Mi vida se hizo añicos. La mujer tóxica con la que había estado involucrada había logrado casi que destruirme. No quedaba nada, estaba en ruinas. Todo el dinero, todos los ahorros, mi trabajo y mis amigos se habían ido. Y ahora la casa y el coche iban a ser embargados.
Mi cuerpo estaba vivo, pero mi alma había sido secuestrada. Fue todo lo que pude hacer para aguantar.
Mi hijo Avi de 8 años fue todo lo que quedó. Me las había arreglado para protegerlo, aunque no quedaba nada de mí. Hubiera dado mi vida para evitar que sufriera algún daño.
Cuando llegó el cumpleaños de Avi, no pude conseguirle mucho más que una tarjeta. Estábamos en modo de supervivencia y tuve que usar lo que quedaba solo para mantenernos con vida.
"Lo siento Avi", le dije. "No puedo comprarte nada para tu cumpleaños".
Me miró y sonrió. Y luego me dijo algo que nunca he olvidado, ni nunca he dejado de darle.
"Papá", dijo. "Los niños no quieren cosas ... quieren amor".
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