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H I M f l t f S S n · · · · · · · ·
HISTORIA
^MVNDO - C l 
ANT1GVO k J l
CFvECI£
LAS MONARQUIAS 
HELENISTICAS.
I: EL EGIPTO DE 
LOS LAGIDAS
HISTORIA 
■̂ MVNDO
A ntïgvo
Esta historia, obra de un equipo de cuarenta profesores de va­
rias universidades españolas, pretende ofrecer el último estado 
de las investigaciones y, a la vez, ser accesible a lectores de di­
versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­
tores antiguos, mapas, ilustraciones, cuadros cronológicos y 
orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con 
un doble valor, de modo que puede funcionar como un capítulo 
del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una 
monografía. Cada texto ha sido redactado por el especialista del 
tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.
O R I E N T E
1. A. Caballos-J. M. Serrano,
Sumer y Akkad.
2. J. Urruela, Egipto: Epoca Ti- 
nita e Imperio Antiguo.
3. C. G. Wagner, Babilonia.
4. J . Urruelaj Egipto durante el 
Imperio Medio.
5. P. Sáez, Los hititas.
6. F. Presedo, Egipto durante el 
Imperio Nuevo.
7. J . Alvar, Los Pueblos del Mar 
y otros movimientos de pueblos 
a fines del I I milenio.
8. C. G. Wagner, Asiría y su 
imperio.
9. C. G. Wagner, Los fenicios.
10. J . M. Blázquez, Los hebreos.
11. F. Presedo, Egipto: Tercer Pe­
ríodo Intermedio y Epoca Sai- 
ta.
12. F. Presedo, J . M. Serrano, La
religión egipcia.
13. J . Alvar, Los persas.
G R E C I A
14. J. C. Bermejo, El mundo del 
Egeo en el I I milenio.
15. A. Lozano, L a Edad Oscura.
16. J . C. Bermejo, El mito griego 
y sus interpretaciones.
17. A. Lozano, La colonización 
griega.
18. J. J . Sayas, Las ciudades de J o - 
nia y el Peloponeso en el perío­
do arcaico.
19. R. López Melero, El estado es­
partano hasta la época clásica.
20. R. López Melero, La form a­
ción de la democracia atenien­
se , I. El estado aristocrático.
21. R. López Melero, L a form a­
ción de la democracia atenien­
se, II. De Solón a Clístenes.
22. D. Plácido, Cultura y religión 
en la Grecia arcaica.
23. M. Picazo, Griegos y persas en 
el Egeo.
24. D. Plácido, La Pente conte da.
25. J . Fernández Nieto, La guerra 
del Peloponeso.
26. J . Fernández Nieto, Grecia en 
la primera mitad del s. IV.
27. D. Plácido, L a civilización 
griega en la época clásica.
28. J. Fernández Nieto, V. Alon­
so, Las condidones de las polis 
en el s. IV y su reflejo en los 
pensadores griegos.
29. J . Fernández Nieto, El mun­
do griego y Filipo de Mace­
donia.
30. M. A. Rabanal, Alejandro 
Magno y sus sucesores.
31. A. Lozano, Las monarquías 
helenísticas. I : El Egipto de los 
Lágidas.
32. A. Lozano, Las monarquías 
helenísticas. I I : Los Seleúcidas.
33. A. Lozano, Asia Menor he­
lenística.
34. M. A. Rabanal, Las monar­
quías helenísticas. I I I : Grecia y 
Macedonia.
35. A. Piñero, La civilizadón he­
lenística.
R O M A
36. J . Martínez-Pinna, El pueblo 
etrusco.
37. J . Martínez-Pinna, La Roma 
primitiva.
38. S. Montero, J . Martínez-Pin­
na, El dualismo patricio-ple­
beyo.
39. S. Montero, J . Martínez-Pin-
na, La conquista de Italia y la 
igualdad de los órdenes.
40. G. Fatás, El período de las pri­
meras guerras púnicas.
41. F. Marco, La expansión de 
Roma por el Mediterráneo. De 
fines de la segunda guerra Pú­
nica a los Gracos.
42. J . F. Rodríguez Neila, Los 
Gracos y el comienzo de las 
guerras aviles.
43. M.a L. Sánchez León, Revuel­
tas de esclavos en la crisis de la 
República.
44. C. González Román, La R e­
pública Tardía: cesarianos y 
pompeyanos.
45. J . M. Roldán, Institudones po­
líticas de la República romana.
46. S. Montero, La religión roma­
na antigua.
47. J . Mangas, Augusto.
48. J . Mangas, F. J . Lomas, Los 
Julio-Claudios y la crisis del 68.
49. F. J . Lomas, Los Flavios.
50. G. Chic, La dinastía de los 
Antoninos.
51. U. Espinosa, Los Severos.
52. J . Fernández Ubiña, El Im pe­
rio Romano bajo la anarquía 
militar.
53. J . Muñiz Coello, Las finanzas 
públicas del estado romano du­
rante el Alto Imperio.
54. J . M. Blázquez, Agricultura y 
minería romanas durante el 
Alto Imperio.
55. J . M. Blázquez, Artesanado y 
comercio durante el Alto Im ­
perio.
56. J . Mangas-R. Cid, El paganis­
mo durante el Alto Impeño.
57. J . M. Santero, F. Gaseó, El
cristianismo primitivo.
58. G. Bravo, Diocleciano y las re­
form as administrativas del Im ­
perio.
59. F. Bajo, Constantino y sus su­
cesores. La conversión del Im ­
perio.
60. R. Sanz, El paganismo tardío 
y Juliano el Apóstata.
61. R. Teja, La época de los Va­
lentiniano s y de Teodosio.
62. D. Pérez Sánchez, Evoludón 
del Imperio Romano de Orien­
te hasta Justiniano.
63. G. Bravo, El colonato bajoim- 
perial.
64. G. Bravo, Revueltas internas y 
penetraciones bárbaras en el 
Imperio.
65. A. Giménez de Garnica, La
desintegración del Imperio Ro­
mano de Ocddente.
HISTORIA
^ M V N D O
Αν έ ο ό
/ ^ n r r i AU KLCIA
Director de la obra:
Julio Mangas Manjarrés
(Catedrático de Historia Antigua 
de la Universidad Complutense 
de Madrid)
Diseño y maqueta:
Pedro Arjona
«No está permitida la 
reproducción total o parcial de 
este libro, ni su tratamiento 
Informático, ni la transmisión de 
ninguna forma o por cualquier 
medio, ya sea electrónico, 
mecánico, por fotocopia, por 
registro u otros métodos, sin el 
permiso previo y por escrito de 
los titulares del Copyright.»
© Ediciones Akal, S.A., 1989
Los Berrocales del Jarama 
Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz 
Madrid - España 
Tels.: 656 56 11 - 656 49 11 
Depósito Legal: M -34.763-1989 
ISBN: 84-7600-274-2 (Obra completa) 
ISBN: 84-7600-433-8 (Tomo XXXI) 
impreso en GREFOL, S.A.
Pol. II - La Fuensanta 
Móstoles (Madrid)
Printed in Spain
Armauirumque
Armauirumque
Las monarquías helenísticas 
I: El Egipto de los Lágidas
A. Lozano
Indice
Págs.
I. Egipto en tiempo de Ptolomeo Lago ................................................................. 7
1. De satrapía a m onarquía. La trayectoria de Egipto hasta Ipsos .......... 7
2. De Ipsos hasta la muerte de Ptolomeo I ...................................................... 11
II. El reinado de Ptolomeo II .................................................................................. 14
1. Conflictos en el seno de la familia real l á g id a ............................................ 14
2. Comienzos de la enemistad entre Lágidas y S e le ú c id a s ......................... 15
3. Motivaciones de la política exterior de E g ip to ............................................ 17
a) Consideraciones es tra tég icas ........................................................................ 17
b) Consideraciones e c o n ó m ic a s ....................................................................... 19
4. Intervención de Egipto en el exterior ............................................................. 22
a) Conflictos con los Seleúcidas: la 2.a G uerra Siria ............................... 22
b) Participación lágida en los asuntos g r ie g o s ............................................ 23
c) Los últimos años de Ptolomeo II Filadelfo ............................................ 24
III. Ptolomeo III Evergetes y Ptolomeo IV F ilopa to r ..................................... 26
1. Ptolomeo III Evergetes ........................................................................................ 26
a) C on tinuación de los conflictos con los Seleúcidas: la 3.a G uerra
Siria (246-241).................................................................................................... 26
b) Ultima parte del reinado .............................................................................. 27
2. Ptolomeo IV Filopator (221-203) ...................................................................... 28
a) Ofensiva seleúcida contra territorios lágidas en Asia ........................ 28
b) Rafia y sus consecuencias: las sublevaciones de los indígenas ...... 29
c) Retroceso egipcio en el exterior. Fin del reinado de Ptolomeo I V ...... 31
IV. Ptolomeo V Epifanesv Ptolomeo VI ......................... .................................... 32
1. Ptolomeo V E p i f a n e s ........................................................................................... 32
a) Dificultades exteriores: pacto entre Filipo V y Antíoco III .............. 32
b) 5.a G uerra S i r i a ................................................................................................. 33
2. Ptolomeo VI ......................................................................................................... 34
a) 6.a G uerra Siria ................................................................................................. 35
b) La división del Imperio ................................................................................ 35
c) Los últimos años de reinado de Filometor ............................................ 36
V. Los sucesores de Filometor y el fin de los Lágidas...................................... 37
1. Los sucesores de Filometor ................................................................................ 37
a) El conflicto entre Cleopatra II. Ptolomeo VIII y Cleopatra III ...... 37
b) Egipto tras Ptolomeo VIII: division del reino ....................................... 38
2. Fin de los L á g id a s ................................................................................................. 39
VI. Economía y sociedad ........................................................................................... 43
1. Tierra real o chora basiliké ................................................................................. 45
2. Tierra sagrada ......................................................................................................... 46
3. Tierra de clerucos .................................................................................................. 47
4. Dorea ......................................................................................................................... 47
5. Tierra de propiedad privada .............................................................................. 48
Bibliografía..................................................................................................................... 54
Las monarquías helenísticas I: El Egipto de los Lágidas
I. Egipto en tiempo de Ptolomeo Lago
7
La es tab il izac ión de las diferentes 
m onarqu ías o territorios nacionales 
resultantes de la división del vasto 
Imperio legado por Alejandro M ag­
no, no fue tarea fácil ni se logró p ron ­
to. Tras el 323 a.C. es necesario espe­
rar varias décadas, repletas de acon­
tecimientos, para encon tra r un mapa 
histórico definido. Todos aquellos su­
cesos aparecen com plicados adem ás 
por el intricado juego de alianzas en ­
tre los generales macedonios (cf. el 
capítulo dedicado a Alejandro Mag­
no y sus sucesores en esta misma co­
lección) cuyo objetivo en último tér­
mino obedecía el deseo de cada uno 
de llevarse la mejor parte en el des­
m em bram ien to del im perio a le jan ­
drino. N o vamos a entrar, por razo­
nes obvias, en la aclaración de esa 
m a r a ñ a de sucesos h is tó r icos , -e- 
t ie n d o al lec to r al c a p í tu lo a r t e s 
citado.
La p o rc ión de esta h is toria que 
ahora pretendem os exam inar es, sin 
embargo, más sencilla, dado el con ­
texto geográfico, muy delimitado, del 
país del Nilo. y las miras políticas 
del fundador de la dinastía Lágida. 
el general macedonio, amigo íntimo 
de A le ja n d ro M ag n o desde la n i ­
ñez. P to lom eo Lago. C om o es éste 
uno de los Diádocos. vamos sólo a 
exponer sum ariam ente las líneas más 
destacadas de su política para en la­
zar con sus sucesores, que es el pe­
riodo que pretendemos analizar.
Ya en la reunión de los generales 
acaecida en Babilonia tras la muerte 
del rey se acordó conceder a Ptolo­
meo la satrapía de Egipto, a la par 
que se decidió d a r sepultura a Alejan­
dro en el oasis de Siva. hecho que 
confería a Egipto y a sus dirigentes 
un enorm e prestigio. U na vez el cuer­
po en tierra egipcia, fueron modifica­
dos los planes trazados al principio, 
perm aneciendo el cadáver en Mentís 
para ser enterrado años después de 
modo definitivo en Alejandría, según 
los deseos de Ptolomeo II.
1. De satrapía a monarquía: 
La trayectoria de Egipto 
hasta Ipsos
Ptolomeo Lago se dedicó enseguida a 
af ianzar su poder personal en Egipto 
e incluso a aum entarlo a costa de la 
Cirenaica donde intervino ya en el 
322 al socaire de los conflictos políti­
cos y sociales de las ciudades griegas 
de aquel territorio. Sin com eter el 
error de anexionarse la región, se eri­
gió en estratega, lo cual le confería de 
Jacto el poder sobre ella pero guar­
dando las apariencias. También con 
C hipre procuró Ptolomeo estrechar 
relaciones ya desde comienzos de su 
estancia en Egipto.
8 AkaI Historia del Mundo Antiguo
Esta política de cariz independen- 
tista levantó sospechas entre los Diá- 
doros y conllevó una tem prana rup­
tura con Pérdicas. regente a la sazón 
del Imperio, sellada con el asesinato 
de C leomenes de Naucratis, valedor 
de Pérdicas en Egipto. A comienzos 
del año siguiente, tuvo lugar el espe­
rado ataque de Pérdicas reducido a la 
nada por el asesinato de éste.
La desaparic ión del regente en fun­
ciones obligó a un replanteamiento 
de la situación a nivel general, razón 
que motivó la reunión de Triparadi- 
sos, celebrada en el otoño de 321 en ­
tre todos ios generales de Alejandro. 
El resultado fue un golpe mortal a la 
obra y al pensam iento alejandrino, 
pues confirmó la división defacto del 
imperio. Hubo una serie de acuerdos, 
entre los cuales podemos m encionar 
la atribución de la regencia a A ntipa­
tro. si bien en primera instancia el 
ofrecimiento se había hecho a Ptolo­
meo, el cual, d ando pruebas de su 
p ru d en c ia política, la rechazó , lo­
grando desde luego la confirmación 
de su poder en Egipto y Cirenaica. 
Sus pretensiones eran afirmar su in­
dependencia en este país, no ser el á r ­
bitro en la situación del imperio ale­
jandrino. La antorcha del ideal unitario, 
em p ero , la recogería A n t ig o n o el 
Tuerto (M onoplithalm os), encargado 
en la cum bre de Triparadisos de pro­
seguir en Asia M enor la lucha contra 
Eumenes, aliado de Pérdicas. que ha­
bía derrotado a C'ratero, y que a co n ­
secuencia de su victoria se había eri­
gido en dueño de la región minora- 
siática. Sin embargo, a punto de cul­
m inar con éxito su empresa, un acon­
tecimiento nuevo dio un giro insospe­
chado a la situación: la muerte de 
Antipatro en el 319. A consecuencia 
de ella, se abre una crisis de enorme 
complejidad. Ptolomeo en el mismo 
año invade la satrapía de Siria-Feni­
cia. C o n v ien e resa lta r este hecho , 
pues, com o muy bien señala E. Will 
(Histoire politique du monde hellénisti­
que I. p. 41), es de la mayor trascen­
denc ia para com prender el pensa­
miento político del hijo de Lago: éste, 
en efecto, había asim ilado y asum ido 
plenam ente la tradición política y es­
tratégica de Egipto, puesto que aque­
lla región constituía la zona de ex­
pansión por excelencia de los farao­
nes fuera de territorio africano, dada 
su calidad de glacis defensivo ante 
c u a lq u ie r a m e n a z a p ro ced en te de 
Asia. A la vez. le aportaba bases na­
vales y continentales para empresas 
dirigidas al Norte de Siria. M esopota­
mia o Asia Menor. Respecto a la de­
cantación de Ptolomeo en el p an o ra ­
ma in ternacional subsiguiente a la 
m encionada desaparición de A ntipa­
tro, debemos señalar que el Lágida se 
alinea con los enemigos del sucesor 
de éste, Polipercón y su aliado Eum e­
nes. Este, a su vez. en 318 em prendió 
una cam p añ a militar en Asia M enor
V Fenicia a resultas de la cual cayeron 
en su poder parte de los territorios re­
c ien tem ente a d q u ir id o s por P to lo ­
meo. Sin embargo, su éxito no fue d u ­
radero. En el 316 fue entregado a A n­
tigono por sus propios soldados y eje­
cutado.C on él murió el último repre­
sentante fiel al pensam iento de Ale­
jandro , pues aunque Antigono recoge 
de nuevo la idea unitaria, lo hace ya 
por su cuenta, sin consideración a los 
derechos del último representante de 
los Argéadas descendientes del rey 
macedonio.
La posición adquirida por Antigo­
no significó un nuevo giro de la situa­
ción. pues conllevó que el resto de los 
Diádocos, exceptuado Polipercón, se 
unieran contra él. Tras cinco años de 
guerra (316-311 ) se concluyó un trata­
do de paz cuyo contenido no está del 
todo claro. Sus cláusulas más im por­
tantes eran las siguientes: C asandro. 
hijo de Antipatro, queda como strate­
gos de Europa hasta la mayoría de 
edad de A lejandro IV —el hijo de 
A le ja n d ro y R o x a n a — ; L is ím aco 
conserva Tracia: Ptolomeo se queda 
con Egipto; a Antigono se le concede 
«toda Asia», donde entretanto Seleu-
Las monarquías helenísticas I: El Egipto de los Lágidas 9
co ha recuperado Babilonia, refor­
zando su posición en las satrapías su­
periores de Asia; una última cláusula 
consideraba, reafirmándolo, el dere­
cho a la au tonom ía de las ciudades 
griegas, lo cual pese a su apariencia 
inofensiva llevaba en sí el germen de 
la discordia. De hecho, el imperio de 
Alejandro había dejado de existir pe­
ro había un hom bre que aspiraba a
Demetrio Poliocertes en el 306 tras la 
victoria sobre la Ilota de Ptolomeo en 
Salam ina de Chipre. Se erigían así en 
los auténticos sucesores de Alejandro 
cuya descendencia directa había sido 
eliminada por orden de C asandro en 
el 310. Pero inm edia tam ente , en el 
305/-4. Ptolom eo prim ero y C a s a n ­
dro. Lisímaco y Seleuco después se 
proclam aron también reyes, adjudi-
Cabeza de Ptolomeo I sobre una moneda 
de plata
reunir bajo su férula y sobre otras b a ­
ses ios cinco estados resultantes en 
uno solo: Antigono.
No podemos entrar en la conside­
ración de la compleja etapa posterior, 
plagada de avances y retrocesos en el 
cam po militar y político. En su trans­
curso se dieron a lgunas novedades 
como la adquisición de titulaturas 
reales por parte de Antigono y su hijo
candóse la soberanía absoluta sobre 
los territorios a ellos confiados o co n ­
quistados. H ab ían nacido las m o n a r­
quías helenísticas. De otros aspectos, 
solo diremos que tras los intentos efec­
tuados por Antigono y su hijo D em e­
trio para extender su poder, se organi­
zó contra ellos la resistencia de los 
dem ás con el fin de salvaguardar lo 
que cada uno consideraba suyo. El
10 Akal Historia del Mundo Antiguo
epílogo de este período está marcado 
por la batalla de Ipsos. en Frigia, acae­
cida en el 301. cuya derrota no pudo 
superar Antigono, quien se dio m uer­
te a sí mismo en el mismo escenario 
donde fue vencido. La desaparación 
del general tuerto obligó a un nuevo 
reparto territorial: Lisímaco se ane ­
xionó Asia Menor, Seleuco la parte 
septentrional de Siria. Ptolomeo la 
meridional, o Celesiria. y Demetrio, 
el hijo del derrotado, conservaba ba ­
ses im portan tes en G rec ia y costa 
anatólica, adem ás de una Ilota p ro­
pia. Por lo demás, con Antigono desa­
pareció todo intento de establecer la 
un idad del im perio a le jand rino de 
modo que Ipsos marca una fecha de­
cisiva en la historia para la sucesión 
de Alejandro. A la par asistimos, de 
hecho, al nacimiento, todavía oscuro, 
de la concepción m oderna de Esta­
dos territoriales, sin pretensiones u n i­
versalistas, en la cual cada uno aspi­
raba a coexistir dentro de un sistema 
de «equilibrio inestable» de acuerdo 
con sus propios intereses.
Pero, veamos cómo se desarrolló la 
historia de Egipto en este tiempo.
Para P to lom eo Lago estos años 
fueron asimismo densos en aconteci­
mientos desde el punto de vista de su 
poder en Egipto y zonas de expan ­
sión. Ya hem os descrito sum ariam en­
te cóm o fueron sus tomas de posición 
en relación con los dem ás Diádocos, 
pero su actividad estuvo consagrada 
principalm ente a asuntos de política 
nacional. Las conquistas efectuadas 
en Palestina y Celesiria sufrieron alti­
bajos. cam biando tales territorios de 
dueño con frecuencia a lo largo de 
este lapso de tiempo: tras su anexión 
por Ptolomeo en el 319. fueron arre­
batadas posteriormente por Eumenes 
primero y Antigono después. M ien­
tras tanto el hijo de Lago actuaba en 
otras direcciones con el objetivo de 
a f ian za r su posición en el O riente 
m editerráneo. Así. en Chipre . Esta 
isla, dadas sus peculiaridades, - d e r i ­
vadas de su posición geográfica y de
lo heterogéneo de su población, d o n ­
de fenicios y griegos eran predom i­
n a n te s - estaba dividida políticam en­
te: sus diferentes regiones o distritos 
se ha llaban gobernados por príncipes 
independientes, los cuales adoptaron 
en relación con los conflictos entre 
los Diádocos posturas diferenciadas, 
unos a favor de Antigono, otros de 
Ptolomeo. Este equilibrio fue precisa­
mente el que Ptolomeo pretendió con 
su intervención inclinar a su favor, e 
im p o n e r m a y o r i ta r ia m e n te su in ­
fluencia. Lo mismo hizo con las cos­
tas meridionales de Asia M enor (C a­
ria). También intentó sin éxito ocupar 
algunos puertos en Jonia. Pero lo más 
sobresaliente de todo fue la concerta- 
ción de una alianza con Rodas desti­
nada a tener un gran futuro, conclui­
da. a lo que parece, ya en el 315.
Otro ám bito reclamó la a tención 
de Ptolomeo en estos agitados años: 
Cirene. Allí se había producido una 
revuelta a consecuencia de la cual la 
guarnición ptolemaica había sido ase­
diada en la ciudadela, separándose 
así tem pora lm en te de la soberan ía 
egipcia aquella región. Ptolomeo, no 
obstante, sofocó sin grandes proble­
mas el foco rebelde devolviendo a 
Ofelas el gobierno de la Cirenaica. La 
paz. no obstante, duraría poco tiem­
po. También en C hipre hubo una re­
vuelta de c a rac te r ís t ic a s s im ila re s 
p ropugnada por el príncipe de Ki- 
tion. La in tervención de P to lom eo 
acabó con ella pud iendo asi a finales 
del 313 someter a su influencia la to­
talidad de la isla.
Afirmado su poder, y a instancias 
en buena medida de Seleuco que que­
ría recuperar Babilonia, el dirigente 
egipcio se decidió a un enfren tam ien­
to directo con Antigono para conse­
guir nuevam ente los territorios sirio- 
palestinos que le había arrebatado. El 
encuentro tuvo lugar en el 312 en G a ­
za. zona cuya vigilancia había sido 
encom endada por Antigono a su hijo 
; Demetrio. El resultado fue adverso 
para este joven, a la sazón de 20 años
Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágldas 11
de edad, y las consecuencias muy po­
sitivas sobre todo para Seleuco que 
pudo así actuar rápidam ente en M e­
sopotamia e Irán, a la par que signifi­
có para Ptolomeo la anexión nueva­
mente de Palestina, sometiendo a su 
poder asimismo las ciudades fenicias. 
Pero estos territorios fueron perdidos 
de nuevo al año siguiente tras ser a ta ­
cadas. en el norte de Siria, y vencidas 
po r D em etrio las fuerzas egipcias, 
mientras Antigono ocupó Palestina.
Entretanto Cirene era escenario de 
una nueva revuelta protagonizada en 
esta ocasión por el propio goberna­
dor Ofelas, cuya pretensión no era 
sino liberarse de la hegemonía egip­
cia. Dentro de esta trayectoria se ex­
plica su a c e rc am ie n to po s te r io r a 
Agatocles, con quien concertó en el 
309 una alianza. Este le cedería los te­
rritorios que p re tendía a r reb a ta r a 
Cartago en África a cam bio de la pa r­
te púnica de Sicilia. Ofelas. sin em ­
bargo, moriría al año siguiente a m a­
nos de Agatocles a quien se hab ía 
unido en Cartago.
Fue en esta com plicada situación 
cuando se produjo el tratado de paz 
de 311 suscrito en tre los generales 
macedonios que al m enos para Ptolo- 
meo —y tam bién para A ntigono— no 
significaba sino una tregua, pues no 
estaba dispuesto a renunciar definiti­
vamente al dom inio de las zonas que 
le habían sido arrebatadas.
Es así com o acto seguido dieronam bos generales los pasos conducen­
tes a apropiarse del dom inio del mar 
que tanto Antigono como Ptolomeo 
necesitaban para cum plir sus proyec­
tos. Esta pugna, cuya historia no va­
mos a detallar aquí, estalló abierta­
mente a partir del 306 y conoció algunos 
m om entos cu lm inantes como la de­
rrota sufrida por Ptolomeo en Chipre 
a m anos de Demetrio, a consecuencia 
de la cual Antigono y su hijo se atri­
buyeron la titulatura real por vez pri­
mera y la isla escaparía duran te años 
a la preponderancia egipcia. La expe­
dición terrestre ν marítima preparada
por Antigono contra Egipto tras su 
victoria de Chipre, fracasó ro tunda­
mente debiendo así ab an d o n a r toda 
pre tensión de d o m in io sobre él. A 
consecuenc ia de ello. P to lom eo se 
erigió en basileus. título sólo expresivo 
para los griegos, no comprensible, sin 
embargo, para los egipcios que sólo 
cap taban en todo su significado la 
de faraón por ser la que se acordaba 
con sus tradiciones.
El paso siguiente de los Antigóni- 
das fue neutralizar la alianza entre 
Rodas y Egipto. Pero, tam poco en 
esto tuvo éxito Antígonas quien, deci­
dido no obstante a conseguirlo, envió 
a Demetrio a asediar la isla. Este fa­
moso episodio, donde los rodios con ­
taron con el avituallamiento de Pto­
lomeo, terminó en otro fracaso, viéndo­
se obligado Antigono, en el 304 y tras 
un año de sitio infructuoso, a concer­
tar un tratado por el cual los Antigó- 
n idas reconocían la libertad de la 
isla, hecho de la mayor trascendencia 
por cuanto sería clave en su trayecto­
ria posterior.
Las p re tens iones de A n tigono y 
Demetrio quedaron definitivamente 
troncadas en Ipsos. A unque de mala 
gana y sólo por fidelidad a su vieja 
amistad. Seleuco, el verdadero artífi­
ce de la victoria jun to con Lisímano, 
consintió en la cesión a Ptolomeo de 
la Celesiria, ya ocupada por el rey 
egipcio, a u n q u e sin re n u n c ia r por 
ello a sus derechos sobre esta región 
meridional de Siria. Sería esta la cau ­
sa de las guerras sirias, m anzana de la 
discordia duran te mucho tiempo en ­
tre Lágidas y Seléucidas.
2. De Ipsos hasta la muerte 
de Ptolomeo I
Antes de c o n s id e ra r los a c o n te c i ­
mientos externos re lac ionados con 
Egipto, conviene reflexionar sobre la 
suerte de Cirene. Tras el episodio ya 
com entado de Ofelas. esta región co­
noció a lgunos años de independencia
12 Akal Historia del Mundo Antiguo
Relieve de estuco representando a 
Ptolomeo I y Berenice,
Museo de Alejandría.
hasta ser a tribuida por Ptolomeo a 
Magas, hijo de su m ujer Berenice. 
Posteriormente éste concebiría otros 
planes más ambiciosos para sí mis­
mo, pues no solo proclamó su inde­
pendencia sino que se atribuyó la ti­
tu la tu ra real e inc lu so d ec la ró la 
guerra a Ptolomeo II al socaire de la 
a lianza concertada con Antíoco I. rey 
de Siria. A unque ésta no dio los resul­
tados apetecidos. Magas gobernó Ci- 
rene varias décadas, hasta el 250.
En otro orden de cosas, el m anten i­
miento en poder de Egipto de los te­
rritorios sirios determ inó la necesi­
dad de encontrar aliados contra las 
pretensiones de Seleuco. Ptolomeo I. 
en efecto, se acercó a Lisímaco, due­
ño de Asia M enor tras el reparto ha ­
bido tras Ipsos. La a lianza quedó se­
llada mediante el m atrim onio de dos 
hijas del hijo de Lago. Arsínoe y Li- 
sandra con Lisímaco y su heredero 
Agatocles.
Su enemigo potencial. Seleuco, hi­
zo lo mismo con Demetrio Poliorce­
tes, dueño indiscutible del m ar y. ene­
migo com ún de Ptolomeo y Lisímaco
pero esta a lianza, confirm ada tam ­
bién por el m atrim onio de Seleuco 
con Estratonice. hija de Demetrio, es­
taba destinada al fracaso, toda vez 
que tenían intereses dispares hasta el 
punto que Demetrio intentó una apro­
ximación a Ptolomeo que tampoco 
tuvo éxito.
La muerte de C asandro en 298 a 
297 abrió nuevas perspectivas por lo 
que al dom inio de M acedonia se refe­
ría. de suerte que Demetrio se decidió 
a intervenir en Grecia. La ocasión fue 
aprovechada por Ptolomeo para arre­
batarle el dom inio de Chipre, ac tuan­
do de m anera similar Seleuco, que se 
apoderó de Cilicia, y Lisímaco con 
las ciudades jon ias aún en poder del 
Antigónida. Por lo demás, el rey egip­
cio se dedicó a partir de ese m om en­
to. y siguiendo la terminología em ­
p le a d a p o r W ill, a « c o n te n e r » a 
M acedonia , política que im plicaba 
tanto acciones de sesgo expansionista 
—en el Egeo y las islas— com o de 
propaganda e influencia, en el conti­
nente griego. En este mismo marco se 
inserta la intervención de Ptolomeo
Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas 13
en favor de Pirro a quien restableció 
en el trono del Epiro ya desde el 298/- 
7, reino l lam ado a ser enemigo de 
M a c e d o n ia com o el Lágida hab ía 
proyectado sin duda. A la par. el rey 
de Egipto arrebató a Demetrio el do­
m inio de C hipre —año 295— y en los 
años siguientes la hegemonía en el 
m ar y las islas: la Confederación de 
los Nesioias. propugnada por Antigo­
no pasó entre el 291-287 a estar bajo 
protectorado egipcio, cam bio acogido 
favorablemente por los insulares, can­
sados de las exigencias fiscales de 
Demetrio. Éste, finalmente —en 288— 
ante la presión com binada de Lisí- 
maco y Pirro, debió huir de M acedo­
nia, refugiándose en calidad de pri­
sionero con Seleuco hasta su muerte, 
acaecida en el 283.
De la actividad desplegada por el 
rey egipcio en los años subsiguientes 
a la imposición de su hegemonía en 
las islas no sabem os prácticamente 
nada. En el 285 abdicó en favor de su 
hijo Ptolomeo II, m uriendo dos años
después. De todos modos bien fuera 
por sentirse ya viejo o simplemente 
porque no le interesaba. Ptolomeo no 
intervino en las tram as tejidas por 
otros m onarcas helenísticos, s ingu­
larm ente Seleuco, contra Lisímaco. 
cuyo poder había aum entado de m a­
nera desproporcionada en los años 
posteriores a Ipsos. En efecto, la ex­
pansión asiática y europea de Lisí­
maco daba motivo de inquietud al 
rey egipcio, pues podía llegar a cons­
tituir una am enaza seria para los in ­
tereses de su país en el Egeo. Ptolo­
meo. sin embargo, prefirió conservar 
su amistad con Lisímaco por si h u ­
biera lugar a una confrontación con 
Seleuco por la Celesiria. Es así como 
se mantuvo al margen de las intrigas 
contra aquel que. digámoslo, a lcan ­
zaron su objetivo plenamente: Seleu­
co invadió en el 282 Asia Menor, p ro­
duciéndose el enfren tam iento entre 
am bos en Corupedión. cerca de Sar­
des. a comienzos del 281 batalla en la 
que Lisímaco encontró la muerte.
Retrato en bronce de Arsinoe III.
Mantua, Palazzo Ducale
14 Akal Historia del Mundo Antiguo
11. El reinado de Ptolomeo II
Antes de pasar a analizar los actos 
más notorios acaecidos en este reina­
do conviene detenernos un instante 
en los cruces dinásticos habidos entre 
las distintas m onarquías helenísticas 
concertados con un objetivo político 
y que por lo mismo tuvieron im por­
tancia para la historia egipcia.
1. Conflictos en el seno de 
la familia real lágida
Todos los estudiosos de la casa real 
egipcia están de acuerdo en su juicio 
sobre la personalidad del segundo de 
los Ptolomeos. contraponiendo el fuer­
te tem peram ento de su padre a la de­
bilidad de este hijo de Berenice, se­
g u n d a m u je r de P to lo m e o I. Fue 
preferido al habido con Eurídice. la 
esposa anterior, el Ptolomeo más tar­
de apodado Keraunós «Rayo», el cual, 
cuando su madre se estableció en M i­
leto. perm aneció en Egipto esperando 
la herencia paterna, aunque sin éxito. 
Tras el nom bram iento de su medio 
herm ano. Ptolomeo II. huyó a la cor­
te macedonia de Lisímaco, quien, a 
su vez. estaba casado con Arsínoe. 
hija de Ptolomeo I y Berenice, he rm a­
na. pues, del ya entonces rey de Egip­
to. mientras que Agatocles. hijo m a­
yor de Lisímaco. tenía como m ujer a 
una h erm ana de Keraunós. Lisandra. 
Arsínoe. dotada de una inteligencia 
sobresaliente y de unapersonalidad
fuera de lo normal, pretendió lograr 
para su hijo el trono macedonio. No 
dudó para conseguirlo en hacer m a ­
tar a Agatocles tras lo cual su viuda 
Lisandra huyó a la corte seléucida, 
seguida por su herm ano Keraunós. 
Mientras, otra hija de Lisímaco. lla­
mada asimismo Arsínoe, fue a Egipto 
para casarse con Ptolomeo II.
Pero los asuntos dinásticos se com ­
plicaron todavía más por otra serie de 
hechos políticos. En el 281 morían los 
dos últimos supervivientes de la gene­
ración de Alejandro: Lisímaco en la 
batalla de Corupedión. cerca de Sar­
des. y posteriormente Seleuco. El ase­
sinato de éste se produjo en los Dar- 
J a n e lo s . u n a vez que . t ra s h a b e r 
to m ad o posesión de los territorios 
asiáticos de su oponente, se encam i­
naba a M acedonia para efectuar una 
acción similar. Fue entonces cuando 
cayó victima de su protegido Ptolo­
meo Keraunós, el cual aspiraba a eri­
girse en rey de Macedonia. Tal pre­
tensión chocaba evidentemente con 
la sostenida por Arsínoe para su hijo, 
razón que impulsó a Keraunós a ca­
sarse con la viuda de Lisímaco y ase­
s inar a los dos hijos habidos en aquel 
matrimonio. Arsínoe se refugió en el 
templo de Samotracia. pero la inva­
sión gala de Grecia hizo tabla rasa de 
estas a sp i ra c io n e s pues K e rau n ó s 
murió. A la par. los acontecimientos 
acaecidos en Grecia - l a detención de 
la invasión g a l a - representaron para
Les monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas 15
su pro tagonista A ntigono G onatas . 
hijo de Demetrio Poliorcetes, el acce­
so al trono.
Arsinoe, una vez excluida la posi­
bilidad de hacer rey de Macedonia a 
su hijo, fue a Egipto. Pretendió en ton­
ces elim inar a la mujer de su herm a­
no Ptolomeo II. la otra Arsinoe, con 
objeto de erigirse ella misma en rei­
na: la acusó así de consp irar contra la 
vida de su marido. Tal denuncia sig­
nificó su destierro a Coptos. A conti­
nuación la autora de la trama se casó 
con su herm ano siguiendo una prác­
tica habitual entre los antiguos farao­
nes. pero que significaba un verdadero 
escándalo para los griegos. Se convir­
tieron así en realidad sus aspiracio­
nes pues fue. en efecto, la reina de 
Egipto hasta su muerte.
2. Comienzos de la 
enemistad entre Lágidas y 
Seleúcidas
Las aspiraciones egipcias dentro del 
ámbito de la política egea donde pre­
tendía desem peñar un papel prepon­
derante se hab ían evidenciado tiem­
po atrás. Sin embargo, todo avance 
en este sentido conducía inexorable­
mente a una confron tac ión directa 
con los Seleúcidas. dados los intere­
ses contrapuestos de unos y otros. De 
hecho, esta rivalidad estaba latente 
desde el ajuste territorial habido tras 
Ipsos cuando Seleuco cedió tem po­
ralmente a Egipto Siria meridional. 
Al producirse la transferencia al rei­
no seleúcida de las propiedades asiá­
ticas de Lisímaco y convertirse Seleu­
co en el d u eño ind iscutib le de los 
territorios donde los Lágidas tenían 
sus intereses, es decir Asia M enor con 
las c iudades griegas del litoral, teóri­
camente autónomas, el enfrentam ien­
to no pod ía ta rd a r en produc irse , 
aprovechándose para ello la primera 
ocasión.
Esta no tardó en presentarse, pues
también en 281. el mismo año de la 
muerte de Lisímaco en Corupedión. 
desaparecía Seleuco asesinado por su 
protegido Ptolomeo Keraunós. Le su­
cedió Antíoeo I que llevaba varios 
años como corregente, ocupado en el 
g o b ie rn o de las s a t r a p ía s i ran ia s , 
mientras su padre Seleuco actuaba en 
la parte occidental del Imperio. Éste 
había llam ado a su hijo para enco­
mendarle los asuntos de Asia, con ob ­
jeto de tener las m anos libres para 
poder encargarse de la situación en 
M acedonia, tornada favorable por la 
desaparición de Lisímaco. No pudo 
hacer realidad sus proyectos pues, al 
coincidir con las pretensiones al tro­
no macedonio de Keraunós. éste puso 
fin a la vida del rey seleúcida.
Dada la experiencia de gobierno de 
Antíoeo y el haber llevado durante 
años el título real, todo hacía prever 
que la sucesión se efectuaría sin pro­
blemas. Empero, no fue así. Aparte de 
la p ro b le m á t ic a de los te r r i to r io s 
orientales a los que había consagrado 
los primeros años de gobierno y d o n ­
de la au to r idad seleúcida encontró 
1 una pronta contestación, en Occiden­
te las mayores preocupaciones se le 
' presentaron en la costa norte de A na­
tolia. al haberse erigido en reinos in ­
d e p e n d ie n te s Bitinia con Z ipo ites 
I —ya en 29S/-7. en vida de Seleuco— y 
el Ponto con Mitrídates. al parecer en 
j 281. Tuvo que lidiar además con que las 
tensiones independentistas de c iuda­
des como Heraclea Póntica que jun to 
con Bizancio. Calcedonia y otras se 
habían unido en la Liga del Norte. 
También en Anatolia occidental exis­
tía un reducto de hecho independ ien­
te, Pérgamo. si bien dada la actitud 
positiva de su gobernador Filetero y 
la ayuda siempre b r indada y prestada 
a los Seleúcidas. éstos toleraron la si­
tuación. Poco antes de la muerte de 
Antíoeo. no obstante. Eumenes, su ­
cesor de Filetero se p roc lam ó rey. 
consum ando, así. la segregación del 
Imperio Seleúcida.
I Todos estos problem as no pud ie­
16 Akal Historia del Mundo Antiguo
ron ser atendidos personalmente por 
el rey, pues Aniioco tuvo que hacer 
frente, tras la muerte de su padre, a la 
revuelta que estalló en Siria, centrada 
en la gran base militar de Apamea. 
La im portancia de esta insurrección 
interna se magnificó al presentarse si­
m ultáneam ente una ofensiva desde el 
exterior y que debió estar protagoni­
zada —pese a lo difuso de las noti­
cias— por Ptolomeo Filadelfo. Pre­
tendía así aprovecharse de las dificul­
tades que por todas partes se le ha­
bían presentado a Antíoco. La zona 
elegida es discutida. En efecto, pudo 
haber sido Siria, estimándose que fue 
precisamente en aquel momento cuan­
do las posesiones egipcias en aquella 
región se am p lia ro n hacia el N o r ­
te. sobrepasando la línea del Eleu- 
theros. Esto, sin embargo, dista de 
su seguro. Sí lo es. en cambio, el a u ­
mento del área de influencia lágida 
en Asia Menor: así. se concertó en ­
tonces —en 279/-S— una alianza con 
Mileto, a la par que se instalaron gu- 
raniciones egipcias en la isla de Sa­
mos, en las ciudades carias de H ali­
ca rnaso , M indos, y C a u n o s quizá , 
p ro b a b le m e n te , en o tras de Licia. 
Panfilia y Cilicia occidental. En todo 
caso, es claro que Ptolomeo II ap ro ­
vechó el resquicio favorable presenta­
do por la muerte de Seleuco. Antíoco
I. una vez sofocada la rebelión siria, 
se apresuró a firmar la paz con Fila­
delfo —concertada ya posiblemente 
en 2 7 9 - de la que resultaría una su­
premacía litoral y marítima de Egip­
to. Este conflicto es el primero de la 
larga serie que enfrentó a Lágidas y 
Seleúcidas al disputarse am bos rei­
nos el control de los territorios a los 
que hemos hecho ya alusión. Merece­
ría por ello el título de Primera G u e ­
rra Siria, que se aplica, por el con tra ­
rio. el acaecido pocos años después.
Los años subsiguientes contem pla­
ron los p ro b le m a s sob reven idos a 
Ptolomeo por la cuestión de Cirene. 
Ya hem os seña lado antes cóm o su 
medio herm ano Magas se había eri­
gido en rey independiente de aquella 
región, permitido en principio por es­
tar Filadelfo em peñado en los a su n ­
tos m encionados a propósito de la 
crisis sucesoria en la m onarqu ía se- 
leúcida. Magas actuó probablem ente 
alentado por su alianza con Antíoco
I, con cuya hija, Apame. se había ca ­
sado, y su aspiración última era, al 
parecer, alzarse con el trono de Egip­
to. Sin embargo, cuando se había ya 
em barcado en la expedición hacia el 
país del Nilo - e n torno al 2 7 5 - de­
bió volver sobre sus pasos para con ­
trolar una sublebación de nómadas. 
Tampoco Filadelfo pudo perseguirlo 
y así quedó zanjada la cuestión d u ­
rante unas décadas hasta el 250. per­
maneciendo Magas en el trono de Ci­
rene. Fue un período de paz entre 
ambos.
Nuestro conocimiento del período 
de ho s t i l id ad es co n o c id o co m o Ia 
Guerra Siria es francam ente deficien­
te de manera que todo lo relativo a 
ella, las motivaciones, su desarrollo y 
conclusión, es objeto de controversia. 
De hecho a no ser por el descubri­
miento de un docum ento babilonio 
cuneiforme y otro egipcio jeroglífico 
no sabríamos nada de ella.
El temor de Filadelfo a un ataque 
de Antíoco I —cuya autoridad se h a ­
bía reafirmado al salir con éxito de la 
crisis su ceso r ia - con la intención de 
apoderarse de las propidades lágidas 
en Celesiria, impulsaría al rey egipcio 
a em prender una ofensiva preventiva 
que le llevaría hasta Babilonia, m ien­
tras Antíoco se hallaba en Sardes. Sin 
embargo, el ejército egipcio sería de­
rrotado por el seleúcida, reforzadas 
sus filas con elefantes, hecho a su vez 
aprovechado por Antíoco para avan­
zar contra Damasco, lo que provoca­
ría la necesidad de enviar un nuevo 
ejército egipcio. Esta vez la empresa 
tendría éxito a juzgar —así lo cree 
W i l l - por el brillo particular de las 
Ptolemaieia a le ja n d r in a s del 271/-0 
que celebrarían una reciente victoria, 
—acaecida, pues, en el 271— que h a ­
bría zan jado el conflicto. En la paz 
subsiguiente se m an tendrían las posi­
ciones de am bos sin que n inguna de 
las partes a lcanzara ventajas sobre la 
contraria. De todas formas gran parte 
de lo expuesto es conjetural.
3. Motivaciones de la 
política exterior de Egipto
Es un hecho cierto e incontestable 
que los Ptolomeos desarrollaron a lo 
largo del s. III una política tendente a 
conseguir un papel hegemónico en el 
Egeo. aspiración que. digámoslo, al­
c a n z a ro n p len am en te , pues puede 
hablarse con propiedad de una tala- 
socracia egipcia en este ámbito, acti­
va duran te este siglo principalmente. 
Ante este hecho cabe preguntarse por 
las causas que justificaron tal empeño.
a) Consideraciones estratégicas
C om o ya hemos apuntado, ni Ptolo­
meo Lago ni n inguno de sus suceso­
res com partieron los deseos de otros 
herederos de Alejandro de reunir b a ­
jo sus manos la totalidad del antiguo 
Imperio alejandrino. El primero de 
los Ptolomeos lo rechazó, incluso, ex­
presam ente cuando se le invitó a ello. 
Desde el com ienzo de la disgregación 
de la herencia a le jandrina su aspira­
ción fue Egipto, consciente como era 
de la imposibilidad de m antener bajo 
una sola m ano tan descom unal Im ­
perio. mosaico de pueblos, culturas e 
intereses diferenciados. También Pto­
lomeo I fue quien definió y puso las 
bases de lo que sería la política de los 
Lágidas posteriores: el m an ten im ien­
to de Egipto só l id a m e n te ba jo su 
m ando - c o n el apéndice de la Cire- 
n a i c a - más una serie de posesiones 
exteriores que le aseguraran la hege­
monía en el M editerráneo oriental. Y 
aquí reside el problema, aprehender 
qué motivaciones im pulsaron al hijo 
de Lago a trazar una política exterior 
con ese sesgo egeo.
Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas
Retrato de Berenice II de Cirene.
Museo de Benghazi
En torno a esta cuestión verdadera­
mente clave de la historia del Egipto 
helenístico debemos m encionar una 
de las opiniones más autorizadas y 
difundidas, la de M. Rostovtzeff (His­
toria social y económica del mundo he­
lenístico. M a d r id , 1962). Según su 
criterio, Egipto como tal habría cons­
ti tu ido desde s iem pre la princ ipa l 
preocupación de los Ptolomeos. de 
suerte que la salvaguardia de su segu­
ridad e independencia era su objetivo 
prioritario . Y esta debía realizarse 
fundam entalm ente por mar, dada la 
situación geográfica del país del Nilo. 
Era necesario, por tanto, contar con 
una flota poderosa, inexistente hasta 
entonces por la ausencia de una tra­
dición marítima en la época de los fa­
raones. Pero Egipto no tenía las m ate­
rias primas imprescindibles para la 
construcción naval, que, sin embargo, 
se encontraban en abundanc ia en la 
costa sir ia , C h ip re y Asia M e n o r 
meridional.
Por otra parte, se había constatado 
sobradam ente en tiempos pretéritos
18 Akal Historia del Mundo Antiguo
que la protección de Egipto pasaba 
tam bién por contar con un glacis en 
la franja sirio-palestina que la sepa­
rara del resto de Asia y de toda am e­
naza terrestre que solo podía proce­
der de allí. Aparte de todo ello, se 
precisaba, como era habitual, un ejér­
cito, com puesto o rd in a r iam en te en 
época helenística por mercenarios, cu­
ya soldada se pagaba en m onedas de 
plata, metal que los lágidas necesita­
ban importar, pues no se producía en 
Egipto. Tales necesidades podían ser 
cubiertas por varios sistemas, pero, 
sobre todo, por dos vías: una de ca­
rácter comercial - e n base a la cual 
estaría la estructura racionalizada de 
la p roducción agrícola e industrial 
egipcia, destinada a la e x p o r tac ió n - ; 
otra de tipo político, a saber, la exten­
sión de la dom inación egipcia a re­
giones o c iudades que debieran pagar 
su tributo correspondiente en plata.
Esta política, definida como «im ­
perialismo defensivo», conduciría, no 
obstante, a conflictos que sobrepasa­
ban su primer propósito, es decir, a 
am biciones expansionistas sin rela­
ción inm ediata con la seguridad de 
Egipto, manifestadas sobre todo en la 
última parte del s. III.
Obedeciendo a esta política defen­
siva. ya Ptolomeo I. según hemos vis­
to. tomó medidas para hacerse con el 
control de la Celesiria. pues la preten­
dida invasión de Pérdicas había evi­
denc iado con c laridad que ese era 
uno de los puntos dé-biles por donde 
Egipto podía ser atacado. A la par. la 
región le podía proporcionar el pode­
río naval que por sí solo no podía te­
ner. adem ás otros recursos económ i­
cos y financieros, tal como, de hecho, 
había ocurrido anteriormente en otros 
períodos históricos de Egipto, espe­
cialmente con las dinastías XVIII y 
XIX. a las cuales se retrotrae en últi­
mo término la política de Ptolomeo 
Soter. S in em b arg o , los sucesivos 
abandonos de la Celesiria a que se vio 
forzado Ptolomeo debieron conven­
cerle de la necesidad de fortalecer su
poderío naval y militar hasta conver­
tirlo en disuasorio frente a sus adver­
sarios. en principio los Antigónidas, 
de suerte que le permitiera en su día 
no sólo reconquistar la región, sino 
sobre todo m antenerse en su d om i­
nio. A ello. pues, se ocuparía durante 
buena parte de su reinado. Así se ex­
plica. asimismo por qué disputó in­
sistentemente Chipre a los Antigóni­
das y pretendió una y otra vez contar 
con puntos de apoyo en Asia M enor 
meridional. Por tanto, en todo este 
movimiento hacia el norte hay que 
ver una motivación de índole estraté­
gica. cuya justificación no es otra que 
la de destruir el poderío antigónida 
en las costas minorasiáticas, separán ­
dolas de su imperio europeo, af ian­
zando así la posición egipcia en tales 
territorios. Esta, a su vez. estaría des­
tinada a proteger la siria meridional 
co n tra toda a m b ic ió n c o n t ra r ia a 
Egipto.
E. Will (op. cit. I p. 146) in tentando 
s is tem a tiza r esta cuestión , postu la 
que la expansion del dom inio lágida 
fuera de Egipto procede de dos tipos 
de considerac iones que no pueden 
confundirse: Io la ocupación de Cele- 
siria y Chipre obedece a la preocupa­
ción inm ediata de la seguridad del 
Delta y del Valle del Nilo en general, 
dirigidas contra toda potencia - a n t i ­
gónida o s e le ú c id a - dueña del resto 
del Próximo Oriente; 2°: el dom inio 
del Egeo. cuya primera intentona se 
llevó a cabo en la época de la lucha 
contra el Imperio asiático de los Anti­
gónidas (con el punto de mira en la 
posesión de la Celesiria). Posterior­
mente se realizaría con un objetivo 
preciso, a saber, confinar a Demetrio 
Poliarcetes en Europa para impedir 
toda renovación de la expansión m a­
rítima antigónida. Las posesiones li­
torales anatolias contribuyeron a ase­
gurarla seguridad de C hipre y la de 
las com unicaciones con el Egeo. No 
existía, pues, n inguna preocupación 
por Grecia que queda relegada a un 
plano secundario, centrándose toda
Las monarquías helenísticas I: El Egipto de los Lágidas 19
la atención de los gobernadores lági­
das en Oriente, donde subsistían las 
pretensiones seleúcidas sobre Celesiria.
Pero no sólo es taba presen te en 
todo esto el in terés estratégico: la 
alianza tan sólidamente establecida 
con Rodas parece evidenciar que tras 
ello estaban en juego también objeti­
vos económicos. Por lo demás, la ul­
terior expansión egipcia hacia Tracia 
y la zona de los Estrechos realizada a 
partir de las posiciones adqu ir idas 
desde el reinado de Ptolomeo 1 re­
quiere. asimismo, explicaciones dife­
rentes de las estratégicas.
b) Consideraciones 
económicas
Aunque los aspectos económicos del 
Egipto ptolemaico serán considera­
dos más adelante, es necesario adver­
tir ya que tuvieron una enorm e im ­
portancia no solo dentro de la política 
interior de los Lágidas —la economía 
constituye, de hecho, el motor de los 
Estados— sino en las directrices adop­
tadas en política exterior. C om o ha 
sido repetidamente definido por los 
especialistas, el Egipto helenístico es 
el p rim er ejemplo histórico de un ver­
dadero mercantilismo de Estado.
C u án d o com enzó este mercantilis­
mo es otra cuestión. N orm alm ente 
suele aparecer como la característica 
del reinado de Ptolomeo II Filadelfo. 
pero p robablem ente las bases esta­
ban echadas desde el gobierno de So­
ter cuya obra interna desconocemos 
casi totalmente.
En efecto, ya durante los años del 
m andato de Ptolomeo I estaban pre­
sentes las necesidades de dinero no 
sólo para sufragar todo el boato inhe­
rente a una m onarqu ía helenística, 
sino sobre todo y de m anera especial 
para financiar el m antenim iento de 
cuan tas fuerzas terrestres o m aríti­
mas requería la defensa de Egipto. 
Esto se a tendió por varios sistemas: 
«liturgias» impuestas a las ciudades 
marítimas, las cleruquías y los ingre­
sos obtenidos por el tesoro. La urgen­
cia. pues, de metal acuñado era gran­
de. Así, y dado que Egipto no cuenta 
con recursos naturales de plata, debió 
dotarse de los medios para conseguir­
la. En parte, ya lo hemos dicho, fue­
ron sus posesiones exteriores la que le 
sum inis traban dicho metal, pero lo 
aportado era insuficiente. Es así como 
debió recurrirse a la vía mercantil y, 
en este aspecto, los recursos cerealís- 
ticos del Valle del Nilo eran la clave, 
hecho secularmente dem ostrado des­
de la instalación del em porion griego 
de Naucratis, puesto que Grecia era 
tradicionalmente deficitaria de grano. 
Las posibilidades de enriquecimiento 
com portadas por la explotación de 
dichos recursos fueron apreciadas ya 
por el predecesor del hijo de Lago. 
Cleomenes de Naucratis cuyo m agní­
fico tesoro, adquirido a través de este 
tipo de comercio, fue confiscado por 
Ptolomeo I tras asesinarlo. Que Soter 
continuaría no solo m anten iendo si­
no potenciando esa vía mercantil p a ­
rece incontestable por el éxito a lcan ­
zado en sus empresas exteriores, in­
dicativo de que había contado con los 
recursos para financiarlas.
Al in tentar analizar en pro fund i­
dad este desarrollo comercial planifi­
cado surgen a todo estudioso varias 
cuestiones.
La primera de ellas es saber en qué 
medida pretendieron los gobernado­
res egipcios co n q u is ta r el m ercado 
griego con objeto de dar salida segura 
a su producción agrícola, a cam bio 
de la cual recibirían el metal acuñado 
necesario. Parece claro que los terri­
torios exteriores bajo soberanía egip­
cia estaban obligados ciertamente a 
abastecerse de grano procedente del 
país del Nilo. siempre y cuando, fue­
ran deficitarios de cereales (aunque 
esto no sucedía en todos los casos 
pues algunas posesiones lágidas en 
Tracia o Asia M enor pagaban un im­
puesto en trigo, prueba de su a b u n ­
dancia en tales regiones). Tal hecho, 
sin embargo, no puede elevarse a ca­
20 Akal Historia del Mundo Antiguo
tegoría general, ni siquiera para las 
zonas dentro de la esfera de influen­
cia egipcia, pues la alianza política 
no obligaba a la clientela comercial. 
En el caso de Egipto fue más bien al 
revés, por cuanto existen testimonios 
sobre la generosidad egipcia hacia 
sus amigos políticos, en lo que a en ­
víos de cereal se refiere, cuando estos 
se veían en dificultades.
Lo que sin n inguna duda puede 
afirmarse es que Egipto propugnó y 
se esforzó por conseguir la libertad de 
comercio, solo posible m ediante la 
seguridad de los mares que permitie­
ran la existencia de comunicaciones 
estables y seguras. Y fue la consecu­
ción de este objetivo priorita rio lo 
que justificó su larga amistad con Ro­
das —a su vez intermediario com er­
cial de primer o r d e n - , sólidamente 
establecida ya cuando se produjo el 
sitio de Demetrio Poliorcetes en el 
304. Lo mismo hay que decir también 
respecto a Bitinia. cuyos reyes tenían 
grandes intereses en el comercio m a­
rítimo. Pensam os, adem ás, que las 
transacciones comerciales se efectua­
ban en el caso de Egipto —y norm al­
mente en otros t a m b ié n - a través de 
intermediarios, los más importantes 
de los cuales eran, sin duda, los ra ­
dios. Éstos y otros de diversa proce­
dencia fueron los responsables de la 
distribución de los productos en las 
más variadas zonas del m undo an ti­
guo. De hecho, cuando a partir de 
m ediados del s. III se p rodu jo un 
c ierto repliegue de la ta la so c rac ia 
egipcia - c u y o papel como policía del 
m ar se transferiría a Rodas en su to­
ta l id a d - . tal contracción política no 
tuvo n inguna repercusión o contra­
partida apreciable en el terreno co­
mercial. de modo que los ingresos a 
la H acienda egipcia no experimentan 
ninguna merma, y dado que las nece­
sidades de productos egipcios eran 
constantes, no fue necesario a sus go­
bernantes buscar nuevos clientes ni 
apar ta r la competencia.
Precisamente este último punto es
otra cuestión a analizar. Egipto, en 
efecto, no era el único productor de 
g rano del m u n d o antiguo. H em os 
mencionado cómo algunos de los te­
rritorios que estaban bajo su sobera­
nía eran excedentarios de él los que 
les posibilitaría sacarlo al mercado 
normalmente. Pero, aparte de éstas, 
había otras zonas cerealísticas de pri­
mer orden com o las regiones occi­
dentales y septentrionales del Ponto 
Euxino, trad ic iona les graneros del 
m undo egeo clásico. Y este hecho no 
parece haberse modificado en época 
helenística pese a la competencia de 
Alejandría en este terreno. Esta con ­
currencia comercial, en cuanto es lí­
cito hacer deducciones a partir de la 
falta de textos en contrario, se desa­
rrolló noblem ente sin que se diera 
una confrontación efectiva para al­
zarse, uno u otros, con la hegemonía 
del mercado egeo. De hecho, teórica­
mente al menos, existía dem anda de 
sobra para todos y así parece probar­
lo la documentación a nuestro alcance, 
donde se atestigua una procedencia 
muy variada para el grano consum i­
do en el m undo helenístico.
O tros factores a cons ide ra r ta m ­
bién son la diversidad de productos 
procedentes de las regiones pónticas. 
es decir, no se trataba de un comercio 
exclusivamente cerealístico sino por 
el contrario sum am ente diversificado 
(salazones, pez, minerales, etc.) A la 
par. tam bién los rodios estaban em ­
peñados en su m anten im iento y pros­
peridad pues, como hemos dicho, eran 
sus intermediarios m ás sobresalien­
tes. lo cual quiere decir evidentem en­
te que no había n inguna contraposi­
ción ni contradicción entre éste y el 
egipcio. Por tanto. Rodas, si bien no 
sólo ella desem peñaba una función 
reguladora del máxim o interés, por 
cuanto distribuía las diferentes pro­
ducciones de acuerdo tanto con las 
d isp o n ib i l id ad es de los productos , 
como con la dem anda.
Otro ám bito geográfico a tener en 
c u e n ta en la p o lí t ica ex ter io r del
Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas 21
Egipto ptolemaico es el del Mar Rojo. 
En su desarrollo, el objetivo comer­
cial era prioritario. Se pretendía ca­
nalizar hacia Egipto un comercio de 
productos de lujo procedentes de re­
giones lejanas conseguidos mediante 
el establecimiento de relaciones con 
diferentes tribus —por ejemplo los 
nabateos— que hacían de interme­
diarios. y mediante un sistema de 
fundaciones situadas en ambas cos­
tas del Mar Rojo, en la orilla africana 
y en la asiática. Los productos y ma­
terias primas así obtenidos no sólo se 
destinaban al consumo interior sino 
que eran a su vez reexpedidos desde 
Egipto a otras zonas del mundo me­
diterráneo. es decir, comercializados 
por el gobierno lágida a través de 
sus agentes.
También podríamos mencionar el 
Occidente del Mundo Antiguo. Pero 
aquí, en un ámbito dominado por la I 
presencia de Cartago primero y de | 
Roma después, el papel de Egipto se 
circunscribió a aspectos meramente 
mercantiles durante mucho tiempo.
Podríamos, así, concluir que ate­
niéndonos a los testimonios disponi­
bles, existe una relación evidente a lo 
largo del s. III entre los hechos de 
tipo político-estratégicos y los de ca­
rácter económico. La política desa­
rrollada por los Lágidas, encamina­
da, como sabemos, a conseguir la 
hegemonía en el Mediterráneo orien^ 
tal como medio de garantizar la inde­
pendencia de Egipto, conllevaba enor­
mes gastos sobre todo militares —aun­
que también diplomáticos— y éstos 
sólo podían ser sufragados a través 
de la vía comercial, de suerte que 
el mercantilismo ptolemaico estuvo 
al servicio de la gran política medi­
terránea de Egipto. La formulación, 
sin embargo, no es susceptible de ha­
cerse a la inversa, es decir, no pue­
de hablarse de que la talasocracia 
puede hablarse de que la talasocracia 
egipcia estaba ordenada de acuerdo 
con unos objetivos comerciales. Ade­
más. este mercantilismo pervivió du­
rante mucho más tiempo del que lo 
hizo la hegemonía política lágida en 
el Mediterráneo: resistió al propio 
poderío de la dinastía, cuya supervi-
Estatua de Afrodita hallada en Cirene. 
Roma, Museo Nacional Romano.
22 Akal Historia del Mundo Antiguo
vencía obedeció en buena medida al 
debilitamienio de las m onarquías ri­
vales y a la existencia misma de esta 
m onarquía .
Con el transcurso de los años el po­
derío lágida en el Mediterráneo orien­
tal iría cediendo terreno. Se a b a n d o ­
narían lugares y em plazam iento de 
soberanía egipcia, pues resultaba por 
un lado dem asiado costoso para el 
Tesoro mantenerlos en esta situación 
de sumisión y. por otro, no eran im­
prescindibles ni desde un punto de 
vista estratégico ni comercial, de m a­
nera que su ab an d o n o apareció acon­
sejable especialmente cuando la si­
tuación interna del país del Nilo se 
deterioró, abriéndose un período de 
conflictividad.
4. Intervención de Egipto 
en el exterior
a) Conflictos con los 
Seleúcidas: la 2a Guerra Siria
Al igual de lo constatado a propósito 
de la así denom inada Ia G uerra Siria, 
tam poco para este segundo conflicto, 
tercero en realidad, contam os con na­
rraciones claras en las fuentes. Tene­
mos, sí, datos, pero dispersos e inclu­
so a veces sin cronología precisa. Es 
así que debemos efectuar reconstruc­
ciones de los hechos, in tentando en ­
c a ja r los d is tin tos da tos a nuestra 
disposición.
Los años subsiguientes a la termi­
nación de la Ia G uerra Siria fueron 
para Antíoco 1 difíciles por cuanto 
supusieron el perder definitivamente 
Pérgamo. hecho al que el propio m o­
narca no sobrevivió, pues murió en 
ese mismo año. 261. El cam bio en el 
trono pretendió ser aprovechado por 
los Lágidas. como ya sucediera en la 
ocasión anterior, para ganar terreno a 
los Seleúcidas con objeto de afianzar 
las posiciones egipcias en el Egeo. de­
bilitadas por el acrecentado poderío 
de una M acedonia regida por Antigo­
no G onatas . Estos esfuerzos, según 
podemos colegir, se verían coronados 
por el éxito pues los Lágidas lograron 
poner bajo su soberanía toda la costa 
jon ia v caria de Asia Menor, desde 
Efeso a Halicarnaso. El gobierno de 
d icha región se puso adem ás bajo 
control directo del futuro heredero 
del trono egipcio, un Ptolomeo. hijo 
de Filadelfo que desde años antes 
—el 267— aparece asociado al trono 
paterno.
Las acciones egipcias provocaron 
la reacción de Antíoco II. quien puso 
en juego el mayor núm ero posibie de 
fuerzas por más que tan apenas sepa­
mos qué incidentes acaecieron entre 
ambos. No obstante, parece ser que se 
produjo entonces, en medio de esta 
com prom etida situación, una revuel­
ta de Ptolomeo contra su padre F ila­
delfo centrada en Efeso y que signifi­
caría su muerte pues no hay noticias 
sobre él posteriores al 259. De todos 
modos y a raíz de estos sucesos se ins­
taló en Mileto como tirano Ti marco, 
el probable aliado de Ptolomeo en di­
cha sublevación, que logró apoderar­
se también de Sanios.
También por entonces y por razo­
nes desconocidas se produjo un pa­
réntesis en las estrechas relaciones 
habituales entre Egipto y Rodas, si 
hemos de juzgar dos acciones en que 
am bas potencias aparecen enfrenta­
das: una. p ro tagon izada por Éfeso 
ayudado por los rodios: otra la ba ta­
lla naval librada por éstos contra los 
egipcios com andados por Cremóni- 
des. Las motivaciones nos son des­
conocidas.
En cuanto a nuestros conocim ien­
tos sobre los incidentes propiam ente 
dichos con los Seleúcidas sólo pode­
mos a lcan zar lo s po r vía indirecta, 
pero su saldo fue. al parecer, positivo 
para éstos. Al final, la frontera de los 
territorios lágidas debió retrotraerse 
hacia el Sur del Eleutheros. p ro d u ­
ciéndose. pues, una dism inución, si 
bien no dem asiado sensibles, de los 
dominios egipcios en zona siria.
Las monarquías helenísticas I: El Egipto de los Lágidas 23
Cuestión debatida por sus implica­
ciones es la participación de Antigo­
no G onatas jun to a Antíoco II y con ­
tra Egipto en este conflicto, pero para 
la que lam entablem ente no tenemos 
fuentes de información. Los indicios 
al respecto son tan tenues que no es 
posible d ilucidar nada con un m íni­
mo de rigor.
Igualmente se perdieron para Egip­
to zonas minorasiáticas —así Jonia. 
debido a la revuelta del hijo de Fila- 
delfo y enclaves costeros de Cilicia y 
Panfilia— las cuales volvieron nueva­
mente a manos seleúcidas. El retroce­
so experim entado por la hegemonía 
lágida en el Egeo se evidencia, asi­
mismo. por la desaparic ión a m edia­
dos del S. III del koinón de los nesio- 
tas. con federac ión sobre la que se 
hab ía apoyado en gran medida la a u ­
toridad egipcia en aquellas aguas. No 
es que desde entonces el poder lágida 
desapareciera en las Cicladas, pero sí 
resultó mermado. El papel p reponde­
rante de Egipto sería sustituido en 
adelan te por el de Rodas, potencia 
que alcanzará en las décadas siguien­
tes su mayor apogeo político y econó­
mico. A su vez. G óna tas parece que 
aprovechó este repliegue lágida en las 
Cicladas para afinazar la presencia 
m acedonia en alguna de ellas, a ju z ­
gar por algunas inscripciones de Cos. 
Amorgos. Ceos. los y Svros.
La Segunda G uerra Siria concluyó 
así con ventajas apreciables para los 
Seleúcidas. Se firmó un tratado de 
paz. cuya fecha se sitúa en torno al 
253. pero cuyas cláusulas nos son des­
conocidas. excepto aquella que esti­
p u la b a un m a t r im o n io d in á s t ic o , 
concertado para reforzar los acuer­
dos políticos, según la práctica inau­
gurada por los Diádocos. Se trataba 
del efectuado entre Antíoco II y Bere­
nice. hija de Filadello. que conllevó 
el repudio de Laódice. La egipcia apor­
tó una esplendidísima dote a este m a­
trimonio, por el cual, al parecer, los 
Seleúcidas renunciaban a sus aspira­
ciones sobre Celesiria. De todas for­
mas. la paz significó el restableci­
miento de la autoridad seleúcida en 
las costas minorasiáticas, pero, cuya 
duración sería, no obstante,efímera.
b) Participación lágida en los 
asuntos griegos
Durante los años en que se desarrolló 
la denom inada Ia Guerra Siria, Fila- 
delfo debió centrar su a tención en los 
asuntos asiáticos, de forma que muy 
probablem ente se m antuvo al m ar­
gen del conflicto que enfrentó a Anti­
gono G ónatas con Pirro. No existe, al 
menos, ninguna evidencia de lo con ­
trario. por más que muchos estudio­
sos hayan supuesto un apoyo de Pto­
lomeo Il a Pirro y a cualquier otro 
enemigo del antigónida. En base a 
esto estaría sobre todo la pretensión 
de su esposa Arsinoe II de lograr el 
trono de M acedonia para su hijo Pto­
lomeo. habido de su unión con Lisí­
maco. así com o el deseo de im pedir a 
G ónatas la am pliación de su autori­
dad en las Cicladas, aprovechándose 
de las dificultades egipcias motivadas 
por la Ia Guerra Siria. Ambos argu­
mentos son simplemente hipótesis para 
los que no existe respaldo documental.
El paso a una intervención activa 
lo tenemos, sin embargo, atestiguado 
en los años siguientes, una vez con ­
cluida la paz con los Seleúcidas y tras 
la desaparición de Pirro. Se han pre- 
! tendido buscar motivaciones diversas 
—dinásticas, económ icas— pero lo 
más convincente parece ser el hecho 
de que Antigono G ónatas. tras su vic­
toria sobre el rey epeirota. quiso re­
cons tru ir el an tiguo poderío naval 
m acedonio. de ten tado tiempo atrás 
por su padre Demetrio Poliorcetes, el 
cual le había conferido la autoridad 
política correspondiente sobre las is­
las y litoral occidental anatolio . Y 
esto sí representaba un peligro para 
la hegemonía lágida en el Egeo. Así 
pues. Filadelfo se marcó el objetivo 
de distraer la atención del rey mace­
donio del Egeo, aprovechándose del
24 Akal Historia del Mundo Antiguo
descontento existente contra él en las 
ciudades griegas. En Esparta el rey 
Areo I, apoyado por Ptolomeo, aspi­
raba a erigirse en m onarca del Pelo- 
poneso: también Atenas estaba regi­
da por dirigentes antimacedonios. Re­
uniendo. pues, a los enemigos de Gó- 
natas se formó una coalición, respal­
dada por Egipto, en la que. adem ás 
de las dos ciudades citadas, participa­
ron otros pueblos griegos del Pelopo- 
neso: aqueos, eleos y algunos arca- 
d ios. La d e c la r a c ió n de g u erra a 
M acedonia se efectuó form alm ente 
m ediante un decreto, votado por los 
atenienses en 267/6 dirigidos por C're- 
mónides. que dio su nom bre al con ­
flicto.
Los detalles de la guerra son cono­
cidos deficientemente. En principio, 
las fuerzas peloponesias no pudieron 
reunirse con las atenienses, dado que 
Corinto, punto de paso, estaba bajo 
d o m in io macedonio . El propio rey 
Areo murió —año 265— cuando in­
tentaba forzar este paso. Los aten ien­
ses hicieron defección de la coalición, 
siendo la ciudad sometida a un largo 
asedio, en cuyo transcurso se produjo 
el intento fallido de invadir M acedo­
nia por parte de Alejandro II hijo de 
Pirro. La insuficiente ayuda ptolemai- 
ca no logró ni rom per las com unica­
ciones marítimas de Antigono G óna- 
tas ni hacer levantar el bloqueo de 
Atenas. D icha deficiencia se debió 
p robab lem en te a que Egipto debió 
oponerse, según parece, al rey mace­
donio en frente minorasiático donde 
se libró en aguas de Cos una gran b a ­
talla naval en la cual salió victorioso 
Gónatas. La fecha probable es el 262.
En el frente griego, el ataque con ­
jun to de espartanos y atenienses co n ­
tra el macedonio no tuvo ningún efecto 
positivo, pues G ónatas. am enazando 
las posesiones lágidas en Jonia y las 
Islas, retuvo en ese ámbito a las fuer­
zas egipcias, sin cuya concurrencia 
resultó poco efectiva la operación en 
Grecia. D ada la falta de eficacia m a ­
nifestada por los aliados, sobre todo
tras el desastre de Cos. se firmó la paz 
con M acedonia en torno al 261. La 
posición de G ó na tas en el Pelopone- 
so quedaba reafirmada, adem ás de 
por sus éxitos bélicos y estratégicos, 
por la muerte de su principal op o n en ­
te. el espartano Areo: Corinto. a su 
vez, seguía bajo su autoridad. La otra 
ciudad enemiga, Atenas, fue ocupada 
militarmente, a la par que se forzó un 
cam bio de dirigentes políticos, y. a u n ­
que conservó cierto grado de au tono­
mía, estos años fueron considerados 
como de privación de libertad (le se­
ría devuelta formalmente en 256/5). 
La tentativa lágida de sustraer a la in ­
fluencia m aced ó n ica los e m p la z a ­
mientos griegos bajo autoridad de G ó ­
natas. terminó, por tanto, en fracaso.
Por otra parte, es difícil decir en 
qué medida resultó afectada la hege­
monía lágida sobre las islas por esta 
guerra, dada la inexistencia de fuen­
tes al respecto, pero probablem ente 
haya de responderse negativamente.
Y ello no sólo por el hecho de que 
G ónatas seguía m anten iendo sólida­
mente la ruta marítim a que le com u­
nicaba con las regiones meridionales 
de Grecia, sino también por los pro ­
blemas dentro del ámbito griego que 
el rey m acedonio debió a tender en 
este tiempo, tales como el aum ento de 
poder de los etolios, asuntos internos 
del reino, etc., que im posibili taban 
una dispersión de sus fuerzas.
c) Los últimos años de 
Ptolomeo II Filadelfo
De los aspectos políticos concern ien­
tes a este último período del reinado 
de Ptolomeo II. destaca la reconcilia­
ción. en fecha incierta, entre el m o­
narca y su medio herm ano Magas de 
Cirene, que com portó una mejora de 
las posiciones egipcias en Cirenaica. 
A consecuencia de ella, y para sellar­
la, se convino el m atr im onio entre 
Berenice, hija de Magas con el futuro 
Ptolomeo HI, lo cual conllevaba la 
reunificación de am bos reinos a la
muerte de Magas. Esto, sucedido en 
250, no se produjo, sin embargo, auto­
máticamente de cuerdo con lo pla­
neado pues entró en acción otro fac­
tor: la viuda del rey cirenaico. Apama. 
hija de Antíoco I. R om piendo el com ­
promiso. ésta reclamó como yerno al 
herm ano de Gónatas. Demetrio, pro­
bablem ente en entendim iento previo 
con el rey macedonio. que pretendía 
así, hacer entrar la Cirenaica en el 
área de su influencia, sustrayéndola a 
Egipto. Pero el asesinato de D em e­
trio. ordenado por Berenice, hizo fra­
casar el proyecto. Se cum plir ían así 
finalmente los designios de Magas y 
Filadelfo.
Por lo que se refiere a la interven­
ción egipcia en los asuntos griegos, se 
ha especulado con una participación 
lágida en la revuelta contra G ónatas 
de su sobrino Alejandro, sucesor de 
su padre Cratero al frente del gobier­
no de Corinto, cuya fecha debe si­
tuarse en torno al 253Λ2. El objetivo 
no sería otro que debilitar la posición 
del rey macedonio. Sin embargo, este 
supuesto impulso egipcio a una em ­
presa subersiva sum am ente peligrosa 
para G ónatas por sus repercusiones 
en caso de éxito, no se tradujo en una 
ayuda material, de tipo económico o 
militar, al sublevado o. si la hubo, no 
hay huellas de ella desde el punto de 
vista documental.
Otro punto im portante dentro de 
los sucesos políticos habidos en G re ­
cia en estos años fue la liberación de 
Sición por Arato. Éste pidió ayuda 
primero a G ónatas y después a Ptolo­
meo pero, por diferentes razones, uno 
y otro debieron declinar de tal p ropo­
sición. pese a lo cual Arato logró en el 
251 entrar en su ciudad natal, pon ien­
do en fuga a Nicocles el tirano que la 
gobernaba. Poco después, y dada la 
in e s tab i l id ad po lít ica existente, se 
alió con la Confederación Aquea. Un 
prim er acercamiento a M acedonia no 
dio frutos pues no podía suministrar 
el apoyo económ ico requerido por 
Arato. razón que le impulsó a una
Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas
Estatuilla de bronce de Hércules hallada en 
Alejandría. Baltimore, Walters Art Gallery.
alianza con Alejandro de Corin to y 
consecuentem ente a una aprox im a­
ción a Egipto. Aquí sí le p roporc iona­
ron el suficiente dinero con el que h a ­
cer frente a los conflictos sociales que 
su ciudad tenía planteados. Por otro 
lado, la decisión de Aratoera positiva 
para Alejandro, pues la amistad de la 
Liga Aquea le e lim inaba problemas 
con sus vecinos inmediatos.
Poco tiempo después Ptolomeo II 
moría. Era el año 246. El Egipto de 
entonces, aunque algo m erm ado en 
cuanto a su expansión territorial ex­
terna, consecuencia de la Segunda 
Guerra Siria, era una potencia podero­
sa, auténtico eje de la política inter­
nacional de entonces.
26 Akal Historia del Mundo Antiguo
III. Ptolomeo 111 Evergetes y Ptolomeo IV 
Filopator
1. Ptolomeo 111 Evergetes
a) Continuación de los 
conflictos con los Seleúcidas: 
la 3a Guerra Siria (246-241)
El reinado del nuevo monarca se inau­
guró con la reapertura de la conflicti­
vidad con la dinastía seleúcida. La 
ocasión la p roporc ionó esta vez la 
muerte del rey Antíoco II. acaecida el 
mismo año que la de Fildelfo, el 246. 
En ella se mezclan una serie de intri­
gas fam iliares der ivadas del doble 
m atrim onio del rey. el primero con 
Laódice del que nacieron dos hijos. 
Seleuco y Antíoco, y el segundo, en 
253, con Berenice hija de Ptolomeo II 
de la que tuvo otro hijo de nombre 
desconocido para nosotros. A conse­
cuencia de éste, la primera m ujer fue 
junto con sus hijos exiliada a Asia 
Menor, residiendo en Éfeso. Pero tras 
unos años, los que median entre estas 
segundas nupcias y la muerte del rey, 
que se produjo precisamente en Efe- 
so. nos encontram os con que el here­
dero designado era su hijo mayor, h a ­
bido con Laódice. Seleuco 11.
Las motivaciones de este cambio 
nos son desconocidas pues carece­
mos de cualquier dato para conocer 
cómo se desarrollaron las relaciones 
entre Antíoco II y su ex mujer, de for­
ma que cualquier teoría que pueda
aventurarse queda en el terreno de las 
hipótesis sin posibilidad de confir­
mación. En todo caso. Seleuco II fue 
reconocido rey en Asia Menor, ap o ­
yado por su tío Alejandro, goberna­
dor general, a la sazón residente en 
Sardes. Pero no tuvo igual acogida en 
todas pailes. Efeso, por ejemplo y su 
g o b e rn ad o r Sofrón se decan tó por 
Berenice y su hijo al igual que lo hi­
cieron otras ciudades. En todo caso 
para reforzar su situación ésta llamó 
a su herm ano Ptolomeo III, el cual se 
presentó diligentemente al frente de 
una expedición en Antioquía. avan ­
zan d o posteriorm ente hacia la de ­
sem bocadura del Orontes. Por todas 
partes fue recibido favorablem ente 
por la población. Estos detalles, co­
nocidos por un docum ento em anado 
de la misma cancillería ptolemaica, 
no m encionan sin embargo, a Bereni­
ce y a su hijo, los cuales, según la tra­
dición literaria tardía, habrían sido 
asesinados por orden de Laódice. a n ­
tes de producirse la llegada de Ptolo­
meo III. No obstante, y para conser­
var una aparienc ia de legalidad, o 
más bien una justificación a la conti­
nuidad de su misión, am bas muertes 
serían m antenidas en secreto a la vis­
ta de la positiva acogida recibida.
En todo caso, parece que el Lágida 
llegó a a lcanzar M esopotamia y, se­
gún la inscripción de Adoulis. habría
Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas 27
extendido su au toridad por el impe­
rio seleúcida hasta Bactriana, a ex­
cepción de Asia M enor a juzgar por 
el reco n o c im ien to o b ten id o de los 
distintos gobernadores. De este acto, 
sin embargo, no debe inferirse que se 
instalara una efectiva autoridad egip­
cia en tales regiones. Esta no pasaría 
de ser m eram ente teórica. Ptolomeo
III. pese al éxito, no pudo perm anecer 
más tiempo en Asia dadas las inquie­
tantes noticias recibidas acerca de la 
existencia de una revuelta en Egipto. 
Así. de jando estos asuntos en m anos 
de adm inis tradores egipcios, regresó.
Pero Seleuco II había reaccionado 
con rapidez, de forma que ya en 245 
era reconocido en Babilonia, recupe­
ra n d o las reg iones p re su n ta m e n te 
conquistadas por Ptolomeo III. Sus 
pretensiones sobre la Celesiria lágida 
no fueron, sin embargo, tan afortuna­
das. viéndose obligado a pedir ayuda 
de Asia M enor, lo cual le forzó a ad ­
mitir la exigencia de Laódice. consis­
tente en no m b ra r a su h e rm an o pe­
queño Antíoeo Hierax corregente y 
gobernador general de Asia Menor. 
Sería esta unión entre los herm anos y 
sus fuerzas respectivas lo que deter­
m inaría que Ptolomeo III firmara la 
paz en 241. de la que. según puede 
apreciarse de la pano rám ica poste­
rior, el lágida obtuvo ventajas nada 
desdeñables: el dom inio de Seleucia
La Tercera Guerra Siria
El rey Ptolomeo (III) el Grande, hijo del rey 
Ptolomeo (II) y de la reina Arsínoe, dioses 
hermano y hermana, hijos del rey Ptolo­
meo (I) y de la reina Berenice, dioses sal­
vadores, descendientes por parte de pa­
dre de Heracles, hijo de Zeus y por parte 
de madre de Diónisio, hijo de Zeus, tras 
recibir de su padre el reino de Egipto, Li­
bia, Siria, Fenicia, Chipre, Licia. Caria y las 
Islas Cíclades, marchó contra Asia con tro­
pas de infantería y caballería, una flota, 
elefantes de la tierra de los trogloditas y de 
Etiopía, a los que su padre y él mismo fue­
ron los primeros en cazar en esos lugares 
y en equiparlos para la guerra. Tras asegu­
rarse el dominio sobre los territorios más
— puerto de A ntioqu ía , hecho so r­
prendente a todas luces— y de luga­
res de Jonia. Panfilia y Cilicia, ade ­
más de c o m en za r una pene trac ión 
egipcia en Tracia y el Helesponto. Es 
así como los enclaves costeros egip­
cios eran en 241 más numerosos de 
los poseídos a la muerte de Filadelfo.
b) Ultima parte del reinado
Los años subsiguientes del reinado 
de P tolom eo III hasta su fin, unos 
veinte, fueron tranquilos. A unque se 
produjeras a lgunos conflictos ocasio­
nales ya el m onarca no tomó parte en 
ello. Moriría en 221 de muerte natural 
según afirmación de Polibio (II. 71.3).
T am poco en el o rden in te rno se 
dieron asuntos de importancia. Pue­
de notarse, por ejemplo, el c recim ien­
to de colonos en el Fayum, consecuen­
cia del asen tam iento allí de n u m e­
rosos so ldados griegos que h ab ían 
com batido en las filas egipcias d u ­
rante las c a m p a ñ a s asiáticas. A de­
más de estos veteranos, otros prisio­
neros de los ejércitos seleúcidas fue­
ron asim ism o establecidos en dicha 
región. Todos ellos significaban un 
refuerzo del elemento griego de la po­
blación en Egipto. También experi­
m entó un alza la ya num erosa fac­
ción ju d ía residente en el país del 
Nilo. A la par. parece que Ptolomeo
acá (occidentales) del Eufrates y de Cilicia, 
Panfilia, Jonia, el Helesponto, Tracia y de 
todas las fuerzas de esos lugares y de los 
elefantes indios y tras reducir a la obedien­
cia a todos los gobernantes de esas pro­
vincias, cruzó el río Eufrates y tras haber 
subyugado a Mesopotamia, Balilonia, Su­
siana, Pérside, Media y todo el resto del te­
rritorio hasta Bactria y, tras haber buscado 
todos los objetos sagrados que habían 
sido sacados de Egipto por los persas y 
haberlos devuelto al país junto con el 
resto del tesoro de la provincia, envió 
sus fuerzas con la misión de construir ca­
nales... (el resto de la inscripción se ha 
perdido)
(OGIS 54)
28 Akat Historia del Mundo Antiguo
III comenzó a desplegar esfuerzos ten­
dentes a atraerse a la población indí­
gena o más bien a conservar su fideli­
dad. Para ello com enzó una equipa­
ración a los faraones así como la cap­
tación del sacerdocio egipcio.
2. Ptolomeo IV Filopator 
(221-203)
El re inado de este soberano lágida 
constituye un punto de inflexión en 
la historia de Egipto, pues a partir de 
él es cuando com ienza realmente su 
decadencia. No es que ésta deba acha­
carse en exclusiva a él. pero su talla 
como estadista es definitivamente in­
ferior a la de sus predecesores. Su 
personalidad apun taba más hacia el 
intelectual, aspecto éste cultivado por 
su preceptor Eratóstenes. que hacia el 
hom bre de Estado. Así. las preocupa­
ciones inherentes al gobierno las dejó 
en manos de dos de sus consejeros.
Agatocles pero sobre todo Sosibios 
que fue el auténtico factótum

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