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Un viejo álbum lleno de vida
Las huellas del pasado
Cada uno de nosotros guarda recuerdos que nos gusta rememorar. También nuestros padres o nuestros abuelos recuerdan sucesos y modos de vida que no hemos vivido, porque son anteriores a nuestro nacimiento. Pero ese recuerdo es muy limitado, ya que los más antiguos datan de apenas cincuenta o cien años. Para poder remontarse mucho más atrás, los hombres han intentado reconstruir ese pasado. Las inscripciones en las tumbas de algunos reyes de hace más de dos mil años, por ejemplo, conservan en la piedra los hechos más importantes de sus gobiernos, así como algunos escritos de los antiguos griegos y romanos nos in- forman acerca de lo acontecido en ese tiempo, o sobre las formas de pensar de esos pueblos.
La memoria de la humanidad
Todos esos recuerdos pertenecen a la Historia, es decir, a la memoria de la humanidad desde los tiempos más antiguo La Historia, entonces, nos cuenta los sucesos, pero también quiere conocer y comprender la vida de los hombres y mujeres que nos han precedido: por eso la Historia descubre sus costumbres, sus creencias, su arte y sus técnicas.
Cada uno de nosotros forma parte de un presente que le debe mucho al pasado.
Basta recorrer un álbum de viejas fotografias familiares para darnos cuenta de los cambios experimentados.
Las fotografias te mostrarán una parte del pasado y advertirás que ese pasado no ha muerto, sino que continúa viviendo en nosotros y en las cosas que nos rodean.
Los hombres de todas las épocas han dejado testimonios* de su paso por la vida; son huellas que permiten al historiador reconstruir el pasado. Viviendas, utensilios, armas, vestidos, adornos, obras de arte, leyendas, relatos escritos u ora- les, periódicos, objetos resguardados en los museos, son testimonios que constituyen las fuentes de las cuales se servirá el historiador para sus investigaciones. El historiador interroga esos documentos, averigua si son falsos o verdaderos, los ordena, los compara, los clasifica, los interpreta y determina sus conclusiones.
Las personas, hacedoras de la Historia
El hombre no vive aislado; vivir es convivir, y si para conocernos bien a nosotros mismos es necesario conocer a los demás, para interpretar mejor el presente debemos conocer el pasado de la humanidad, de la cual somos continuadores.
La Historia es lo que la humanidad sabe de sí misma. Al mismo tiempo que nos permite conocer el pasado, nos ofrece la oportunidad de apreciar nuestro presente y prepararnos para los tiempos futuros.
Todos somos protagonistas de la Historia
La Historia no sólo la protagonizan los grandes hombres o quienes nos han gobernado. La Historia la hacemos todos: los grandes pensadores, los próceres o la gente común, con sus luchas y con el trabajo cotidiano.
Cómo, cuándo, por qué
Éstas son las tres grandes preguntas de la Historia. Los historiadores se las plantean continuamente al investigar los acontecimientos y los cambios sucedidos en el pasado. No les basta con ubicar los hechos; también se dedican a estudiar cómo se desarrollaron éstos y cuáles fueron las causas que los produjeron. Buscan las distintas relaciones (políticas, culturales, económicas, sociales, geográficas, etcétera) que contribuyeron a producir esos cambios.
La multicausalidad de la Historia
Los hechos, ya sean remotos o actuales, no son el producto de una sola causa sino de muchas, por eso decimos que la Historia es multicausal. A veces es posible hallarlas a todas, otras sólo se logran aproximaciones generales, y hay ocasiones, sobre todo al estudiar los hechos muy lejanos, en que debemos resignar simples suposiciones. 
La utilidad de la Historia
No debemos pensar que la Historia es una especie de tribunal destinado a juzgar el pasado. No podemos condenar a la antigüedad porque en ella existía la esclavitud, aunque sí le corresponde al historiador investigar las causas que la establecieron y las consecuencias de ese hecho.
Podría, por ejemplo, llegarse a la conclusión de que la lenta evolución de las técnicas se debía, precisamente, a la existencia de esclavos. ¿Para qué diseñar máquinas si existían esclavos que, a bajo costo, hacían el trabajo?
La Historia tampoco puede predecir el futuro ya que las condiciones cambian constantemente: se limita a analizar los hechos del pasado.
Entonces, ¿para qué sirve la Historia?
Nos permite ubicarnos en el tiempo y en el espacio donde se desarrollaron los pueblos que nos han precedido. Nos ayuda a comprender la evolución del pensamiento humano.
Tomemos un ejemplo: el hombre siempre tuvo el sueño de volar. La Historia nos permite seguir la evolución de ese sueño: desde los globos aeroestáticos, pasando por los primeros y rudimentarios aviones, hasta llegar al cohete espacial. Como vemos, no es poca su utilidad.
La cronología: situar los hechos en el tiempo
El estudio de la Historia nos obliga a internarnos el pasado, en épocas muy alejadas o más recientes. Los hechos históricos deben ser situados en el tiempo, para investigarlos es necesario ubicarlos en el orden en que fueron sucediendo, es decir, establecer una cronologia. La cronología, es, entonces, un modo de computar los tiempos con el objeto de determinar el orden y fechas de los sucesos históricos.
Antes o después de Cristo
Al estudiar Historia seguramente te habrás encontrado con fechas que ubican los hechos antes o después de Cristo. Es la cronología cristiana, y fue propuesta en el siglo VI por un monje que vivía en Roma, quien tomó el nacimiento de Cristo como punto de partida, hacia atrás o hacia adelante del mismo, para computar el tiempo. Por ejemplo, los hechos sucedidos cincuenta años después del nacimiento de Cristo los expresamos así: 50 años d. C. Si en cambio quisiéramos situar los sucesos acaecidos cien años antes de Cristo, diríamos 100 años a. C.
Décadas, siglos y milenios
Medir los tiempos contemporáneos es mucho más sencillo que fechar los más antiguos. Por ejemplo, es mayor la precisión con que ubicamos temporalmente los acontecimientos sucedidos hace algunas décadas, que los que se produjeron hace siglos. Una década tiene diez años; un siglo, cien años. Para los tiempos más remotos se ha adoptado una división más vaga: el milenio (mil años). Así decimos que las civilizaciones aparecidas en Egipto o Mesopotamia se iniciaron alrededor del III milenio a. C.

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