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Timothy Keller - Toda buena Obra

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Toda buena obra: Conecta tu trabajo con el trabajo de Dios
Copyright © 2018 por Timothy Keller
Todos los derechos reservados.
Derechos internacionales registrados.
B&H Publishing Group
Nashville, TN 37234
Clasificación Decimal Dewey: 248.88
Clasifíquese: CRISTIANISMO / OBRA EVANGELÍSTICA / ENSEÑANZA BÍBLICA
Publicado originalmente por Penguin Group con el título Every Good Endeavor: Connecting Your
Work to God's Work © 2012 por Timothy Keller.
Edición: Grupo Scribere
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún
medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de
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A menos que se indique otra cosa, las citas bíblicas se han tomado de La Santa Biblia, Nueva Versión
Internacional®, © 1999 por Biblica, Inc. ®. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. Las
citas bíblicas marcadas RVC se tomaron de la Reina Valera Contemporánea®, © 2009, 2011 por
Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso. Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de
la versión Reina-Valera 1960®© 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988
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Usadas con permiso. Las citas bíblicas marcadas NBLH se tomaron de la Nueva Biblia
Latinoamericana de Hoy®, © 2005 The Lockman Foundation. DerechosReservados. Usadas con
permiso. Las citas bíblicas marcadas RVA se tomaron de la Reina Valera Actualizada, © 2015 por
Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso.
ISBN: 978-1-4627-9179-8
Impreso en EE. UU.
1 2 3 4 5 * 21 20 19 18
Al personal y a los líderes voluntarios del Centro para la fe y el
trabajo de la iglesia Redeemer, quienes han ayudado a nuestra
congregación a ver que el evangelio realmente lo cambia todo.
Durante el año 1957, experimenté, por la gracia de Dios, un despertar
espiritual que me condujo a una vida más rica, plena y productiva. En ese
momento, como muestra de gratitud, pedí humildemente que se me
concedieran los medios y el privilegio de alegrar a otros mediante la música.
Ahora siento que Su gracia me lo ha otorgado. ALABADO SEA DIOS…
Este disco no es más que una humilde ofrenda a Él. Un intento de decirle
«GRACIAS, DIOS» a través de nuestra obra, así como lo hacemos en
nuestros corazones y con nuestros labios. Ojalá que Él asista y fortalezca a
todos los hombres que transitan por el camino del bien.
—John Coltrane
Extracto de la contraportada de A Love Supreme
[Un amor supremo]
Prólogo
En 1989, un colega me invitó repetidas veces a visitar su iglesia, la incipiente
Redeemer Presbyterian Church en Manhattan. Pero durante años yo había
acumulado cierta reticencia hacia la iglesia. Había resuelto que la religión que
practicaba mi familia era más un asunto de forma que de sustancia y que el
pensamiento ilustrado desbarataría mi más mínima inclinación a practicarla.
Con todo, la iglesia Redeemer captó mi atención en varios sentidos: el pastor
era inteligente y hablaba como una persona normal, se tomaba la Biblia en
serio y trataba de aplicarla a aspectos de la vida que eran importantes para mí,
como mi trabajo.
Pocos años más tarde, decidí que era hora de comprometerme con la fe y
«entregar mi vida» a la verdad y a las promesas de la Biblia. Realmente temía
que este compromiso pudiera ponerle fin a mis ambiciones materiales y
profesionales, porque dos de mis hermanos que se convirtieron al
cristianismo habían sido «llamados» al servicio en las misiones. Uno vivía en
el área rural de África, sin agua potable ni electricidad. Si de veras iba a
poner a Dios en primer lugar, tenía que estar lista para servirle en cualquier
sitio. Y así lo hizo. Unas semanas después de mi decisión, me sorprendió la
repentina enfermedad de mi jefe, el presidente ejecutivo, y su propuesta para
que tomara el liderazgo de la compañía. Dadas las circunstancias, lo tomé
como una señal de que el Señor quería que hiciera mi parte no en el tercer
mundo, sino en el mundo de los negocios.
Durante la siguiente década, serví en la dirección ejecutiva de varias
compañías tecnológicas en Nueva York, Europa y el Valle de Silicio. En cada
trabajo y cada día luché con lo que significaba ser una líder de negocios
llamada a servir a Dios. La iglesia Redeemer y su pastor principal, Tim
Keller, me dieron fundamentos sólidos. Aprendí que el evangelio de
Jesucristo me cambiaba y, como resultado, el Señor me usaba tanto en mis
relaciones con los demás como en la forma de dirigir compañías. Buenos
conceptos, pero ¿cómo llevarlos a la práctica?
Los modelos eran escasos y, a menudo, parecían vestigios de aquellos
tiempos cuando la mayoría de los estadounidenses asistía a la iglesia. Un
presidente ejecutivo me dijo que siempre mantenía su Biblia sobre el
escritorio y que a veces alguien en la compañía le preguntaba al respecto;
otro, que oraba por la prosperidad de la empresa. Muchos veían sus trabajos
corporativos principalmente como un medio para ganar dinero y así poder
donarlo a entidades benéficas y a organizaciones que sustentaban. Cuando le
preguntaba a pastores y a empresarios sobre los vínculos entre su fe y el
trabajo, con frecuencia me respondían que la misión principal de un cristiano
allí donde laboraba, era evangelizar a sus compañeros de trabajo. En cambio,
una gran parte de los empresarios estimaba que la evangelización no estaba
dentro de sus dones. Ninguno de tales planteamientos abordaba el asunto de
cómo la fe cristiana debe influenciar el modo en que trabajamos.
El nuevo mundo de la tecnología, en particular en la década de 1990, estaba
en su mayor apogeo. Nuestra cultura veía a los empresarios y a los ingenieros
como dioses, y la tecnología era la respuesta a todos los problemas del
mundo. Mis empleados tenían más fervor evangélico sobre la visión (y las
tecnologías) de la compañía que el que jamás había visto en las personas de
otras iglesias; y la esperanza de una oferta pública inicial en la bolsa de
valores era mucho más tangible y motivadora que las elucubraciones etéreas
de un cielo tal como lo describe el mundo cristiano. Gran parte del tiempo
laboré con gente realmente buena, personas de carácter, maduras y dignas de
admiración que trabajaban duro para contribuir de forma tangible en el
mundo, y para lo cual no parecían necesitar la iglesia o al Jesús bíblico.
Aprendí grandes lecciones de personas que no compartían mi fe, entre ellas la
alegría en la labor diaria, la paciencia y la esperanza, el trabajo en equipo y
decir la verdad. Cuando mi personal se marchaba para un fin de semana de
meditación parecía regresar más revitalizado que aquellos que habían
adorado juntos el domingo en una iglesia cristiana evangélica. Empecé a ver
mi trabajo como una prueba donde Dios me golpeaba y me trituraba, y no
como un lugar donde estaba sirviéndole activa y eficazmente.
Creía en la verdad del evangelio: que Dios creó todas las cosas, y al hombre
a Su imagen y que envió a Su Hijo a redimir todo lo que se había perdido.
Creía que Dios tenía un propósito para mí como trabajadora y como líder, y
que junto con muchas otras personas podíamos hacer una diferencia positiva
en el mundo. Sin embargo, no sabía cómo vivir el plan de Dios en ese puesto
de trabajo tan competitivo, con la filosofía de ganar a cualquier precio, que
yo dirigía y administraba.
Aparte de Redeemer, me di cuenta que las iglesias no orientaban cómo
hacerlo. Muchos pastores estaban más interesados en ayudarnos a servir
dentro de la iglesia que en discipularnos y prepararnospara hacerlo en el
mundo. En los tiempos de auge del Valle de Silicio, a finales de la década de
1990, algunas congregaciones parecían no darse cuenta de la descomposición
en el mundo o en ellas mismas. A quienes les preocupaban profundamente
los pobres no pensaban que los sistemas, las estructuras y las culturas de
nuestras industrias pudieran ser la causa de las fracturas en nuestra cultura
norteamericana. Poner en práctica mi fe en mi trabajo parecía estar relegado a
pequeños gestos simbólicos, a la abstinencia santurrona de ciertas conductas
y a las orientaciones políticas sobre los temas culturales y legales del día.
La última compañía que dirigí, poseía una extraordinaria experiencia de
liderazgo. Sustituí al fundador, quien había atraído a la mayoría del personal
y a los primeros clientes con la visión maravillosa de la novedad de los
productos y de las proyecciones al salir a la bolsa de valores. A principios del
año 2000, se produjo una pugna por nuestra compañía entre los bancos de
inversión, los cuales nos cortejaban con buenas ofertas públicas iniciales de
200 a 350 millones de dólares estadounidenses. Todavía no teníamos
productos, pero varios estaban en fase beta con los primeros usuarios. Mi
trabajo era ganarme la confianza del personal, los inversionistas y los
clientes, mientras lanzábamos productos que cumplían nuestras promesas y
generaban dinero fresco para recuperar la inversión. Hubo presiones cada día
para avanzar en todas las áreas. En el proceso pensé desesperadamente cómo
el evangelio podía encajar en todo esto. Estas son algunas observaciones que
hice durante ese tiempo:
El evangelio me asegura que a Dios le interesa todo lo que hago y que
escucha mis oraciones. Quizás no las responda de la manera que quiero,
pero si no lo hace es porque sabe cosas que yo no conozco. Mi nivel de
éxito o fracaso es parte de Su plan perfecto para mí. Él es mi fuente de
fortaleza y perseverancia
El evangelio me recuerda que a Dios le interesan los productos que
hago, las compañías para las que trabajo y los clientes a los que sirvo. Él
no solo nos ama, sino que ama a ese mundo al cual quiere que sirvamos
bien. Mi trabajo es una manera decisiva en la que Dios cuida a los seres
humanos y renueva Su creación. Él nos da nuestra perspectiva y nuestra
esperanza
El evangelio es buenas noticias. Como señaló el pastor y consejero Jack
Miller: «Ánimo, porque eres más pecador de lo que imaginabas, pero
Dios te ama más de lo que creías».1 Es decir, continuaré equivocándome
y pecando, y con todo Dios prevalecerá en mi vida a través de Su gracia
y bondad
El evangelio le da sentido a nuestra labor como líderes. Se supone que
debemos tratar a todas las personas y a su trabajo con dignidad.
Debemos crear un ambiente en el cual la gente se desarrolle y use los
dones que Dios les dio para contribuir a la sociedad. Debemos ser un
ejemplo de gracia, de verdad, de esperanza, de amor en las
organizaciones que creamos
Debemos expresar nuestra relación con Dios y Su gracia en nuestra
forma de hablar, de trabajar y de dirigir, no como ejemplos perfectos,
sino como personas que mostramos a Cristo
Tras 18 meses de incansable trabajo, la compañía fracasó. Fuimos parte de
la burbuja de Internet, y cuando explotó, nos arrastró con ella. Aunque
llevamos nuestros productos al mercado, no pudimos recaudar los fondos
adicionales que necesitábamos cuando se agotó el capital de riesgo.
Conservamos a los banqueros que comprarían para un cliente que nos
permitiera mantener el producto en marcha, retener parte del personal y
garantizarles algún rendimiento a nuestros inversionistas. Sin embargo, los
temores en el mercado asustaron al cliente que habíamos estado enamorando
solo días antes de firmar el acuerdo. Tuve que despedir a 100 personas al día
siguiente y luego vender nuestra propiedad intelectual.
¿Cómo todo este excelente y arduo trabajo podía terminar tan mal? Mis
preguntas y protestas individuales hacia el Señor tenían distintos niveles,
incluido lo empresarial y lo industrial ¿Por qué Dios no había permitido
nuestro éxito cuando era claro que me había «llamado» para este trabajo?
Había tratado de hacer lo correcto para nuestro personal, y ahora no tenían
empleo en un mercado colapsado. Me preguntaba si había contribuido a crear
esta «burbuja» de Internet y había derrumbado, con la propia perspectiva de
nuestra compañía, la obtención de ganancias con valoraciones astronómicas.
¿Cuáles eran mis responsabilidades para con las partes interesadas,
incluyendo a la cultura en general? Los únicos empresarios cristianos que
había escuchado eran aquellos que daban el crédito a Dios por sus grandes
éxitos; ¿cómo debía enfrentar la quiebra? Quería un evangelio que tuviera
buenas noticias, incluso para esto.
Con todo, algo asombroso sucedió cuando anuncié que el próximo día sería
el último, aunque, debo admitir que me tomó algún tiempo valorar
plenamente toda la belleza y la enseñanza de lo que observé. El personal, por
su propia cuenta, planificó reunirse al día siguiente, sin salario, para celebrar
la relación que había nacido entre ellos, así como el trabajo que habían hecho.
Aunque la celebración fue agridulce, trajeron instrumentos musicales,
demostraron el taichí que enseñaban por las tardes y se rieron de los
momentos divertidos que habían pasado juntos. Quedé sorprendida. Ellos
estaban honrando una cultura, una organización, en la cual encontraron
alguna alegría mientras trabajaban y en las relaciones con los demás, pese al
resultado final. Con el tiempo llegué a ver ese día como un destello de Dios
en el trabajo, al hacer lo que Él hace: sanar, renovar y redimir.
Creo que podría llamarse justicia poética que la respuesta a todo mi
desencanto por la falta de apoyo de las iglesias fue que seis meses más tarde,
Redeemer Presbyterian Church me invitó a regresar a Nueva York para que
ayudara a comenzar un ministerio en el área del comercio y los negocios.
Luego de una década de luchar con Dios, de reflexionar sobre el poder
transformador del evangelio y de quejarme por la falta de apoyo y dirección
de la iglesia en cuanto al trabajo, me ofrecieron la oportunidad de ayudar a
otros a experimentar mejor la esperanza y la verdad del evangelio en sus
llamados vocacionales.
Este libro aborda algunas maneras fundamentales de concebir a Dios, a
Jesús y al Espíritu Santo; quiénes somos en relación con la Trinidad, y cómo
esto afecta la labor para la que el Señor nos creó. En nuestras comunidades
debemos pensar cómo trabajamos, de acuerdo al contexto de nuestra cultura,
la época en que vivimos, la vocación y la organización. Pero las respuestas
parten de una teología esencial: conocer quién es Dios, Su relación con el
hombre, Su plan para el mundo y cómo las buenas noticias (o el evangelio)
de Cristo transforma nuestras vidas y la manera en que trabajamos.
Agradezco a Tim Keller por la forma en que él ha aplicado el evangelio a
nuestras vidas laborales en el curso de su predicación y liderazgo en los
últimos 25 años. Y agradezco que haya dedicado tiempo a escribir esos
fundamentos en este libro, de manera que todos podamos examinar con
mayor profundidad cómo Dios nos llama a vivir fielmente cuando
trabajamos.
Katherine Leary Alsdorf
Directora ejecutiva, Redeemer´s Center for Faith & Work
Introducción
La importancia de recuperar la vocación
El famoso libro de Robert Bellah, Habits of the Heart [Hábitos del corazón],
ayudó a muchas personas a descubrir lo que carcomía (y aún lo hace) la
cohesión de nuestra cultura: «el individualismo expresivo». En otra parte,
Bellah argumentó que los norteamericanos habían creado una cultura que
ponía la elección y la expresión individual en un nivel tan alto que ya no
había vida compartida, ni verdades ni valores superiores que los mantuvieran
juntos. Como escribiera Bellah: «… nos estamos moviendo a una validación
cada vez mayor de lo sagrado del individuo, [así] nuestra capacidad de
imaginar una estructura social que mantendría unidos a los individuos está
desapareciendo […]. Losagrado del individuo no tiene su base en ningún
sentido del todo ni en el interés por el bien común».2 Sin embargo, casi al
final del libro, el autor propone una medida que pudiera restaurar una cultura
actualmente desintegrada:
Para solucionar el problema, las personas tendrían que retomar la idea
de la vocación o el llamado y volver, de una manera distinta, a la idea
del trabajo como algo que contribuye al bien de todos y no solo como
un medio para el propio bienestar.3
Esa es una notable declaración. Si Bellah está en lo cierto, una de las
esperanzas para nuestra cultura desintegrada, es volver al concepto de que
cualquier trabajo, además de ser un empleo o una tarea, es un llamado. La
palabra latina vocatio —acción de llamar— es la raíz de «vocación». Hoy, la
palabra significa simplemente empleo, pero ese no era el sentido original. Un
empleo es una vocación solo si alguien más te llama a hacerlo y si lo realizas
para otro y no para ti. Por eso nuestro trabajo puede ser un llamado solo si se
concibe como una misión de servicio para algo más allá que nuestros propios
intereses. Como veremos, pensar en el trabajo solo como un medio de
desarrollo y realización personal destroza poco a poco a una persona y, como
Bellah y otros han señalado, socava la misma sociedad.
Sin embargo, si debemos «reapropiarnos» de una vieja idea, hay que
considerar el origen de ella. En este caso, la fuente del concepto del trabajo
como vocación está en las Sagradas Escrituras. Y por eso, a partir del reto de
Bellah, en este libro haremos lo posible para explicar la conexión
transformadora y revolucionaria entre la fe cristiana y el lugar de trabajo. Nos
referiremos a esta conexión —y a todas las ideas y prácticas que la rodean—
como la «integración de la fe y el trabajo».
Las muchas «corrientes» de la fe y el trabajo
No estamos solos en este esfuerzo. Quizás desde la Reforma Protestante no se
había prestado tanta atención a la relación entre la fe cristiana y el trabajo
como hoy. El número de libros, proyectos y programas académicos, así como
los debates en línea sobre este tema, ha crecido bastante en las pasadas dos
décadas. Con todo, los cristianos que buscan orientación práctica para sus
trabajos no reciben la requerida atención de este creciente movimiento.
Algunos, como Katherine Alsdorf (ver Prólogo), se han sentido frustrados
por la superficialidad del consejo y los ejemplos. Otros se han sentido
confundidos por la diversidad —algunos dirían cacofonía— de voces que
aconsejan cómo ser un cristiano en el trabajo.
Podemos concebir el actual «movimiento de la fe y el trabajo» como un río
alimentado por varias corrientes de diversos manantiales. Quizás mucha de la
energía y los múltiples grupos que están tratando de ayudar a las personas a
integrar la fe y el trabajo, son aquellos con una comprensión evangélica de la
Biblia y la fe cristiana, pero otras tradiciones y vertientes de la fe han hecho
contribuciones importantes. El movimiento ecuménico ha puesto énfasis en
que los cristianos deben usar su trabajo para promover la justicia social en el
mundo. Eso nos ayudó a entender que el trabajo fiel demandaba la aplicación
de una ética claramente cristiana.4 El movimiento de los grupos pequeños del
siglo XX, insistió en la necesidad de los creyentes de darse mutuo apoyo en las
luchas y las adversidades del trabajo. Esto nos demostró que el trabajo fiel
requería renovación espiritual interna y transformación del corazón.5 El
impulso renovador dentro del evangelicalismo ha visto el lugar de trabajo
como un espacio para ser un testigo de Jesucristo.6 Sin duda, el trabajo fiel
implica alguna clase de identificación personal con Jesús, de tal manera que
un compañero de trabajo podría querer conocer más sobre Él.
Además, muchos otros han buscado fuentes antiguas para la integración de
la fe y el trabajo. Los reformadores protestantes del siglo XVI, en particular
Martín Lutero y Juan Calvino, sostuvieron que todo trabajo, incluso secular,
era tanto un llamado de Dios como lo era el ministerio de un monje o un
sacerdote.7 La fuente de la teología luterana puso especial énfasis en la
dignidad de todo trabajo, al señalar que Dios cuidaba, vestía, resguardaba y
sustentaba a la raza humana mediante la labor de esta. Cuando trabajamos
somos, según la tradición luterana, los «dedos de Dios», los agentes de Su
amor providencial por otros. Según esta interpretación, el fin del trabajo no es
solo ganarse la vida, sino también amar al prójimo, lo que a la vez nos libera
de la pesada carga de trabajar ante todo para mostrar cuánto valemos.
Algunos dentro de la tradición calvinista o «reformada», como Abraham
Kuyper, se pronunciaron sobre otro aspecto en cuanto a la idea del trabajo
como un llamado de Dios. El trabajo no solo cuida de la creación, también la
ordena y la estructura. Según esta perspectiva reformada, el propósito del
mismo era crear una cultura que honrara a Dios y permitiera que las personas
prosperaran. Sí, debemos amar a nuestro prójimo, pero el cristianismo nos
ofrece enseñanzas precisas sobre la naturaleza humana y sobre lo que hace
florecer al hombre. Debemos armonizar nuestro trabajo con estas
interpretaciones. Entonces, el trabajo fiel es operar desde una «cosmovisión»
cristiana.8
Todas estas disímiles tradiciones dan respuestas un tanto diferentes al
asunto de cómo proceder para recuperar la vocación. A menudo las corrientes
suelen ser confusas para los cristianos porque no se complementan
perfectamente entre sí. La teología luterana resiste el concepto reformado de
la «cosmovisión» y sostiene que los cristianos deben trabajar igual que los no
cristianos. Parte de la iglesia tradicional o histórica no experimenta la misma
urgencia que sienten los evangélicos por evangelizar, porque no miran al
cristianismo clásico como el único camino a la salvación. Muchos observan
que el énfasis de las organizaciones y los escritores orientados hacia una
cosmovisión es demasiado cognitivo, con poco énfasis en el cambio interno
del corazón, e incluso no coinciden en cómo se asemejan en realidad la
transformación interna y el crecimiento espiritual. Por eso, si eres un cristiano
que intentas ser fiel en tu trabajo, quizás estás tratando de sopesar
sentimientos tan variados como estos:
La manera de servir a Dios en el trabajo es promover la justicia social en
el mundo
La manera de servirle en el trabajo es ser honesto y evangelizar a tus
colegas
La manera de servir al Señor en el centro laboral es simplemente hacer
un trabajo de excelencia
La manera de servir a Dios en el trabajo es crear belleza
La manera de servir a Dios en el empleo es trabajar desde una
motivación cristiana para glorificarlo, al tratar de participar e influir en
la cultura con ese fin
La manera de servir al Señor en el centro laboral es trabajar en las
buenas y en las malas con un corazón agradecido, alegre y transformado
por el evangelio
La manera de servirle en el trabajo es hacer lo que te da mayor alegría y
pasión
La manera de servir a Dios en el trabajo es ganar tanto dinero como
puedas, y así ser tan generoso como te sea possible
¿Hasta qué punto se complementan o se oponen estos sentimientos? Es una
cuestión difícil, pues todos poseen por lo menos una justificación bíblica. La
dificultad reside no solo en el exceso de postulados teológicos y factores
culturales que intervienen, sino también en cómo ellos operan de diferentes
maneras según el área o el tipo de trabajo. La ética cristiana, los motivos, la
identidad, el testimonio y la cosmovisión moldean nuestro trabajo de maneras
diferentes según la forma de este.
Por ejemplo, imaginemos una artista plástica cristiana que generalmente se
interesa por la justicia, conduce su carrera profesional con honestidad, tiene
el apoyo de individuos que la ayudan a enfrentar los avatares de la vida, deja
que otros en su área conozcan sobre su fe cristiana y entiende que su arte, es
más un acto de servicio a Dios y al prójimo que una manera de encontrar
autoestima y estatus. ¿Es eso todo lo quesignifica para ella integrar su fe con
el trabajo? Además, ¿la enseñanza cristiana sobre la naturaleza de la realidad
se muestra en lo que plasma y cómo lo plasma a través de su arte? ¿Afectará
las historias que narre con su arte? ¿Sus creencias sobre el pecado, la
redención y la esperanza para el futuro incidirán en su arte? Parece que así
debe ser. Y por eso descubrimos que el trabajo fiel implica la voluntad, las
emociones, el alma y la mente, mientras pensamos y vivimos las
repercusiones de nuestras creencias sobre el lienzo de nuestro trabajo diario.
Por otra parte, ¿qué pasaría si eres un pianista o un zapatero cristiano?
¿Cómo afectaría una cosmovisión cristiana el tipo de zapato que haces o la
manera en que interpretas la Sonata claro de luna? La respuesta no es tan
obvia.
¿Quién nos librará de toda esta complicación? Muchos que han empezado a
leer sobre el asunto o que participan en grupos que integran la fe y el trabajo
concretan las siguientes acciones: (a) solo han compartido una de las
corrientes teológicas; (b) se sienten confundidos por la lectura o la enseñanza
contradictoria de las distintas corrientes. Las iglesias y las organizaciones
tienden a darle un énfasis desigual a la fe y al trabajo porque resaltan más una
o dos de estas líneas de la historia en detrimento de las otras. Sin embargo,
combinar todos los énfasis, y esperar que lleven a algo coherente, no es la
solución.
No esperamos resolver todas las diferencias en este libro. No obstante,
esperamos aclarar las cosas. Podemos empezar por hacer dos observaciones a
la lista de propuestas citadas anteriormente. Primera, si revisas cada una y
añades la palabra «principal», como en «la principal manera de servir a Dios
en el trabajo es…», entonces las ideas se contradicen. Tendrás que elegir una
o dos y descartar el resto. En realidad, muchos de los que hablan sobre temas
de la fe y el trabajo hacen esto de manera tácita o explícita. Sin embargo, si
dejas las proposiciones como están, que cada una afirma que es una manera
de servir a Dios a través del trabajo, entonces las distintas declaraciones son
por ende complementarias. Segunda, como hemos señalado, estos factores
pueden adquirir diferentes formas y niveles de importancia según tu
vocación, cultura y momento histórico. Cuando tenemos en cuenta estos dos
principios, podemos avanzar y examinar las diversas corrientes, declaraciones
y verdades como un tipo de caja de herramientas que se emplea para crear un
modelo de integración de la fe y el trabajo en tu área, época y lugar.
Es fundamental aclarar estas ideas, pero también queremos hacerlas más
vívidas, reales y prácticas. Nuestro objetivo es alimentar tu imaginación y
lograr que actúes con la riqueza de lo que declara la fe cristiana (de manera
directa e indirecta) sobre este tema inagotable. La Biblia está llena de
sabiduría, recursos y esperanza para cualquiera que está aprendiendo a
trabajar, buscando empleo, tratando de hacer su labor o yendo al trabajo. Y
cuando afirmamos que la Escritura «nos da esperanza» para el trabajo, de
inmediato admitimos cuán frustrante y difícil puede ser este y cuán profunda
debe ser la esperanza si vamos a afrontar el desafío de seguir la vocación en
este mundo. No conozco una prueba más provocativa de esta esperanza que
la pequeña historia ignorada de J. R. R. Tolkien «Leaf by Niggle» [Hoja, de
Niggle].
Realmente hay un árbol
Cuando J. R. R. Tolkien estaba escribiendo El señor de los anillos, llegó a un
impasse.9 Había tenido la visión de un tipo de cuento que el mundo no había
leído aún. Como era un reconocido experto en inglés antiguo y otros
lenguajes del norte de Europa, sabía que la mayoría de los mitos británicos
sobre los habitantes del país de las hadas —elfos, enanos, gigantes y
hechiceros— se habían perdido (a diferencia de los mitos de los griegos y de
los romanos o incluso de los escandinavos). Siempre había deseado recrear y
reimaginar cómo sería la antigua mitología inglesa. El señor de los anillos se
basaba en este mundo perdido; el proyecto exigía crear al menos los
rudimentos de varios lenguajes y culturas imaginarios, así como miles de
años de distintas historias nacionales, todo con el fin de dar a la narrativa la
profundidad y el realismo necesarios que Tolkien creía esencial para que la
historia fuera convincente.
Mientras trabajaba en el manuscrito, llegó a un punto en el cual la narración
se había dividido en una serie de tramas secundarias. Los personajes
principales viajaban a diversas partes del mundo imaginario, enfrentaban
diferentes peligros y experimentaban varias complicadas cadenas de
acontecimientos. Fue un enorme desafío desarrollar todas estas historias
secundarias con claridad y darle a cada una la solución satisfactoria. No solo
eso, sino que había empezado la Segunda Guerra Mundial, y aunque Tolkien
de 50 años no había sido llamado al reclutamiento, la sombra de la guerra lo
perseguía a toda hora. Había sufrido en carne propia los horrores de la
Primera Guerra Mundial y nunca los había olvidado. Gran Bretaña estaba
ahora en una posición precaria, ante una invasión inminente. ¿Podría
sobrevivir a la guerra incluso como civil?
Empezó a desesperarlo la posibilidad de no terminar el trabajo de su vida.
No había sido la labor de unos pocos años. Cuando inició El señor de los
anillos, ya había trabajado por décadas en los lenguajes, los hechos del
pasado y los relatos o cuentos detrás de la obra. La idea de no finalizarlo era
«terrible y sobrecogedora».10 En aquella época había un árbol en el camino
cerca de la casa de Tolkien. Un día se levantó y descubrió que un vecino lo
había podado. Entonces, empezó a pensar en su mitología como su «Árbol
interno» que podría sufrir la misma suerte. Tolkien escribió que se había
quedado sin «ninguna energía mental, ni invención».11 Una mañana al
despertar tenía un pequeño cuento en su mente, y enseguida lo escribió.
Cuando The Dublin Review lo llamó para un artículo, lo envió con el título
«Leaf by Niggle» [Hoja, de Niggle]. Era sobre un pintor.
Las primeras líneas del relato nos narran dos cosas sobre el artista. Su
nombre era Niggle. El Oxford English Dictionary, del cual Tolkien era un
colaborador, define la palabra inglesa «niggle» como «trabajar […] de
manera ineficaz o trivial […] perder tiempo en detalles insignificantes».12
Niggle era sin duda el mismo Tolkien, quien conocía bastante bien que este
era uno de sus defectos. Era perfeccionista, casi siempre estaba insatisfecho
con lo que había producido, a menudo dejaba de lado asuntos trascendentales
al insistir en los detalles menos importantes, era dado a la preocupación y a la
apatía. Su personaje era igual.
Lo segundo es que Niggle «… tenía que hacer un largo viaje. Él no quería;
en realidad, todo aquel asunto le resultaba enojoso, pero no estaba en sus
manos evitarlo…». Niggle aplazaba el viaje constantemente, pero sabía que
era inevitable. Tom Shippey, quien también enseñaba literatura del inglés
antiguo en Oxford, explicaba que en la literatura anglosajona el «largo viaje
necesario» se refería a la muerte.13
Niggle tenía un cuadro especial que intentaba pintar. Imaginó una hoja que
luego se había convertido en un árbol. En torno al cual y más allá de él
«comenzó a desplegarse un país. Y aparecieron atisbos de un bosque que
avanzaba sobre la tierra y las montañas coronadas de nieve». El artista perdió
el interés por sus otros cuadros y, para acomodar su visión, tuvo que usar un
lienzo tan grande que necesitaba una escalera. Sabía que tenía que morir, pero
se decía: «… cueste lo que cueste acabaré este cuadro, mi obra maestra, antes
de que me vea obligado a emprender ese penoso viaje».
Así que trabajó en su lienzo, «dejando una pincelada aquí, borrando unos
trazos allá», pero nunca lograba mucho. Esto se debía a dos razones. La
primera es que era «de esa clase de pintores que pintan mejor las hojas que
los árboles. Solía pasar largo tiempo con una sola hoja, tratando de captar su
forma, su brillo y los reflejos de las gotas de rocío ensus bordes». Entonces
no importaba cuán duro trabajara, en realidad poco de esto se notaba en el
lienzo. El segundo motivo es que era de «corazón blando». De forma casi
continua, Niggle interrumpía su obra para ayudar a sus vecinos. En particular
a su vecino Parish que constantemente le pedía favores y que no le daba
mucha importancia al cuadro.
Una noche, cuando el pintor sentía, con razón, que su tiempo se acababa,
Parish insistió que fuera bajo la lluvia y el frío a buscar un médico para su
mujer enferma. Niggel se empapó hasta los huesos y se contagió de un
resfriado, y mientras trabajaba desesperadamente en su cuadro sin terminar,
el chofer vino para llevarlo en el viaje que había aplazado. Cuando se dio
cuenta de que debía irse, empezó a llorar. «Ni siquiera está terminado»
declaró el pobre Niggle. Algún tiempo después de su muerte el nuevo dueño
de la casa notó en el lienzo estropeado «una preciosa hoja» que había
permanecido intacta. La enmarcó y la donó al Museo Municipal, «y durante
algún tiempo el cuadro titulado Hoja, de Niggle estuvo colgado en un lugar
apartado y solo unos pocos espectadores lo contemplaron».
Pero el relato no termina aquí. Después de su muerte, Niggle viajó en un
tren hacia las montañas del más allá celestial. En un momento de su viaje
escuchó dos voces. Una, severa, al parecer de la Justicia, le expresaba que
había desperdiciado mucho tiempo. Sin embargo, la otra voz («que se podía
calificar de amable»), correspondía a la de la Misericordia y afirmaba que
Niggle había escogido sacrificarse por otros, porque sabía lo que hacía. Como
recompensa, cuando el artista estaba a las puertas del país celestial, algo
llamó su atención. Se acercó y allí estaba: «Ante él se encontraba el árbol, su
árbol, ya terminado, si tal cosa puede afirmarse de un árbol que está vivo,
cuyas hojas nacen y cuyas ramas crecen y se mecen en aquel aire que Niggle
tantas veces había imaginado e intentado vanamente captar. Miró el árbol,
lentamente levantó los brazos. “¡Es un don!”, exclamó».14
El mundo antes de su muerte —su antiguo país— había olvidado al pintor
casi por completo, su trabajo había quedado sin terminar y había sido
provechoso solo para unos cuantos. Sin embargo, en su nuevo país, el mundo
real comprendería para siempre que su árbol, con todo detalle y terminado,
no era solo un capricho suyo que había muerto con él. No, ciertamente era
parte de la verdadera realidad que viviría y disfrutaría por la eternidad.15
He narrado esta historia muchas veces a personas de distintas profesiones
—en particular artistas y otros creadores— y aparte de sus creencias sobre
Dios y el más allá, a menudo se sienten bastante conmovidas. Tolkien tenía
un entendimiento cristiano del arte y, sin duda, de todo tipo de trabajo.16
Creía que Dios nos da talentos y dones para que podamos hacer por otros lo
que Él quiere hacer por y a través de nosotros. Por ejemplo, como un escritor,
Tolkien, podía llenar de propósito las vidas de las personas al contar historias
que comunicaran la naturaleza de la realidad.17 A Niggle se le aseguró que el
árbol que había «sentido e imaginado» era «una verdadera parte de la
creación»18 y que incluso el pedacito que había dado a conocer a las personas
en la tierra había sido una visión del verdadero. Tolkien se sintió consolado
por su propia historia. Lo ayudó a «exorcizar algunos de [sus] temores y lo
puso a trabajar de nuevo», aunque, sin duda, la amistad y el amoroso
estímulo de C. S. Lewis lo ayudaron también a que volviera a escribir.19
Los artistas y los empresarios pueden identificarse de inmediato con Niggle.
Trabajan a partir de visiones, a menudo muy grandes, de un mundo que
pueden imaginar de forma única. Pocos hacen realidad incluso un porcentaje
significativo de su visión, e incluso menos afirman haber llegado cerca. Los
que tendemos a ser demasiado perfeccionistas y metódicos, como el mismo
Tolkien, podemos también identificarnos con el personaje de Niggle.
Prácticamente, todas las personas son Niggle. Todos quieren lograr algo, y
comprenden su incapacidad para hacerlo. Cada persona quiere triunfar, ser
recordada y marcar una diferencia en la vida. Pero eso está más allá de
nuestro alcance. Si esta vida es todo lo que hay, entonces con el tiempo todo
se consumirá en la muerte del sol y nadie quedará para recordar algo de lo
que alguna vez sucedió. Cada cual será olvidado, nada de lo que hagamos
marcará la diferencia y todas las buenas obras, incluso las mejores, serán
inútiles.
A menos que exista un creador. Si el Dios de la Biblia existe, y hay una
verdadera realidad que incide en la que nos rodea, y esta vida no es la única,
entonces toda buena obra, incluso las más simples, llevadas a cabo en
respuesta al llamado de Dios, son importantes por la eternidad. Eso es lo que
la fe cristiana promete. «Su trabajo en el Señor no es en vano», escribe Pablo
en 1 Corintios 15:58. Él hablaba del ministerio cristiano, pero el relato de
Tolkien muestra cómo esto se aplica a todo tipo de trabajo. Tolkien se había
preparado, a través de la verdad cristiana, para todo logro pequeño a los ojos
del mundo. (La ironía es que no solo produjo algo que muchos consideran el
trabajo de un genio, sino que es además uno de los libros más vendidos en la
historia del mundo).
¿Y tú? Supongamos que desde joven comienzas una planificación urbana.
¿Por qué? Te entusiasman las ciudades y tienes una visión sobre cómo debe
ser una ciudad. Quizás te desanimes porque durante tu vida solo logras hacer
una hoja o una rama. Pero hay realmente una Nueva Jerusalén, una ciudad
celestial, la cual bajará a la tierra como una novia vestida para su prometido
(Apoc. 21–22).
O supongamos que eres un abogado que te especializas en derecho porque
tienes una visión de la justicia y de una sociedad gobernada por la igualdad y
la paz. En diez años estarás profundamente desilusionado porque ya habrás
descubierto que por más que trabajaste en cosas de importancia, mucho de lo
que hiciste es insignificante. Una o dos veces en la vida sentirás que por fin
has «obtenido una hoja».
Cualquiera que sea tu trabajo, debes saber esto: de veras hay un árbol. Lo
que sea que estés buscando en tu trabajo —la ciudad de justicia y paz, un
mundo de belleza y brillo, la historia, el orden, una cura— está allí. Dios
existe, hay un mundo futuro ya sanado que Él instaurará y tu trabajo lo
muestra (en parte) a otros. Tu trabajo será parcialmente satisfactorio, en tus
mejores días, a fin de lograr ese mundo. Pero, es inevitable que el árbol
completo que buscas —la belleza, la armonía, la justicia, el bienestar, la
alegría y la comunidad— dé sus frutos. Si sabes todo esto, no te sentirás
abatido porque obtengas una o dos hojas en esta vida. Trabajarás con
satisfacción y alegría. No te envanecerás por el triunfo ni te sentirás
devastado por los reveses.
Acabo de expresar: «“Si” sabes todo esto». Con el fin de trabajar de esta
manera —obtener la consolación y la libertad que Tolkien recibió a partir de
su fe cristiana para su trabajo— debes conocer las respuestas que da la Biblia
a tres preguntas: ¿Por qué quieres trabajar? (Es decir, ¿por qué necesitamos
trabajar con el fin de llevar una vida plena?). ¿Por qué es tan duro trabajar?
(Es decir, ¿por qué muchas veces es algo infructuoso, sin sentido y difícil?).
¿Cómo podemos vencer las dificultades y encontrar satisfacción en nuestro
trabajo a través del evangelio? El resto de este libro intentará responder estas
tres interrogantes en sus tres secciones, respectivamente.
PARTE UNO
El plan de Dios para el trabajo
U N O
El diseño del trabajo
Así quedaron terminados los cielos y la tierra, y todo lo que
hay en ellos. Al llegar el séptimo día, Dios descansó porque
había terminado la obra que había emprendido. Dios bendijo
el séptimo día, y lo santificó, porque en ese día descansó de
toda su obra creadora. […] Dios el Señor tomó al hombre y lo
puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara…
Génesis 2:1-3,15
En el principio, había trabajo
La Bibliaempieza a hablar sobre el trabajo tan pronto inicia la narración. Eso
implica cuán importante y básico es. El autor del Libro de Génesis describe la
creación del mundo por Dios como trabajo.20 En realidad, él documenta el
magnífico proyecto de la invención del cosmos dentro de una semana regular
de trabajo de siete días.21 Y luego muestra que los seres humanos trabajaban
en el paraíso. Esta visión del trabajo —conectado con la creación divina y
ordenada y con el propósito humano— es diferente entre las grandes fes y
sistemas de creencia del mundo.
El relato de Génesis es único en comparación con otras historias antiguas
sobre nuestros orígenes. Muchas culturas de la antigüedad describían el
principio del mundo como un resultado del enfrentamiento entre fuerzas
cósmicas. En la historia babilónica de la creación, el Enuma Elish, el dios
Marduk, venció a la diosa Tiamat y de sus restos formó la tierra. Tanto en
este como en otros relatos similares, el universo visible es producto de un
frágil equilibrio de fuerzas opuestas.22 Sin embargo, en la Biblia, la creación
no es el resultado de un conflicto, porque Dios no tiene rivales. Sin duda,
todos los poderes y las criaturas celestiales y de la tierra fueron creados por
Él y dependen de Él.23 Entonces, la creación no es el resultado de una batalla,
sino el plan de un artesano. Dios no hizo el mundo como un guerrero que
cava una trinchera, sino como un artesano que crea una obra maestra.
El relato griego sobre la creación incluía la idea de las «edades del hombre»
que comenzaba con la edad de oro. En esa época, los seres humanos y los
dioses vivían juntos en armonía sobre la tierra. A primera vista, se asemeja
vagamente a la historia del Jardín de Edén, pero una diferencia resulta
reveladora. El poeta Hesíodo expresaba que ni los humanos ni los dioses en
la edad de oro tenían que trabajar. En ese paraíso original, la tierra
proporcionaba alimento en abundancia.24 El Libro de Génesis es diferente
por completo. Repetidas veces los primeros capítulos del texto bíblico,
describen a Dios en el «trabajo» según el hebreo mlkh, la palabra para el
trabajo humano corriente. Como lo indica un académico, es totalmente
«inesperado que se describa así la extraordinaria actividad divina que
participa en la creación de los cielos y la tierra».25
Entonces, en el principio, Dios trabajó. El trabajo no fue un mal necesario
que entró en escena más tarde, y para lo cual fueron creados los seres
humanos, ni una actividad inferior al mismo gran Dios. No, el Señor trabajó
por la alegría de hacerlo. El trabajo no podía haber tenido un inicio más
glorioso.
Las formas de la obra de Dios
Es extraordinario que en el capítulo 1 del Libro de Génesis, el Señor no solo
trabajó, sino que lo hizo con placer. «Dios miró todo lo que había hecho, y
consideró que era muy bueno […]. Así quedaron terminados los cielos y la
tierra, y todo lo que hay en ellos» (Gén. 1:31; 2:1). Dios estimó hermoso lo
que había hecho. Se paró, consideró «todo lo que había hecho», y declaró:
«¡Eso es bueno!». Como todo trabajo bien hecho y satisfactorio, el trabajador
se ve a sí mismo en él. «La armonía y la perfección de los cielos y la tierra
terminados expresan más adecuadamente el carácter de Su Creador que
cualquiera de sus componentes por separado».26
El segundo capítulo del Libro demuestra también que Dios trabajó no solo
para crear, sino que además cuida de Su creación. A esto los teólogos llaman
la obra de la «providencia». Tras crear a los seres humanos, Dios trabaja para
ellos como Su proveedor. Formó a un hombre (Gén. 2:7), para el cual plantó
un jardín y lo regó (Gén. 2:6,8) e hizo una mujer (Gén. 2:21-22). El resto de
la Biblia nos enseña que Dios continúa Su trabajo como proveedor, porque
cuida el mundo al regar y hacer crecer las plantas (Sal. 104:10-22), da
alimento a cuanto Él ha hecho, ayuda a quienes sufren y atiende las
necesidades de todo ser viviente (Sal. 145:14-16).
Por último, vemos al Señor no solo trabajando, sino que comisiona a los
trabajadores para llevar adelante Su obra. En Génesis 1:28 Dios mandó a los
seres humanos: «… llenen la tierra y sométanla…». La palabra «sométanla»
expresa que, aunque todo lo que Dios había hecho era bueno, había todavía
mucho sin desarrollar. Él dejó la creación con una gran parte sin explotar para
que las personas la desarrollaran mediante el trabajo.27 En Génesis 2:15 puso
a los seres humanos en un jardín para que «lo cultivara(n) y lo cuidara(n)».
Esto significa que, aunque Dios trabaja para nosotros como nuestro
proveedor, también nosotros trabajamos para Él. Sin duda, el Señor trabaja a
través nuestro. En Salmos 127:1, leemos: «Si el Señor no edifica la casa, en
vano se esfuerzan los albañiles». Esta afirmación indica que Él está
construyendo la casa (porque provee para nosotros) por medio de los que la
construyen. Martín Lutero sostenía que Salmos 145 declara que Dios
alimenta a todo ser viviente, lo que da a entender que Él nos da el alimento
mediante la labor de los agricultores y de otras personas.28
La bondad de nuestro trabajo
El Libro de Génesis nos enseña con una sorprendente verdad: el trabajo era
parte del paraíso. Un erudito lo resume así: «Es evidente que el buen plan de
Dios siempre implicó que los seres humanos trabajaran, o, en términos más
concretos, que vivieran en el ciclo constante de trabajo y descanso».29 De
nuevo, el contraste con las otras religiones y culturas no podría ser más
marcado. El trabajo no apareció después de una edad dorada de ocio. Era
parte del diseño perfecto de Dios para la vida humana, porque somos hechos
a Su imagen, y parte de Su gloria y alegría es que Él trabaja, como lo hace Su
Hijo, quien declaró: «… Mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también
trabajo» (Juan 5:17).
La realidad de que el Señor puso el trabajo en el paraíso nos sorprende
porque a menudo pensamos que el trabajo es un mal necesario e incluso un
castigo. Sin embargo, no vemos que el trabajo formó parte de la historia
humana después de la caída de Adán, como parte de la separación y la
maldición resultante; y estaba dentro de la bendición del jardín de Dios. El
trabajo es una necesidad básica humana como el alimento, la belleza, el
descanso, la amistad, la oración y la sexualidad; no es solo medicina, sino
también alimento para nuestra alma. Sin trabajo significativo sentimos una
gran pérdida y vacío internos. Las personas que son separadas de su trabajo
por razones físicas o de otra índole, pronto descubren cuánto necesitan
trabajar para crecer emocional, física y espiritualmente.
Nuestros amigos Jay y Barbara Belding, empresarios en los suburbios de
Filadelfia (Estados Unidos), reconocieron esta necesidad aun entre los
adultos con discapacidades. Mientras trabajaba como maestro de educación
especial, Jay se sintió desconcertado por los prospectos vocacionales de sus
estudiantes después de terminar la escuela. La capacitación vocacional
tradicional y los programas de empleo muchas veces no ofrecían suficiente
trabajo, por eso tenían mucho tiempo libre sin ganar un salario. En 1977 Jay
y Barbara establecieron Associated Production Services, una empresa que
ofrecía formación y empleo de calidad para esta población. En la actualidad,
la compañía capacita a 480 personas, en cuatro diferentes instalaciones, que
se dedican a una diversidad de embalaje a mano y trabajo de montaje para
una serie de compañías de artículos para el consumo. Jay se ocupa de proveer
técnicas y sistemas que aseguran la calidad y aumentan la eficiencia y la
producción; esto ayuda a crear una cultura de buenos resultados para la
compañía y para la gente a la cual sirven. La familia Belding está emocionada
y agradecida por haber encontrado una manera práctica y sustentable de
satisfacer la necesidad que tenían sus empleados de ser productivos: «Nuestra
gente quiere participar en el mundo del “trabajo diario”; sentirse bien consigo
mismos y ayudar a cubrir sus propios gastos». En definitiva, sus empleados
pueden responder cabalmente a un aspecto vitalde su diseño como
trabajadores y creadores.
El trabajo es tan esencial para nuestra constitución que es una de las pocas
cosas que podemos tomar en dosis importantes sin sufrir daño. Sin duda, la
Biblia no enseña que deberíamos trabajar un día y descansar seis, ni que
trabajar y descansar deben estar equilibrados a partes iguales, sino que nos
lleva a la proporción inversa. El ocio y el placer son grandes bienes, pero solo
resistimos hasta cierto punto. Si les preguntas a las personas en los asilos o en
los hospitales cómo se sienten, con frecuencia escucharás que lamentan no
tener qué hacer para ser útiles a otros. Sienten que tienen demasiado tiempo
libre y poco trabajo, cuya pérdida nos preocupa porque fuimos diseñados
para él. Tal convicción le ofrece un significado mucho más profundo y
positivo a la opinión general de que las personas trabajan solo para
sobrevivir. Según la Biblia, no solo necesitamos el dinero que nos da el
trabajo para nuestro sustento; necesitamos el trabajo para sobrevivir y vivir a
plenitud.
Las razones para esto se desarrollan con más detalle en los últimos
capítulos, porque, junto a otros argumentos, mediante el trabajo podemos ser
útiles a los demás y no solo vivir la vida para nosotros mismos. También
mediante el trabajo descubrimos quiénes somos, porque llegamos a entender
nuestras distintas destrezas y dones, un componente importante en nuestras
identidades.30 Por eso, la autora Dorothy Sayers, escribió: «¿Cuál es la
concepción cristiana sobre el trabajo? […]. No es, principalmente, lo que uno
hace para vivir, sino lo que uno vive para hacer. Es, o debería ser, la
expresión completa de las facultades del trabajador […] el medio por el cual
se ofrece a sí mismo a Dios».31
La libertad de nuestro trabajo
Ver el trabajo en nuestro «ADN», nuestro diseño, es parte de lo que implica
comprender la clara interpretación cristiana de la libertad, la cual a la gente
moderna le gusta ver como la completa ausencia de restricciones. Pero piensa
en un pez. Absorbe oxígeno del agua, no del aire, por eso es libre solo en el
medio acuoso. Si «liberas» un pez del río y lo colocas sobre el césped,
entonces destruyes su libertad para explorar o incluso su vida. El pez no es
más libre, sino menos libre, porque no puede honrar la realidad de su
naturaleza. Esto también es cierto con los aviones y los pájaros. Si violan las
leyes de la aerodinámica, se estrellarán en el suelo. Pero si las siguen,
ascenderán y volarán. También se cumple en muchas áreas de la vida: La
libertad no es tanto la ausencia de restricciones, sino encontrar las correctas,
aquellas que concuerdan con las realidades de nuestra propia naturaleza y las
del mundo.32
Así que los mandamientos en la Biblia son un medio de liberación, porque a
través de ellos Dios nos llama a ser aquello para lo que fuimos diseñados. Los
automóviles funcionan bien cuando sigues el manual del usuario y respetas el
diseño. Si no le cambias el aceite nadie te multa o te lleva a la cárcel,
simplemente tu automóvil se averiará porque has violado su naturaleza.
Sufrirás una consecuencia natural. De igual forma, la vida humana funciona
como es debido solo cuando se rige por el «manual del usuario»: los
mandamientos de Dios. Si los desobedeces no solo causas tristeza y
deshonras al Señor, sino que en realidad actúas contra tu naturaleza y diseño.
Así leemos en Isaías 48, cuando Dios amonestó al desobediente Israel: «Así
dice el Señor, tu Redentor, el Santo de Israel: Yo soy el Señor tu Dios, que te
enseña lo que te conviene, que te guía por el camino en que debes andar. Si
hubieras prestado atención a mis mandamientos, tu paz habría sido como un
río; tu justicia, como las olas del mar» (Isa. 48:17-18).
Esto también ocurre con el trabajo, el cual (en sincronía con el descanso) es
uno de los Diez Mandamientos. «Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que
tengas que hacer» (Ex. 20:9). En el principio Dios nos creó para trabajar, y
ahora nos llama y nos guía de forma inequívoca a que vivamos esa parte de
nuestro diseño. Este no es un mandamiento gravoso, es una invitación a la
libertad.
Los límites de cualquier trabajo
Con todo, es significativo que Dios mismo descansara después de trabajar
(Gén. 2:2). Muchos cometen el error de pensar que el trabajo es una
maldición y que solo a través de otras cosas (como el ocio, la familia e
incluso los asuntos «espirituales») podemos darle sentido a la vida. La Biblia,
como hemos visto y veremos, desmiente esta idea. Pero además nos guarda
de caer en el error contrario de considerar el trabajo como la única actividad
humana importante y el descanso como un mal necesario, algo que hacemos
de forma rigurosa para «recargar nuestras baterías» y continuar trabajando.
Sin embargo, consideremos lo que conocemos sobre Dios. Él no necesitaba
recuperar Su fuerza, aunque descansó en el séptimo día (Gén. 2:1-3). Como
seres hechos a Su imagen, podemos asegurar que el descanso, y las
actividades relacionadas con él son buenos y vivificantes. El trabajo no lo es
todo en la vida. No tendrás una existencia significativa sin trabajo, pero no
puedes afirmar que tu trabajo es lo que le da sentido a tu vida. Si haces de
cualquier trabajo tu propósito clave, incluso si esa labor fuera un ministerio
de la iglesia, creas un ídolo que compite con Dios. Tu relación con el Señor
es el aspecto más importante de tu vida, y sin duda, evita que todos los otros
factores —el trabajo, las amistades y la familia, el ocio y el placer— lleguen
a ser tan importantes para ti que se vuelvan adictivos y distorsionados.
Josep Pieper, filósofo católico alemán del siglo XX, escribió un famoso
ensayo llamado Leisure, the Basis of Culture [Ocio: la base de la cultura].
Pieper sostenía que el ocio no es solo la ausencia de trabajo, sino una actitud
de la mente o del alma en la cual puedes contemplar y disfrutar las cosas
como son en sí mismas, sin reparar en su valor o utilidad inmediata. La mente
obsesionada con el trabajo —como en nuestra cultura occidental— tiende a
verlo todo en términos de eficacia, valor y rapidez. Sin embargo, también
debe haber una capacidad para disfrutar de los aspectos más simples y
ordinarios de la vida, incluso los que no son tan útiles, sino solo agradables.
El austero reformador Juan Calvino, para nuestra sorpresa, está de acuerdo.
En su enfoque de la vida cristiana, advertía ante el peligro de valorar las
cosas solo por su utilidad:
Ahora bien, si consideramos el fin para el cual Dios creó los
alimentos, veremos que no solo quiso proveer para nuestra
subsistencia, sino que también tuvo en cuenta el placer y la
satisfacción. De igual manera, en los vestidos, además de la necesidad,
pensó en lo que resulta decoroso y honesto. En las hierbas, los árboles
y las frutas, además de sernos útiles, quiso alegrar nuestros ojos con su
hermosura, añadiéndoles también una suave fragancia […]. ¿No nos
ha dado innumerables cosas, que debemos estimar, aunque no sean tan
necesarias?33
Es decir, debemos verlo todo y expresar algo como:
Todas las cosas brillantes y hermosas; todas las criaturas grandes y
pequeñas.
Todas las cosas sabias y maravillosas, todas las hizo el Señor nuestro
Dios.34
A menos que con regularidad detengamos la labor, tomemos tiempo para
adorar (lo cual considera Pieper una de las actividades principales dentro del
«ocio»), y simplemente contemplemos y disfrutemos el mundo —entre otras
cosas el fruto de nuestra labor—, no podemos experimentar de verdad el
sentido de nuestras vidas. Pieper escribió:
El ocio es un estado que considera todas las cosas con un espíritu de
celebración […]. El ocio vive del consenso. No es lo mismo que la
falta de actividad […]. Es más bien el silencio en la conversación de
una pareja que se alimenta de su propia unidad […] y como manifiesta
la Escritura, Dios miró, cuando descansó de todas las obras que había
hecho, que todo era muy bueno, muy bueno (Gén. 1:31), entonces el
ocio humano abarca en sí mismo una incesante contemplación que
celebra y aprueba la realidad de todolo creado.35
En síntesis, el trabajo —y mucho de este— es un componente indispensable
en una vida humana significativa. Es un don supremo de Dios y uno de los
elementos principales que dan propósito a nuestra existencia. Sin embargo,
debe desempeñar el papel que le corresponde, subordinado a Dios. Debe con
regularidad ceder a la suspensión del trabajo para la restauración física y para
recibir el mundo y la vida ordinaria con alegría.
Esto nos parece evidente; manifestamos: «De veras el trabajo es importante,
aunque no es lo único en la vida». Pero es crucial entender bien estas
verdades. Porque en un mundo caído, el trabajo frustra y agota; uno puede
fácilmente concluir que debemos evitarlo o soportarlo. Y como nuestros
corazones desordenados ansían una reafirmación, tendemos a ir en la
dirección opuesta, hacer que la vida se trate de logros profesionales y muy
poco de lo demás. En realidad, el trabajar en exceso es a menudo un vano
intento de obtener pronto los beneficios económicos de toda una vida de
trabajo, de manera que podamos dejarlo atrás. Al final, estas actitudes solo
harán el trabajo más sofocante y poco satisfactorio.
Cuando pensamos: «¡Odio el trabajo!», debemos recordar que, aunque
puede ser un recordatorio realmente poderoso (e incluso intensificador) de la
maldición del pecado sobre esta tierra; no es en sí mismo una maldición. Dios
nos diseñó para el trabajo y nos liberó mediante él. No obstante, cuando el
trabajo absorbe de lleno nuestras vidas, recuerda que debemos respetar sus
límites. No hay mejor inicio para una vida laboral que comprender de manera
sólida la teología del balance entre el trabajo y el descanso.
D O S
La dignidad del trabajo
Y dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y
semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre
las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los
animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran
por el suelo».
Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de
Dios. Hombre y mujer los creó.
Génesis 1:26-27
El trabajo como una necesidad degradante
Ayn Rand es una de las filósofas del siglo XX más leídas sobre el tema del
trabajo. En sus dos novelas más famosas, ella creó personajes que desafiaban
las tendencias del socialismo y el colectivismo. Howard Roark, el arquitecto
en The Fountainhead [El manantial], conmueve el alma con su pasión al
crear edificios que ingeniosamente usan los recursos naturales del medio, con
buen gusto complementan sus entornos naturales y con eficiencia sirven a las
necesidades de sus ocupantes. Rand lo describió como humano, en
comparación con otros arquitectos que hacían su trabajo por dinero o por
prestigio. En Atlas Shrugged [La rebelión de Atlas] tenemos un héroe muy
diferente, John Galt, que dirige una huelga por la gente más productiva de la
sociedad, la cual se niega a ser explotada por más tiempo. Él esperaba
demostrar que un mundo en el cual las personas no son libres para crear está
condenado. Para Rand, el trabajo creativo y productivo era esencial para la
dignidad humana, pero a menudo era degradado por la burocracia y la
preponderancia. Uno de los personajes en La rebelión de Atlas, afirmaba:
«Ya sea una sinfonía o una mina de carbón, todo trabajo es un acto creador y
procede de la misma fuente […] la capacidad para ver, conectar y realizar
todo lo que no se había visto, conectado ni hecho anteriormente».36
Rand alcanzó a ver uno de los aspectos esenciales de la dignidad humana,
como lo entendemos de la lectura de Génesis 1. Lamentablemente, ella fue
además una de las críticas más acérrimas del cristianismo, al rechazar al Dios
de la Biblia quien hizo al hombre a Su propia imagen. Sin embargo, vemos
que el trabajo, según Rand, era un componente mayor de la dignidad humana,
lo cual resuena hoy incluso entre los pensadores más seculares. No siempre
fue así.
Los griegos de la antigüedad enseñaron que los dioses hicieron a los seres
humanos para el trabajo y no lo vieron como una bendición. Eso era algo
degradante. Como lo expresa el filósofo italiano: «Para los griegos el trabajo
era una maldición y no otra cosa».37 Es más, Aristóteles afirmaba que el
desempleo —con lo que quería decir la posibilidad de vivir sin tener que
trabajar— era un requisito indispensable para una vida digna.38 ¿Qué llevó a
los griegos a tener esta visión del trabajo?
Platón, en su diálogo Fedón, argumentaba que estar en el cuerpo
distorsionaba y obstaculizaba al alma en su búsqueda de la verdad. En esta
vida, la persona que desarrollaba discernimiento y pureza espirituales debía
hacerlo al ignorar el cuerpo tanto como fuera posible. Por lo tanto, la muerte
era una forma de liberación e incluso un amigo del alma.39 «En buena
medida los filósofos griegos pensaron en los dioses como mentes perfectas,
solitarias, autosuficientes, ajenas a las cosas del mundo o al alboroto de los
asuntos de los hombres. Los seres humanos se convertirían como en los
dioses al retirarse de la vida activa y dedicarse a la contemplación».40 Ella
los ayudaría a comprender que el mundo material es temporal e incluso
ilusorio, y que estar demasiado interesado o apegado emocionalmente a este
los hundiría en un tipo de existencia animal de temor, enojo y ansiedad. En
cambio, el camino hacia la verdadera paz y la felicidad, era aprender cómo
lograr «desvincularse» de las cosas de este mundo. Epicteto enseñó a sus
discípulos que «la buena vida es una vida despojada de esperanzas y temores.
Es decir, una vida reconciliada con lo que sucede, una vida que acepta el
mundo como es».41 Ser más humano era ser el menos interesado, el que
menos invertía, en el mundo material.
Entonces, el trabajo era una barrera a un tipo de vida más elevado. Y hacía
imposible elevarse por encima de la trivialidad terrenal de la vida al ámbito
de la filosofía, el dominio de los dioses. Los griegos entendieron que la vida
en el mundo exigía trabajo; sin embargo, creían que no todo el trabajo fue
creado igual. El que usaba la mente en vez del cuerpo era más noble, menos
salvaje. La forma más elevada de trabajo era la que requería gran parte de las
funciones cognitivas y no tanto las manuales. «Toda la estructura social
griega dio su apoyo a semejante actitud, porque descansaba en la premisa de
que los esclavos y [los artesanos] realizaban el trabajo, lo que permitía que la
elite se dedicara al ejercicio de la mente en las artes, la filosofía y la
política».42 Aristóteles célebremente declaró en su Política IV.8 que ciertas
personas nacen para ser esclavas. Se refería a que algunos no son tan capaces
de un pensamiento racional superior y por eso no desempeñan el trabajo que
libera a los más talentosos y brillantes para que prosigan una vida de honor y
cultura.
La gente moderna reacciona con indignación, y aunque no mantiene la idea
de la esclavitud literal, las actitudes hacia la declaración de Aristóteles siguen
latentes. El filósofo cristiano, Lee Hardy, y muchos otros, han argumentado
que esta «actitud griega hacia el trabajo y su lugar en la vida humana fue en
gran medida preservada tanto en el pensamiento como en la práctica de la
Iglesia cristiana» a través de los siglos, y todavía tiene gran influencia hoy en
nuestra cultura.43 Lo que ha llegado hasta nosotros es una serie de ideas
generalizadas.
Una de ellas es que trabajar es un mal necesario. Según esta perspectiva, el
único buen trabajo es el que nos ayuda a hacer dinero de manera que
podamos sostener a nuestras familias y pagar a otros por el trabajo poco
importante. La segunda, creemos que el trabajo de menor categoría o de
menor remuneración es un asalto a nuestra dignidad. Un resultado de esa
creencia es que muchos aceptan empleos para los que no están calificados, al
escoger carreras que no concuerdan con sus dones, pero que prometen
salarios más elevados y prestigio. Cada vez más las sociedades occidentales
se dividen entre las «categorías de conocimiento» que son muy bien
remuneradas y los «sectores de servicio» que son mal pagados, y la mayoríade nosotros acepta y perpetúa los juicios que acompañan a estas divisiones.
Otro resultado es que muchos elegirán estar desempleados antes que realizar
un trabajo que consideran inferior para sus capacidades, y la mayor parte de
los servicios y el trabajo manual pertenecen a esta categoría. A menudo las
personas que han conseguido entrar en las categorías de conocimiento
muestran gran desprecio por los conserjes, los albañiles, los empleados de
lavandería, los cocineros, los jardineros y otros que tienen trabajos de
servicio.
El trabajo como un sello de la dignidad humana
La perspectiva bíblica sobre estos asuntos es diferente por completo. El
trabajo de todo tipo, ya sea que se realice con las manos o con la mente, da
constancia de nuestra dignidad como seres humanos, porque refleja la imagen
de Dios el Creador en nosotros. El erudito bíblico, Derek Kidner, observó
algo profundo en la creación de los animales y los seres humanos en Génesis,
capítulo 1: Solo el hombre es puesto aparte y se le da una descripción de
trabajo, «un “cargo” (1:26b,28b; 2:19; comparar Sal. 8:4-8; Sant. 3:7)
[…]».44 Es decir, mientras que las plantas y los animales son llamados a
«multiplicarse» y «reproducirse», únicamente a los seres humanos se les
asigna de manera específica una tarea. Son llamados a «someter» y «tener
dominio» o señorear en la tierra.
Se nos asigna un trabajo específico porque fuimos hechos a la imagen de
Dios. ¿Qué significa esto? «Los gobernantes del antiguo Cercano Oriente
establecieron imágenes y estatuas en lugares donde ejercían o pretendían
ejercer autoridad. Las imágenes representaban al mismo gobernante como
símbolos de su presencia y autoridad…».45 La conexión cercana de Génesis
1:26 con el mandato de «ejercer dominio», muestra que este acto de dominar
es un aspecto que define lo que significa ser hecho a la imagen de Dios.
Somos llamados a representar al Señor aquí en el mundo, a administrar al
resto de la creación en Su lugar como Sus vicegerentes. Compartimos en
hacer las cosas que Él ha hecho en la creación: ordenar el caos, construir con
ingenio una civilización del material de la naturaleza física y humana, cuidar
todo lo que el Creador ha hecho. Esta es una parte importante para la que
fuimos creados.
Mientras los griegos consideraron que el trabajo ordinario, en particular el
trabajo manual, degradaba a los seres humanos al nivel de los animales, la
Biblia considera que todo trabajo diferencia a los seres humanos de los
animales y los eleva a una posición de dignidad. El experto del Antiguo
Testamento, Victor Hamilton, observaba que, en las culturas circundantes
como Egipto y Mesopotamia, el rey u otros de sangre real podían llamarse la
«imagen de Dios»; pero, destacaba, que dicho término exclusivo «no se
aplicaba al excavador de canales ni al mampostero que trabajaba en el zigurat
[…]. Pero Génesis capítulo 1 usa lenguaje real para describir al simple
“hombre”. A los ojos de Dios, toda la humanidad es real. La Biblia
democratiza los conceptos exclusivistas y de la realeza de las naciones que
rodeaban a Israel».46
El trabajo es digno porque es algo que Dios hace y porque lo hacemos en
lugar de Él, como Sus representantes. Aprendemos no solo que el trabajo
tiene dignidad en sí mismo, sino además que todos los tipos de trabajo la
poseen. El propio trabajo de Dios en Génesis 1 y 2 es «manual», cuando nos
forma del polvo de la tierra, al poner deliberadamente un espíritu en un
cuerpo físico, y cuando planta un jardín (Gén. 2:8). Es difícil para nosotros
darnos cuenta de cuán revolucionaria ha sido esta idea en la historia del
pensamiento humano. El ministro y autor, Phillip Jensen, lo manifiesta así:
«Si Dios viniera al mundo, ¿cómo sería? Para los antiguos griegos podría
haber sido un rey-filósofo. Para los antiguos romanos podría haber sido un
noble y justo estadista. Sin embargo, ¿cómo vino al mundo el Dios de los
hebreos? Como un carpintero».47
La era económica actual nos ha dado nuevos impulsos y maneras de
estigmatizar trabajos como la actividad agrícola y el cuidado de los niños,
labores que se supone no caen en la categoría del «conocimiento» y por eso
no son bien remunerados. Sin embargo, en Génesis vemos a Dios como un
jardinero, y en el Nuevo Testamento como un carpintero. Ninguna tarea es un
recipiente tan pequeño para contener la inmensa dignidad dada por Dios al
trabajo. La simple labor física es tan importante para Dios como lo es la
formulación de una verdad teológica. Piensa en el trabajo de limpieza.
Considera que si no lo haces —o contratas a alguien más— con el tiempo te
enfermarás y morirás debido a los gérmenes, virus e infecciones que se
reproducen en tu casa. Dios hizo el material de la creación para que las
personas lo desarrollaran, lo cultivaran y lo cuidaran en un sinnúmero de
formas mediante el trabajo. Pero hasta la más simple de estas formas es
importante. Sin todas ellas, la vida humana no podría prosperar.
Mike, un amigo de Katherine, es portero en la ciudad de Nueva York. Es
uno de los quince que laboran en un importante edificio de apartamentos en
régimen de cooperativa en Manhattan, el cual aloja cerca de 100 familias.
Mike, ahora de unos sesenta años, emigró a Estados Unidos desde Croacia
cuando era joven, y realizó diversos trabajos, desde el negocio de restaurantes
hasta el trabajo manual. Ha sido portero en el edificio por 20 años, y es
claramente visible su actitud hacia el trabajo. Para él es mucho más que un
empleo. Le interesan las personas en el edificio y se enorgullece de ayudar a
cargar o descargar, encontrar lugares para parquear los autos y dar la
bienvenida a los visitantes. Da el ejemplo para mantener limpios y atractivos
el vestíbulo y la entrada del edificio.
Cuando se le preguntó qué lo hacía dejar lo que estaba haciendo para ayudar
a descargar el automóvil de uno de los residentes que arribaba después de un
fin de semana fuera, respondió: «Ese es mi trabajo» o «ellos necesitan mi
ayuda». ¿Por qué recuerdas el nombre de cada niño? «Porque viven aquí». En
determinado momento, a la pregunta: «Pero ¿por qué te esfuerzas tanto con
cada aspecto de este empleo?», replicó: «No sé […] es justo lo que necesito
para poder verme al espejo por la mañana. No podría vivir conmigo mismo si
no diera lo mejor cada día». Parece que trabaja por gratitud hacia el trabajo y
por su vida. Está contento de estar en este país y por las oportunidades que le
ha dado.
La mayoría de la gente a la que Mike sirve son profesionales u hombres de
negocios que quizás están contentos de no ser porteros. Algunos incluso,
considerarían este empleo como algo degradante si tuvieran que hacerlo ellos
mismos. Sin embargo, la actitud de Mike demuestra que reconoce la dignidad
inherente de la labor que desempeña; y en esto, pone de manifiesto la bondad
y el valor del trabajo.
El mundo material es importante
Todo trabajo es digno porque refleja la imagen de Dios en nosotros, y además
porque la creación material a la que somos llamados a cuidar es buena. Los
griegos vieron la muerte como un amigo, porque los liberaría de la prisión de
la vida física. La Biblia ve la muerte no como un amigo, sino como un
enemigo (1 Cor. 15:26), porque el mundo creado es un bien excelente y
hermoso (Gén. 1:31), destinado a existir siempre (Apoc. 22:1-5). Sin duda, la
doctrina bíblica de la creación armoniza con la doctrina de la encarnación (en
la cual Dios asumió un cuerpo humano) y de la resurrección (en la cual Dios
redime no solo el alma, sino también el cuerpo) para mostrar cuán
«favorable» es el cristianismo al mundo material. Para los cristianos, incluso
nuestro futuro es material. Algunas visiones sobre la realidad ven lo espiritual
como más real y verdadero que lo físico; otras, más naturalistas, ven lo
espiritual como algo ilusorio y lo físico como lo único real; sin embargo,
ninguna de estas aparece en la Biblia.
Reconocemos que el mundo es bueno. No es el teatro temporal para
nuestras historias individuales de salvación, después del cual vamos a vivir
vidas fueradel cuerpo en una dimensión distinta. Según la Biblia, este mundo
es el precursor de los cielos nuevos y la tierra nueva, el que será purificado,
restaurado y mejorado en la «renovación de todas las cosas» (Mat. 19:28;
Rom. 8:19-25). Ninguna otra religión concibe que la materia y el espíritu
convivan en integridad eternamente. Y por eso los pájaros que vuelan, los
océanos que rugen, las personas que comen, caminan y aman son buenas
cosas para siempre.
Según hemos visto, ello significa que los cristianos no pueden mirar con
desprecio el trabajo que requiere un contacto más íntimo con el mundo
material. Cuidar y cultivar dicho mundo tiene valor, incluso si esto supone
cortar el césped. Además, significa que el trabajo «secular» no tiene menos
dignidad y nobleza que el trabajo «sagrado» del ministerio. Somos cuerpo y
alma, y el ideal bíblico de shalom incluye tanto la prosperidad física como la
espiritual. «El alimento que nutre, el techo que resguarda de la lluvia, la
sombra que protege del calor del sol […] la satisfacción de las necesidades
materiales y los deseos de los hombres y las mujeres […] cuando los
negocios producen cosas materiales que mejoran el bienestar de la
comunidad, ellos realizan trabajos que le importan a Dios».48
En Salmos 65:9-10; 104:30 descubrimos que Dios cultiva la tierra al regarla
con las lluvias, y, mediante Su Espíritu Santo, «renuev[a] la faz de la tierra».
Sin embargo, en Juan 16:8-11, se afirma que el Espíritu Santo condena y
convence a la gente en cuanto al pecado y el juicio de Dios, lo cual es algo
que hace un predicador. Entonces, aquí tenemos al Espíritu de Dios que
cultiva y predica el evangelio. Ambos son Su obra. ¿Cómo podemos señalar
que un tipo de trabajo es superior y noble, y el otro es inferior y humillante?
Tenemos un fundamento excelente si entendemos la bondad de la creación
y la dignidad del trabajo. Trabajamos en un mundo maravilloso que está
diseñado, al menos parcialmente, para nuestro placer. El autor de Génesis nos
declara que deberíamos experimentar asombro ante la riqueza de todo lo
creado, porque rebosa vida. Dios parece deleitarse en la diversidad y la
creación. Otros textos en la Biblia hablan sobre la actividad creadora del
Señor motivada por el puro deleite de crear (ver Prov. 8:27-31). También esto
es parte del plan de Dios sobre lo que debe ser nuestro trabajo y lo que sería
si no hubiéramos experimentado la caída, la cual afectó todo, incluso nuestra
labor.
Fuimos hechos para el trabajo y la dignidad que nos da como seres
humanos, sea cual fuere su condición o remuneración. Las implicaciones
prácticas de este principio son trascendentales. Tenemos la libertad para
buscar un trabajo que se adecúe a nuestros talentos y pasiones. Podemos estar
abiertos a mayores oportunidades de empleo cuando la economía es frágil y
los puestos de trabajo escasean. Ya no tenemos fundamento alguno para la
condescendencia o un aire superior, ni para la envidia o los sentimientos de
inferioridad. Cada cristiano debe ser capaz de identificar, con convicción y
deleite, las maneras en las cuales con su trabajo participa con Dios en Su
creación y gobierno. Para eso, consideremos la comprensión bíblica de la
cultura.
T R E S
El trabajo como cultura
Y los bendijo con estas palabras: «Sean fructíferos y
multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los
peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que
se arrastran por el suelo».
Génesis 1:28
Dios el Señor plantó un jardín al oriente del Edén, y allí puso
al hombre que había formado. Dios el Señor hizo que creciera
toda clase de árboles hermosos, los cuales daban frutos buenos
y apetecibles […]. Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en
el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara, y le dio
este mandato: «Puedes comer de todos los árboles del jardín,
pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás
comer. El día que de él comas, ciertamente morirás». Luego
Dios el Señor dijo: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy
a hacerle una ayuda adecuada». Entonces Dios el Señor formó
de la tierra toda ave del cielo y todo animal del campo, y se los
llevó al hombre para ver qué nombre les pondría. El hombre
les puso nombre a todos los seres vivos, y con ese nombre se
les conoce. Así el hombre fue poniéndoles nombre a todos los
animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los
animales del campo. Sin embargo, no se encontró entre ellos la
ayuda adecuada para el hombre. Entonces Dios el Señor hizo
que el hombre cayera en un sueño profundo, y, mientras este
dormía, le sacó una costilla y le cerró la herida. De la costilla
que le había quitado al hombre, Dios el Señor hizo una mujer y
se la presentó al hombre.
Génesis 2:8-9,15-22
Llenar y someter la tierra
El trabajo es nuestro diseño y nuestra dignidad; es, además, una manera de
servir a Dios a través de la creación, en particular en la creación de culturas.
Dios puso a los seres humanos en un jardín, en donde, según argumentos
del experto en hebreo, Derek Kidner, el trabajo era relevante dentro de la
amplia gama de delicias: «El paraíso terrenal […] es un modelo de cuidado
parental. El joven está protegido, pero no es asfixiado: hallazgos y encuentros
le esperan por todas partes para sacar a luz sus poderes de discernimiento y
elección, y hay abundante alimento para sus apetitos estéticos, físicos y
espirituales; asimismo, hay trabajo preparado para su cuerpo y su alma (vv.
15,19)».49 Para nuestro crecimiento espiritual había un llamado divino a la
obediencia (vv. 16-17). Para nuestro desarrollo cultural y creativo estaba el
esfuerzo físico de cuidar el jardín (v. 15) y el ejercicio mental y el
entendimiento al nombrar los animales (v. 19). Por último, en la creación de
Eva y del matrimonio, hubo provisión para que la raza humana creciera hasta
convertirse en una sociedad completa (vv. 19-24). Todos estos esfuerzos se
presentaron en la descripción general de trabajo de Génesis 1:28: «… llenen
la tierra y sométanla…». Este mandato ha sido llamado el «mandato
cultural». ¿Qué significa?
Primero: fuimos llamados a «llenar la tierra», es decir que aumentáramos en
número. Aunque Dios declaró en cuanto a las plantas y animales «produzcan
o multiplíquense» (vv. 11,20a,20b,22 y 24, RVR1960), en cuanto a los seres
humanos no solo se les dio el mandato de llevarlo a cabo de forma activa (v.
28a), sino que luego recibieron una descripción detallada de trabajo (vv. 28b-
29). Es decir, solo a los seres humanos se les dio la tarea de multiplicarse con
un propósito. Sin embargo, ¿por qué sería una responsabilidad?, ¿no es solo
un proceso natural? No exactamente. Que los seres humanos «llenen la
tierra» significa algo más que las plantas y los animales la llenen. Supone
civilización, no solo procreación. Parece que Dios no solo desea más
individuos de la especie humana, quiere además que el mundo se llene con
una sociedad humana. Él podría haber solo dicho la palabra y haber creado
millones de personas en miles de asentamientos humanos, pero no lo hizo.
Hizo que fuera nuestra responsabilidad (o trabajo) desarrollar y construir esta
sociedad.
Segundo: fuimos llamados a «dominar o señorear» sobre el resto de la
creación e incluso «someterla o sojuzgarla». ¿Qué significa esto? La palabra
«someter» podría entrañar que las fuerzas de la naturaleza eran adversas y
debían conquistarse de alguna manera. Algunos se oponen a que este texto dé
permiso a los seres humanos para explotar la naturaleza. Sin embargo, no se
refiere a eso.50 Recuerda que este mandato se da antes de la caída, antes de
que la naturaleza quedara sujeta a corrupción (Rom. 8:17-27) y trajera cardos
y espinas junto con los frutos (Gén. 3:17-19). Aún había una armonía
primigenia dentro de la creación que ya no existió después de la caída. Así
que, no hay un intento violento de «someter» la tierra. En cambio, «ejercer
dominio» en el mundo como portadores de la imagen de Dios debería verse
como administración o tutela. El Señor es dueño del mundo, pero