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La Profecía
del Coquí
Andrés Díaz Marrero
Ilustraciones: Sonia Hernández
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
Hace mucho tiempo, en una isla hermosa, habitaba
un pequeño animalito; mejor dicho, ¡pequeñito! Fueron
muchas las ocasiones en las cuales otros animales
tropezaron con él y no pasaba día en que no estuviese a
punto de ser aplastado por algún grandullón, de los que
se tira o se sienta sin mirar donde.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
Pero, si por un lado, El Creador le había otorgado
tan escasa dimensión, por otro lado, le había concedido
una potente voz y la capacidad de proyectarla como el
mejor de los ventrílocuos; con ella, grandes sustos dio a
los que distraídos tropezaron con él; o estuvieron a punto
de aplastarle. Sin embargo, su voz no le servía para
defenderse de las bromas.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
Sus compañeros se burlaban de su pequeñez
llamándolo: «enano», «chispito», «casi nada»,
«chiquitín» y otros nombres parecidos.El trataba de
ignorarlos; pero, a veces, las burlas eran tantas y tan
continuas, que no pudiéndose medir en una riña, de igual
a igual, se desentendía de ellos, caminando hacia el
espesor del bosque.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
Uno de esos días de enfado se internó en el Yunque.
El Yunque: casa verde, monte virgen, copiosamente
tupido, terminando en un alto y azuloso picacho; casi
eternamente escondido entre nubes y brumas tropicales.
Los taínos habían designado este monte como la
residencia del dios Yukiyú; dios bueno, protector de la
Tierra del Altivo Señor.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
Estaba refrescándose en un cristalino manantial;
cuyo sonoro surtidor brotaba musical de entre piedras
verdiazules. Escuchó el eco de unos pasos. Se estuvo
quedo. Sus oídos registraron la agonía de un sollozo
seguida por el llanto de una criatura.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
El follaje se interrumpió con la figura de una mujer
jadeante; agotada; que con el terror dibujado en sus
pupilas caía frente a él. Vio que apretaba a un
pequeñuelo entre sus brazos; y la oyó clamar entre
gemidos: –¡Yukiyú!, ¡Yukiyú!
¡No permitas que me quiten el niño!
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
—El animalito le humedeció los labios con un
chorrito de agua traído en una hoja, mientras le
preguntaba la razón de su pena. La pregunta fue hecha
sin palabras; únicamente con el fulgor de los ojos; y
contestada de la misma manera; en el idioma primitivo
de los gestos y el agradecimiento de una media sonrisa.
El silencioso diálogo fue interrumpido por voces que se
acercaban . La madre acurrucó instintivamente a la
criatura y corrió a esconderse tras unos matorrales
cercanos.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
Ambos sintieron la inutilidad de la huida. Se
hablaron nuevamente con la mirada: -»veré que
puedo…» Los ojos de la India se nublaron de duda:
«Están armados y tú eres tan… No llegó a terminar. El se
había alejado hacia el lugar de donde provenían las
voces.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
Vio acercarse a los conquistadores de las barbas
rubias . Aprovechándose de su pequeñez y del color de su
piel que lo confundía con el denso paisaje, lanzó su
poderoso grito:
–¡Aquí!
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
A varios españoles les tembló el arcabuz en la
mano. ¡Ea! Escuché una voz por allí –indicó el capitán.
Todos se abalanzaron sobre el arbusto. Buscaron
intensamente, con las armas listas, pero no hallaron
nada. Había cambiado de lugar. Desde su nueva posición
gritó repetidas veces: –¡Aquí!, ¡Aquí!, ¡Aquí!… Conmoción
de soldados; búsqueda infructuosa; sudor frío en la
frente del capitán y temor en los más supersticiosos.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
–¡Aquí !, ¡Aquí !, ¡Aquí ! –Esta vez, la voz vino de la
retaguardia. La búsqueda fue mucho más minuciosa. –
¡Aquí!, ¡Aquí!… Los nervios se excitaban. –¡Aquí!, ¡aquí!,
¡aquí!, qui, qui, qui… –
El bosque se inundaba con aquel misterioso sonido, que
el eco repetía interminablemente.
–¡Jesús, María y José!
–¡Ampáranos Madre Celestial! –Fueron las últimas frases
que se escucharon tras la aparatosa huida de los
soldados.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
¡Cobardes! ¡No huyan! —gritábales su Capitán,
quien permaneció en su puesto, asustado, indeciso,
tratando de actuar a la altura de su rango; de
mantenerse gallardo. Detrás del Capitán, sobre una hoja
que le llegaba justamente al nivel de lo oídos volvió a
escucharse el poderoso grito: —¡aquí ! Las ondas de
sonido le penetraron punzantes, quebrando su voluntad
cual frágil espejo; estremeciéndole de tal forma que
apenas pudo tenerse en pie. Quiso caminar pero sus
rodillas cedieron. Cayó tendido en la vereda. Se arrastró
varios metros, hasta que tuvo fuerza para levantarse y
correr.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
La india le había obsequiado con una profunda
mirada de agradecimiento, mientras le narraba sobre su
fuga de la Encomienda. Hermana del cacique, a su hijo le
correspondería el mando cuando éste muriera. Ella no
podía permitir que creciera en la esclavitud.
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
—Su nombre es Uroyoán. Cuando crezca será
nuestro guía. Y tú, ¿cómo te llamas? –Recordando los
sobrenombres, él bajó la vista con tristeza.
Ella interrumpió su pensamiento diciéndole: –Te llamarás
Coquí. Coa en nuestra lengua significa lugar; y tu voz da
la impresión de encontrarse en todos los lugares.
Mientras exista tu canto mi gente tendrá esperanzas
de ser libre.
Lleno de gozo con su nuevo nombre, el animalito se
despidió con un cariñoso:
 —¡Coquí!
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©Andrés Díaz Marrero,1980-2009
Por eso, en las noches serenas, cuando escucho el
cantar del Coquí, lo sueño centinela hablándole a mi
pueblo.
-Fin-
Poemas y cuentos infantiles puertorriqueños, gratis.
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