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en una necesidad aguda (por enfermedad, por ejemplo). El intercambio los beneficia a ambos siempre y cuando realmente alternen los roles de receptor y donante. Pero tam- bién es cierto, y Trivers lo advirtió, que la estructura de interacción contiene un incentivo para ganar más a costa de la cooperación unilateral del otro. Se trata de un dilema de prisionero de dos jugadores. Así pues, Trivers puso el problema de la cooperación en general, y de la cooperación humana en particular, explícitamente en el contexto de los dilemas sociales. Ahora, como en todo dilema social, si los implicados juegan a bene- ficiarse de la cooperación unilateral del otro, no habrá quien coopere unilateralmente y todos pierden en comparación con la situación en la que todos cooperan. Como es obvio que la cooperación universal es preferible a la defección universal, la selección pudo haberse encargado de diseñar unos mecanismos para facilitarla y convertirla en un equilibrio. En el caso humano, se trata de mecanismos psicológicos, y precisamente de los mismos que controlan el comportamiento moral. Dado que la cooperación entre individuos no emparentados paga si y sólo si se enmarca en un contexto de reciprocidad, los individuos deben tener tanto motivaciones para cooperar y reciprocar como también mecanismos que les permitan distinguir entre quienes tienen, y quienes no tienen esas motivaciones. Apelando a las investigaciones de psicólogos sociales, Trivers explicó cómo los sentimientos de amistad, de simpatía, de gratitud, de culpa, de agresión moralista, están diseñados para controlar el altruismo recíproco; y cómo los seres humanos prestamos especial atención a los signos del carácter y de las intenciones para ejercer la discriminación entre tramposos y cooperadores. Esta capacidad para la discriminación es clave, pues es discriminando que logramos finalmente protegernos contra los tramposos. Pero tan importante como la capacidadde discriminar, es saber qué hacer con aquéllos que sistemáticamente tratan de sacar ventaja de los cooperadores, engañándolos o violentándolos. Cuando describe el modelo general — que aplica a todas las especies — Trivers menciona que las víctimas de los tramposos las excluyen de manera permanente de toda cooperación ulterior. Más adelante, cuando elabora en detalle el caso humano, menciona la agresión moralista contra los tramposos, que se conoce hoy como castigo altruista (FEHR; GÄCHTER, 2002), y que puede ir desde la agresión verbal hasta el homicidio. La estrategia del altruismo recíproco en los humanos tiene entonces dos opciones para castigar a los tramposos: puede simplemente cortar toda cooperación futura con ellos, y/o puede acudir a la agresión directa, ya sea verbal o abiertamente física. Hacia el final del texto, Trivers menciona tangencialmente una circunstancia que amplía las posibilidades de castigo: en un grupo estable, cualquiera puede enterarse del carácter de los demás, ya observándolos, ya a través de lo que otros cuentan. De aquí nace la preocupación por la propia reputación y la posibilidad de castigar opinando sobre el carácter de otros. Ser reconocido públicamente como tramposo es una forma de ser castigado, pues conduce, cuando menos, a la exclusión social. Finalmente, Trivers menciona que para facilitar las interacciones entre varios individuos se formulan reglas 406 de intercambio o normas de conducta y que los tramposos pasan a ser caracterizados como quienes las violan. Es claro por lo anterior que el complejo normas-emociones-sanciones juega un papel tan importante en Trivers como lo vimos jugar en Darwin. En la literatura actual, las normas y los castigos han adquirido especial protagonismo para explicar el gran éxito adaptativo de la cooperación humana, que se distingue por su escala de la que se advierte en cualquier otro tipo de organismo, con excepción quizás de los insectos sociales. Un grupo de autores ha reconocido este hecho en conexión con una estrategia que postulan como novedosa y superior a las estrategias clásicas de reciprocidad directa e indirecta: a saber, la reciprocidad fuerte o castigo altruista. La novedad de la estrategia es discutible. Se puede sostener que su rasgos fundamentales, a saber la coerción de los defectores mediante castigos, y el carácter psicológicamente altruista de su mecanismo subyacente, están ya contenidos en la idea de reciprocidad de Trivers, en especial por el papel que le atribuyó a las emociones, a la agresión moralista y a las normas o reglas socialmente acordadas en las interacciones “multipartes” en grupos grandes (ver ROSAS, 2008). 3 Los límites de la reciprocidad La interpretación corriente del “altruismo recíproco” fue propuesta por Axelrod y Hamilton (1981), quienes lo redujeron a Tit for Tat, una estrategia para interacciones diádicas: “coopera en la primera jugada, luego copia la jugada del otro jugador”. Se inicia así un programa teórico de investigación que explora conductas cooperativas con simulaciones computacionales de procesos evolutivos, en donde compiten distintas estrategias sociales y se propagan las más aptas. El entusiasmo teórico inicial con el altruismo recíproco desembocó paulatinamente en una actitud escéptica que provino tanto de la investigación empírica como de los aná- lisis teóricos. Por el lado empírico surgieron dudas tanto sobre la difusión del altruismo recíproco en el ámbito animal (NOË, 1990; CONNOR, 1986, 1995; CLEMENTS; STEP- HENS, 1995; DUGATKIN, 2002; HAMMERSTEIN, 2003; STEVENS, et al. 2005) como sobre su poder explicativo en el caso humano (BLURTON-JONES, 1987; HAWKES, 1993; FEHR; FISCHBACHER, 2003). Para el caso humano, las dudas adquirieron una forma canónica cuando Boyd y Richerson investigaron con modelos matemáticos los efectos de la reciprocidad en dilemas iterados de más de dos personas que interactúan para producir un bien público. En este dilema los cooperadores invierten individualmente una cantidad c para producir un beneficio colectivo b, que se reparte equitativamente entre n participantes (donde b = c.k; 1<k<n; b/n<c). Dado que el retorno de la contri- bución (b/n) es siempre menor a su costo (c), no-cooperar es la estrategia dominante, sin importar lo que los demás hagan. Pero si nadie coopera, todos pierden. Boyd y Richerson (1988, 1992) descubrieron que en este caso la reciprocidad no promueve la cooperación. Al contrario, la desanima: cuando los cooperadores ejercen retaliación 407 Capítulos Ética evolucionista: el enfoque adaptacionista de la cooperación humana Los límites de la reciprocidad