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Urbanismo ecológico. Volumen 3, Colaborar - Mohsen Mostafavi (editor)_ Gareth Doherty (editor) - (2014)

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Colaborar I
Por un lado, nos parece obvio que hay que trabajar fuera de 
las estructuras profesionales y disciplinarias; por el otro, no es 
tan fácil hacerlo. a menudo los esfuerzos colaborativos se ven 
obstaculizados por divergencias de lenguaje y de terminología, 
ni qué decir por modos de pensar y trabajar distintos. Esta serie de 
textos breves, escritos por profesores de distintos departamentos 
y escuelas de la Harvard University, intenta resaltar no solo los 
puntos en común en las aproximaciones a la ecología, sino también 
sus diferencias. Giuliana bruno, por ejemplo, explora la relación 
entre el urbanismo ecológico y las artes visuales en la obra de la 
artista islandesa Katrin Sigurdardóttir, cuya práctica demuestra 
que el urbanismo ecológico es un “producto de la vida mental, 
alentado por el movimiento de la energía mental y el movimiento 
empático de la emoción”. Verena andermatt Conley explica Las 
tres ecologías de Félix Guattari, mientras que leland Cott trata la 
reutilización de las ciudades, lo que Guattari llama “transducción”. 
lawrence buell escribe sobre el urbanismo ecológico como 
metáfora urbana; Preston Scott Cohen y Erika Naginski, sobre el 
papel que desempeña la naturaleza en la teoría de la arquitectura; 
y lizabeth Cohen nos recuerda que “el urbanismo sostenible 
no puede traducirse en ciudades verdes para blancos ricos”. 
Finalmente, el texto de Margaret Crawford argumenta en favor de 
un urbanismo disperso capaz de integrar agricultura y horticultura, 
y de un modelo de ciudad drásticamente diferente al impuesto por 
normas pasadas.
 
Colaborar I El trabajo de campo como arteGiuliana BrunoUrbanismo ecológico y/como metáfora urbanaLawrence Buell
blanco y negro en las ciudades verdes
Lizabeth Cohen
El retorno de la naturaleza
Preston Scott Cohen y Erika Naginski
Prácticas urbanas ecológicas: Las tres ecologías de Félix Guattari
Verena Andermatt Conley
Modernizar la ciudad
Leland D. Cott
Entornos urbanos productivos
Margaret Crawford
 
 
8
 
El trabajo de campo 
como arte
Giuliana Bruno
al ser un fenómeno cultural de largo alcance, 
el urbanismo ecológico se extiende más allá 
de la arquitectura, el paisajismo, el urbanismo 
y la planificación urbana para entablar relaciones 
sobre todo con las artes visuales: sus visiones, 
metodologías y modelos imaginarios pueden 
presentarse vigorosamente en forma de obras 
de arte.
la artista islandesa Katrin Sigurdardóttir crea 
maquetas de arquitectura cuya construcción 
interna alude a un trabajo de campo activo. lleva 
a cabo instalaciones medioambientales táctiles 
animadas por el movimiento del espectador que, 
a su vez, activa ese espacio de una forma 
imaginativa. Sin título (2004), por ejemplo, consiste 
en una larga pared aserrada que formalmente 
se parece a una línea de la costa nórdica que 
los visitantes del museo pueden recorrer 
imaginariamente al pasearse por la instalación. 
Esta gran estructura arquitectónica, que en 
apariencia se cierra sobre sí misma, despliega la 
imagen de un paisaje remoto en el que se conectan 
cultura y naturaleza. lo mismo sucede en Isla 
(2003), que parece una isla en miniatura y produce 
el mismo efecto a una escala escultórica distinta. 
En ambas obras, esta forma de travesía 
arquitectónica imaginaria permite experiencias 
de ocupación distintas al desarrollarse como 
una geografía creativa.
la obra de Sigurdardóttir nos recuerda que, como 
producción del espacio, el urbanismo ecológico es 
un fenómeno complejo en el que no se puede 
separar lo perceptivo y lo figurativo de la función y 
del uso. la artista trabaja con un espacio figurativo 
que se utiliza a un nivel conceptual y se habita a un 
nivel perceptivo. Su espacio muestra señales de uso, 
como sucede con la obra Parcelas extrañas (2005), 
cuyas siete cajas de embalaje crean 
imaginariamente segmentos de un barrio 
neoyorquino. Estas unidades separadas del habitar 
urbano pueden viajar: las cajas pueden 
transportarse por separado, encontrar su lugar en 
ubicaciones distantes y desplegar pruebas de sus 
viajes con documentos de tránsito. Juntas, las cajas 
crean un paisaje urbano con todos los viajes 
potenciales que conllevan por separado, de manera 
que ilustran el mismísimo imaginario arquitectónico 
del urbanismo ecológico.
Sigurdardóttir nos muestra que la imagen de una 
ciudad es un ensamblaje interno en verdadero 
movimiento: el mapa mental del lugar en que 
vivimos, que llevamos con nosotros. Este tipo de 
tejido urbano, materializado en Parcelas extrañas, 
se vuelve terroso en Recorrido (2005), cuyas once 
cajas de embalaje forman la imagen de un paisaje 
natural. En el mapa de la artista tienen lugar 
desplazamientos y condensaciones que, en su 
recorrido imaginario, hilvanan materiales del 
inconsciente y revisten una forma mnemotécnica. 
El trabajo del recuerdo queda expuesto en Hierba 
verde de casa (1997, arriba), una maleta/caja de 
herramientas con múltiples compartimientos 
plegables que, al abrirse, despliegan su bagaje 
de recuerdos. Cada compartimiento contiene una 
maqueta de un parque o un paisaje que, en algún 
momento, estuvo cerca de las casas que la artista 
4CoLABorAr I
 
tuvo en las distintas ciudades en las que ha vivido. 
Este paisaje de la memoria nos lleva de reikiavik a 
Nueva York, San Francisco y berkeley. la maleta 
mnemotécnica fue construida por una artista en 
tránsito y funciona como un estudio móvil, viajando 
con ella como un equipaje, y llevando consigo el 
viaje del habitar.
El interior de esta maleta es un paisaje exterior que 
a su vez contiene los rastros de un mundo interior. 
Y, así, el mapa interior de un espacio vivido se 
construye como un desplegable, una estructura que 
vuelca las cosas de dentro afuera. En la obra de esta 
artista, lo interior y lo exterior son dos caras de una 
misma arquitectura, y experimentamos la inversión 
que vemos en las telas reversibles, donde dentro 
y fuera no están diferenciados, sino que son 
intercambiables. las instalaciones de Sigurdardóttir 
trabajan como si la arquitectura fuera un tejido, un 
espacio vestido con una tela reversible para que 
todo lo interno pueda volverse hacia fuera, y 
viceversa. Esta forma de dar la vuelta al espacio se 
repite en Planta segunda (2003), una versión del 
gran paisaje plegable de Sin título, que también nos 
recuerda a la miniatura Isla. la misma lógica de dar 
la vuelta se utiliza aquí bajo la forma del vestíbulo 
del apartamento de la artista en Nueva York, que se 
retuerce para encajar en el mapa de un lecho fluvial 
islandés, conectando así el paisaje del lugar de 
origen con el urbanismo del hogar escogido.
Mientras que los recuerdos migratorios de los 
espacios vividos se mantienen unidos en la 
construcción de texturas del imaginario 
arquitectónico del urbanismo ecológico, el tejido 
generador de la arquitectura despliega su propia 
naturaleza reversible. así, este paisaje cultural 
muestra su uso interno de muchas maneras, una 
huella de los recuerdos, la atención y la 
imaginación de aquellos habitantes pasajeros que 
los han atravesado en diferentes momentos. Estos 
entornos artísticos pueden contenernos a nosotros, 
los espectadores, en su diseño geofísico y 
podemos guiar nuestras propias historias, pues 
también estas llevan nuestra respuesta emocional 
al espacio, como muestra la artista en su obra 
Fyrirmynd/maqueta (1998-2000). En lo que todavía 
constituye otra inversión de dentro afuera, se traza 
una carretera en miniatura a partir del diagrama de 
los caminos neuronales que se activan en nuestros 
cerebros cuando respondemos emocionalmente 
ante una percepción. al hacer que el tejido del 
espacio vivido sea perceptible mediante caminos 
reversibles y plegables, la artista expone la textura 
neurológica de la fabricación arquitectónica, 
demostrandoque, como imaginario arquitectónico, 
el urbanismo ecológico es un producto de la 
vida mental alentado por el movimiento de 
la energía mental y el movimiento empático 
de la emoción.
5
 
Urbanismo ecológico 
y/como metáfora urbana
Lawrence Buell
Como humanista medioambientalista, al 
explayarme sobre “urbanismo ecológico” seguro 
que doy la impresión de ser alguien que viene 
desde los confines más remotos del tema. Me 
acerco a la materia como un lego profundamente 
interesado, curioso por saber en qué puede 
consistir esta rúbrica luminosa, sugerente, pero 
hasta ahora ignota. Como “ecocrítico” 
especializado en discursos y representaciones 
artísticas y literarias, pienso inmediatamente en 
términos de una metáfora, pues algunos tropos 
originales se nos insinúan como posibles lentes a 
través de las cuales imaginar qué es y qué podría 
ser el urbanismo ecológico. ¿Puede entenderse 
como una agenda? ¿Como una escuela, un nexo, un 
diálogo o un mercado? Puede que quepa imaginarla 
como todo esto, y más. Sin embargo, 
independientemente de cómo quieran sus 
impulsores definir su proyecto, la metáfora siempre 
será una parte constituyente –aunque no 
obstruyente– de la conformación, comunicación y 
recepción de lo que pueda entenderse por 
urbanismo ecológico.
En este caso, mi confianza nace de la conciencia de 
que se trata de una práctica antigua dentro del 
urbanismo, basada en metáforas para proveer de 
compendios esquemáticos la relación entre lo 
construido y lo natural en el espacio urbano. 
revisando la historia de cómo la literatura y otros 
formatos imaginan el espacio urbano, encontramos 
una cornucopia de metáforas “definitorias” 
empleadas de mil formas para este propósito. 
algunas son recientes, otras milenarias, y entre 
ellas se incluyen –aunque no agoten la lista de 
posibilidades– la ciudad/naturaleza como binomio, 
como macroorganismo global, como palimpsesto, 
como fragmento (tanto en el sentido de distritos 
fisurados como en el de marcos espaciales por los 
que uno se guía seriadamente), como red, como 
dispersión, como apocalipsis (la ciudad como forma 
de ocupación utópica o distópica por excelencia)... 
y puede decirse que todas ellas cuentan con sus 
ventajas y defectos heurísticos a la hora de 
entender la materialidad del medio ambiente y la 
experiencia existencial del urbanismo.
El caso específico al que quiero referirme aquí es el 
de la metáfora de la ciudad como organismo, que 
cuenta con una larga tradición en la imaginación 
poética. El poeta romántico William Wordsworth se 
imagina a sí mismo parado al amanecer en el 
puente londinense de Westminster, imaginando el 
“grandioso corazón” que “reposa” bajo la escena 
de tranquilidad bucólica (“la tierra no tiene nada 
más hermoso que mostrar”), y su sucesor 
estadounidense Walt Whitman personifica al 
“Manhattan de un millón de pies”. En Finnegans 
Wake, James Joyce mitifica a Dublín como una 
configuración de tierra primigenia y deidades 
fluviales en las figuras de Humphry Chimpden 
Earwicker y anna livia Plurabelle. Sin embargo, 
estas personificaciones urbanas gozan aún de 
mayor continuidad en la historia y la teoría propias 
del urbanismo. El historiador cultural richard 
Sennett sostiene que en la ciudad “los espacios 
toman forma en gran medida a partir de cómo la 
gente vive su propio cuerpo”, trazando en su libro 
Carne y piedra este presunto linaje, que va desde la 
teoría de la polis clásica ateniense hasta las 
metrópolis multiculturales y fragmentadas 
actuales. Según él, la práctica arquitectónica se ve 
influenciada, en todos sus niveles, por las 
estrategias imperantes de exposición u 
ocultamiento corporal. la teórica de la cultura 
Elizabeth Grosz somete este modelo –y creo que 
con razón– a una crítica feminista excesivamente 
intencional y teleológica, abogando por que entorno 
y cuerpo se “produzcan el uno al otro” de maneras 
mutuamente transformadoras. Pero este 
6CoLABorAr I
 
contraargumento solo refuerza la idea que subyace 
en la analogía cuerpo-ciudad.
Más llamativa incluso para nuestro actual propósito 
es la frecuencia con la que el lenguaje del holismo 
corporal se filtra a los modismos de la planificación 
urbana, como cuando los paisajistas y los urbanistas 
reciclan el cliché de Frederick law olmsted, según 
el cual los parques son “los pulmones de la ciudad”, 
o utilizan la metáfora de “arteria” para hablar de las 
grandes autopistas. o como cuando los ingenieros 
y analistas medioambientales hablan del 
“metabolismo urbano” y de la “huella ecológica” 
de la ciudad no ya como frases hechas, sino 
como realidades sujetas a mediciones 
cuantitativas. En pocas palabras, ni los escritores 
de ficción ni los académicos humanistas tienen 
nada parecido a un monopolio sobre la metáfora 
orgánica urbana. al contrario, esta parece gozar 
de más vitalidad y ser más duradera tanto en la 
cultura popular como (quizás por esa misma razón) 
en un abanico impresionantemente amplio de 
vocabularios profesionales.
Dicho todo esto, pasemos ahora a la pregunta: “¿y 
qué?”. ¿Qué bien, o qué mal, nos hace confiar en 
una metáfora de la ciudad como organismo en 
estos diversos contextos? Entre sus ventajas 
obvias estarían las siguientes: en primer lugar, nos 
facilita un modo accesible y atrayente de 
considerar la escena urbana como una Gestalt 
unitaria que se presenta a sí misma como vital en 
lugar de estática; no como algo incontrolable e 
indescifrablemente extraño, sino como algo 
potencialmente íntimo y simbiótico con sus 
ocupantes humanos. Potencialmente, la ciudad 
como cuerpo también podría evocar y fortalecer un 
sentido compartido de identidad colectiva. Y más 
allá de esto, aunque fuera en un sentido muy 
rudimentario, también nos habla de una ética 
ambiental: la suposición de que una ciudad tendría 
que funcionar como un cuerpo sano.
Con todo esto no quiero decir que la metáfora de la 
ciudad como organismo no presente sus lados 
negativos. Su holismo conduce, por ejemplo, a un 
cierto gigantismo en el que se funden los individuos 
con las masas. la fijación por la salud de la 
ciudad-cuerpo como conjunto puede llevarnos 
a poner en segundo plano otros aspectos (cuando, 
por ejemplo, empezamos a pensar en arterias 
principales, podemos perder fácilmente de vista 
a la gente y a los barrios pobres). otro problema 
relacionado con el anterior, aunque más sutil, es 
la facilidad con la que dos componentes centrales 
de la metáfora de la ciudad como organismo se 
separan de ella para irse a los extremos –el 
cuerpo/ciudad como jugada psicológica, la higiene 
medioambiental como fetiche–, como cuando 
la teórica de la arquitectura Donatella Mazzolini 
se refiere a la metrópolis como la “concretización 
de las grandes estructuras oníricas de nuestro 
cuerpo colectivo”, o como cuando la ciudad 
como cuerpo se ve atacada por alguna patología 
que debe combatirse mediante la expulsión de las 
presencias humanas problemáticas mediante una 
“purga urbana,” como dice el antropólogo arjun 
appadurai.
Pero al margen de sus posibles abusos, una 
defensa minimalista del valor instructivo que 
contiene la metáfora global de la ciudad como 
organismo sería que, cuando se la utiliza con un 
espíritu de autoconciencia crítica, nos ofrece una 
“vía negativa” instructiva para que los ciudadanos, 
urbanistas y todo tipo de gente pensante 
escenifiquen las formas en las que la ciudad real no 
se ajusta a aquello que debería ser, o que alguna 
vez fue. Este es, por ejemplo, el espíritu de gran 
parte del análisis de la “huella ecológica”.
ahora bien, no quiero parecer el gran defensor de la 
metáfora de la ciudad como organismo, ni de 
ninguna otra. En efecto, la metáfora puede tener un 
poder afectivo y ayudar a la percepción a centrarse 
más claramente en llamar nuestra atención hacia lo 
que, de otro modo, bien podríamos obviar. Pero las 
metáforas son escurridizas,dúctiles, y están 
sujetas al abuso o a la ingenua (o terca) 
interpretación equivocada. lo que quiero decir 
con esto es que, como no podemos evitarlas, 
debemos estar preparados para ambos escenarios. 
Seamos o no humanistas declarados, vivimos mucho 
más al son de las metáforas de lo que tendemos 
a darnos cuenta, tal como sugieren, entre otros 
muchos, George lakoff y Mark Johnson en su 
esclarecedor librito Metáforas de la vida cotidiana. 
los discursos de los autores que aparecen en este 
volumen lo confirman implícitamente. Me fascina 
ver que la mayor parte de las metáforas que he 
señalado al inicio, si no todas, se encuentran en 
estos discursos a distintos intervalos, sobre todo 
las de la ciudad/naturaleza como dicotomía, como 
red y como apocalipsis. lo mismo podría decirse 
del proyecto del urbanismo ecológico que está 
desarrollando la Graduate School of Design de 
la Harvard University. Seguro que encontrará 
en la metáfora un recurso necesario.
7
 
blanco y negro en 
las ciudades verdes
Lizabeth Cohen
Cuando pienso en la sostenibilidad de las ciudades 
como historiadora, empiezo a preguntarme sobre lo 
fundamentalmente sostenibles que han sido desde 
la II Guerra Mundial, como lugares donde la gente 
quiere vivir, trabajar y actuar. Me centraré aquí en 
cómo los estadounidenses han percibido las 
ciudades como entornos atrayentes para vivir 
durante la segunda mitad del siglo xx.
Podemos aprender mucho sobre la popularidad de 
las ciudades en general, y de ciertas ciudades en 
particular, con solo examinar algunas estadísticas 
sencillas de población entre los años 1950 y 2000. 
Estas cifras crean un contexto histórico crucial 
donde poder situar cualquier discusión que 
queramos tener sobre el urbanismo ecológico.
Si miramos la tabla adjunta, lo primero que veremos 
es el ranking según tamaño en 1950. aparecen en 
la lista las diez ciudades más grandes de Estados 
Unidos en 1950, seguidas por otras cinco ciudades 
que aparecerán entre las diez más grandes en 
2000, pero que en 1950 eran mucho más pequeñas. 
las cinco añadidas a las diez primeras están todas 
en el sur y el suroeste del país, y siete de las quince 
ciudades de la lista aparecen en cursiva para indicar 
su crecimiento entre 1950 y 2000. a excepción de 
Nueva York, todos estos enclaves de crecimiento 
urbano se ubican, de nuevo, en el sur o en el suroeste 
del país. Mientras que en 1950 las diez ciudades más 
grandes, salvo los Ángeles, eran centros industriales 
y comerciales del norte del país, en 2000 la población 
urbana se había desplazado hacia el sur y el oeste. 
las ciudades del Medio oeste (Chicago, Cleveland y 
St. louis) perdieron habitantes, mientras que las del 
suroeste (Houston, San Diego y Phoenix) crecieron 
en población.
Sin embargo, esta tabla nos dice más cosas de la 
redistribución demográfica de las ciudades 
estadounidenses durante la segunda mitad del 
siglo xx. Muestra, por ejemplo, que en general las 
ciudades redujeron su tamaño; aunque la 
población de Estados Unidos casi se duplicó de 
150,7 a 281,4 millones de personas en el último 
medio siglo, la de Nueva York apenas creció, y las 
seis ciudades cuya población sí se incrementó –
todas ellas del sur y del suroeste– la siguen muy 
por detrás, y no son tan grandes como cabría 
suponer. lo que queda claro a partir de estas 
cifras, y de otras formas de evidencia histórica, es 
que, de 1950 a 2000 creció exponencialmente la 
población de los suburbios y exurbios, mientras 
que la de las ciudades disminuyó precipitadamente. 
la disponibilidad de energía a precios económicos 
y la falta de interés por la degradación del medio 
ambiente fomentaron la preferencia por la 
dispersión suburbana sobre la densidad urbana.
actualmente, Estados Unidos se enfrenta a una 
nueva oportunidad, pues en la última mitad de 
siglo su población se ha vuelto más consciente de 
cómo sus decisiones han mermado los recursos, 
disparado los costes de la energía y afectado al 
medio ambiente. al mismo tiempo, la crisis 
económica que atravesamos hace difícil que la 
gente pueda permitirse estos costes tan elevados. 
la convergencia de una mayor conciencia 
ecológica y de mayores restricciones económicas 
nos ha llevado a debatir nuevas formas de habitar 
en aras de la superioridad de las ciudades y, en 
especial, de las ventajas que la densidad presenta 
para el medio ambiente, la oportunidad económica, 
la sociabilidad, la eficiencia, la conveniencia y el 
sentido de la conexión histórica. De pronto, 
tenemos la oportunidad irrepetible de dar la vuelta 
a la tendencia de los últimos cincuenta años.
Y aunque podríamos detenernos aquí, contentos de 
saber que muy probablemente las ciudades vuelven 
8CoLABorAr I
 
a ser atractivas, creo que debemos ir un poco más 
allá y preguntarnos: “¿qué tipo de ciudades, y con 
qué carácter social, buscamos revivir con nuestra 
nueva conciencia ecológica?”. Sin duda, existen 
muchas formas de medir el éxito de una ciudad, 
pero mencionaré una que, en mi opinión, tiene una 
importancia crítica: las ciudades estadounidenses 
del futuro estarán más integradas desde el punto 
de vista socioeconómico –en particular en lo 
racial– que la mayoría de nuestras ciudades 
actuales. Diré incluso que la sostenibilidad social y 
la ecológica no pueden darse por separado.
la última columna a la derecha de la tabla es lo 
que se conoce como un “índice de disimilitud” una 
forma de medir hasta qué punto son similares o 
diferentes los habitantes de un mismo distrito 
censal. Según este cálculo, el 0 representa la 
completa integración racial y el 100 una 
segregación total. Sin duda, Estados Unidos es una 
sociedad multirracial compleja, dividida en más 
partes que la blanca y la negra. No obstante, como 
la segregación entre blancos y negros tiende a ser 
más extrema que la que se produce entre otras 
razas, la he tomado como medida de segregación 
social, que a menudo implica desigualdad de 
ingresos, de riqueza y de otro tipo de 
oportunidades.
Casi todas estas ciudades muestran índices de 
disimilitud muy altos en 2000, un rasgo típico en 
casi todas las ciudades. Por lo general, un índice 
de 60 o más se considera muy alto, uno entre 40 y 
50 moderado y uno de 30 o menos bastante bajo. 
los índices bajos, que indican más integración, 
son comunes en ciudades universitarias como 
Cambridge (Massachusetts), donde el índice de 
disimilitud es del 49,6. obsérvese en la tabla que 
las ciudades del sur y suroeste por lo general 
presentan índices de disimilitud inferiores a los de 
las viejas ciudades del Medio oeste, sin que 
ninguno de ellos sea muy bajo. obsérvese también 
que estas ciudades lo eran a veces solo de 
palabra, dados sus emplazamientos dispersos, 
suburbanizados y ecológicamente nocivos.
De todo esto se sigue que, mientras fantaseamos 
sobre cómo aplicar nuestra nueva conciencia 
ecológica para resucitar las ciudades 
estadounidenses, no debemos descuidar este 
importantísimo componente social. No quisiera 
promover solo ciudades con más edificios con 
certificación lEED, infraestructuras más 
ecológicas y mejores sistemas de transporte 
público, sino también pensar cómo podemos 
valernos de estas nuevas herramientas para lograr 
ciudades donde se dé una mayor integración racial 
y económica, como lugares para vivir, trabajar y 
actuar. al nivel más básico, esto significa incluir en 
nuestras definiciones de sostenibilidad, e invertir 
dinero en ello, una mejora de las infraestructuras 
que no solo incluya el tránsito masivo, sino 
también la calidad de la educación pública para 
hacer de las ciudades lugares atractivos donde 
una variedad de estadounidenses puedan sacar 
adelante a sus familias.
Para decirlo sin rodeos, el urbanismo sostenible no 
puede traducirse en ciudades verdes para blancos 
ricos.
Ciudad Ranking 
en 1950
Población 
en 1950 
(millones)
Ranking 
en 2000
Población 
en 2000(millones)
Índice de disimilitud 
entre blancos 
y negros en 2000*
Nueva York 1 7,9 1 8 85,3
Chicago 2 3,6 3 2,9 87,3
Filadelfia 3 2,1 5 1,5 80,6
Los Ángeles 4 2 2 3,7 74
Detroit 5 1,8 10 1 63,3
Baltimore 6 0,9 17 0,7 75,2
Cleveland 7 0,9 33 0,5 79,4
St. Louis 8 0,9 48 0,3 72,4
Washington 9 0,8 21 0,6 81,5
Boston 10 0,8 20 0,6 75,8
Houston 14 0,6 4 2 75,5
Dallas 22 0,4 8 1,2 71,5
San Antonio 25 0,4 9 1,1 53,5
San Diego 31 0,3 7 1,2 63,6
Phoenix 99 0,1 6 1,3 54,4
Población urbana de Estados Unidos 
de 1950 a 2000, por tamaño, posición 
y grado de segregación racial de las 
ciudades en 2000
Población total de Estados Unidos: 1950 = 
150,7 millones; 2000 = 281,4 millones
En cursiva = ciudades cuya población ha 
aumentado entre 1950 y 2000
*0 = integración completa; 100 = segregación 
completa
Fuentes: Censo de Estados Unidos, tabla 18, 
“Population of the 100 Largest Urban Places: 
1950”, www.census.gov/population/ www/
documentation/twps00027/tab13.txt; “2000 
Census: US Municipalities over 50,000: ranked 
by 2000 Population”, www.demorgraphia.com/
db-uscity98.htm; “racial Segregation Statistics 
for Cities and Metropolitan Areas”, 
Censusscope, www.censusscope.org/
segregation.htm
9
www.census.gov/population/ www/
www.demorgraphia.com/
www.censusscope.org/
 
El retorno de 
la naturaleza
Preston Scott Cohen y Erika Naginski
Que la naturaleza haya vuelto con fuerza a la teoría 
y práctica de la arquitectura va más allá de la 
transmutación de la tríada vitruviana de firmitas, 
utilitas y venustas en el lema de equidad, 
biodiversidad y sabio desarrollo del discurso 
sostenible. la relación entre naturaleza y 
arquitectura que encontramos en la copiosa 
bibliografía sobre sostenibilidad se debe a un 
imperativo moral dictado por la actual crisis 
medioambiental que, como en una tragedia griega, 
se basa en la finitud de los recursos naturales 
frente al ciclo infinito y funesto de la producción 
y del consumo humanos. De este agón surge la 
búsqueda de una arquitectura responsable, y el 
drama apocalíptico se ensaya en movimientos 
como la arquitectura natural, que cosifica el 
supuesto misterio y la fragilidad de los materiales 
naturales al disponer y exponer hojas, ramas y 
rocas en intervenciones efímeras. De igual modo, 
la esperanza acaba situándose, de un modo 
resuelto y problemático, en la promesa tecnológica 
(pese al espectro de modalidades históricas, como 
la contaminación y la obsolescencia); existe, pues, 
una biomímica, por citar solo un ejemplo, en la 
que la emulación de formas y procesos naturales 
afianza la creación de materiales tales como 
adhesivos que imitan a los de los mejillones, 
baldosas cerámicas con la resistencia de las 
conchas de las orejas de mar o vidrio con 
las capacidades purificadoras del aire de ciertas 
plantas.
Hasta qué punto estas plataformas bioéticas 
reniegan potencialmente del proyecto de que 
la arquitectura sigue siendo una cuestión 
fundamental. Por ahora, la tendencia a 
“neutralizar” la forma arquitectónica bajo el 
régimen digital ha hecho patentes dos tendencias 
que, cada cual a su manera, rechazan la vida 
cultural, social y simbólica de las formas. la 
primera incluye un cálculo directo que intenta 
traducir la conducta percibida de ciertos sistemas 
naturales, imbuyendo así la forma con una especie 
de conductismo naturalizado; la segunda está 
ligada a una tradición clásica que asocia 
matemáticas y naturaleza y sustituye la autoridad 
compositiva del proyectista con la generación 
computerizada de patrones. Demasiado a menudo, 
el resultado es una suerte de ornamento 
desvitalizado o formas retóricas que, al fin y al 
cabo, re-presentan la naturaleza, volviendo así a la 
mímica como principio (una vez más, la copia 
moralizada). Si el formalismo moderno viró 
demasiado hacia la pureza utópica de la autonomía 
del arte, la sostenibilidad ha dado un giro radical en 
la dirección opuesta; es decir, hacia la primacía 
ontológica del medio ambiente biológico, al tiempo 
que busca refugio en una agenda ética que no solo 
rehúye las críticas, sino que, además, le niega 
formar parte de un sistema formal y formalizado. 
Este declive de escalas no se produjo sin pagar un 
precio: correr el riesgo de respaldar un terreno 
crítico caracterizado por el neoempirismo y el 
ahistoricismo. Como hace no mucho expresara 
andrew Payne, la supuesta “prioridad del sistema 
natural sobre sus correlativos sociales y políticos 
puede producir el efecto de un embargo 
precipitado de la cuestión de cómo estos diferentes 
regímenes interactúan dentro de la dinámica que 
vincula la historia natural y la cultural, y, más aún, 
del grado y tipo de autonomía que posibilitan esas 
interacciones”.3
Nuestros robles ya no son oráculos, ni les 
pedimos ya muérdago sagrado; este culto 
tiene que reemplazarse con cuidados...1
Charles-Georges Le Roy
La biopolítica estadounidense ve en la 
naturaleza su propia condición de 
existencia: no solo el origen genético y la 
materia prima, sino también el referente 
único de control. La política es incapaz de 
dominar la naturaleza o de conformarla a 
sus fines, por lo que ella misma parece 
estar ‘informada’ de modo que ya no 
quepan otras posibilidades constructivas.2 
Roberto Esposito
10CoLABorAr I
 
Precisamente porque la sostenibilidad introduce 
nuevas y complejas restricciones, es necesario 
cambiar de velocidad para evitar incorporar las 
dimensiones sociales, políticas y culturales del 
entorno construido bajo el estatus primario de la 
naturaleza. En primer lugar deberíamos decir algo 
sobre el papel que desempeñan estas 
restricciones en las interpretaciones modernas 
de la naturaleza respecto a cuestiones de función 
y de códigos. Más tarde necesitaríamos realizar 
una comparación real entre la condición limitante 
del medio ambiente y otros momentos de 
“interferencia funcional” con la forma 
arquitectónica (como la introducción del ascensor, 
que transformó la relación entre los edificios y la 
ciudad y, por ende, a la ciudad en sí; la seguridad 
contra incendios, que cambió radicalmente la 
distribución social de los interiores; y la adopción 
de normativa para rampas de acceso para 
discapacitados, que alteró de manera fundamental 
la concepción de umbrales y secuencias). En cada 
uno de estos casos las limitaciones operaron en el 
corpus de la arquitectura y produjeron un cambio 
efectivo desde el punto de vista espacial e 
institucional; al fin y al cabo, existe una larga 
tradición de arquitectos que lucha contra aquello 
que se interponga entre ellos y su licencia para 
experimentar.
Más importante aún es reconocer que no estamos 
ante una calle de sentido único: es tan probable 
que la arquitectura provoque un cambio 
(arquitectura transformativa) como que responda 
a él (arquitectura reactiva). Podríamos argumentar 
que, pese a la vorágine de llamadas a la novedad 
y a la retórica moralizante que hoy gira en torno 
a los dimes y diretes de la sostenibilidad, esta 
cuestión puede sumarse al extenso legado de 
cómo, tanto en el pasado lejano como en el 
reciente, los factores externos se han impuesto 
a la arquitectura, y viceversa, de forma simbólica 
y concreta. Para decirlo de otro modo: desmitificar 
lo ecológico y lo sostenible es poner de manifiesto 
la condición de posibilidad de la arquitectura.
En efecto, la llamada a las armas de la 
sostenibilidad pertenece a un complejo arco 
histórico con momentos cruciales que van desde 
el bosque primordial de Giambattista Vico como 
antípoda de la civilización humana, pasando por 
las analogías entre sistemas ecológicos y 
economías políticas del siglo xx, hasta la 
demostración más reciente de cómo se acumulan 
las fuerzas y resonancias fundamentales para 
construirse en formas y figuras. Todo ello pone 
de manifiesto que el problema de la forma en el 
diseño resulta vital, no secundario, yque, sobre 
todo, no debe verse simplemente sujeto a las 
llamadas de un horizonte ético (ni convertirse en 
un receptor pasivo del mismo), tal como lo están 
delimitando los modos medioambientales 
actuales. ¿Cómo sopesar al legado posthumanista 
(y posthumano) de la arquitectura frente al valor 
otorgado a la naturaleza por las ideologías de 
sesgo bioético? ¿Cómo delimitar la encrucijada 
cambiante que existe entre la ecología, la sociedad 
y la filosofía estética? ¿Cómo despejar el aire 
(ideológico)?
Este texto surge de la descripción del programa para los simposios 
sobre arquitectura de la Harvard University, que, entre 2009 y 2010, 
organizó una serie de conferencias en torno a la autonomía de la 
arquitectura ante el imperativo sostenible.
1 Le roy, Charles-Georges, voz “Bosque”, en Diderot, Denis y 
D’Alembert, Jean Le rond (eds.), Encyclopédie ou dictionnaire rai-
sonné des sciences, des arts et des métiers, par une Société de 
Gens de lettres (1751-1772), vol. 7, pág. 129: “Nos chênes ne ren-
dent plus d’oracles, et nous ne leur demandons plus le gui sacré; il 
faut remplacer ce culte par l’attention”. Para una profunda reflexión 
sobre la voz de Le roy, véase: Harrison, robert Pogue, Forests: 
The Shadow of Civilization, University of Chicago Press, Chicago, 
1992, págs. 113-124.
2 Esposito, roberto, Bios: biopolitica e filosofia, Einaudi, Turín, 
2004 (versión castellana: Bíos: biopolítica y filosofía, Amorrurtu, 
Buenos Aires, 2006).
3 Payne, Andrew, “Sustainability and Pleasure: An Untimely Medi-
tation”, Harvard Design Magazine, núm. 30, Cambridge (Mass.), pri-
mavera/verano de 2009, pág. 78.
11
 
Prácticas urbanas ecológicas: 
Las tres ecologías de Félix Guattari
Verena Andermatt Conley
Hace ya varias décadas, Henri lefebvre proclamó 
la desaparición de la longeva distinción entre la 
ciudad y el campo en su estudio La revolución 
urbana.1 lefebvre puso sus esperanzas futuras 
para el planeta en un proceso de urbanización que 
remediara los males derivados de la modernidad, 
basados en el dominio del hombre sobre la 
naturaleza. Menos utópicos en relación con las 
bondades intrínsecas de la urbanización, Gilles 
Deleuze y Félix Guattari –que reconocían su deuda 
con el teórico de la cultura Paul Virilio, quien venía 
registrando el impacto de las tecnociencias desde 
la II Guerra Mundial– declaran en repetidas 
ocasiones que todo pensamiento ecológico tiene 
que partir de las condiciones actuales; es decir, 
de la revolución genética, la globalización de los 
mercados, la aceleración de los transportes y las 
comunicaciones, así como de la interdependencia 
de los grandes centros urbanos. Guattari, quien se 
presentó –aunque sin éxito– a un cargo público 
para un partido verde, escribió en su brillante y 
conciso ensayo Las tres ecologías,2 publicado en 
1989, simultáneamente a la caída del Muro de 
berlín, que teníamos que vérnoslas “con” estas 
condiciones para poder así rectificarlas mediante 
la recomposición total de los objetivos y los 
métodos de los movimientos sociales. No se trata 
de volver atrás, a antiguas formas de vida. la 
ecología no es la prerrogativa de un puñado de 
amantes de la naturaleza un tanto folclóricos 
y arcaizantes en un momento en el que, más que 
nunca, resulta imposible separar naturaleza 
y cultura. a diferencia de la mayor parte de los 
pensadores franceses (con la notable excepción 
de bruno latour), que se perdieron por los 
Caminos del bosque de Martin Heidegger, 
Guattari afirma que las tecnociencias son 
fundamentales para la supervivencia del planeta, 
con su densidad demográfica y sus problemas 
ecológicos actuales.
No obstante, la reorientación de las tecnociencias 
no puede producirse sin antes recomponer 
la subjetividad y la formación de los poderes 
capitalistas; por sí mismos, los reajustes 
tecnocráticos no bastan. Guattari concibe una 
ecosofía, que funciona simultáneamente en tres 
registros –social, mental y ambiental– y que 
generaría unas nuevas, y más placenteras, formas 
de vida en común. En su estado presente, el 
mundo se encuentra bajo la influencia de los 
medios de comunicación y el mercado, donde una 
gente infantilizada vive en agregados cargados 
de muerte. Guattari reclama que, en el marco del 
capitalismo actual, la antigua distinción entre 
infraestructuras y superestructuras ha sido 
sustituida por varios regímenes intercambiables de 
signos: económicos, jurídicos, científicos o 
aquellos que se ocupan de subjetivar.
al denunciar la preeminencia del régimen 
económico actual y esperar poder introducir el 
tiempo y el espacio en las ciencias, Guattari pone 
un énfasis especial en la cuestión de la 
subjetivación. En un esfuerzo por concebir una 
articulación eticopolítica y recurriendo a un 
vocabulario neosartreano, declara que todo aquel 
que se involucre en los campos propios de los 
procesos de subjetivación tiene la responsabilidad 
de abrir un en-soi (en sí) letal de los actuales 
territorios de la existencia hacia un pour-soi (por 
sí) precario, procesal y abierto al mundo. No solo 
los psicoanalistas están en disposición de influir 
sobre la psique de la gente, sino también, entre 
otros, los educadores, los artistas, los arquitectos, 
los urbanistas, los diseñadores de moda, los 
músicos y las figuras del deporte y la farándula... 
y ninguno de ellos puede esconderse detrás de 
una llamada neutralidad transferencial. Deben 
ayudar a producir el cambio al introducir una cuña, 
producir una interrupción o abrir espacios que 
12CoLABorAr I
 
puedan ocuparse con proyectos humanos que 
conduzcan a nuevas formas de sentir, percibir 
y pensar. Un paradigma ético tiene que 
complementarse con otro estético que impida 
que los procesos caigan en la repetición mortal, 
de modo que cada performance particular 
inaugure espacios que no puedan fijarse con 
respaldos teóricos o por la fuerza de la autoridad, 
pero que siempre sean works in progress.3
al rechazar los antiguos paradigmas de lucha 
social que se organizaban alrededor de ideologías 
unificadas, Guattari hace un llamamiento a una 
recomposición ecológica diversa en diferentes 
campos. aunque no descarta por completo los 
objetivos unificadores que se ocupen, por ejemplo, 
de la ecología urbana, sí destaca que no podemos 
seguir recurriendo a eslóganes o consignas que 
promuevan líderes carismáticos en lugar de a 
invenciones singulares. Para hacer que la ciudad 
sea habitable no solo es necesaria una 
macropolítica, sino también micropolíticas, y 
también es importante no reemplazar un término 
por su contrario. la pregunta no consiste pues en 
establecer reglas universales, ni marcar las cosas 
como “dentro” o “fuera” –que es lo que viene 
haciéndose ante la crisis económica actual–, 
sino que gravita alrededor de cómo desarticular 
las oposiciones binarias entre los distintos 
estamentos ecosóficos y cómo generar cambios 
de la sensibilidad y de la inteligencia de forma 
paulatina, dúctil y no violenta.
a la hora de poner esto en práctica, Guattari 
propone no limitarse a sustituir el desacreditado 
movimiento moderno por una nueva visión, sino 
entablar un proceso de transformación constante, 
capaz de incluir la construcción de una ciudad 
porosa con materiales más ecológicos, la recogida 
de agua de lluvia, el uso de energía eólica y solar, 
así como otros modos de relación con el propio 
cuerpo, nuevas interacciones de grupo y deshacer 
la ecuación actual que existe entre bienes 
naturales, materiales y culturales, que se basa 
solamente en su rentabilidad.
aunque Guattari deja bien claro que debemos 
renovar constantemente nuestros paradigmas 
teóricos, su breve ensayo y su mensaje urgente 
abogan por una militancia analítica, por actuar 
y pensar, teorizar y poner en práctica 
simultáneamente, lo que sigue siendo válido para 
el urbanismo ecológico de hoy. En un mundo 
globalizado con grandes megaciudades, quienestraten con las subjetividades –y esto incluye a 
arquitectos y urbanistas– tienen la responsabilidad 
de abrir espacios que puedan ser habitados por 
los proyectos humanos a través de las lentes 
intercambiables de las tres ecologías.
1 Lefebvre, Henri, La Révolution urbaine, Éditions Gallimard, 
París, 1970 (versión castellana: La revolución urbana, Alianza, 
Madrid, 1983).
2 Guattari, Félix, Les Trois ecologies, Éditions Galilé, París, 1989 
(versión castellana: Las tres ecologías, Pre-Textos, Valencia, 1996).
3 Ibíd.
La reorientación de las tecnociencias no 
puede producirse sin antes recomponer 
la subjetividad y la formación de los poderes 
capitalistas; por sí mismos, los reajustes 
tecnocráticos no bastan.
13
 
Modernizar la ciudad
Leland D. Cott
¿Qué debe hacerse para que nuestras ciudades 
sean más sostenibles? los problemas ya están 
bien documentados; las soluciones propuestas 
van desde conceptos conocidos –como los 
huertos urbanos y las medidas para la 
conservación del agua– hasta nociones más 
sofisticadas para enclaves de energía cero en 
suburbios y desiertos. Parece que, pese a la 
enorme tarea que tenemos por delante, tenemos 
la sensación de contar con un conocimiento 
colectivo para enfrentarnos a los problemas 
que comporta nuestra insensibilidad global con 
relación al medio ambiente y que, por tanto, 
podemos generar un futuro alternativo al que 
dirigirnos.
Hacer esto requerirá de una acción eficaz a todos 
los niveles. Se necesitarán soluciones a largo plazo 
y de bajo consumo energético si queremos dejar 
una huella de carbono menor a la existente, pero 
también en estos momentos podemos hacer 
mucho para remediar la situación actual. 
Nuestras ciudades contienen millones de edificios 
institucionales, comerciales y residenciales, y la 
mayoría de ellos despilfarra energía o la usa de 
modo ineficaz. Tomando cualquier indicador, 
casi todos nuestros edificios se revelan como 
la antítesis de lo “sostenible,” pues fueron 
concebidos y construidos mucho antes de finales 
del siglo xx, cuando los costes energéticos se 
consideraban desdeñables y se suponía que los 
recursos energéticos eran inagotables. Entonces, 
¿qué medidas pueden tomar las industrias 
actuales de la construcción y la inmobiliaria para 
mejorar la sostenibilidad?
 
Para comenzar, debemos intentar reutilizar tantos 
edificios como sea posible. Está en nuestras manos 
ahorrar hasta un 40 % de la energía que hoy 
utilizamos, así como limitar las emisiones de 
carbono, con solo reutilizar los edificios existentes 
en Estados Unidos. Este argumento cobra aún más 
fuerza si consideramos la cantidad de energía 
incorporada de los edificios existentes, lo que hace 
que las discusiones en favor de la demolición, 
la eliminación de residuos y la construcción de 
edificios nuevos sean difíciles de justificar. los 
gobiernos federales, estatales y municipales han 
comenzado a apoyar a la comunidad inmobiliaria 
con reducciones tributarias sobre el patrimonio y 
créditos para el impuesto sobre la renta, de modo 
similar a como se estimularon la conservación del 
patrimonio histórico y la reutilización de inmuebles 
hace treinta y cinco años.
Serán necesarios grandes subsidios de este tipo 
para incentivar que las inmobiliarias y los gestores 
inmobiliarios participen en un programa nacional 
de reconversión energética. Desde un punto de 
vista inmobiliario, el valor normalmente se mide en 
términos de rentabilidad de la inversión, por lo que, 
dado el coste actual de la energía y las reformas, 
son muy pocas las reconversiones de edificios que 
satisfacen los criterios para que se recupere la 
inversión de aquí a cinco o siete años. Puede que la 
ayuda con subsidios deba ser obligatoria para 
compensar los costes de lanzamiento en apariencia 
altos en favor de ahorros a más largo plazo. Cabe 
esperar que, a medida que los inquilinos sepan más 
del tema, entiendan que un consumo excesivo de 
energía afecta negativamente a sus ingresos y 
prefieran no alquilar edificios obsoletos. Un edificio 
reconvertido gasta menos energía, genera menos 
gastos y, probablemente, resulta más atractivo 
desde un punto de vista comercial.
14CoLABorAr I
 
 Un futuro en el que nuestras ciudades cuenten 
con un stock de edificios completamente 
modernizados, sostenibles y de bajo consumo 
podría alcanzarse en las siguientes una o dos 
décadas. El éxito de este proceso podría 
abastecernos de una serie de edificios eficientes 
que nos ayuden a avanzar hacia un urbanismo 
ecológicamente sostenible de cara a un futuro 
más lejano.
Está en nuestras manos ahorrar hasta 
un 40 % de la energía que hoy utilizamos, 
así como limitar las emisiones de carbono, 
con solo reutilizar los edificios existentes 
en Estados Unidos.
15
 
Entornos urbanos productivos
Margaret Crawford
las ciudades actuales tienen una fuerte huella de 
carbono y, para que puedan ser sostenibles, las 
ciudades del futuro deben tender a emisiones de 
carbono negativas. Hay que encontrar nuevas 
maneras de contrarrestar la energía que se 
incorpora a la ciudad con el aumento de la 
producción de energía, alimentos, transporte y 
viviendas sostenibles, al tiempo que mejoramos 
la salud pública y la calidad de vida. Para hacerlo 
debemos cuestionar el conocimiento heredado 
que tenemos sobre el medioambientalismo y sobre 
las numerosas definiciones existentes de ciudad.
al destacar que la mayor parte de las pérdidas 
energéticas se producen en el traspaso desde 
las plantas generadoras a los sistemas de 
distribución, el ensayo de Michelle addington que 
aparece en este volumen (págs. 244-255) nos 
sugiere un nuevo enfoque y una nueva escala para 
el ahorro eléctrico que desafía a la actual obsesión 
de los arquitectos por la producción de edificios 
que ahorren energía. Esto dirige nuestra atención 
desde el edificio individual a las redes eléctricas 
regionales y nacionales, situadas lejos de las áreas 
urbanas. Este marco ampliado podría sernos de 
mayor utilidad si pensamos en las ciudades como 
un elemento dentro de un sistema mayor, y no 
como entidades bien definidas, una idea también 
expresada en los mapas que acompañan al ensayo 
sobre “regiones urbanas” de richard T. T. Forman.
aunque históricamente se ha contrapuesto el 
campo a la ciudad, asumiendo que el primero 
abastecía de alimentos a la segunda, las prácticas 
agrarias actuales se están volviendo cada vez más 
diversas. la definición cambiante de granja, 
o de agricultor, ha estimulado la aparición de la 
horticultura casi en cualquier lugar. las regiones 
metropolitanas y los terrenos urbanos 
abandonados o en desuso, las tierras de 
fideicomiso, los jardines comunitarios, las escuelas 
o los campus universitarios y hasta los jardines de 
las casas suburbanas han comenzado a producir 
alimentos. También han surgido nuevos canales 
de distribución de alimentos: mercados de 
productores, agricultura comunitaria, restaurantes 
y mercados especializados en productos locales y 
hasta recolectores que reparten frutas caídas; 
todos ellos contribuyen a hacer que los alimentos 
locales estén ampliamente disponibles. aunque en 
Estados Unidos estas formas de agricultura no 
puedan competir con la gigantesca agroindustria 
del Medio oeste o del Central Valley californiano, 
Dorothée Imbert explica que sus beneficios 
trascienden lo meramente económico ya que, 
además de generar trabajo y aumentar los 
ingresos, la agricultura urbana favorece la 
cohesión cívica y comunitaria, acerca a la gente a 
los ritmos de la naturaleza, mantiene tradiciones 
étnicas y culturales, educa a los niños sobre 
alimentación, provee productos de alta calidad y, 
lo que no es menos importante, permite disfrutar 
del placer y la belleza como partes integrales del 
buen comer.
16CoLABorAr Ial imaginar lo que nos deparará el futuro, Mitchell 
Joachim nos presenta un abanico de propuestas 
sostenibles posibles, aunque meramente 
hipotéticas, para los entornos urbanos basados en 
asentamientos en entornos naturales. al imaginar 
una “ciudad” capaz de autoabastecerse, Joachim 
presenta proyectos inspirados en la manipulación 
de formas orgánicas mediante el uso de 
tecnologías innovadoras. Por ejemplo, el Fab Tree 
Hab toma la metáfora literal de una casa viva al 
utilizar un árbol como prototipo para un estilo de 
vida ecológico. Joachim también propone nuevas 
tecnologías de transporte que van desde los 
sistemas de transporte subterráneos hasta el 
rediseño de automóviles lentos impulsados por 
motores eléctricos individuales en las ruedas, de 
modo que los vehículos se adapten a la ciudad, y 
no al revés.
¿Qué tipo de entorno urbano producirán estas 
ideas? Sin duda, no el de la ciudad compacta 
a la que aspiran tantos defensores del urbanismo 
sostenible. En su conjunto, sugieren más bien una 
suerte de urbanismo en expansión, con viviendas 
y lugares de trabajo más en consonancia con la 
naturaleza y la agricultura que los actuales. 
al combinar las diferentes ideas que se articulan 
en torno a un ambiente urbano productivo, 
podemos imaginar una variedad de nuevos 
paisajes. Con una red energética sostenible capaz 
de albergar y distribuir fuentes de energía a 
pequeña y gran escala, este entorno ecológico 
tendría una infraestructura eléctrica y de 
transporte, viviendas y puestos de trabajo, 
espacios para la agricultura y áreas naturales 
entretejidas en nuevas combinaciones aún por 
imaginar. En lugar de volver a imponer antiguos 
modelos urbanos basados en la densidad y la 
finitud, quizás deberíamos mantener nuestras 
opciones abiertas en aras de la sostenibilidad. 
En lugar de contar con un ideal urbano normativo, 
deberíamos dirigirnos en direcciones múltiples con 
vistas a producir resultados diversos.
17
 
COLABORAR II
Amy C. Edmondson, profesora de la Harvard Business School, 
señala que existen investigaciones que demuestran que los 
esfuerzos colaborativos entre personas similares tienen más éxito 
que aquellos entre grupos diversos. Es necesario un liderazgo 
fuerte para coordinar dichos esfuerzos, así como respeto 
recíproco y que se reconozcan los diferentes lenguajes y formas 
de trabajo. La exploración que David Edwards hace de la 
purificación del aire viene seguida por el provocador ensayo de 
Susan S. Fainstein sobre la justicia social. En lo que inicialmente 
parece contradictorio es donde pueden surgir nuevas 
posibilidades. ¿Tiene relación la calidad del aire con la justicia 
social? Por supuesto que sí. En la reunión de contradicciones 
podemos encontrar respuestas para la ciudad actual y futura. 
Por ejemplo, Edward Glaeser aboga por una forma de vida más 
templada, lejos de los extremos del calor y el frío excesivos, 
aunque esas zonas templadas sean a menudo las mejor 
preservadas: “Si Estados Unidos quiere ser más ecológico, debe 
construir más en San Francisco y menos en Houston”. ¿Bajo qué 
parámetros estas ciudades son más ecológicas? Uno de los temas 
que este ensayo explora: los parámetros y el lenguaje que 
empleamos para evaluar el urbanismo ecológico. Donald E. Ingber, 
director del Wyss Institute for Biologically Inspired Engineeiring 
de la Harvard University, nos enseña cómo las ciudades podrían 
evolucionar en el futuro, al tiempo que nos advierte que nos 
exigirán nuestra colaboración en formas hasta hora inauditas.
 
Retos de gestión de la transformación urbana: 
organizar para aprender
Amy C. Edmondson
La purificación del aire en las ciudades
David Edwards
Justicia social y urbanismo ecológico
Susan S. Fainstein
El gobierno de la ciudad ecológica
Gerald E. Frug
Un futuro subterráneo
Peter Galison
Templado y limitado
Edward Glaeser
Arquitectura adaptable de inspiración 
biológica y sostenibilidad
Donald E. Ingber
COLABORAR II
 
Retos de gestión de la 
transformación urbana: 
organizar para aprender
Amy C. Edmondson
Mi trabajo de investigación estudia las 
interacciones humanas en cuyo marco se toman 
decisiones y se realiza un trabajo para transformar 
organizaciones complejas. Son aquellas que 
cuentan con muchas partes interconectadas 
que deben coordinarse para alcanzar las metas 
propuestas. Sin duda, mediante la introducción 
de una complejidad añadida de diversas 
organizaciones interconectadas –viviendas, 
lugares de trabajo, comercio, escuelas y agencias 
gubernamentales–, las ciudades deben 
transformarse de modos compatibles para generar 
los sistemas urbanos sostenibles del futuro. Nadie 
sabe cómo hacerlo, pero está claro que no podrá 
conseguirse sin innovación y colaboración. 
También es evidente que la transformación 
no puede planificarse y controlarse de un modo 
centralizado.
En todas partes he introducido la diferencia que 
existe entre “organizar para aprender” y “organizar 
para ejecutar”.1 Las técnicas clásicas de gestión, 
como el control de calidad o la medición del 
rendimiento, fueron diseñadas para facilitar una 
ejecución fiable de los procesos establecidos, 
y son efectivas cuando las soluciones para lograr 
que se haga el trabajo ya existen y se entienden 
bien. Ya sea para regular operaciones rutinarias o 
para implementar cambios localizados, “organizar 
para ejecutar” debe observar un plan, suprimir las 
divergencias y no desviarse de los procesos 
prescritos sin una buena causa.
Por otro lado, las situaciones en las que falta el 
conocimiento sobre cómo producir resultados 
requieren “organizar para aprender”. En este caso, 
los gestores intentan aumentar en lugar de reducir 
las divergencias, para promover experimentos y 
premiar el aprendizaje y la innovación por encima 
de la obediencia y la precisión. “Organizar para 
aprender” comprende tres aspectos esenciales: 
una intensa colaboración entre disciplinas, una 
rápida iteración (pequeños experimentos que 
producen pequeños fracasos y éxitos) y un 
intercambio de conocimiento (para propagar 
rápidamente los descubrimientos útiles).
Colaboración. La investigación sobre diseño 
y desarrollo de productos demuestra que una 
postura colaborativa basada en el trabajo en equipo 
permite mejorar la calidad, la eficiencia y la 
satisfacción del cliente en comparación con 
el trabajo independiente de especialistas.2 
El trabajo en equipo integra el conocimiento 
funcional –ingeniería, diseño, marketing y finanzas– 
y obliga a pensar en soluciones intermedias desde 
un inicio para permitir mejores soluciones de 
diseño. Al mismo tiempo, la investigación 
conductual demuestra que los equipos diversos 
–aquellos que abarcan fronteras demográficas, 
geográficas, de estatus o experiencia– a menudo 
tienen menor rendimiento que los equipos más 
homogéneos. Para que se logren beneficios de 
una colaboración es necesario un liderazgo hábil.3
Iteración. Evaluar los fracasos y sus lecciones 
forma parte esencial de “organizar para aprender”. 
La innovación organizativa se produce cuando 
los equipos identifican y ponen a prueba nuevas 
ideas mediante ensayo y error.4 No obstante, 
las organizaciones y las profesiones conllevan 
jerarquías sociales y la experimentación genera 
20COLABORAR II
 
incertidumbre. La jerarquía social intensifica los 
riesgos interpersonales de la experimentación 
(que, por su naturaleza experimental, a menudo 
falla) y de las discusiones extremadamente abiertas 
que le siguen. La rápida iteración puede prosperar 
cuando los líderes trabajan para construir un clima 
de seguridad psicológica.5
Intercambio de conocimientos. La propagación 
del conocimiento sobre qué funciona y qué no hace 
que en los sistemas complejos se produzcaun aprendizaje más rápido que exclusivamente 
mediante la experimentación local. En la esfera 
pública, los problemas –que van desde la 
malnutrición a las infecciones y el crimen– 
se benefician de compartir nuevas prácticas 
potencialmente mejores.6 Las empresas con 
empleados distribuidos por todo el mundo también 
están encontrando nuevas maneras de diseminar 
prácticas más eficientes, que combinen la riqueza 
emocional de las interacciones personales cara 
a cara con la eficacia de los sistemas de intranet.7 
Las buenas prácticas se difunden cada vez más 
rápido.8
Desde este punto de vista, el urbanismo ecológico 
tomará forma mediante la distribución del 
aprendizaje colaborativo. Las ciudades deben 
transformarse proyecto a proyecto (colaboración 
a colaboración), y crear e implementar nuevas 
tecnologías y contratos sociales a través de los 
cuales pueda llevarse a cabo la promesa de un 
urbanismo ecológico. Deben surgir proyectistas 
líderes, capaces de tocar los corazones y las 
mentes de la gente ante el viaje tan incierto 
que tenemos por delante.
1 Edmondson, Amy C., “Organizing to Learn”, HBS, núm. 5-604-
031, Harvard Business School Publishing, Boston, 2003; y “The 
Competitive Imperative to Learning”, Harvard Business Review 
núm. 86/7-8, 2008, págs. 60-67.
2 Wheelwright, Steven C. y Clark, Kim B., Revolutionizing Product 
Development, Free Press, Nueva York, 1992. 
3 Nembhard, I. y Edmondson, Amy C., “Making It Safe: The Effects 
of Leader Inclusiveness and Professional Status on Psychological 
Safety and Improvement Efforts in Health Care Teams”, Journal of 
Organizational Behavior, núm 27/7, 2006, págs. 941-966.
4 Edmondson, Amy C., “The Local and Variegated Nature of Lear-
ning in Organizations: A Group-Level Perspective”, Organization 
Science, núm. 13/2, 2002, págs. 128-146.
5 Edmondson, Amy C., “Psychological Safety and Learning Beha-
vior in Work Teams”, Administrative Science Quarterly, núm. 44/4, 
1999, págs. 350-383, y “Managing the Risk of Learning: Psycholo-
gical Safety in Work Teams”, en West, Michael A.; Tjosvold, Dean y 
Smith, Ken G. (eds.), International Handbook of Organizational 
Teamwork and Cooperative Working, Blackwell, Londres, 2003, 
págs. 255-276.
6 Sternin, J. y Choo, R., “The Power of Positive Deviancy”, Har-
vard Business Review, núm. 78/1, 2000, págs. 14-15; Nembhard, I., 
“Organizational Learning in Health Care: A Multi-Method Study of 
Quality Improvement Collaboratives”, tesis doctoral, Harvard Uni-
versity, 2007; Seabrook, J., “Don’t Shoot”, New Yorker, 22 de junio 
de 2009, pág. 85.
7 Edmondson, Amy C., et al., “Global Knowledge Management at 
Danone”, HBS, núm. 9-608-107, Harvard Business School Publis-
hing, Boston, 2007.
8 Shirky, Clay, Here Comes Everybody, Penguin, Nueva York, 
2008.
La cúpula Iris de Chuck Hoberman en la 
Expo 2000 de Hannover, Alemania. La 
cubierta retráctil se abre y se cierra como el 
iris de un ojo.
21
 
La purificación del aire 
en las ciudades
David Edwards
Las sustancias tóxicas volátiles que emiten 
muchas pinturas, tejidos y alfombras tienden a 
acumularse en zonas de circulación estancas 
de casas y oficinas.1 Este aire contaminado puede 
suponer peligros por exposición a corto y largo 
plazo, pues los clásicos sistemas HEPA y de 
filtración del carbono no eliminan de forma 
efectiva algunos de los gases más nocivos, 
como el formaldehído.2
Las plantas proporcionan un método tradicional 
para gestionar la contaminación del aire, pero su 
capacidad de filtración natural –aunque efectiva a 
nivel global– es limitada en un interior normalmente 
ventilado, salvo si se llena de plantas (unas 70 
cintas para un interior de 420 m2),3 o se cuenta con 
la ayuda del diseño y la ingeniería.
En los exteriores, la convección y la difusión 
proyectan la contaminación fuera del alcance 
de las plantas, donde los gases tóxicos que 
absorben las superficies expuestas –sobre todo 
las hojas– se degradan mediante procesos 
metabólicos naturales.4 En un interior estamos 
sentados o de pie, caminamos y hasta ponemos 
nuestras caras sobre las fuentes de contaminación 
que polucionan el aire que respiramos. Aunque 
tengamos plantas en el interior, generalmente es 
difícil que estas logren purificar el aire tóxico antes 
de que inadvertidamente lo inhalemos.
A mediados de la década de 1980, investigadores 
de la NASA abordaron el problema de la filtración de 
interiores al hacer pasar el aire contaminado a 
través de plantas de interior.5 Para mejorar la 
filtración del aire, los investigadores hicieron pasar 
el aire sucio por la tierra, donde las raíces y sus 
microorganismos asociados pueden proporcionar 
un segundo nivel de transformación metabólica. 
Esta mezcla de ventilación y filtración por tierra 
llevó a una serie de primeros prototipos de filtros 
vivos para purificar el aire contaminado.
Estos diseños de filtros vivos para interiores no 
tuvieron mucho éxito comercial, quizá debido (al 
menos en parte) a la velocidad máxima de 
filtración necesaria para que la tierra de las plantas 
no se seque mientras circula el aire por ella. 
Diseñados con la funcionalidad básica de finales 
de la década de 1980, los filtros de plantas son 
muy eficientes para eliminar gases tóxicos del aire, 
pero su índice de eliminación es ínfimo en 
comparación con los filtros tradicionales HEPA y 
de carbono.6 Esto hace que los filtros vivos sean 
eficientes cuando se ubican en locales estancos, 
pero a menudo son ineficientes en relación con 
los patrones de convección característicos de 
la mayor parte de los entornos interiores.
Conscientes de estas restricciones, hace poco 
abordamos el problema del aire en interiores 
mediante el diseño de un filtro vivo de aire más 
eficaz que el de la NASA, y también más atractivo 
desde el punto de vista estético. Es relativamente 
barato y su mantenimiento es tan fácil e intuitivo 
como el que normalmente asociamos al cuidado 
de las plantas. Yo mismo, en colaboración con 
el diseñador francés Mathieu Lehanneur, me 
encargué de su diseño en 2007, en ocasión de 
la inauguración del centro experimental de arte 
y diseño Le Laboratoire de París. El filtro Bel-Air 
hace que el aire contaminado atraviese las hojas 
22COLABORAR II
 
y la tierra de las plantas en macetas, pasa por 
un baño de agua y vuelve al entorno con una 
velocidad similar a la máxima del diseño de 
la NASA.
Bel-Air formó parte de la exposición Design and 
the Elastic Mind, celebrada en el Museum of 
Modern Art de Nueva York, y en 2008 ganó el 
premio Popular Science Invention. Hoy puede 
comprarse con el nombre comercial de filtro 
Andrea. Los filtros vivos como este pueden 
concebirse para escalas grandes y pequeñas. Una 
estrategia semejante 
de filtros vivos podría formar parte de una 
arquitectura urbana sostenible del futuro.
1 Mølhave, L., “Volatile Organic Compounds, Indoor Air Quality 
and Health”, Indoor Air, núm. 1, 2004, págs. 357-376. 
2 Chen, W. et al., “Performance Evaluation of Air Cleaning/Purifi-
cation Devices for Control of Volatile Organic Compounds in 
Indoor Air”, informe presentado en la Syracuse University, 2004.
3 Wolverton, B. C; McDonald, R. C. y Watkins, A. E. Jr., “Foliage 
Plants for Removing Indoor Air Pollution from Energy-Efficient 
Homes”, Economic Botany, núm. 38, 1984, págs. 224-228. 
4 Giese, Martina et al., “Detoxification of Formaldehyde by the 
Spider Plant (Chlorophytum comosum)”, Plant Physiology, 
núm. 104, 1994, pág. 1301.
5 Wolverton, B., “Foliage Plants for Improving Indoor Air Quality”, 
seminario de la National Foliage Foundation, Hollywood, Florida, 
19 de junio de 1988.
6 Chen et al., op. cit.
23
 
Justicia social 
y urbanismo ecológico
Susan S. Fainstein
Como tal, el urbanismo ecológico abarcatres 
ramas distintas del pensamiento ecológico: 
1) la protección ambiental, que se centra en la 
conservación de la naturaleza y en combatir 
la contaminación; 2) la ecología, que considera 
a los seres humanos dentro de los sistemas 
ecológicos y que se dirige a las interacciones 
entre humanos y naturaleza; 3) la justicia 
medioambiental, que considera el impacto del 
cambio medioambiental en grupos sociales 
desfavorecidos y analiza el impacto de la 
distribución de la política medioambiental. 
En consecuencia, permite la consolidación 
de movimientos sociales bastante diferentes: 
las clases medias y altas conservadoras y las 
iniciativas en aras de una mayor justicia 
medioambiental con base en la ciudad.
A menudo ambos movimientos se reducen a 
expresiones de la fórmula NIMBY (Not In My Back 
Yard; literalmente, “no en mi patio trasero”). 
Los medioambientales proteccionistas utilizan el 
entorno como un signo racional para oponerse a 
desarrollos de alta densidad e insistir en ubicar los 
terrenos indeseables, aunque necesarios, fuera 
de sus vecindarios. Los defensores de la justicia 
medioambiental rechazan estos mismos tipos de 
desarrollo basándose en que las comunidades 
de bajos recursos ya tienen cargas excesivas de 
usos que nadie quiere. Es importante invertir este 
negativismo de las reflexiones. El objetivo del 
urbanismo ecológico debería ser un programa 
con vistas a un desarrollo deseable para la gente 
y que mejore el entorno.
Los estímulos económicos incluidos dentro del 
programa de la administración de Obama para 
crear obras ecológicas intentan aunar la fuerza 
política de ambos movimientos, dándoles un giro 
positivo. Se pretende con ello generar una 
ecología más sostenible y fomentar además el 
crecimiento económico. Se trata de un esfuerzo 
por reconciliar lo que Scott Campbell llama el 
“triángulo del planificador”, la tensión que existe 
entre la promoción de iniciativas inmobiliarias, 
la equidad y la protección medioambiental.1 
Aún está por ver si esto se produce mediante 
la creación de obras ecológicas, pues estas 
no necesariamente se traducen en obras de 
calidad y la tecnología ecológica no siempre es 
estéticamente atractiva. Por ejemplo, a menudo 
para el reciclaje de basuras se emplea a 
emigrantes que trabajan delante de una cinta 
transportadora clasificando la basura de otra 
gente, y camiones de basura que atraviesan los 
barrios hasta llegar a las centrales de reciclaje. 
Los parques eólicos amenazan la vida silvestre 
y producen nuevos paisajes que muchos 
encuentran extremadamente desagradables.
Por otro lado, existen iniciativas que suman en 
positivo. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Nueva 
York está construyendo una vía verde a lo largo 
de la ribera sur del Bronx con recursos de los 
incentivos federales designados para 
infraestructura. Esta parte de la ciudad tiene un 
índice elevado de asma infantil y acusa la falta 
de espacios verdes. El nuevo parque generará 
empleos inmediatos para su construcción y otros 
más a largo plazo para su mantenimiento. 
No obstante, el Ayuntamiento de Nueva York 
24COLABORAR II
 
también ha invertido enormes sumas en la 
construcción del nuevo estadio de béisbol de los 
Yankees, también en el Bronx, que ha destruido un 
parque popular para proporcionar grandes 
superficies de aparcamiento, y se prevé un 
aumento de tráfico que consumirá grandes 
cantidades de energía. Aunque finalmente el 
parque vaya a sustituirse por un espacio público 
cuantitativamente comparable, este será menos 
accesible. La justicia medioambiental exige un uso 
más que ocasional de los fondos para crear 
espacios verdes en barrios pobres, lo que significa 
la redistribución de los gastos municipales para 
que el presupuesto total no favorezca a los 
promotores, los equipos deportivos o los barrios 
más ricos. En el actual contexto económico, se 
exige que se haga uso de estos recursos para la 
compra de propiedades embargadas, la creación 
de viviendas asequibles y un mayor gasto en 
servicios, y no en la construcción de autopistas.
A la larga, el urbanismo ecológico debe basarse 
en la construcción de ciudades compactas, y esto 
se traduce en densificación, a la que oponen 
resistencia tanto los ricos como los pobres. 
Puesto que restringir el crecimiento de las 
periferias implica una subida de los precios de 
las propiedades céntricas, según el principio 
de equidad el gobierno debería intervenir y reducir 
los costes de vivienda para quienes no puedan 
permitirse dicho incremento. Este tipo de 
urbanismo también necesita del ingenio 
de arquitectos y urbanistas, quienes deben 
encontrar configuraciones espaciales y diseños 
de edificios que generen una mayor densidad de 
la que suele considerarse atractiva. Deben 
encontrar nuevas soluciones para los edificios 
comerciales y residenciales, y crear espacios 
verdes asequibles y seductores dentro de un 
entorno urbano de mayor densidad. Las plazas 
vacías modernas, tan características de las 
urbanizaciones de vivienda de promoción pública, 
deben llenarse de gente, y deben crearse espacios 
verdes que atraigan a un amplio espectro de 
usuarios. Es necesario repensar la ecología 
urbana para intensificar la interacción entre las 
personas y los lugares, para que la ciudad se 
desarrolle equitativamente y sea más atractiva. 
La ecología urbana es la base de una urbanidad 
mejor, más interesante y justa.
1 Campbell, Scott, “Green Cities, Growing Cities, Just Cities? 
Urban Planning and the Contradictions of Sustainable Develop-
ment”, Journal of the American Planning Association, núm. 62/3, 
verano de 1996, págs. 296-312.
25
 
El gobierno de la ciudad ecológica
Gerald E. Frug
Actualmente circulan muchas ideas sobre cómo 
cambiar la naturaleza de la vida urbana. Asociadas 
a términos como urbanismo ecológico, 
sostenibilidad o crecimiento inteligente, intentan 
redirigir las políticas urbanas para limitar el 
impacto de las ciudades en el cambio climático, 
reducir la segregación espacial, favorecer la 
densidad contra la dispersión urbana, fomentar el 
transporte público o el uso de la bicicleta en lugar 
del automóvil, y animar los espacios públicos. 
Arquitectos, urbanistas, sociólogos, economistas y 
politólogos difieren mucho en sus planteamientos 
sobre cómo lograr estos objetivos, pero al menos 
en la comunidad académica parece existir un 
consenso cada vez mayor en que esta es la 
agenda que nos guiará en la dirección correcta. 
Sin embargo, hay unas preguntas básicas que se 
han formulado inadecuadamente en la bibliografía 
actual: ¿quién es el público de este catálogo de 
ideas?, ¿quién tiene el poder de implementar 
alguna de ellas, por no decir todas?
Las respuestas a estas preguntas, que durante 
mucho tiempo han quedado sin respuesta, 
se encuentran en el sistema legal. Las leyes 
establecen cómo se gobiernan las ciudades y 
cómo se distribuye el poder (o fracasan en la 
distribución de poder) para implementar esta 
agenda de consenso. La versión actual de estas 
leyes es completamente inadecuada y en gran 
parte contraproducente. El problema de diseño 
más urgente al que se enfrenta la transformación 
urbana no es, pues, el diseño de un edificio o 
un barrio en particular, sino el de la estructura 
de gobierno de la ciudad. Los arquitectos y los 
urbanistas llevan años de ventaja a los abogados 
y juristas en lo que se refiere a la ciudad 
ecológica.
En Estados Unidos, la actual estructura de 
gobierno de las ciudades fracasa por varias 
razones, aunque aquí me centraré solo en una de 
ellas: la fragmentación de la autoridad. Algunos 
de los puntos corresponden al gobierno del 
Estado, y otros a los ayuntamientos. En general, 
el Estado puede (y a menudo lo hace) limitar la 
potestad de las ciudades en casi cualquier 
materia. Otros asuntos, como los estándares dela calidad del aire, están en manos del gobierno 
nacional, y la ley federal limita las decisiones 
que pueden tomarse a nivel local y estatal. Otros 
poderes se otorgan a una multitud de entes 
estatales públicos, y a distintas autoridades 
encargadas del transporte, la vivienda, el 
desarrollo urbano y muchos otros temas que 
operan de forma poco coordinada. Finalmente, 
las leyes facultan a la iniciativa privada para 
controlar temas importantes, algunos sujetos 
a la normativa federal y del Estado (como el 
energético), otros sujetos al Estado y a los 
ayuntamientos (como los estándares de 
construcción), y otros que no están regulados en 
absoluto (como decisiones individuales sobre si 
conviene desplazarse en coche o en autobús).
Consideremos el impacto que este tipo de 
estructura de toma de decisiones produce 
en un único punto de la agenda medioambiental. 
El Estado de Nueva York ha delegado al 
Ayuntamiento de Nueva York la potestad de 
conceder licencias a taxis y limusinas. Para limitar 
el impacto de estos vehículos en el cambio 
26COLABORAR II
 
climático (pues circulan durante todo el día), la 
Comisión de Taxis y Limusinas de la ciudad decidió 
actualizar los estándares de emisiones para ambas 
flotas. La mayor parte de los medioambientalistas 
considerarían que una intervención tan obvia tiene 
muy poco interés. Sin embargo, los propietarios de 
los vehículos no solo protestaron y llevaron el 
asunto ante el tribunal federal para anular el fallo 
del Ayuntamiento, sino que además ganaron el 
caso. El tribunal concluyó que la ley federal 
impedía al Ayuntamiento (y, por ello mismo, 
al Estado) que regulara los estándares de 
emisiones, pues solo el gobierno federal tiene esa 
potestad. Es poco probable que el gobierno federal 
adopte una política específica para los taxis y las 
limusinas de Nueva York. Incluso si lo hiciera, 
las objeciones de los propietarios prevalecerían, 
salvo, claro está, que el Ayuntamiento pueda 
ingeniárselas para cumplir sus objetivos de 
otro modo.
Nadie que intente impulsar los objetivos de una 
ciudad ecológica hubiera partido de este marco 
legal. Todo el sistema de gobierno necesita una 
reforma completa, y aun así, los cambios legales 
son insuficientes. Es duro comprobar cómo hasta 
las mejores ideas para avanzar en los puntos de 
una agenda consensuada no prosperan si la 
estructura de gobierno no está diseñada para 
implementarlos.
El problema de 
diseño más urgente 
al que se enfrenta la 
transformación urbana 
no es, pues, el diseño de 
un edificio o un barrio 
en particular, sino el 
de la estructura de 
gobierno de la ciudad.
27
 
Un futuro subterráneo
Peter Galison
A 800 metros bajo tierra, a 40 km al este de 
Carlsbad, en el estado de Nuevo México, una serie 
de galerías paralelas de techos altos cortan un 
lecho seco de sal de roca de 250 millones de años 
de antigüedad. La luz fluorescente ilumina el 
corredor que corta la cueva en dos, pero el brillo 
desaparece rápidamente en la oscuridad de los 
corredores a izquierda y a derecha. Unas 
carretillas eléctricas entran y salen velozmente 
atravesando el viento seco que sopla por la mina. 
En una galería, un robusto camión minero rasca 
una pared de salitre de un color blanco crudo, y 
deposita los pedazos de sal en una procesión de 
camiones basculantes. Y más abajo de una “sala” 
acabada, un ascensor naranja aguarda inmóvil a 
que un bidón de peligrosos residuos de uranio baje 
con la ayuda de un robot. La maquinaria da la 
vuelta al recipiente de acero, lo inserta en el hueco 
cilíndrico en la pared de sal y lo sella con un tapón 
de hormigón. En otra parte, hileras de bidones de 
200 litros, apilados a lo largo y a lo ancho, 
permanecen a la espera. Una vez la cueva está 
llena, esta se sella con una enorme barrera de 
acero y los residuos se dejan ahí para siempre.
Bienvenidos a la Waste Isolation Pilot Plant (WIPP), 
una instalación del Departamento de Energía de 
Estados Unidos (DOE) que será el lugar de reposo 
final del plutonio y otros materiales contaminados 
de larga vida, desechos de la producción de armas 
que comenzó en Los Álamos en 1943 y prosiguió 
durante más de medio siglo. Cuando la excavación 
termine, la enorme presión geológica que hay 
a esta profundidad sacará la sal de los espacios 
horadados de manera que envolverán y 
encapsularán 28 millones de litros, más o menos, 
de residuos radiactivos. Finalmente se espera 
que el deslizamiento paulatino (de unos 8 cm 
al año) de las paredes de sal de los intersticios 
aplaste los residuos, y se espera que queden así 
aislados del contacto humano durante un período 
de tiempo larguísimo.
He aquí el gran desperdicio de nuestra civilización: 
los residuos de una fábrica de bombas que, en su 
apogeo, produjo un arsenal de más de 20.000 
cabezas nucleares. El objetivo planeado para las 
armas nucleares fue cambiando con el paso de 
los años. Primero fue la Alemania nazi, pues los 
científicos de Los Álamos creyeron estar en una 
carrera mortal por fabricar la bomba atómica antes 
de que Werner Heisenberg y su equipo de físicos y 
químicos lo hicieran. Tras la derrota de Alemania, 
el objetivo se desplazó al Japón imperial: en 
Hiroshima y Nagasaki, la II Guerra Mundial se 
convirtió en la I Guerra Nuclear. Pasados uno o dos 
años de la victoria aliada y hasta la caída del Muro 
de Berlín, se redefinieron los bandos del 
enfrentamiento: Estados Unidos y Europa 
occidental, por un lado, y la Unión Soviética y 
Europa oriental, por el otro. Los enemigos van y 
vienen; el plutonio permanece y seguirá estando 
ahí, pues su vida media es de 24.000 años.
Después de haber estado en funcionamiento 
durante una década (1999-2009), el complejo 
subterráneo de la WIPP estaba medio lleno, 
y si se cumplen los objetivos de los planes, en 
las próximas décadas alcanzará su máxima 
capacidad. Aunque la mayor parte de los residuos 
de uranio relacionados con la fabricación de armas 
por entonces ya se habrán eliminado de las 
28COLABORAR II
 
fábricas de todo el país –desde Hanford y 
Washington hasta el río Savannah, en Carolina del 
Sur–, los residuos seguirán siendo peligrosamente 
radiactivos durante un período de tiempo enorme 
en comparación con el registro de la historia del 
ser humano. Y así, como dictamina la acción legal 
que reservó esas tierras para dicho objetivo, 
es necesario marcar el lugar para que en el futuro 
los seres humanos se abstengan de excavar allí 
durante al menos 10.000 años.
Diez mil años: casi el doble de tiempo que nos 
separa del inicio de la escritura. ¿Cómo podemos 
advertir a cuatrocientas generaciones? ¿Cómo 
podemos imaginar ese mundo? A través de los 
Sandia National Laboratories, el DOE encargó un 
estudio para evaluar el problema. Toda una hueste 
de expertos –antropólogos, arqueólogos, físicos 
y semiólogos– trabajó en el diseño de una señal 
monumental que representara nuestro legado de 
casi cien años de producción de armas nucleares. 
Alguien sugirió utilizar enormes púas, otro una 
superficie negra que se calentara 
insoportablemente bajo el sol del desierto.
Pero nos detendremos en otro de esos 
monumentos eternos diseñados para el DOE, uno 
que es una ciudad que no es una ciudad. Bajo el 
nombre de Forbidding Blocks (‘bloques 
intimidatorios’), según sus creadores la estructura 
representa “un esfuerzo descomunal para disuadir 
de su uso” al constituir un “paisaje explosionado, 
pero geométrico […], una regularidad irregular […] 
ordenada pero no respetada […], demasiado 
angosta como para ser habitada y cultivada”. 
Esta ciudad mimética inhabitada –o incluso sin 
posibilidad alguna de recibir visitantes– es una 
forma urbana de caminos intransitables y bloques 
invivibles.
Es un monumento terrorífico, instalado

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