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El velero de cristal

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EL VIAJE 
Anna se abanicó con el pañuelo y se enjugó la transpiración de los brazos. A pesar de que la 
tarde comenzaba y el sol tendía a desaparecer, el calor continuaba reinando dentro del 
automóvil. Todo el viaje había sido hecho bajo el dominio del verano. Las ventanillas bajas 
dejaban penetrar un viento tibio y pesado. 
Eduardo, recostado en el asiento, miraba impasible el cuello de Nonato, el chofer, que no 
parecía sentir el calor, como si formara parte o fuese la continuación del volante. 
Anna miró los ojos semicerrados de Eduardo y sonrió pasándole las manos por la frente 
húmeda. 
 ¿Cansado querido? 
 Un poco tía. Pero me gusta este viaje. 
 ¿A pesar de todo este calor? 
 A mí siempre me gusta más el verano. 
Ella sonrió, comprendiendo: 
 Es verdad. A ti siempre te gustó el verano. 
Se calló, pensando en el sobrino. En el verano sus piernas no le dolían. Sui cabeza parecía 
tornarse más leve y sus ojos sonreían siempre con alegría. En el invierno llegaba la tristeza. 
No quería levantarse, se quedaba todo encogido en la cama como si vegetase, y gemía mucho 
cuando era necesario colocarle los aparatos en los pies y las piernas. Además, estaba ese 
dolor de cabeza que le hinchaban los ojos. Todo lo que hablaba parecía ser la continuación de 
un gemido. 
 ¿Necesita algo? 
 No, tía. Muchas gracias. 
Pero si que tenía necesidades. Sentía la vejiga tan llena que dolía. Pero en la parada del viaje, 
cuando todos descendieron al restaurante, él se negó a ir. Prefería dejar de hacer pipí antes 
que transformarse en motivo de curiosidad y de pena. 
 ¿Todavía falta mucho, tía? 
 Cuando bajemos la sierra tomaremos el camino. Calculo que más o menos una 
hora. ¿Estás cansado, no, hijo? 
 No mucho. 
 Cuando lleguemos a la ciudad tomaremos un camino particular que va subiendo; 
después, comienza el descenso y se avista la casa. ¡Mira, Edu, pocas veces vi una 
casa tan linda como esta! Tiene una piscina entre las piedras. Con cuidado, hasta 
podrás bañarte en ella. 
 ¿Crees que eso servirá para algo? 
 Sin duda. Te pondrás fuerte, de buen color, bronceado y… 
 ¿Y qué, tía? 
 Nada. Serás muy feliz. Yo estoy aquí para cumplir todos tus deseos. ¿no es eso? 
Desmañadamente acarició la mano de la tía en un gesto de afecto. Sabía el significado de su 
reticencia. ¡Pobre tía Anna que ignoraba la mitad de lo que él descubriera! Pero nunca la 
afligiría. 
La tarde estaba refrescando y un viento fresco penetraba en el automóvil. Cerró los ojos para 
pensar. ¿Cómo serían los caseros, el jardinero, el resto del personal? Todo lo que sucedería 
sería nuevo para él. Con el tiempo ellos se acostumbrarían, estaba seguro, y tía Anna había 
prometido que en la casa habría el mínimo de gente trabajando. Y cuando tía Anna prometía, 
no se podía dudar. 
Una cálida somnolencia le pesaba. Debía de ser el mar cercano. Pero se negó a pedir que 
detuviera el auto. Sería un trabajo penoso. Sentía quemarle el rostro, enrojecer pensando en 
la molestia que podía causar. Un poco más de paciencia y llegarían. 
La noche reinaba ahora y los faroles del automóvil rasgaban las sombras del camino. Los 
árboles circundantes adquirían un aspecto sombrío y asustador. Si miraba el cielo, la noche 
estaba brillante de estrellas. 
 Estamos llegando a la ciudad. Voy a acomodarte mejor el asiento, ¿quieres? 
 No es necesario tía. Ya estamos cerca. Lo peor ya pasó 
 ¿No quieres ver la ciudad? 
 Puedo verla así como estoy 
Sentía deseos de llegar pronto, de sentir el viento del mar más cerca de su cuerpo y de su 
cansancio. 
Respiro aliviado cuando las luces fueron desapareciendo y sintió que tomaban el camino de 
una nueva carretera. 
Ahora el auto iba más lentamente y el asfalto había desaparecido, cediendo lugar a un camino 
pedregoso y áspero. 
 Estamos casi en lo alto de la sierra, ¿no es verdad Nonato? 
 Dentro de poco voy a parar y usted podrá ver el paisaje como la otra vez. 
Eso está muy bien. Así Edu podrá encantarse con la casa. El auto disminuyó la marcha. 
 Llegamos doña Anna 
Frenó el vehículo y descendió, yendo en ayuda de la señora y el niño para que pudiera 
descender. 
 Listo Edu. Di orden de que dejaran toda la casa iluminada. ¡Y obedecieron! 
Nonato va a ayudarte. 
Nonato lo sostuvo entre sus brazos mientras la tía Anna tomaba las dos muletas. 
Estoy un poco mareado Eduardo suplicó: 
 Tía, necesito quedarme un momento a solas con Nonato 
Anna sonrió en la oscuridad y se alejó hacia abajo, por el camino. Miraba el cielo, tan lindo y 
estrellado. Esperó pacientemente en esa contemplación hasta escuchar el pequeño ruido 
sobre la arena. El niño debería da haber sufrido mucho. Ahora todo estaba terminado. 
Sabía que podía regresar. Lo hizo con calma. 
 Vamos despacito hasta aquella parte más alta. 
Apoyado en las muletas, Eduardo caminaba con cuidado; aún así, sentíase amparado por las 
manos de Neonato en sus espaldas. 
Ahora el viento del mar castigaba los rostros. 
 ¿No es una belleza, Edu? 
Como si estuviese anclada en la oscuridad, la casa aparecía toda iluminada. 
 La primera vez yo no lo había notado, pero ahora, con más calma, veo que parece 
un barco anclado en el muelle. 
Una sonrisa abrió el rostro de Eduardo. 
 No, tía, no es un barco. Es más hermoso que eso. Con todas las luces encendidas, 
parece un Velero de Cristal. 
 
LA CONQUISTA DEL VELERO 
Anna había cumplido su palabra. Después de pasar dos días en reposo por causa del viaje, 
ahora podía recorrer, aunque muy lentamente, cualquier rincón de la casa. 
Quien la veía por el lado de afuera no podía imaginar toda su belleza. Tal vez hasta se 
decepcionara frente aquel gran paredón descascarado que mostraba piedras desprolijas y 
guardaba un poco del antiguo revoque y una infinidad de nombres tachados. Eran nombres de 
parejas, nombres de enamorados, corazones traspasados por una flecha… Nombres que 
también se desgastaban con el paso del tiempo. 
 ¿Por qué no derribaron también ese paredón, tía? 
 Por tradición. Aquí había un viejo depósito de café del tiempo de los esclavos. Si 
no hubiese sido por él, no habríamos tenido esta sorpresa. 
Y Anna tenía razón. Porque cuando se alcanzaba el lado interior de la morada todo se 
transformaba en un sueño. Existía una playa particular donde aparecían dos ranchos de 
pescadores. La casa se apoyaba como sentándose sobre dos grandes piedras y también 
algunas columnas sostenían la parte del frente. Había un jardín entre las piedras y un camino 
hecho por la mano del hombre que rodeaba la casa y seguía contorneando la sierra del fondo. 
Por donde se mirase, el mar golpeaba y salpicaba de espuma. 
 Lo que me parece más bonito es el comedor, tía. Cuando las cortinas están 
corridas, la gente ve al mar por todos lados. Entonces da la impresión de que se 
está en un barco. 
 ¿Eso quiere decir que apruebas la elección? 
 Ciento por ciento. 
Anna investigaba con tacto. 
 ¿No te estás cansando mucho? 
 No tía. 
 Quizá fuera mejor hacer venir de San Pablo la silla de ruedas… 
 ¡Por favor, no! Estoy bien. Descansé bastante. Dormí mucho estos días ¿no viste? 
 Claro, querido. La proximidad del mar da mucho sueño. 
 Entonces vamos a dar una vuelta a la piscina, aunque sea despacito. 
Ella sostuvo su mano. 
 Prometiste que si yo venía me darías todos mis gustos. Quiero ver de cerca el 
tigre chino. 
 Está bien, pero acabada la vuelta vas a quedarte dos horas sentado. 
 Lo prometo. Estaría sentado hasta más tiempo. Quiero ver el atardecer allí en la 
terraza del frente, donde el mar golpea más cerca. 
Apoyando con habilidad en la muleta, salieron del patio interior y se encaminaron hacia el 
borde de la piscina. Es muy lindo, ¿no? 
 Es una escultura china 
Una piedra grande se destacaba en la piscina y, sobre otra enorme y chata, un tigre de bronce 
parecía estar vivo, queriendo arrojarse al agua. 
La marejada le prestaba manchas rojizo–verdosas en la espalda y en el cuello. La marejada o 
respetaba sin su gran belleza. 
 ¡Mira sus ojos, tía! 
 Impresionante, ¿no? 
 Ayer por la noche yo estaba en la cubierta superior y la luz, al dar directamente 
en los ojos del tigre, daba la impresión de que lanzaran chispas. 
 ¿Qué cubierta, Edu? 
Se volvió señalando. 
Aquella, allí. Al lado de la escalera que da al piso de arriba. 
Se rió de la imagen 
 De todas maneras, tú estás en un barco y no en una casa ¿no? 
 Así es mejor. Yo nunca viaje en barco. Sólo en tren y en automóvil. 
 Si tú lo quieres así está bien. Vamos a hacer un viaje al país de los sueños. 
Costó mucho sacarlo de ahí 
 Vamos Edu, ya es tarde. 
 Solamente un poquito más, tía. Ya voy a tener en la en la vida mucho tiempo para 
dormir. 
Se había sentado en un sillón grande, mirando el mar. Esa era la sala de juego, pero aún no 
sabía qué nombre él le había dado al local. 
Quedaba perdido en el mar. Las piedras debajo de la casa formaban un círculo que penetraba 
en el mar. Las olas rompían con estruendo, levantando torrentes de espuma. La marejada 
salpicaba y humedecía las grandes paredes de vidrio. 
 ¿No parece que estuviéramos en el mar? 
 Así es. Pero también parece que es hora de que alguien vaya a la cama. 
 Ahora podemos ir. 
Lo ayudó a colocarse las muletas y comenzaron a caminar. 
Al salir de la sala, Edu la habló una repisa, en el fondo. 
 ¡Buenas noches linda dama! 
 ¿Con quién hablas? 
 Con aquella linda lechuza embalsamada 
 ¡Pero si es horrible 
 Porque no miraste sus ojos brillantes... 
Entraron en el cuarto y Edu comenzó sus preparativos para dormir. 
Ya debajo de las frazadas, porque la noche estaba fría, recordó los aparatos mecánicos cuyo 
retiro era duro. 
 Vamos a salir de debajo de las frazadas. Necesitamos sacarlos, querido. Con 
cuidado; no duele y no demorará mucho. 
Él cedió, ante la voz de cariño. 
 Listo, ahora puede cubrirse a gusto. 
Él sonrío 
 ¡Anna, eres formidable! 
Ella conocía aquella forma de ternura 
 Si. Y ahora soy Anna la formidable, ¿no? 
 Siempre fuiste formidable, Anna 
 Entonces, ¿puedo apagar la luz? 
 Todavía no 
 ¿Vas a rezar? 
 Ya no rezo más Anna 
 ¿Y por qué? 
 No sé. Siento que no es necesario. Estoy viviendo una gran felicidad. 
 Entonces, ¿eso no se agradece? 
 No, tía. Dios me está dando esto porque quiere. Me parece que lo hace porque la 
vida ya me castigó mucho. 
Anna tragó en seco, totalmente emocionada. Cambió de conversación. 
 ¿No extrañas a Serginho y a Marcelo? 
 ¡Ni un poquito! Y creo que ellos tampoco piensan en mí. Es bueno eso porque yo 
estaba molestándolos siempre, como si fuese un estorbo. 
 ¡Qué tontería, Edu! 
 ¿Sabes Anna? Me parece linda la forma en que Serginho lo hace todo. Es dos años 
mayor que yo y ya se está transformando en un muchachón. Uno ve con qué 
orgullo papá lo mira. Adoro el modo que Marcelo toma la guitarra y toca todo lo 
que quiere. También ellos son formidables. 
Su voz sonó ronca y emocionada 
 No es que yo tenga envidia, pero me gustaría ser tan lindo como ellos, poder 
hacer por lo menos la mitad de lo que ellos hacen... A lo mejor, así papá y mamá 
me querrían más. 
 No digas eso. Ellos te quieren mucho. 
 Sólo hay una persona que me quiere así como soy: tú, Anna. A ti no te molesta 
que yo sea un lisiado, que tenga esta cabeza tan grande. No te incomoda ver 
cómo tiemblan mis manos y derramo la comida en el suelo. 
Anna apoyó la cabeza del niño en su pecho. 
 No hables así. Tienes un hermoso corazón, lo que pasa es que poca gente lo ha 
descubierto. No hables más, querido. Mañana vamos a tener un día de viaje muy 
lindo. El sol lo promete, y el tiempo es agradable. Es el verano que tanto te gusta. 
Duerme, querido, duerme. 
No tenía ya deseos de hablar porque los ojos estaban anegados en lágrimas. 
 
GAKUSHA, EL TIGRE 
Abrió los ojos, asustado. No pudo contenerse y exclamó: 
 ¡Tía, qué linda estás hoy! 
Anna siempre se vestía con colores tristes y oscuros. Ahora no. Lucía un vestido de verano, en 
un tono amarillo con pequeñas flores blancas. Por primera vez Edu la veía con los cabellos 
sueltos, volando al viento. 
Ella se aproximó, sonriendo. 
 Es el cabello suelto. 
 Pero tú te vestías así. Ese color te queda muy lindo. 
 Sí, salí de mis costumbres. Vamos a culpar al verano. 
Miró el rostro de Eduardo y quedó satisfecha. El aire de la playa y del sol habían traído color 
dorado a su piel, lejos de la palidez que el niño ostentaba en la ciudad. 
 ¿Sabes una cosa, querido? Voy a ir al pueblo con doña Magnolia. Compraremos un 
montón de cosas que vas a adorar. 
 ¿Puedo ir? 
La sombra de una tristeza pasó por los ojos del niño. Adivinó: a él también le gustaría ir. 
 Estás bien, ¿no? 
Afirmó con la cabeza, pero en silencio. 
 No voy a demorar nada. Primero tomarás una comida ligera, que yo mandé 
preparar. Vamos… ahora y sonríe. 
Desde el comedor siguió con la mirada a las dos mujeres que subían el camino de la sierra. 
Sólo cuando ellas desaparecieron se animó a terminar su merienda. De nada adelantaba estar 
triste, y con seso sólo conseguiría arruinar la belleza del viaje. 
Tomó las muletas y las colocó en suposición. Ahora sentíase más fuerte y conseguía 
prepararse sin la ayuda de nadie. 
Salió lentamente del comedor y fue al encuentro del viento de la piscina. La sombra de la 
tarde se arrastraba sobre las aguas quietas. Allí encontró lo que buscaba: la inmensa figura 
del tigre se reflejaba como una cosa sublime en el agua. Y no era solamente el tigre; también 
el cielo con sus nubes blancas. 
Se fue aproximando a la estatua. 
Era impresionante; las manchas 
rojizas de cobre desgastado, de 
cerca parecían aumentar. 
Sólo entonces pareció crecer en su 
pecho aquella sensación de estar 
solo, muy solo. También el tigre 
parecía sentir lo mismo. 
Sentándose en la piedra que le servía de base, se apoyó en el tigre. Con dificultad manejó la 
muleta, moviendo el agua para que el pobre animal se agitara un poco y se libertara de su 
parálisis. 
De repente todo su cuerpo se estremeció. ¿Estaría volviéndose loco o soñando? Retiró 
apresuradamente el oído del cuerpo del tigre. Respiró más fuerte para alejar el susto. Sin 
embargo, la curiosidad lo obligaba a repetir el gesto. 
Ahora que el miedo se había ido, no se engañaba. Algo latía acompasadamente en el pecho 
del tigre. Volvió a retirar el oído y tornó a colocarlo: el tic–tac permanecía. Y antes de que 
pudiera alejarse, apoyarse en sus muletas, una voz surgió, muy mansa: 
 No tengas miedo. Es mi corazón que late. 
Tartamudeando, sobró ánimos para preguntar. 
 Pero, ¿tú vives? 
 Como tú. 
 ¿Y hablas? 
 ¿Por qué no? 
Miró asustado al tigre que parecía crecer en su parálisis. 
 Estoy soñando. No es posible. 
 Eso es algo muy bueno. No todos pueden soñar. Desde que llegaste te estoy 
observando. Sólo una cosa no me fue posible distinguir tu nombre. 
 Me llamo Eduardo. Pero Anna me llama Edu. Tú puedes llamarme así. 
 ¿Anna es esa señora que está contigo? ¿Es tu madre? 
 Es casi lo mismo. Es mi tía. 
Hicieron silencio y Eduardo trató de romperlo en seguida. 
 ¿Tú hablas siempre, o solamente ahora? 
 Cada vez que apoyes el oído en mí corazón yo hablaré. 
 ¿Nunca habías hablado antes? 
 Porque antes nunca nadie había apoyado su oído en mi corazón. 
 ¡Qué lindo! Cada vez que pueda vendré a verte. Pero es necesario que guardes el secreto. Si lo haces, prometo mostrarte 
bellísimas cosas. 
 Tú sabes mi nombre; supongo que también tú tienes uno. 
 A pesar de que mi amo era chino, Gakusha, que en japonés significa “sabio” 
 ¿Cómo? 
 Gakusha 
Se sintió desorientado. El tigre comprendió su turbación. 
 ¡Es muy difícil para ti! 
 Yo no puedo decir todo con facilidad. 
 Entonces puedes llamarme como quieras. 
 ¿Qué tal Gabriel? Comienza con la misma letra y pertenece a la historia de un 
ángel que tía Anna me contó. 
Gakusha sonrió. 
 Está bien. Gabriel es un lindo nombre. 
 ¿Sabes Gabriel? En casa la gente piensa que yo estoy mal de la cabeza porque 
hablo con las cosas. 
 Entonces ¿Por qué te asustaste cuando me escuchaste hablar? 
 Porque esta vez fue diferente. Yo hablaba con las cosas y era yo quien respondía 
por ellas. Tú no, comenzaste a hablar. 
 Pues aquí, en este navío, puedes hablar con quien quieras. 
 ¿Hablaste de un navío? ¿Tú piensas así? 
 ¿Y tú? 
 Caramba, yo pensaba más en un velero. 
 Pues velero y navío quieren decir la misma cosa. 
 ¿Quiere decir que yo puedo hablar con lo que quiera? Con las paredes, con el mar, 
con los cubiertos… 
 Tampoco es así. Debes saber elegir. No todas las cosas tienen ese don mágico. A 
pesar de que el velero es una verdadera fantasía. 
 Ahora me dejas confundido. Si tú eres mi amigo, bien podrías indicármelas, y así 
yo no perdería tiempo. ¿Quién más puede conversar conmigo? 
 Está bien. Yo no soy egoísta. Allá arriba, en el salón de juegos hay una repisa, 
¿no? 
 Ya sé: la lechuza embalsamada. 
 Sí, pero no la llames embalsamada porque a ella no le gusta. 
 ¿Qué otra cosa? 
 Todos los días, a las seis y quince, cerca de la escalera sale un sapito rubio que se 
llama Bolitrô 
 ¡Ah, eso no sé! Solamente sé que adora ese nombre y como tú puedes 
pronunciarlo no va a haber ninguna dificultad. 
 ¿Sale todas las tardes? 
 Casi todas. Pero por aquí no aparece desde hace mucho tiempo. 
 Voy a observar bien. Hablando de eso. Gabriel, mira el mar, ¡qué lindo está! 
Verde, las olas visten la costa de blanco. 
 ¡Ah, el mar! ¡El mar! En china un poeta dijo una cosa muy linda sobre el mar. 
¿Quieres escucharla? 
Edu afirmó con la cabeza 
 Pues bien: ”El mar sólo tiene dos tamaños: el que la gente imagina y el que él 
quiere tener” 
Eduardo se ruborizó y acabo por confesar: 
 No entendí muy bien… 
 Es simple. Nadie puede conocer con seguridad el tamaño del mar. 
 ¿Quieres repetirlo? 
Gabriel obedeció. 
 Es realmente hermoso. En algún momento voy a tomar nota y mostrársela a tía 
Anna. 
Gabriel puso mala cara y no dijo nada. 
 ¿Qué fue lo que hice? 
Silencio. Silencio. Sólo el mar golpeaba en las piedras… 
 Caramba, Gabriel, somos amigos desde hace tan poco tiempo, que aún no es 
tiempo de pelear. ¿Vamos a hacer las paces? 
 Prometiste que no le contarías nada a nadie. 
 Es verdad. Disculpa. No diré nunca lo que conversamos. 
El tigre lo miró amistosamente. 
 Si mereces mi confianza, una de estas noches te llevaré a pasear. 
Eduardo abrió muy grandes los ojos. 
 Pero, ¿Cómo? ¿Tú puedes salir de aquí? 
 Todas las veces que quiera. Pero sólo lo hago durante la noche. Una noche 
estrellada podremos ir a pasear. 
Eduardo cayó en la realidad y se entristeció. 
 Pero yo no puedo caminar con mis piernas así… 
 ¡Tontito, no te preocupes! Conmigo puedes, yo solucionaré todo. 
Escucharon el ruido de un auto que llegaba. 
 Ahora, Edu, debes irte. Llego tu tía. En cualquier momento volveremos a 
conversar. 
Hizo un gesto pidiendo silencio y discreción. 
Tomó sus muletas y dijo: 
 Chau, Gabriel 
 Chau, Eduardo 
Caminó lentamente por la terraza y se volvió a la piscina. Gakusha parecía nuevamente 
inanimado contemplando las aguas frescas y transparentes. 
Cuando se aproximó a la escalera miró el lugar por donde, según Gabriel, aparecía el sapito, y 
secreteó: 
 Estoy loco de curiosidad por conocerte, Bolitrô. 
En ese momento apareció Anna, traspirada y con la piel invadida por un rojo dorado. 
 ¿Qué es eso, Edu? Hablabas solito otra vez. 
Él rió y sintió las manos sobre sus cabellos. 
 Nunca hablo solo, tía. 
 ¿Demoré mucho, hijito? 
 Un poco. Pero no me sentí infeliz ni un solo minuto. El velero es espléndido. Todo 
en él es maravilloso. 
LA DAMA DE LAS SOMBRAS 
Durante dos días el sol se fue y la región se vio asolada por una tempestad marina. El mar 
enfurecido se arrojaba locamente contra las piedras y la espuma, la marejada, llegaron a 
pasar por encima de la cosas. Los vidrios necesitaban ser limpiados para poder divisar algo 
afuera. La noche, con su tremenda oscuridad, daba miedo. Los botes que venían de pescar 
camarones anclaban con más firmeza. Cuando volvieran el sol y la calma, sería hermoso 
esperar la llegada de todos los pescadores. Las gaviotas y los “gaviotôes” seguían su ruta de 
espuma y a cada momento se sumergían para cazar camarones pequeños o estropeados. 
Edu sentábase en el salón, viendo a través de los vidrios la rebeldía del mar. Un viento 
húmedo lo forzaba a empujar más la manta sobre su cuerpo. Se quedaría allí todo el tiempo 
que pudiera, casi sin moverse, mirando la bravura de la naturaleza. 
Había comido arriba porque Anna no quería que bajara las escaleras mojadas y resbaladizas. 
La piscina trasbordaba y, cuando podía a Gakusha, él aparecía luminoso entre tanta agua. 
 ¿Todo está bien, Edu? 
 Todo, tía. Me gusta quedarme mirando el mar, las olas, escuchar el ruido que 
hacen. 
 ¿Quieres alguna otra cosa? 
 No, tía. Puedes bajar y escuchar tu novela. Y permanecer ahí todo el tiempo que 
quieras. 
 Va a quedarte quieto ahí, soñando, soñando… 
 Claro. El velero también precisa viajar en días de temporal. Sin eso, el viaje sería 
monótono. 
Sonrió, se inclinó y besó al niño. 
 Sueña, que eso hace bien. 
Eduardo se quedó solo y, sin saber por qué recordó a sus hermanos y a su casa. Ya hacía más 
de una semana que se encontraba allí y ni siquiera la madre había telefoneado para saber de 
él. Pero no quería entristecerse y ya planeaba mudar de pensamientos cuando una voz lo 
interrumpió: 
 Eh, niño, ¿estás en el mundo de la luna? Te hablé tres veces y ni una me 
respondiste. 
 Disculpe, doña María Jurandir. Estaba realmente lejos. 
La lechuza voló hasta la mesa próxima y se quedó mirando al niño. 
 ¿Qué fue lo que usted me dijo? 
 Como señora bien educada, te di las buenas noches. 
 Ya estaba comenzando a ponerme nerviosa. 
Con el pico comenzó a alisar sus plumas desordenadas. 
 Primero, porque este tiempo está insoportable, ¡y mar con lluvia es el fin de la 
vida! Segundo, por causa de tu tía. 
 ¿Qué tiene que ver mi tía con eso? 
 No mucho. Pero demoraba en bajar, y 
como ya venía siendo mi hora… 
 ¿Qué hora doña María Jurandir? 
 ¡Caramba niño! ¿No sabes que hoy es 
jueves? ¿Y que yo me desencanto 
martes, jueves y sábados? 
 Lo había olvidado totalmente 
 Ese es el asunto. Yo. Loca de la vida 
por moverme, y tu tía que no bajaba 
para sus malditas novelas. 
 Doña María Jurandir, hoy está muy protestona. Vamos a conversar, que es mejor. 
¿Por qué no atrasa la hora de desencantas? ¿Por qué no lo hace exactamente a 
las ocho? 
 No puedo. Tiene que ser a las ocho menos cuarto. Quince minutos para mí son 
mucha diferencia. 
 Entonces, no sé. Solamente que la estación adelante quince minutos. 
 La lechuza hizo muecas, disgustada, y continuó alisando sus plumas. 
 Caramba, doña María Jurandir, vamos a conversar, que es mejor. La noche es 
buena para una charla. 
Eso sí. Pero vamos a conversar a mi modo, ¿de acuerdo? Seguro. 
 ¿Estuviste con Gakusha? 
 Gabriel, doña María Jurandir 
 Pues bien, Gabriel. 
 Con este tiempo no puedo salir. Si se resbala una muleta estoy perdido. 
 Mira, niño, tú no le hagas mucho caso. Él tiene manías de nobleza y otras cosas 
más que fastidian mucho. 
 Eso no me importa 
 Yo te aviso. Sólo te aviso. Entonces vamos a conversar. Hoy me vas a contar toda 
tu vida, desde el comienzo al fin. Y no me vengas con historias alegres, que no me 
gustan. Mi naturaleza adora las cosas tristes. 
 Bueno, le cuento. Sobre todo porque mi vida nunca dejó de ser triste. Pero usted 
también, la próxima vez que se desencante me va a contar toda su vida hasta 
llegar aquí, ¿prometido? 
 Bueno. 
 Entonces voy a comenzar por el principio. 
Eduardo se sintió afligírsele el corazón. Siempre que pensaba en su vida la tristeza se abrigaba 
en él como si se tratara de una gran muralla grisácea. 
 Cuando nací, tía Anna dice que era un bebito lindo. Gordo y colorado. 
 ¿Te dijo si demoraste en nacer? ¿Sí fue un parto fácil o difícil? 
 ¡Ah, eso nunca lo pregunté! 
 Espero que haya sido difícil, porque un parto fácil no tiene ningún interés. 
 Seguro. Pero ya desde que nací estaba condenado a sufrir. 
María Jurandir hizo temblar sus plumas, gozosa. 
 Mi belleza venía trunca. Nací con la columna separada. De tanto contármelo sé la 
historia de memoria. Tiene un nombre: columna bífida. 
 ¡Qué lindo nombre! ¿Qué es eso? 
 Nacer con la columna separada. A los dos meses me hicieron una operación para 
ligarla. A los cinco, mi cabeza comenzó a crecer y los médicos resolvieron hacer 
un canal de ligazón por dentro del cerebro. Ahora, no me pida que le explique eso 
porque no lo sé… 
 ¡Espléndido! ¡Espléndido! 
 ¡Espléndido porque no le pasó a usted! 
 Discúlpeme, niño, no me estoy burlando de tu desgracia. Pero mi naturaleza 
mórbida se expande con ciertos contenidos. 
¡Extraña doña María Jurandir! ¿Cómo puede gustar sólo las cosas tristes? Esa certeza apretó el 
corazón de Eduardo. 
 ¿Por qué te detuviste? La historia es interesantísima. 
 Estoy pensando cómo continuarla. Bien, mi vida fue siempre una cosa sin 
importancia. Crecí rodeado de muchos cuidados. Cuando llegué a los seis años, 
las cosas se modificaron en mí: los cambios de aparatos mecánicos en las piernas, 
los remedios tomados sin parar. Entonces comencé a notar la diferencia con mis 
hermanos y mi salud disminuida. Ellos eran sanos, podían jugar, correr, iban al 
colegio. ¿Y yo? Quedé en casa con tía Anna. Aprendiendo todo con ella, 
volviéndome una criatura que necesitaba e su apoyo y de su cariño. Me hice un 
niño arisco y callado. Sin querer, comencé a sentirme culpable de mis dolores y 
mi invalidez. Tía afirmaba que yo era más inteligente que los otros, que aprendía 
con más facilidad. Que la enfermedad aumentaba mi sensibilidad y mi capacidad 
de aprender. 
La vos de Eduardo se debilitaba. Hablaba más lentamente, como si las palabras también 
doliesen. 
María Jurandir parecía petrificada de expectativa. 
 ¿Entonces? 
 El tiempo pasaba y percibía a cada hora la diferencia entre mis hermanos y yo. Me 
fui volviendo más triste. Durante la comida, no me gustaba mirar a papá y a 
mamá. Si por acaso me encaraban, sentía una gran nerviosidad y mis manos no 
acertaban a llevar la cuchara a la boca. La comida caía por mi barbilla o se 
derramaba sobre el mantel. Papá se desesperaba. Con habilidad, Anna lo 
convenció de que yo debía comer en horarios diferentes. Eso fue bueno. Porque 
yo encontraba hermoso a papá, quería ser cariñoso con él, pero no había 
oportunidad para tanto. Mi cabeza había crecido un poco más y mis piernas 
parecían cada vez más cortas. Comenzaron a esconderme de los otros, de las 
visitas. Solamente Anna sabía que yo me daba cuenta de todo y sufría 
horriblemente. 
Calló, pero no podía vencer la emoción de la historia. Aunque muchas veces se la contara a su 
tristeza, su historia era aquella y sólo aquella. 
 Anna siempre fue todo en mi vida. Ella lo sabe todo. Muchas veces, cuando las 
noches eran estrelladas, me mostraba el cielo e intentaba hacerme ver las 
constelaciones, su dibujo. Aquella era Escorpio, la otra, más allá, Orión, y aquella 
grandota, que no brilla, es Júpiter. Un plantea. Y los planetas brillan. Era Anna 
que me leía relatos de viajes, de aventuras. Fue Anna quien me hizo leer las 
historias de Tarzán. Yo soñaba con ser Tarzán. 
María Jurandir lo miró con pena. 
 Claro que podía ser Tarzán mejor que los otros. Por ejemplo, mi hermano Marcelo 
nadaba muy bien y hacía lo que quería. No tenía necesidad de ser Tarzán, yo sí. 
 ¿Cuántos hermanos tienes? 
 Somos tres. Yo soy el del medio. Sergio tiene catorce años, yo voy a cumplir trece 
y Marcelo tiene once. ¡Sólo querría que viese que hermosos son! Papá tiene 
verdadera adoración por ellos. A Serginho lo llama pececito y a Marcelo hijito, o 
querido. 
Eduardo tartamudeó un poco, confundiéndolo todo. Pero tenía que seguir contando… 
 A mí nunca me llama con ningún nombre cariñoso. Cuando se ve obligado a 
hablarme, solamente me dice “Eduardo”. 
Tragó en seco, desanimado. Hasta la lechuza estaba emocionada. 
 Si no acabas de contar en seguida, terminará la novela, tu tía regresará y tendré 
que volver a mi repisa. Porque no soy tonta para salir con este tiempo. 
 A partir de ahí mi vida se fue tornando un juego de esconde–esconde y empeoró 
una tarde cuando mamá hizo una partida de juego en casa. Yo estaba sentado en 
una salita viendo una revista cuando llegaron unas visitas. No sabían de mi 
presencia allí. Comentaron las cosas más dolorosas a mi respecto. 
 ¿Qué dijeron? 
 Sólo cosas feas. Que no les gustaba venir a mi casa por miedo a encontrar al 
monstruito. Que mi fealdad inspiraba pavor. Que yo parecía Toulouse–Lautrec. 
 ¿Quién es? 
 Fue muy difícil descubrir con Anna quien era Toulouse–Lautrec. Al fin lo supe: 
eres un pintor francés que tenía las piernas lisiadas y una gran cabeza. Murió de 
tanto beber. De ahí en adelante me fui volviendo más callado y más triste. 
Comencé a dejar de querer rezar a Dios, como Anna me enseñara. Me fui 
volviendo triste, cada vez más triste… 
Eduardo prorrumpió en un llanto conmovedor. 
María Jurandir intentaba consolarlo, pero era en vano. Edu había dejado caer la gran cabeza 
sobre el pecho y sollozaba perdidamente. 
La puerta se abrió con violencia y Anna acudió en auxilio del niño. 
 ¿Qué es eso, hijo? ¿Por qué no me llamaste? ¿Tuviste miedo? ¿Por qué? 
Caramba, Anna ya está aquí. No temas nada. ¿Qué sucedió? 
Sollozó sobre el pecho de Anna por unos segundos. 
 Cuéntame, hijito. Ya pasó todo y estoy aquí. 
Con los ojos mojados y hablando de aquella manera desequilibrada en que lo hacía cuando 
estaba muy nervioso comentó entre sollozos: 
 Mamá, Anna. Estoy aquí hace más de una semana y ella no telefoneó ni una vez… 
Recomenzaron los sollozos cada vez más débiles contra la ternura casi imposible de Anna. 
 
 
CONVERSACIONES EN LAS TARDES SIN IMPORTANCIA 
Desde los vidrios de la cubierta, como él la llamaba, Anna seguía su caminar desarticulado 
hacía la piscina. No había dudas de que el niño no se entregaba. Trataba de hacer todo solo, 
sin molestar a los otros. La piel de su rostro había perdido aquella palidez de la ciudad y 
oscurecía de a poco, tomando un tono sazonado. 
Había dado órdenes para que siempre dejaran una silla amplia en los lugares en donde Edu 
prefería quedarse. Y allí en la piscina, junto al tigre que él bautizara Gabriel, permanecía hasta 
que la noche cubría el mar. Cuando iban a buscarlo para cenar, parecía despertar de un largo 
sueño. Ahora conseguía subir por su propio esfuerzolas anchas escaleras que llevaban a su 
silla de sueños. 
Una sensación opresiva apretó el pecho de Anna. ¿Tendría él las fuerzas para soportar la 
operación? Resolvió barrer los pensamientos tristes porque la tarde se arrastraba lindamente, 
y un viento agradable llegaba al lado de las playas. Sería mejor regar el jardín del lado de la 
casa, ya que el día había sido de mucho sol y calor. Más tarde volvería junto al niño para 
ayudarlo a levantarse. Hasta eso él conseguía ya, agarrándose fuertemente en la silla y 
levantando el cuerpo con cuidado. 
 Yo mismo, con el barullo de la lluvia, conseguí escucharte llorar. Y para mi 
desesperación, nada podía hacer. 
 Lo entiendo, Gabriel. Muchas gracias. Tú eres un amigo de verdad. 
 ¿Por qué te hizo llorar tanto ella? 
 No fue por su culpa, yo resolví contar mi historia. 
Y con mucha calma, venciendo todos los momentos de angustia y depresión Edu le contó todo 
a Gabriel. Al terminar, el tigre se encontraba pensativo y murmuraba casi incrédulamente. 
 Pero a lo mejor tu madre intentó algunas veces telefonearte. 
 No lo creo. 
 Ya viste que con el temporal hasta la luz eléctrica suele fallar. 
 Puede ser. Pero si ella quisiera habría telefoneado. Tú no conoces a mamá. Ella 
consigue todo lo que quiere. Lo único que falló en su vida fui yo. 
 No repitas eso que es muy triste. 
 Es verdad, no telefoneó porque no quiso. 
 Ella sabe que tú estás muy bien y que todo corre a las mil maravillas. Sobre todo 
porque estás acompañado por esa criatura maravillosa que es tu tía Anna. 
Eduardo movió la cabeza desanimado. 
 Tú no quieres entender. ¿Sabes una cosa? No hace mucho tiempo ella estuvo en 
la Argentina, en Buenos Aires ¿Sabes qué hacía todas las mañanas? Telefoneaba 
para despertar a Marcelo y a Serginho. Todos los días. 
 ¿Y tú? 
 Ella pensaba que yo dormía. 
 Vamos a cambiar de tema porque no debes estar triste ni disgustado; eso hace 
mal al corazón. Tú lo sabes bien. 
Callaron, y al ver el tigre que Edu no tenía ánimo para recomenzar la charla, arriesgó una 
observación. 
 No debías hablar siempre de cosas trágicas con la lechuza. 
 Es su modo de ser. 
 Ya lo sé, y por eso evito su compañía. 
 Menos mal que no le conté la cosa más triste de mi vida. 
 Hiciste muy bien. 
 Pero quiero contártela a ti. 
 No lo hagas. Ya te dije que todo lo que duele hace mal al corazón. 
 Pero tú eres mi amigo, ¿no? 
 Tú lo sabes. 
 Pues bien, necesito contártelo, y con calma. Porque cada vez que lo hago me voy 
acostumbrando a las cosas y disminuye la emoción. ¿Entiendes? Tanto hablar de 
mi vida, en algún momento dejaré de sufrir. 
 Si piensas que te alivia, escucharé lo que quieras. 
Eduardo se concentró en sus pensamientos y fue a buscar en su pequeño pasado aquello que 
más lo torturaba. 
Entonces, cerró los ojos para no ver toda la belleza del mar ni todo el azul del cielo. Lo que 
repetiría era sin sonido, músicas ni otros sinónimos de belleza. 
 Cuando en mi corazón creció la certeza de que no era como los otros, que mi 
presencia causaba repugnancia o malestar, comencé a retirarme de la gente y a 
esconderme más en mí mismo. Perdí el deseo de comer, de sonreír, y de vivir. Me 
gustaba alejarme encerrándome en la habitación, o buscando lugares sin luz, 
abrigándome en la sombra, huyendo de los otros, de su irritación o su piedad… 
Y Eduardo fue bajando la voz, como si hablara para sí mismo. Gabriel escuchaba entristecido. 
Contó cómo su nueva manera de actuar irritaba a los otros, cómo su silencio desesperaba a 
todos. Ni siquiera Anna comprendía semejante modificación. Por más que su paciencia y su 
resignación quisieran entender, no podía entender mi desinterés por los estudios o por todo lo 
que me rodeaba. Hablaba, me exhortaba, y nada. Llegaron a la conclusión de que llegaría a la 
demencia. Papá no tenía ojos para reprobarme y mamá continuaba alejándome cada vez más 
de las visitas. 
Sabía porque lo escuché, que consultaban la opinión de varios médicos y algunos vinieron a 
hablarme. Mi desinterés crecía cada vez más en mis pequeños ojos y la luz que debía haber 
en ellos tendía siempre a desaparecer. 
Un día apareció Anna con los ojos rojos de tanto llorar. 
 Querido, debes hacer todo por mejorar. 
Los sollozos entrecortaban los suspiros. 
 Intenta comprender. Querido. Si no haces un esfuerzo te llevarán a un internado 
de niños disminuidos. Y ése no es tu caso. Tú lo sabes. 
Edu calló y Gabriel preguntó afligido: 
 ¿Realmente quieres contarme eso, Edu? 
 Lo necesito 
Una mañana arreglaron todo lo que era suyo y tuvo que partir. A su lado, en el coche, se 
encontraba Anna, encogida, interrumpiéndose cuando lograba vencer su angustia para llevar 
el fino pañuelo a los ojos. 
Al comienzo, me tomaba las manos y me miraba a los ojos; y si alguna cosa murmuraba, no 
pasaba de ser un “pobrecito” o algo parecido que su voz trémula confundía. 
Ahora la emoción enredaba a Eduardo. 
 Por favor, Edu, es mejor detenerse. Estás trémulo, pálido y tu frente inundada de 
sudor. 
 ¡Ah Gabriel! El lugar donde yo estuve era horrible y cruel. Todas las criaturas eran 
locas o retardadas. Los gestos, los ojos, los rostros, el desequilibrio en cada 
palabra. Era un mundo de retardados. Un mundo que reía sin motivos. Como si 
hasta el dolor fuera gracioso. Cada movimiento llevaba a la locura o a la 
inexpresividad de un mundo repugnante y perdido. Había doscientos enfermos, 
sesenta de los cuales eran chicos cuyas madres tenían vergüenza de ellos y sólo 
los buscaban por la noche, cuando nadie podía verificar sus infortunios. Los otros 
ciento cuarenta eran de otras madres que no querían saber nada de la 
monstruosidad de sus hijos. Qué tristeza. La manutención de la sociedad era 
garantizada por un dinero insuficiente. Al comienzo del mes teníamos carne, 
papa, porotos y arroz. Al cabo de los días se acababa la carne, luego la papa. 
Después de una quincena sólo teníamos porotos con harina, hasta que llegara la 
nueva partida de dinero. La tristeza me fue minando cada vez más. No es que nos 
trataran mal; pero era como si los enfermos fuesen animalitos incapaces de 
sentir. No hacían nada especial por mí, aunque Anna había llevado 
recomendaciones que ella misma implorara. Allí yo era otro animalito que no 
acertaba con los movimientos y dejaba caer la comida, o volcaba el vaso de agua. 
Peor eran las sonrisa, en esos rostros informes. Eran sonrisas enfermizas, feas, 
horribles. No servía de nada decir que yo no era como ellos. Pasaban las manos 
por mis cabellos y comentaban cualquier cosa sin importancia. De noche 
dormíamos todos en el mismo ambiente. Algunos ensuciaban la cama y el olor 
quedaba toda la noche pegado a las paredes. Unos lloraban, otros reían sin saber 
por qué y de qué. Yo extrañaba mi cuarto, mi cama suave que olía siempre a 
limpio. Entonces, lloraba y pensaba en Anna. ¿Dónde estaría ahora? ¿También 
había sido obligada a olvidarme? Nunca me acostumbraría a cambiar los lindos 
rostros de mis hermanos por las caras fuera del gobierno de las emociones de 
aquellos niños. 
Gabriel no se contuvo e interrumpió la narración. 
 ¡Pero ese es monstruoso! 
 Así es. Nadie pensaba que yo era un niño mentalmente más maduro que los otros. 
Que mi parálisis desarrollaba con mayor intensidad mi raciocinio. Pero tía Anna 
vino en mi socorro. Cuando me llevaron a casa, yo estaba hecho un trapo. Tanta 
era la debilidad, que mi cuello casi no sostenía la cabeza. Y ahí comenzó todo. 
 ¿Qué cosa? 
 El corazón. 
 ¡Qué tiene tu corazón! 
 Hasta aquel momento no tenía nada. Luego vino una debilidad, no sé, algo 
extraño. Nunca más pude tener un corazón fuerte. Y fue por eso quevine aquí. 
 No entiendo. 
 Es fácil. Vine por dos motivos: primero, para estar escondido de los demás. 
Segundo, porque el aire de mar me fortificaría y entonces podría operarme. 
Gabriel estuvo estupefacto y no decía nada. 
Edu meneó la cabeza y sonrió, un poco desanimado. 
 No sirve de nada. Por eso acepté este viaje; lejos, no molestaría a nadie con mi 
presencia. Y porque deseaba una vez por lo menos ser feliz en la vida, como 
decían los libros de aventuras. Los libros en los que se hablaba de veleros y de 
viajes maravillosos. 
 ¿Y qué piensas de todo esto? 
 Ella cree que quedaré bien. La ternura de su gran corazón la ha convencido de 
que lo soy todo en su vida. Para mí es mucho, pero para una criatura como Anna 
es pedir poco de la vida. ¿Sabes una cosa Gabriel? 
 Dime. 
 Anna luchó mucho por mí, para que me sacaran de allá, como nadie puede 
imaginar. Hasta amenazó con ir a los diarios, a la televisión. Por fin lo consiguió. 
Pero ¿qué consiguió? Traerme de vuelta a un hogar que cada vez es menos mío. 
Mi fealdad y los malos tratos herían la vista de todos. Yo estaba tan feo que mi 
figura le causaba daño al espejo. Ella me llevó a especialistas. Y todos estuvieron 
de acuerdo con la operación. Entonces Anna comenzó a salir conmigo, 
cumpliendo su promesa de que me dejaría estar poco en la casa. Este es el último 
día. 
 No lo será si Dios quiere. 
 Gabriel, ¿notaste una cosa? 
 ¿Qué cosa? 
 Mi nerviosidad pasó, mi frente ya no transpira ni estoy pálido. Eso significa que 
me estoy librando de mis pesadillas y de mí mismo. 
 Ciertamente. Pero yo pensaba en una cosa durante todo el tiempo en que me 
contabas tu historia. La diferencia entre nosotros, las fieras y los hombres. 
 ¿Por qué? 
 Nosotros somos más rígidos y más lógicos en ciertas cosas. Cuando nace una cría 
defectuosa, la destruimos sin que ella sufra. Tempranamente abreviamos el gran 
sufrimiento que debería soportar más tarde. 
 Correcto. Pero no me gustaría haber perdido toda esta belleza de la vida que mis 
ojos me trajeron hasta hoy. A pesar de todo, ¡la vida es una verdadera belleza! 
 Ya verás lo que es bonito cuando te lleve a pasear. Cuando la luna esté enorme y 
a la noche puedas dormir tu sueño de mansedumbre. 
 Y ¿Cuándo va a ser eso, Gabriel? 
 Tan pronto como estés fuerte. Así tu viaje será como ni siquiera puedes imaginar. 
 
 
EL CABALLERO BOLITRÔ 
Anna irguió el cuerpo y respiró hondo. Con las manos colocó en su lugar una mecha de pelo 
que obstinaba en caer sobre los ojos. Se perdió un momento en el paisaje. En el mar calmo y 
traslúcido, los hombres pescaban camarones, a lo lejos. 
Volvió a mirar a la mujer del jardinero que la ayudaba a cuidar el jardín. 
 Mire, María. Mire aquel árbol, con una cigarra muerta pegada al tronco. 
 Es su cementerio, doña Anna. Van allí y cantan. Cantan hasta caer de espaldas. Y 
allí se están hasta quedarse sequitas, sequitas. 
 ¡Qué mundo extraño el nuestro! 
Se detuvo nuevamente, preocupada por Eduardo. 
María pareció leerle el pensamiento. 
 Usted quiere mucho al niño, ¿verdad, doña Anna? 
 Pobrecito, tan enfermo, tan frágil, tan desamparado. Si fuese mi hijo no podría 
quererlo más. 
Sentóse en la cerca del jardín y se volvió de espaldas a las olas que lamían las piedras sin 
violencia, sin importarle las cucarachas que caminaban por las piedras del muro. Sin saber 
cómo, sintió deseos de hablar. 
 Antes yo era una muchacha muy linda. Bonita, rica y caprichosa. 
María la interrumpió sonriendo. 
 Usted aún es muy hermosa. Doña Anna. Así rosada, sin pintura, con esos ojos 
azules que parecen salidos del cielo. 
 Tonterías, María. Antes, sí. Yo ni sabía lo que era la tristeza. Me gustaba 
pintarme. Viví dos años en París. Allá, no me agrada recordarlo, tuve la mayor 
desilusión de mi vida. 
Calló y María no preguntó nada, aunque sería la seguridad de que se trataba de una historia 
de amor. 
 Volví a Brasil. Fui a vivir con mi familia en San Pablo. Pensé que nunca me 
interesaría por ninguna otra cosa en la vida. Entonces apareció él, Edu, y logró 
que me recuperara totalmente. Fue este niño enfermo quien me devolvió la 
oportunidad de encontrar aún el amor por el prójimo. Justamente esta criatura 
tan frágil y tan triste. 
Anna volvió a colocar en su lugar la mecha rebelde. 
 Lo que más de dolió, María, fue la seguridad de que este niño no es una criatura 
común. Poca gente lo sabe. Yo, que paso con él la mayor parte del tiempo, puedo 
garantizarlo. Es un hombrecito. Piensa como la gente grande. Quizá la 
enfermedad haya desarrollado en él el sentido de la comprensión. Muchas veces 
me sorprende la madurez de sus juicios. Aprende, y aprender las cosas más 
difíciles, pero necesita confiar mucho en las personas para manifestar toda su 
inteligencia. De lo contrario, se cierra como un caracolito y sufre en silencio, sin 
protestar contra nada. Ni siquiera contra las grandes injusticias que hacen contra 
él. 
 ¿Usted cree que la operación servirá para algo? 
Anna suspiró. 
 Esperemos que sí. He intentado olvidarme de eso. Pero el tiempo pasa y la 
realidad se aproxima a pasos cortos. 
Volvió a mirar el mar a lo lejos; los hombres continuaban en la pesca de camarones. Se veían 
las redes suspendidas dentro del barco y las gaviotas alucinadas gritando a su alrededor, 
sumergiéndose en lo alto, desapareciendo en el mar y en segunda reaparición con la presa. 
 Siento cada vez más el deseo de estar cerca de Edu. Me contento viendo que 
reacciona bien, recobrando la confianza perdida. Hasta intenta ayudar. Ya sube 
las escaleras con más seguridad y consigue pasear por todos los rincones de la 
casa y del jardín. 
Le sonrió a María. 
 ¿Sabe como llama a esta casa? 
María esperó la explicación. 
 Barco. ¡Un velero! Para él, la casa volcada sobre el mar y las olas que baten a su 
alrededor forman parte de su viaje. Él no cree en vacaciones. Mejor dicho, estas 
vacaciones suyas no pasan de un lindo viaje de sueños. 
 Los pescadores están volviendo, doña Anna. 
 Dentro de un momento iré a buscarlo. Debe de estar soñando en alguna parte. 
 
Consiguió apoyarse en las muletas y respiró profundamente. Aquel gesto se tornaba cada vez 
más fácil. 
 Hoy voy a hacer esa caminata que deseo desde hace tanto tiempo. Atravesaré 
aquel trozo de jardín, el ancho césped, y llegaré hasta los dos grandes árboles 
que mezclaron sus raíces dentro del muro. 
Probó caminar y se sonrió más tranquilo. 
 No va a ser necesario que la llame a Anna para que me ayude. 
El viento que venía del mar le acariciaba los cabellos y el sol, bastante caliente, aún reinaba 
sobre su lenta caminata. 
 ¡Eso, vientecillo amigo que viene del mar, muchas gracias! 
No se acercaba a Gakusha porque seguramente él le recriminaría con su suave manera de 
hablar. 
 Cuidado, Edu. Es mejor llamar a tu tía. 
Lindo y fiel amigo. Pero esta vez no escucharía su consejo. Súbitamente, una sonrisa le 
iluminó el rostro. Y habló en voz alta a sus sueños. 
 Menos mal que Gabriel habla como una persona, ¿qué pasaría si lo hace como en 
las películas? Me moriría de miedo. Si él hablase con lenguaje de tigre, ¿cómo 
podría comprenderlo? 
Listo. Había dejado toda la zona de la piscina donde el terreno estaba empedrado de piedras 
minerales. La casa entera aparecía recubierta con esas piedras que llegaban hasta la cerca o 
hasta el gran muro que protegía la casa de las furiosas olas del temporal. 
Ahora necesitaba caminar con mayor cuidado, porque el césped suave hundía los picos de sus 
muletas. Levantó la vista y vio los grandes árboles donde los pájaros hacían gran alboroto. 
¡Qué hermoso muro! Realmente bello ¿Cómoharía la naturaleza para que las raíces vivieran 
bien en medio de las piedras? 
Caminó un poco más y descubrió una cosa curiosa: un montón de cuerdas estiradas en el 
suelo, amarradas en las extremidades por palos clavados en la tierra. Eran muchas y todas 
seguían la misma dirección. Parecía una escalera acostada en la arena. Seguramente el 
jardinero estaría por hacer algún trabajo o plantar plantas siguiendo una misma línea. Eso 
dificultaría su llegada al muro. Pero probaría con paciencia. Ya que habría resuelto ir, nada lo 
detendría. Se acercó a la primera fila. Con dificultad pasó una muleta y una pierna. Después 
descubrió que era difícil empujar la otra muleta y la otra pierna. Sí era difícil ir para adelante, 
para atrás seguramente sería imposible. Iba a intentarlo. No podía. Claro que era la primera 
línea de cuerdas. Podría retroceder y desistir del paseo. Otra vez vendría con Anna. Era mejor. 
Además, el fresco viento del mar no llegaría hacia ese lugar y el sol calentaba demasiado su 
espalda y su cabeza. No. Mejor sería continuar porque el volver el cuerpo no ayudaba y los 
brazos no tendrían fuerza para tanto. Increíble que se pudiera quedar paralizado por culpa de 
una cuerda inútil y delgada. Se controló porque no quería irritarse. Con violencia, las 
consecuencias serian peores. Calma, Edu. Con un poquito de paciencia la cosa iría bien. 
Respiró fuerte y trató de llevar la muleta hacia adelante. Con el esfuerzo, la punta de la 
muleta había cavado un surco más profundo y dificultaba su deseo. “Si consiguiera caminar 
hacia el costado, quizá podría llegar hasta aquella estaca y derribarla empujando la muleta 
contra ella. Cayendo, la cuerda queda floja y por lo menos yo podré volver. Hacia la derecha, 
aunque lo intentase, no serviría”. Todos sus movimientos hacia la derecha siempre se 
tornaban difíciles. 
 ¡Ay cuerda, cuerdita! ¿Por qué estás haciendo esto conmigo? Yo sólo quería dar 
un paseo hasta el muro. No está prohibido hacerlo. 
Ahora sus brazos estaban mojados de sudor y las manos resbalaban en el apoyo. Consiguió 
llegar hasta donde se propusiera, pero con la maldita cuerda entre sus piernas y sus muletas. 
Sin embargo, el esfuerzo de la caminata disminuía la fuerza de sus brazos. Quería empujar la 
muleta contra la estaca, pero el cuerpo no atendía a su voluntad. ¡Dios mío! ¿Qué podría 
hacer? Aunque gritara, el barullo del mar, y el viento no dejaría que su voz pudiera hacer 
algo. Desanimado, elevó los ojos al cielo. Y el cielo azul, casi sin nubes, no se interesó por su 
fracaso. 
 Volveré al centro.- Allí la cuerda es más baja. Fue allí donde me enredé. A lo 
mejor está allí el lugar por donde podré escapar. 
Más cansado aún, retornó casi de espaldas. Ahora sí. El pecho le dolía de cansancio. Y 
necesitaba mucha cala. Si llegaba a caer se golpearía mucho porque las piernas débiles y la 
carne quedarían apretadas contra los aparatos ortopédicos. 
Sintió una terrible desesperación y hasta quiso decir parábolas, palabras duras, feas. La 
lengua se empastaba en su boca y ninguna palabrota escapaba de su garganta. Mal pudo 
mirar al cielo y decir la única palabra que consiguió pronunciar. 
 Culo… cu… lo… 
Tragó entrecortadamente, desesperado, e intentó calmarse. 
 Si por lo menos pudiera bajarme como cualquier niño. Sería tan fácil… 
Una miserable cuerdita lo sujetaba como si se tratara de la mayor cadena del mundo. 
Trató de controlarse para intentar un nuevo movimiento de suspensión de la pierna. Iba 
yendo, iba yendo… 
En ese momento soltó un rugido de dolor. Con el esfuerzo, la cuerda había penetrado el 
aparato ortopédico. Cada vez estaba más preso. Ya no podía hacer nada más. Sólo esperar. El 
sol calentaba su cuerpo débil y empapaba de transpiración su espalda. Los ojos le ardían por 
efectos de la claridad. Comenzó a refunfuñar, como si esto le proporcionaba un efecto de 
calma. Necesitaba fingir que no sentía las axilas ardientes por el apoyo de la muleta. Tanto 
esfuerzo. Tanto deseo de dar apenas un pequeño paseo, terminaba ridículamente. Comenzó a 
sollozar. Aunque quisiera gritar, no encontraría voz para hacerlo; necesitaba ahorrar 
esfuerzos; apretar un brazo contra el otro para soportar el dolor que le producía la muleta. 
Aunque se lastimara un poco evitaría que el cuerpo perdiera el equilibrio. Hasta lloraba abajito 
para no fatigarse. Y las lágrimas descendían por su rostro alcanzado el cuello de la camisa. 
Así fue como lo encontró Anna más tarde. 
 No, hijito, me parece mejor que hoy no bajes. 
Anna había llevado arriba su cuerpo adolorido. Después de darle un baño lo había llenado de 
talco debajo del brazo. 
Había auscultado su corazón, llena de miedo. Pero él ya se había repuesto. 
 Estoy bien, tía. Sólo quise llegar hasta aquellos árboles. 
 Ya lo sé querido. Lo sé. No hiciste nada malo. Un día de estos Anna te llevará 
hasta allá. Pero hoy te quedarás quietito. No voy a ponerte los aparatos, ¿está 
bien? 
Eduardo hizo un gesto de tristeza perdida. 
 Pero me lo habías prometido 
 ¿Qué fue lo que te prometí? 
 Que me darías todos los gustos, y yo no estoy pidiendo mucho. Sólo quiero 
quedarme sentado en esa silla de lona. Me quedaré allá, sin moverme. Es aquella 
silla, cerca de la escalera. Me gusta sentarme y ver llegar la noche. 
Anna no parecía estar muy convencida. 
 Caramba, Anna pensé… 
Anna sintió que los ojos se le humedecían 
 No hables así que me haces sufrir. 
 Pero no me crees. Quita las muletas, que no estén cerca de mí y entonces no 
podré moverme. 
La conversación continuaba. Sabía que cedería. 
 Está bien, querido. Voy a llamar al jardinero para que te cargue. Subir con tu peso 
puedo, pero descender las escaleras es peligroso. No te colocaré los aparatos, 
¿está bien? 
Edu sonrió aliviado. Aún después de una noche de descanso los aparatos le hacían doler 
mucho. Y ahora, con los miembros hinchados por la caminata fallida, sería mucho peor. 
Acercó desmañadamente el rostro de Anna y lo besó. 
 Te doy mucho trabajo, ¿no es cierto, Anna? Ella se soltó en sus brazos y acarició 
calmosamente los cabellos. 
 No, mi querido, no es eso. 
Los bellos ojos azules de Anna se llenaron de agua. 
 No es nada de eso. Sólo que la vida de uno no vale mucho. 
 
El sapito comenzó a salir del agujero que tenía la gran escalera. Los ojos de Edu extasiaron. 
Era un lindo sapito. No uno de esos cascarudos, llenos de montañas veteadas en el lomo, y sí 
un sapo rubio, erguido y de grandes ojos verdes. Los ojos parecían aún más grandes porque 
usaba anteojos ovalados en la punta de la nariz. En el cuello llevaba una bufanda de lana de 
colores muy agradables azul claro, blanco y amarillo. 
Llegó saltando y se detuvo junto a la silla de Edu, analizándolo. 
 ¿Seguramente eres Bolitrô? 
 Exactamente muchacho. María Jurandir 
ya me había hablado de ti, y yo desde 
hace tiempo estaba por salir y venir a 
conocerte. 
La voz tenía un sonido ronco. 
 Pero me atacó la gripe, y la maldita 
garganta me ardió todo lo que quiso, 
aunque doña Janirana me llenase de 
remedios y cuidados. 
 ¿Quién es doña Janirana? 
 Una cobra muy amiga mía. Una “cobra–monja” 
 Un momento, Bolitrô, que me confundes. ¿Cobra, dijiste? 
 Así es. 
 Pero ¿las cobras no se comen a los sapos? 
 Leyendas. No todas las cobras comen sapos. 
 Ya sé. ¿Y por qué “cobra–monja”? 
 Porque vive en claustrada. Abandonó las glorias del mundo y resolvió servir a la 
pobreza allá abajo. Es una santa. Casi nunca sale de su escondite. Y cuando a 
veces, algún atardecer, va a mirar el cielo es para rezar pidiendo el bien para los 
otros. 
 ¡Qué lindo es eso! Pocos hombres se ocupan de los demás, por lo que sé… 
 Pues doñaJanirana es diferente. Vive allá en la bodega penetrando la tristeza y la 
soledad de todos. 
 ¿Dijiste bodega? 
 ¿Y no es así? 
 ¿Sí? 
 Por lo que me contó doña María Jurandir, tú mismo bautizaste esto como 
“velero”. Y si es un velero, aquí arriba está la cubierta y allá abajo la bodega. 
 Pero eso es fabuloso 
 Siempre que algo forma parte de un sueño es fabuloso. 
Edu estaba encantado. 
 Por suerte viniste. Aquí, en el velero, al llegar las cinco, cinco y media o seis, 
basta que yo cierre los ojos para que suceda un montón de cosas maravillosas. 
 No con todo el mundo pasa eso. 
 Menos mal que yo puedo tener algo diferente de lo que tiene los demás. 
El sapito buscó una posición mejor para acomodarse. 
 ¿Tu nombre, Bolitrô, es de nacimiento, o alguien te bautizó así? 
 No es totalmente así… Mi madre me llamó Inocencio, pero a mí no me gustó ese 
nombre. Mi madre era loca por una novela que había leído y que se llamaba 
Inocencia. Yo quedé siendo Inocencio hasta que sucedió una cosa. ¿Conoces al 
dueño de esta casa? 
 Nunca oí hablar de él. 
 Tiempo atrás, el dueño de esta casa era intendente, y llegaba mucha gente 
política. La mayoría para llenarse la barriga, puedes creerme. Un día pareció un 
señor ministro que se llamaba Bolitreau, tal como se escribe en francés. Me 
enloquecí por el nombre y resolví adoptarlo ante escribano. Fue un mundo de 
dificultades y acabaron registrándome “Bolitrô”, en portugués. 
 ¿Quiere decir que tienes el nombre de un ministro? 
Bolitrô hizo un gesto de desprecio. 
 Pienso que no. Es el ministro quien lleva nombre de sapo. Piensa bien. 
Eduardo calculó mentalmente y se quedó con la opinión del sapo. De hecho, aunque nunca 
había visto la cara del ministro, el sapo tenía más cara de Bolitrô. 
 ¿Sabes que tienes razón? 
 Y no solamente yo. ¿Quieres saber un secreto? Pero no vayas a decir que yo te lo 
conté: mucha gente aquí, en el velero, detesta el nombre con que fue bautizado. 
Bajó la voz y dijo casi en un susurro. 
 Doña María Jurandir no se llama así. 
 ¿Es cierto eso? 
 Lo juro. Su nombre es Mintaka 
 ¿Cómo? 
 Min – ta – ka 
 ¿Eso es en el idioma de las lechuzas? 
 No, tonto, la madre de ella era loca por la astronomía y Mintaka es una de las 
estrellas de la constelación de Orión. Una de las que la gente llama las Tres 
Marías. 
 ¡Ah, ya sé! Tía Anna también tiene esa manía; conoce cuanta estrella hay. ¡Qué 
lástima, porque Mintaka es un nombre lindísimo! En cuanto a María Jurandir, no 
sé… me parece un nombre raro para una lechuza. 
 Lo leyó en un diario. Era la historia de un crimen, donde una mujer con ese 
nombre recibió mil setecientas cincuenta y dos cuchilladas. Le gustó y se apropió 
de él. 
 ¿Cuántas cuchilladas dices? 
 Mil setecientas cincuenta y dos. 
 ¡Pero no hay cuerpo que pueda soportar tantas! 
 Todos sabemos eso, pero también conocemos lo trágica que es doña María 
Jurandir. Como máximo, la mujer debe de haber recibido unas siete cuchilladas, 
pero de tanto contar la historia y aumentar, llegó a ese número. 
Edu estuvo de acuerdo con esa lógica. Miró nuevamente al sapo y analizó su aspecto. Era muy 
simpático Bolitrô; pero todavía, de todos los seres encantados, el que se llevaba la palma era 
Gabriel. Difícilmente encontraría un ser más fantástico que el tigre. Recordó algo. 
 Escucha, Bolitrô, ¿cómo puedo hacer para conocer a doña Janirana? 
 Va a ser difícil. Tú no puedes entrar en el sótano. 
Edu tembló al pensar que podría andar por ese mundo sombrío, húmedo y asfixiante. 
 Ella tampoco va a salir de su encierro. Allá se pasa la vida entera. Creo que no va 
a haber manera, no... 
 Es una pena. ¿De dónde proviene su nombre? 
 No lo sé. 
 Yo saco mis conclusiones, más o menos. Es así de buena porque tiene el nombre 
de Anna en el final. Mi tía también tiene alma de monja. ¿Sabes, Bolitrô, que 
nunca en la vida Anna peleó conmigo o perdió la paciencia? 
 Eso es muy lindo. Pero muy difícil que suceda en la especie humana. 
Tosió y recordó una c osa. Metió la mano en el bolsillo de su vieja casaca y sacó una cajita de 
pastillas. Valda. La abrió y ofreció una. 
 Es buena. 
 Para mi laringitis, sí. 
 Conozco a un amigo de mi tía llamado doctor Marins que se vuelve loco por esas 
pastillas. 
 Conmigo pasa lo mismo. Ahora, si me permites, voy a pescar un poco. Debajo de 
aquella luz encendida, cerca del nicho, hay unos mosquitos divinos. Cuando 
mejore mi garganta vendré muchas veces a conversar. Que tengas una linda 
noche, llena de hermosos sueños. 
Salió a los saltos en dirección a su cacería. 
Edu se quedó mirando fascinado su gentil figurita. ¡Qué encantador y gentil era el caballero 
Bolitrô! 
Cerró los ojos y la voz del sapito repercutió en sus oídos: 
“Que tengas una linda noche, llena de hermosos sueños”. 
 
GABRIEL, LA LUNA Y EL LAGO 
Edu colocó la cabeza sobre los brazos. La cama, tan blanca y agradable, le hacía olvidar su 
angustia que pasaba aquel día. Hasta el ardor de las piernas había desaparecido. Los ojos 
comenzaban a pesarle anunciando el sueño que vendría después. 
Bostezó y sonrió recordando la frase de Bolitrô: “Que tengas una noche, llena de hermosos 
sueños”. 
Era más o menos la frase. Pero faltaba un pedazo. Hizo un esfuerzo de memoria. Ah, ahora 
recuerdo: “Que tengas una linda noche, llena de hermosos sueños”… 
Pensó en Anna. Bolitrô no le había pedido que guardara el secreto. Vio los ojos de Anna, tan 
azules, sonriéndole con bondad. Sus manos finas acariciando su cabeza deforme y pasándolas 
sobre sus cabellos. 
Suspiró más fuerte y se adormeció. 
No podía calcular si había dormido mucho. Pero ahora estaba atento y tenía la seguridad de 
que había sonado un golpe leve en su puerta. Escuchó más, y se sintió feliz. Después del 
golpe, una voz susurraba del lado de afuera. 
 ¡Eduardo!... ¡Edu!... ¿Estás durmiendo? 
Conocía aquella voz inconfundible. Gabriel lo estaba llamando. 
 Entra. 
El picaporte de la puerta se abrió y escuchó el caminar de Gabriel junto a la cama. 
 ¿Cerraste la puerta? 
 La entorné. No hay peligro; nadie nos va a escuchar. 
Pero Edu dudó. 
 Entonces, ¿por qué me llamaste en voz tan baja? 
Gabriel sonrió comprensivamente. 
 Caramba, tontito, no quería asustarte. 
 Si es así, está bien. Pero ¿cómo viniste hasta aquí? 
 Ya es media noche. Después de la última campanada del reloj esta casa está 
obligada a adormecerse. Entonces comienza la magia de nuestro 
desencantamiento. Pasa la mano por mi cabeza. 
Edu obedeció. 
 ¡Tienes un pelaje suave como el de los gatos! 
 Todo tigre en un gato grande. 
 ¿Cómo conseguiste perder la dureza del cobre? 
 No la perdí. Esa dureza quedó en el otro. Yo soy una especie de alma de él. 
Edu estaba asustado. 
 ¿Y si Anna despierta? 
 No hay peligro. Antes de llegar aquí pasé por la puerta de su habitación e hice un 
pase mágico. No te asustes, porque en este velero toda la tripulación duerme. La 
noche es totalmente nuestra. 
 ¿Fue por eso que Bolitrô me deseó una linda noche de sueños? 
 Claro. Pero tú estás despierto. 
 Es verdad. 
 Ahora vamos de prisa, amiguito. No tenemos tiempo que perder. 
 Pero yo no puedo. 
 Sí que puedes. Vas a montar sobre mi lomo y yo voy a mostrarte la belleza de la 
noche que tanto te prometí. 
 Pero yo solo no puedo colocar mis aparatos. Es muy difícil. 
 Ya hice un toque mágico. Levántate. 
Asustado, Eduardo no conseguía obedecer. 
 Cree en mí, amigo. Si dudas, pasa la mano sobre tu pierna. 
Obedeció y se sintió normal, con las piernas recuperadas. ¿Podría caminar con esas piernas? 
Gakusha adivinó su pensamiento. 
 Prueba sin temor.Bajó de la cama y caminó con el corazón a los saltos. Los ojos se le llenaron de agua. Se 
arrodilló junto a Gabriel y apretó su cuello, sollozando. 
 ¿Sabes, Gabriel? ¡Tanto que le pedí a Dios que por lo menos una vez antes de 
morir me permitiera caminar como un niño sano! Y ahora tú, Gabriel, haces el 
milagro. 
 Vamos, vamos que eso no es todo. Hoy va a ser una noche maravillosa para ti. 
Salieron sin hacer ruido. Atravesaron el gran corredor de vidrios y la noche 
apareció en toda su magnitud. La luna clareaba el mar y los árboles. Bajaron la 
escalera y Edu adormecido en su noche de lindos sueños. 
 Ahora usa este quepis de capitán. Saliste de la cama con el cuerpo caliente y no 
quiero que tomes un resfrío o una neumonía. 
Eduardo aseguró el quepis en la mano, desanimado. Era tan pequeño que no podía caberle. 
Comunicó sus dudas a Gabriel. 
 Pasa la mano por tu cabeza y mira por qué te lo estoy ofreciendo. 
Obedeció y sus manos aseguraron blandamente su cabeza. ¡También había disminuido! Se 
puso el quepis con placer. Se detuvo un momento y Gabriel lo amonestó: 
 ¿Qué pasa ahora, Edu? 
 Sentí un extraño deseo de entrar en aquel baño y mirarme en el espejo. 
 Eso nunca. Tendrás que encender la luz. Además, el espejo es el mayor enemigo 
de las ilusiones y de los sueños. 
Intentó olvidar aquel deseo en su corazón, aunque, ¡Bien que le hubiera gustado verse 
perfecto! Reflejado en el espejo con su cabeza normal y sus piernas perfectas. ¡Qué pena que 
Ann no lo pudiese ver así, transformado! 
Cuando llegaron a la terraza, Gabriel ordenó: 
 Ahora monta sobre mi lomo y préndete de la pequeña joroba. 
A la luz de la luna Gabriel parecía haber creciendo, agigantándose. Los grandes músculos de 
las patas y del lomo estaban en continuo movimiento. Las manchas blancas y amarillas se 
confundían con otras negras sedosas y con el rojo quemando su pelo. 
Habló blandamente: 
 ¿Qué estás esperando, Edu? ¿No quieres ir? 
 No es eso. Estaba observándote. Tú, de carne y hueso, eres más imponente que el 
tigre de bronce. 
Él se rió y señaló: 
 Pues yo o él, alguno, está allá. Y la luz de la luna refleja el cuerpo de bronce en 
las aguas de la piscina. Se puede decir que él es mi casa. 
 Entonces, estoy listo. 
 Asegúrate bien. Porque vas a ver otra maravilla. Pero tienes que esperar por lo 
menos media ahora hasta que yo recupere todas mis fuerzas; mientras tanto, es 
muy temprano para la sorpresa. 
Caminaron por las terrazas de piedra y buscaron el camino de la sierra. 
Fue allí donde el otro día quedé aprisionado. 
 Te prohíbo pensar en cosas desagradables. Lo que voy amostrarte no fue visto 
por ninguno otro ser humano. 
Ahora las grandes piedras que rodeaban la casa se hacían mayores a la luz de la luna. El mar 
gemía allá abajo tan mansamente que no parecía el mar bravo de cuando existía el sol. 
 ¿Por qué el mar está tan calmo, Gabriel? 
 Está durmiendo. De mañana y de tarde él se agita tanto, gasta tanta energía, que 
de noche duerme pesadamente olvidándose hasta de mirar las estrellas y la luna. 
Llegaron hasta las proximidades de unas piedras cercanas al mar, rodeadas por una falda de 
blanca espuma. Se podían ver las cucarachas pequeñitas y otros bichitos deslizándose entre 
las algas. 
Un olor a lirio del valle llenaba la noche de placer. 
 Vamos a atravesar un valle lleno de esos lirios. Ahora, asegúrate bien que 
saltaremos de piedra en piedra. 
Los saltos de Gakusha hacían que las sombras se movieran sobre las piedras lisas. 
 ¡Qué maravilla, Gabriel! Cuando saltas, siento todos los músculos moverse bajo 
mis piernas. Tu corazón parece latir con mayor fuerza por el esfuerzo. Parece que 
estuviéramos volando y la vida bailara a nuestro alrededor. 
 ¡Te estás revelando como un pequeño poeta en potencia! Ahora va a ser más 
difícil la caminata porque estamos llegando a lo alto de la sierra. 
Y mientras iniciaban la subida, un mundo diferente 
apareció. Al comienzo eran túneles de bananeros 
salvajes que unían sus hojas alargadas. Después, el 
camino disminuía y se transformaba en una senda 
minúscula. Solamente los ojos y la práctica de Gabriel 
le permitían caminar sin peligro. 
No rozaban nada, ni siquiera las hojas de los arbustos. 
Las grandes patas de terciopelo del tigre conocían 
palmo a palmo toda aquella pequeña selva. 
Después de algún tiempo de viaje en la oscuridad de 
los árboles y del follaje, todo se abrió como por 
milagro. Habían desembocado en la parte redondeada 
de la sierra. 
Eduardo saltó del lomo de Gabriel y aplaudió de alegría. Sobre su cabeza, la noche se 
mostraba tachonada de estrellas y aún la luna dominaba todo, redonda, redonda. 
 Es lindo el cielo, ¿verdad Edu? Pero mira hacia abajo, hacia la tierra de los 
hombres, hacia aquel mar adormecido cruzado por luz lunar. 
Eduardo obedeció, cada vez extasiado. La dirección que le indicaba le trasmitía escalofríos de 
belleza. El velero apagado parecía balancearse dentro del agua y toda ella estaba iluminada 
de luna. Allí dormía Anna, dormía María Jurandir, y Bolitrô, y también todos sus misterios. 
 Bien, ahora voy a hacer lo que te prometí. Ya recuperé todas mis fuerzas. Debes 
volver a montar sobre mí y olvidar una cosa que se llama miedo. ¿Prometido? 
 Cerca de ti no temo nada, y nada podrá hacerme mal. 
 Así es mejor. 
Eduardo obedeció y montó sobre Gabriel. 
 Para que no te asustes, te aviso. Vamos a volar; ésa era la sorpresa que te 
reservaba. 
 ¿Y tú puedes hacerlo? 
 Tan bien como si caminase. Hasta me cansa menos. ¿Vamos? 
 Estoy listo 
Gabriel corrió hasta la orilla de la sierra y dio un salto. El cuerpo se puso rígido y los músculos 
parecían de acero. Así quedó por un segundo hasta alcanzar el equilibrio perfecto en el 
espacio. 
 Bueno, ahora ya podemos hablar. Iremos donde tú desees. 
 Primero daremos una vuelta alrededor del velero. 
 Como quieras. 
La casa adormecida se aproximaba rápidamente. Y Gabriel se desviaba de los árboles y de las 
piedras. 
 ¡Qué cosa más linda, que agradable, Dios mío! ¡Gracias por haberme dado esta 
oportunidad de ver las cosas que creaste, Señor! 
Rodearon la casa de su cuarto. ¡Si ella pudiese estar conmigo ahora! Mañana no podría contar 
lo que había sucedido ya que había jurado a Gabriel guardar el secreto. Pero aunque pudiese 
contarlo, los ojos de Anna fingirían creer, y acabaría por escuchar: “Sueña cuanto puedas, hijo 
mío”. 
Volaron cerca de los barcos anclados de los pescadores. Se acercaron a sus cabañas y así 
pudieron ver las redes extendidas para secarse con la brisa de la noche. 
 Gabriel, ¿Se puede ir un poco más adentro? 
 Mucho no. Aún quiero mostrarte algo más hermoso. 
Volvieron hacia el mar y él apenas podía respirar ante su grandiosidad. 
 Bien cerca de él, Gabriel. 
Regresaron, sintiendo la frialdad del mar y su olor particular. 
 ¿Puedo bajarme y tocar con el dedo, con las manos, las aguas? 
 Sólo es cuestión de querer. 
 ¿No hay peligro? 
 Ninguno. 
Entonces Eduardo pudo hacer algo hermoso, una de las cosas más bellas del mundo: 
Metía la mano en el agua y creaba rosas blanquísimas de espuma, arrojándolas hacia lo alto 
como si ofreciese flores a la luna. 
Ya habían regresado al punto inicial del vuelo. Edu no podía creer en tantas maravillas. Gabriel 
se apoyó a lo largo, mientras levantaba el hocico para arriba, respirando fuertemente. Con 
seguridad el esfuerzo del vuelo había desgastado sus energías. 
 ¿Todavía no acabó el paseo, no? 
 Estamos a la mitad. Aún tenemos muchas cosas lindas para ver. Sólo necesito 
recuperar un poco de aliento y continuaremos subiendo la sierra. 
 ¿Volveremos a volar? 
Gabriel sonrió blandamente. Te gustó, ¿no es cierto? 
 Nunca pensé que fuera tan fácil volar. Creía que para los pájaros y los ángeles eso 
sería algo común, pero para la gente… 
 Ahora sólo podremos alcanzar lo alto de la sierra caminando. Volveremos a sentir 
el perfume del maro y los perfumes de la noche. 
Volvió a respirar más fuertemente y pareció tomar una decisión. 
 ¿Ya estás cansado, Edu? 
 ¡Yo no me cansé, Gabriel! Eres tú quien hizo el esfuerzo; yo apenas sorbí la 
belleza todo el tiempo. 
 Entonces, vamos. Vuelve a montar y préndete fuertemente de mi pescuezo. 
Era tan suave andar montado en un tigre que los ojos cerránbanse de placer. Sentía todo el 
viaje teniendo los ojos cerrados. Sabía que alcanzaban la mayor altura de la sierra y que 
caminaban a la sombra de los grandes árboles. Allí, raramente un rayo de luna podría 
trasponer la vegetación cerrada. Sólo entreabrió los ojos cuando comenzó a sentir olor de los 
lirios del valle que en la noche parecían multiplicarse. 
 ¿Estás sintiendo, Edu? 
 ¿El perfume de los lirios? 
 ¿Y alguna otra cosa? 
 El olor del agua próxima. 
Entonces Gabriel comprendió la realidad: el niño no era como él y no podría percibir ciertas 
cosas. En seguida disfrazó su equivocación. 
 Son las aguas del lago. No vayas a pensar que es un gran lago. En verdad, es una 
pequeña laguna donde existe la reserva de agua del velero. Es decir, no pasa de 
ser un gran pozo de agua cercado por piedras muy bellas. Yo lo llamo mi lago, 
porque a pesar de ser pequeño sirve para reflejar la blanca desnudez de la luna y 
el brillo de todas las estrellas. 
Salieron de la mata, y el pequeño lago pareció. 
Edu batió palmas, encantado. 
 ¡Pero es mayor de lo que yo esperaba! 
 Es gentileza tuya, muchacho. Vamos a la parte más alta; desde allí veremos toda 
la grandiosidad del mar, y cómo el paisaje se torna más bello, de cualquier ángulo 
que se lo mire. 
Sentáronse juntos mientras la luna, reflejándose en el mar, ofrecía un panorama inexplicable. 
Ahora se podía ver el bulto encogido del velero durmiendo en la noche. Dentro de él, sin 
desconfiar de nada, dormía Anna. Era hermoso ver la luna reflejada en el lago. Y las estrellas 
mirándose en las aguas tranquilas. 
 ¿Sabes qué pensaba de las estrellas antiguamente, cuando había noches de 
tempestad, Gabriel? 
 No. 
 Sentía un gran miedo de que el viento destruyera todo y mezclase las 
constelaciones. Algo así como si una estrella saliera de su lugar y penetrara en 
otro dibujo del cielo. Anna me explicó que las estrellas no eran esos puntos 
pequeñitos que nosotros vemos, que eran mundos mayores y más pesados que el 
nuestro. Por eso, aunque viniera el mayor viento del mundo, no conseguiría 
arrastrarlas y destruirlas. 
 ¡Qué inocencia! 
Se quedaron en silencio mucho tiempo, detenidos para absorber en silencio toda aquella 
belleza. Sin embargo, el éxtasis fue turbado por el batir de grandes alas. La alegría se apoderó 
de Edu. Posada en una rama próxima, doña María Jurandir también había vendo a apreciar el 
esplendor salvaje de la noche. 
 ¡Viva! ¿Qué están ustedes haciendo por aquí? 
Contrariado por la intrusión de Mintaka, respondió con cierta sequedad. 
 Quise mostrarle el lago a Eduardo en una noche de luna 
Sin duda, doña María Jurandir era siempre muy sardónica: 
 ¿Qué lago, Gakusha? 
Gabriel entendió el veneno de la frase, pero no se encontraba dispuesto a ninguna discusión. 
 Caramba, Mintaka… ¡Po lo menos tu mal humor no va a decir que la noche no 
está hermosa! 
Ella hizo un mohín y se desató 
 Es una noche razonable. Nada maravilloso, pero sirve para encantar. 
Gabriel perdió la paciencia. 
 ¿Sabes una cosa, Mintaka? No arruines nuestra alegría. Nosotros, los dos, 
estamos fascinados por este momento. 
 Está bien, está bien. Voy a ocuparme de mi vida. No quiero perjudicar la felicidad 
de nadie. Hasta luego. 
Se alejó en un lindo vuelo, en forma de círculo. 
Gabriel rezongó entre dientes: 
 ¡Dios del cielo! ¡Qué criatura desagradable! 
Edu sintió pena. 
 No tiene mal corazón. Es su manera de ser. 
 Está bien. Pero nunca vi a una criatura con 
tal constante deseo de arruinar los placeres 
de los otros. 
 Olvidemos que ella estuvo aquí. En realidad, la vida es un continuo 
encantamiento. 
Volvieron al silencio anterior para escuchar mejor la música de la vida. Hasta el viento parecía 
agitarse sin hacer ruido. 
Edu se acostó en el suelo y apoyó la cabeza en las manos. El césped, de tan suave, ni lo 
molestaba. En esa posición quería apreciar mejor las estrellas del cielo de Anna. Las continuas 
modificaciones mostraban que las estrellas viajaban mucho. Subían, subían, y después iban 
bajando hasta desaparecer. El viaje en una estrella debía de ser más hermoso que en 
cualquier barco. Lástima que estuvieran tan altas. Porque en aquella altura no podrían tocar la 
suavidad del mar, como él hizo mientras volaba con Gabriel. 
Súbitamente tuvo una idea. 
 Gabriel, ¿qué eres tú? 
 ¡Qué pregunta! 
 Me gustaría que me contases tu historia. 
 Amigo mío, no es gran cosa. Mi vida no tuvo demasiada importancia. Un tigre real 
no pasa de ser una figura decorativa. 
 Sí, pero yo leí historias, vi fotografías de tigres como tú que causaban terror en la 
selva. 
 Conozco poco de la selva y eso por oír cosas, por participar de comentarios de 
otros tigres amigos. Lo que aprendí sobre cacerías de tigres fue solamente por 
escuchar. Los cazadores montados en elefantes, los batidores que sitiaban a las 
fieras con nativos ensordecían todo con sus tambores. Y los tigres, rodeados, 
hasta que llegaba el tiro de misericordia. Después, los cazadores llevaban la caza 
como trofeo. Una cosa sin ninguna importancia. 
 Todo eso ya lo leí, Gabriel, pero quería saber algo diferente. 
 Los libros son mucho más sabios que cualquier tigre. 
 No, amigo, yo no quiero ofenderte. Sólo estoy interesándome por ti, que en 
materia de tigres eres lo más formidable que conozco. 
Gabriel se rió por la lisonja. 
 ¿Pero qué voy a contarte de mi vida? 
Se concentró en el pasado mientras la vista recorría el cielo luminoso. 
 Pensándolo bien, no me gusta mentir. Nunca fui un tigre terrible y violento. No 
era de los que se encolerizaban. Nada de eso. Por lo tanto, sólo puedo contarte la 
verdad. Fui retirado de la selva a los pocos días de nacer, y criado en un palacio. 
Ni siquiera sabíamos cazar. Si hubiésemos estado obligados a eso, habríamos 
muerto de hambre. Nacimos para ser bellos y decorar las fiestas, las danzas, para 
desparramar nuestra indolencia por los grandes salones, para deslizar nuestras 
patas por las escalinatas de mármol y las alfombras orientales, éramos tratados 
como dioses. Y como nada nos era negado, no teníamos por qué disgustarnos. Tal 
vez por eso cada tigre real podía tener un buen corazón. 
Se detuvo y miró amistosamente al niño. 
 Evité contarte mi historia para no decepcionarte. No fue una vida de grandes 
aventuras, y si de grandes comodidades. 
 Aún así, Gabriel, tu vida es sensacional. 
 Puede ser. Pero yo prefiero el momento que vivo. En cuanto descubrí el 
desencantamiento, mi vida mejoró, aunque no puedo alejarme del otro tigre de 
bronce. Pero con este lago y todo este cielo me siento satisfecho. En realidad esto 
es más poético que la vida en un palacio chino u oriental, como tú quieras. 
Se lamió las patas esmerándose en la limpieza. Quería quitarles todas las espinas que se 
habían entrometido en sus uñas durante la caminata. 
Los ojos de Edu comenzaron a cerrarse. Quería luchar contra el sueño sin poder resistirlo. En 
lo alto, las estrellas danzaban. Intentaba bajar la vista hacia las aguas del lago y ellas aún 
brillaban

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