Zygophyllum, Euphorbia, Aeluropus, Frankenia, etc., muy bien adaptadas a la estación psamó- fila extrema, sería aconsejable intentar la fijación de estas arenas mediante tales plantas. En las arenas del interior, la Aristida pungens (Sbot) y Cornulaca monacaníha (Had) están muy indicadas para la fijación dunar. También podría ser provechoso un intercambio con plantas españolas. 2 . ° Suelos arcillosos. — En los suelos arcillosos se instala la vege tación característica de las gravas y ocupa extensas superficies, es pecialmente en la zona Norte, próxima al mar. Su vegetación de her báceas anuales y frutescentes es esteparia y salina. Es un suelo de estructura muy fina. Su superficie, en estado seco, es muy dura ge neralmente. La permeabilidad de la arcilla es débil, y por eso una gran parte del agua de lluvia escurre, sin ser absorbida, volviendo a la atmósfera en virtud de la intensa evaporación. Cuando la arcilla es muy pura, se fragmenta en las características grietas poligonales. En primavera el agua se acumula en las cubetas arcillosas, constitu yendo la daya sahariana. Otro carácter de los suelos arcillosos es su gran capilaridad, por causa de la extrema finura de sus partículas constitutivas. Este hecho tiene una importancia grande. En efecto: la evaporación en el desierto es muy enérgica y ejerce una gran influencia sobre las precipitaciones. Por ello la superficie del terreno se deseca con gran rapidez después de una lluvia, de manera que la desecación penetra más y más profun damente y la zona en que tiene lugar la evaporación sehunde al mismo tiempo, en tanto que a consecuencia de este proceso las soluciones del lexivado de las sales profundas remonta a la superficie por capilaridad. Como la superficie del terreno está caldeada por el sol, la evapora ción aspira el agua subterránea de abajo arriba y con ella suben las sales que se depositan en las capas superficiales. Los depósitos sali nos de las partes en relieve son acarreados por el viento, acumulán dose en las depresiones del terreno, lo que constituye el fondo de las sebjas saharianas. El carácter salino del suelo es muy corriente en el desierto, y de aquí el tipo de vegetación esteparia de salsoláceas y otras halófitas. Las sales penetran de nuevo con extrema dificultad en el suelo, por lo que se acumulan totalmente en la superficie bajo la influencia de las acciones eólicas, fenómeno frecuente en los desiertos. Como acabamos de decir, la acumulación de sal en el suelo tiene una gran importancia en la repartición anual de los pastos y deter mina la desaparición de otros tipos vegetales. I^a acumulación superficial de sales y, en especial, de sulfatos, es particularmente nociva. Si la cantidad de sales es muy grande, entonces desaparece toda suerte de vegetación (fondo de numerosas sebjas). En cambio, la riqueza salina puede tener importancia industrial (cloruro sódico y sulfato de magnesia, de sodio y de calcio). En el Aiun se ha podido comprobar prácticamente que los suelos arcillosos, bien regados, pueden serfértiles, a condición de que tengan un buen sistema de drenaje que asegure la evacuación de las aguas infiltradas, para evitar la ascensión de las sales. 3 . 0 Suelos rocosos. — La mayor parte del Sahara español es de suelo pedregoso. Además, alcanzan un desarrollo interesante por la vegetación que contienen los kudias y gleibats del Tiris, Adrar, Adrar Suttuf, Zemul, Glat, etc., formados de rocas eruptivas de colores ne gruzcos. A pesar de que el agua escurre con carácter torrencial por los diminutos thalwegs o vaguadas de estas montañas minúsculas, hemos hallado siempre, sobre todo en las partes bajas, una vegetación interesante. En cuanto al reg o serir sahariano, nombres que suelen aplicarse en sentido amplio a toda superficie horizontal, llanura o mesetas sembradas de restos de rocas, de canturral o de cascajo, se pueden distinguir, según T H . M O N O D : I . ° Los regs autóctonos endógenos, de disociación, de llanura o meseta, que resultan de la disgregación in situ de una roca, y que pueden ser: a) Primarios, si el reg se cubre de fragmentos irregulares, angu losos, restos de una roca que no encierra ni piedrecillas y cascajo muy pulimentados. b) Secundarios, si la roca, antiguo depósito aluvial, ella misma libera aquellos elementos. 2 . 0 Regs aluviales, exógenos, de acarreo, siempre de llanura, resultando del elemento de un depósito aluvial reciente. El yeso alcanza escaso desarrollo en nuestro desierto. Otro carácter desfavorable del desierto de piedra es su facilidad de caldeamiento y enfriamiento en el curso de la jornada. Sus inten sas variaciones térmicas producen efectos perjudiciales sobre la vege tación, que se localiza en las zonas más abrigadas. Por otra parte, el — 4 o — nivel freático se halla a mucha profundidad y lejos del alcance de las raíces. En los macizos montañosos se establece en su perímetro una zona favorable a la vegetación, contrastando el aspecto de ésta en dicha localización con el resto del paisaje, mucho más seco y desnudo de vegetación por causa de la especial distribución de las aguas sub álveas. Un ejemplo claro se ve en el Guelta del Zemur y en Adrar Suttuf. MICROBIOLOGÍA DE LOS SUELOS DEL SAHARA Ha sido objeto de grandes discusiones la cuestión de si los suelos extremadamente secos del Sahara contendrán o no microorganismos. El grado de desecación de algunos suelos del desierto alcanza extre mos insospechados, como puede suceder para aquellos del Sahara central que se hallan sometidos a un período de ausencia de lluvia de ocho a diez años. El contenido en agua de estos suelos es tan débil que no puede determinarse por los métodos ponderales ordinarios. Esta aridez esteriliza el suelo. Al menos tal ha sido la opinión corriente, sin apoyo de prueba experimental alguna. Aunque todavía es poco lo que se sabe en relación con la micro biología pedológica sahariana, es interesante plantear esta cuestión, delimitando los resultados obtenidos hasta la fecha. Véase principal mente las publicaciones de KILLIAN y de FEHRER. Entre los microorganismos del suelo se cuentan, además de las bacterias, interesantes grupos de hongos, algas y protozoarios. De los tres grupos, el más exigente en agua es el de las algas, y sorprende que hayan podido aclimatarse a un ambiente en que la intermitencia pluvial puede ser de varios años. Únicamente si se piensa que algunos grupos de algas también se han adaptado a la superficie de las rocas de alta montaña, que sobre todo en las orienta das a Mediodía han de soportar grandes extremos de desecación, la sorpresa es menor, si bien no cabe comparar el régimen seco de tales rocas, cubiertas la mayor parte del año por el hielo o la nieve en fusión (aparte de la intensa condensación de vapor de agua en las noches esti vales) con la extrema aridez del verdadero desierto. Uno de los procedimientos más ingeniosos para demostrar la pre sencia de microorganismos en los suelos desérticos consiste en medir larespiración del suelo. En efecto: el desprendimiento de C 0 3 que re sulta del metabolismo nutricio de las bacterias, hongos y algas, puede ponerse fácilmente en evidencia e incluso medirse, y los autores arriba Uno de los «barkhanes» próximos a Tichla, cuyo lento [avance va ahogando la vegetación comprendida en su camino. El pozo de Imililik: un simple orificio en el suelo; al fondo, la vegetación leñosa de tarfas, guerzin, con guetaf, múrkeba, etc. Ascensión a Kudia Zug. En primer término, grandes matas de ilif (Citrulus Colocynthis) con sus calabacitas jaspeadas. Al fondo, matas de múrkeba (Panicum turgidum). Un río de arena delante de Kudia Igázeren con iguinin (Capparis dedidua), atil (Maerua crassifolia), algunas tarjas derribadas por el viento, etc., etc. (Fotos Hernández -Pacheco . ) — 4 I — mentados demostraron que la mayor parte de los suelos estudiados respira. Por otra parte, afirman que la falta casi absoluta de agua en el suelo desértico no constituye un factor limitante que pueda impedir totalmente la vida microbiana. Es claro que esta flora se halla supeditada al contenido hídrico del suelo y basta un levísimo aumento de éste para que aumente considerablemente el número de microbios. También se observa que el contenido en agua del suelo repercute en su intensidad respiratoria. Esta se hace patente incluso en los suelos más secos y experimenta fluctuaciones a lo largo del día y en el curso del año. Otra cuestión de gran interés es la referente al ciclo del nitró geno y del fósforo. Han sido investigadas con especial interés las bacterias fijadoras del nitrógeno y nitrificantes y ha sido posible demostrar que existen no sólo en las tierras cultivadas del Sahara, sino en los suelos vírgenes, en apariencia estériles. Estos últimos suelos, gracias a su perfecta aireación, favorecen incluso la propia actividad de las bacterias nitri ficantes y, por otra parte, esta buena aireación hace prevalecer las especies aerobias entre las bacterias fijadoras del nitrógeno. En cuanto a su rendimiento, parece que no es muy elevado. L,a pobreza en ni trógeno está en relación con el exiguo contenido en humus, que es general a todo el desierto. Esto se puede explicar, de un lado, por el pobre tapiz vegetal que decora el desierto, y, de otra parte, por su rápida degradación. Otra cosa ocurre con el nitrógeno nítrico: el contenido en nitratos es casi siempre importante, especialmente en verano. En cuanto a los fosfatos, los citados autores los han puesto en evidencia en la casi totalidad de los suelos estudiados. La movili zación de los fosfatos insolubles está en íntima relación con el con tenido hídrico del suelo. Î a acción dominante del factor agua es par ticularmente evidente por su transformación en combinaciones solu bles. Se podría pensar que era causa de ello aquel hecho de que el factor agua siempre se presenta en grado mínimo en los suelos áridos. Pero se ha podido establecer que tales fosfatos experimentan fluctua ciones regulares no sólo en las tierras cultivadas, sino en los propios suelos vírgenes. Además, es un hecho sorprendente que estas fluctuaciones son más pronunciadas en el desierto que en los climas templados. Su máximo, que se verifica en verano, llega al mínimo en el corazón del invierno, contrariamente a lo que sucede en los países templados. Este aumento del contenido en fosfatos del suelo desértico, en verano, podría explicarse por la acción de la sequía, que detiene totalmente la actividad del sistema radical de los vegetales, incapaces de utili zar el nutrimiento mineral que tienen a su disposición en estado po tencial. Por otra parte, la misma acumulación estival de sustancias nutritivas se conoce en otras comarcas de veranos secos, si bien menos áridas que el desierto. Los autores se refieren a las altas mesetas arge linas y a las estepas continentales de Hungría. En las fluctuaciones del contenido en fosfatos es preciso tener en cuenta igualmente