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VIDA PROFUNDA
Aprendiendo los secretos de mujeres y hombres de Dios, para una vida 
victoriosa.
© Alejandra y Bernardo Stamateas
ISBN: 978-987-8463-71-1
Depósito legal ley 11.723
©Presencia Ediciones
José Bonifacio 332, Caballito, Buenos Aires, Argentina.
Tél.: (+54 11) 4924-1690
www.presenciadedios.com 
Edición: Silvana Freddi 
Diseño de tapa y diagramación: Diseño Presencia
No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cual-
quier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, me-
diante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso 
previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 
11.723 y 25.446.
Stamateas, Bernardo
 Vida profunda : aprendiendo los secretos de mujeres y hombres 
de Dios, para una vida victoriosa / Bernardo Stamateas ; Alejandra 
Stamateas. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Presencia de 
Dios, 2024.
 Libro digital, PDF
 Archivo Digital: descarga
 ISBN 978-987-8463-71-1
 1. Espiritualidad Cristiana. I. Stamateas, Alejandra II. Título
 CDD 248.4
3
Í N D I C E
Introducción 5
Madame Guyon 7
Hermano Lorenzo 15
Andrew Murray 21
Ruth Paxson 26
Charles Spurgeon 30
Kathryn Johanna Kuhlman 39
Smith Wigglesworth 54
Corrie Ten Boom 62
Charles Grandison Finney 70
Elisabeth Elliot 79
Watchman Nee 87
Joni Eareckson Tada 96
George Müller 110
Susanna Annesley Wesley 120
4
V i d a P r o f u n d a
Margaret Barber 128
Francois Fénelon 140
Robert Cleaver Chapman 150
Hannah Whitall Smith 163
Elizabeth Paget 170
William Hake 176
Anthony Norris Groves 182
Klara Basilea Schlink 188
John Wesley 197
Bibliografía 205
5
Estos hombres y mujeres de Dios que encontrarás en este libro 
son una fuente de sabiduría divina. Ellos supieron vivir al 
Señor, experimentar una vida profunda, tocar Su Presencia, 
y no ver a nadie más que a Jesucristo. Como dice La Palabra, 
enfrentaron persecución, hambre, desnudez; otros fueron casti-
gados, asolados, encarcelados, desterrados. Sin embargo, nunca 
negaron el nombre de Jesús. El mayor gozo de sus vidas era tener 
intimidad con Dios, sin importar dónde estuvieran. 
Supieron decrecer, para que Cristo creciera en ellos; experimen-
taron a Dios en lo cotidiano. Sabían que en el amor estaba escon-
dida la Cruz, que esta es la expresión del amor. De esta manera, 
ellos portaron la verdadera vida de Cristo y la expresaron a cada 
paso.
Hoy, a través de sus vidas y de sus testimonios, nosotros también 
descubriremos un mundo maravilloso y nos sumergiremos allí, 
en las dimensiones del Señor que todavía no conocemos. Al 
hacerlo, te estarás adentrando en las mismas profundidades del 
Señor y, al mismo tiempo, Dios comenzará a trabajar en tu vida. 
Margaret Barber, la mentora de Watchman Nee decía: “Consa-
grarse a Dios no es trabajar para Él, sino ser trabajado por Dios”. 
I N T R O D U C C I Ó N
6
Al leer sus vidas, verás que el secreto de estas no fue un “método”, 
sino vivir en la Presencia de Dios. Kathryn Kuhlman decía: 
“Dios no busca vasijas de oro ni vasijas de plata: Él busca vasijas 
dispuestas”. Y hoy Dios te está buscando a ti.
Alejandra y Bernardo Stamateas
7
Madame Guyon
C A P Í T U L O 1
Madame Guyon, una mística francesa, nació en 1648 en la 
Francia del siglo XVII, durante el reinado del depravado 
Luis XIV. El nacimiento de Jeanne se dio en medio de la recupe-
ración de Europa de la guerra de los Treinta Años, una contienda 
con trasfondo religioso entre luteranos y católicos, y de la trans-
formación cultural que llevó de la Reforma a la Contrarreforma.
Nacida prematuramente a los ocho meses, débil pero rica, her-
mosa e inteligente, la bebé Jeanne fue enviada a un convento. Al 
cabo de un tiempo, a pesar de haber regresado a su casa, su madre 
la dejó en manos de sirvientes, generando en ella sentimientos 
de abandono. Esta es la razón por la que tenía una muy buena 
relación con su padre, pero no así con su madre. 
Madame Guyon emergió en una época de profunda transfor-
mación social y cultural en Francia. Marcada por una creciente 
insatisfacción hacia las instituciones religiosas, fue testigo de 
la transición del Renacimiento a la era de la razón. Los valores 
8
V i d a P r o f u n d a
humanistas y el antropocentrismo ganaban terreno, despla-
zando la antigua concepción en la que Dios ocupaba el centro 
de todo. En este contexto de cambio, los místicos como ella se 
encontraban en una búsqueda de la espiritualidad a través de una 
conexión directa con lo divino, sin la necesidad de intermedia-
ción de la iglesia. 
A pesar del contexto sociocultural en que se movía, desde pe-
queña mostró interés por la vida religiosa. A los siete años, fue 
trasladada a un convento, donde fue criada por dos medio her-
manas que residían allí. A partir de entonces, Jeanne fue guiada 
por varias mujeres religiosas. Le encantaba oír hablar de Dios 
y de la vida de iglesia. Tanto de día como de noche, la pequeña 
encontraba satisfacción en leer La Escritura; sin embargo, su ex-
periencia con Dios era siempre de culpa. Se sentía ingrata frente a 
toda la gracia divina que recibía, lo cual la impulsó a la necesidad 
de martirizarse y sufrir. De muy jovencita, enfermó de varicela 
y, durante su aislamiento, encontró consuelo en la lectura de La 
Biblia. 
Tiempo después, Jeanne tuvo una profunda conversión y su 
vida dio un cambio, el cual fue motivado por el relato de varias 
anécdotas de santidad que le contaron de un sobrino de su padre. 
Tanto la invadió la tristeza, que recurrió a su confesor muy an-
gustiada para que la ayudara a acercarse a Dios. “¿Quién hubiera 
pensado al verme que mi conversión habría de durar toda mi 
vida?”, expresó en su autobiografía al recordar aquellos días.
Aunque la joven Jeanne deseaba ser monja, por un tiempo dejó 
la oración y empezó a concentrarse en ella misma. En uno de sus 
libros escribió: 
M a d a m e G u y o n
9
“El amor que empecé a tener por mí misma extinguió lo 
que quedaba dentro de mí del amor de Dios. No tenía ojos 
más que para ver mis propias buenas cualidades y para 
descubrir los defectos de otros”.
A los quince años, en París, la forzaron a firmar los estatutos de 
un matrimonio arreglado con un hombre veintidós años mayor, 
el cual duró doce años, hasta enviudar a los veintiocho. Fue en-
tonces que comenzó a ser maltratada por su suegra, perdiendo la 
alegría que la caracterizaba. Esos tiempos de maltrato que tuvo 
que atravesar y toda la adversidad que vivía la hicieron volver a 
Dios y retomar la práctica de la oración. Un franciscano fue quien 
la guio en lo que ella describía como “dificultades en la oración”. 
Este hombre le dijo: Esto se debe, Madame, a que busca por fuera lo 
que tiene por dentro. Acostúmbrese a buscar a Dios en su corazón, y 
allí lo encontrará. Esta revelación transformadora marcó su expe-
riencia espiritual. Al respecto, ella declaró: 
“Estas palabras fueron para mí como la quemazón de 
una flecha que penetraba a través de mi corazón. Sentí 
una herida muy profunda, una herida tan deliciosa que 
no deseaba que se curase. Trajeron a mi corazón lo que 
había estado buscando durante tantos años. Mejor dicho, 
me hicieron descubrir lo que allí había, y que no había 
disfrutado por no saberlo. Oh mi Señor, Tú estabas en mi 
corazón, y solo demandabas un simple giro de mi mente 
hacia el interior para hacerme sensible a tu presencia. 
¡Ay! Te buscaba donde no estabas, y no te buscaba donde 
estabas”. 
1 0
V i d a P r o f u n d a
A partir de ese momento, Jeanne no vio a nadie más que a 
Jesucristo.
Madame Guyon pasó por la durísima experiencia de perder a su 
madre, su hermana, dos hijos y su padre casi simultáneamente. 
Lo único que deseaba era llorar. A pesar de la muerte de su ma-
rido, poco después de dar a luz a su última hija (que para ella fue 
una liberación), cayó en sequedad, en depresión y dejó de comer. 
Así fue como buscó la guía de un barnabita francés quien se con-
virtió en su padre espiritual: el Padre Lacombe.Junto a él, salió 
de ese estado emocional y recuperó su conexión con Dios. Luego, 
enfrentó la persecución y encarcelamiento por propagar el quie-
tismo, un movimiento místico que nació durante el siglo XVII 
en el seno de la Iglesia Católica, con un mayor alcance en España, 
Francia e Italia, y que pregonaba la pasividad en la vida espiritual 
y mística como la mayor de las virtudes de la vida contemplativa. 
Así fue como Madame Guyon permaneció por diez años en las 
cárceles más infames de Europa hasta que fue declarada inocente 
y dejada en libertad a los cincuenta y cuatro años por Luis XIV.
A pesar de tener una salud deteriorada, su influencia era tan 
grande que el rey la desterró a la ciudad de Blois, donde vivió 
con su hijo mayor. Para ese entonces, sus libros—muy consul-
tados por muchos protestantes— se habían traducido a todos 
los idiomas y habían llegado a toda Europa. Esta mujer no hizo 
de sus experiencias el centro de su vida; Cristo y la Cruz eran 
su foco. Por amor a Jesús, ella perdió todo y dejó en la Cruz sus 
dones naturales. Toda su existencia fue blanco de maldades e 
injurias. A la vez, soportó interminables exámenes teológicos 
y, durante un año, ochenta interrogatorios de religiosos, que los 
especialistas en herejes solían ganar, los cuales duraban entre 
diez y doce horas diarias.
M a d a m e G u y o n
1 1
Madame Guyon falleció a los setenta años. Sus escritos se di-
fundieron mundialmente, siendo ella la única mujer que hizo 
comentarios de La Biblia y cuyos libros fueron quemados en 
público. Su mayor gozo fue la intimidad con Dios. Madame de-
fendía “un camino más alto que ofrecía mayor satisfacción”. Su 
entrega a Dios fue una denuncia a la vanidad del mundo. Su éxito 
radicó en su abundante y maravillosa vida interior.
Parte práctica
¿Qué necesitamos hacer para ser transformados 
como lo fue Madame Guyon? Veamos…
• Perder el interés en uno mismo. No se trata de descuidarse, 
de ser masoquista, sino de ver solo mi fealdad porque perdí 
todo y puedo decir: “Soy indigno”. Al igual que dijo el profeta 
Isaías cuando entró al tercer nivel: “Me muero, me muero”, y 
el ángel lo tocó con el carbón encendido y le dijo: “Tranquilo, 
estás entrando a las aguas profundas”. Cuando Pedro vio el 
milagro, dijo: “Señor, apártate de mí que soy pecador”. Dios 
siempre va a trabajar en doble vía, te va a mostrar tu bajeza y 
Su grandeza. Es decir, yo no puedo recibir la hermosura de 
Cristo si no veo mi fealdad; yo puedo admirar Su grandeza 
porque vi mi bajeza y, en mi bajeza, está Su grandeza.
• Comienza un desprendimiento. No se refiere a hacer votos 
de pobreza. Llega un momento en que el Señor elimina todo 
el dolor del desprendimiento. Porque no se trata de un des-
pojo, sino de un renunciar donde todo va perdiendo sentido, 
1 2
V i d a P r o f u n d a
donde no hay más luchas porque somos uno y ya nos unimos 
a Él. No hay más lucha ni deseo de nada porque Él lo llena 
todo. Se trata de una voluntad, la de Él, porque no puede 
haber dos voluntades.
• Estarse quieto. Esto es algo de lo cual Madame Guyon fue 
acusada. Nosotros no colaboramos con Dios; yo le aporto al 
Señor, hago lo que puedo y Él hará la otra parte. La gente dice: 
“Jesús resucitó a Lázaro, pero la gente movió la piedra”. Aquí 
Él mueve la piedra, quita la venda, da la vida, y hace todo a 
través de mí… Lo que ella estaba diciendo a través de su quie-
tismo era “no necesitas un intermediario, un confeso, solo 
a alguien que te guíe a llevarte al mar”. Porque la voluntad 
nunca está quieta, sino activa, ya que lo que desea es que Dios 
haga; pero, para eso, necesita que la voluntad diga: “Sí, Señor, 
haz y obra, haz todo Tú”.
• Perder nuestro amor propio. Ya no necesitamos sanar 
el pasado ni hacer consejería. Cuando fuimos creados (2 
Corintios 5:17), el espíritu fue hecho nuevo, es decir, no 
tiene nuestra historia; solo nuestra mente revisa hacia atrás, 
nuestro espíritu no. Por eso, cuando el alma es podada, queda 
en el eterno presente y dicha poda es a través de la Cruz. 
• Perderse en Dios. Para ser transformado, debes perder todas 
tus propiedades; así participarás en mayor profundidad de la 
naturaleza de Dios. No muchos llegan a este lugar, por esta 
razón no se habla mucho de la Cruz ni de la transformación. 
Cuando alguien se pierde en Dios, parecerá una persona 
muy normal. No hay nada que la distinga externamente de 
otros, excepto, claro, su libertad, la cual suele escandalizar a 
M a d a m e G u y o n
1 3
personas que no conozcan nada que ellos mismos no hayan 
experimentado. Dios opta por esconder a aquellos que lo co-
nocen bien, y los esconde bajo la cortina de una vida normal.
• Descansar. Mi alma descansa en Dios, yo renuncio y descanso 
en Él. Pero él también descansa en mí. Cuando Dios descansa 
en mí, es porque Él llenó todo, el río se fundió en el mar. Y no 
se trata de estar en trance, no es que no vamos a trabajar; todo 
lo contrario, ahora todo nuestro ser ha sido transformado por 
Cristo. Seguimos sintiendo, seguimos pensando, seguimos 
haciendo, pero es Su voluntad, es Él en nosotros. Nuestro 
descanso es Él. No lo es la televisión ni las redes ni escuchar 
música, sino buscarlo a Él en intimidad.
• Hablar del amor de Dios. Nosotros tenemos al Rey y, hasta 
que no haya un cambio de Cristo en la vida, estaremos cre-
yendo que Adán se puede mejorar. Pero Adán no se mejora 
porque, aunque Adán se vista de seda, Adán queda. Somos 
nosotros quienes tenemos el mensaje del amor del Señor. 
• Decrecer nosotros para que Cristo crezca. En la eternidad, 
antes de la fundación del mundo, ya Cristo había muerto en 
el corazón del Padre, ya la sangre había sido derramada. Por 
eso, en el A. T., cuando se veía la sangre de los animales, esta 
ya representaba la sangre del Hijo. Cristo trajo en el tiempo 
y en el espacio lo que había sucedido en la eternidad pasada 
porque Él murió antes de la fundación del mundo. A su vez, 
Él trajo la eternidad y la mezcló en el tiempo; por eso, ahora 
nosotros que estamos en el tiempo vemos la Cruz, vemos la 
sangre, vemos todo Su amor y lo recibimos; la eternidad se 
mezcla en el tiempo, y ahora nosotros vivimos bajo la Cruz. 
1 4
V i d a P r o f u n d a
• Dar una ofrenda de paz. Cuando dejamos ciertas cosas, 
estas luego nos persiguen. Cuando yo dejo de pensar en el 
dinero, el dinero viene porque en Cristo están escondidas 
todas las cosas. Ella decía: “Cuanto más tenía de Jesús en mí, 
más exitosa me volvía, todo lo hacía bien”. Ella no sabía nada 
de negocios, por ejemplo; sin embargo, cuando el marido 
murió, juntó todos los documentos y los papeles para ver qué 
iba a hacer con todo el dinero y dijo: “Dios, yo no sé hacerlo, 
hazlo Tú”. Los demás no comprendían cómo pudo hacer eso 
y se sorprendían de lo inteligente que era; pero ella sabía que 
había sido Dios.
1 5
Hermano Lorenzo
C A P Í T U L O 2
El Hermano Lorenzo nació alrededor de 1610 en Herimenil, 
Lorraine, con el nombre de Nicolás Herman, en una familia 
de campesinos pobres. A los dieciocho años, este joven tuvo la 
siguiente experiencia: contempló un árbol deshojado y sin vida, 
en pleno invierno. Al ver esto supo que este cambiaría con la 
llegada de la primavera (momento en que la vida volvería a ma-
nifestarse en las ramas del árbol). Lo que Lorenzo no sabía era 
que esta imagen lo llevó a entender que su vida era como la de ese 
árbol. Así como este, él también podía experimentar un renacer 
intenso si le permitía a Cristo manifestar en su interior la vida 
que promete a aquellos que creen en Su nombre. Esta experiencia 
lo cambió para siempre.
Más tarde, de joven, buscó escaparse de la pobreza en la que vi-
vían sus padres alistándose en el ejército, durante la guerra de los 
treinta años. Pero en una de las batallas, sufrió una herida severa, 
1 6
V i d a P r o f u n d a
por la cual quedó rengo y se vio obligado a abandonar la vida de 
soldado. En la vejez estas lesiones le ocasionaron mucho dolor.
Antes de cumplir los cuarenta años,vivenció un profundo arre-
pentimiento, producto de un conjunto de acontecimientos, que 
lo llevó primeramente a vivir en soledad en el bosque, como los 
primeros anacoretas (personas que viven en un lugar solitario, 
entregadas a la contemplación y la penitencia), y luego, a modo 
de transición, a trabajar en el servicio público. Finalmente, so-
licitó su ingreso en un nuevo monasterio carmelita en París en 
calidad de hermano laico, con el deseo de hacer penitencia por 
los pecados cometidos en su vida. Dicho monasterio llegó a tener 
cien religiosos. Sin embargo, como tenía escasas aptitudes o con-
diciones para una vocación religiosa, las autoridades del monas-
terio le asignaron las más humildes tareas de la cocina.
En medio del bullicio, las órdenes de sus superiores y el tedioso 
trabajo de pelar papas y lavar ollas, Lorenzo descubrió que podía 
vivir una intensa relación de amor con el Señor. 
“Los hombres inventan muchos caminos y sistemas para 
conectarse con Dios, los cuales terminan trayendo innece-
sarias complicaciones a la vida. Resulta mucho más sen-
cillo si cumplimos las tareas de nuestro quehacer cotidiano 
enteramente por amor a Él”.
En las tareas diarias, veía la oportunidad para experimentar el 
amor de Dios.
H e r m a n o L o r e n z o
1 7
“Si no aparece otra tarea que deba completar, me postro, 
allí en la cocina, y lo adoro a Él. Luego me levanto con más 
alegría que nunca. Si barro el piso, lo hago para Él; por eso, 
esa tarea que llevo a cabo me llena el corazón”.
Lorenzo trabajó en la cocina por el resto de su vida, aunque por 
un tiempo lo trasladaron a la zapatería, donde reparaba las sanda-
lias de sus hermanos. A pesar del humilde servicio que prestaba, 
muchos comenzaron a notar la hermosura de su personalidad, 
la quietud y el gozo con que vivía. Y, aunque él huía del recono-
cimiento que le querían dar, comenzaron a buscar sus consejos 
para poder vivir una vida similar a la que él gozaba. Siempre 
guiado por el mismo espíritu sencillo que lo caracterizaba, re-
cibía cartas de otras partes de Francia, y él las respondía todas 
amablemente. La sabiduría contenida en estos humildes escritos 
formaron parte del libro que se publicó, luego de su muerte. “El 
secreto de mi vida”, comentaba, “es que he logrado vivir como si 
a la Tierra la habitaran solamente dos personas: Dios y yo”. Estas 
eran algunas de sus enseñanzas:
“Consideraba que Él estaba siempre conmigo y yo con Él, al 
fin llegué insensiblemente a practicar la Presencia durante 
el tiempo a solas con Dios. Cuando finalmente vi lo que 
estaba ocurriendo, mi corazón dio un salto de gozo y tam-
bién de consolación y algo más: esta práctica me dio una 
visión de Dios tan elevada que solo los ojos de la fe dentro 
de mí podían empezar a comprenderlo de una forma algo 
satisfactoria”. Es decir que, cuanto más practicaba, más se 
incorporaba al Señor, mientras lavaba las ollas, mientras 
caminaba. 
1 8
V i d a P r o f u n d a
Juntos, Lorenzo y el Señor cocinaban, realizaban las compras, 
fregaban los pisos, limpiaban las ollas y soportaban el desprecio 
de otros que se consideraban más importantes. 
El Hermano Lorenzo se habría llevado ese secreto a la tumba si 
no fuera por el P. Joseph de Beaufort, consejero del Arzobispo de 
París, quien recopiló sus recuerdos de cuatro conversaciones con 
el hermano y quince de sus cartas (la mayoría de ellas escritas a 
una misma persona). Estas fueron publicadas en forma de un pe-
queño libro titulado La práctica de la Presencia de Dios. “La mejor 
regla para una vida santa” fue el subtítulo de la obra.
De Beaufort relata que, cuando sostuvo sus conversaciones con 
el Hermano Lorenzo, este tenía unos cincuenta años, presen-
taba una renguera marcada –herencia de su participación en la 
guerra– y tenía un aspecto “rudo en apariencia, pero gentil en 
gracia”.
El Hermano Lorenzo murió en 1691, después de haber practi-
cado por cuarenta años el ejercicio de la Presencia de Dios. A los 
ochenta y seis años de edad, partió para estar con su Señor. Pocas 
veces había salido del entorno del monasterio en el que trans-
currió gran parte de su vida. No obstante, el legado que dejó se 
convirtió en uno de los clásicos de la literatura cristiana. A pesar 
de contener escasas treinta y tres páginas, ha sido reproducido 
en más idiomas y más formatos que cualquier otro libro, fuera 
de La Biblia.
La vida de un humilde y pobre cocinero de monasterio sigue 
siendo, hasta el día de hoy, una de las más preciosas perlas en la 
historia del pueblo de Dios. El secreto de una vida plena en Dios 
es vivir al Señor todo el día, en todo lugar.
H e r m a n o L o r e n z o
1 9
Parte práctica
Experiencias de intimidad con Dios que nosotros 
también podemos vivir...
• Experimentar a Dios en lo cotidiano. Lorenzo recobró dos 
cosas: a) la Presencia constante de Dios. Él descubrió que, 
cuando cocinaba, Dios estaba ahí, y él podía experimentar 
al Señor cocinando; y después, mientras arreglaba las san-
dalias, experimentaba también al Señor. Fue el primero que 
recobró que Dios está interesado en lo cotidiano, en cada 
pequeña cosa. Este hombre fue quien inspiró a Jorge Müller, 
quien decía que, mientras estaba hablando con alguien, por 
dentro hablaba con el Señor. De esto se trata el primer re-
cobro, de meter al Señor, de experimentarlo; pero no en el 
culto, o en una reunión de milagros solamente, sino desde 
que me levanto e, incluso, al estar dormido.
“En realidad empecé a vivir como si Él y yo fuéramos 
los únicos en el mundo, algunas veces me tenía por un 
criminal y a Él por mi juez, otras veces pensaba que era 
mi Padre, siempre le adoré con tanta frecuencia como 
pude, teniendo la atención puesta en Su Santa Presencia. 
Cuando me distraía, forzaba mi mente a Él otra vez, esto 
era un ejercicio penoso, pero persistía incluso en medio de 
todas las dificultades, pero no me inquieté; hice de la Pre-
sencia de Dios una práctica tanto de las horas corrientes 
del día como las horas designadas para la adoración, en 
todo momento, a toda hora, a todo minuto, incluso cuando 
estaba más ocupado aparté mi mente de todo lo que habría 
dificultado el sentimiento de la Presencia del Señor”.
2 0
V i d a P r o f u n d a
• Ser conscientes de Su Presencia. Este es el segundo recobro 
que hace el Hermano Lorenzo y que debemos poner en prác-
tica. Si pongo la mente en la carne es muerte pero, si está en 
el espíritu donde está Cristo, tengo vida. Es decir, si dirijo 
la mente al espíritu, soy consciente de Cristo, y toco su Pre-
sencia real. Él mantenía una relación con el Señor a través 
de una conversación continua, estrecha, simple. Cuando le 
sucedía algo agradable, se lo contaba, y cuando había algo 
que no podía hacer, también se lo decía al Señor. Le pedía: 
“Hazlo tú”, y aplicaba Gálatas 2: 20: no yo, no mi fe, no mi ca-
pacidad, sino todo lo Suyo. Volver a Cristo a cada momento, 
tomar consciencia del Señor, y decirle: “Eres hermoso, Señor, 
te amo”.
• Experimentar Su reposo. Al tocar al Señor, entramos en Su 
descanso, en Su reposo. Él decía que perder el sentido de la 
Presencia de Dios era lo peor que podía sucederle. Cuando 
uno tiene un aumento de la consciencia del Señor y de lo co-
tidiano, como lo expresaba David: “No quites de mí tu Santo 
Espíritu”, uno tiene un tesoro tan grande que ahora no quiere 
que ningún pecado ni dificultad ni problema ni nadie le robe 
esa comunión interna con el Padre
• Descubrir Su hermosura. Él decía: “Estoy ausente de todo 
y estoy más consciente de Su amor”; “Cuánto más practico la 
Presencia del Señor, la comunión diaria, más fácil resulta”.
2 1
Andrew Murray
C A P Í T U L O 3
Andrew Murray (1828–1917) nació en Sudáfrica, hijo de pa-
dres misioneros de Escocia. Según los escritos encontrados 
se sabe que pasó una niñez feliz, en un hogar que enfatizaba 
tanto la vida espiritual como los tiempos de diversión. Su casa 
de la infancia era visitada por misioneros, y siempre había escu-
chado a su padre orar por un avivamiento.A los diez años, fue enviado junto a su hermano John a la casa de 
unos tíos, a estudiar en Escocia, para luego continuar sus estudios 
en Holanda. Allí, a los dieciséis años, se convirtió al Señor. Pero, 
cuando terminó, debía decidir qué carrera elegiría para conti-
nuar sus estudios, y eligió ser predicador del Evangelio. Luego 
de diez años de estudios, regresó a Sudáfrica. Allí, lo enviaron 
a una iglesia pequeña, en un territorio de unas 12.000 per-
sonas, cuando él tenía solo veintiún años. Su delgadez y aparente 
2 2
V i d a P r o f u n d a
debilidad despertó dudas de si podría lidiar con la tarea. Pero 
como Él solía decir: “Solo Dios puede enseñarme a predicar”, 
allí fue. 
Sin ningún temor, comenzó a moverse misionando por zonas 
aledañas al pueblo, a realizar viajes misioneros que se hacían a 
caballo durante muchas horas y bajo climas muy duros. Así fue 
como luego de uno de esos viajes enfermó, y el médico le declaró 
que nunca más podría predicar, que se contentara con pasar la 
vida en un sofá.
El tiempo pasó y a los veintiocho años se casó con Emma Ruther-
ford, con quien tuvo diez hijos. Ya casado, junto a su familia, su 
mudó a otro estado a misionar: Worcester. Según lo describían 
sus hijas, A. Murray era muy duro consigo mismo. Decía: “No 
sé por qué todavía no puedo usar el poder de mi Señor en lugar 
de mis propias fuerzas”. Mientras tanto, en Sudáfrica se desper-
taba un avivamiento como el que se había experimentado ya en 
Europa. De modo que lo que antes costaba, ahora, en el poder 
del Espíritu, se multiplicaba. Por ejemplo, él se había propuesto 
realizar una reunión de oración, y habían asistido solo cuatro 
personas; pero, cuando vino el avivamiento en 1860, el lugar 
no daba abasto, ya que gente de todas las edades y condiciones 
asistían a las reuniones de oración, se humillaban y, con gritos, 
se arrepentían.
Andrew pensaba que el avivamiento vendría a través de la pre-
dicación, pero ocurrió de otra manera, con sesenta jóvenes de la 
congregación. Al principio, por temer que fuera algo emocional, 
se opuso, pero se rindió al observar la fuerza con la que se soltó 
y los frutos que comenzó a ver: gente que se entregaba al Señor, 
A n d r e w M u r r a y
2 3
ciudades tibias e indiferentes a las cosas de Dios empezaban a 
respetar e interesarse por lo espiritual, por los milagros, etc.
Quizás su búsqueda espiritual fue más profunda por las varias 
aflicciones físicas que soportó. Una de estas fue perder la voz 
durante dos años (de lo cual se sanó en Londres en un hogar 
de salud). A raíz de esta experiencia, su creencia sobre las sani-
dades físicas cambió. Ahora creía que, según La Biblia, los dones 
milagrosos del Espíritu no se limitaban únicamente a la Iglesia 
primitiva. También sufrió accidentes que le causaron lesiones 
permanentes. A pesar de que vivía con dolor, su espíritu humilde 
siempre impactaba a los que interactuaban con él. Su preocu-
pación más grande, en relación a los que lo oían predicar, era 
llevarlos más cerca de Cristo y que vivieran sus vidas en el poder 
de Él. Y, de hecho, muchos de sus libros y devocionales tratan 
específicamente sobre habitar con Cristo, conocerlo de cerca y 
pasar tiempo con Él. 
Sus años de aprendizaje a través del dolor fueron duros. Partió 
hacia su Patria Celestial pocos meses antes de cumplir los 89 
años, el 18 de enero de 1917.
En las iglesias que él pastoreaba, también las misiones eran 
siempre una prioridad. Estas se encargaron de enviar y apoyar 
a muchos misioneros. Antes de partir para estar con el Señor, 
Andrew Murray escribió ¡unos 250 libros y tratados!
Las últimas palabras se las dirigió a su hija: “Ten fe en Dios, hija 
mía, nunca vayas a dudar de Él”. Dicen que murió, literalmente, 
orando.
2 4
V i d a P r o f u n d a
Parte Práctica
¿Qué podemos poner en práctica y aprender de este 
hombre de Dios? Veamos…
• La dependencia de Dios. Perder la voz para aquel que pre-
dica es perder el instrumento, porque perder la voz es un 
aniquilamiento al gobierno del yo total: si no tienes la voz, 
no puedes hacer nada. Acerca de esto, Andrew Murray es-
cribió un libro sobre la sanidad, contando su experiencia. 
Dios tardó dos años en sanarlo. Cuando le preguntaron por 
qué pensaba que no lo había sanado antes, respondía: “En 
esos dos años que no tuve voz aprendí a depender del Señor, y 
no cambiaría ese tiempo por nada. Yo sabía que el Señor haría 
el milagro, ya había orado y el milagro no venía, entonces 
entendí que Dios estaba queriendo formar algo en mí, y ahí 
mismo es cuando fui derribado.
• Tener nuestra vida injertada en Cristo. Juan XV dijo: “Si 
yo soy la rama y el árbol es Cristo, ¿qué hace la rama? Nada. 
¿Y cómo produce fruto la rama? Por la savia. ¿Y qué es la 
savia? Es la vida de Cristo. Entonces, si Cristo me da Su vida, 
lo único que yo debo hacer es no salirme de la vid, depender 
y mantenerme injertado a Él. Si lo hago, esa Presencia cons-
tantemente estará fluyendo.
• Aprender del trato personal con Dios. En el amor está 
escondida la Cruz. Ella es la expresión del amor. Andrew 
Murray oraba, pero Dios no lo sanaba, y buscaba… hasta 
que ese trato de Dios trajo un aumento en su vida, un 
A n d r e w M u r r a y
2 5
derrumbamiento personal. Ahora, una vez que tuvo la expe-
riencia, entendió todo.
• Proteger la Presencia. Para proteger la Presencia de Dios, 
necesitamos apagar de nuestro alrededor aquellas circunstan-
cias que nos turban cuando estamos en Su Presencia. Murray 
tiene un libro llamado Esperar en Dios en el que recobró el 
principio que después todos usaron: “esperar en el Señor”. 
Poner un instrumental, una canción de adoración, y esperar. 
A veces debemos estar quietos, esperar, y conoceremos a Je-
hová porque la espera mata la carne. A la carne no le gusta 
esperar. 
• Morir al orgullo. Andrew Murray en el libro sobre la hu-
mildad expresa: El orgullo debe morir en ti o nada del cielo puede 
vivir en ti. La humildad más que la desaparición del yo es la visión 
de que Dios es todo. La humildad es el desplazamiento del yo por 
la entronización de Dios. En otra oportunidad escribió: La hu-
mildad no es ser pequeño, la humildad es no ser. Dios da gracia al 
humilde y mira de lejos al soberbio, la puerta de entrada a la 
Presencia es la puerta de la humildad.
2 6
Ruth Paxson
C A P Í T U L O 4
Ruth Paxson fue una mujer que se destacó como maestra de La 
Biblia, misionera y autora. Su vida comenzó en Manchester, 
Iowa, en 1889 y, aun siendo niña, aceptó a Cristo como su Sal-
vador personal. Después de graduarse en la Universidad Estatal, 
pasó un año en el Instituto Bíblico Moody. Luego, se desempeñó 
como secretaria en una institución religiosa, y más tarde viajó 
como secretaria del Movimiento de Estudiantes Voluntarios. 
En 1911, partió hacia China como misionera, dedicándose a la 
evangelización y a la enseñanza bíblica. 
Durante la década de 1920, en China, Ruth impartió valiosas 
lecciones bíblicas para pastores, evangelistas y maestros, respon-
diendo a una creciente demanda. Estas lecciones, solicitadas por 
amigos chinos y misioneros, se consolidaron en tres volúmenes 
para luego ser publicados en una edición de un solo volumen 
titulada Vida en el plano más alto. 
R u t h P a x s o n
2 7
Debido a razones de salud, la señorita Paxson dejó China y se 
trasladó a Suiza, donde continuó con la enseñanza bíblica en 
el continente europeo, disertando también en la Conferencia 
Bíblica de Keswick en Inglaterra. Durante quince años previos 
a la Segunda Guerra Mundial, junto con su amiga y compañera 
Edith Davis, también hábil maestra bíblica, ministraron La 
Palabra de Dios en diversos países, incluyendo Holanda, donde 
solo en Ámsterdam ofrecieron cuarenta y cinco clases bíblicas.
El impacto del ministerio de testimonio y enseñanza bíblica de la 
señorita Paxson, expresado a través de sus libros, se extendió por 
todo el mundo. Su fallecimiento, el 1 de octubre de 1949, dejó un 
legado de sencillez al enseñar sobre Cristo yla santidad, marcado 
por su profundidad espiritual.
Parte práctica
A continuación, te comparto algunas de las vivencias y 
enseñanzas de los escritos que Ruth ha dejado:
“El hombre natural no puede entender las cosas del espí-
ritu, excepto que se las revele el Espíritu Santo. Por eso, 
cuando recibimos a Cristo, Cristo viene con Su vida y le 
da vida a nuestro espíritu. Ahora, mi espíritu ya es salvo, 
tengo vida eterna, mi alma va siendo salva, transfor-
mada, y mi cuerpo lo será en el futuro. Este es un concepto 
muy lindo de revelación en el que mi espíritu ya es salvo, 
mi alma, mi mente, va siendo transformada o salva y 
mi cuerpo lo será cuando Cristo venga y tengamos un 
cuerpo inmortal. Ahora, Cristo gobierna porque el alma 
ha muerto. Y cuando el yo muere, Cristo gobierna y nos 
volvemos espirituales”. 
2 8
V i d a P r o f u n d a
Paxson hace referencia a cuatro cosas que tiene la gente espiritual:
a. Viven en victoria porque Cristo es su victoria.
b. Son transformados. A medida que crecemos, el alma comienza 
a expresar cada vez más a Cristo; ya no digo lo que pienso, lo 
que siento, lo que me parece; ahora mi mente expresa lo que 
Cristo piensa. El alma sería como un micrófono, pues saca la 
voz de Cristo; esta es una expresión de Cristo. 
c. Tienen fruto. 
d. Son santos. A lo largo de la historia de la Iglesia, no ha sido bien 
comprendido el concepto de santidad. Santidad no es por-
tarse bien o no hacer algo malo, sino dejar que Cristo me go-
bierne. Yo puedo hacer cosas buenas sin ser santo. ¿Por qué? 
Porque santo es Cristo. Es vivir Su santidad, entonces, puedo 
hacer muchas cosas, pero la carne para nada aprovecha. 
¿Y cómo aplicamos todo esto a nuestra vida diaria?
• No iniciar nada por nuestra cuenta. Si el Espíritu habla, 
habla; si el espíritu está callado, calla. Estemos constante-
mente atentos a Cristo.
• Volvernos siempre a Cristo. No hagas nada por tu cuenta. 
Cada cosa que comiences, pregúntale: “¿Qué quieres que 
haga, Señor?”, “¿Qué quieres que diga?”, “¿Qué quieres que 
piense?”. Y, si el Espíritu me dice que no escriba, no lo hago; si 
estoy hablando con alguien y me dice que me calle, me callo. 
Porque Él siempre te guía, siempre está obrando. 
• Cuidarnos de quienes nos rodean. Rodéate de gente con 
hambre de Dios. Hay personas que aumentan la Presencia, 
R u t h P a x s o n
2 9
mientras que otras la drenan. La curiosidad no trae aumento 
de Cristo. No tenemos que acercarnos a Cristo por curio-
sidad o para saber algo o para recibir algo de Él, sino porque 
lo amamos y tenemos hambre de Su Presencia. La gente con 
hambre es la que hace que el río aumente; y, cuando el río 
aumenta, se lleva a los que están en la casa. Ya no tengo que 
decirles que se metan al río, sino buscar a la gente con hambre 
para que el río siga aumentando.
• Cuando recibas algo nuevo de Dios, no trates de ense-
ñarle a quien te está soltando esa revelación, porque allí 
habrás cerrado la posibilidad de aumento.
• Sé un sirviente de Cristo. El alma tiene que morir al go-
bierno para ser un sirviente muerto de Cristo. Es decir, Cristo 
es mi persona, Cristo es mi vivir, Cristo es mi Señor. Cristo 
ahora se expresa transformando mi alma, mis emociones, mis 
pensamientos, mi cuerpo, pero es Cristo quien se expresa a 
través de mí.
3 0
Charles Spurgeon
C A P Í T U L O 5
Charles Spurgeon nació el 19 de junio de 1834 en Inglaterra. Este 
joven fue el primero de diecisiete hermanos, de los cuales nueve 
fallecieron. En su infancia, fue enviado a la casa de su abuelo, 
quien, al igual que su padre, era pastor. A la edad de cuatro años 
regresó a su casa, aunque regularmente visitaba a sus abuelos, 
donde tenía acceso a una gran biblioteca. Fue allí que Spurgeon 
cultivó su amor por la lectura. A los seis años, ya había leído El 
Progreso del Peregrino, una obra que releería cien veces más a lo 
largo de su vida.
Spurgeon se describía a sí mismo como alguien que luchaba 
contra Dios siempre que podía. “Cuando mi madre me pedía que 
orara, no lo hacía; cuando me hablaba de un llamado al minis-
terio, me negaba; y cuando oí la invitación que me hizo el Señor, 
me limpié las lágrimas y lo desafié a derretir mi corazón. Pero 
C h a r l e s S p u r g e o n
3 1
mucho antes de que yo comenzara con Cristo, Él había comen-
zado conmigo”, afirmó.
Su madre oraba en voz alta por cada uno de sus hijos, mencionán-
dolos por su nombre. Cuando llegaba a Charles, sus oraciones se 
centraban especialmente en pedirle a Dios por su espíritu de-
safiante y altanero. Él, por su parte, se resistía a entender que el 
arrepentimiento era la única puerta para acercarse a Dios y re-
cibir la salvación. Hasta que una mañana de enero del año 1850 
tuvo un momento clave en una pequeña capilla metodista. El 
predicador de la capilla no había podido llegar al culto, por lo 
que una de las personas que se congregaba allí pasó al púlpito y 
empezó a predicar sobre Isaías 45:22 diciendo: “Mirad a mí, y sed 
salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay 
más”. De pronto, el predicador dirigió su mirada hacia el joven 
Spurgeon y le dijo: “Joven, mira a Jesucristo. ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira! 
¡No tienes nada más que hacer, sino mirarlo y vivir!”. Fue en ese 
momento que Spurgeon comprendió que Dios no lo llamaba a 
hacer algo, sino a creer, y creyó. 
El 3 de mayo de 1850, recibió el bautismo por inmersión en River 
Lark, Isleham. Ese año, su familia se mudó a Cambridge, donde 
luego Charles se convirtió en maestro de la escuela dominical. 
A los 16 años, dio su primera predicación. Durante unos meses, 
predicó en los campos alrededor de la ciudad de Cambridge y 
en 1852 se convirtió en pastor de la Capilla Bautista de Water-
beach, congregación que, a partir de su llegada, creció signifi-
cativamente, llegando a tener más de cuatrocientos miembros. 
La capilla debió ser ampliada sustancialmente para poder al-
bergar a todos los que querían escucharlo. Muchas personas ve-
nían de lejos para oír sus sermones. Si bien tenía una apariencia 
muy joven, la predicación de Charles Spurgeon era madura y 
profunda.
3 2
V i d a P r o f u n d a
En abril de 1854, asumió como pastor de New Park Street 
Chapel, y muy pronto la capilla no pudo albergar a la creciente 
congregación. Este éxito trajo controversia dado que, debido a 
su popularidad, sus sermones eran publicados en diarios tan im-
portantes como el London Times y hasta en el New York Times, 
lo que lo puso en el centro del debate público. Los protestantes 
más conservadores criticaban su estilo dramático al contar his-
torias de niños moribundos o pecadores arrepentidos, criticaban 
el hecho de que caminara en la plataforma o que usara el drama 
para ilustrar sus sermones.
Spurgeon era ante todo un predicador, y en ese papel era in-
superable. Tenía una gran habilidad para saber, casi instintiva-
mente, cómo llegar a la gente común en un lenguaje que podían 
entender con toda claridad. Él era un maestro. Sin embargo, 
su aporte fue mucho más allá de su predicación y de la iglesia. 
Este gran hombre de Dios murió en la pobreza, porque prefería 
mantenerse con poco y dar generosamente a los que tenía a su 
alrededor.
A su vez, fundó sesenta y seis ministerios con el dinero generado 
por la venta de sus libros y sus predicaciones. Estos ministerios 
incluyeron dos orfanatos, un fondo para libros, recolección de 
ropa, varios asilos, escuelas dominicales para ciegos y niños, 
y ministerios para policías y mujeres de la calle, entre muchos 
otros. Además, contribuyó significativamente a la construcción 
del Colegio de Pastores, que abrió sus puertas en 1855 y continúa 
funcionando hasta nuestros días. Allí ayudaba a los estudiantes 
necesitados y aportaba para el sostenimiento del lugar. Spurgeon 
apoyaba constantemente ministerios como el de vendedores am-
bulantes, quienes vendían literatura cristiana a los pastores de 
toda Inglaterra, y siempre ayudaba espontáneamente a amigos y 
C h a r l e s S p u r g e o n
3 3familiares en dificultades financieras. Sus últimas cartas revelan 
que envió dinero, comida, y regalos a sus padres durante toda su 
vida.
Como predicador, lo tenía todo, excepto buena salud. Sufría 
constantemente de diversas dolencias y a veces tenía episodios 
graves de depresión. La gota reumática finalmente le quitó la 
vida a los cincuenta y siete años. Predicó su último sermón en 
junio de 1891 y murió seis meses después. Su exposición bíblica, 
su relevancia cultural y su estilo apasionado lo hicieron conocido 
como el “príncipe de los predicadores”. 
El 31 de enero de 1892, cuando Charles Spurgeon murió, Lon-
dres se puso de luto. Cerca de sesenta mil personas concurrieron 
a rendirle homenaje en el Tabernáculo Metropolitano. Alre-
dedor de cien mil salieron a las calles mientras un desfile fúnebre 
de casi dos kilómetros de largo siguió a su carroza desde el Taber-
náculo hasta el cementerio. Las banderas ondearon a media asta 
y las tiendas y los bares estuvieron cerrados.
Es innegable la importancia de la influencia de un padre y de 
un abuelo piadoso, de una madre llena de oración, de las obras 
de los autores puritanos que siempre tenía a su alrededor y que 
devoraba con avidez, así como de la educación que recibió de un 
preceptor de escuela. Todos estos elementos desempeñaron un 
papel crucial durante los años formativos de la vida de Charles 
Haddon Spurgeon, el príncipe de los predicadores.
Parte práctica
Como hemos visto, a Spurgeon se lo llamó “El príncipe de los 
predicadores”. Este hombre escribió el libro Cheques del banco de 
la fe. Durante 20 años estudió los Salmos. Escribió siete tomos 
3 4
V i d a P r o f u n d a
que se compilaron en dos tomos y un comentario de toda La 
Biblia en el que Él se propuso predicar versículo por versículo. 
Leía seis libros por semana, un libro por día. Tenía una gran capa-
cidad intelectual (aquí vemos la mente de Cristo). Su biblioteca 
contaba con 12.000 libros. Al mismo tiempo, tuvo la iglesia más 
grande del mundo. En aquel entonces, su templo albergaba a 
5.600 personas.
Escribió un hermoso libro llamado El ministerio ideal donde están 
recopiladas las charlas que dio para formar pastores.
Aquí, en esta biografía, para la parte práctica, compartiremos 
las frases (cargadas de vida) de Spurgeon con el único fin de que 
puedas hacerlas vida y mueras a ti mismo para que puedas vivir 
completamente para Él. 
◊	 El único remedio del mundo es la Cruz.
◊	Nunca te gloriarás en Dios hasta que, antes que nada, Dios 
haya matado tu gloria en ti mismo.
◊	Debe haber un divorcio entre usted y el pecado o no puede 
haber un matrimonio entre usted y Cristo.
◊	 Los cristianos no corren tanto peligro cuando son perse-
guidos como cuando son admirados.
◊	No siempre podemos rastrear la mano de Dios, pero siempre 
podemos confiar en el corazón de Dios.
◊	 Todo cristiano tiene la posibilidad de elegir entre ser humilde 
y ser humillado.
◊	 Si algún hombre piensa mal de ti, no te enojes con él porque 
eres peor de lo que él cree que eres.
C h a r l e s S p u r g e o n
3 5
◊	 Siempre que Dios quiere hacer grande a un hombre, lo rompe 
en pedazos primero.
◊	Usted y sus pecados deben separarse o usted y su Dios nunca 
se unirán.
◊	 Si Cristo murió por mí no puedo jugar con el mal que mató a 
mi mejor amigo, el pecado.
◊	No se vuelva autosuficiente, la autosuficiencia es la red de Sa-
tanás donde atrapa a los hombres como pobres peces tontos y 
los destruye; no sea autosuficiente, la manera de crecer fuerte 
en Cristo es volverse débil en uno mismo.
◊	Dios no derrama poder en el corazón del hombre hasta que el 
poder del hombre se derrama por completo.
◊	 El hombre que está profundamente descontento consigo 
mismo, probablemente, se está convirtiendo rápidamente 
en la semejanza plena de Cristo.
◊	 La humildad nos prepara para ser bendecidos por el Dios de 
toda gracia.
◊	 El mayor gozo de un cristiano es dar gozo a Cristo.
◊	Debes mantener todos los tesoros terrenales fuera de tu co-
razón, dejar que Cristo sea tu tesoro y dejar que Él tenga tu 
corazón.
◊	 La mitad de nuestros temores surgen del descuido de La 
Biblia.
◊	No hay forma de pecaminosidad a la que seas adicto que 
Cristo no pueda eliminar.
3 6
V i d a P r o f u n d a
◊	 La oración y la alabanza son los remos con los que un hombre 
puede remar en su barca las aguas profundas del conoci-
miento de Cristo.
◊	No conozco mejor termómetro para tu temperatura espiri-
tual que este: la medida de la intensidad de tu oración.
◊	 Solo la oración que proviene del corazón puede llegar al co-
razón de Dios.
◊	 Si Dios enciende la vela, nadie puede apagarla.
◊	 Sean tus pensamientos Salmos, tus oraciones incienso y tu 
aliento alabanza.
◊	 A cada hora de cada día Dios nos está bendiciendo ricamente; 
cuando dormimos, cuando nos despertamos, Su miseri-
cordia nos espera.
◊	Hay tres efectos de la cercanía con Jesús: humildad, felicidad 
y santidad.
◊	Nuestro gozo termina donde comienza el amor al mundo.
◊	Cuando no se sienta inclinado a orar, sea una señal para usted 
de que la oración es doblemente necesaria. (Una de las carac-
terísticas de Spurgeon era orar La Palabra, él hablaba mucho 
de leerla. Se hizo un estudio en los EE. UU. y el 80% de los 
creyentes no leen La Biblia).
◊	Ore pidiendo oración.
◊	 Prefiero enseñarle a un hombre a orar que a diez a predicar.
◊	 El Evangelio es predicado a oídos de todos los hombres, pero 
solo viene con el poder para algunos.
C h a r l e s S p u r g e o n
3 7
◊	 El poder que hay en el Evangelio no reside en la elocuencia del 
predicador, de lo contrario los hombres serían convertidores 
de almas; tampoco reciben la sabiduría del predicador, de 
lo contrario podría consistir en la sabiduría de los hombres. 
Podríamos predicar hasta que nuestras lenguas se pudrieran, 
hasta que agotáramos nuestros pulmones y muriéramos; 
pero nunca un alma se convertiría a menos que hubiera un 
poder misterioso que lo acompañara: el Espíritu Santo cam-
biando la voluntad del hombre. Oh, señores, bien podríamos 
predicar a los muros de piedra como predicar a la humanidad, 
a menos que el Espíritu Santo esté con La Palabra para darle 
poder para convertir el alma.
◊	Una Biblia que se está cayendo a pedazos generalmente per-
tenece a alguien que no lo está.
◊	 Si Cristo no es todo para ti, entonces no es nada para ti.
◊	 Llegará el momento en que, en lugar de pastores que ali-
mentan las ovejas, la iglesia tendrá payasos entreteniendo a 
las cabras.
◊	 La Palabra de Dios es el yunque en el que se rompen las opi-
niones de los hombres.
◊	Cuánto más leas La Biblia y la medites, más te asombrarás.
◊	Cuando atraviesas una prueba, la soberanía de Dios es la al-
mohada sobre la que apoyas tu cabeza.
◊	 ¡Defender La Biblia! Preferiría defender a un león, no de-
fiendas La Biblia, abre su jaula y déjala rugir.
◊	 ¿No es un hecho asombroso que, mientras otros nos dejan y 
nos desamparan, Dios nunca lo hace?
3 8
V i d a P r o f u n d a
◊	 Sin el Espíritu de Dios no podemos hacer nada, somos como 
un barco sin viento, somos inútiles.
◊	Cualquiera que sea su gozo mayor y tesoro, ese es su Dios.
◊	Una Biblia bien marcada es la señal de un alma bien alimen-
tada.
◊	 Si un hombre puede predicar un sermón sin el nombre de 
Cristo en él, debería ser el último sermón que predique.
◊	 Es una buena regla no mirar nunca el rostro de un hombre 
por la mañana hasta que haya mirado el rostro de Dios.
◊	 Es el asunto de toda la iglesia predicar todo el Evangelio a 
todo el mundo.
◊	 La oración nunca puede ser excesiva.
◊	Una de las mayores recompensas que recibimos por servir a 
Dios es el permiso para hacer aún más por Él.
◊	 Si no tienes muerte para pecado, tendrás pecado para muerte.
◊	No hay alternativa, si no mueres al pecado, morirás por el 
pecado; si no matas el pecado, el pecado te matará.
◊	Donde Dios se esfuerza tanto por enseñar, nosotros debe-
ríamos esforzarnos por aprender.
◊	 Todas estas palabras entraron en nuestro espírituy van a pro-
ducir porque La Palabra es Cristo y nunca vuelve vacía.
3 9
Kathryn Johanna 
Kuhlman
C A P Í T U L O 6
Kathryn Johanna Kuhlman nació el 9 de mayo de 1907, en 
Concordia, Missouri, Estados Unidos. Sus padres, Joseph y 
Emma, eran alemanes y ella era la tercera de cuatro hijos. Con 
solo 14 años, Kathryn se convirtió al cristianismo en 1921, en 
una reunión de avivamiento celebrada en una Iglesia Metodista. 
Al llegar a su casa, tal era la emoción que sentía que fue y se lanzó 
sobre su padre —que estaba de pie en la cocina y con quien com-
partía todo— y le dijo: “Papá, ¡Jesús ha entrado en mi corazón!”. 
Sin embargo, su padre, sin mostrar ninguna emoción, solo dijo: 
“Me alegro”.
Al contar sobre su vida, Kathryn recuerda que nunca estuvo real-
mente segura de si su padre había comprendido en verdad lo que 
le había dicho. De joven, Kathryn también se destacaba por su 
“independencia y autoconfianza y su deseo de hacer las cosas a 
su manera”. Se las arreglaba para manejar a su padre, y conseguía 
casi cualquier cosa que deseara de él. Quizás esta decisión no lo 
4 0
V i d a P r o f u n d a
había sorprendido tanto. Según Kathryn, la disciplina siempre 
estaba a cargo de su madre, una mujer dura, que nunca la elo-
giaba ni le daba muestras de afecto. Pero nunca sintió que le 
faltara amor o que no fuera deseada. Su padre le daba todo el 
afecto y el amor que necesitaba. Una amiga suya la describe con 
estas palabras:
“Facciones grandes, pelirroja, con pecas. No podía decirse 
que Kathryn fuera bella. No era femenina ni atrayente 
físicamente en ningún sentido de la palabra. Era más alta 
que el resto, larguirucha y de contextura masculina”.
Su papá era el dueño de un establo y quien le enseñó los princi-
pios del comercio. A ella le encantaba ir con él cuando visitaba a 
sus clientes para cobrar y, años más tarde, reconocería que había 
aprendido de él todo lo que sabía sobre organización y negocios. 
Sin embargo, para Kathryn, asistir a la iglesia era tan importante 
como ir a trabajar. Mientras fue adolescente, su madre enseñaba 
en las reuniones de jóvenes de la Iglesia Metodista. 
A pesar de ser considerada “una excelente maestra” del grupo de 
jóvenes de su iglesia, aparentemente, su mamá no nació de nuevo, 
sino hasta 1935, en una de las reuniones que su hija realizó en 
Denver, Colorado. En esa ocasión, Kathryn había invitado a su 
madre a la campaña. Terminada la primera reunión, la evange-
lista fue al cuarto de oración, situado detrás del púlpito, para orar 
por aquellos que habían respondido a la invitación. Unos pocos 
minutos después, su madre entró en ese mismo cuarto y dijo que 
quería conocer a Jesús como su hija lo conocía. Ella extendió su 
mano posándola sobre la cabeza de su mamá y en ese preciso 
K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n
4 1
instante, la mujer comenzó a temblar y a llorar. Emma levantó la 
cabeza y comenzó a hablar en lenguas. Kathryn cayó de rodillas 
junto a ella, llorando y riendo al mismo tiempo. Cuando su madre 
abrió los ojos, se tiró sobre los brazos de su hija y la abrazó fuerte-
mente. Era la primera vez que su madre la abrazaba.
Conozcamos un poco más acerca de su familia…
Su hermana Myrtle se había casado con un evangelista itinerante 
del Instituto Bíblico Moody, Everett B. Parrott, y les pidió a sus pa-
dres que permitieran a Kathryn acompañarlos durante el verano. 
Kathryn ayudaba en los servicios compartiendo su testimonio en 
las reuniones de avivamiento. Allí pasó cinco años, preparándose 
para lo que sería la base de su propio ministerio. Trabajaba en la casa 
para aliviar cualquier carga que su presencia pudiera significar, y 
pasaba muchas horas leyendo y estudiando La Palabra. Luego con-
tinuó con ellos cinco años más, durante los cuales fueron influen-
ciados por el Dr. Price, evangelista canadiense, quien les enseñó 
acerca del bautismo del Espíritu Santo, con quien, como resultado 
iniciaron un ministerio de sanidad.
En 1933, Kathryn y su amiga, la pianista Helen Gulliford —quien 
ministraba la adoración— decidieron ir hacia Colorado, donde 
celebraron reuniones en un almacén durante seis meses. Luego 
fueron a Denver y comenzaron a celebrar reuniones en otro 
almacén. 
En 1935 se trasladaron a un garaje abandonado, al cual lo de-
nominaron “El Tabernáculo de avivamiento de Denver”. Allí, los 
diferentes programas del ministerio empezaron a crecer: la escuela 
dominical, la sociedad de damas y un programa de radio de quince 
minutos llamado “Sonriendo a pesar de…”, en la estación KVOD.
4 2
V i d a P r o f u n d a
Durante el año 1933, la depresión económica estaba en su punto 
más alto. Sin embargo, ella creía que, si servimos a un Dios de re-
cursos limitados, entonces estamos sirviendo al dios equivocado. 
Kathryn vivía por el principio de fe y confiaba en Dios. Por eso, 
le pidió a alguien que fuera a Denver y actuara como si tuvieran 
un millón de dólares. Le dijo: “Ve a Denver. Alquila el edificio 
más grande que encuentres. Consigue el mejor piano disponible 
para Helen. Llena el local de sillas. Manda a publicar un anuncio 
grande en el periódico y haz propaganda por radio, en todas las 
emisoras. Este es el negocio de Dios, y vamos a hacerlo a su ma-
nera: ¡a lo grande!”. 
El tiempo pasó y, en 1937, conoció al evangelista Burroughs A. 
Waltrip con quien contrajo matrimonio algún tiempo después, 
con efectos devastadores para el ministerio, porque Waltrip 
había dejado a su esposa e hijos en Texas, y recientemente su 
esposa había obtenido el divorcio. En muy poco tiempo, la ro-
mántica relación entre Kathryn y Waltrip, a quien ella llamaba 
“Mister” se hizo pública. Helen y otros amigos de Denver tra-
taron de persuadirla de que no se casara con el apuesto evange-
lista, pero ella insistía en que su esposa lo había dejado, lo cual lo 
hacía libre para casarse nuevamente. Ella decidió creer la historia 
que Waltrip contaba; no obstante, mientras preparaban la boda, 
su corazón estaba constantemente turbado. No tenía paz en su 
espíritu. La mayoría de la gente decía que “Mister” no amaba a 
Kathryn en absoluto. Lo que amaba era su capacidad para atraer 
multitudes y reunir fondos, ya que este hombre era bien cono-
cido por su codicia y su estilo de vida extravagante.
Antes de la fecha decidida para el matrimonio en Mason City, 
Kathryn les comentó el tema a sus amigas y les dijo: “Es que 
no logro encontrar la voluntad de Dios sobre este tema”. Las 
K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n
4 3
mujeres trataron de convencerla de que esperara y buscara tener 
paz en Dios. Pero no las escuchó.
A pesar de los ruegos de los amigos, Kuhlman y Waltrip se casaron 
en 1938, dando inicio a un período en el que ambos perdieron 
sus ministerios. Después de seis años de casados, ella finalmente 
lo dejó en 1944 y, en 1948, Waltrip se divorció de ella.
Esa decisión fue crucial en su vida, y ella lo cuenta así:
“El día que decidió ponerle punto final, ese sábado a las 
cuatro de la tarde, morí en ese callejón sin salida. Fue 
la voluntad de Dios para mi vida. Hoy puedo llevarte a 
una calle sin salida en cierta ciudad, en un determinado 
estado, donde rendí todo a Cristo: mi cuerpo, mi alma y 
mi espíritu. Caminando por allí, con lágrimas corriendo 
por mis mejillas, por primera vez en mi vida, fui toda de Él 
y nada de mí. Cuando rendí total y completamente todo 
a Jesús, el Espíritu Santo tomo ese vaso vacío, y eso es todo 
lo que Él pide. ¡Ese día fue el amanecer del día más grande 
de mi vida! No tuve un ministerio real hasta ese día que 
caminé por esa pequeña calle sin salida, y me rendí por 
entero a Él”.
A partir de ese momento, ella nunca más se apartó del llamado de 
su vida, nunca se desvió de la senda que Dios había trazado para 
ella, y nunca más volvió a ver a “Mister”.
Luego de su separación, el primer lugar al que Kathryn visitó fue 
la ciudad de Franklin, Pennsylvania, donde trabajó arduamente 
para restablecer su ministerio de predicación. Antes de orar por 
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Vi d a P r o f u n d a
sanidades, ella era una evangelista cuya predicación se limitaba 
al mensaje de salvación; pero ahora predicaba sobre sanidad y lla-
maba a la gente al frente, no solo para recibir a Cristo, sino tam-
bién para ser sanada. En 1947, Katrhyn predicó su primera serie 
sobre el Espíritu Santo. Durante la primera reunión, una mujer 
fue sanada de un tumor mientras escuchaba la predicación, y 
más adelante también se sanó un hombre. Estos acontecimientos 
marcaron el principio de su ministerio de sanidad.
Al transcurrir los días, debido a las asombrosas sanidades que 
ocurrían en sus servicios, fue siendo reconocida a través de los 
programas de televisión que empezaron a difundir desde 1965 
en el CBS, de los artículos publicados en las revistas “Christia-
nity Today” y “Time” y de las entrevistas televisivas con Johnny 
Carson y Mike Douglas, entre otros. A medida que su ministerio 
se desarrollaba, Kathryn comenzó a poner menos énfasis en la fe, 
y más y más en la soberanía del Espíritu Santo.
En sus reuniones no había tarjetas de oración, ni carpas para los 
inválidos, ni largas filas de personas enfermas que esperaban que 
ella les impusiera las manos. Tampoco acusó a los que no recibían 
sanidad de ser débiles en la fe. Parecía que las sanidades se produ-
cían en todo el auditorio mientras la gente estaba simplemente 
en sus asientos, concentrados en Jesús, con la mirada puesta en 
el cielo. Era común que los tumores se disolvieran, los cánceres 
se esfumaran, los ciegos vieran y los sordos oyeran. Las migrañas 
eran sanadas instantáneamente. Aun los huecos en los dientes 
eran rellenados por intervención divina. Otra vez, una mujer, que 
había estado paralítica y confinada a una silla de ruedas durante 
doce años, caminó hacia la plataforma sin ayuda de su esposo. En 
cierta ocasión, un niño de cinco años, paralítico de nacimiento, 
caminó hacia la plataforma sin ayuda de nadie. En Filadelfia, un 
K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n
4 5
hombre, al que le habían colocado un marcapasos ocho meses 
antes, sintió un dolor intenso en su pecho cuando Kathryn le 
impuso las manos. Al llegar a su casa, descubrió que la cicatriz de 
la operación se había borrado, y no estaba seguro de si el marca-
pasos funcionaba. Más tarde, cuando el médico ordenó tomarle 
algunas radiografías, descubrieron que el marcapasos había des-
aparecido ¡y el corazón estaba totalmente sano! Sería imposible 
dar una lista de los milagros que se produjeron a través del minis-
terio de Kathryn. Y aunque hubo miles y miles de milagros en su 
ministerio, el mayor milagro, para Kathryn, era que una persona 
naciera de nuevo. 
Muchas veces, en los comienzos de su ministerio, durante esos 
primeros años, las comodidades eran “escasas”, por decirlo de 
alguna manera. En cierta ocasión, la familia con quien debía 
alojarse no tenía ningún cuarto donde ella pudiera dormir, así 
que tuvieron que acondicionar el gallinero. Kathryn solía decir 
que ella hubiera dormido sobre una parva de paja, porque era 
tan grande su necesidad de predicar. Años después comentaría, 
riendo, que algunas veces cerraba con llave la puerta para no 
dejar salir a la gente hasta asegurarse de que todos habían sido 
salvos. Era una broma, por supuesto; pero lo que era cierto era 
que se quedaba junto al púlpito hasta la madrugada y oraba con 
cualquier persona que se hubiera quedado dando vueltas por allí. 
Otros lugares donde Kathryn se alojó quizás hayan sido más lim-
pios que aquel gallinero, pero no estaban mejor calefaccionados. 
En aquella época, los cuartos de huéspedes no tenían calefac-
ción. Años más tarde, ella recordaría que solía acurrucarse bajo 
una pila de mantas hasta calentar la cama. Cuando lo lograba, se 
ponía boca abajo y estudiaba La Palabra durante horas. Así era 
la profundidad de cómo esta mujer amaba predicar de Cristo, 
no había condiciones ni requisitos para hacerlo. Ella siempre 
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V i d a P r o f u n d a
decía que cualquiera puede tener al Espíritu Santo obrando en su 
vida... si está dispuesto a pagar el precio. 
Esta preciosa mujer nunca intentó explicar por qué algunos reci-
bían su sanidad, y otros no. Ella creía que la responsabilidad era 
de Dios. Le agradaba referirse a sí misma como “vendedora”, no 
como “gerente”. Cualquier cosa que la Gerencia decidiera hacer, 
ella estaba obligada a obedecer. Pero solía decir que esa era una de 
las primeras preguntas que le haría a Dios cuando llegara al cielo.
El último culto de milagros de su ministerio fue realizado en el 
Auditorio Shrine de Los Ángeles, California, el 16 de noviembre 
de 1975. Mientras Kathryn abandonaba el auditorio, una em-
pleada de su oficina de Hollywood vio algo que nunca olvidaría: 
Kathryn caminó en silencio hasta el final de la plataforma. Una 
vez allí, levantó la cabeza y recorrió lentamente con su mirada 
la planta alta de asientos, como si estudiara a cada uno, durante 
un tiempo que pareció una eternidad. Luego bajó la mirada a la 
segunda sección, siguió cada fila y cada asiento con la mirada. 
Finalmente estudió detalladamente cada uno de los asientos de 
la planta baja. Solo podemos imaginar lo que pasaba por la mente 
de Kathryn: los recuerdos, las victorias, las sanidades, las risas, 
las lágrimas. ¿Sería posible que ella supiera que jamás volvería a 
pisar la plataforma? ¿Sería posible que en ese momento estuviera 
despidiéndose de su ministerio terrenal?
Oral y Evelyn Roberts estuvieron entre las pocas personas a las 
que se permitió visitar a Kathryn en el Centro Médico. Cuando 
entraron a su cuarto y se acercaron a su cama para orar por su sa-
nidad, Oral recuerda que sucedió algo muy importante: “Cuando 
Kathryn se dio cuenta de que estábamos allí para orar por su re-
cuperación, extendió sus manos como formando una barrera y 
K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n
4 7
las levantó hacia el cielo”. Evelyn Roberts miró a su esposo y dijo: 
“No quiere que oremos. Quiere irse a casa”.
“El mundo me ha llamado tonta por haberle dado mi vida 
entera a Alguien que nunca he visto. Sé exactamente lo 
que voy a decir cuando esté en Su Presencia. Cuando mire 
el maravilloso rostro de Jesús, tendré solo una cosa para 
decir: ‘Lo intenté’. Me entregué lo mejor que pude. Mi 
redención será completada cuando me encuentre frente a 
quien todo lo hizo posible”.
Su corazón estaba totalmente entregado al Señor. Ese fue el se-
creto de su ministerio. Su corazón estaba “fijo” en Jesús. Estaba 
decidida a serle fiel a Él y a no contristar al Espíritu Santo. Solo 
tres semanas después de ese día de noviembre, Kathryn agoni-
zaba en el Centro Médico de Oklahoma, después de una opera-
ción a corazón abierto.
Parte práctica
Veamos en profundidad la parte práctica de este legado 
espiritual que hoy podemos hacer nuestro…
• Ser leales y fieles a Dios. Cuando le preguntaron a Kathryn 
qué es lo que mantiene a una persona dedicada a su llamado, 
ella respondió: 
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V i d a P r o f u n d a
“Su lealtad. Esta palabra tiene muy poco significado en la 
actualidad, porque se la practica muy poco. La lealtad es 
algo intangible. Es como el amor. Solo se la puede entender 
al verla en acción. El amor es algo que se hace, y eso tam-
bién se aplica a la lealtad. Significa fidelidad. Significa 
compromiso. Significa devoción. Mi corazón está deci-
dido. Voy a ser leal al Señor, a cualquier costo, a cualquier 
precio. La lealtad es mucho más que un interés casual en 
alguien o algo. Es un compromiso personal. En un análisis 
final, significa: Aquí estoy. Puedes contar conmigo. No te 
fallaré”.
En los primeros años de su ministerio, podemos ver dos carac-
terísticas que Kathryn desarrolló: dedicación y fidelidad a 
Dios y a su pueblo. Ella creció y extendió su entendimiento 
espiritual a partir de ese fundamento básico de carácter que 
desarrolló muy tempranamente en su vida. Con gran sentido 
del humor, contaba que, después de predicar cuatro o cinco 
sermones, se preguntaba: “¿Sobre qué más puedo predicar?No hay nada más en La Biblia. Ya agoté toda la provisión 
de sermones. Realmente no se me ocurre ningún otro tema 
sobre el que pueda predicar”.
“Desde el primer sermón que prediqué en Idaho (Zaqueo 
subido al árbol, y Dios sabe que, si había alguien subido a 
un árbol, era yo), supe solo una cosa: estaba entregada a 
las cosas de Dios. Jesús era real para mí. Mi corazón estaba 
decidido”.
K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n
4 9
• Ser un vaso rendido. “Dios no busca vasijas de oro ni vasijas 
de plata, Él busca vasijas dispuestas”, decía. Si algo sabía Ka-
thryn es que la carne para nada sirve. Ella tenía una percep-
ción de sí misma, antes, durante y después de la ministración, 
de que no era nada. Porque la luz nos muestra siempre dos 
caras: nuestra carne (que no sirve), es decir, ilumina esa inuti-
lidad y, al mismo tiempo, nos muestra la grandeza del Señor. 
Cristo crece cuando yo decrezco; cuando sé que no sirvo, entonces 
Cristo aumenta. Ella solía decir: 
“Cuando no tienes nada y admites que no tienes nada, en-
tonces es muy fácil mirar hacia arriba y decir: ‘Señor Jesús, 
si no puedes tomar nada, úsalo. Toma mis manos, toma 
mi voz, toma mi mente, toma mi cuerpo, toma mi amor: 
es todo lo que tengo. Si puedes usarlo te lo doy’”.
“No son vasos de oro lo que Él pide, no son vasos de plata; 
son vasos rendidos”.
“El secreto es rendirse al Señor”.
 “Querido Dios, a menos que Tú me unjas y me toques, yo 
no soy nada”.
“Cuando la carne se interpone en el camino, yo no tengo 
ningún valor”.
“Muero mil muertes antes de subir a la plataforma”.
5 0
V i d a P r o f u n d a
Y, a su vez, imaginaba lo que le diría al Señor cuando estuviera 
en el cielo: 
“Querido Jesús, lo intenté, no hice un trabajo perfecto, 
porque era humana y cometí errores, hubo fallas, lo siento, 
pero lo intenté. Él lo sabe”.
• Morir en al Altar cada día. Cuando yo más muero en el 
Altar, más me esperan en el Lugar Santísimo los dones y 
demás. “El problema”, decía Kathryn, “es que el 99% de no-
sotros queremos nuestra voluntad y no la Suya”. Y agregaba: 
“Solo cuando me olvido de mí, la gloria aparece”. “No ten-
drás nada de Dios si no pagas el precio, no te dará nada de Él, 
si no pagas el precio; y el precio es todo”. “Él tomará la vasija 
cedida y la usará para Su gloria, eso es todo lo que Él pide; sé 
un recipiente cedido, Él te tomará la cabeza, Él te dará la un-
ción, Él será tu defensa, Él será tu seguridad”.
• Ser como una vasija vacía. Kathryn se definía a sí misma 
como una vasija vacía, al igual que muchos otros hombres 
de Dios lo hicieron. Ella decía: “Hay un lugar donde uno se 
entrega completamente a Dios; cuando entregas todo tu ser 
a Él, tu cuerpo, tu mente, tus labios, tu voz, tu consciencia, te 
conviertes en un recipiente completamente rendido, y eso es 
lo que Él usa para realizar Sus poderosas obras”. Se trata de no 
tener nada, de no valer nada, solo de estar llena de Él. Y ex-
plicaba en sus predicaciones: “Hay quienes dicen que tengo 
el don de curación, el don de fe… Sin embargo, no profeso 
tener ni un solo don del espíritu, sostengo que sí el Espíritu 
Santo ha honrado mi vida y es que me ha dado la Presencia de 
K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n
5 1
Su Presencia. El regalo que yo porto es la Presencia del Espí-
ritu Santo; por eso, sospecho cuando alguien se me acerca y 
me dice: ‘Yo tengo el don de profecía, yo tengo el don de sa-
nidad’. Ahí mismo, yo sospecho, yo no tengo nada, yo tengo 
el regalo del Espíritu Santo. Porque, cuando piensas que lle-
gaste, no hay nada más de Dios para tu vida; esa es la razón 
por la que nunca digo que tengo un don en particular, solo 
hay un regalo, y el regalo es Cristo”. Y otras veces decía: “Mi 
cuerpo es un recipiente vacío para ser usado por el Espíritu 
Santo. Cuando yo más me vacío, Dios más me da”. “No tengo 
virtud curativa, nunca he curado a nadie, no tengo poder para 
sanar”. De la misma manera, en una ocasión Pedro y Juan 
dijeron: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy”. 
¿Qué les estaban impartiendo los apóstoles al paralítico? No 
había nada en ellos que pudieran dar que le sirviera (la plata 
y el oro son símbolos de la vida humana), solo podían darle la 
vida de Cristo. 
• Tener mentores de fe. Algo interesante para destacar en 
la vida de Kathryn Kuhlman es que ella siguió a Madame 
Guyon y a Fenelon, entre otros. Todos estaban encadenados y 
todos se escuchaban. Es como si la revelación, la Presencia de 
Dios, se fuera construyendo sobre ciertas voces de gente con 
Vida Profunda, no de cualquier voz y de cualquier prédica. 
Ella solía decir: “Cuando caves más profundo, encontrarás 
tesoros más profundos”; y Kathryn, en el Lugar Santo, descu-
bría cada día cosas nuevas del Señor.
• Vivir en oración. A Kathryn le sorprendía que la gente le 
pidiera que le enviara por escrito las oraciones, como si estas 
tuvieran cierto poder… Ella enseñaba que de nada sirve orar 
antes de empezar, uno debe vivir en oración. Al orar o ver a 
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V i d a P r o f u n d a
alguien, ella se olvidaba de todo y de todos, nada más existía. 
Es decir, solo estaba allí Cristo, Su Presencia. Este mismo 
principio también lo tomó George Muller, quien decía: “Yo 
no oro, yo vivo en el espíritu de la oración”. “Orar es mucho 
más que decir una oración, es mucho más que una tarea, es 
vivir en la oración”. 
• A más muerte, más poder. Benny Hinn dice que, para ser 
sanados, debemos decir: “Señor, me rindo a Ti”. K. Kuhlman 
enseñaba que no es necesario gritar y contaba que, en un 
tiempo, cuando había comenzado en la ciudad, tenía un viejo 
modelo Ford T. El auto era lo más poderoso en el camino, 
pero también lo más ruidoso del mundo; y, cuanto más ruido 
hay, más problemas hay. Y decía: “Gran parte de nuestro 
ruido es un sustituto del poder”. En las reuniones, durante los 
momentos de silencio, descubrió el principio de la quietud: 
cuando estamos quietos en el Lugar Santo (porque es el lugar 
de silencio, y el Lugar Santísimo de más silencio). Antes el 
sacerdote salía, la gente que estaba esperando fuera del Ta-
bernáculo era perdonada y la paz era sobre ellos; cuando mo-
rimos, hay más poder de Dios. 
• Amarnos como Cristo nos amó. Cuando alguien la miraba, 
solía pedirle al Señor que Su amor fluyera en esa persona. No 
reprendía, ni cortaba maldiciones, solo recordaba que estaba 
atada al Altar, y el amor de Cristo fluía de ella. No se trataba 
de la palabra profética que había en ella, tampoco de hacer las 
cosas bien, sino del amor del Señor que es el que hace la tarea. 
Podemos tener la mejor banda, pero no liberar la vida de Dios 
en la adoración. Esto es lo que Kathryn decía: “Lo amo, yo 
no soy nada, dependo de Él”, y de allí fluía Su amor hacia esa 
persona. Su oración era: “Señor maravilloso, perdóname, no 
K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n
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sé cómo orar mejor y, mientras digo estas palabras, hay un 
amor sobrenatural: el amor de Dios en mi corazón que sale de 
mí”… En una ocasión una joven se acercó y le comentó: “Mi 
mamá la ama, disfruta, el Señor la sana, no se pierde ni una 
reunión y es bendecida. Ella es rusa, no entiende inglés, pero 
quiere que le exprese esto”. Porque no se trata del lenguaje 
humano, es la obra del Espíritu Santo saliendo de nosotros 
de manera divina.
• Pagar el precio cada día. “Nunca se paga el precio una sola 
vez. Es algo que comienza con un compromiso inicial y un 
acto de decisión de seguir a Dios cada día de tu vida”, decía. 
Y agregaba: “Ten cuidado de la persona, ya sea miembro de 
tu familia, o compañero de trabajo, o empleado tuyo, que no 
puede decir: ‘Lo siento’. Descubrirás que esa persona es muy 
egocéntrica. Esta es la razón por la que me has oído decir diez 
mil veces que la única persona a la que Jesús no puede ayudar, 
la única persona para la que no hay perdón de pecados, es 
aquella que no puede decir: ‘Me arrepiento de mis pecados’. 
(...) Una persona tan egocéntrica generalmente atrae hacia sí 
las enfermedades como si fueraun imán”.
5 4
Smith 
Wigglesworth
C A P Í T U L O 7
Smith Wigglesworth nació el 8 de junio de 1859 en un pe-
queño pueblo en Inglaterra. Sus primeros años de vida estu-
vieron marcados por la pobreza y el analfabetismo. Su abuela, 
una fiel seguidora del Señor Jesucristo, siempre se aseguró de 
que él asistiera a reuniones cristianas. Sin embargo, la primera 
en convertirse fue su mamá Martha. A pesar de no saber leer ni 
escribir, Smith empezó a tener la costumbre de llevar siempre 
una copia del Nuevo Testamento.
A sus tempranos diecisiete años, conoció a un hombre de Dios en 
una fábrica que lo acogió como aprendiz y le enseñó el oficio de 
plomero. También le habló sobre lo que La Biblia enseña sobre el 
bautismo en agua, y poco después, con mucho gusto, Smith obe-
deció y fue bautizado. Rápidamente, un año más tarde, decidió 
que era el momento de establecerse por su cuenta. Si bien se fue a 
la casa de un plomero en busca de un trabajo, al comienzo nadie 
S m i t h W i g g l e s w o r t h
5 5
lo contrató, pero luego alguien que observó “algo diferente” en él 
le dio una oportunidad. 
Dos años después, Smith se trasladó a la ciudad de Liverpool 
para darle un nuevo impulso a su vida. Fue en el puerto inglés 
donde comenzó a ministrar a los niños hambrientos de la ciudad 
que se acercaban a él para escuchar el Evangelio. Hizo su mejor 
esfuerzo para alimentarlos y vestirlos con las ganancias de su 
empleo como plomero. Y no solo se conformaba con enseñarles a 
los más pequeños, sino que también visitaba hospitales y barcos 
para llevar La Palabra. A su vez, el Ejército de Salvación también 
lo invitaba con frecuencia para que hablara en las reuniones.
En esta época fue que conoció a una joven mujer, socialmente 
acomodada. Su nombre era Mary Jane Featherstone, pero todo 
el mundo la llamaba “Polly”. Con los años, entre ellos, nació un 
romance que terminó en un feliz matrimonio consumado el 2 
de mayo de 1882. Ella tenía veintidós años y él, veintitrés. Smith 
aprendió a leer después de casarse con Polly.
En sus treinta años de matrimonio, tuvieron cinco hijos.
Uno de los grandes atributos de la vida de Smith Wigglesworth 
fue su esposa. Polly era tan fuerte, o más algunas veces, que su 
esposo. Dios comenzó a usarla para salvar a los perdidos, a tal 
punto que los ministros metodistas la llamaban a evangelizar 
en sus iglesias, y cientos de personas se convirtieron con su mi-
nisterio. El poder de Dios descansaba poderosamente sobre ella. 
En una ocasión, Smith, empujado hacia el púlpito, asistió a un 
culto en una iglesia donde se ministraba sanidad divina. Estando 
allí, observó las maravillosas sanidades que se producían, y su 
corazón se conmovió. Comenzó así a buscar a los enfermos en 
5 6
V i d a P r o f u n d a
su ciudad, Bradford, y pagaba sus viajes para ir a las reuniones 
de sanidad. Su búsqueda era permanente y así fue como a los 48 
años, en 1907, recibió el bautismo del Espíritu Santo. Un hombre 
con una presencia imponente que irradiaba autoridad, lleno de 
la compasión, del amor y de la fe en Dios, desafiaba a sus oyentes 
a tener hambre y sed de la Presencia del Todopoderoso. Decía: 
“Nada en el mundo puede fascinarnos tanto como estar cerca de 
Jesucristo”.
Era particularmente generoso: con los hermanos, con las iglesias 
y especialmente con los pobres. Solía ofrecer cenas especiales 
para personas muy pobres basándose en las palabras de Jesús en 
Lucas 14:13-14: “Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los 
mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado”. En estas cenas 
muchas personas se convertían.
Todo parecía que andaba sobre rieles, sin embargo, también el 
dolor tocó su vida. Uno de los dolores más grandes lo sorprendió. 
Mientras esperaba en la estación del tren para partir hacia Es-
cocia, recibió una noticia devastadora. Polly se había desplo-
mado a causa de un ataque cardíaco mientras regresaba de la 
obra misionera de la calle Bowland. Smith corrió a su lado y des-
cubrió que su espíritu ya había partido para estar con el Señor. 
No dispuesto a aceptarlo, inmediatamente reprendió a la muerte 
y su espíritu regresó, pero solo por un breve tiempo. Entonces, el 
Señor le dijo: “Yo deseo llevarla a casa conmigo ahora”. Así que, 
con el corazón destrozado, Smith dejó en libertad a su compa-
ñera, aquella a la que había amado tantos años, para que fuera 
con el Señor. Polly Wigglesworth sirvió al Señor hasta el último 
minuto de su vida, el 1° de enero de 1913. Algunos dicen que, 
después de su muerte, Smith pidió una doble porción del Espí-
ritu. A partir de ese momento, su ministerio tuvo aún más poder.
S m i t h W i g g l e s w o r t h
5 7
Luego viajó intensamente predicando La Palabra de Cristo hasta 
poco antes de su muerte.
Como un viajero incansable, llevó La Palabra del Señor a Suecia, 
Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, India, 
Ceilán y varios países de Europa y diversas islas del Océano 
Pacífico. 
Hombre de doctrina férrea como el metal, atestiguaba que Dios 
lo había sanado de apendicitis y gran parte de su labor misionera 
se centró en la curación por fe que despertó el interés de la prensa 
internacional. En sus diversas biografías se detalla que regresó de 
la muerte a varias personas, entre ellas a su propia esposa Polly. 
Smith siempre creyó en el poder del nombre de Jesús. Oraba y 
ayunaba con frecuencia y se rodeaba de personas que sabía que 
amaban orar. Hizo de este su único criterio para invitar a per-
sonas a acompañarlo cada vez que era llamado a ministrar en pri-
vado a los enfermos críticos o poseídos por demonios. En ciertas 
ocasiones, deseaba que los intercesores oraran de manera dife-
rente, ya que, cuando esperaban que la gente muriera, a menudo 
le pedían a Dios que consolara a los parientes sobrevivientes. 
Pero, este hombre, sin embargo, quería que la gente le pidiera a 
Dios que liberara y prolongara la vida, ¡y por eso oraría en silencio 
para que Dios los callara! 
Tal es así que, en muchas ocasiones, animó a su equipo de ora-
ción a decir solo el nombre de Jesús. Repetir el nombre de Jesús 
dio muchos frutos, y Smith confesó haber visto al Señor en mu-
chas ocasiones. Fue en este punto que a menudo se producían 
avances, y los enfermos eran sanados o los poseídos por demonios 
eran liberados.
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V i d a P r o f u n d a
Smith creía en el uso del aceite de unción, y muchos fueron sa-
nados instantáneamente cuando fueron ungidos. Un caso mi-
lagroso fue el de la Sra. Clark, que estaba en su lecho de muerte 
cuando él la conoció. La ungió con aceite y oró, pero no pasó 
nada hasta que Jesús entró en la habitación. Tanto ella como 
Wigglesworth vieron a Jesús, y fue en ese momento que ella fue 
sanada. No obstante, aunque los ojos de Wigglesworth habían 
visto muchos milagros y sanidades instantáneas, él mismo no 
recibió esos milagros. En 1930, cuando ya tenía setenta años, 
sufría de tremendos dolores. Oró, pero no recibió alivio, así que 
fue a ver a un médico, que después de sacarle algunas radiografías 
le dio un diagnóstico de un caso severo de cálculos en el riñón 
en un estado avanzado. Su única esperanza era una operación, 
dado que, según el médico, si continuaba en este doloroso es-
tado, moriría. Pero Smith le respondió: “Doctor, el Dios que creó 
este cuerpo es quien puede sanarlo. Ningún cuchillo me cortará 
mientras yo tenga vida”. Smith pensó que este sufrimiento aca-
baría pronto, pero duró seis largos y dolorosos años.
Durante ese tiempo, nunca dejó de asistir a las reuniones progra-
madas, con frecuencia ministraba dos veces por día. En algunas 
reuniones, oraba por hasta ochocientas personas mientras se re-
torcía de dolor él mismo. A veces abandonaba el púlpito cuando 
el dolor se volvía insoportable, para luchar en el baño mientras 
despedía otra piedra. Luego regresaba a la plataforma y conti-
nuaba con la reunión. Con frecuencia se levantaba de su propia 
cama para ir a orar por la sanidad de otros. Muy pocos sabían que 
él mismo estaba