¿Por qué Argentina, el octavo país más grande del mundo, con inmensas riquezas naturales, vive siempre al borde del "default"?

Básicamente, por el gasto público excesivo. El ciudadano argentino está acostumbrado a cierto nivel de prestaciones a cargo del Estado que no son comunes en América Latina y tampoco en la mayoría de los países del mundo: salud gratis, educación superior gratis, prestaciones de la seguridad social muy generosas, ilimitadas en el tiempo y sin contraprestación alguna, tarifas de transporte y de servicios públicos subvencionadas y una plantilla de empleados estatales colosal. A esto se suma un sistema de recaudación perverso, la coparticipación federal, donde unos recaudan y otros gastan: provincias pequeñas con poblaciones muy reducidas reciben abundantes fondos federales, lo cual les permite colocar a la mayor parte de la población activa a sueldo del estado (no es de extrañar que los gobernadores de esas provincias sean eternamente reelegidos); mientras que las provincias más ricas y pobladas (Buenos Aires es el mejor ejemplo) son exprimidas por el estado federal.

En síntesis, es un nivel de gasto que la mediocre economía argentina no puede sostener, pero que sin embargo es apoyado por un consenso muy amplio que se remonta a los años cuarenta y que, en líneas generales, fue seguido por todos los gobiernos peronistas, los radicales, los militares y los macristas.

Supongamos que un político honesto, capaz y bienintencionado tiene la improbable suerte (o desgracia) de ser elegido presidente. Enfrentado a un gasto público imposible de financiar, la respuesta lógica es achicar el gasto. Error: eso catapultaría al presidente fuera de la Casa Rosada en cuestión de semanas, entre acusaciones de “neoliberal”, “ajustador” y “vaciador”.

Dado que el gasto público es la vaca sagrada argentina y a falta de ingresos genuinos, nuestro político sólo podría optar entre dos alternativas ruinosas:

(i) Financiar el gasto con emisión monetaria. Es lo que se intentó bajo el gobierno de Isabel Perón, el de Alfonsín, el kirchnerismo a partir de 2008 y el actual gobierno. Esa receta lleva a una inflación creciente y en última instancia, a un estallido hiperinflacionario como el de 1989/1990.

(ii) Financiar el gasto con deuda. Ante el raquitismo del sistema financiero argentino, sólo puede acudirse al financiamiento exterior. Es la receta que aplicaron la dictadura militar, Menem y Macri. El problema viene cuando se corta el financiamiento y eso lleva a una crisis como la que vivimos recientemente en 2018.

La solución evidente es reducir el gasto público, pero como señalé más arriba, esa solución es políticamente suicida. Ése es el drama argentino: la solución económicamente viable es políticamente inviable, y viceversa. Un drama sin salida.