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VIDA PROFUNDA Aprendiendo los secretos de mujeres y hombres de Dios, para una vida victoriosa. © Alejandra y Bernardo Stamateas ISBN: 978-987-8463-71-1 Depósito legal ley 11.723 ©Presencia Ediciones José Bonifacio 332, Caballito, Buenos Aires, Argentina. Tél.: (+54 11) 4924-1690 www.presenciadedios.com Edición: Silvana Freddi Diseño de tapa y diagramación: Diseño Presencia No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cual- quier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, me- diante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446. Stamateas, Bernardo Vida profunda : aprendiendo los secretos de mujeres y hombres de Dios, para una vida victoriosa / Bernardo Stamateas ; Alejandra Stamateas. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Presencia de Dios, 2024. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga ISBN 978-987-8463-71-1 1. Espiritualidad Cristiana. I. Stamateas, Alejandra II. Título CDD 248.4 3 Í N D I C E Introducción 5 Madame Guyon 7 Hermano Lorenzo 15 Andrew Murray 21 Ruth Paxson 26 Charles Spurgeon 30 Kathryn Johanna Kuhlman 39 Smith Wigglesworth 54 Corrie Ten Boom 62 Charles Grandison Finney 70 Elisabeth Elliot 79 Watchman Nee 87 Joni Eareckson Tada 96 George Müller 110 Susanna Annesley Wesley 120 4 V i d a P r o f u n d a Margaret Barber 128 Francois Fénelon 140 Robert Cleaver Chapman 150 Hannah Whitall Smith 163 Elizabeth Paget 170 William Hake 176 Anthony Norris Groves 182 Klara Basilea Schlink 188 John Wesley 197 Bibliografía 205 5 Estos hombres y mujeres de Dios que encontrarás en este libro son una fuente de sabiduría divina. Ellos supieron vivir al Señor, experimentar una vida profunda, tocar Su Presencia, y no ver a nadie más que a Jesucristo. Como dice La Palabra, enfrentaron persecución, hambre, desnudez; otros fueron casti- gados, asolados, encarcelados, desterrados. Sin embargo, nunca negaron el nombre de Jesús. El mayor gozo de sus vidas era tener intimidad con Dios, sin importar dónde estuvieran. Supieron decrecer, para que Cristo creciera en ellos; experimen- taron a Dios en lo cotidiano. Sabían que en el amor estaba escon- dida la Cruz, que esta es la expresión del amor. De esta manera, ellos portaron la verdadera vida de Cristo y la expresaron a cada paso. Hoy, a través de sus vidas y de sus testimonios, nosotros también descubriremos un mundo maravilloso y nos sumergiremos allí, en las dimensiones del Señor que todavía no conocemos. Al hacerlo, te estarás adentrando en las mismas profundidades del Señor y, al mismo tiempo, Dios comenzará a trabajar en tu vida. Margaret Barber, la mentora de Watchman Nee decía: “Consa- grarse a Dios no es trabajar para Él, sino ser trabajado por Dios”. I N T R O D U C C I Ó N 6 Al leer sus vidas, verás que el secreto de estas no fue un “método”, sino vivir en la Presencia de Dios. Kathryn Kuhlman decía: “Dios no busca vasijas de oro ni vasijas de plata: Él busca vasijas dispuestas”. Y hoy Dios te está buscando a ti. Alejandra y Bernardo Stamateas 7 Madame Guyon C A P Í T U L O 1 Madame Guyon, una mística francesa, nació en 1648 en la Francia del siglo XVII, durante el reinado del depravado Luis XIV. El nacimiento de Jeanne se dio en medio de la recupe- ración de Europa de la guerra de los Treinta Años, una contienda con trasfondo religioso entre luteranos y católicos, y de la trans- formación cultural que llevó de la Reforma a la Contrarreforma. Nacida prematuramente a los ocho meses, débil pero rica, her- mosa e inteligente, la bebé Jeanne fue enviada a un convento. Al cabo de un tiempo, a pesar de haber regresado a su casa, su madre la dejó en manos de sirvientes, generando en ella sentimientos de abandono. Esta es la razón por la que tenía una muy buena relación con su padre, pero no así con su madre. Madame Guyon emergió en una época de profunda transfor- mación social y cultural en Francia. Marcada por una creciente insatisfacción hacia las instituciones religiosas, fue testigo de la transición del Renacimiento a la era de la razón. Los valores 8 V i d a P r o f u n d a humanistas y el antropocentrismo ganaban terreno, despla- zando la antigua concepción en la que Dios ocupaba el centro de todo. En este contexto de cambio, los místicos como ella se encontraban en una búsqueda de la espiritualidad a través de una conexión directa con lo divino, sin la necesidad de intermedia- ción de la iglesia. A pesar del contexto sociocultural en que se movía, desde pe- queña mostró interés por la vida religiosa. A los siete años, fue trasladada a un convento, donde fue criada por dos medio her- manas que residían allí. A partir de entonces, Jeanne fue guiada por varias mujeres religiosas. Le encantaba oír hablar de Dios y de la vida de iglesia. Tanto de día como de noche, la pequeña encontraba satisfacción en leer La Escritura; sin embargo, su ex- periencia con Dios era siempre de culpa. Se sentía ingrata frente a toda la gracia divina que recibía, lo cual la impulsó a la necesidad de martirizarse y sufrir. De muy jovencita, enfermó de varicela y, durante su aislamiento, encontró consuelo en la lectura de La Biblia. Tiempo después, Jeanne tuvo una profunda conversión y su vida dio un cambio, el cual fue motivado por el relato de varias anécdotas de santidad que le contaron de un sobrino de su padre. Tanto la invadió la tristeza, que recurrió a su confesor muy an- gustiada para que la ayudara a acercarse a Dios. “¿Quién hubiera pensado al verme que mi conversión habría de durar toda mi vida?”, expresó en su autobiografía al recordar aquellos días. Aunque la joven Jeanne deseaba ser monja, por un tiempo dejó la oración y empezó a concentrarse en ella misma. En uno de sus libros escribió: M a d a m e G u y o n 9 “El amor que empecé a tener por mí misma extinguió lo que quedaba dentro de mí del amor de Dios. No tenía ojos más que para ver mis propias buenas cualidades y para descubrir los defectos de otros”. A los quince años, en París, la forzaron a firmar los estatutos de un matrimonio arreglado con un hombre veintidós años mayor, el cual duró doce años, hasta enviudar a los veintiocho. Fue en- tonces que comenzó a ser maltratada por su suegra, perdiendo la alegría que la caracterizaba. Esos tiempos de maltrato que tuvo que atravesar y toda la adversidad que vivía la hicieron volver a Dios y retomar la práctica de la oración. Un franciscano fue quien la guio en lo que ella describía como “dificultades en la oración”. Este hombre le dijo: Esto se debe, Madame, a que busca por fuera lo que tiene por dentro. Acostúmbrese a buscar a Dios en su corazón, y allí lo encontrará. Esta revelación transformadora marcó su expe- riencia espiritual. Al respecto, ella declaró: “Estas palabras fueron para mí como la quemazón de una flecha que penetraba a través de mi corazón. Sentí una herida muy profunda, una herida tan deliciosa que no deseaba que se curase. Trajeron a mi corazón lo que había estado buscando durante tantos años. Mejor dicho, me hicieron descubrir lo que allí había, y que no había disfrutado por no saberlo. Oh mi Señor, Tú estabas en mi corazón, y solo demandabas un simple giro de mi mente hacia el interior para hacerme sensible a tu presencia. ¡Ay! Te buscaba donde no estabas, y no te buscaba donde estabas”. 1 0 V i d a P r o f u n d a A partir de ese momento, Jeanne no vio a nadie más que a Jesucristo. Madame Guyon pasó por la durísima experiencia de perder a su madre, su hermana, dos hijos y su padre casi simultáneamente. Lo único que deseaba era llorar. A pesar de la muerte de su ma- rido, poco después de dar a luz a su última hija (que para ella fue una liberación), cayó en sequedad, en depresión y dejó de comer. Así fue como buscó la guía de un barnabita francés quien se con- virtió en su padre espiritual: el Padre Lacombe.Junto a él, salió de ese estado emocional y recuperó su conexión con Dios. Luego, enfrentó la persecución y encarcelamiento por propagar el quie- tismo, un movimiento místico que nació durante el siglo XVII en el seno de la Iglesia Católica, con un mayor alcance en España, Francia e Italia, y que pregonaba la pasividad en la vida espiritual y mística como la mayor de las virtudes de la vida contemplativa. Así fue como Madame Guyon permaneció por diez años en las cárceles más infames de Europa hasta que fue declarada inocente y dejada en libertad a los cincuenta y cuatro años por Luis XIV. A pesar de tener una salud deteriorada, su influencia era tan grande que el rey la desterró a la ciudad de Blois, donde vivió con su hijo mayor. Para ese entonces, sus libros—muy consul- tados por muchos protestantes— se habían traducido a todos los idiomas y habían llegado a toda Europa. Esta mujer no hizo de sus experiencias el centro de su vida; Cristo y la Cruz eran su foco. Por amor a Jesús, ella perdió todo y dejó en la Cruz sus dones naturales. Toda su existencia fue blanco de maldades e injurias. A la vez, soportó interminables exámenes teológicos y, durante un año, ochenta interrogatorios de religiosos, que los especialistas en herejes solían ganar, los cuales duraban entre diez y doce horas diarias. M a d a m e G u y o n 1 1 Madame Guyon falleció a los setenta años. Sus escritos se di- fundieron mundialmente, siendo ella la única mujer que hizo comentarios de La Biblia y cuyos libros fueron quemados en público. Su mayor gozo fue la intimidad con Dios. Madame de- fendía “un camino más alto que ofrecía mayor satisfacción”. Su entrega a Dios fue una denuncia a la vanidad del mundo. Su éxito radicó en su abundante y maravillosa vida interior. Parte práctica ¿Qué necesitamos hacer para ser transformados como lo fue Madame Guyon? Veamos… • Perder el interés en uno mismo. No se trata de descuidarse, de ser masoquista, sino de ver solo mi fealdad porque perdí todo y puedo decir: “Soy indigno”. Al igual que dijo el profeta Isaías cuando entró al tercer nivel: “Me muero, me muero”, y el ángel lo tocó con el carbón encendido y le dijo: “Tranquilo, estás entrando a las aguas profundas”. Cuando Pedro vio el milagro, dijo: “Señor, apártate de mí que soy pecador”. Dios siempre va a trabajar en doble vía, te va a mostrar tu bajeza y Su grandeza. Es decir, yo no puedo recibir la hermosura de Cristo si no veo mi fealdad; yo puedo admirar Su grandeza porque vi mi bajeza y, en mi bajeza, está Su grandeza. • Comienza un desprendimiento. No se refiere a hacer votos de pobreza. Llega un momento en que el Señor elimina todo el dolor del desprendimiento. Porque no se trata de un des- pojo, sino de un renunciar donde todo va perdiendo sentido, 1 2 V i d a P r o f u n d a donde no hay más luchas porque somos uno y ya nos unimos a Él. No hay más lucha ni deseo de nada porque Él lo llena todo. Se trata de una voluntad, la de Él, porque no puede haber dos voluntades. • Estarse quieto. Esto es algo de lo cual Madame Guyon fue acusada. Nosotros no colaboramos con Dios; yo le aporto al Señor, hago lo que puedo y Él hará la otra parte. La gente dice: “Jesús resucitó a Lázaro, pero la gente movió la piedra”. Aquí Él mueve la piedra, quita la venda, da la vida, y hace todo a través de mí… Lo que ella estaba diciendo a través de su quie- tismo era “no necesitas un intermediario, un confeso, solo a alguien que te guíe a llevarte al mar”. Porque la voluntad nunca está quieta, sino activa, ya que lo que desea es que Dios haga; pero, para eso, necesita que la voluntad diga: “Sí, Señor, haz y obra, haz todo Tú”. • Perder nuestro amor propio. Ya no necesitamos sanar el pasado ni hacer consejería. Cuando fuimos creados (2 Corintios 5:17), el espíritu fue hecho nuevo, es decir, no tiene nuestra historia; solo nuestra mente revisa hacia atrás, nuestro espíritu no. Por eso, cuando el alma es podada, queda en el eterno presente y dicha poda es a través de la Cruz. • Perderse en Dios. Para ser transformado, debes perder todas tus propiedades; así participarás en mayor profundidad de la naturaleza de Dios. No muchos llegan a este lugar, por esta razón no se habla mucho de la Cruz ni de la transformación. Cuando alguien se pierde en Dios, parecerá una persona muy normal. No hay nada que la distinga externamente de otros, excepto, claro, su libertad, la cual suele escandalizar a M a d a m e G u y o n 1 3 personas que no conozcan nada que ellos mismos no hayan experimentado. Dios opta por esconder a aquellos que lo co- nocen bien, y los esconde bajo la cortina de una vida normal. • Descansar. Mi alma descansa en Dios, yo renuncio y descanso en Él. Pero él también descansa en mí. Cuando Dios descansa en mí, es porque Él llenó todo, el río se fundió en el mar. Y no se trata de estar en trance, no es que no vamos a trabajar; todo lo contrario, ahora todo nuestro ser ha sido transformado por Cristo. Seguimos sintiendo, seguimos pensando, seguimos haciendo, pero es Su voluntad, es Él en nosotros. Nuestro descanso es Él. No lo es la televisión ni las redes ni escuchar música, sino buscarlo a Él en intimidad. • Hablar del amor de Dios. Nosotros tenemos al Rey y, hasta que no haya un cambio de Cristo en la vida, estaremos cre- yendo que Adán se puede mejorar. Pero Adán no se mejora porque, aunque Adán se vista de seda, Adán queda. Somos nosotros quienes tenemos el mensaje del amor del Señor. • Decrecer nosotros para que Cristo crezca. En la eternidad, antes de la fundación del mundo, ya Cristo había muerto en el corazón del Padre, ya la sangre había sido derramada. Por eso, en el A. T., cuando se veía la sangre de los animales, esta ya representaba la sangre del Hijo. Cristo trajo en el tiempo y en el espacio lo que había sucedido en la eternidad pasada porque Él murió antes de la fundación del mundo. A su vez, Él trajo la eternidad y la mezcló en el tiempo; por eso, ahora nosotros que estamos en el tiempo vemos la Cruz, vemos la sangre, vemos todo Su amor y lo recibimos; la eternidad se mezcla en el tiempo, y ahora nosotros vivimos bajo la Cruz. 1 4 V i d a P r o f u n d a • Dar una ofrenda de paz. Cuando dejamos ciertas cosas, estas luego nos persiguen. Cuando yo dejo de pensar en el dinero, el dinero viene porque en Cristo están escondidas todas las cosas. Ella decía: “Cuanto más tenía de Jesús en mí, más exitosa me volvía, todo lo hacía bien”. Ella no sabía nada de negocios, por ejemplo; sin embargo, cuando el marido murió, juntó todos los documentos y los papeles para ver qué iba a hacer con todo el dinero y dijo: “Dios, yo no sé hacerlo, hazlo Tú”. Los demás no comprendían cómo pudo hacer eso y se sorprendían de lo inteligente que era; pero ella sabía que había sido Dios. 1 5 Hermano Lorenzo C A P Í T U L O 2 El Hermano Lorenzo nació alrededor de 1610 en Herimenil, Lorraine, con el nombre de Nicolás Herman, en una familia de campesinos pobres. A los dieciocho años, este joven tuvo la siguiente experiencia: contempló un árbol deshojado y sin vida, en pleno invierno. Al ver esto supo que este cambiaría con la llegada de la primavera (momento en que la vida volvería a ma- nifestarse en las ramas del árbol). Lo que Lorenzo no sabía era que esta imagen lo llevó a entender que su vida era como la de ese árbol. Así como este, él también podía experimentar un renacer intenso si le permitía a Cristo manifestar en su interior la vida que promete a aquellos que creen en Su nombre. Esta experiencia lo cambió para siempre. Más tarde, de joven, buscó escaparse de la pobreza en la que vi- vían sus padres alistándose en el ejército, durante la guerra de los treinta años. Pero en una de las batallas, sufrió una herida severa, 1 6 V i d a P r o f u n d a por la cual quedó rengo y se vio obligado a abandonar la vida de soldado. En la vejez estas lesiones le ocasionaron mucho dolor. Antes de cumplir los cuarenta años,vivenció un profundo arre- pentimiento, producto de un conjunto de acontecimientos, que lo llevó primeramente a vivir en soledad en el bosque, como los primeros anacoretas (personas que viven en un lugar solitario, entregadas a la contemplación y la penitencia), y luego, a modo de transición, a trabajar en el servicio público. Finalmente, so- licitó su ingreso en un nuevo monasterio carmelita en París en calidad de hermano laico, con el deseo de hacer penitencia por los pecados cometidos en su vida. Dicho monasterio llegó a tener cien religiosos. Sin embargo, como tenía escasas aptitudes o con- diciones para una vocación religiosa, las autoridades del monas- terio le asignaron las más humildes tareas de la cocina. En medio del bullicio, las órdenes de sus superiores y el tedioso trabajo de pelar papas y lavar ollas, Lorenzo descubrió que podía vivir una intensa relación de amor con el Señor. “Los hombres inventan muchos caminos y sistemas para conectarse con Dios, los cuales terminan trayendo innece- sarias complicaciones a la vida. Resulta mucho más sen- cillo si cumplimos las tareas de nuestro quehacer cotidiano enteramente por amor a Él”. En las tareas diarias, veía la oportunidad para experimentar el amor de Dios. H e r m a n o L o r e n z o 1 7 “Si no aparece otra tarea que deba completar, me postro, allí en la cocina, y lo adoro a Él. Luego me levanto con más alegría que nunca. Si barro el piso, lo hago para Él; por eso, esa tarea que llevo a cabo me llena el corazón”. Lorenzo trabajó en la cocina por el resto de su vida, aunque por un tiempo lo trasladaron a la zapatería, donde reparaba las sanda- lias de sus hermanos. A pesar del humilde servicio que prestaba, muchos comenzaron a notar la hermosura de su personalidad, la quietud y el gozo con que vivía. Y, aunque él huía del recono- cimiento que le querían dar, comenzaron a buscar sus consejos para poder vivir una vida similar a la que él gozaba. Siempre guiado por el mismo espíritu sencillo que lo caracterizaba, re- cibía cartas de otras partes de Francia, y él las respondía todas amablemente. La sabiduría contenida en estos humildes escritos formaron parte del libro que se publicó, luego de su muerte. “El secreto de mi vida”, comentaba, “es que he logrado vivir como si a la Tierra la habitaran solamente dos personas: Dios y yo”. Estas eran algunas de sus enseñanzas: “Consideraba que Él estaba siempre conmigo y yo con Él, al fin llegué insensiblemente a practicar la Presencia durante el tiempo a solas con Dios. Cuando finalmente vi lo que estaba ocurriendo, mi corazón dio un salto de gozo y tam- bién de consolación y algo más: esta práctica me dio una visión de Dios tan elevada que solo los ojos de la fe dentro de mí podían empezar a comprenderlo de una forma algo satisfactoria”. Es decir que, cuanto más practicaba, más se incorporaba al Señor, mientras lavaba las ollas, mientras caminaba. 1 8 V i d a P r o f u n d a Juntos, Lorenzo y el Señor cocinaban, realizaban las compras, fregaban los pisos, limpiaban las ollas y soportaban el desprecio de otros que se consideraban más importantes. El Hermano Lorenzo se habría llevado ese secreto a la tumba si no fuera por el P. Joseph de Beaufort, consejero del Arzobispo de París, quien recopiló sus recuerdos de cuatro conversaciones con el hermano y quince de sus cartas (la mayoría de ellas escritas a una misma persona). Estas fueron publicadas en forma de un pe- queño libro titulado La práctica de la Presencia de Dios. “La mejor regla para una vida santa” fue el subtítulo de la obra. De Beaufort relata que, cuando sostuvo sus conversaciones con el Hermano Lorenzo, este tenía unos cincuenta años, presen- taba una renguera marcada –herencia de su participación en la guerra– y tenía un aspecto “rudo en apariencia, pero gentil en gracia”. El Hermano Lorenzo murió en 1691, después de haber practi- cado por cuarenta años el ejercicio de la Presencia de Dios. A los ochenta y seis años de edad, partió para estar con su Señor. Pocas veces había salido del entorno del monasterio en el que trans- currió gran parte de su vida. No obstante, el legado que dejó se convirtió en uno de los clásicos de la literatura cristiana. A pesar de contener escasas treinta y tres páginas, ha sido reproducido en más idiomas y más formatos que cualquier otro libro, fuera de La Biblia. La vida de un humilde y pobre cocinero de monasterio sigue siendo, hasta el día de hoy, una de las más preciosas perlas en la historia del pueblo de Dios. El secreto de una vida plena en Dios es vivir al Señor todo el día, en todo lugar. H e r m a n o L o r e n z o 1 9 Parte práctica Experiencias de intimidad con Dios que nosotros también podemos vivir... • Experimentar a Dios en lo cotidiano. Lorenzo recobró dos cosas: a) la Presencia constante de Dios. Él descubrió que, cuando cocinaba, Dios estaba ahí, y él podía experimentar al Señor cocinando; y después, mientras arreglaba las san- dalias, experimentaba también al Señor. Fue el primero que recobró que Dios está interesado en lo cotidiano, en cada pequeña cosa. Este hombre fue quien inspiró a Jorge Müller, quien decía que, mientras estaba hablando con alguien, por dentro hablaba con el Señor. De esto se trata el primer re- cobro, de meter al Señor, de experimentarlo; pero no en el culto, o en una reunión de milagros solamente, sino desde que me levanto e, incluso, al estar dormido. “En realidad empecé a vivir como si Él y yo fuéramos los únicos en el mundo, algunas veces me tenía por un criminal y a Él por mi juez, otras veces pensaba que era mi Padre, siempre le adoré con tanta frecuencia como pude, teniendo la atención puesta en Su Santa Presencia. Cuando me distraía, forzaba mi mente a Él otra vez, esto era un ejercicio penoso, pero persistía incluso en medio de todas las dificultades, pero no me inquieté; hice de la Pre- sencia de Dios una práctica tanto de las horas corrientes del día como las horas designadas para la adoración, en todo momento, a toda hora, a todo minuto, incluso cuando estaba más ocupado aparté mi mente de todo lo que habría dificultado el sentimiento de la Presencia del Señor”. 2 0 V i d a P r o f u n d a • Ser conscientes de Su Presencia. Este es el segundo recobro que hace el Hermano Lorenzo y que debemos poner en prác- tica. Si pongo la mente en la carne es muerte pero, si está en el espíritu donde está Cristo, tengo vida. Es decir, si dirijo la mente al espíritu, soy consciente de Cristo, y toco su Pre- sencia real. Él mantenía una relación con el Señor a través de una conversación continua, estrecha, simple. Cuando le sucedía algo agradable, se lo contaba, y cuando había algo que no podía hacer, también se lo decía al Señor. Le pedía: “Hazlo tú”, y aplicaba Gálatas 2: 20: no yo, no mi fe, no mi ca- pacidad, sino todo lo Suyo. Volver a Cristo a cada momento, tomar consciencia del Señor, y decirle: “Eres hermoso, Señor, te amo”. • Experimentar Su reposo. Al tocar al Señor, entramos en Su descanso, en Su reposo. Él decía que perder el sentido de la Presencia de Dios era lo peor que podía sucederle. Cuando uno tiene un aumento de la consciencia del Señor y de lo co- tidiano, como lo expresaba David: “No quites de mí tu Santo Espíritu”, uno tiene un tesoro tan grande que ahora no quiere que ningún pecado ni dificultad ni problema ni nadie le robe esa comunión interna con el Padre • Descubrir Su hermosura. Él decía: “Estoy ausente de todo y estoy más consciente de Su amor”; “Cuánto más practico la Presencia del Señor, la comunión diaria, más fácil resulta”. 2 1 Andrew Murray C A P Í T U L O 3 Andrew Murray (1828–1917) nació en Sudáfrica, hijo de pa- dres misioneros de Escocia. Según los escritos encontrados se sabe que pasó una niñez feliz, en un hogar que enfatizaba tanto la vida espiritual como los tiempos de diversión. Su casa de la infancia era visitada por misioneros, y siempre había escu- chado a su padre orar por un avivamiento.A los diez años, fue enviado junto a su hermano John a la casa de unos tíos, a estudiar en Escocia, para luego continuar sus estudios en Holanda. Allí, a los dieciséis años, se convirtió al Señor. Pero, cuando terminó, debía decidir qué carrera elegiría para conti- nuar sus estudios, y eligió ser predicador del Evangelio. Luego de diez años de estudios, regresó a Sudáfrica. Allí, lo enviaron a una iglesia pequeña, en un territorio de unas 12.000 per- sonas, cuando él tenía solo veintiún años. Su delgadez y aparente 2 2 V i d a P r o f u n d a debilidad despertó dudas de si podría lidiar con la tarea. Pero como Él solía decir: “Solo Dios puede enseñarme a predicar”, allí fue. Sin ningún temor, comenzó a moverse misionando por zonas aledañas al pueblo, a realizar viajes misioneros que se hacían a caballo durante muchas horas y bajo climas muy duros. Así fue como luego de uno de esos viajes enfermó, y el médico le declaró que nunca más podría predicar, que se contentara con pasar la vida en un sofá. El tiempo pasó y a los veintiocho años se casó con Emma Ruther- ford, con quien tuvo diez hijos. Ya casado, junto a su familia, su mudó a otro estado a misionar: Worcester. Según lo describían sus hijas, A. Murray era muy duro consigo mismo. Decía: “No sé por qué todavía no puedo usar el poder de mi Señor en lugar de mis propias fuerzas”. Mientras tanto, en Sudáfrica se desper- taba un avivamiento como el que se había experimentado ya en Europa. De modo que lo que antes costaba, ahora, en el poder del Espíritu, se multiplicaba. Por ejemplo, él se había propuesto realizar una reunión de oración, y habían asistido solo cuatro personas; pero, cuando vino el avivamiento en 1860, el lugar no daba abasto, ya que gente de todas las edades y condiciones asistían a las reuniones de oración, se humillaban y, con gritos, se arrepentían. Andrew pensaba que el avivamiento vendría a través de la pre- dicación, pero ocurrió de otra manera, con sesenta jóvenes de la congregación. Al principio, por temer que fuera algo emocional, se opuso, pero se rindió al observar la fuerza con la que se soltó y los frutos que comenzó a ver: gente que se entregaba al Señor, A n d r e w M u r r a y 2 3 ciudades tibias e indiferentes a las cosas de Dios empezaban a respetar e interesarse por lo espiritual, por los milagros, etc. Quizás su búsqueda espiritual fue más profunda por las varias aflicciones físicas que soportó. Una de estas fue perder la voz durante dos años (de lo cual se sanó en Londres en un hogar de salud). A raíz de esta experiencia, su creencia sobre las sani- dades físicas cambió. Ahora creía que, según La Biblia, los dones milagrosos del Espíritu no se limitaban únicamente a la Iglesia primitiva. También sufrió accidentes que le causaron lesiones permanentes. A pesar de que vivía con dolor, su espíritu humilde siempre impactaba a los que interactuaban con él. Su preocu- pación más grande, en relación a los que lo oían predicar, era llevarlos más cerca de Cristo y que vivieran sus vidas en el poder de Él. Y, de hecho, muchos de sus libros y devocionales tratan específicamente sobre habitar con Cristo, conocerlo de cerca y pasar tiempo con Él. Sus años de aprendizaje a través del dolor fueron duros. Partió hacia su Patria Celestial pocos meses antes de cumplir los 89 años, el 18 de enero de 1917. En las iglesias que él pastoreaba, también las misiones eran siempre una prioridad. Estas se encargaron de enviar y apoyar a muchos misioneros. Antes de partir para estar con el Señor, Andrew Murray escribió ¡unos 250 libros y tratados! Las últimas palabras se las dirigió a su hija: “Ten fe en Dios, hija mía, nunca vayas a dudar de Él”. Dicen que murió, literalmente, orando. 2 4 V i d a P r o f u n d a Parte Práctica ¿Qué podemos poner en práctica y aprender de este hombre de Dios? Veamos… • La dependencia de Dios. Perder la voz para aquel que pre- dica es perder el instrumento, porque perder la voz es un aniquilamiento al gobierno del yo total: si no tienes la voz, no puedes hacer nada. Acerca de esto, Andrew Murray es- cribió un libro sobre la sanidad, contando su experiencia. Dios tardó dos años en sanarlo. Cuando le preguntaron por qué pensaba que no lo había sanado antes, respondía: “En esos dos años que no tuve voz aprendí a depender del Señor, y no cambiaría ese tiempo por nada. Yo sabía que el Señor haría el milagro, ya había orado y el milagro no venía, entonces entendí que Dios estaba queriendo formar algo en mí, y ahí mismo es cuando fui derribado. • Tener nuestra vida injertada en Cristo. Juan XV dijo: “Si yo soy la rama y el árbol es Cristo, ¿qué hace la rama? Nada. ¿Y cómo produce fruto la rama? Por la savia. ¿Y qué es la savia? Es la vida de Cristo. Entonces, si Cristo me da Su vida, lo único que yo debo hacer es no salirme de la vid, depender y mantenerme injertado a Él. Si lo hago, esa Presencia cons- tantemente estará fluyendo. • Aprender del trato personal con Dios. En el amor está escondida la Cruz. Ella es la expresión del amor. Andrew Murray oraba, pero Dios no lo sanaba, y buscaba… hasta que ese trato de Dios trajo un aumento en su vida, un A n d r e w M u r r a y 2 5 derrumbamiento personal. Ahora, una vez que tuvo la expe- riencia, entendió todo. • Proteger la Presencia. Para proteger la Presencia de Dios, necesitamos apagar de nuestro alrededor aquellas circunstan- cias que nos turban cuando estamos en Su Presencia. Murray tiene un libro llamado Esperar en Dios en el que recobró el principio que después todos usaron: “esperar en el Señor”. Poner un instrumental, una canción de adoración, y esperar. A veces debemos estar quietos, esperar, y conoceremos a Je- hová porque la espera mata la carne. A la carne no le gusta esperar. • Morir al orgullo. Andrew Murray en el libro sobre la hu- mildad expresa: El orgullo debe morir en ti o nada del cielo puede vivir en ti. La humildad más que la desaparición del yo es la visión de que Dios es todo. La humildad es el desplazamiento del yo por la entronización de Dios. En otra oportunidad escribió: La hu- mildad no es ser pequeño, la humildad es no ser. Dios da gracia al humilde y mira de lejos al soberbio, la puerta de entrada a la Presencia es la puerta de la humildad. 2 6 Ruth Paxson C A P Í T U L O 4 Ruth Paxson fue una mujer que se destacó como maestra de La Biblia, misionera y autora. Su vida comenzó en Manchester, Iowa, en 1889 y, aun siendo niña, aceptó a Cristo como su Sal- vador personal. Después de graduarse en la Universidad Estatal, pasó un año en el Instituto Bíblico Moody. Luego, se desempeñó como secretaria en una institución religiosa, y más tarde viajó como secretaria del Movimiento de Estudiantes Voluntarios. En 1911, partió hacia China como misionera, dedicándose a la evangelización y a la enseñanza bíblica. Durante la década de 1920, en China, Ruth impartió valiosas lecciones bíblicas para pastores, evangelistas y maestros, respon- diendo a una creciente demanda. Estas lecciones, solicitadas por amigos chinos y misioneros, se consolidaron en tres volúmenes para luego ser publicados en una edición de un solo volumen titulada Vida en el plano más alto. R u t h P a x s o n 2 7 Debido a razones de salud, la señorita Paxson dejó China y se trasladó a Suiza, donde continuó con la enseñanza bíblica en el continente europeo, disertando también en la Conferencia Bíblica de Keswick en Inglaterra. Durante quince años previos a la Segunda Guerra Mundial, junto con su amiga y compañera Edith Davis, también hábil maestra bíblica, ministraron La Palabra de Dios en diversos países, incluyendo Holanda, donde solo en Ámsterdam ofrecieron cuarenta y cinco clases bíblicas. El impacto del ministerio de testimonio y enseñanza bíblica de la señorita Paxson, expresado a través de sus libros, se extendió por todo el mundo. Su fallecimiento, el 1 de octubre de 1949, dejó un legado de sencillez al enseñar sobre Cristo yla santidad, marcado por su profundidad espiritual. Parte práctica A continuación, te comparto algunas de las vivencias y enseñanzas de los escritos que Ruth ha dejado: “El hombre natural no puede entender las cosas del espí- ritu, excepto que se las revele el Espíritu Santo. Por eso, cuando recibimos a Cristo, Cristo viene con Su vida y le da vida a nuestro espíritu. Ahora, mi espíritu ya es salvo, tengo vida eterna, mi alma va siendo salva, transfor- mada, y mi cuerpo lo será en el futuro. Este es un concepto muy lindo de revelación en el que mi espíritu ya es salvo, mi alma, mi mente, va siendo transformada o salva y mi cuerpo lo será cuando Cristo venga y tengamos un cuerpo inmortal. Ahora, Cristo gobierna porque el alma ha muerto. Y cuando el yo muere, Cristo gobierna y nos volvemos espirituales”. 2 8 V i d a P r o f u n d a Paxson hace referencia a cuatro cosas que tiene la gente espiritual: a. Viven en victoria porque Cristo es su victoria. b. Son transformados. A medida que crecemos, el alma comienza a expresar cada vez más a Cristo; ya no digo lo que pienso, lo que siento, lo que me parece; ahora mi mente expresa lo que Cristo piensa. El alma sería como un micrófono, pues saca la voz de Cristo; esta es una expresión de Cristo. c. Tienen fruto. d. Son santos. A lo largo de la historia de la Iglesia, no ha sido bien comprendido el concepto de santidad. Santidad no es por- tarse bien o no hacer algo malo, sino dejar que Cristo me go- bierne. Yo puedo hacer cosas buenas sin ser santo. ¿Por qué? Porque santo es Cristo. Es vivir Su santidad, entonces, puedo hacer muchas cosas, pero la carne para nada aprovecha. ¿Y cómo aplicamos todo esto a nuestra vida diaria? • No iniciar nada por nuestra cuenta. Si el Espíritu habla, habla; si el espíritu está callado, calla. Estemos constante- mente atentos a Cristo. • Volvernos siempre a Cristo. No hagas nada por tu cuenta. Cada cosa que comiences, pregúntale: “¿Qué quieres que haga, Señor?”, “¿Qué quieres que diga?”, “¿Qué quieres que piense?”. Y, si el Espíritu me dice que no escriba, no lo hago; si estoy hablando con alguien y me dice que me calle, me callo. Porque Él siempre te guía, siempre está obrando. • Cuidarnos de quienes nos rodean. Rodéate de gente con hambre de Dios. Hay personas que aumentan la Presencia, R u t h P a x s o n 2 9 mientras que otras la drenan. La curiosidad no trae aumento de Cristo. No tenemos que acercarnos a Cristo por curio- sidad o para saber algo o para recibir algo de Él, sino porque lo amamos y tenemos hambre de Su Presencia. La gente con hambre es la que hace que el río aumente; y, cuando el río aumenta, se lleva a los que están en la casa. Ya no tengo que decirles que se metan al río, sino buscar a la gente con hambre para que el río siga aumentando. • Cuando recibas algo nuevo de Dios, no trates de ense- ñarle a quien te está soltando esa revelación, porque allí habrás cerrado la posibilidad de aumento. • Sé un sirviente de Cristo. El alma tiene que morir al go- bierno para ser un sirviente muerto de Cristo. Es decir, Cristo es mi persona, Cristo es mi vivir, Cristo es mi Señor. Cristo ahora se expresa transformando mi alma, mis emociones, mis pensamientos, mi cuerpo, pero es Cristo quien se expresa a través de mí. 3 0 Charles Spurgeon C A P Í T U L O 5 Charles Spurgeon nació el 19 de junio de 1834 en Inglaterra. Este joven fue el primero de diecisiete hermanos, de los cuales nueve fallecieron. En su infancia, fue enviado a la casa de su abuelo, quien, al igual que su padre, era pastor. A la edad de cuatro años regresó a su casa, aunque regularmente visitaba a sus abuelos, donde tenía acceso a una gran biblioteca. Fue allí que Spurgeon cultivó su amor por la lectura. A los seis años, ya había leído El Progreso del Peregrino, una obra que releería cien veces más a lo largo de su vida. Spurgeon se describía a sí mismo como alguien que luchaba contra Dios siempre que podía. “Cuando mi madre me pedía que orara, no lo hacía; cuando me hablaba de un llamado al minis- terio, me negaba; y cuando oí la invitación que me hizo el Señor, me limpié las lágrimas y lo desafié a derretir mi corazón. Pero C h a r l e s S p u r g e o n 3 1 mucho antes de que yo comenzara con Cristo, Él había comen- zado conmigo”, afirmó. Su madre oraba en voz alta por cada uno de sus hijos, mencionán- dolos por su nombre. Cuando llegaba a Charles, sus oraciones se centraban especialmente en pedirle a Dios por su espíritu de- safiante y altanero. Él, por su parte, se resistía a entender que el arrepentimiento era la única puerta para acercarse a Dios y re- cibir la salvación. Hasta que una mañana de enero del año 1850 tuvo un momento clave en una pequeña capilla metodista. El predicador de la capilla no había podido llegar al culto, por lo que una de las personas que se congregaba allí pasó al púlpito y empezó a predicar sobre Isaías 45:22 diciendo: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”. De pronto, el predicador dirigió su mirada hacia el joven Spurgeon y le dijo: “Joven, mira a Jesucristo. ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira! ¡No tienes nada más que hacer, sino mirarlo y vivir!”. Fue en ese momento que Spurgeon comprendió que Dios no lo llamaba a hacer algo, sino a creer, y creyó. El 3 de mayo de 1850, recibió el bautismo por inmersión en River Lark, Isleham. Ese año, su familia se mudó a Cambridge, donde luego Charles se convirtió en maestro de la escuela dominical. A los 16 años, dio su primera predicación. Durante unos meses, predicó en los campos alrededor de la ciudad de Cambridge y en 1852 se convirtió en pastor de la Capilla Bautista de Water- beach, congregación que, a partir de su llegada, creció signifi- cativamente, llegando a tener más de cuatrocientos miembros. La capilla debió ser ampliada sustancialmente para poder al- bergar a todos los que querían escucharlo. Muchas personas ve- nían de lejos para oír sus sermones. Si bien tenía una apariencia muy joven, la predicación de Charles Spurgeon era madura y profunda. 3 2 V i d a P r o f u n d a En abril de 1854, asumió como pastor de New Park Street Chapel, y muy pronto la capilla no pudo albergar a la creciente congregación. Este éxito trajo controversia dado que, debido a su popularidad, sus sermones eran publicados en diarios tan im- portantes como el London Times y hasta en el New York Times, lo que lo puso en el centro del debate público. Los protestantes más conservadores criticaban su estilo dramático al contar his- torias de niños moribundos o pecadores arrepentidos, criticaban el hecho de que caminara en la plataforma o que usara el drama para ilustrar sus sermones. Spurgeon era ante todo un predicador, y en ese papel era in- superable. Tenía una gran habilidad para saber, casi instintiva- mente, cómo llegar a la gente común en un lenguaje que podían entender con toda claridad. Él era un maestro. Sin embargo, su aporte fue mucho más allá de su predicación y de la iglesia. Este gran hombre de Dios murió en la pobreza, porque prefería mantenerse con poco y dar generosamente a los que tenía a su alrededor. A su vez, fundó sesenta y seis ministerios con el dinero generado por la venta de sus libros y sus predicaciones. Estos ministerios incluyeron dos orfanatos, un fondo para libros, recolección de ropa, varios asilos, escuelas dominicales para ciegos y niños, y ministerios para policías y mujeres de la calle, entre muchos otros. Además, contribuyó significativamente a la construcción del Colegio de Pastores, que abrió sus puertas en 1855 y continúa funcionando hasta nuestros días. Allí ayudaba a los estudiantes necesitados y aportaba para el sostenimiento del lugar. Spurgeon apoyaba constantemente ministerios como el de vendedores am- bulantes, quienes vendían literatura cristiana a los pastores de toda Inglaterra, y siempre ayudaba espontáneamente a amigos y C h a r l e s S p u r g e o n 3 3familiares en dificultades financieras. Sus últimas cartas revelan que envió dinero, comida, y regalos a sus padres durante toda su vida. Como predicador, lo tenía todo, excepto buena salud. Sufría constantemente de diversas dolencias y a veces tenía episodios graves de depresión. La gota reumática finalmente le quitó la vida a los cincuenta y siete años. Predicó su último sermón en junio de 1891 y murió seis meses después. Su exposición bíblica, su relevancia cultural y su estilo apasionado lo hicieron conocido como el “príncipe de los predicadores”. El 31 de enero de 1892, cuando Charles Spurgeon murió, Lon- dres se puso de luto. Cerca de sesenta mil personas concurrieron a rendirle homenaje en el Tabernáculo Metropolitano. Alre- dedor de cien mil salieron a las calles mientras un desfile fúnebre de casi dos kilómetros de largo siguió a su carroza desde el Taber- náculo hasta el cementerio. Las banderas ondearon a media asta y las tiendas y los bares estuvieron cerrados. Es innegable la importancia de la influencia de un padre y de un abuelo piadoso, de una madre llena de oración, de las obras de los autores puritanos que siempre tenía a su alrededor y que devoraba con avidez, así como de la educación que recibió de un preceptor de escuela. Todos estos elementos desempeñaron un papel crucial durante los años formativos de la vida de Charles Haddon Spurgeon, el príncipe de los predicadores. Parte práctica Como hemos visto, a Spurgeon se lo llamó “El príncipe de los predicadores”. Este hombre escribió el libro Cheques del banco de la fe. Durante 20 años estudió los Salmos. Escribió siete tomos 3 4 V i d a P r o f u n d a que se compilaron en dos tomos y un comentario de toda La Biblia en el que Él se propuso predicar versículo por versículo. Leía seis libros por semana, un libro por día. Tenía una gran capa- cidad intelectual (aquí vemos la mente de Cristo). Su biblioteca contaba con 12.000 libros. Al mismo tiempo, tuvo la iglesia más grande del mundo. En aquel entonces, su templo albergaba a 5.600 personas. Escribió un hermoso libro llamado El ministerio ideal donde están recopiladas las charlas que dio para formar pastores. Aquí, en esta biografía, para la parte práctica, compartiremos las frases (cargadas de vida) de Spurgeon con el único fin de que puedas hacerlas vida y mueras a ti mismo para que puedas vivir completamente para Él. ◊ El único remedio del mundo es la Cruz. ◊ Nunca te gloriarás en Dios hasta que, antes que nada, Dios haya matado tu gloria en ti mismo. ◊ Debe haber un divorcio entre usted y el pecado o no puede haber un matrimonio entre usted y Cristo. ◊ Los cristianos no corren tanto peligro cuando son perse- guidos como cuando son admirados. ◊ No siempre podemos rastrear la mano de Dios, pero siempre podemos confiar en el corazón de Dios. ◊ Todo cristiano tiene la posibilidad de elegir entre ser humilde y ser humillado. ◊ Si algún hombre piensa mal de ti, no te enojes con él porque eres peor de lo que él cree que eres. C h a r l e s S p u r g e o n 3 5 ◊ Siempre que Dios quiere hacer grande a un hombre, lo rompe en pedazos primero. ◊ Usted y sus pecados deben separarse o usted y su Dios nunca se unirán. ◊ Si Cristo murió por mí no puedo jugar con el mal que mató a mi mejor amigo, el pecado. ◊ No se vuelva autosuficiente, la autosuficiencia es la red de Sa- tanás donde atrapa a los hombres como pobres peces tontos y los destruye; no sea autosuficiente, la manera de crecer fuerte en Cristo es volverse débil en uno mismo. ◊ Dios no derrama poder en el corazón del hombre hasta que el poder del hombre se derrama por completo. ◊ El hombre que está profundamente descontento consigo mismo, probablemente, se está convirtiendo rápidamente en la semejanza plena de Cristo. ◊ La humildad nos prepara para ser bendecidos por el Dios de toda gracia. ◊ El mayor gozo de un cristiano es dar gozo a Cristo. ◊ Debes mantener todos los tesoros terrenales fuera de tu co- razón, dejar que Cristo sea tu tesoro y dejar que Él tenga tu corazón. ◊ La mitad de nuestros temores surgen del descuido de La Biblia. ◊ No hay forma de pecaminosidad a la que seas adicto que Cristo no pueda eliminar. 3 6 V i d a P r o f u n d a ◊ La oración y la alabanza son los remos con los que un hombre puede remar en su barca las aguas profundas del conoci- miento de Cristo. ◊ No conozco mejor termómetro para tu temperatura espiri- tual que este: la medida de la intensidad de tu oración. ◊ Solo la oración que proviene del corazón puede llegar al co- razón de Dios. ◊ Si Dios enciende la vela, nadie puede apagarla. ◊ Sean tus pensamientos Salmos, tus oraciones incienso y tu aliento alabanza. ◊ A cada hora de cada día Dios nos está bendiciendo ricamente; cuando dormimos, cuando nos despertamos, Su miseri- cordia nos espera. ◊ Hay tres efectos de la cercanía con Jesús: humildad, felicidad y santidad. ◊ Nuestro gozo termina donde comienza el amor al mundo. ◊ Cuando no se sienta inclinado a orar, sea una señal para usted de que la oración es doblemente necesaria. (Una de las carac- terísticas de Spurgeon era orar La Palabra, él hablaba mucho de leerla. Se hizo un estudio en los EE. UU. y el 80% de los creyentes no leen La Biblia). ◊ Ore pidiendo oración. ◊ Prefiero enseñarle a un hombre a orar que a diez a predicar. ◊ El Evangelio es predicado a oídos de todos los hombres, pero solo viene con el poder para algunos. C h a r l e s S p u r g e o n 3 7 ◊ El poder que hay en el Evangelio no reside en la elocuencia del predicador, de lo contrario los hombres serían convertidores de almas; tampoco reciben la sabiduría del predicador, de lo contrario podría consistir en la sabiduría de los hombres. Podríamos predicar hasta que nuestras lenguas se pudrieran, hasta que agotáramos nuestros pulmones y muriéramos; pero nunca un alma se convertiría a menos que hubiera un poder misterioso que lo acompañara: el Espíritu Santo cam- biando la voluntad del hombre. Oh, señores, bien podríamos predicar a los muros de piedra como predicar a la humanidad, a menos que el Espíritu Santo esté con La Palabra para darle poder para convertir el alma. ◊ Una Biblia que se está cayendo a pedazos generalmente per- tenece a alguien que no lo está. ◊ Si Cristo no es todo para ti, entonces no es nada para ti. ◊ Llegará el momento en que, en lugar de pastores que ali- mentan las ovejas, la iglesia tendrá payasos entreteniendo a las cabras. ◊ La Palabra de Dios es el yunque en el que se rompen las opi- niones de los hombres. ◊ Cuánto más leas La Biblia y la medites, más te asombrarás. ◊ Cuando atraviesas una prueba, la soberanía de Dios es la al- mohada sobre la que apoyas tu cabeza. ◊ ¡Defender La Biblia! Preferiría defender a un león, no de- fiendas La Biblia, abre su jaula y déjala rugir. ◊ ¿No es un hecho asombroso que, mientras otros nos dejan y nos desamparan, Dios nunca lo hace? 3 8 V i d a P r o f u n d a ◊ Sin el Espíritu de Dios no podemos hacer nada, somos como un barco sin viento, somos inútiles. ◊ Cualquiera que sea su gozo mayor y tesoro, ese es su Dios. ◊ Una Biblia bien marcada es la señal de un alma bien alimen- tada. ◊ Si un hombre puede predicar un sermón sin el nombre de Cristo en él, debería ser el último sermón que predique. ◊ Es una buena regla no mirar nunca el rostro de un hombre por la mañana hasta que haya mirado el rostro de Dios. ◊ Es el asunto de toda la iglesia predicar todo el Evangelio a todo el mundo. ◊ La oración nunca puede ser excesiva. ◊ Una de las mayores recompensas que recibimos por servir a Dios es el permiso para hacer aún más por Él. ◊ Si no tienes muerte para pecado, tendrás pecado para muerte. ◊ No hay alternativa, si no mueres al pecado, morirás por el pecado; si no matas el pecado, el pecado te matará. ◊ Donde Dios se esfuerza tanto por enseñar, nosotros debe- ríamos esforzarnos por aprender. ◊ Todas estas palabras entraron en nuestro espírituy van a pro- ducir porque La Palabra es Cristo y nunca vuelve vacía. 3 9 Kathryn Johanna Kuhlman C A P Í T U L O 6 Kathryn Johanna Kuhlman nació el 9 de mayo de 1907, en Concordia, Missouri, Estados Unidos. Sus padres, Joseph y Emma, eran alemanes y ella era la tercera de cuatro hijos. Con solo 14 años, Kathryn se convirtió al cristianismo en 1921, en una reunión de avivamiento celebrada en una Iglesia Metodista. Al llegar a su casa, tal era la emoción que sentía que fue y se lanzó sobre su padre —que estaba de pie en la cocina y con quien com- partía todo— y le dijo: “Papá, ¡Jesús ha entrado en mi corazón!”. Sin embargo, su padre, sin mostrar ninguna emoción, solo dijo: “Me alegro”. Al contar sobre su vida, Kathryn recuerda que nunca estuvo real- mente segura de si su padre había comprendido en verdad lo que le había dicho. De joven, Kathryn también se destacaba por su “independencia y autoconfianza y su deseo de hacer las cosas a su manera”. Se las arreglaba para manejar a su padre, y conseguía casi cualquier cosa que deseara de él. Quizás esta decisión no lo 4 0 V i d a P r o f u n d a había sorprendido tanto. Según Kathryn, la disciplina siempre estaba a cargo de su madre, una mujer dura, que nunca la elo- giaba ni le daba muestras de afecto. Pero nunca sintió que le faltara amor o que no fuera deseada. Su padre le daba todo el afecto y el amor que necesitaba. Una amiga suya la describe con estas palabras: “Facciones grandes, pelirroja, con pecas. No podía decirse que Kathryn fuera bella. No era femenina ni atrayente físicamente en ningún sentido de la palabra. Era más alta que el resto, larguirucha y de contextura masculina”. Su papá era el dueño de un establo y quien le enseñó los princi- pios del comercio. A ella le encantaba ir con él cuando visitaba a sus clientes para cobrar y, años más tarde, reconocería que había aprendido de él todo lo que sabía sobre organización y negocios. Sin embargo, para Kathryn, asistir a la iglesia era tan importante como ir a trabajar. Mientras fue adolescente, su madre enseñaba en las reuniones de jóvenes de la Iglesia Metodista. A pesar de ser considerada “una excelente maestra” del grupo de jóvenes de su iglesia, aparentemente, su mamá no nació de nuevo, sino hasta 1935, en una de las reuniones que su hija realizó en Denver, Colorado. En esa ocasión, Kathryn había invitado a su madre a la campaña. Terminada la primera reunión, la evange- lista fue al cuarto de oración, situado detrás del púlpito, para orar por aquellos que habían respondido a la invitación. Unos pocos minutos después, su madre entró en ese mismo cuarto y dijo que quería conocer a Jesús como su hija lo conocía. Ella extendió su mano posándola sobre la cabeza de su mamá y en ese preciso K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n 4 1 instante, la mujer comenzó a temblar y a llorar. Emma levantó la cabeza y comenzó a hablar en lenguas. Kathryn cayó de rodillas junto a ella, llorando y riendo al mismo tiempo. Cuando su madre abrió los ojos, se tiró sobre los brazos de su hija y la abrazó fuerte- mente. Era la primera vez que su madre la abrazaba. Conozcamos un poco más acerca de su familia… Su hermana Myrtle se había casado con un evangelista itinerante del Instituto Bíblico Moody, Everett B. Parrott, y les pidió a sus pa- dres que permitieran a Kathryn acompañarlos durante el verano. Kathryn ayudaba en los servicios compartiendo su testimonio en las reuniones de avivamiento. Allí pasó cinco años, preparándose para lo que sería la base de su propio ministerio. Trabajaba en la casa para aliviar cualquier carga que su presencia pudiera significar, y pasaba muchas horas leyendo y estudiando La Palabra. Luego con- tinuó con ellos cinco años más, durante los cuales fueron influen- ciados por el Dr. Price, evangelista canadiense, quien les enseñó acerca del bautismo del Espíritu Santo, con quien, como resultado iniciaron un ministerio de sanidad. En 1933, Kathryn y su amiga, la pianista Helen Gulliford —quien ministraba la adoración— decidieron ir hacia Colorado, donde celebraron reuniones en un almacén durante seis meses. Luego fueron a Denver y comenzaron a celebrar reuniones en otro almacén. En 1935 se trasladaron a un garaje abandonado, al cual lo de- nominaron “El Tabernáculo de avivamiento de Denver”. Allí, los diferentes programas del ministerio empezaron a crecer: la escuela dominical, la sociedad de damas y un programa de radio de quince minutos llamado “Sonriendo a pesar de…”, en la estación KVOD. 4 2 V i d a P r o f u n d a Durante el año 1933, la depresión económica estaba en su punto más alto. Sin embargo, ella creía que, si servimos a un Dios de re- cursos limitados, entonces estamos sirviendo al dios equivocado. Kathryn vivía por el principio de fe y confiaba en Dios. Por eso, le pidió a alguien que fuera a Denver y actuara como si tuvieran un millón de dólares. Le dijo: “Ve a Denver. Alquila el edificio más grande que encuentres. Consigue el mejor piano disponible para Helen. Llena el local de sillas. Manda a publicar un anuncio grande en el periódico y haz propaganda por radio, en todas las emisoras. Este es el negocio de Dios, y vamos a hacerlo a su ma- nera: ¡a lo grande!”. El tiempo pasó y, en 1937, conoció al evangelista Burroughs A. Waltrip con quien contrajo matrimonio algún tiempo después, con efectos devastadores para el ministerio, porque Waltrip había dejado a su esposa e hijos en Texas, y recientemente su esposa había obtenido el divorcio. En muy poco tiempo, la ro- mántica relación entre Kathryn y Waltrip, a quien ella llamaba “Mister” se hizo pública. Helen y otros amigos de Denver tra- taron de persuadirla de que no se casara con el apuesto evange- lista, pero ella insistía en que su esposa lo había dejado, lo cual lo hacía libre para casarse nuevamente. Ella decidió creer la historia que Waltrip contaba; no obstante, mientras preparaban la boda, su corazón estaba constantemente turbado. No tenía paz en su espíritu. La mayoría de la gente decía que “Mister” no amaba a Kathryn en absoluto. Lo que amaba era su capacidad para atraer multitudes y reunir fondos, ya que este hombre era bien cono- cido por su codicia y su estilo de vida extravagante. Antes de la fecha decidida para el matrimonio en Mason City, Kathryn les comentó el tema a sus amigas y les dijo: “Es que no logro encontrar la voluntad de Dios sobre este tema”. Las K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n 4 3 mujeres trataron de convencerla de que esperara y buscara tener paz en Dios. Pero no las escuchó. A pesar de los ruegos de los amigos, Kuhlman y Waltrip se casaron en 1938, dando inicio a un período en el que ambos perdieron sus ministerios. Después de seis años de casados, ella finalmente lo dejó en 1944 y, en 1948, Waltrip se divorció de ella. Esa decisión fue crucial en su vida, y ella lo cuenta así: “El día que decidió ponerle punto final, ese sábado a las cuatro de la tarde, morí en ese callejón sin salida. Fue la voluntad de Dios para mi vida. Hoy puedo llevarte a una calle sin salida en cierta ciudad, en un determinado estado, donde rendí todo a Cristo: mi cuerpo, mi alma y mi espíritu. Caminando por allí, con lágrimas corriendo por mis mejillas, por primera vez en mi vida, fui toda de Él y nada de mí. Cuando rendí total y completamente todo a Jesús, el Espíritu Santo tomo ese vaso vacío, y eso es todo lo que Él pide. ¡Ese día fue el amanecer del día más grande de mi vida! No tuve un ministerio real hasta ese día que caminé por esa pequeña calle sin salida, y me rendí por entero a Él”. A partir de ese momento, ella nunca más se apartó del llamado de su vida, nunca se desvió de la senda que Dios había trazado para ella, y nunca más volvió a ver a “Mister”. Luego de su separación, el primer lugar al que Kathryn visitó fue la ciudad de Franklin, Pennsylvania, donde trabajó arduamente para restablecer su ministerio de predicación. Antes de orar por 4 4 Vi d a P r o f u n d a sanidades, ella era una evangelista cuya predicación se limitaba al mensaje de salvación; pero ahora predicaba sobre sanidad y lla- maba a la gente al frente, no solo para recibir a Cristo, sino tam- bién para ser sanada. En 1947, Katrhyn predicó su primera serie sobre el Espíritu Santo. Durante la primera reunión, una mujer fue sanada de un tumor mientras escuchaba la predicación, y más adelante también se sanó un hombre. Estos acontecimientos marcaron el principio de su ministerio de sanidad. Al transcurrir los días, debido a las asombrosas sanidades que ocurrían en sus servicios, fue siendo reconocida a través de los programas de televisión que empezaron a difundir desde 1965 en el CBS, de los artículos publicados en las revistas “Christia- nity Today” y “Time” y de las entrevistas televisivas con Johnny Carson y Mike Douglas, entre otros. A medida que su ministerio se desarrollaba, Kathryn comenzó a poner menos énfasis en la fe, y más y más en la soberanía del Espíritu Santo. En sus reuniones no había tarjetas de oración, ni carpas para los inválidos, ni largas filas de personas enfermas que esperaban que ella les impusiera las manos. Tampoco acusó a los que no recibían sanidad de ser débiles en la fe. Parecía que las sanidades se produ- cían en todo el auditorio mientras la gente estaba simplemente en sus asientos, concentrados en Jesús, con la mirada puesta en el cielo. Era común que los tumores se disolvieran, los cánceres se esfumaran, los ciegos vieran y los sordos oyeran. Las migrañas eran sanadas instantáneamente. Aun los huecos en los dientes eran rellenados por intervención divina. Otra vez, una mujer, que había estado paralítica y confinada a una silla de ruedas durante doce años, caminó hacia la plataforma sin ayuda de su esposo. En cierta ocasión, un niño de cinco años, paralítico de nacimiento, caminó hacia la plataforma sin ayuda de nadie. En Filadelfia, un K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n 4 5 hombre, al que le habían colocado un marcapasos ocho meses antes, sintió un dolor intenso en su pecho cuando Kathryn le impuso las manos. Al llegar a su casa, descubrió que la cicatriz de la operación se había borrado, y no estaba seguro de si el marca- pasos funcionaba. Más tarde, cuando el médico ordenó tomarle algunas radiografías, descubrieron que el marcapasos había des- aparecido ¡y el corazón estaba totalmente sano! Sería imposible dar una lista de los milagros que se produjeron a través del minis- terio de Kathryn. Y aunque hubo miles y miles de milagros en su ministerio, el mayor milagro, para Kathryn, era que una persona naciera de nuevo. Muchas veces, en los comienzos de su ministerio, durante esos primeros años, las comodidades eran “escasas”, por decirlo de alguna manera. En cierta ocasión, la familia con quien debía alojarse no tenía ningún cuarto donde ella pudiera dormir, así que tuvieron que acondicionar el gallinero. Kathryn solía decir que ella hubiera dormido sobre una parva de paja, porque era tan grande su necesidad de predicar. Años después comentaría, riendo, que algunas veces cerraba con llave la puerta para no dejar salir a la gente hasta asegurarse de que todos habían sido salvos. Era una broma, por supuesto; pero lo que era cierto era que se quedaba junto al púlpito hasta la madrugada y oraba con cualquier persona que se hubiera quedado dando vueltas por allí. Otros lugares donde Kathryn se alojó quizás hayan sido más lim- pios que aquel gallinero, pero no estaban mejor calefaccionados. En aquella época, los cuartos de huéspedes no tenían calefac- ción. Años más tarde, ella recordaría que solía acurrucarse bajo una pila de mantas hasta calentar la cama. Cuando lo lograba, se ponía boca abajo y estudiaba La Palabra durante horas. Así era la profundidad de cómo esta mujer amaba predicar de Cristo, no había condiciones ni requisitos para hacerlo. Ella siempre 4 6 V i d a P r o f u n d a decía que cualquiera puede tener al Espíritu Santo obrando en su vida... si está dispuesto a pagar el precio. Esta preciosa mujer nunca intentó explicar por qué algunos reci- bían su sanidad, y otros no. Ella creía que la responsabilidad era de Dios. Le agradaba referirse a sí misma como “vendedora”, no como “gerente”. Cualquier cosa que la Gerencia decidiera hacer, ella estaba obligada a obedecer. Pero solía decir que esa era una de las primeras preguntas que le haría a Dios cuando llegara al cielo. El último culto de milagros de su ministerio fue realizado en el Auditorio Shrine de Los Ángeles, California, el 16 de noviembre de 1975. Mientras Kathryn abandonaba el auditorio, una em- pleada de su oficina de Hollywood vio algo que nunca olvidaría: Kathryn caminó en silencio hasta el final de la plataforma. Una vez allí, levantó la cabeza y recorrió lentamente con su mirada la planta alta de asientos, como si estudiara a cada uno, durante un tiempo que pareció una eternidad. Luego bajó la mirada a la segunda sección, siguió cada fila y cada asiento con la mirada. Finalmente estudió detalladamente cada uno de los asientos de la planta baja. Solo podemos imaginar lo que pasaba por la mente de Kathryn: los recuerdos, las victorias, las sanidades, las risas, las lágrimas. ¿Sería posible que ella supiera que jamás volvería a pisar la plataforma? ¿Sería posible que en ese momento estuviera despidiéndose de su ministerio terrenal? Oral y Evelyn Roberts estuvieron entre las pocas personas a las que se permitió visitar a Kathryn en el Centro Médico. Cuando entraron a su cuarto y se acercaron a su cama para orar por su sa- nidad, Oral recuerda que sucedió algo muy importante: “Cuando Kathryn se dio cuenta de que estábamos allí para orar por su re- cuperación, extendió sus manos como formando una barrera y K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n 4 7 las levantó hacia el cielo”. Evelyn Roberts miró a su esposo y dijo: “No quiere que oremos. Quiere irse a casa”. “El mundo me ha llamado tonta por haberle dado mi vida entera a Alguien que nunca he visto. Sé exactamente lo que voy a decir cuando esté en Su Presencia. Cuando mire el maravilloso rostro de Jesús, tendré solo una cosa para decir: ‘Lo intenté’. Me entregué lo mejor que pude. Mi redención será completada cuando me encuentre frente a quien todo lo hizo posible”. Su corazón estaba totalmente entregado al Señor. Ese fue el se- creto de su ministerio. Su corazón estaba “fijo” en Jesús. Estaba decidida a serle fiel a Él y a no contristar al Espíritu Santo. Solo tres semanas después de ese día de noviembre, Kathryn agoni- zaba en el Centro Médico de Oklahoma, después de una opera- ción a corazón abierto. Parte práctica Veamos en profundidad la parte práctica de este legado espiritual que hoy podemos hacer nuestro… • Ser leales y fieles a Dios. Cuando le preguntaron a Kathryn qué es lo que mantiene a una persona dedicada a su llamado, ella respondió: 4 8 V i d a P r o f u n d a “Su lealtad. Esta palabra tiene muy poco significado en la actualidad, porque se la practica muy poco. La lealtad es algo intangible. Es como el amor. Solo se la puede entender al verla en acción. El amor es algo que se hace, y eso tam- bién se aplica a la lealtad. Significa fidelidad. Significa compromiso. Significa devoción. Mi corazón está deci- dido. Voy a ser leal al Señor, a cualquier costo, a cualquier precio. La lealtad es mucho más que un interés casual en alguien o algo. Es un compromiso personal. En un análisis final, significa: Aquí estoy. Puedes contar conmigo. No te fallaré”. En los primeros años de su ministerio, podemos ver dos carac- terísticas que Kathryn desarrolló: dedicación y fidelidad a Dios y a su pueblo. Ella creció y extendió su entendimiento espiritual a partir de ese fundamento básico de carácter que desarrolló muy tempranamente en su vida. Con gran sentido del humor, contaba que, después de predicar cuatro o cinco sermones, se preguntaba: “¿Sobre qué más puedo predicar?No hay nada más en La Biblia. Ya agoté toda la provisión de sermones. Realmente no se me ocurre ningún otro tema sobre el que pueda predicar”. “Desde el primer sermón que prediqué en Idaho (Zaqueo subido al árbol, y Dios sabe que, si había alguien subido a un árbol, era yo), supe solo una cosa: estaba entregada a las cosas de Dios. Jesús era real para mí. Mi corazón estaba decidido”. K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n 4 9 • Ser un vaso rendido. “Dios no busca vasijas de oro ni vasijas de plata, Él busca vasijas dispuestas”, decía. Si algo sabía Ka- thryn es que la carne para nada sirve. Ella tenía una percep- ción de sí misma, antes, durante y después de la ministración, de que no era nada. Porque la luz nos muestra siempre dos caras: nuestra carne (que no sirve), es decir, ilumina esa inuti- lidad y, al mismo tiempo, nos muestra la grandeza del Señor. Cristo crece cuando yo decrezco; cuando sé que no sirvo, entonces Cristo aumenta. Ella solía decir: “Cuando no tienes nada y admites que no tienes nada, en- tonces es muy fácil mirar hacia arriba y decir: ‘Señor Jesús, si no puedes tomar nada, úsalo. Toma mis manos, toma mi voz, toma mi mente, toma mi cuerpo, toma mi amor: es todo lo que tengo. Si puedes usarlo te lo doy’”. “No son vasos de oro lo que Él pide, no son vasos de plata; son vasos rendidos”. “El secreto es rendirse al Señor”. “Querido Dios, a menos que Tú me unjas y me toques, yo no soy nada”. “Cuando la carne se interpone en el camino, yo no tengo ningún valor”. “Muero mil muertes antes de subir a la plataforma”. 5 0 V i d a P r o f u n d a Y, a su vez, imaginaba lo que le diría al Señor cuando estuviera en el cielo: “Querido Jesús, lo intenté, no hice un trabajo perfecto, porque era humana y cometí errores, hubo fallas, lo siento, pero lo intenté. Él lo sabe”. • Morir en al Altar cada día. Cuando yo más muero en el Altar, más me esperan en el Lugar Santísimo los dones y demás. “El problema”, decía Kathryn, “es que el 99% de no- sotros queremos nuestra voluntad y no la Suya”. Y agregaba: “Solo cuando me olvido de mí, la gloria aparece”. “No ten- drás nada de Dios si no pagas el precio, no te dará nada de Él, si no pagas el precio; y el precio es todo”. “Él tomará la vasija cedida y la usará para Su gloria, eso es todo lo que Él pide; sé un recipiente cedido, Él te tomará la cabeza, Él te dará la un- ción, Él será tu defensa, Él será tu seguridad”. • Ser como una vasija vacía. Kathryn se definía a sí misma como una vasija vacía, al igual que muchos otros hombres de Dios lo hicieron. Ella decía: “Hay un lugar donde uno se entrega completamente a Dios; cuando entregas todo tu ser a Él, tu cuerpo, tu mente, tus labios, tu voz, tu consciencia, te conviertes en un recipiente completamente rendido, y eso es lo que Él usa para realizar Sus poderosas obras”. Se trata de no tener nada, de no valer nada, solo de estar llena de Él. Y ex- plicaba en sus predicaciones: “Hay quienes dicen que tengo el don de curación, el don de fe… Sin embargo, no profeso tener ni un solo don del espíritu, sostengo que sí el Espíritu Santo ha honrado mi vida y es que me ha dado la Presencia de K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n 5 1 Su Presencia. El regalo que yo porto es la Presencia del Espí- ritu Santo; por eso, sospecho cuando alguien se me acerca y me dice: ‘Yo tengo el don de profecía, yo tengo el don de sa- nidad’. Ahí mismo, yo sospecho, yo no tengo nada, yo tengo el regalo del Espíritu Santo. Porque, cuando piensas que lle- gaste, no hay nada más de Dios para tu vida; esa es la razón por la que nunca digo que tengo un don en particular, solo hay un regalo, y el regalo es Cristo”. Y otras veces decía: “Mi cuerpo es un recipiente vacío para ser usado por el Espíritu Santo. Cuando yo más me vacío, Dios más me da”. “No tengo virtud curativa, nunca he curado a nadie, no tengo poder para sanar”. De la misma manera, en una ocasión Pedro y Juan dijeron: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy”. ¿Qué les estaban impartiendo los apóstoles al paralítico? No había nada en ellos que pudieran dar que le sirviera (la plata y el oro son símbolos de la vida humana), solo podían darle la vida de Cristo. • Tener mentores de fe. Algo interesante para destacar en la vida de Kathryn Kuhlman es que ella siguió a Madame Guyon y a Fenelon, entre otros. Todos estaban encadenados y todos se escuchaban. Es como si la revelación, la Presencia de Dios, se fuera construyendo sobre ciertas voces de gente con Vida Profunda, no de cualquier voz y de cualquier prédica. Ella solía decir: “Cuando caves más profundo, encontrarás tesoros más profundos”; y Kathryn, en el Lugar Santo, descu- bría cada día cosas nuevas del Señor. • Vivir en oración. A Kathryn le sorprendía que la gente le pidiera que le enviara por escrito las oraciones, como si estas tuvieran cierto poder… Ella enseñaba que de nada sirve orar antes de empezar, uno debe vivir en oración. Al orar o ver a 5 2 V i d a P r o f u n d a alguien, ella se olvidaba de todo y de todos, nada más existía. Es decir, solo estaba allí Cristo, Su Presencia. Este mismo principio también lo tomó George Muller, quien decía: “Yo no oro, yo vivo en el espíritu de la oración”. “Orar es mucho más que decir una oración, es mucho más que una tarea, es vivir en la oración”. • A más muerte, más poder. Benny Hinn dice que, para ser sanados, debemos decir: “Señor, me rindo a Ti”. K. Kuhlman enseñaba que no es necesario gritar y contaba que, en un tiempo, cuando había comenzado en la ciudad, tenía un viejo modelo Ford T. El auto era lo más poderoso en el camino, pero también lo más ruidoso del mundo; y, cuanto más ruido hay, más problemas hay. Y decía: “Gran parte de nuestro ruido es un sustituto del poder”. En las reuniones, durante los momentos de silencio, descubrió el principio de la quietud: cuando estamos quietos en el Lugar Santo (porque es el lugar de silencio, y el Lugar Santísimo de más silencio). Antes el sacerdote salía, la gente que estaba esperando fuera del Ta- bernáculo era perdonada y la paz era sobre ellos; cuando mo- rimos, hay más poder de Dios. • Amarnos como Cristo nos amó. Cuando alguien la miraba, solía pedirle al Señor que Su amor fluyera en esa persona. No reprendía, ni cortaba maldiciones, solo recordaba que estaba atada al Altar, y el amor de Cristo fluía de ella. No se trataba de la palabra profética que había en ella, tampoco de hacer las cosas bien, sino del amor del Señor que es el que hace la tarea. Podemos tener la mejor banda, pero no liberar la vida de Dios en la adoración. Esto es lo que Kathryn decía: “Lo amo, yo no soy nada, dependo de Él”, y de allí fluía Su amor hacia esa persona. Su oración era: “Señor maravilloso, perdóname, no K a t h r y n J o h a n n a K u h l m a n 5 3 sé cómo orar mejor y, mientras digo estas palabras, hay un amor sobrenatural: el amor de Dios en mi corazón que sale de mí”… En una ocasión una joven se acercó y le comentó: “Mi mamá la ama, disfruta, el Señor la sana, no se pierde ni una reunión y es bendecida. Ella es rusa, no entiende inglés, pero quiere que le exprese esto”. Porque no se trata del lenguaje humano, es la obra del Espíritu Santo saliendo de nosotros de manera divina. • Pagar el precio cada día. “Nunca se paga el precio una sola vez. Es algo que comienza con un compromiso inicial y un acto de decisión de seguir a Dios cada día de tu vida”, decía. Y agregaba: “Ten cuidado de la persona, ya sea miembro de tu familia, o compañero de trabajo, o empleado tuyo, que no puede decir: ‘Lo siento’. Descubrirás que esa persona es muy egocéntrica. Esta es la razón por la que me has oído decir diez mil veces que la única persona a la que Jesús no puede ayudar, la única persona para la que no hay perdón de pecados, es aquella que no puede decir: ‘Me arrepiento de mis pecados’. (...) Una persona tan egocéntrica generalmente atrae hacia sí las enfermedades como si fueraun imán”. 5 4 Smith Wigglesworth C A P Í T U L O 7 Smith Wigglesworth nació el 8 de junio de 1859 en un pe- queño pueblo en Inglaterra. Sus primeros años de vida estu- vieron marcados por la pobreza y el analfabetismo. Su abuela, una fiel seguidora del Señor Jesucristo, siempre se aseguró de que él asistiera a reuniones cristianas. Sin embargo, la primera en convertirse fue su mamá Martha. A pesar de no saber leer ni escribir, Smith empezó a tener la costumbre de llevar siempre una copia del Nuevo Testamento. A sus tempranos diecisiete años, conoció a un hombre de Dios en una fábrica que lo acogió como aprendiz y le enseñó el oficio de plomero. También le habló sobre lo que La Biblia enseña sobre el bautismo en agua, y poco después, con mucho gusto, Smith obe- deció y fue bautizado. Rápidamente, un año más tarde, decidió que era el momento de establecerse por su cuenta. Si bien se fue a la casa de un plomero en busca de un trabajo, al comienzo nadie S m i t h W i g g l e s w o r t h 5 5 lo contrató, pero luego alguien que observó “algo diferente” en él le dio una oportunidad. Dos años después, Smith se trasladó a la ciudad de Liverpool para darle un nuevo impulso a su vida. Fue en el puerto inglés donde comenzó a ministrar a los niños hambrientos de la ciudad que se acercaban a él para escuchar el Evangelio. Hizo su mejor esfuerzo para alimentarlos y vestirlos con las ganancias de su empleo como plomero. Y no solo se conformaba con enseñarles a los más pequeños, sino que también visitaba hospitales y barcos para llevar La Palabra. A su vez, el Ejército de Salvación también lo invitaba con frecuencia para que hablara en las reuniones. En esta época fue que conoció a una joven mujer, socialmente acomodada. Su nombre era Mary Jane Featherstone, pero todo el mundo la llamaba “Polly”. Con los años, entre ellos, nació un romance que terminó en un feliz matrimonio consumado el 2 de mayo de 1882. Ella tenía veintidós años y él, veintitrés. Smith aprendió a leer después de casarse con Polly. En sus treinta años de matrimonio, tuvieron cinco hijos. Uno de los grandes atributos de la vida de Smith Wigglesworth fue su esposa. Polly era tan fuerte, o más algunas veces, que su esposo. Dios comenzó a usarla para salvar a los perdidos, a tal punto que los ministros metodistas la llamaban a evangelizar en sus iglesias, y cientos de personas se convirtieron con su mi- nisterio. El poder de Dios descansaba poderosamente sobre ella. En una ocasión, Smith, empujado hacia el púlpito, asistió a un culto en una iglesia donde se ministraba sanidad divina. Estando allí, observó las maravillosas sanidades que se producían, y su corazón se conmovió. Comenzó así a buscar a los enfermos en 5 6 V i d a P r o f u n d a su ciudad, Bradford, y pagaba sus viajes para ir a las reuniones de sanidad. Su búsqueda era permanente y así fue como a los 48 años, en 1907, recibió el bautismo del Espíritu Santo. Un hombre con una presencia imponente que irradiaba autoridad, lleno de la compasión, del amor y de la fe en Dios, desafiaba a sus oyentes a tener hambre y sed de la Presencia del Todopoderoso. Decía: “Nada en el mundo puede fascinarnos tanto como estar cerca de Jesucristo”. Era particularmente generoso: con los hermanos, con las iglesias y especialmente con los pobres. Solía ofrecer cenas especiales para personas muy pobres basándose en las palabras de Jesús en Lucas 14:13-14: “Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado”. En estas cenas muchas personas se convertían. Todo parecía que andaba sobre rieles, sin embargo, también el dolor tocó su vida. Uno de los dolores más grandes lo sorprendió. Mientras esperaba en la estación del tren para partir hacia Es- cocia, recibió una noticia devastadora. Polly se había desplo- mado a causa de un ataque cardíaco mientras regresaba de la obra misionera de la calle Bowland. Smith corrió a su lado y des- cubrió que su espíritu ya había partido para estar con el Señor. No dispuesto a aceptarlo, inmediatamente reprendió a la muerte y su espíritu regresó, pero solo por un breve tiempo. Entonces, el Señor le dijo: “Yo deseo llevarla a casa conmigo ahora”. Así que, con el corazón destrozado, Smith dejó en libertad a su compa- ñera, aquella a la que había amado tantos años, para que fuera con el Señor. Polly Wigglesworth sirvió al Señor hasta el último minuto de su vida, el 1° de enero de 1913. Algunos dicen que, después de su muerte, Smith pidió una doble porción del Espí- ritu. A partir de ese momento, su ministerio tuvo aún más poder. S m i t h W i g g l e s w o r t h 5 7 Luego viajó intensamente predicando La Palabra de Cristo hasta poco antes de su muerte. Como un viajero incansable, llevó La Palabra del Señor a Suecia, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, India, Ceilán y varios países de Europa y diversas islas del Océano Pacífico. Hombre de doctrina férrea como el metal, atestiguaba que Dios lo había sanado de apendicitis y gran parte de su labor misionera se centró en la curación por fe que despertó el interés de la prensa internacional. En sus diversas biografías se detalla que regresó de la muerte a varias personas, entre ellas a su propia esposa Polly. Smith siempre creyó en el poder del nombre de Jesús. Oraba y ayunaba con frecuencia y se rodeaba de personas que sabía que amaban orar. Hizo de este su único criterio para invitar a per- sonas a acompañarlo cada vez que era llamado a ministrar en pri- vado a los enfermos críticos o poseídos por demonios. En ciertas ocasiones, deseaba que los intercesores oraran de manera dife- rente, ya que, cuando esperaban que la gente muriera, a menudo le pedían a Dios que consolara a los parientes sobrevivientes. Pero, este hombre, sin embargo, quería que la gente le pidiera a Dios que liberara y prolongara la vida, ¡y por eso oraría en silencio para que Dios los callara! Tal es así que, en muchas ocasiones, animó a su equipo de ora- ción a decir solo el nombre de Jesús. Repetir el nombre de Jesús dio muchos frutos, y Smith confesó haber visto al Señor en mu- chas ocasiones. Fue en este punto que a menudo se producían avances, y los enfermos eran sanados o los poseídos por demonios eran liberados. 5 8 V i d a P r o f u n d a Smith creía en el uso del aceite de unción, y muchos fueron sa- nados instantáneamente cuando fueron ungidos. Un caso mi- lagroso fue el de la Sra. Clark, que estaba en su lecho de muerte cuando él la conoció. La ungió con aceite y oró, pero no pasó nada hasta que Jesús entró en la habitación. Tanto ella como Wigglesworth vieron a Jesús, y fue en ese momento que ella fue sanada. No obstante, aunque los ojos de Wigglesworth habían visto muchos milagros y sanidades instantáneas, él mismo no recibió esos milagros. En 1930, cuando ya tenía setenta años, sufría de tremendos dolores. Oró, pero no recibió alivio, así que fue a ver a un médico, que después de sacarle algunas radiografías le dio un diagnóstico de un caso severo de cálculos en el riñón en un estado avanzado. Su única esperanza era una operación, dado que, según el médico, si continuaba en este doloroso es- tado, moriría. Pero Smith le respondió: “Doctor, el Dios que creó este cuerpo es quien puede sanarlo. Ningún cuchillo me cortará mientras yo tenga vida”. Smith pensó que este sufrimiento aca- baría pronto, pero duró seis largos y dolorosos años. Durante ese tiempo, nunca dejó de asistir a las reuniones progra- madas, con frecuencia ministraba dos veces por día. En algunas reuniones, oraba por hasta ochocientas personas mientras se re- torcía de dolor él mismo. A veces abandonaba el púlpito cuando el dolor se volvía insoportable, para luchar en el baño mientras despedía otra piedra. Luego regresaba a la plataforma y conti- nuaba con la reunión. Con frecuencia se levantaba de su propia cama para ir a orar por la sanidad de otros. Muy pocos sabían que él mismo estaba