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Colaborar I Por un lado, nos parece obvio que hay que trabajar fuera de las estructuras profesionales y disciplinarias; por el otro, no es tan fácil hacerlo. a menudo los esfuerzos colaborativos se ven obstaculizados por divergencias de lenguaje y de terminología, ni qué decir por modos de pensar y trabajar distintos. Esta serie de textos breves, escritos por profesores de distintos departamentos y escuelas de la Harvard University, intenta resaltar no solo los puntos en común en las aproximaciones a la ecología, sino también sus diferencias. Giuliana bruno, por ejemplo, explora la relación entre el urbanismo ecológico y las artes visuales en la obra de la artista islandesa Katrin Sigurdardóttir, cuya práctica demuestra que el urbanismo ecológico es un “producto de la vida mental, alentado por el movimiento de la energía mental y el movimiento empático de la emoción”. Verena andermatt Conley explica Las tres ecologías de Félix Guattari, mientras que leland Cott trata la reutilización de las ciudades, lo que Guattari llama “transducción”. lawrence buell escribe sobre el urbanismo ecológico como metáfora urbana; Preston Scott Cohen y Erika Naginski, sobre el papel que desempeña la naturaleza en la teoría de la arquitectura; y lizabeth Cohen nos recuerda que “el urbanismo sostenible no puede traducirse en ciudades verdes para blancos ricos”. Finalmente, el texto de Margaret Crawford argumenta en favor de un urbanismo disperso capaz de integrar agricultura y horticultura, y de un modelo de ciudad drásticamente diferente al impuesto por normas pasadas. Colaborar I El trabajo de campo como arteGiuliana BrunoUrbanismo ecológico y/como metáfora urbanaLawrence Buell blanco y negro en las ciudades verdes Lizabeth Cohen El retorno de la naturaleza Preston Scott Cohen y Erika Naginski Prácticas urbanas ecológicas: Las tres ecologías de Félix Guattari Verena Andermatt Conley Modernizar la ciudad Leland D. Cott Entornos urbanos productivos Margaret Crawford 8 El trabajo de campo como arte Giuliana Bruno al ser un fenómeno cultural de largo alcance, el urbanismo ecológico se extiende más allá de la arquitectura, el paisajismo, el urbanismo y la planificación urbana para entablar relaciones sobre todo con las artes visuales: sus visiones, metodologías y modelos imaginarios pueden presentarse vigorosamente en forma de obras de arte. la artista islandesa Katrin Sigurdardóttir crea maquetas de arquitectura cuya construcción interna alude a un trabajo de campo activo. lleva a cabo instalaciones medioambientales táctiles animadas por el movimiento del espectador que, a su vez, activa ese espacio de una forma imaginativa. Sin título (2004), por ejemplo, consiste en una larga pared aserrada que formalmente se parece a una línea de la costa nórdica que los visitantes del museo pueden recorrer imaginariamente al pasearse por la instalación. Esta gran estructura arquitectónica, que en apariencia se cierra sobre sí misma, despliega la imagen de un paisaje remoto en el que se conectan cultura y naturaleza. lo mismo sucede en Isla (2003), que parece una isla en miniatura y produce el mismo efecto a una escala escultórica distinta. En ambas obras, esta forma de travesía arquitectónica imaginaria permite experiencias de ocupación distintas al desarrollarse como una geografía creativa. la obra de Sigurdardóttir nos recuerda que, como producción del espacio, el urbanismo ecológico es un fenómeno complejo en el que no se puede separar lo perceptivo y lo figurativo de la función y del uso. la artista trabaja con un espacio figurativo que se utiliza a un nivel conceptual y se habita a un nivel perceptivo. Su espacio muestra señales de uso, como sucede con la obra Parcelas extrañas (2005), cuyas siete cajas de embalaje crean imaginariamente segmentos de un barrio neoyorquino. Estas unidades separadas del habitar urbano pueden viajar: las cajas pueden transportarse por separado, encontrar su lugar en ubicaciones distantes y desplegar pruebas de sus viajes con documentos de tránsito. Juntas, las cajas crean un paisaje urbano con todos los viajes potenciales que conllevan por separado, de manera que ilustran el mismísimo imaginario arquitectónico del urbanismo ecológico. Sigurdardóttir nos muestra que la imagen de una ciudad es un ensamblaje interno en verdadero movimiento: el mapa mental del lugar en que vivimos, que llevamos con nosotros. Este tipo de tejido urbano, materializado en Parcelas extrañas, se vuelve terroso en Recorrido (2005), cuyas once cajas de embalaje forman la imagen de un paisaje natural. En el mapa de la artista tienen lugar desplazamientos y condensaciones que, en su recorrido imaginario, hilvanan materiales del inconsciente y revisten una forma mnemotécnica. El trabajo del recuerdo queda expuesto en Hierba verde de casa (1997, arriba), una maleta/caja de herramientas con múltiples compartimientos plegables que, al abrirse, despliegan su bagaje de recuerdos. Cada compartimiento contiene una maqueta de un parque o un paisaje que, en algún momento, estuvo cerca de las casas que la artista 4CoLABorAr I tuvo en las distintas ciudades en las que ha vivido. Este paisaje de la memoria nos lleva de reikiavik a Nueva York, San Francisco y berkeley. la maleta mnemotécnica fue construida por una artista en tránsito y funciona como un estudio móvil, viajando con ella como un equipaje, y llevando consigo el viaje del habitar. El interior de esta maleta es un paisaje exterior que a su vez contiene los rastros de un mundo interior. Y, así, el mapa interior de un espacio vivido se construye como un desplegable, una estructura que vuelca las cosas de dentro afuera. En la obra de esta artista, lo interior y lo exterior son dos caras de una misma arquitectura, y experimentamos la inversión que vemos en las telas reversibles, donde dentro y fuera no están diferenciados, sino que son intercambiables. las instalaciones de Sigurdardóttir trabajan como si la arquitectura fuera un tejido, un espacio vestido con una tela reversible para que todo lo interno pueda volverse hacia fuera, y viceversa. Esta forma de dar la vuelta al espacio se repite en Planta segunda (2003), una versión del gran paisaje plegable de Sin título, que también nos recuerda a la miniatura Isla. la misma lógica de dar la vuelta se utiliza aquí bajo la forma del vestíbulo del apartamento de la artista en Nueva York, que se retuerce para encajar en el mapa de un lecho fluvial islandés, conectando así el paisaje del lugar de origen con el urbanismo del hogar escogido. Mientras que los recuerdos migratorios de los espacios vividos se mantienen unidos en la construcción de texturas del imaginario arquitectónico del urbanismo ecológico, el tejido generador de la arquitectura despliega su propia naturaleza reversible. así, este paisaje cultural muestra su uso interno de muchas maneras, una huella de los recuerdos, la atención y la imaginación de aquellos habitantes pasajeros que los han atravesado en diferentes momentos. Estos entornos artísticos pueden contenernos a nosotros, los espectadores, en su diseño geofísico y podemos guiar nuestras propias historias, pues también estas llevan nuestra respuesta emocional al espacio, como muestra la artista en su obra Fyrirmynd/maqueta (1998-2000). En lo que todavía constituye otra inversión de dentro afuera, se traza una carretera en miniatura a partir del diagrama de los caminos neuronales que se activan en nuestros cerebros cuando respondemos emocionalmente ante una percepción. al hacer que el tejido del espacio vivido sea perceptible mediante caminos reversibles y plegables, la artista expone la textura neurológica de la fabricación arquitectónica, demostrandoque, como imaginario arquitectónico, el urbanismo ecológico es un producto de la vida mental alentado por el movimiento de la energía mental y el movimiento empático de la emoción. 5 Urbanismo ecológico y/como metáfora urbana Lawrence Buell Como humanista medioambientalista, al explayarme sobre “urbanismo ecológico” seguro que doy la impresión de ser alguien que viene desde los confines más remotos del tema. Me acerco a la materia como un lego profundamente interesado, curioso por saber en qué puede consistir esta rúbrica luminosa, sugerente, pero hasta ahora ignota. Como “ecocrítico” especializado en discursos y representaciones artísticas y literarias, pienso inmediatamente en términos de una metáfora, pues algunos tropos originales se nos insinúan como posibles lentes a través de las cuales imaginar qué es y qué podría ser el urbanismo ecológico. ¿Puede entenderse como una agenda? ¿Como una escuela, un nexo, un diálogo o un mercado? Puede que quepa imaginarla como todo esto, y más. Sin embargo, independientemente de cómo quieran sus impulsores definir su proyecto, la metáfora siempre será una parte constituyente –aunque no obstruyente– de la conformación, comunicación y recepción de lo que pueda entenderse por urbanismo ecológico. En este caso, mi confianza nace de la conciencia de que se trata de una práctica antigua dentro del urbanismo, basada en metáforas para proveer de compendios esquemáticos la relación entre lo construido y lo natural en el espacio urbano. revisando la historia de cómo la literatura y otros formatos imaginan el espacio urbano, encontramos una cornucopia de metáforas “definitorias” empleadas de mil formas para este propósito. algunas son recientes, otras milenarias, y entre ellas se incluyen –aunque no agoten la lista de posibilidades– la ciudad/naturaleza como binomio, como macroorganismo global, como palimpsesto, como fragmento (tanto en el sentido de distritos fisurados como en el de marcos espaciales por los que uno se guía seriadamente), como red, como dispersión, como apocalipsis (la ciudad como forma de ocupación utópica o distópica por excelencia)... y puede decirse que todas ellas cuentan con sus ventajas y defectos heurísticos a la hora de entender la materialidad del medio ambiente y la experiencia existencial del urbanismo. El caso específico al que quiero referirme aquí es el de la metáfora de la ciudad como organismo, que cuenta con una larga tradición en la imaginación poética. El poeta romántico William Wordsworth se imagina a sí mismo parado al amanecer en el puente londinense de Westminster, imaginando el “grandioso corazón” que “reposa” bajo la escena de tranquilidad bucólica (“la tierra no tiene nada más hermoso que mostrar”), y su sucesor estadounidense Walt Whitman personifica al “Manhattan de un millón de pies”. En Finnegans Wake, James Joyce mitifica a Dublín como una configuración de tierra primigenia y deidades fluviales en las figuras de Humphry Chimpden Earwicker y anna livia Plurabelle. Sin embargo, estas personificaciones urbanas gozan aún de mayor continuidad en la historia y la teoría propias del urbanismo. El historiador cultural richard Sennett sostiene que en la ciudad “los espacios toman forma en gran medida a partir de cómo la gente vive su propio cuerpo”, trazando en su libro Carne y piedra este presunto linaje, que va desde la teoría de la polis clásica ateniense hasta las metrópolis multiculturales y fragmentadas actuales. Según él, la práctica arquitectónica se ve influenciada, en todos sus niveles, por las estrategias imperantes de exposición u ocultamiento corporal. la teórica de la cultura Elizabeth Grosz somete este modelo –y creo que con razón– a una crítica feminista excesivamente intencional y teleológica, abogando por que entorno y cuerpo se “produzcan el uno al otro” de maneras mutuamente transformadoras. Pero este 6CoLABorAr I contraargumento solo refuerza la idea que subyace en la analogía cuerpo-ciudad. Más llamativa incluso para nuestro actual propósito es la frecuencia con la que el lenguaje del holismo corporal se filtra a los modismos de la planificación urbana, como cuando los paisajistas y los urbanistas reciclan el cliché de Frederick law olmsted, según el cual los parques son “los pulmones de la ciudad”, o utilizan la metáfora de “arteria” para hablar de las grandes autopistas. o como cuando los ingenieros y analistas medioambientales hablan del “metabolismo urbano” y de la “huella ecológica” de la ciudad no ya como frases hechas, sino como realidades sujetas a mediciones cuantitativas. En pocas palabras, ni los escritores de ficción ni los académicos humanistas tienen nada parecido a un monopolio sobre la metáfora orgánica urbana. al contrario, esta parece gozar de más vitalidad y ser más duradera tanto en la cultura popular como (quizás por esa misma razón) en un abanico impresionantemente amplio de vocabularios profesionales. Dicho todo esto, pasemos ahora a la pregunta: “¿y qué?”. ¿Qué bien, o qué mal, nos hace confiar en una metáfora de la ciudad como organismo en estos diversos contextos? Entre sus ventajas obvias estarían las siguientes: en primer lugar, nos facilita un modo accesible y atrayente de considerar la escena urbana como una Gestalt unitaria que se presenta a sí misma como vital en lugar de estática; no como algo incontrolable e indescifrablemente extraño, sino como algo potencialmente íntimo y simbiótico con sus ocupantes humanos. Potencialmente, la ciudad como cuerpo también podría evocar y fortalecer un sentido compartido de identidad colectiva. Y más allá de esto, aunque fuera en un sentido muy rudimentario, también nos habla de una ética ambiental: la suposición de que una ciudad tendría que funcionar como un cuerpo sano. Con todo esto no quiero decir que la metáfora de la ciudad como organismo no presente sus lados negativos. Su holismo conduce, por ejemplo, a un cierto gigantismo en el que se funden los individuos con las masas. la fijación por la salud de la ciudad-cuerpo como conjunto puede llevarnos a poner en segundo plano otros aspectos (cuando, por ejemplo, empezamos a pensar en arterias principales, podemos perder fácilmente de vista a la gente y a los barrios pobres). otro problema relacionado con el anterior, aunque más sutil, es la facilidad con la que dos componentes centrales de la metáfora de la ciudad como organismo se separan de ella para irse a los extremos –el cuerpo/ciudad como jugada psicológica, la higiene medioambiental como fetiche–, como cuando la teórica de la arquitectura Donatella Mazzolini se refiere a la metrópolis como la “concretización de las grandes estructuras oníricas de nuestro cuerpo colectivo”, o como cuando la ciudad como cuerpo se ve atacada por alguna patología que debe combatirse mediante la expulsión de las presencias humanas problemáticas mediante una “purga urbana,” como dice el antropólogo arjun appadurai. Pero al margen de sus posibles abusos, una defensa minimalista del valor instructivo que contiene la metáfora global de la ciudad como organismo sería que, cuando se la utiliza con un espíritu de autoconciencia crítica, nos ofrece una “vía negativa” instructiva para que los ciudadanos, urbanistas y todo tipo de gente pensante escenifiquen las formas en las que la ciudad real no se ajusta a aquello que debería ser, o que alguna vez fue. Este es, por ejemplo, el espíritu de gran parte del análisis de la “huella ecológica”. ahora bien, no quiero parecer el gran defensor de la metáfora de la ciudad como organismo, ni de ninguna otra. En efecto, la metáfora puede tener un poder afectivo y ayudar a la percepción a centrarse más claramente en llamar nuestra atención hacia lo que, de otro modo, bien podríamos obviar. Pero las metáforas son escurridizas,dúctiles, y están sujetas al abuso o a la ingenua (o terca) interpretación equivocada. lo que quiero decir con esto es que, como no podemos evitarlas, debemos estar preparados para ambos escenarios. Seamos o no humanistas declarados, vivimos mucho más al son de las metáforas de lo que tendemos a darnos cuenta, tal como sugieren, entre otros muchos, George lakoff y Mark Johnson en su esclarecedor librito Metáforas de la vida cotidiana. los discursos de los autores que aparecen en este volumen lo confirman implícitamente. Me fascina ver que la mayor parte de las metáforas que he señalado al inicio, si no todas, se encuentran en estos discursos a distintos intervalos, sobre todo las de la ciudad/naturaleza como dicotomía, como red y como apocalipsis. lo mismo podría decirse del proyecto del urbanismo ecológico que está desarrollando la Graduate School of Design de la Harvard University. Seguro que encontrará en la metáfora un recurso necesario. 7 blanco y negro en las ciudades verdes Lizabeth Cohen Cuando pienso en la sostenibilidad de las ciudades como historiadora, empiezo a preguntarme sobre lo fundamentalmente sostenibles que han sido desde la II Guerra Mundial, como lugares donde la gente quiere vivir, trabajar y actuar. Me centraré aquí en cómo los estadounidenses han percibido las ciudades como entornos atrayentes para vivir durante la segunda mitad del siglo xx. Podemos aprender mucho sobre la popularidad de las ciudades en general, y de ciertas ciudades en particular, con solo examinar algunas estadísticas sencillas de población entre los años 1950 y 2000. Estas cifras crean un contexto histórico crucial donde poder situar cualquier discusión que queramos tener sobre el urbanismo ecológico. Si miramos la tabla adjunta, lo primero que veremos es el ranking según tamaño en 1950. aparecen en la lista las diez ciudades más grandes de Estados Unidos en 1950, seguidas por otras cinco ciudades que aparecerán entre las diez más grandes en 2000, pero que en 1950 eran mucho más pequeñas. las cinco añadidas a las diez primeras están todas en el sur y el suroeste del país, y siete de las quince ciudades de la lista aparecen en cursiva para indicar su crecimiento entre 1950 y 2000. a excepción de Nueva York, todos estos enclaves de crecimiento urbano se ubican, de nuevo, en el sur o en el suroeste del país. Mientras que en 1950 las diez ciudades más grandes, salvo los Ángeles, eran centros industriales y comerciales del norte del país, en 2000 la población urbana se había desplazado hacia el sur y el oeste. las ciudades del Medio oeste (Chicago, Cleveland y St. louis) perdieron habitantes, mientras que las del suroeste (Houston, San Diego y Phoenix) crecieron en población. Sin embargo, esta tabla nos dice más cosas de la redistribución demográfica de las ciudades estadounidenses durante la segunda mitad del siglo xx. Muestra, por ejemplo, que en general las ciudades redujeron su tamaño; aunque la población de Estados Unidos casi se duplicó de 150,7 a 281,4 millones de personas en el último medio siglo, la de Nueva York apenas creció, y las seis ciudades cuya población sí se incrementó – todas ellas del sur y del suroeste– la siguen muy por detrás, y no son tan grandes como cabría suponer. lo que queda claro a partir de estas cifras, y de otras formas de evidencia histórica, es que, de 1950 a 2000 creció exponencialmente la población de los suburbios y exurbios, mientras que la de las ciudades disminuyó precipitadamente. la disponibilidad de energía a precios económicos y la falta de interés por la degradación del medio ambiente fomentaron la preferencia por la dispersión suburbana sobre la densidad urbana. actualmente, Estados Unidos se enfrenta a una nueva oportunidad, pues en la última mitad de siglo su población se ha vuelto más consciente de cómo sus decisiones han mermado los recursos, disparado los costes de la energía y afectado al medio ambiente. al mismo tiempo, la crisis económica que atravesamos hace difícil que la gente pueda permitirse estos costes tan elevados. la convergencia de una mayor conciencia ecológica y de mayores restricciones económicas nos ha llevado a debatir nuevas formas de habitar en aras de la superioridad de las ciudades y, en especial, de las ventajas que la densidad presenta para el medio ambiente, la oportunidad económica, la sociabilidad, la eficiencia, la conveniencia y el sentido de la conexión histórica. De pronto, tenemos la oportunidad irrepetible de dar la vuelta a la tendencia de los últimos cincuenta años. Y aunque podríamos detenernos aquí, contentos de saber que muy probablemente las ciudades vuelven 8CoLABorAr I a ser atractivas, creo que debemos ir un poco más allá y preguntarnos: “¿qué tipo de ciudades, y con qué carácter social, buscamos revivir con nuestra nueva conciencia ecológica?”. Sin duda, existen muchas formas de medir el éxito de una ciudad, pero mencionaré una que, en mi opinión, tiene una importancia crítica: las ciudades estadounidenses del futuro estarán más integradas desde el punto de vista socioeconómico –en particular en lo racial– que la mayoría de nuestras ciudades actuales. Diré incluso que la sostenibilidad social y la ecológica no pueden darse por separado. la última columna a la derecha de la tabla es lo que se conoce como un “índice de disimilitud” una forma de medir hasta qué punto son similares o diferentes los habitantes de un mismo distrito censal. Según este cálculo, el 0 representa la completa integración racial y el 100 una segregación total. Sin duda, Estados Unidos es una sociedad multirracial compleja, dividida en más partes que la blanca y la negra. No obstante, como la segregación entre blancos y negros tiende a ser más extrema que la que se produce entre otras razas, la he tomado como medida de segregación social, que a menudo implica desigualdad de ingresos, de riqueza y de otro tipo de oportunidades. Casi todas estas ciudades muestran índices de disimilitud muy altos en 2000, un rasgo típico en casi todas las ciudades. Por lo general, un índice de 60 o más se considera muy alto, uno entre 40 y 50 moderado y uno de 30 o menos bastante bajo. los índices bajos, que indican más integración, son comunes en ciudades universitarias como Cambridge (Massachusetts), donde el índice de disimilitud es del 49,6. obsérvese en la tabla que las ciudades del sur y suroeste por lo general presentan índices de disimilitud inferiores a los de las viejas ciudades del Medio oeste, sin que ninguno de ellos sea muy bajo. obsérvese también que estas ciudades lo eran a veces solo de palabra, dados sus emplazamientos dispersos, suburbanizados y ecológicamente nocivos. De todo esto se sigue que, mientras fantaseamos sobre cómo aplicar nuestra nueva conciencia ecológica para resucitar las ciudades estadounidenses, no debemos descuidar este importantísimo componente social. No quisiera promover solo ciudades con más edificios con certificación lEED, infraestructuras más ecológicas y mejores sistemas de transporte público, sino también pensar cómo podemos valernos de estas nuevas herramientas para lograr ciudades donde se dé una mayor integración racial y económica, como lugares para vivir, trabajar y actuar. al nivel más básico, esto significa incluir en nuestras definiciones de sostenibilidad, e invertir dinero en ello, una mejora de las infraestructuras que no solo incluya el tránsito masivo, sino también la calidad de la educación pública para hacer de las ciudades lugares atractivos donde una variedad de estadounidenses puedan sacar adelante a sus familias. Para decirlo sin rodeos, el urbanismo sostenible no puede traducirse en ciudades verdes para blancos ricos. Ciudad Ranking en 1950 Población en 1950 (millones) Ranking en 2000 Población en 2000(millones) Índice de disimilitud entre blancos y negros en 2000* Nueva York 1 7,9 1 8 85,3 Chicago 2 3,6 3 2,9 87,3 Filadelfia 3 2,1 5 1,5 80,6 Los Ángeles 4 2 2 3,7 74 Detroit 5 1,8 10 1 63,3 Baltimore 6 0,9 17 0,7 75,2 Cleveland 7 0,9 33 0,5 79,4 St. Louis 8 0,9 48 0,3 72,4 Washington 9 0,8 21 0,6 81,5 Boston 10 0,8 20 0,6 75,8 Houston 14 0,6 4 2 75,5 Dallas 22 0,4 8 1,2 71,5 San Antonio 25 0,4 9 1,1 53,5 San Diego 31 0,3 7 1,2 63,6 Phoenix 99 0,1 6 1,3 54,4 Población urbana de Estados Unidos de 1950 a 2000, por tamaño, posición y grado de segregación racial de las ciudades en 2000 Población total de Estados Unidos: 1950 = 150,7 millones; 2000 = 281,4 millones En cursiva = ciudades cuya población ha aumentado entre 1950 y 2000 *0 = integración completa; 100 = segregación completa Fuentes: Censo de Estados Unidos, tabla 18, “Population of the 100 Largest Urban Places: 1950”, www.census.gov/population/ www/ documentation/twps00027/tab13.txt; “2000 Census: US Municipalities over 50,000: ranked by 2000 Population”, www.demorgraphia.com/ db-uscity98.htm; “racial Segregation Statistics for Cities and Metropolitan Areas”, Censusscope, www.censusscope.org/ segregation.htm 9 www.census.gov/population/ www/ www.demorgraphia.com/ www.censusscope.org/ El retorno de la naturaleza Preston Scott Cohen y Erika Naginski Que la naturaleza haya vuelto con fuerza a la teoría y práctica de la arquitectura va más allá de la transmutación de la tríada vitruviana de firmitas, utilitas y venustas en el lema de equidad, biodiversidad y sabio desarrollo del discurso sostenible. la relación entre naturaleza y arquitectura que encontramos en la copiosa bibliografía sobre sostenibilidad se debe a un imperativo moral dictado por la actual crisis medioambiental que, como en una tragedia griega, se basa en la finitud de los recursos naturales frente al ciclo infinito y funesto de la producción y del consumo humanos. De este agón surge la búsqueda de una arquitectura responsable, y el drama apocalíptico se ensaya en movimientos como la arquitectura natural, que cosifica el supuesto misterio y la fragilidad de los materiales naturales al disponer y exponer hojas, ramas y rocas en intervenciones efímeras. De igual modo, la esperanza acaba situándose, de un modo resuelto y problemático, en la promesa tecnológica (pese al espectro de modalidades históricas, como la contaminación y la obsolescencia); existe, pues, una biomímica, por citar solo un ejemplo, en la que la emulación de formas y procesos naturales afianza la creación de materiales tales como adhesivos que imitan a los de los mejillones, baldosas cerámicas con la resistencia de las conchas de las orejas de mar o vidrio con las capacidades purificadoras del aire de ciertas plantas. Hasta qué punto estas plataformas bioéticas reniegan potencialmente del proyecto de que la arquitectura sigue siendo una cuestión fundamental. Por ahora, la tendencia a “neutralizar” la forma arquitectónica bajo el régimen digital ha hecho patentes dos tendencias que, cada cual a su manera, rechazan la vida cultural, social y simbólica de las formas. la primera incluye un cálculo directo que intenta traducir la conducta percibida de ciertos sistemas naturales, imbuyendo así la forma con una especie de conductismo naturalizado; la segunda está ligada a una tradición clásica que asocia matemáticas y naturaleza y sustituye la autoridad compositiva del proyectista con la generación computerizada de patrones. Demasiado a menudo, el resultado es una suerte de ornamento desvitalizado o formas retóricas que, al fin y al cabo, re-presentan la naturaleza, volviendo así a la mímica como principio (una vez más, la copia moralizada). Si el formalismo moderno viró demasiado hacia la pureza utópica de la autonomía del arte, la sostenibilidad ha dado un giro radical en la dirección opuesta; es decir, hacia la primacía ontológica del medio ambiente biológico, al tiempo que busca refugio en una agenda ética que no solo rehúye las críticas, sino que, además, le niega formar parte de un sistema formal y formalizado. Este declive de escalas no se produjo sin pagar un precio: correr el riesgo de respaldar un terreno crítico caracterizado por el neoempirismo y el ahistoricismo. Como hace no mucho expresara andrew Payne, la supuesta “prioridad del sistema natural sobre sus correlativos sociales y políticos puede producir el efecto de un embargo precipitado de la cuestión de cómo estos diferentes regímenes interactúan dentro de la dinámica que vincula la historia natural y la cultural, y, más aún, del grado y tipo de autonomía que posibilitan esas interacciones”.3 Nuestros robles ya no son oráculos, ni les pedimos ya muérdago sagrado; este culto tiene que reemplazarse con cuidados...1 Charles-Georges Le Roy La biopolítica estadounidense ve en la naturaleza su propia condición de existencia: no solo el origen genético y la materia prima, sino también el referente único de control. La política es incapaz de dominar la naturaleza o de conformarla a sus fines, por lo que ella misma parece estar ‘informada’ de modo que ya no quepan otras posibilidades constructivas.2 Roberto Esposito 10CoLABorAr I Precisamente porque la sostenibilidad introduce nuevas y complejas restricciones, es necesario cambiar de velocidad para evitar incorporar las dimensiones sociales, políticas y culturales del entorno construido bajo el estatus primario de la naturaleza. En primer lugar deberíamos decir algo sobre el papel que desempeñan estas restricciones en las interpretaciones modernas de la naturaleza respecto a cuestiones de función y de códigos. Más tarde necesitaríamos realizar una comparación real entre la condición limitante del medio ambiente y otros momentos de “interferencia funcional” con la forma arquitectónica (como la introducción del ascensor, que transformó la relación entre los edificios y la ciudad y, por ende, a la ciudad en sí; la seguridad contra incendios, que cambió radicalmente la distribución social de los interiores; y la adopción de normativa para rampas de acceso para discapacitados, que alteró de manera fundamental la concepción de umbrales y secuencias). En cada uno de estos casos las limitaciones operaron en el corpus de la arquitectura y produjeron un cambio efectivo desde el punto de vista espacial e institucional; al fin y al cabo, existe una larga tradición de arquitectos que lucha contra aquello que se interponga entre ellos y su licencia para experimentar. Más importante aún es reconocer que no estamos ante una calle de sentido único: es tan probable que la arquitectura provoque un cambio (arquitectura transformativa) como que responda a él (arquitectura reactiva). Podríamos argumentar que, pese a la vorágine de llamadas a la novedad y a la retórica moralizante que hoy gira en torno a los dimes y diretes de la sostenibilidad, esta cuestión puede sumarse al extenso legado de cómo, tanto en el pasado lejano como en el reciente, los factores externos se han impuesto a la arquitectura, y viceversa, de forma simbólica y concreta. Para decirlo de otro modo: desmitificar lo ecológico y lo sostenible es poner de manifiesto la condición de posibilidad de la arquitectura. En efecto, la llamada a las armas de la sostenibilidad pertenece a un complejo arco histórico con momentos cruciales que van desde el bosque primordial de Giambattista Vico como antípoda de la civilización humana, pasando por las analogías entre sistemas ecológicos y economías políticas del siglo xx, hasta la demostración más reciente de cómo se acumulan las fuerzas y resonancias fundamentales para construirse en formas y figuras. Todo ello pone de manifiesto que el problema de la forma en el diseño resulta vital, no secundario, yque, sobre todo, no debe verse simplemente sujeto a las llamadas de un horizonte ético (ni convertirse en un receptor pasivo del mismo), tal como lo están delimitando los modos medioambientales actuales. ¿Cómo sopesar al legado posthumanista (y posthumano) de la arquitectura frente al valor otorgado a la naturaleza por las ideologías de sesgo bioético? ¿Cómo delimitar la encrucijada cambiante que existe entre la ecología, la sociedad y la filosofía estética? ¿Cómo despejar el aire (ideológico)? Este texto surge de la descripción del programa para los simposios sobre arquitectura de la Harvard University, que, entre 2009 y 2010, organizó una serie de conferencias en torno a la autonomía de la arquitectura ante el imperativo sostenible. 1 Le roy, Charles-Georges, voz “Bosque”, en Diderot, Denis y D’Alembert, Jean Le rond (eds.), Encyclopédie ou dictionnaire rai- sonné des sciences, des arts et des métiers, par une Société de Gens de lettres (1751-1772), vol. 7, pág. 129: “Nos chênes ne ren- dent plus d’oracles, et nous ne leur demandons plus le gui sacré; il faut remplacer ce culte par l’attention”. Para una profunda reflexión sobre la voz de Le roy, véase: Harrison, robert Pogue, Forests: The Shadow of Civilization, University of Chicago Press, Chicago, 1992, págs. 113-124. 2 Esposito, roberto, Bios: biopolitica e filosofia, Einaudi, Turín, 2004 (versión castellana: Bíos: biopolítica y filosofía, Amorrurtu, Buenos Aires, 2006). 3 Payne, Andrew, “Sustainability and Pleasure: An Untimely Medi- tation”, Harvard Design Magazine, núm. 30, Cambridge (Mass.), pri- mavera/verano de 2009, pág. 78. 11 Prácticas urbanas ecológicas: Las tres ecologías de Félix Guattari Verena Andermatt Conley Hace ya varias décadas, Henri lefebvre proclamó la desaparición de la longeva distinción entre la ciudad y el campo en su estudio La revolución urbana.1 lefebvre puso sus esperanzas futuras para el planeta en un proceso de urbanización que remediara los males derivados de la modernidad, basados en el dominio del hombre sobre la naturaleza. Menos utópicos en relación con las bondades intrínsecas de la urbanización, Gilles Deleuze y Félix Guattari –que reconocían su deuda con el teórico de la cultura Paul Virilio, quien venía registrando el impacto de las tecnociencias desde la II Guerra Mundial– declaran en repetidas ocasiones que todo pensamiento ecológico tiene que partir de las condiciones actuales; es decir, de la revolución genética, la globalización de los mercados, la aceleración de los transportes y las comunicaciones, así como de la interdependencia de los grandes centros urbanos. Guattari, quien se presentó –aunque sin éxito– a un cargo público para un partido verde, escribió en su brillante y conciso ensayo Las tres ecologías,2 publicado en 1989, simultáneamente a la caída del Muro de berlín, que teníamos que vérnoslas “con” estas condiciones para poder así rectificarlas mediante la recomposición total de los objetivos y los métodos de los movimientos sociales. No se trata de volver atrás, a antiguas formas de vida. la ecología no es la prerrogativa de un puñado de amantes de la naturaleza un tanto folclóricos y arcaizantes en un momento en el que, más que nunca, resulta imposible separar naturaleza y cultura. a diferencia de la mayor parte de los pensadores franceses (con la notable excepción de bruno latour), que se perdieron por los Caminos del bosque de Martin Heidegger, Guattari afirma que las tecnociencias son fundamentales para la supervivencia del planeta, con su densidad demográfica y sus problemas ecológicos actuales. No obstante, la reorientación de las tecnociencias no puede producirse sin antes recomponer la subjetividad y la formación de los poderes capitalistas; por sí mismos, los reajustes tecnocráticos no bastan. Guattari concibe una ecosofía, que funciona simultáneamente en tres registros –social, mental y ambiental– y que generaría unas nuevas, y más placenteras, formas de vida en común. En su estado presente, el mundo se encuentra bajo la influencia de los medios de comunicación y el mercado, donde una gente infantilizada vive en agregados cargados de muerte. Guattari reclama que, en el marco del capitalismo actual, la antigua distinción entre infraestructuras y superestructuras ha sido sustituida por varios regímenes intercambiables de signos: económicos, jurídicos, científicos o aquellos que se ocupan de subjetivar. al denunciar la preeminencia del régimen económico actual y esperar poder introducir el tiempo y el espacio en las ciencias, Guattari pone un énfasis especial en la cuestión de la subjetivación. En un esfuerzo por concebir una articulación eticopolítica y recurriendo a un vocabulario neosartreano, declara que todo aquel que se involucre en los campos propios de los procesos de subjetivación tiene la responsabilidad de abrir un en-soi (en sí) letal de los actuales territorios de la existencia hacia un pour-soi (por sí) precario, procesal y abierto al mundo. No solo los psicoanalistas están en disposición de influir sobre la psique de la gente, sino también, entre otros, los educadores, los artistas, los arquitectos, los urbanistas, los diseñadores de moda, los músicos y las figuras del deporte y la farándula... y ninguno de ellos puede esconderse detrás de una llamada neutralidad transferencial. Deben ayudar a producir el cambio al introducir una cuña, producir una interrupción o abrir espacios que 12CoLABorAr I puedan ocuparse con proyectos humanos que conduzcan a nuevas formas de sentir, percibir y pensar. Un paradigma ético tiene que complementarse con otro estético que impida que los procesos caigan en la repetición mortal, de modo que cada performance particular inaugure espacios que no puedan fijarse con respaldos teóricos o por la fuerza de la autoridad, pero que siempre sean works in progress.3 al rechazar los antiguos paradigmas de lucha social que se organizaban alrededor de ideologías unificadas, Guattari hace un llamamiento a una recomposición ecológica diversa en diferentes campos. aunque no descarta por completo los objetivos unificadores que se ocupen, por ejemplo, de la ecología urbana, sí destaca que no podemos seguir recurriendo a eslóganes o consignas que promuevan líderes carismáticos en lugar de a invenciones singulares. Para hacer que la ciudad sea habitable no solo es necesaria una macropolítica, sino también micropolíticas, y también es importante no reemplazar un término por su contrario. la pregunta no consiste pues en establecer reglas universales, ni marcar las cosas como “dentro” o “fuera” –que es lo que viene haciéndose ante la crisis económica actual–, sino que gravita alrededor de cómo desarticular las oposiciones binarias entre los distintos estamentos ecosóficos y cómo generar cambios de la sensibilidad y de la inteligencia de forma paulatina, dúctil y no violenta. a la hora de poner esto en práctica, Guattari propone no limitarse a sustituir el desacreditado movimiento moderno por una nueva visión, sino entablar un proceso de transformación constante, capaz de incluir la construcción de una ciudad porosa con materiales más ecológicos, la recogida de agua de lluvia, el uso de energía eólica y solar, así como otros modos de relación con el propio cuerpo, nuevas interacciones de grupo y deshacer la ecuación actual que existe entre bienes naturales, materiales y culturales, que se basa solamente en su rentabilidad. aunque Guattari deja bien claro que debemos renovar constantemente nuestros paradigmas teóricos, su breve ensayo y su mensaje urgente abogan por una militancia analítica, por actuar y pensar, teorizar y poner en práctica simultáneamente, lo que sigue siendo válido para el urbanismo ecológico de hoy. En un mundo globalizado con grandes megaciudades, quienestraten con las subjetividades –y esto incluye a arquitectos y urbanistas– tienen la responsabilidad de abrir espacios que puedan ser habitados por los proyectos humanos a través de las lentes intercambiables de las tres ecologías. 1 Lefebvre, Henri, La Révolution urbaine, Éditions Gallimard, París, 1970 (versión castellana: La revolución urbana, Alianza, Madrid, 1983). 2 Guattari, Félix, Les Trois ecologies, Éditions Galilé, París, 1989 (versión castellana: Las tres ecologías, Pre-Textos, Valencia, 1996). 3 Ibíd. La reorientación de las tecnociencias no puede producirse sin antes recomponer la subjetividad y la formación de los poderes capitalistas; por sí mismos, los reajustes tecnocráticos no bastan. 13 Modernizar la ciudad Leland D. Cott ¿Qué debe hacerse para que nuestras ciudades sean más sostenibles? los problemas ya están bien documentados; las soluciones propuestas van desde conceptos conocidos –como los huertos urbanos y las medidas para la conservación del agua– hasta nociones más sofisticadas para enclaves de energía cero en suburbios y desiertos. Parece que, pese a la enorme tarea que tenemos por delante, tenemos la sensación de contar con un conocimiento colectivo para enfrentarnos a los problemas que comporta nuestra insensibilidad global con relación al medio ambiente y que, por tanto, podemos generar un futuro alternativo al que dirigirnos. Hacer esto requerirá de una acción eficaz a todos los niveles. Se necesitarán soluciones a largo plazo y de bajo consumo energético si queremos dejar una huella de carbono menor a la existente, pero también en estos momentos podemos hacer mucho para remediar la situación actual. Nuestras ciudades contienen millones de edificios institucionales, comerciales y residenciales, y la mayoría de ellos despilfarra energía o la usa de modo ineficaz. Tomando cualquier indicador, casi todos nuestros edificios se revelan como la antítesis de lo “sostenible,” pues fueron concebidos y construidos mucho antes de finales del siglo xx, cuando los costes energéticos se consideraban desdeñables y se suponía que los recursos energéticos eran inagotables. Entonces, ¿qué medidas pueden tomar las industrias actuales de la construcción y la inmobiliaria para mejorar la sostenibilidad? Para comenzar, debemos intentar reutilizar tantos edificios como sea posible. Está en nuestras manos ahorrar hasta un 40 % de la energía que hoy utilizamos, así como limitar las emisiones de carbono, con solo reutilizar los edificios existentes en Estados Unidos. Este argumento cobra aún más fuerza si consideramos la cantidad de energía incorporada de los edificios existentes, lo que hace que las discusiones en favor de la demolición, la eliminación de residuos y la construcción de edificios nuevos sean difíciles de justificar. los gobiernos federales, estatales y municipales han comenzado a apoyar a la comunidad inmobiliaria con reducciones tributarias sobre el patrimonio y créditos para el impuesto sobre la renta, de modo similar a como se estimularon la conservación del patrimonio histórico y la reutilización de inmuebles hace treinta y cinco años. Serán necesarios grandes subsidios de este tipo para incentivar que las inmobiliarias y los gestores inmobiliarios participen en un programa nacional de reconversión energética. Desde un punto de vista inmobiliario, el valor normalmente se mide en términos de rentabilidad de la inversión, por lo que, dado el coste actual de la energía y las reformas, son muy pocas las reconversiones de edificios que satisfacen los criterios para que se recupere la inversión de aquí a cinco o siete años. Puede que la ayuda con subsidios deba ser obligatoria para compensar los costes de lanzamiento en apariencia altos en favor de ahorros a más largo plazo. Cabe esperar que, a medida que los inquilinos sepan más del tema, entiendan que un consumo excesivo de energía afecta negativamente a sus ingresos y prefieran no alquilar edificios obsoletos. Un edificio reconvertido gasta menos energía, genera menos gastos y, probablemente, resulta más atractivo desde un punto de vista comercial. 14CoLABorAr I Un futuro en el que nuestras ciudades cuenten con un stock de edificios completamente modernizados, sostenibles y de bajo consumo podría alcanzarse en las siguientes una o dos décadas. El éxito de este proceso podría abastecernos de una serie de edificios eficientes que nos ayuden a avanzar hacia un urbanismo ecológicamente sostenible de cara a un futuro más lejano. Está en nuestras manos ahorrar hasta un 40 % de la energía que hoy utilizamos, así como limitar las emisiones de carbono, con solo reutilizar los edificios existentes en Estados Unidos. 15 Entornos urbanos productivos Margaret Crawford las ciudades actuales tienen una fuerte huella de carbono y, para que puedan ser sostenibles, las ciudades del futuro deben tender a emisiones de carbono negativas. Hay que encontrar nuevas maneras de contrarrestar la energía que se incorpora a la ciudad con el aumento de la producción de energía, alimentos, transporte y viviendas sostenibles, al tiempo que mejoramos la salud pública y la calidad de vida. Para hacerlo debemos cuestionar el conocimiento heredado que tenemos sobre el medioambientalismo y sobre las numerosas definiciones existentes de ciudad. al destacar que la mayor parte de las pérdidas energéticas se producen en el traspaso desde las plantas generadoras a los sistemas de distribución, el ensayo de Michelle addington que aparece en este volumen (págs. 244-255) nos sugiere un nuevo enfoque y una nueva escala para el ahorro eléctrico que desafía a la actual obsesión de los arquitectos por la producción de edificios que ahorren energía. Esto dirige nuestra atención desde el edificio individual a las redes eléctricas regionales y nacionales, situadas lejos de las áreas urbanas. Este marco ampliado podría sernos de mayor utilidad si pensamos en las ciudades como un elemento dentro de un sistema mayor, y no como entidades bien definidas, una idea también expresada en los mapas que acompañan al ensayo sobre “regiones urbanas” de richard T. T. Forman. aunque históricamente se ha contrapuesto el campo a la ciudad, asumiendo que el primero abastecía de alimentos a la segunda, las prácticas agrarias actuales se están volviendo cada vez más diversas. la definición cambiante de granja, o de agricultor, ha estimulado la aparición de la horticultura casi en cualquier lugar. las regiones metropolitanas y los terrenos urbanos abandonados o en desuso, las tierras de fideicomiso, los jardines comunitarios, las escuelas o los campus universitarios y hasta los jardines de las casas suburbanas han comenzado a producir alimentos. También han surgido nuevos canales de distribución de alimentos: mercados de productores, agricultura comunitaria, restaurantes y mercados especializados en productos locales y hasta recolectores que reparten frutas caídas; todos ellos contribuyen a hacer que los alimentos locales estén ampliamente disponibles. aunque en Estados Unidos estas formas de agricultura no puedan competir con la gigantesca agroindustria del Medio oeste o del Central Valley californiano, Dorothée Imbert explica que sus beneficios trascienden lo meramente económico ya que, además de generar trabajo y aumentar los ingresos, la agricultura urbana favorece la cohesión cívica y comunitaria, acerca a la gente a los ritmos de la naturaleza, mantiene tradiciones étnicas y culturales, educa a los niños sobre alimentación, provee productos de alta calidad y, lo que no es menos importante, permite disfrutar del placer y la belleza como partes integrales del buen comer. 16CoLABorAr Ial imaginar lo que nos deparará el futuro, Mitchell Joachim nos presenta un abanico de propuestas sostenibles posibles, aunque meramente hipotéticas, para los entornos urbanos basados en asentamientos en entornos naturales. al imaginar una “ciudad” capaz de autoabastecerse, Joachim presenta proyectos inspirados en la manipulación de formas orgánicas mediante el uso de tecnologías innovadoras. Por ejemplo, el Fab Tree Hab toma la metáfora literal de una casa viva al utilizar un árbol como prototipo para un estilo de vida ecológico. Joachim también propone nuevas tecnologías de transporte que van desde los sistemas de transporte subterráneos hasta el rediseño de automóviles lentos impulsados por motores eléctricos individuales en las ruedas, de modo que los vehículos se adapten a la ciudad, y no al revés. ¿Qué tipo de entorno urbano producirán estas ideas? Sin duda, no el de la ciudad compacta a la que aspiran tantos defensores del urbanismo sostenible. En su conjunto, sugieren más bien una suerte de urbanismo en expansión, con viviendas y lugares de trabajo más en consonancia con la naturaleza y la agricultura que los actuales. al combinar las diferentes ideas que se articulan en torno a un ambiente urbano productivo, podemos imaginar una variedad de nuevos paisajes. Con una red energética sostenible capaz de albergar y distribuir fuentes de energía a pequeña y gran escala, este entorno ecológico tendría una infraestructura eléctrica y de transporte, viviendas y puestos de trabajo, espacios para la agricultura y áreas naturales entretejidas en nuevas combinaciones aún por imaginar. En lugar de volver a imponer antiguos modelos urbanos basados en la densidad y la finitud, quizás deberíamos mantener nuestras opciones abiertas en aras de la sostenibilidad. En lugar de contar con un ideal urbano normativo, deberíamos dirigirnos en direcciones múltiples con vistas a producir resultados diversos. 17 COLABORAR II Amy C. Edmondson, profesora de la Harvard Business School, señala que existen investigaciones que demuestran que los esfuerzos colaborativos entre personas similares tienen más éxito que aquellos entre grupos diversos. Es necesario un liderazgo fuerte para coordinar dichos esfuerzos, así como respeto recíproco y que se reconozcan los diferentes lenguajes y formas de trabajo. La exploración que David Edwards hace de la purificación del aire viene seguida por el provocador ensayo de Susan S. Fainstein sobre la justicia social. En lo que inicialmente parece contradictorio es donde pueden surgir nuevas posibilidades. ¿Tiene relación la calidad del aire con la justicia social? Por supuesto que sí. En la reunión de contradicciones podemos encontrar respuestas para la ciudad actual y futura. Por ejemplo, Edward Glaeser aboga por una forma de vida más templada, lejos de los extremos del calor y el frío excesivos, aunque esas zonas templadas sean a menudo las mejor preservadas: “Si Estados Unidos quiere ser más ecológico, debe construir más en San Francisco y menos en Houston”. ¿Bajo qué parámetros estas ciudades son más ecológicas? Uno de los temas que este ensayo explora: los parámetros y el lenguaje que empleamos para evaluar el urbanismo ecológico. Donald E. Ingber, director del Wyss Institute for Biologically Inspired Engineeiring de la Harvard University, nos enseña cómo las ciudades podrían evolucionar en el futuro, al tiempo que nos advierte que nos exigirán nuestra colaboración en formas hasta hora inauditas. Retos de gestión de la transformación urbana: organizar para aprender Amy C. Edmondson La purificación del aire en las ciudades David Edwards Justicia social y urbanismo ecológico Susan S. Fainstein El gobierno de la ciudad ecológica Gerald E. Frug Un futuro subterráneo Peter Galison Templado y limitado Edward Glaeser Arquitectura adaptable de inspiración biológica y sostenibilidad Donald E. Ingber COLABORAR II Retos de gestión de la transformación urbana: organizar para aprender Amy C. Edmondson Mi trabajo de investigación estudia las interacciones humanas en cuyo marco se toman decisiones y se realiza un trabajo para transformar organizaciones complejas. Son aquellas que cuentan con muchas partes interconectadas que deben coordinarse para alcanzar las metas propuestas. Sin duda, mediante la introducción de una complejidad añadida de diversas organizaciones interconectadas –viviendas, lugares de trabajo, comercio, escuelas y agencias gubernamentales–, las ciudades deben transformarse de modos compatibles para generar los sistemas urbanos sostenibles del futuro. Nadie sabe cómo hacerlo, pero está claro que no podrá conseguirse sin innovación y colaboración. También es evidente que la transformación no puede planificarse y controlarse de un modo centralizado. En todas partes he introducido la diferencia que existe entre “organizar para aprender” y “organizar para ejecutar”.1 Las técnicas clásicas de gestión, como el control de calidad o la medición del rendimiento, fueron diseñadas para facilitar una ejecución fiable de los procesos establecidos, y son efectivas cuando las soluciones para lograr que se haga el trabajo ya existen y se entienden bien. Ya sea para regular operaciones rutinarias o para implementar cambios localizados, “organizar para ejecutar” debe observar un plan, suprimir las divergencias y no desviarse de los procesos prescritos sin una buena causa. Por otro lado, las situaciones en las que falta el conocimiento sobre cómo producir resultados requieren “organizar para aprender”. En este caso, los gestores intentan aumentar en lugar de reducir las divergencias, para promover experimentos y premiar el aprendizaje y la innovación por encima de la obediencia y la precisión. “Organizar para aprender” comprende tres aspectos esenciales: una intensa colaboración entre disciplinas, una rápida iteración (pequeños experimentos que producen pequeños fracasos y éxitos) y un intercambio de conocimiento (para propagar rápidamente los descubrimientos útiles). Colaboración. La investigación sobre diseño y desarrollo de productos demuestra que una postura colaborativa basada en el trabajo en equipo permite mejorar la calidad, la eficiencia y la satisfacción del cliente en comparación con el trabajo independiente de especialistas.2 El trabajo en equipo integra el conocimiento funcional –ingeniería, diseño, marketing y finanzas– y obliga a pensar en soluciones intermedias desde un inicio para permitir mejores soluciones de diseño. Al mismo tiempo, la investigación conductual demuestra que los equipos diversos –aquellos que abarcan fronteras demográficas, geográficas, de estatus o experiencia– a menudo tienen menor rendimiento que los equipos más homogéneos. Para que se logren beneficios de una colaboración es necesario un liderazgo hábil.3 Iteración. Evaluar los fracasos y sus lecciones forma parte esencial de “organizar para aprender”. La innovación organizativa se produce cuando los equipos identifican y ponen a prueba nuevas ideas mediante ensayo y error.4 No obstante, las organizaciones y las profesiones conllevan jerarquías sociales y la experimentación genera 20COLABORAR II incertidumbre. La jerarquía social intensifica los riesgos interpersonales de la experimentación (que, por su naturaleza experimental, a menudo falla) y de las discusiones extremadamente abiertas que le siguen. La rápida iteración puede prosperar cuando los líderes trabajan para construir un clima de seguridad psicológica.5 Intercambio de conocimientos. La propagación del conocimiento sobre qué funciona y qué no hace que en los sistemas complejos se produzcaun aprendizaje más rápido que exclusivamente mediante la experimentación local. En la esfera pública, los problemas –que van desde la malnutrición a las infecciones y el crimen– se benefician de compartir nuevas prácticas potencialmente mejores.6 Las empresas con empleados distribuidos por todo el mundo también están encontrando nuevas maneras de diseminar prácticas más eficientes, que combinen la riqueza emocional de las interacciones personales cara a cara con la eficacia de los sistemas de intranet.7 Las buenas prácticas se difunden cada vez más rápido.8 Desde este punto de vista, el urbanismo ecológico tomará forma mediante la distribución del aprendizaje colaborativo. Las ciudades deben transformarse proyecto a proyecto (colaboración a colaboración), y crear e implementar nuevas tecnologías y contratos sociales a través de los cuales pueda llevarse a cabo la promesa de un urbanismo ecológico. Deben surgir proyectistas líderes, capaces de tocar los corazones y las mentes de la gente ante el viaje tan incierto que tenemos por delante. 1 Edmondson, Amy C., “Organizing to Learn”, HBS, núm. 5-604- 031, Harvard Business School Publishing, Boston, 2003; y “The Competitive Imperative to Learning”, Harvard Business Review núm. 86/7-8, 2008, págs. 60-67. 2 Wheelwright, Steven C. y Clark, Kim B., Revolutionizing Product Development, Free Press, Nueva York, 1992. 3 Nembhard, I. y Edmondson, Amy C., “Making It Safe: The Effects of Leader Inclusiveness and Professional Status on Psychological Safety and Improvement Efforts in Health Care Teams”, Journal of Organizational Behavior, núm 27/7, 2006, págs. 941-966. 4 Edmondson, Amy C., “The Local and Variegated Nature of Lear- ning in Organizations: A Group-Level Perspective”, Organization Science, núm. 13/2, 2002, págs. 128-146. 5 Edmondson, Amy C., “Psychological Safety and Learning Beha- vior in Work Teams”, Administrative Science Quarterly, núm. 44/4, 1999, págs. 350-383, y “Managing the Risk of Learning: Psycholo- gical Safety in Work Teams”, en West, Michael A.; Tjosvold, Dean y Smith, Ken G. (eds.), International Handbook of Organizational Teamwork and Cooperative Working, Blackwell, Londres, 2003, págs. 255-276. 6 Sternin, J. y Choo, R., “The Power of Positive Deviancy”, Har- vard Business Review, núm. 78/1, 2000, págs. 14-15; Nembhard, I., “Organizational Learning in Health Care: A Multi-Method Study of Quality Improvement Collaboratives”, tesis doctoral, Harvard Uni- versity, 2007; Seabrook, J., “Don’t Shoot”, New Yorker, 22 de junio de 2009, pág. 85. 7 Edmondson, Amy C., et al., “Global Knowledge Management at Danone”, HBS, núm. 9-608-107, Harvard Business School Publis- hing, Boston, 2007. 8 Shirky, Clay, Here Comes Everybody, Penguin, Nueva York, 2008. La cúpula Iris de Chuck Hoberman en la Expo 2000 de Hannover, Alemania. La cubierta retráctil se abre y se cierra como el iris de un ojo. 21 La purificación del aire en las ciudades David Edwards Las sustancias tóxicas volátiles que emiten muchas pinturas, tejidos y alfombras tienden a acumularse en zonas de circulación estancas de casas y oficinas.1 Este aire contaminado puede suponer peligros por exposición a corto y largo plazo, pues los clásicos sistemas HEPA y de filtración del carbono no eliminan de forma efectiva algunos de los gases más nocivos, como el formaldehído.2 Las plantas proporcionan un método tradicional para gestionar la contaminación del aire, pero su capacidad de filtración natural –aunque efectiva a nivel global– es limitada en un interior normalmente ventilado, salvo si se llena de plantas (unas 70 cintas para un interior de 420 m2),3 o se cuenta con la ayuda del diseño y la ingeniería. En los exteriores, la convección y la difusión proyectan la contaminación fuera del alcance de las plantas, donde los gases tóxicos que absorben las superficies expuestas –sobre todo las hojas– se degradan mediante procesos metabólicos naturales.4 En un interior estamos sentados o de pie, caminamos y hasta ponemos nuestras caras sobre las fuentes de contaminación que polucionan el aire que respiramos. Aunque tengamos plantas en el interior, generalmente es difícil que estas logren purificar el aire tóxico antes de que inadvertidamente lo inhalemos. A mediados de la década de 1980, investigadores de la NASA abordaron el problema de la filtración de interiores al hacer pasar el aire contaminado a través de plantas de interior.5 Para mejorar la filtración del aire, los investigadores hicieron pasar el aire sucio por la tierra, donde las raíces y sus microorganismos asociados pueden proporcionar un segundo nivel de transformación metabólica. Esta mezcla de ventilación y filtración por tierra llevó a una serie de primeros prototipos de filtros vivos para purificar el aire contaminado. Estos diseños de filtros vivos para interiores no tuvieron mucho éxito comercial, quizá debido (al menos en parte) a la velocidad máxima de filtración necesaria para que la tierra de las plantas no se seque mientras circula el aire por ella. Diseñados con la funcionalidad básica de finales de la década de 1980, los filtros de plantas son muy eficientes para eliminar gases tóxicos del aire, pero su índice de eliminación es ínfimo en comparación con los filtros tradicionales HEPA y de carbono.6 Esto hace que los filtros vivos sean eficientes cuando se ubican en locales estancos, pero a menudo son ineficientes en relación con los patrones de convección característicos de la mayor parte de los entornos interiores. Conscientes de estas restricciones, hace poco abordamos el problema del aire en interiores mediante el diseño de un filtro vivo de aire más eficaz que el de la NASA, y también más atractivo desde el punto de vista estético. Es relativamente barato y su mantenimiento es tan fácil e intuitivo como el que normalmente asociamos al cuidado de las plantas. Yo mismo, en colaboración con el diseñador francés Mathieu Lehanneur, me encargué de su diseño en 2007, en ocasión de la inauguración del centro experimental de arte y diseño Le Laboratoire de París. El filtro Bel-Air hace que el aire contaminado atraviese las hojas 22COLABORAR II y la tierra de las plantas en macetas, pasa por un baño de agua y vuelve al entorno con una velocidad similar a la máxima del diseño de la NASA. Bel-Air formó parte de la exposición Design and the Elastic Mind, celebrada en el Museum of Modern Art de Nueva York, y en 2008 ganó el premio Popular Science Invention. Hoy puede comprarse con el nombre comercial de filtro Andrea. Los filtros vivos como este pueden concebirse para escalas grandes y pequeñas. Una estrategia semejante de filtros vivos podría formar parte de una arquitectura urbana sostenible del futuro. 1 Mølhave, L., “Volatile Organic Compounds, Indoor Air Quality and Health”, Indoor Air, núm. 1, 2004, págs. 357-376. 2 Chen, W. et al., “Performance Evaluation of Air Cleaning/Purifi- cation Devices for Control of Volatile Organic Compounds in Indoor Air”, informe presentado en la Syracuse University, 2004. 3 Wolverton, B. C; McDonald, R. C. y Watkins, A. E. Jr., “Foliage Plants for Removing Indoor Air Pollution from Energy-Efficient Homes”, Economic Botany, núm. 38, 1984, págs. 224-228. 4 Giese, Martina et al., “Detoxification of Formaldehyde by the Spider Plant (Chlorophytum comosum)”, Plant Physiology, núm. 104, 1994, pág. 1301. 5 Wolverton, B., “Foliage Plants for Improving Indoor Air Quality”, seminario de la National Foliage Foundation, Hollywood, Florida, 19 de junio de 1988. 6 Chen et al., op. cit. 23 Justicia social y urbanismo ecológico Susan S. Fainstein Como tal, el urbanismo ecológico abarcatres ramas distintas del pensamiento ecológico: 1) la protección ambiental, que se centra en la conservación de la naturaleza y en combatir la contaminación; 2) la ecología, que considera a los seres humanos dentro de los sistemas ecológicos y que se dirige a las interacciones entre humanos y naturaleza; 3) la justicia medioambiental, que considera el impacto del cambio medioambiental en grupos sociales desfavorecidos y analiza el impacto de la distribución de la política medioambiental. En consecuencia, permite la consolidación de movimientos sociales bastante diferentes: las clases medias y altas conservadoras y las iniciativas en aras de una mayor justicia medioambiental con base en la ciudad. A menudo ambos movimientos se reducen a expresiones de la fórmula NIMBY (Not In My Back Yard; literalmente, “no en mi patio trasero”). Los medioambientales proteccionistas utilizan el entorno como un signo racional para oponerse a desarrollos de alta densidad e insistir en ubicar los terrenos indeseables, aunque necesarios, fuera de sus vecindarios. Los defensores de la justicia medioambiental rechazan estos mismos tipos de desarrollo basándose en que las comunidades de bajos recursos ya tienen cargas excesivas de usos que nadie quiere. Es importante invertir este negativismo de las reflexiones. El objetivo del urbanismo ecológico debería ser un programa con vistas a un desarrollo deseable para la gente y que mejore el entorno. Los estímulos económicos incluidos dentro del programa de la administración de Obama para crear obras ecológicas intentan aunar la fuerza política de ambos movimientos, dándoles un giro positivo. Se pretende con ello generar una ecología más sostenible y fomentar además el crecimiento económico. Se trata de un esfuerzo por reconciliar lo que Scott Campbell llama el “triángulo del planificador”, la tensión que existe entre la promoción de iniciativas inmobiliarias, la equidad y la protección medioambiental.1 Aún está por ver si esto se produce mediante la creación de obras ecológicas, pues estas no necesariamente se traducen en obras de calidad y la tecnología ecológica no siempre es estéticamente atractiva. Por ejemplo, a menudo para el reciclaje de basuras se emplea a emigrantes que trabajan delante de una cinta transportadora clasificando la basura de otra gente, y camiones de basura que atraviesan los barrios hasta llegar a las centrales de reciclaje. Los parques eólicos amenazan la vida silvestre y producen nuevos paisajes que muchos encuentran extremadamente desagradables. Por otro lado, existen iniciativas que suman en positivo. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Nueva York está construyendo una vía verde a lo largo de la ribera sur del Bronx con recursos de los incentivos federales designados para infraestructura. Esta parte de la ciudad tiene un índice elevado de asma infantil y acusa la falta de espacios verdes. El nuevo parque generará empleos inmediatos para su construcción y otros más a largo plazo para su mantenimiento. No obstante, el Ayuntamiento de Nueva York 24COLABORAR II también ha invertido enormes sumas en la construcción del nuevo estadio de béisbol de los Yankees, también en el Bronx, que ha destruido un parque popular para proporcionar grandes superficies de aparcamiento, y se prevé un aumento de tráfico que consumirá grandes cantidades de energía. Aunque finalmente el parque vaya a sustituirse por un espacio público cuantitativamente comparable, este será menos accesible. La justicia medioambiental exige un uso más que ocasional de los fondos para crear espacios verdes en barrios pobres, lo que significa la redistribución de los gastos municipales para que el presupuesto total no favorezca a los promotores, los equipos deportivos o los barrios más ricos. En el actual contexto económico, se exige que se haga uso de estos recursos para la compra de propiedades embargadas, la creación de viviendas asequibles y un mayor gasto en servicios, y no en la construcción de autopistas. A la larga, el urbanismo ecológico debe basarse en la construcción de ciudades compactas, y esto se traduce en densificación, a la que oponen resistencia tanto los ricos como los pobres. Puesto que restringir el crecimiento de las periferias implica una subida de los precios de las propiedades céntricas, según el principio de equidad el gobierno debería intervenir y reducir los costes de vivienda para quienes no puedan permitirse dicho incremento. Este tipo de urbanismo también necesita del ingenio de arquitectos y urbanistas, quienes deben encontrar configuraciones espaciales y diseños de edificios que generen una mayor densidad de la que suele considerarse atractiva. Deben encontrar nuevas soluciones para los edificios comerciales y residenciales, y crear espacios verdes asequibles y seductores dentro de un entorno urbano de mayor densidad. Las plazas vacías modernas, tan características de las urbanizaciones de vivienda de promoción pública, deben llenarse de gente, y deben crearse espacios verdes que atraigan a un amplio espectro de usuarios. Es necesario repensar la ecología urbana para intensificar la interacción entre las personas y los lugares, para que la ciudad se desarrolle equitativamente y sea más atractiva. La ecología urbana es la base de una urbanidad mejor, más interesante y justa. 1 Campbell, Scott, “Green Cities, Growing Cities, Just Cities? Urban Planning and the Contradictions of Sustainable Develop- ment”, Journal of the American Planning Association, núm. 62/3, verano de 1996, págs. 296-312. 25 El gobierno de la ciudad ecológica Gerald E. Frug Actualmente circulan muchas ideas sobre cómo cambiar la naturaleza de la vida urbana. Asociadas a términos como urbanismo ecológico, sostenibilidad o crecimiento inteligente, intentan redirigir las políticas urbanas para limitar el impacto de las ciudades en el cambio climático, reducir la segregación espacial, favorecer la densidad contra la dispersión urbana, fomentar el transporte público o el uso de la bicicleta en lugar del automóvil, y animar los espacios públicos. Arquitectos, urbanistas, sociólogos, economistas y politólogos difieren mucho en sus planteamientos sobre cómo lograr estos objetivos, pero al menos en la comunidad académica parece existir un consenso cada vez mayor en que esta es la agenda que nos guiará en la dirección correcta. Sin embargo, hay unas preguntas básicas que se han formulado inadecuadamente en la bibliografía actual: ¿quién es el público de este catálogo de ideas?, ¿quién tiene el poder de implementar alguna de ellas, por no decir todas? Las respuestas a estas preguntas, que durante mucho tiempo han quedado sin respuesta, se encuentran en el sistema legal. Las leyes establecen cómo se gobiernan las ciudades y cómo se distribuye el poder (o fracasan en la distribución de poder) para implementar esta agenda de consenso. La versión actual de estas leyes es completamente inadecuada y en gran parte contraproducente. El problema de diseño más urgente al que se enfrenta la transformación urbana no es, pues, el diseño de un edificio o un barrio en particular, sino el de la estructura de gobierno de la ciudad. Los arquitectos y los urbanistas llevan años de ventaja a los abogados y juristas en lo que se refiere a la ciudad ecológica. En Estados Unidos, la actual estructura de gobierno de las ciudades fracasa por varias razones, aunque aquí me centraré solo en una de ellas: la fragmentación de la autoridad. Algunos de los puntos corresponden al gobierno del Estado, y otros a los ayuntamientos. En general, el Estado puede (y a menudo lo hace) limitar la potestad de las ciudades en casi cualquier materia. Otros asuntos, como los estándares dela calidad del aire, están en manos del gobierno nacional, y la ley federal limita las decisiones que pueden tomarse a nivel local y estatal. Otros poderes se otorgan a una multitud de entes estatales públicos, y a distintas autoridades encargadas del transporte, la vivienda, el desarrollo urbano y muchos otros temas que operan de forma poco coordinada. Finalmente, las leyes facultan a la iniciativa privada para controlar temas importantes, algunos sujetos a la normativa federal y del Estado (como el energético), otros sujetos al Estado y a los ayuntamientos (como los estándares de construcción), y otros que no están regulados en absoluto (como decisiones individuales sobre si conviene desplazarse en coche o en autobús). Consideremos el impacto que este tipo de estructura de toma de decisiones produce en un único punto de la agenda medioambiental. El Estado de Nueva York ha delegado al Ayuntamiento de Nueva York la potestad de conceder licencias a taxis y limusinas. Para limitar el impacto de estos vehículos en el cambio 26COLABORAR II climático (pues circulan durante todo el día), la Comisión de Taxis y Limusinas de la ciudad decidió actualizar los estándares de emisiones para ambas flotas. La mayor parte de los medioambientalistas considerarían que una intervención tan obvia tiene muy poco interés. Sin embargo, los propietarios de los vehículos no solo protestaron y llevaron el asunto ante el tribunal federal para anular el fallo del Ayuntamiento, sino que además ganaron el caso. El tribunal concluyó que la ley federal impedía al Ayuntamiento (y, por ello mismo, al Estado) que regulara los estándares de emisiones, pues solo el gobierno federal tiene esa potestad. Es poco probable que el gobierno federal adopte una política específica para los taxis y las limusinas de Nueva York. Incluso si lo hiciera, las objeciones de los propietarios prevalecerían, salvo, claro está, que el Ayuntamiento pueda ingeniárselas para cumplir sus objetivos de otro modo. Nadie que intente impulsar los objetivos de una ciudad ecológica hubiera partido de este marco legal. Todo el sistema de gobierno necesita una reforma completa, y aun así, los cambios legales son insuficientes. Es duro comprobar cómo hasta las mejores ideas para avanzar en los puntos de una agenda consensuada no prosperan si la estructura de gobierno no está diseñada para implementarlos. El problema de diseño más urgente al que se enfrenta la transformación urbana no es, pues, el diseño de un edificio o un barrio en particular, sino el de la estructura de gobierno de la ciudad. 27 Un futuro subterráneo Peter Galison A 800 metros bajo tierra, a 40 km al este de Carlsbad, en el estado de Nuevo México, una serie de galerías paralelas de techos altos cortan un lecho seco de sal de roca de 250 millones de años de antigüedad. La luz fluorescente ilumina el corredor que corta la cueva en dos, pero el brillo desaparece rápidamente en la oscuridad de los corredores a izquierda y a derecha. Unas carretillas eléctricas entran y salen velozmente atravesando el viento seco que sopla por la mina. En una galería, un robusto camión minero rasca una pared de salitre de un color blanco crudo, y deposita los pedazos de sal en una procesión de camiones basculantes. Y más abajo de una “sala” acabada, un ascensor naranja aguarda inmóvil a que un bidón de peligrosos residuos de uranio baje con la ayuda de un robot. La maquinaria da la vuelta al recipiente de acero, lo inserta en el hueco cilíndrico en la pared de sal y lo sella con un tapón de hormigón. En otra parte, hileras de bidones de 200 litros, apilados a lo largo y a lo ancho, permanecen a la espera. Una vez la cueva está llena, esta se sella con una enorme barrera de acero y los residuos se dejan ahí para siempre. Bienvenidos a la Waste Isolation Pilot Plant (WIPP), una instalación del Departamento de Energía de Estados Unidos (DOE) que será el lugar de reposo final del plutonio y otros materiales contaminados de larga vida, desechos de la producción de armas que comenzó en Los Álamos en 1943 y prosiguió durante más de medio siglo. Cuando la excavación termine, la enorme presión geológica que hay a esta profundidad sacará la sal de los espacios horadados de manera que envolverán y encapsularán 28 millones de litros, más o menos, de residuos radiactivos. Finalmente se espera que el deslizamiento paulatino (de unos 8 cm al año) de las paredes de sal de los intersticios aplaste los residuos, y se espera que queden así aislados del contacto humano durante un período de tiempo larguísimo. He aquí el gran desperdicio de nuestra civilización: los residuos de una fábrica de bombas que, en su apogeo, produjo un arsenal de más de 20.000 cabezas nucleares. El objetivo planeado para las armas nucleares fue cambiando con el paso de los años. Primero fue la Alemania nazi, pues los científicos de Los Álamos creyeron estar en una carrera mortal por fabricar la bomba atómica antes de que Werner Heisenberg y su equipo de físicos y químicos lo hicieran. Tras la derrota de Alemania, el objetivo se desplazó al Japón imperial: en Hiroshima y Nagasaki, la II Guerra Mundial se convirtió en la I Guerra Nuclear. Pasados uno o dos años de la victoria aliada y hasta la caída del Muro de Berlín, se redefinieron los bandos del enfrentamiento: Estados Unidos y Europa occidental, por un lado, y la Unión Soviética y Europa oriental, por el otro. Los enemigos van y vienen; el plutonio permanece y seguirá estando ahí, pues su vida media es de 24.000 años. Después de haber estado en funcionamiento durante una década (1999-2009), el complejo subterráneo de la WIPP estaba medio lleno, y si se cumplen los objetivos de los planes, en las próximas décadas alcanzará su máxima capacidad. Aunque la mayor parte de los residuos de uranio relacionados con la fabricación de armas por entonces ya se habrán eliminado de las 28COLABORAR II fábricas de todo el país –desde Hanford y Washington hasta el río Savannah, en Carolina del Sur–, los residuos seguirán siendo peligrosamente radiactivos durante un período de tiempo enorme en comparación con el registro de la historia del ser humano. Y así, como dictamina la acción legal que reservó esas tierras para dicho objetivo, es necesario marcar el lugar para que en el futuro los seres humanos se abstengan de excavar allí durante al menos 10.000 años. Diez mil años: casi el doble de tiempo que nos separa del inicio de la escritura. ¿Cómo podemos advertir a cuatrocientas generaciones? ¿Cómo podemos imaginar ese mundo? A través de los Sandia National Laboratories, el DOE encargó un estudio para evaluar el problema. Toda una hueste de expertos –antropólogos, arqueólogos, físicos y semiólogos– trabajó en el diseño de una señal monumental que representara nuestro legado de casi cien años de producción de armas nucleares. Alguien sugirió utilizar enormes púas, otro una superficie negra que se calentara insoportablemente bajo el sol del desierto. Pero nos detendremos en otro de esos monumentos eternos diseñados para el DOE, uno que es una ciudad que no es una ciudad. Bajo el nombre de Forbidding Blocks (‘bloques intimidatorios’), según sus creadores la estructura representa “un esfuerzo descomunal para disuadir de su uso” al constituir un “paisaje explosionado, pero geométrico […], una regularidad irregular […] ordenada pero no respetada […], demasiado angosta como para ser habitada y cultivada”. Esta ciudad mimética inhabitada –o incluso sin posibilidad alguna de recibir visitantes– es una forma urbana de caminos intransitables y bloques invivibles. Es un monumento terrorífico, instalado
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