¿Es la pena de muerte una forma ética de acabar con un criminal?

Acabo de responder una pregunta similar y con gusto comparto de nuevo mi respuesta, y elaboro en un punto más:

Cómo criminólogo no puedo estar a favor de la pena de muerte. De hecho, desde el punto de vista criminológico, un criminólogo que apoye la pena de muerte consciente y abiertamente es una contradicción, pues nuestra carrera es humanista. En servicio al prójimo y el estudio de las conductas delictivas, para determinar sus causas y auxiliar en su prevención.

Podría listar una serie de delitos en los que uno podría estar de acuerdo la pena de muerte es justa. Por ejemplo, crímenes perpetrados tan salvajemente que no quepa duda el imputado no siente remordimiento, esta situado perfectamente en tiempo, espacio y persona; criminales extremadamente violentos y más allá de todo tratamiento que permita la reinserción social.

Pero no es posible. Porque aceptar la pena de muerte como tal, no solamente va contra los derechos humanos (el derecho a la vida, por ejemplo), sino que, además, ¿cómo podrás estar completa e irrevocablemente seguro que envías al cadalso a una persona que lo merece? Es sabido que en el sistema existen personas corruptas a la que puedes pagarles para evadir este final, o para sentenciar a inocentes. Por otro lado, es posible que, por un delito bien planeado o por malas circunstancias, personas inocentes terminen con esta fatídica sentencia; o escalen un delito menor a esas instancias. ¿Y sería justo?

Por supuesto que no.

Yendo más allá, como señala , no es ética y debe entenderse que la pena de muerte es una sentencia irrevocable: condenar a alguien a muerte es privarle al final de una defensa eventualmente, pues han habido muchos casos en los que han sentenciado a muerte a personas y años después se les absuelve del crimen al salir a la luz nuevas pruebas. ¿Y de qué sirve ser absuelto una vez muerto? Aún si se condena a muerte al individuo, eso no cambia lo qué pasó, las víctimas no regresan o no sanan. En ciertos casos, la reunión voluntaria entre un victimario y su víctima ayuda a uno o ambos a un crecimiento personal y solución de sus traumas.

Han habido muchos casos de individuos enviados a pena de muerte y eventualmente absueltos de esto, pero demasiado tarde. Un caso así es el de George Junius Stinney Jr., un joven afroamericano que, a sus catorce años, fue condenado por el homicidio de dos niñas caucásicas. Fue apartado de su familia, encerrado, se le privó de defensa, de un juicio Justo, de alimentos y el proceso llevó ochenta días — en los que la policía y civiles amenazaron a la familia con lincharlos si no dejaban el pueblo — antes de ser ejecutado en la silla eléctrica.

Su caso fue reabierto en el 2004 o 2014, y se le absolvió en parte por el injusto trato recibido. Además, las pruebas presentes, una vez más examinadas, no concuerdan con la mentalidad/capacidad de un niño de catorce años.

Aceptar la pena de muerte es darnos por vencidos con el individuo en cuestión porque, aunque esté más allá de nuestro alcance de ayuda, estamos despojándolo de su identidad, de su humanidad; se le priva de la vida y la cotidianidad de esto lo normaliza. Se crea una normalización al enviar a personas a la muerte, y al final se ve como algo común, tan común que se vuelven descuidados en los juicios y se toma una sentencia máxima tan a la ligera.

¿Piensas que exagero? En Estados Unidos la pena de muerte es una sentencia viable en muchos estados, y está tan normalizado que han enviado a personas con síndrome de Down a muerte. Sí, personas que no tenían la consciencia ni la capacidad mental para comprender que habían cometido un delito.

Esto ha pasado en Texas y en Utah. Ahora mismo, mientras lees esto, hay personas con necesidades especiales (no necesariamente síndrome de Down pero otro tipo de afecciones similares) sentándose en death row esperando el fin de sentencia.