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¿Crees que los españoles deban pedir disculpas por los abusos ocurridos en América hace siglos?

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En un viaje a España, José Fuentes Mares dictó una conferencia respecto a sus temas favoritos: historia y comida, como los mezclara no importaba, el resultado siempre era una conversación deliciosa. En este caso, la conferencia fue en una de las universidades más prestigiadas de la península. Al terminar, uno de los alumnos preguntó candorosamente qué se sentía por ser hijo de conquistados…

El prestigiado varón, mordió el puro con fuerza hasta el punto de casi trozarlo y visiblemente enojado respondió que no, que la simiente de los conquistadores había quedado diseminada en la Nueva España, que, por el contrario, los siervos habían criado su estirpe en la vieja y desgastada España. Como tantas veces, Pepe Fuentes Mares tenía razón. Como casi siempre, la verdad incomoda y no hubo aplausos, solamente un pesado silencio. Pero nadie rebatió, era la verdad, la sangre de los conquistadores, la herencia de las atrocidades y los abusos, corre por nuestras venas.

¿Por qué disculparse el rey de España, si Las Leyes de Indias significaron un gran avance en la expresión de humanidad y equidad? Las leyes de Indias son un compendio de normas que proclaman y anteponen los principios del valor del ser humano y los derechos inherentes a su propia naturaleza, derechos que son reconocidos –que no otorgados- a los indígenas. La estructura de estas leyes sustentó la igualdad jurídica de los distintos tipos étnicos que formaban parte del Virreinato (que no colonia), obligando a aquellos quienes eran más civilizados a tutelar a quienes necesitaban el apoyo subsidiario.

Las Leyes de Indias, recopiladas y puestas en vigor en 1680 por el Rey Carlos II de España, es un monumento a la obra civilizadora e integradora sin punto de comparación en ningún otro momento de la historia.

La brutalidad fue instaurada por nuestros abuelos, por los españoles que vivieron en la Nueva España, desde Pedro de Alvarado –ejemplo de carnicero inmisericorde y falto de razón y reflexión- hasta el último de los “encomenderos”, figura, que –por cierto- no fue aprobada por los reyes de España, sino instaurada en tierras americanas por los gañanes que están incrustados en nuestra genealogía.

¿A quién le corresponde disculparse?... ¿A los hijos de Lope que vino de España y cometió tremendas barbaridades? ¿O a los hijos de otro Lope que quedó en Galicia, en Extremadura, en León o en Sevilla y que ni idea tuvo de lo que pasaba en ultramar? Creo que le corresponde a esos López, hijos de conquistadores que hoy viven en México y, tal vez, son Presidentes (López Obrador) o lo fueron (López Portillo), porque a los López de allá no les va ni les viene el tema.

Bien haría el Presidente en tomar otras banderas y enfrentar otros molinos, por ejemplo, disculparse, como lo hizo y celebré que Olga Sánchez Cordero se disculpara por los jóvenes muertos en Monterrey a manos del Ejército Mexicano: Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo Verdugo. Que se disculpe ante los padres de los jóvenes de Ayotzinapa, que empiece a pensar si se va a disculpar primero por la matanza de yaquis, por los muertos en Valle Nacional, por los muertos del 68 o por tantos y tanto mexicanos muertos en el cumplimiento de sus deberes patrióticos ante gobiernos despóticos, estúpidos y criminales.

Pero creo que no es necesaria tanta faramalla, basta con que trate de servir a su patria desde el lugar al que la incompetencia de los partidos políticos le ha llevado. Si logra superar la pobreza de tantos, la corrupción galopante, la delincuencia y los demás males que aquejan a nuestro México tan dolido, sin duda, las disculpas salen sobrando.

Por lo pronto, yo ofrezco una disculpa pública a nombre de mis abuelos de sangre española que hayan dañado a cualquier indígena. Pero en mis venas también corre sangre purépecha, mixteca y chichimeca. En el análisis detallado de nuestros genes, la única verdad es que todos somos hermanos, lo demás son meras anécdotas sobre las que ni el Gansito Marinela debería insistir.

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