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HISTORIA MVNDODEL A ñtgvo HISTORIA ■̂ MVNDO A ntïgvo Esta historia, obra de un equipo de cuarenta profesores de va rias universidades españolas, pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez, ser accesible a lectores de di versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au tores antiguos, mapas, ilustraciones, cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor, de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto. O R I E N T E 1. A. Caballos-J. M. Serrano, Sumer y Akkad. 2. J. Urruela, Egipto: Epoca Ti- nita e Imperio Antiguo. 3. C. G. Wagner, Babilonia. 4. J . Urruelaj Egipto durante el Imperio Medio. 5. P. Sáez, Los hititas. 6. F. Presedo, Egipto durante el Imperio Nuevo. 7. J . Alvar, Los Pueblos del Mar y otros movimientos de pueblos a fines del I I milenio. 8. C. G. Wagner, Asiría y su imperio. 9. C. G. Wagner, Los fenicios. 10. J . M. Blázquez, Los hebreos. 11. F. Presedo, Egipto: Tercer Pe ríodo Intermedio y Epoca Sai- ta. 12. F. Presedo, J . M. Serrano, La religión egipcia. 13. J . Alvar, Los persas. G R E C I A 14. J. C. Bermejo, El mundo del Egeo en el I I milenio. 15. A. Lozano, L a Edad Oscura. 16. J . C. Bermejo, El mito griego y sus interpretaciones. 17. A. Lozano, La colonización griega. 18. J. J . Sayas, Las ciudades de J o - nia y el Peloponeso en el perío do arcaico. 19. R. López Melero, El estado es partano hasta la época clásica. 20. R. López Melero, La form a ción de la democracia atenien se , I. El estado aristocrático. 21. R. López Melero, L a form a ción de la democracia atenien se, II. De Solón a Clístenes. 22. D. Plácido, Cultura y religión en la Grecia arcaica. 23. M. Picazo, Griegos y persas en el Egeo. 24. D. Plácido, La Pente conte da. 25. J . Fernández Nieto, La guerra del Peloponeso. 26. J . Fernández Nieto, Grecia en la primera mitad del s. IV. 27. D. Plácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. Fernández Nieto, V. Alon so, Las condidones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J . Fernández Nieto, El mun do griego y Filipo de Mace donia. 30. M. A. Rabanal, Alejandro Magno y sus sucesores. 31. A. Lozano, Las monarquías helenísticas. I : El Egipto de los Lágidas. 32. A. Lozano, Las monarquías helenísticas. I I : Los Seleúcidas. 33. A. Lozano, Asia Menor he lenística. 34. M. A. Rabanal, Las monar quías helenísticas. I I I : Grecia y Macedonia. 35. A. Piñero, La civilizadón he lenística. R O M A 36. J . Martínez-Pinna, El pueblo etrusco. 37. J . Martínez-Pinna, La Roma primitiva. 38. S. Montero, J . Martínez-Pin na, El dualismo patricio-ple beyo. 39. S. Montero, J . Martínez-Pin- na, La conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. 40. G. Fatás, El período de las pri meras guerras púnicas. 41. F. Marco, La expansión de Roma por el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú nica a los Gracos. 42. J . F. Rodríguez Neila, Los Gracos y el comienzo de las guerras aviles. 43. M.a L. Sánchez León, Revuel tas de esclavos en la crisis de la República. 44. C. González Román, La R e pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. 45. J . M. Roldán, Institudones po líticas de la República romana. 46. S. Montero, La religión roma na antigua. 47. J . Mangas, Augusto. 48. J . Mangas, F. J . Lomas, Los Julio-Claudios y la crisis del 68. 49. F. J . Lomas, Los Flavios. 50. G. Chic, La dinastía de los Antoninos. 51. U. Espinosa, Los Severos. 52. J . Fernández Ubiña, El Im pe rio Romano bajo la anarquía militar. 53. J . Muñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du rante el Alto Imperio. 54. J . M. Blázquez, Agricultura y minería romanas durante el Alto Imperio. 55. J . M. Blázquez, Artesanado y comercio durante el Alto Im perio. 56. J . Mangas-R. Cid, El paganis mo durante el Alto Impeño. 57. J . M. Santero, F. Gaseó, El cristianismo primitivo. 58. G. Bravo, Diocleciano y las re form as administrativas del Im perio. 59. F. Bajo, Constantino y sus su cesores. La conversión del Im perio. 60. R. Sanz, El paganismo tardío y Juliano el Apóstata. 61. R. Teja, La época de los Va lentiniano s y de Teodosio. 62. D. Pérez Sánchez, Evoludón del Imperio Romano de Orien te hasta Justiniano. 63. G. Bravo, El colonato bajoim- perial. 64. G. Bravo, Revueltas internas y penetraciones bárbaras en el Imperio. 65. A. Giménez de Garnica, La desintegración del Imperio Ro mano de Ocddente. HISTORIA “ lMVNDO ANTiGVO ORIENTE Director de la obra; Julio Mangas Manjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid) Diseño y maqueta: Pedro Arjona «No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.» © Ediciones Âkal, S. A., 1988 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Tels.: 656 56 11 - 656 49 11 Depósito legal: M. 38 .650-1988 ISBN: 84-7600-274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600-334-X (Tomo III) Impreso en GREFOL, S. A. Pol. II - La Fuensanta M óstoles (Madrid) Pinted in Spain Armauirumque Armauirumque BABILONIA Carlos G. Wagner Indice Págs. Introducción................................................................................................................ 7 El medio geográfico, étnico y lingü ístico ........................................................... 7 I. Los orígenes y el período paleobabilónico ...................................................... 11 1. De los orígenes de Babilonia al período paleobabilónico ..................... 11 2. El período paleobabilónico: la época de H a m m u ra b i............................ 14 3. El Código de Ham m urabi: la unificación jurídica de M esopotam ia ...... 18 4. La adm inistración del Estado ........................................................................ 22 5. La organización social durante el período paleobabilónico ................. 24 6. La economía durante el período paleobabilónico .................................... 29 II. El período mesobabilónico ............................................................................... 34 1. El período mesobabilónico: las invasiones c a s ita s .................................... 34 2. La Babilonia casita ............................................................................................ 39 3. Las guerras con Asiria y el final de la dinastía casita ........................... 43 4. La época oscura y la dom inación asiria ...................................................... 45 ΠΙ. Período neobabilonio ....................................................................................... 48 1. El Im p e r io ............................................................................................................. 48 2. La vida social, económica y adm inistrativa ............................................... 51 3. La cultura y las realizaciones m ate ria le s ..................................................... 56 Apéndice: tabla cronológica y lista de los reyes babilonios ............................ 60 Bibliografía.................................................................................................................. 63 Babilonia Introducción 7 El medio geográfico, étnico y lingüístico Se conoce con el nom bre de Babilo nia a la región m eridional de Meso potam ia, que se abre en una gran lla nura aluvial recorrida de Norte a Sur por el Tigris y el Eufrates, desde que en el siglo XVIII a.C. la ciudad así llamada se convirtiera en la capital polí tica del país, aunque con posteriores y no muy amplios intervalos asirios. Este territorio, que incluía los anti guos países de Sumer y Akkad, se ex tendía por el sur hasta alcanzar el Golfo Pérsico, cuya línea de costa se ha am pliado considerablem ente des de aquellos tiempos, lim itando en el este con el país de los elamitas, la m oderna Khuzistan, donde reinaban condiciones clim áticas parecidas, y las m ontañas que bordean la meseta iraní. AI norte la frontera fue casi siempre más un factor político que geográfico y, aunque podemos tom ar la actual Bagdad como punto de refe rencia, los límites sufrieron una serie sucesiva de oscilaciones que tenían sobre todo que ver con el control del fértil valle del Diyala, afluente orien tal del Tigris y vía natural de penetra ción hacia los territorios iranios. Por el oeste los desiertos im ponían su im placable barrera climática en ve cindad con Arabia y Siria. El país de Babilonia dependía de los dos grandes ríos para la irrigación de su agricultura, ya que las lluvias eran escasas e irregulares y se produ cían en otoño e invierno. Durante la primavera, que se anunciaba ya en Febrero, y el comienzo del tórrido ve rano podía producirse la crecida de los ríos, regulados en su curso desde hacía más de mil años por un com plejo y elaborado sistema de diques, presas, embalses, acequias y canales, como consecuencia del deshielo pro ducido en las cumbres de Armenia donde el Eufrates y el Tigris tienen su nacim iento. Los meses estivales se prolongaban hasta bien entrado N o viembre y eran extrem adam ente calu rosos, por lo que a menudo se hacía necesario alim entar al ganado con el pienso previamente almacenado. El país no era abundante en rique zas naturales lo que desde un princi pio había obligado a agudizar el in genio de sus pobladores. No había m aderas, ni p iedras, com o más al norte, en Asiría, y tam poco eran fre cuentes los metales. No eran raros en cambio los cañaverales, que suplían en su uso a la m adera, y que podían albergar una variada fauna, y abun daban así mismo las palm eras datile ras. Los principales cultivos eran ce reales, especialmente la cebada que se utilizaba para la fabricación de ha- 8 AkaI Historia del Mundo Antiguo riña, para la producción de cerveza y como alimento del ganado, pero se cosechaban tam bién en ja rd ines y huertas, legumbres y verduras diver sas. Las cosechas eran abundantes, entre el 30 y el 50 por uno, pero las tierras se hallaban am enazadas del grave peligro de la salinización pro vocado por el riego intensivo y la fal ta de adecuado lavado de la superfi cie ante la ausencia de lluvias. Ello obligó en ocasiones a trasladar los te rrenos de cultivo y llegó a incidir po derosam ente en la actividad econó mica y política de los estados y co m u n id ad es de la zona. El aceite, extraído del sésamo, tenía tam bién una ex traord inaria im portancia ya que intervenía en múltiples ámbitos de la vida, desde la alim entación a las ceremonias del culto religioso, pasan do por la ilum inación, el cuidado cor poral, la adivinación y la medicina. Después de la cebada, que sirvió en un tiempo como principal patrón de valores, y del aceite de sésamo, venía en im portancia la lana producida por los abundantes rebaños, de la que se desarrolló una floreciente industria textil. Pero sería faltar a la verdad no reconocer que antes que todos estos productos, la principal riqueza estaba constituida por la tierra misma, pues la excelente arcilla proporcionaba el principal recurso, y el más barato, con el que se fab ricaban ladrillos para la construcción, vajillas y uten silios variados para todos los usos domésticos: barricas, lám paras, hor nos, etc. Se utilizaba tam bién en for ma de tablillas como soporte para la escritura y se hacían incluso estatuas de ella. Tampoco el subsuelo era esté ril ya que proporcionaba nafta y be tún, em pleado éste últim o a modo de cemento en la construcción de edifi cios y como im perm eabilizador de cubiertas en la fabricación de barcos para la navegación m arítim a o flu vial. La pesca era abundante en las marism as del sur como en los ríos y canales que irrigaban la llanura de B abilonia, y constituía un com ple mento básico y muy asequible de la alim entación, ya que la carne se con sumía poco, tratándose sobre todo de cordero. Los rebaños eran apreciados sobre todo más por los productos que proporcionaban las reses, como lana, cuero, leche, etc., que por el propio alim ento de su carne. El comercio, como había ocurrido antes en las civilizaciones sumeria y acadia, era imprescindible para el de sarrollo económico de Babilonia, pues a través de él se obtenía la piedra, apreciadísim a para las grandes cons trucciones y m onum entos, la m adera necesaria para el desarrollo artesa- nal, así como los indispensables me tales, cobre, estaño, plata, oro y luego el hierro, o diversos objetos de carác ter suntuoso: lapizlázuli y otras pie dras preciosas, marfil, vinos, etc. Para el tráfico de m ercancías, los ríos, so bre todo el Eufrates que es más regu lar y estable que el Tigris si bien am bos están salpicados de bancos de arena, islotes y otros obstáculos, eran utilizados tan to com o era posible, aunque en el norte, en territorio asi- rio, la navegación era impracticable a causa de la rápida corriente. Desde un principio estos ríos habían consti tuido los ejes que ponían en com uni cación el Golfo Pérsico y las lejanas regiones de la India con el M editerrá neo. Y es que, pese a la im portancia de algunas barreras ambientales, co mo los desiertos, M esopotam ia no constituía en modo alguno un m undo cerrado en sí mismo, más bien por el contrario el hallazgo de los caracte rísticos sellos cilindricos empleados por los com erciantes de la región en lugares tan apartados como Chipre, Creta, Grecia m eridional y la cuenca baja del Indo dem uestra la gran am plitud de sus actividades. El desierto era cruzado por las caravanas a la al tura del recodo superior occidental del Eufrates, en plena Siria, donde Alepo y Palm ira jugaban una espe cial im portancia, alcanzando desde Estatua de esteatita representando a Idi-ilum de Mari Comienzos del II milenio a.C. (Museo del Louvre) allí la costa cananea o fenicia. Otras rutas caravaneras se introducían a través de Asiría en Anatolia y Arme nia, o bien siguiendo el curso del Zab y del Diyala hacia las regiones de los lagos Van y Urmia y hacia la altipla nicie iraní. Etnicamente la población era en su origen bastante heterogénea. Ello tu vo mucho que ver con la dinámica de las sucesivas migraciones que irrum pieron en Mesopotamia. La prosperi dad de las comunidades establecidas en la llanura aluvial junto con otros factores de índole interna, bien de mográficos, económicos o políticos, ejercieron en repetidas ocasiones una profunda atracción sobre las pobla ciones menos afortunadas que habi taban en los desiertos y montañas de la periferia. A los antiguos poblado res de estirpe sumeria, que coloniza ron el país en las postrimerías del cuarto milenio, se unieron más tarde los semitas procedentes del desierto de Arabia, sobre cuya base étnica y lingüística se desarrolló el poderío de los reyes de Akkad. Más tarde aún, a comienzos del segundo milenio, otros semitas procedentes de la tierra de Amurru, los amoritas o amorreos se asentaron finalmente en la región y aunque hablaban una lengua semíti ca occidental estrechamente em pa rentada con el cananeo —no en vano parecen haber procedido de Palesti na— pronto adoptaron el idioma y la escritura acadia. Fueron ellos los res ponsables de la aparición de distintas Estatua de piedra representando al príncipe Ishtup-ilum de Mari Comienzos del II milenio a.C. (Museo Arqueológico de Alepo) 1 0 Akal Historia del Mundo Antiguo dinastías locales en Babilonia trasla desaparición del último poder centra lizado del período neosumerio. Una de ellas habría de establecerse en la propia ciudad de Babilonia, hasta en tonces un oscuro centro provinciano, que se convertía así por vez prim era en la capital de un reino cada vez más extenso. Luego, durante los siglos XVIII y XVII a.C. los invasores casitas, em pujados por las migraciones de los pueblos indoeuropeos que se despla zaban desde el Cáucaso hacia la me seta irania, irrum pieron en M esopo tamia procedentes al parecer de algún lugar situado al norte de los montes Zagros. A unque los casitas fueron asimilados finalm ente por la cultura B abilónica, re inaron sobre el país con su propia dinastía que vino a sus tituir al linaje de los antiguos m onar cas amoritas. Aún todavía a finales del segundo m ilenio, los nóm adas arameos, semitas procedentes de los desiertos occidentales, se establecie ron en el interior de la Siria central y septentrional extendiéndose hacia Palestina y, siguiendo el curso del Eu frates, en M esopotamia. A diferencia de otras m igraciones anteriores los arameos conservaron su lengua an cestral y m antuvieron vivo el senti miento de su unidad étnica, de tal modo que llegaron a formar varios estados independientes. La aram eiza- ción de M esopotamia era ya práctica mente un hecho a m ediados del pri mer milenio a.C. Pese a este casi continuo trasvase de pueblos, la civilización babilónica conservó su carácter unitario hereda do de la fértil unión de las culturas de Sumer y Akkad. Ello fue posible de bido a la pervivenda durante siglos de un mismo factor lingüístico, y es que si bien el país fue un mosaico de etnias, no ocurrió lo mismo con la lengua que se mostró prácticam ente inalterable desde los tiempos de los reyes de Akkad hasta la venida de los medos y los persas. En Babilonia se habló y se escribió durante todo este tiempo en la lengua local, el babilo nio, un dialecto derivado del antiguo acadio que había suplantado a su vez a la vieja lengua sumeria. En realidad se trata más bien de una nueva fase del idioma acadio, de carácter flexio nal como las otras lenguas semitas. Así la fase «babilónica antigua» si guió a la «acadia antigua» al igual que el «asirio antiguo» representa la evolución del acadio en la M esopota mia septentrional. La escritura cunei forme utilizada era tam bién una anti gua adaptación acadia del sistema desarrollado por los sumerios. Los es cribas acadios adoptaron los grupos de signos de la escritura sumeria, y aunque habían conservado el sentido para expresar una idea, tuvieron que m odificar el valor como sonido, para asignarle el valor fonético de la sílaba que expresaba la misma idea en su propio idioma. De ahí la necesidad desde un comienzo, pues el sumerio se conservó algún tiempo como len gua erudita y religiosa, de la confec ción de silabarios y diccionarios des tinados a facilitar la compleja labor del escriba. C uando finalm ente el aram eo se convirtió progresivamente en el ha bla vulgar del pueblo, la lengua y es critura babilónica quedaron reserva dos para usos religiosos y adm inistra tivos no term inando de desaparecer del todo hasta la época persa. A dife rencia del acadio el arameo pertenece al grupo de lenguas semitas occiden tales por lo que tiene en com ún con el cananeo un núm ero muy elevado de rasgos. Ya en la segunda mitad del si glo VIII a.C. se había convertido en la lengua de las relaciones internacio nales, sobre todo del comercio, y a la par que se había impuesto como len gua del pueblo en el Próximo Oriente se generalizaba tam bién como lengua escrita debido a la m ayor simplicidad que presentaba su escritura alfabética tom ada del cananeo, com ún en Siria- Palestina. Babilonia 1 1 I. Los orígenes y el período paleobabilónico 1. De los orígenes de Babilonia al período paleobabilónico A óchenla y cinco kilómetros al sur de Bagdad, se alzó en un tiempo la ciudad de Babilonia, dividida en dos sectores por el Eufrates que la cruza ba de parte a parte, con su planta cua- drangular, sus casas de tres y cuatro pisos ordenadas en torno a calles rec tilíneas, sus poderosas m urallas ja lo nadas aquí y allá por im presionantes puertas de bronce, su palacio real y el fabuloso zigurat o torre escalonada ir guiéndose al cielo desde sus nueve pi sos y en cuya base se encontraba el famoso tem plo de M arduk, el dios nacional, tal y como se conservaba aún durante el siglo V a.C. cuando H erodoto, el incansable viajero, se maravilló al conocerla (I, 179-183). Y allí perm aneció olvidada, sepultada bajo el polvo y la arena del desierto, una vez que fue abandonada tras la muerte de Alejandro M agno que la había convertido en su capital orien tal, hasta que finalm ente a comienzos de este siglo la piqueta de Robert Kol- dewey vino a desenterrarla de su olvi do. Hacía muy poco por lo demás que las antiguas civilizaciones orientales habían entrado en el cam po de los es tudios históricos gracias a las investi gaciones de G.F. Grotefend sobre la escritura cuneiforme persa y las de P.E. Botta y A.H. Layard sobre anti guos lugares asirios, em ancipándose de esta forma del ám bito restrictivo de la H istoria Bíblica en el que ha bían perm anecido atrincheradas has ta entonces. O bviam ente la ciudad que visitó Herodoto correspondía en su mayor parte al último período de esplendor anterior a la conquista persa, como es el caso de las m urallas exteriores le vantadas por N abucodonosor II y que causaron la adm iración del historia dor griego quien escribió que eran las más perfectas de cuantas se conocían. El sitio, en realidad, había sido des truido para volver a edificar sobre él después en varias ocasiones, pero aún así quedaban por aquel entonces ves tigios de un inm em orial pasado, co mo la propia distribución de la ciu dad o los cimientos del Etemenanki, la grandiosa torre escalonada que fue convertida por los hebreos en la Ba bel bíblica, con una antigüedad que se remonta probablem ente al tercer milenio. Según los mismos babilonios los orígenes de su ciudad se perdían en el principio de los tiempos en que fue construida como m orada de las gran des divinidades: «¡Esta es Babilonia, el sitio que es vuestro hogar!, holgaos 12 Akal Historia del Mundo Antiguo en sus recintos, ocupad sus amplios lugares» (ANET, p. 69), tal y como tu vieron buen cuidado de escribir en el Poema de la Creación, redactado a todas luces durante el prim er período de independencia. En un tiempo en que Babilonia había emergido con fuerza en la palestra política de Me sopotamia, sus habitantes se atrevían a reivindicar por prim era vez para ella, según era costumbre, unos oríge nes acordes con la im portancia que había alcanzado su ciudad. El lugar, de hecho, parece haber estado ocupa do desde la Prehistoria (Cham pdor, 1985, 105) y siguió habitado durante las épocas posteriores. Su nom bre su- merio era el de Ka-Dingir-Ra traduci do luego al acadio por Bal-ilani que significa «Puerta de los Dioses». Al igual que otros centros, como M ari o Assur, quedo convertida en colonia comercial sumeria y llegó a adquirir cierta relevancia como centro religio so durante el período acadio. Fue sede de un ensi —gobernador de distrito— durante el Im perio de la Tercera D i nastía de Ur, y tras el derrum bam ien to de éste bajo los golpes aunados de amoritas, elamitas y los montañeses del este, pasó a disfrutar de una rela tiva independencia bajo la influencia prim ero del reino de Isin y luego del de Kish. El m apa político de M esopo tamia se encontraba ahora confusa m ente atom izado. D esaparecido el fuerte poder central con sede en Ur, tan sólo una po lítica de pactos y alianzas aparecía como posible alter nativa viable. Sobre todo, después del fracasado intento de los m onarcas de Isin para reunificar políticam ente la región a sus expensas. La situación evolucionabay nuevos factores la ca racterizaban con fuerza: en el Norte, Assur había alcanzado la indepen dencia desligándose de sus obligacio nes meridionales. Diversos clanes amo- ritas ocupaban las llanuras mesopo- tám icas y con el paso del tiempo di nastías de este origen, aunque asi miladas a la civilización sedentaria, se establecieron, si bien desconoce mos los detalles, en Kish, Sippar, Uruk, Larsa y la propia Babilonia. F inal mente, m uchas de las viejas ciudades sumerias estaban en decadencia por causas económicas. Por un lado, un fenóm eno natural trabajaba contra los em plazam ientos m arítim os: los aluviones depositados con el paso de los siglos por los ríos en su desem bo cadura alejaban la línea de la costa, aislando de este modo a los anterio res puertos comerciales. Ello obliga Reconstrucción del Etemenanki (zigurat) de la ciudad de Babilonia con el templo de Marduk Babilonia 13 ba a em plear otras rutas para el trán sito de las mercancías lo que vino a favorecer a ciudades como Babilonia y Mari. Por otra parte, la progresiva salinización de la tierra creaba pro blemas económicos internos en algu nos reinos, como Larsa, y em pujaba al mismo tiempo a una política agre siva de anexión de territorios. Las fuerzas estaban divididas y las alian zas se hacían y deshacían a un ritmo acelerado. En este contexto se produjo la ins tauración de una dinastía indepen diente en la ciudad de Babilonia por el am orita Sum uabum en 1894 a.C. Nacía así la Prim era D inastía de Ba bilonia convertida en capital de un principado independiente. Los p ri meros cinco reyes de esta dinastía se nos m uestran, según dejan ver sus propias inscripciones, como grandes constructores de edificios religiosos, reparadores de las m urallas y velado res del m antenim iento de la red de canales que irrigaba la cam piña y de cuyo funcionam iento adecuado de pendía en gran m edida el bienestar de la población local. En realidad no parecen haber controlado un territo rio muy amplio, si bien Kish había caído en ocasiones bajo su influencia y las ciudades de Dilbat, Sippar y Ka- zallu dependían de ella. Pero el mis mo hecho de que miembros de los clanes am oritas fundaran en Babilo nia y otros lugares dinastías, que ac tuaban norm alm ente sin m uchas in terferencias de los herederos en pug na del desaparecido poderío de Ur, explica claram ente la debilidad polí tica que por doquier caracterizaba a M esopotamia. Por cierto que la im po tencia de las dinastías entronizadas en Isin y Larsa tras el desm orona miento de Ur, y que durante un tiem po se enfrentaron para restablecer el poder centralizado que los monarcas de aquélla habían ejercido durante el período neosumerio, se habría de h a cer cada vez más evidente ante el pro gresivo ascenso de Babilonia. Esta úl tima com enzaba a jugar un papel de cada vez m ayor im portancia en la fragm entada M esopotam ia, partici pando cada vez más activamente en la política general de pactos y alian zas. Pero más que un signo de la pro pia fortaleza se trata de una señal de la debilidad de los otros. El pequeño dom inio establecido por Sum uabum en Babilonia fue po co a poco am pliado por sus suceso res. El prim ero de ellos, Sumulailu, la protegió con m urallas y venció a la vecina Kish, enemiga naturalm ente Puerta de Ishtar en Babilonia (reconstrucción) 14 Aka! Historia del Mundo Antiguo del nuevo estado, sometiendo además Sippar, al noroeste, y Kazallu, más allá del Tigris. Su hijo Sabum levantó para M arduk, el dios de la ciudad, el templo de Escingila que habría de al canzar posteriorm ente una fama ex traordinaria. Los príncipes de la I D i nastía babilónica se hallaban cada vez más comprometidos con los inte reses que em anaban de una política de equilibrios fluctuantes. Así, m ien tras Rimsin, último soberano de Lar- sa, ajustaba las cuentas a Isin y U ruk dentro del cuadro de la política gene ral de la región, en Babilonia Sinmu- ballit, quinto m onarca de la dinastía am orita que regía la ciudad, fortifica ba sus defensas. Desde un principio las dinastías de Uruk y Babilonia h a bían cooperado estrecham ente y con el reino de Isin parece haberse llega do a un acuerdo circunstancial a la vista de las m anifiestas ambiciones de Larsa. La formación de un pode roso estado en Asiria ofrecía además ahora a Babilonia la posibilidad de desarrollar un fructífero juego diplo mático entre los dos centros de poder al norte y al sur. Sea com o fuere R im sin decidió posponer el ataque a Babilonia cuyo reino controlaba ahora las ciudades de Kish, D ilbat, S ippar, Borsippa, Dur-Apil-Sin y G udua, bien porque le pareciera un adversario im portan te, bien porque prefiriera utilizarlo como factor de equilibrio ante la im presionante ascensión de Asiria. En cualquier caso los futuros aconteci mientos habrían de m ostrar hasta qué punto esta decisión del rey de Larsa no estaba hipotecando ya de antem a no el futuro de su reino. 2. El período paleobabilónico: la época de Hammurabi En rigor el término paleobabilónico hace alusión al período histórico que se extiende desde la desaparición del Im perio de la Tercera D inastía de Ur hasta la conquista de la ciudad de Babilonia por los ejércitos h ititas a principios del siglo XVI a.C. Pero ya hemos com probado como apenas se conoce un poco de la historia de sus prim eros tiempos, si bien la inform a ción mejora un tanto a partir de la instauración en la ciudad de una di nastía independiente de estirpe amo- rita. Se trata en realidad de los prim e ros pasos del nuevo estado como en tidad política independiente, aunque som etida al complejo y variable juego de las relaciones externas. Conoce mos mejor, es cierto, en conjunto el panoram a político que ofrece el país con su fragm entación y su intrincada m araña de pactos y contrapactos, que la historia interna de la ciudad que habría de darle su nombre. Pero aún así, el nacim iento de Babilonia como factor político autónom o se inscribe con todo derecho en un m undo que parece haber superado, no sin trau mas y dificultades, la forma clásica de organización de la ciudad-templo sumeria, y en el que la economía y la iniciativa privada acompaña cada vez con m ayor pujanza la actividad tra dicional de las instituciones oficia les representadas por el palacio y el templo. Con todo, la inform ación no co mienza a ser más abundante hasta el reinado de H am m urabi, sexto de los m onarcas de la dinastía fundada por Sum uabum , m omento en que la ciu dad adem ás deja poco a poco de ser uno más de los estados en que se divi día políticam ente la región. Como es lógico ello no se debe tan sólo a una m ayor cantidad de testimonios llega dos hasta nosotros sino tam bién al m ayor núm ero de acontecim ientos que protagoniza. El reinado de este m onarca m arcará una im pronta que de algún modo recogerán sus suceso res, si bien la mayoría de ellos no su po estar a la altura de las circunstan cias, por lo que sus realizaciones tras cienden de alguna m anera los límites Babilonia 15 específicos de su reinado. Buena prue ba de ello es la fama alcanzada por este soberano que tardaría más de un milenio en disiparse. H am m urabi (1792-1750 a.C.) fue, no lo olvidemos, el prim er reunifica- dor im portante de M esopotam ia des pués de los desaparecidos reyes de la Tercera D inastía de Ur, lo cual no quiere decir que cum pliera este obje tivo sin esfuerzos y violencias. Por el contrario el nuevo imperio no crista lizaría definitivamente hasta cum pli dos treinta años de su reinado, pero disponía de tiempo y sabía aprove char las oportunidades. Subió al tro no en 1792 a.C. relativamente joven, cuando sus coetáneos y potenciales rivales, Shamshi-Adad de Assur, Rim- sin de Larsa y D adusha de Eshnunna habían alcanzado ya con creces la edad m adura. Al m argen de su propia y vigorosa personalidad buena partede su educación política y diplom áti ca la había aprendido de su padre, Sinmuballit, que no sin esfuerzos ha bía conseguido m antener la indepen dencia de su reino frente a los pode rosos estad o s del n o rte y el sur: «H am m urabi aprendió a tocar m a gistralmente en el teclado de los m u tuos contrastes y ambiciones» (Sch- mokel, 1965, 81). Mas detengámonos unos instantes antes en los restantes protagonistas del drama: en Assur un am orita que había usurpado el trono con el nom bre de Sham shi-Adad I había consti tuido un imperio centralizado que se extendía por toda la M esopotam ia septentrional. Pero la obra de este hom bre enérgico fue tan efímera co mo el tiempo de su reinado, ya que a su muerte, sucedida poco después del cambio de rey en Babilonia, el pode río asirio se había hundido como pre cipitado por una catástrofe y los reyes de Alepo, de E shnunna y de M ari se convertían ahora en personajes de prim era fila dispuestos a ocupar, al precio que fuera, el prim er plano de la escena. Se trataba a la sazón de es tados cuyo poder había sido conteni do por el fallecido rey de Assur y que habían coexistido con aquél en una especie de equilibrio del miedo. Ale po era por aquellos tiempos el más poderoso de los reinos de Siria, y M a ri que se extendía sobre el Eufrates y su afluente el H abur, y que había sido incluso sede de un gobernador pro vincial asirio, se había beneficiado al igual que Babilonia de la reapertura de la ruta comercial del Eufrates que unía el M editerráneo con el Golfo Pérsico. E shnunna, sobre el valle del Diyala, aspiraba a una vieja política de expansión interrum pida por Asi ría, que am enazaba igualm ente los intereses de Mari y Babilonia. Mas resta hablar aún de otro prota gonista representado por los clanes de nóm adas procedentes de los de siertos occidentales que, asimilados a la civilización sedentaria unas veces, m ostraban en otras ocasiones una pe ligrosa agitación que desequilibraba, desgastaba y m inaba las fuerzas en precario equilibrio de los restantes participantes del juego político. Y en la M esopotamia meridional, Larsa y Babilonia mantenían mutuamente una vigilancia cautelosa, sin paralizar por ello sus actividades en otras direccio nes, a la espera ambos de un signo de debilidad por parte del contrario para avalanzarse y asestar el golpe defini tivo. Ello no habría de im pedir que durante algún tiempo ambos dieran pruebas de una coexistencia im pre sionante. La restauración de un po der político unificado en la región no habría de llevarse a cabo por tanto sin múltiples violencias y dificultades. En un principio H am m urabi cen tró su atención en la frontera meri dional con Larsa, quizá el oponente más inquietante en ese momento, y consecuencia de ello fue la captura de U ruk e Isin en el séptimo año de su reinado. Los años siguientes luchó en los países de Em utbal y Malgium, si tuados al este del Tigris, sobre su cur so medio, y contra las ciudades de 16 Akai Historia del Mundo Antiguo Cabeza de Hammurabi procedente de Susa (Siglo XVIII a.C.) Museo del Louvre. Rapiqum y Shalibi apoderándose de ellas. Al tiem po que el poderío de Asiría com enzaba a m enguar tras la muerte de Shamshi-Adad, ocurrida a los diez años de subir H am m urabi al trono, el m onarca de Babilonia deci día consolidar su posición antes de lanzarse a nuevas aventuras. Tal vez esperara que a la larga la desintegra ción del reino asirio trabajara en su favor, como parece que finalm ente ocurrió . D espués de la m uerte de Sham shi-A dad las relaciones entre Assur y Babilonia se fueron distan ciando lentam ente, m ientras H am m u rab i em pleaba los vein te años siguientes de su reinado en la cons trucción de canales, templos y fortifi caciones, al tiem po que estrechaba lazos con el rey Zim rilim de Mari, m anteniendo, por otro lado, una coe xistencia formal con Rim sin de Lar sa. Finalm ente estallaron las hostili dades. El flanco nororiental fue ase gurado primero con una victoria sobre una coalición del Tigris integrada por Subartu (Asiría), Gutium , Eshnunna, Malgium y Elam. Tras este éxito ini cial que le dejaba las m anos libres para volverse hacia el Sur, H am m u rabi derrotó prestam ente a Rimsin de Larsa con lo que todas las viejas ciu dades m eridionales quedaban bajo su poder, convirtiéndoe de esta m ane ra en «Señor de Sumer y Akkad», tal y como lo especifica el nombre dado al trigésimo prim er año de su reinado. Nuevas cam pañas contra Subartu y su antigua aliada, Mari, tuvieron lu gar en los años inm ediatam ente pos teriores y en ese tiempo el m onarca de Babilonia em prendió la construc ción de un gran canal destinado a proporcionar agua a Nippur, Eridu, Ur, Larsa, Uruk e Isin, en un intento quizás de contener el declive y la des población que parecían afectar desde algún tiempo a aquellos antiguos y otrora florecientes centros de la vieja civilización sumeria. Al poco tiempo M ari fue destruida, probablem ente en represalia a una revuelta protago nizada por su antiguo aliado y ahora vasallo Zimrilim. La conquista tocó su fin en 1753 a.C., con la destrucción de E shnunna y una nueva victoria so bre Subartu que, según parece, no h a bía dejado de hostilizarle en todo este tiempo. Pero lo cierto es que, pese a todo, Asiría no llegó a caer nunca por entero bajo el poder de H am m urabi y, aunque replegada en sus m onta ñas, disfrutó de una relativa autono mía, si bien en ocasiones se viera for zada a reconocer, al menos nom inal mente, la suprem acía de Babilonia. D ando una vez más pruebas de su profundo conocim iento de la situa ción H am m urabi renunció a am pliar su Im perio hacia Occidente donde las tribus hurritas, cuyos am enazado res ecos encontram os ya en los docu m entos del archivo del palacio de M ari, h ab ían establecido pequeños principados bajo la dirección de una Babilonia 17 aristocracia indoirania. Gracias a ello pudo disfrutar de paz y bienestar du rante los últimos años de su gobierno. Por norm a general se ha venido otorgando a H am m urabi una clara reputación de dinasta, es decir: aqué lla que corresponde a un extraordina rio conquistador y fundador de un gran imperio. La realidad parece ha ber sido un tanto más modesta y re cientes descubrimientos procedentes de la cancillería de M ari vienen a desmitificar esta imagen, m ostrándo nos cómo durante la mayor parte de su reinado no fue más que un turbu lento aspirante rodeado de personali dades no menos destacadas y capa ces, como Sham shi-Adad de Asiria o el mismo Zimrilim de Mari. En una carta a este último m onarca durante su período de cooperación el propio H am m urabi reconocía que ningún rey era im portante por sí mismo sino por la política de alianzas que supie ra aglutinar en torno a su persona. Su principal mérito en este terreno pare ce haber consistido en que «sabía es perar para pegar fuerte en el m om en to oportuno» (Garelli, 1974, 89). Su Imperio se formó m ediante una com binación de astucia y habilidad que le permitía salir siempre airoso del vaivén político de las coaliciones. Porque, en realidad, Babilonia no se encontró nunca sola frente a un ad versario superior, sino que sencilla Hammurabi ante el dios sol Samash Detalle de la parte superior de la estela procedente de Susa, en la que se encuentra el famoso Código (Siglo XVIII a.C.) Museo del Louvre. 18 Akai Historia del Mundo Antiguo mente se omiten en las celebraciones del triunfo a los aliados propios, lo cual no deja de ser una apariencia engañosa. Se sabe, por ejemplo, que antes de atacar definitivamente a Lar sa, cuyo asedio duró varios meses, Hamm urabi había llegado a un acuer do circunstancial con Eshnunna. A la postre parece que su táctica favorita consistió en dejar debilitarse a sus adversarios sin m algastar sus propias fuerzas en espera del m omento ade cuado. Así, supoaprovecharse de la muerte de Sham shi-Adad en Asiría tras lo cual el destronado Zimrilim pudo volver de su exilio en Alepo y expulsar del trono de M ari al hijo del fallecido m onarca asirio. Aliándose con él H am m urabi supo beneficiarse ahora de la existencia de dos debilita dos estados rivales en vez de tener que hacer frente a un poderoso veci no en el norte. De la m isma forma esperó pacientem ente la progresiva incapacidad de Rimsin de Larsa has ta que lo vio agotado por una pro nunciada vejez. Por todo ello, más que a su genio m ilitar que no brilló con más fuerza que el de sus ilustres contem poráneos, fue a su talento co mo político m aniobrero y habilísim o diplomático al que se debe la cristali zación definitiva de su imperio. Todo lo cual no desmerece sin em bargo de su fama como excelente ad m inistrador y gran legislador. H am m urabi gobernaba ahora un imperio que era casi tan extenso como el que habían dom inado los reyes de la Ter cera D inastía de Ur, a excepción de Elam y Asiría conocida aún como Subartu. De acuerdo con su tiempo H am m urabi, como sabem os por la correspondencia m antenida con sus ministros y gobernadores, actuó si guiendo las pautas de una acentuada centralización adm inistrativa que le llevaba a intervenir personalm ente en múltiples aspectos de la vida pú blica y económica, regulando la ac tuación de los granjeros, de los apar ceros y de los obreros agrícolas, la organización del aprendizaje artesa- nal y la regularidad de las transaccio nes comerciales, fijando los salarios y el alquiler de los anim ales y del m ate rial de explotación, al igual que ha bían hecho otros contem poráneos su yos como Zim rilim o Shamshi-Adad, que nos han legado testimonios se mejantes. No debe creerse por ello que H am m urabi protagonizara una reforma en profundidad de la adm i nistración. En realidad innovó poco en este cam po limitándose a interve nir activamente en diferentes tipos de negocios. La habilidad adm inistrati va de un rey era en aquellos tiempos, debido al acusado centralismo, uno de los requisitos fundamentales, ju n to con una hábil política diplomática y un ejército capaz, para la existencia de su estado. 3. El Código de Hammurabi: la unificación jurídica de Mesopotamia Pero hacía falta algo más que reso nantes victorias militares y una exce lente adm inistración personal para m antener cohesionado al conglom e rado mesopotámico. Desde tiempos inm em oriales el país había estado di vidido en ciudades-estado más o m e nos rivales entre sí y aunque los reyes de algunos estados, como los de Ak kad o los de Ur, habían conseguido crear un imperio centralizado, no por ello habían desaparecido los particu larismos locales. Las fronteras, que oscilaban continuam ente, obedecían más a factores militares y políticos que a realidades étnicas y lingüísticas concretas. C ada ciudad tenía sus pro pios dioses y su tradición local si bien todas partic ipaban de la herencia cul tural del m undo sumerio-acadio. D is tintas oleadas de invasores se habían establecido en la región adaptándose generalm ente a las norm as de la civi lización urbana, y aunque asimilados finalm ente a las formas más desarro- Babilonia 19 liadas de cultura de los sedentarios, o rechazados, todos estos nómadas apor taron tam bién su granito de arena culturalm ente hablando con présta mos relativos al vocabulario o a las costumbres religiosas. En tales circunstancias era prácti camente imposible la aparición de al go parecido a un espíritu nacional. Cada uno se sentía vinculado como mucho a su ciudad y sus dioses tute lares, en tanto que el poder central de turno permitiera el desarrollo del cul to y la existencia de asambleas deli berantes. Era preciso por ello sentar las bases culturales e ideológicas de un sentim iento que fuera capaz de m irar más allá de aquellos estrechos límites y esto es lo que H am m urabi parece haber com prendido pronto. Con este fin promovió una reforma religiosa en virtud de la cual, Mar- duk, divinidad tutelar de Babilonia, se situaba a la cabeza del nutrido panteón mesopotámico. En vez del carácter arbitrario de los antiguos dio ses, M arduk, al que Anu y Enlil ha bían transferido su soberanía, se dis tingue ahora por su carácter filantró pico. Es el dios bueno a quien se pueden acercar sin miedo alguno los hombres con sus ruegos, acom paña do de Shamas, dios solar que todo lo ilum ina y que es garante del derecho, pues son ahora de tipo m oral las exi gencias que la religión presenta tanto a los súbditos como a los soberanos (Schmokel, 1965, 82). La lengua había sido igualmente unificada convirtiéndose el acadio, ahora babilonio antiguo, en el idioma oficial de todo el Imperio, quedando el sumerio relegado al conocimiento de los eruditos y los sacerdotes. Pero no bastaba, era necesario asegurar además que todos los habitantes del Imperio gozasen de la misma igual dad ante la ley. No desde una pers pectiva de equ idad social, pues la sociedad de su época era profunda mente clasista, sino de unificación de ámbitos locales. A este propósito obe- «Yo soy Hammurabi, el pastor, el elegido de Enlil; soy el que amontona opulencia y prosperidad; el que provee abundante mente toda suerte de cosas para Nippur- Duranki; soy el piadoso proveedor del Ekur (templo de Enlil); el poderoso rey que ha restaurado en su lugar Eridu; que ha purifi cado el culto del templo del dios Enki. Soy el que tempestea en las cuatro regiones del mundo; el que magnifica el nombre de Babilonia; el que contenta el corazón de Marduk, su señor; el que todos los días se halla al servicio del Esagil.» (Código de Hammurabi, Prólogo, I, I, 50-60, II, 10) decc fundam entalm ente la prom ulga ción de su célebre Código durante los últimos años de su reinado: «Cuando M arduk me hubo encargado de ad m inistrar justicia a las gentes y de en señar al país el buen camino, difundí en el lenguaje del país la ley y la justi cia, fomenté el bienestar de las gen tes» (Cód. Ham., col. V, 11-20). El Código de H am m urabi, grabado sobre una estela de diorita negra que ha sido abundantem ente reproducida en los m anuales de Historia del Arte, fue descubierto entre las ruinas de Susa, antigua capital elamita, en 1902, adonde había sido llevada como par te del botín de guerra conseguido por el rey Shutruk-nakhuntc a com ien zos del siglo XII a.C. Su descubri miento y publicación marcó un hito en la Historia del Derecho y de la Li teratura y durante mucho tiempo se consideró a H am m urabi como el pri mer legislador de la Historia. Hoy sa bemos que no es así: su legislación no fue la prim era en promulgarse en M esopotamia y tam poco en este cam po fue el m onarca de Babilonia un innovador. Su famoso Código que contiene doscientos ochenta y dos ar tículos de derecho penal, procesal, patrim onial, civil y administrativo, sin establecer entre ellos una separación radical, había sido precedido tiempo atrás por otros ejemplares, de los cua les, sin embargo, no conservamos el original como en este caso, como son 20 Akal Historia del Mundo Antiguo Estatua de bronce de la reina elamita Napir Asu (Hacia el 1250 a.C.) Museo del Louvre. los códigos de Ur-nam m u de Ur, Li- pitistar de Isin y Bilalama de Esh- nunna. Como com pilador y sistema tizador del viejo derecho mesopotá- mico H am m urab i no se distingue tam poco por su inventiva. Sus leyes no aportan prácticam ente nada origi nal en el campo legislativo. Tampoco se trata de una obra de carácter pro gresista pues en realidad el Código de H am m urabi se lim itaba a regular el orden establecido: «H am m urabi no destruye ni transform a en absoluto las relaciones socio-económicas exis tentes hasta entonces. Se lim itaba a dejar de lado los particularismos re gionales. Form alm ente se m antiene incluso la ordenación en com unida des rurales. H am m urabi sólolas su bordinó a su poder, instituyendo a al gunos de sus funcionarios dentro del aparato adm inistrativo de las com u nidades» (Klima, 1983, 187). Tales co m unidades rurales habían sido el ori gen de las ciudades-templo sumerias a partir de las cuales evolucionó pos teriorm ente la vida urbana en Meso potamia. Las ciudades mcsopotámicas conservaban todavía algunos rasgos específicos de aquellas com unidades rurales como es la presencia de asam bleas deliberativas integradas por los notables locales. En tiempos de H am murabi era un órgano más del palacio. La verdadera im portancia del Có digo de H am m urabi viene dada por el hecho de que unificaba las anterio res legislaciones existentes, como los códigos de U r-nam m u, L ipitistar y Eshnunna, proporcionando una ho m ogeneidad ju ríd ica que antes no había a todas las tierras de su im pe rio. Para ello había compilado y siste m atizado un conjunto de preceptos jurídicos en una labor de revisión y puesta al día, que anteriorm ente se presentaban de forma aislada y hete rogénea. Para ello tuvo presente la le gislación anterior que modificó, dero gó o actualizó con el fin de ajustarla a las características de su Imperio. Pero si todo ello es de un valor incontesta Babilonia 21 ble y la suya es la prim era gran siste m atización de la H istoria del Dere cho, no es por ello menos cierto la presencia de algunos aspectos clara mente regresivos. El principal de ellos lo constituye la fundam entación de su derecho penal en la Ley del Talión aün tem perada con su ap licación siempre entre ciudadanos de la mis ma clase social. N ada de ello aparece en la anterior legislación mesopotá- mica que desconoce el «ojo por ojo, diente por diente» estableciendo en su lugar las pertinentes com pensacio nes económicas. Es por ello juicioso considerar que su introducción en el Código de H am m urabi obedece a un eco atávico de la dura ley del desierto de cuya propagación es responsable el elemento semita amorreo. Está tam bién presente una especie de respon sabilidad de clan lo que apunta en la misma dirección señalada, por ejem plo, un albañil paga con la muerte el hundim iento de una casa mal cons truida si en él perece un inquilino. Si entre los escombros perece igualm en te el hijo de éste, el hijo del albañil deberá pagar tam bién con su vida (Cód. Ham ., art. 229-230). Con todo el Código de Ham m urabi mantiene una im portancia excepcio nal. «Con su prom ulgación, sin em bargo, y a pesar de las pocas innova ciones estab lecidas, se orig inó en M esopotam ia una reform a judicial de gran alcance, aunque bien es ver dad que sin excesivas preocupaciones sociales. Se estableció la igualdad ju rídica para todos los ciudadanos, es cierto, pero de un modo clasista, ya que la aplicación de sus norm as no era idéntica para todos los hombres» (Lara Peinado, 1986, 39). Ju ríd ica mente la población estaba dividida en tres clases: las personas de condi ción social desahogada (awilu), el pueb lo (m ushkenu) y los esclavos (wardu). C ada uno de estos grupos se caracterizaba por un conjunto de de rechos y deberes proporcionados. Así un delito cometido contra una pcrso- Conjunto de cabras montesas Escultura de bronce y oro, procedente de Larsa (Siglo XIX-XVIII a.C.) Museo del Louvre. 22 AkaI Historia del Mundo Antiguo na del segundo grupo era castigado m enos severam ente que cuando se perpetraba contra un miembro de la clase superior. Es este carácter clasis ta el que sirve para fundam entar el despotismo de los reyes babilónicos y de la clase dom inante. Sólo en una ocasión se presenta H am m urabi po seído de un espíritu reform ador que choca en cierta medida con algunos de los intereses del sistema estableci do. Se trata de la secularización del poder político y jurídico de la podero sa clase sacerdotal. La unidad del tem plo y del Estado se había perdido definitivam ente duran te el agitado período anterior, que conoció una im portante secularización de los bie nes de los templos, y ahora el templo no era sino una más de las institucio nes de la ciudad y del Estado y la re lación del ciudadano con él adquiere por vez prim era rasgos individuales. A partir de ahora el palacio dispone de la propiedad del templo transm i tiéndose su parcela de la adm inistra ción pública y de la jurisprudencia a sectores laicos de la sociedad. Desde este momento, al menos eso se pre tende, el tribunal civil tendrá absolu ta prim acía sobre el estamento cleri cal que hasta entonces contaba con el monopolio de la adm inistración de justicia, y la actuación de los sacerdo tes en este contexto se verá lim itada al caso de recibir el juram ento prestado ante las divinidades. No obstante el templo no perdió, como veremos, sus importantes prerrogativas económicas. 4. La administración del Estado La adm inistración no difiere esen cialm ente de la que se observa en otras partes aunque su escala había aumentado. Para la ejecución de to das las tareas administrativas, políti cas, económicas, legislativas y ju ríd i cas se precisaba un am plio aparato burocrático cuyos máximos represen tan tes eran al m ism o tiem po los miembros más importantes de la cla se social dom inante (awilu). En las capas sociales más elevadas se en contraban tam bién los altos jefes del ejército y los altos dignatarios del es tam ento clerical. El antiguo sistema de ensis, característico de los primeros imperios, había llegado casi a desa parecer en los turbulentos tiempos que siguieron a la disolución del po der de los reyes de Ur como una con secuencia de la fragmentación políti ca de Mesopotamia. En algunos casos el térm ino volvió a designar al prínci pe de una ciudad independiente, pero en la época de H am m urabi se utiliza ba para designar a una especie de feudatario del estado, lo que es claro síntom a de su desvalorización. Era el propio rey, como cabía espe rar, el que se situaba en la cúspide de todo el complejo aparato adm inistra tivo. El soberano detentaba los títulos de «rey de la totalidad» o «rey de las cuatro regiones del m undo» con lo que hacía gala, como m ucho antes Sargón, del carácter universal de su dom inio. El era además, y en esto H am m urabi no se distinguía de otros m onarcas mesopotámicos, sumo le gislador, juez y general en jefe de los ejércitos y se encontraba auxiliado en sus tareas de gobierno por una serie de dignatarios que, al igual que antes, no obedecían en las funciones que desem peñaban a una estricta regla m entación ministerial. No había es pecialización de cargos: como servi dores ante todo del m onarca poseían poderes considerables y diversos que en ocasiones podían dar lugar a un cierto conflicto de atribuciones. La docum entación de que dispone mos para trazar siquiera un esquema del funcionam iento de la vida adm i nistrativa en Babilonia bajo H am m u rabi es realmente fragm entaria y de procedencia muy dispar. Por ello no siempre resulta fácil reconstruir la es cala jerárquica de cargos y funciones, sobre todo si atendem os al hecho de Babilonia 23 que los propios docum entos m ani fiestan, como se ha dicho, la existen cia de una «confusión de poderes». La ausencia de una clara separación de índole ministerial hace que la di versidad de títulos no implique, por lo tanto, ningún reparto concreto de atribuciones por lo que todos los car gos, al menos los más importantes, llevaban consigo un fondo de activi dades que correspondía a una autén tica polivalencia de funciones. Los documentos presentan a menudo im portantes lagunas: tal o cual funcio nario aparece citado aquí, pero no allá en un contexto similar. El propio Código de H am m urabi escasea en la mención de los cargos adm inistrati vos apareciendo citados tan sólo el gobernador de la ciudad, los correos y algunos altos jefes del ejército. Existía por lo demás, heredada de épocas anteriores,una cierta seme janza entre la adm inistración del p a lacio, la de un templo o la de una de term inada provincia. Por otra parte, cada conquistador de turno, y H am m urabi no constituía ninguna excep ción al respecto, adoptaba la adm i nistración local de cada ciudad con quistada, sustituyendo solam ente los cargos más im portantes. Es por ello que con una serie de datos dispersos procedentes de Eshnunna, Mari, Sip par, Larsa y la propia Babilonia po demos in tentar al menos un cuadro algo aproximado. Al frente del ejército, cuya je ra r quía es la que m ejor conocemos, se encontraba el ugula-maitu con su su bordinado el wcikil amurrim , que en un principio había sido el jefe de los con tingen tes in tegrados po r am o- rreos para convertirse luego en un cargo m ilitar indiferenciado. El reclu tam iento dependía de los gobernado res de provincias que actuaban ante las órdenes del rey, llevándose a cabo la leva tanto entre la población se dentaria como entre los nómadas. Al margen de las levas circunstanciales existía un cuerpo profesional bien en trenado que tenía a su cargo la for mación de cuadros de m ando y ofi ciales. Unos y otros pertenecían a la clase social de los awilu y recibían co mo pago a sus servicios el usufructo de haciendas que constaban de una casa con tierras y huertas. Tal benefi cio (ilku) podía transm itirse a los hi jos o en su caso a la viuda. Por debajo de los oficiales —designados con el ideogram a PA.PA— se encontraban los laputtu encargados del m ando di recto de los soldados (redu) que inte graban la tropa. Cargos importantes de palacio eran el «prefecto» (.shapiru), el archivero (shciduba) y el tesorero (shanda-bci- kkum). Algunos de estos cargos nos los encontram os tam bién en la adm i nistración de las provincias. Al frente de ellas y como responsable máximo se encontraba un gobernador (shakci- nakkum ), antiguo shagin sumerio, que estaba encargado del orden, del re clutam iento, del m antenim iento de los funcionarios subalternos y del funcionam iento económico de su dis trito. De él dependía el «prefecto del país» (shapiru-mcitim). Al frente de las ciudades había tam bién prefectos y alcaldes (rabicinum). A continuación podemos citar a los tesoreros, al «jefe de los depósitos de grano» (kagu- rrum) y al «jefe del catastro» (shassu- kum ), cargos que existieron segura m ente tam bién en palacio. En las provincias los gobernadores tenían tam bién bajo sus órdenes a los jefes de circunscripciones (bel pahatim ) de los cuales dependían a su vez los jefes de poblados (suqaqu). C ontaban para su gestión con escribas, correos (suk- kalu) y fuerzas de policía. La adm i nistración de los templos era dirigida por sacerdotes shangu y encontramos por todas partes un personal subal terno, los llam ados shcitcimmu, espe cie de agentes administrativos que se ocupaban de la mayoría de asuntos de índole ordinaria, como el control de los rebaños, la recaudación de cen sos en especies o dinero, o la organi- 24 Akal Historia del Mundo Antiguo zación de los almacenes. Todo el fun cionam iento de esta com pleja estruc tura adm inistrativa era supervisado por el prim er m inistro (isaku) respon sable de gobernadores, alcaldes y de más funcionarios. La adm inistración central residía en palacio y la agili dad del sistema era asegurada por un desarrollado cuerpo de correos ya que la correspondencia adm inistrativa y diplomática era muy numerosa. Igual mente el espionaje era muy activo en todas partes. La cancillería, m ediante sus oficinas de correspondencia, ser vía de enlace entre la sede del gobier no central y los servicios instaurados en todas las provincias. Pese a la acen tuada centralización adm inistrativa H am m urabi permitió la existencia de los antiguos consejos locales. Si bien los gobernadores y los alcaldes eran los representantes del rey cada uno de ellos estaba rodeado de un conse jo. El consejo del gobernador podía incluir a los funcionarios más desta cados de la provincia mientras que el de los alcaldes estaba integrado por los notables de la ciudad. Esta asam blea local adm inistra los bienes m u nicipales, procede al arrendam iento de sus tierras y percibe los impuestos obtenidos en la ciudad, bajo la super visión de los funcionarios reales de la provincia. Si la confusión de poderes y el con flicto de atribuciones era uno de los males que parece haber caracterizado la adm inistración, el otro fue sin du da alguna la excesiva rigidez de la centralización adm inistrativa que im pedía a cualquier funcionario el más m ínimo atisbo de iniciativa. Ello se debía al hecho fundam ental de que el Estado se confundía con la propia persona del m onarca lo que hacía que el lazo no se estableciera entre los funcionarios y el Estado, sino que éstos se encontraban ligados perso nalm ente a aquél. Ante todo eran sus servidores al igual que él no era más que el servidor de los dioses a quienes en últim o térm ino pertenecía todo. Pero una cosa es recibir órdenes de los dioses y otra muy distinta que és tas las transm ita un inm ediato supe rior jerárquico. El m onarca lo contro laba todo por lo que no era fácil hacer gala de alguna ligera autonom ía. Así, los prefectos y alcaldes de las ciuda des, encargados de su adm inistración y en particular de la ejecución de los trabajos públicos, recibían órdenes directas del rey pese a estar subordi nados al gobernador. La carencia ab soluta de iniciativa era p articu la r mente grave en el caso de los gobier nos provinciales ante una situación de conflicto. Ello podía im plicar una peligrosa dem ora en su solución y sí la am enaza era de orden m ilitar las perspectivas eran aún más negras. Si las instrucciones no llegaban conve nientem ente a tiempo podía provo carse un desenlace fatal. P robable mente esta esclerotización del siste ma adm inistrativo babilonio sea uno de los factores que explique el de rrum bam iento del Imperio ante pre siones insospechadas. 5. La organización social durante el período paleobabilónico Ya se ha visto como el Código de Hammurabi distinguía desde una pers pectiva jurídica tres categorías socia les: awilu (libres), mushkenu (siervos) y wardu (esclavos). No obstante la realidad teniendo en cuenta los facto res de tipo económico era mucho más compleja. Por ejemplo, entre los awi lu, ciudadanos totalmente libres que m antenían una posición desahogada, constituyendo el grupo social dom i nante dentro de la estructura clasista de la sociedad babilónica, se podían distinguir varias capas diferenciadas por su posición en la escala de res ponsabilidades. Después de la corte y las jerarquías adm inistrativas civiles, religiosas y militares, venían los ricos hacendados, los com erciantes y los Babilonia 25 artesanos cualificados. Por último los pequeños productores y todos aque llos que ejercían alguna profesión de tipo liberal, como los médicos, alba ñiles, etc. Tal jerarquización se en contraba sancionada legalmente se gún se observa por los distintos tipos de penas aplicados en el Código de H am m urabi: «Si un señor (awilum) ha desprendido un diente de un señor de su mismo rango se le desprenderá uno de sus dientes» (art. 200). «Si ha desprendido el diente de un subalter no (mushkenum ), pagará un tercio de mina de plata» (art. 201). «Si un señor ha golpeado la mejilla de un señor que es superior a él será golpeado pú blicamente con un vergajo de buey sesenta veces» (art. 202). «Si el hijo de un señor ha golpeado la mejilla de un hijo de un señor que es como él, pa gará una mina de plata» (art. 203). La situación de los mushkenu , el grupo social intermedio, era un tanto compleja. No se trataba propiam ente de esclavos, pero tampoco eran com pletamente libres ya que se trataba de personas subordinadas y dependien tes de otras en el ám bito laboral, por lo que se ha llegado a pensar que su origense encuentre entre antiguos awilu que se habían precipitado a esta condición desde su status anterior o esclavos que habían sido m anum iti dos. Se trataba de agricultores, pasto res, pescadores y pequeños artesanos poco cualificados que, aunque po dían poseer sus propios bienes, e in- Estatuilla de orante correspondiente a la época de Hammurabi (Siglo XVIII a.C.) Museo del Louvre. 26 Akal Historia del Mundo Antiguo cluso esclavos, depend ían p ara su subsistencia del palacio o del templo. Si cultivaban las tierras no podían abandonarlas y estaban obligados a entregar al palacio o en su defecto al templo una parte de sus beneficios. Aquellos que ejercían como artesa nos tam poco podían abandonar su lugar de trabajo. Es esta dependencia económica y esta falta de movilidad la que lleva a considerar a los mush- kenu como una especie de siervos o, en cualquier caso, de «semi-libres». Sus derechos y sus bienes estaban re gulados por la ley y durante las cam pañas guerreras estaban obligados a participar en ellas. Su situación m ate rial debía ser, por lo general, bastante precaria habida cuenta de que el Có digo de Ham m urabi establece que los pagos de los mushkenu a profesiona les como médicos, veterinarios o al bañiles no habrán de ser más que la mitad de los honorarios que por los mismos servicios les pagaría un owi- lum. En contrapartida, las indem ni zaciones en caso de negligencia pro fesional serán sólo tam bién de la mitad. De la m isma forma, como ya se indicó, para los delitos cometidos contra un mushkenum el castigo es siempre m enor que si se tratara de un owilum: «Si un señor ha reventado el ojo de otro señor se le reventará su ojo. Si un señor ha roto el hueso de otro señor se le romperá su hueso. Si ha reventado el ojo de un subalterno o ha roto el hueso de un subalterno pagará una m ina de p la ta» (arts: 196-198). La tercera categoría social recono cida era la de los esclavos (wardu) cu ya situación tam poco era hom ogé nea. Su situación material dependía en la práctica del carácter y la posi ción de sus amos. Obviam ente no re sultaba lo mismo ser esclavo de un awilum que de un mushkenun. Por lo general se trata de una esclavitud do méstica a la que se ha podido llegar de diversas formas. Una era la mise ria que en ocasiones obligaba a los ciudadanos más humildes a venderse como esclavos o bien a vender con es te carácter a miembros de su familia. Una forma especialmente típica de la esclavitud motivada por una mala si tuación económica era la de la escla vitud en fianza. A m enudo las deudas contraídas por las personas libres po dían provocar su esclavización si ésta no era capaz de satisfacer de otra for ma las exigencias de sus acreedores. El deudor podía entregarse a sí mis mo o bien ofrecer a su m ujer o a sus hijos. El acreedor estaba entonces en derecho de em plear al deudor como m ano de obra o venderle como escla vo. Algunos docum entos proporcio nan datos sobre la venta de niños en este contexto durante este período en Babilonia. El Código de H am m urabi lim itaba este tipo de esclavitud a tres años y protegía a los esclavos en fian za contra los malos tratos y la arbitra riedad del acreedor. Este hecho es sintomático de la gran expansión que conoció esta forma de esclavitud por deudas como consecuencia de la m a la situación económica de los ciuda danos humildes y de los abusos de los prestamistas que, habiéndose conver tido por sus negocios en dueños del mercado de dinero, ejercían una fuer te presión económica sobre la mayor parte de los propietarios. El propio H am m urabi hubo de tom ar cartas en el asunto para im pedir que la extor sión se ejerciera a menudo sobre los más débiles: «Si un mercader ha pres tado grano o plata con interés y si ha biendo cobrado el interés del grano o de la plata no ha deducido toda la cantidad de grano o plata que recibió y no redacta un nuevo contrato, o bien ha añadido el interés al capital principal, el m ercader devolverá do blada la cantidad de grano o de plata que recibió» (art. 93). «Si un m erca der ha prestado grano o plata con in terés sin testigos ni contrato perderá cuanto prestó» (art. 95). Uno podía llegar a convertirse tam bién en un esclavo como consecuen- Babilonia 27 cia de la sentencia de un tribunal an te delitos cometidos. Una negligencia grave en el m antenim iento del siste ma de riegos que pudiera ocasionar daños a terceros era igualmente un motivo ante la falta de compensación económica: «Si un señor ha sido ne gligente para reforzar el dique de su campo y no reforzó su dique, si en su dique se abre una brecha, si con ello ha permitido que las aguas devasten las tierras de laboreo, el señor en cu yo dique se abrió la brecha com pen sará el grano que ha hecho perder. Si no puede pagar el grano, se le vende rá a él y a sus bienes y los ocupantes de la tierra de laboreo, cuyo grano es tropeó el agua, se repartirán el benefi cio» (arts. 53-54). La situación de los esclavos era un tanto ambigua. A unque eran conside rados com o bienes que se podían vender o heredar poseían una perso nalidad jurídica que les permitía ca sarse con una m ujer libre, en cuyo ca so sus hijos eran también libres, poseer sus propios bienes y com parecer ante la justicia. Igualmente existía siempre la posibilidad de una m anum isión. Esta podía realizarse por adopción o mediante compra. En este último ca so el precio de la venta se pagaba o bien con el dinero que el propio es clavo había ahorrado, o bien con una siima aportada por sus familiares. Los ciudadanos babilonios que habían si do hechos prisioneros durante una cam paña m ilitar debían, según las le yes de Ham m urabi, ser rescatados por el templo de su ciudad o por el pala cio si eran del todo insolventes. Junto a este tipo de esclavitud do méstica en la que el dueño se veía obligado por ley a cuidar de su escla vo, hasta el punto que debía satisfa cer los honorarios médicos derivados de su atención en caso de que cayera enfermo, existían tam bién esclavos públicos propiedad del Estado y que se encontraban al servicio del templo o del palacio y su situación debía ser bastante sim ilar a la de los anteriores, ya que el Código de H am m urabi los cita frecuentemente juntos. Otro tipo de esclavitud era la de los prisioneros de guerra (asiru) y los deportados. Su situación no estaba en modo alguno contem plada por la ley, por lo que ca recían de estatuto jurídico como las demás categorías sociales. Aunque no parecen haber sido utilizados abun dantem ente durante este período su situación m aterial debía ser bastante precaria ya que se encontraban a me nudo sometidos a duras prestaciones. La familia era de tipo patriarcal por lo que el varón conservaba siem pre prerrogativas y derechos superio res a los de la mujer. La discrim ina ción de ésta no era, por otra parte, tan aguda como en la sociedad asiría. En Babilonia la m ujer podía realizar ne gocios por su cuenta, acudir a los tri bunales e incluso ejercer algunos car gos en la ad m in is trac ió n pública, como escriba o como m iem bro de un colegio de jueces. Pero sólo la mujer era castigada en caso de adulterio y la iniciativa del divorcio correspondía únicam ente al marido. La principal causa para la disolución del m atri monio, cuya validez descansaba so bre la redacción de un contrato, era la esterilidad en cuyo caso, si la mujer no había faltado a ninguno de sus de beres conyugales, recibía la devolu ción de su dote y una indem nización fijada de an tem ano en el contrato m atrimonial. Una enferm edad grave de la m ujer era tam bién causa de di vorcio ante lo cual ésta podía optar por abandonar la familia de su m ari do y recuperar la dote, o vivir en una casa aparte m antenida por su m ari do. La dote, aunque propiedad de la mujer, era usufructuada por el m ari do y a la muerte de ésta pasaba a sushijos, o a sus padres en caso de que no los tuviera. La ley reconocía al m arido el derecho de tom ar una con cubina cuando su esposa fuera estéril aunque ésta tenía siempre un rango superior dentro de la familia de su es poso. La ley preveía tam bién la adop 28 AkaI Historia del Mundo Antiguo ción de un hijo para asegurar la des cendencia, gozando de los mismos derechos que un descendiente legíti mo, y si era esclavo quedaba entonces m anum itido. Los bienes del m atri monio pertenecen a los dos cónyuges y ambos son, por lo tanto, responsa bles de las deudas contraídas por el otro durante el mismo. Pero sólo el marido podía entregar a su mujer a un acreedor para hacer frente al pago de sus deudas. El padre poseía la plena potestad sobre sus hijos que no podían dispo ner del patrim onio doméstico, y en caso de muerte del esposo la madre puede ejercer la autoridad fam iliar siempre que no existan hijos mayo res. Estas viudas no podían contraer nuevo matrimonio sin la debida apro bación jurídica, salvo en el caso de que no contasen con medios necesa rios para m antener a su familia. La herencia se repartía preferentemente entre los hijos varones, pues las hijas ya habían cobrado un anticipo de la misma al recibir la dote. Aunque la herencia se dividía en partes entre los hijos carnales, los adoptivos y los de la concubina si habían sido legitima dos, el primogénito m antenía el dere cho de poder escoger prim ero su par te. Los hijos se encontraban protegidos por la ley frente a la arbitrariedad del padre que no podía desheredarlos sal vo en caso de faltas muy graves com probadas judicialm ente. Si el esposo abandonaba de modo arbitrario la com unidad a la que pertenecía el m a trimonio quedaba anulado y la mujer era libre de casarse nuevamente. Pero si el esposo era hecho prisionero du rante la guerra sólo podía contraer m atrim onio nuevamente en caso de que no dispusiera de medios suficien tes para m antener a su familia. Aún así, si regresa su prim er esposo debe volver con él aunque los hijos que hubiera tenido con el segundo queda rán bajo la potestad de éste: «Si un señor es hecho cautivo y hay en su ca sa lo suficiente para vivir, su esposa conservará su casa y cuidará de su persona; no entrará en la casa de otro hombre. Si esa mujer no cuida de su persona sino que entra en la casa de otro hombre será arrojada al río des pués de habérselo probado. Si un se ñor es hecho cautivo y no hay en su casa lo suficiente para vivir, su esposa puede entrar en la casa de otro hom bre sin culpa. Si un señor es hecho cautivo sin que haya en su casa lo su ficiente para vivir y antes de su regre so su esposa ha entrado en casa de otro hom bre y ha tenido hijos, si más tarde su m arido ha regresado a su ciudad, esa m ujer regresará junto a él y los hijos perm anecerán con su pa dre» (arts. 133-134-135). El rasgo más característico de la so ciedad babilónica de este período es el auge de los valores individuales, fundam entados sobre la propiedad privada. Esto es algo que se com prue ba en la capacidad jurídica alcanza da por la mujer dentro de la familia, así como en la personalidad jurídica que caracteriza a mushkenu y escla vos. La am bigüedad en la situación de éstos últimos provenía del hecho de que se trataba en su mayor parte de antiguos ciudadanos libres que por una razón u otra se habían visto abo cados a tal condición. No eran consi derados en modo alguno como cosas pues su figura jurídica era contem plada por la ley. En general las leyes de H am m urabi garantizaban el desa rrollo de todos estos valores indivi dualistas y las relaciones del ciudada no con la justicia adquirieron tam bién rasgos individuales. Tribunales civiles creados en cada provincia eran responsables de una aplicación justa de la ley. El propio Ham m urabi se encontraba interesado en asegurar la honradez y equidad de los jueces: «Si un juez ha juzgado una causa, pro nunciado sentencia y depositado el docum ento sellado, si, a con tinua ción, cam bia su decisión, se le proba rá que el juez cam bió la sentencia que había dictado y pagará hasta do Babilonia 29 ce veces la cuantía de lo que motivó la causa. Además, públicam ente, se le hará levantar de su asiento de justicia y no volverá más. Nunca más podrá sentarse con los jueces en un proce so» (art. 5). Ello es buena prueba de que se quería garantizar la igualdad de todo ciudadano ante la adm inis tración de justicia. 6. La economía durante el período paleobabilónico En líneas generales durante este pe ríodo se produce un tránsito cada vez más im portante desde una economía estatalizada y centralizada a un siste ma más flexible que com bina la acti vidad privada en el desarrollo del co mercio con la propiedad privada de los medios de producción, lo cual no quiere decir que el Estado a través de instituciones com o el palacio y el templo no desem peñara un papel de im portancia en la organización eco nómica. Pero la iniciativa privada re posando sobre una posesión indivi dual de los bienes había alcanzado un papel destacado. El proceso, que se había iniciado tiempo atrás, res pondía a la quiebra de las viejas es tructuras estatales tras el derrum ba miento político de la Tercera Dinastía de Ur. La expansión de las fuerzas productivas y de la actividad com er cial tendía a disolver la propiedad se ñorial m ientras que el derecho indivi dualista a tacaba los cim ientos del régimen patrim onial. Desde el perío do neosumerio comerciantes y fun cionarios com enzaban a realizar ne gocios por su propia cuenta invirtien- do en ellos las ganancias realizadas en el curso de sus viajes, capitales adelantados a modo de préstamo por los templos, o los beneficios produci dos por sus rentas y su peculiar situa ción adm inistrativa. De esta forma fue surgiendo una clase media econó mica detentadora de sus propios me dios de producción que antes eran propiedad casi exclusiva del palacio y del templo. Esta evolución se observa perfectamente en un hecho significa tivo: las fuentes que nos ilustran so bre la actividad económica tienen un carácter esencialmente distinto a las de épocas anteriores. Los docum en tos adm inistrativos son ahora mucho más escasos que en tiempos de la Ter cera Dinastía de Ur, abundando en Estatua de piedra de una diosa (Siglo XVIII a.C.) Museo del Louvre. 30 AkaI Historia del Mundo Antiguo cambio los contratos privados y los documentos con notas sobre la adm i nistración y la contabilidad de em presas que pertenecen a particulares (Bottero, 1972, 166; Gadd, 1973, 192). Aún así, el Estado intervenía regu lando los salarios y los precios, deten tando parte de la propiedad de la tie rra a través de sus instituciones e invirtiendo capitales en empresas de índole comercial. La propiedad de la tierra se dividía entre palacio, templo y los particulares. Los bienes estatales gozaban de una protección especial sancionada por la ley: «Si un señor roba la propiedad religiosa o estatal será castigado con la muerte. Además el que recibió de sus m anos los bienes robados será igualmente castigado con la muerte... Si un señor roba un buey, un cordero, un asno, un cerdo o una barca a la religión o al Estado, resti tuirá hasta treinta veces su valor... Si el ladrón no tiene con que restituir se rá castigado con la muerte... Si un se ñor dio refugio en su casa a un escla vo o a una esclava fugitivos, pertene ciente al Estado o a un subalterno y si no lo entregó a la llam ada del prego nero el dueño de la casa recibirá la muerte» (arts. 6-8-16). Los templos, que constituían factores económicos independientes, eran todavía grandes propietarios que actuaban al modo «capitalista», no solamente explotan do sus propios dom inios con sus tra bajadores y esclavos, sino prestando a interés grandes sum as de dinero, grano o ganado a los comerciantes y agricultores. Las tierras
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