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Que estás en el cielo” Esta expresión bíblica no significa un lugar [―el espacio‖] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majest...

Que estás en el cielo” Esta expresión bíblica no significa un lugar [―el espacio‖] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está ―en esta o aquella parte‖, sino ―por encima de todo‖ lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito: «Con razón, estas palabras ―Padre nuestro que estás en el Cielo‖ hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquel a quien invoca» (San Agustín, De sermone Dominici in monte, 2, 5, 18). «El ―cielo‖ bien podía ser también aquéllos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae, 5, 11). El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. Él está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es, por tanto, nuestra ―patria‖. De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf. Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf. Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf. Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo ―ha bajado del cielo‖, solo, y nos hace subir allí con Él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf. Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13). Cuando la Iglesia ora diciendo ―Padre nuestro que estás en el cielo‖, profesa que somos el Pueblo de Dios ―sentado en el cielo, en Cristo Jesús‖ (Ef 2, 6), ―ocultos con Cristo en Dios‖ (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, ―gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial‖ (2 Co 5, 2; cf. Flp 3, 20; Hb 13, 14): «Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo» (Epistula ad Diognetum, 5, 8-9). Resumen La confianza sencilla y fiel, la seguridad humilde y alegre son las disposiciones propias del que reza el “Padre Nuestro”. Podemos invocar a Dios como “Padre” porque nos lo ha revelado el Hijo de Dios hecho hombre, en quien, por el Bautismo, somos incorporados y adoptados como hijos de Dios. La Oración del Señor nos pone en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Al mismo tiempo, nos revela a nosotros mismos. (cf. GS 22). Orar al Padre debe hacer crecer en nosotros la voluntad de asemejarnos a Él, así como debe fortalecer un corazón humilde y confiado. Al decir Padre “nuestro”, invocamos la nueva Alianza en Jesucristo, la comunión con la Santísima Trinidad y la caridad divina que se extiende por medio de la Iglesia a lo largo del mundo. “Que estás en el cielo” no designa un lugar, sino la majestad de Dios y su presencia en el corazón de los justos. El cielo, la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos.

Esta pregunta también está en el material:

Catecismo-Iglesia-Catolica
861 pag.

Catequese Vicente Villegas ChavezVicente Villegas Chavez

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