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ico de la Gloria de Santiago de Compostela, grandes pórticos góticos... Ese Cristo más cercano al hombre puede acercarse aún más tomando la forma de un niño. El éxito de Cristo-Niño, que se consolida en el siglo XII, es paralelo al de la Virgen-Madre. Volveremos a examinar las circunstancias en que se funda ese éxito haciéndolo a la vez irresistible. Cristo, Hombre que restaura al hombre, se convierte en el nuevo Adán al lado de la Virgen, nueva Eva. Pero ante todo Cristo se convierte cada vez más en el Cristo sufriente, el Cristo de la Pasión. La crucifixión, representada cada vez más, y cada vez más realista, conserva sin lugar a dudas los elementos simbólicos, pero éstos contribuyen de ordinario al nuevo significado de la devoción al Crucificado, como por ejemplo el vínculo entre Adán y la crucifixión, del que nos da testimonio la iconografía: calavera de Adán representada al pie de la cruz, leyenda de la Santa Cruz hecha con la madera del árbol plantado en la tumba de Adán. Siguiendo la evolución de la devoción a la misma cruz se podría averiguar cómo de símbolo triunfal —-aún tiene ese significado para los cruzados de finales del siglo XI— se convierte en símbolo de humildad y de sufrimiento. Simbolismo que, por otra parte, no se ve libre de rechazos, a veces en los medios populares, sobre todo entre los grupos heréticos que, bajo la influencia directa de los orientales, de los bogomilos por ejemplo, o por el roce fortuito con una tradición herética, se niegan a venerar a un trozo de madera, símbolo de un suplicio degradante reservado a los esclavos, insoportable e inconcebible humillación de todo un Dios. Por un curioso rodeo, Marco Polo encontrará esa misma hostilidad en el Gran Kan mongol quien, influenciado por el cristianismo nestoriano asiático, rechaza ante todo ese sacrilegio en el catolicismo occidental. «No admite en modo alguno que se lleve ante él la cruz, porque en ella sufrió y murió un hombre tan grande como Cristo.» Crimen literalmente de lesa majestad que el pueblo entiende con frecuencia como tal —amarrado a formas tradicionales de piedad, más lento en la adopción de mentalidades y de sensibilidades nuevas. Está claro que la devoción al Cristo sufriente crea nuevos símbolos, nuevos objetos de piedad. Ya desde el siglo XIII aparece —junto a la veneración por las reliquias de la Pasión— el culto a los instrumentos de la misma Pasión. Esos instrumentos no sólo conservan un aspecto concreto, realista, sino que, sobre todo, ratifican la sustitución de las insignias monárquicas tradicionales por otras nuevas. En adelante, la realeza de Cristo será ante todo la de un Cristo coronado de espinas, precursora del tema del Ecce Homo que invade la espiritualidad y el arte del siglo XIV. Veremos más adelante el testimonio decisivo de una sensibilidad nueva, expresión de una nueva sociedad, que aporta al siglo XIII, y sobre todo al XIV, la aparición del retrato individual. El primer retrato de la Edad Media fue el de Cristo. Su arquetipo parece ser el Santo Volto de Lucas. San Lucas, retratista de Cristo antes de serlo de la Virgen, se convertirá en el siglo XV en el patrón de los pintores. Frente a Dios, un poderoso personaje le disputa el poder en los cielos y en la tierra: el demonio. Satanás no tiene en la alta Edad Media un papel de primer plano, y aún menos el papel de una personalidad acusada. Aparece con nuestra Edad Media y se consolida en el siglo XI. Es una creación de la sociedad feudal. Con sus satélites, los ángeles rebeldes, es exactamente el tipo del vasallo felón, del traidor. El diablo y Dios es la pareja que domina la vida de la cristiandad medieval y cuya lucha explica a los ojos de los hombres de la Edad Media todo el detalle de los acontecimientos. Claro está que, según la ortodoxia cristiana, Satanás no es el igual de Dios, es una criatura, un ángel caído. La gran herejía de la Edad Media, bajo formas y nombres distintos, es el maniqueísmo. La creencia fundamental del maniqueísmo es la creencia en dos dioses, uno del bien y otro del mal, éste creador y señor de esta tierra. El gran error del maniqueísmo, para la ortodoxia cristiana, consiste en poner en un mismo plano a Dios y a Satanás, a Dios y al diablo. Sin embargo, todo el pensamiento y todo el comportamiento de los hombres de la Edad Media están dominados por un maniqueísmo más o menos consciente, más o menos elemental. Para ellos, por una parte está Dios y por otra el diablo. Esta gran división domina la vida moral, la social y la política. La humanidad se siente solicitada por esos dos poderes entre los que no puede haber ni compromiso ni acercamiento. Si un acto es bueno, procede de Dios; si es malo, procede del diablo. El día del Juicio final habrá buenos que irán al paraíso y malos que se verán sepultados en el infierno. La Edad Media conoció muy tarde, a finales del siglo XII, la existencia del purgatorio que permite la dosificación del juicio y se vio empujada durante mucho tiempo a la intolerancia por culpa de su maniqueísmo. La iconografía se resiste a la penetración del purgatorio en el siglo XIII, ignora el juicio individual después de la muerte y durante mucho tiempo aún no representará más que la partición de la humanidad en buenos y malos, en elegidos y condenados en el Juicio final. Esta bipartición de la humanidad en el tímpano de las catedrales es la imagen implacable de esta intolerancia. Así pues, los hombres de la Edad Media se ven constantemente divididos entre Dios y Satanás. Éste no es menos real que aquél, incluso es menos ávido de encarnaciones y de apariciones. Es cierto que la iconografía puede representarle bajo una forma simbólica: es la serpiente del pecado original, se aparece entre Adán y Eva, es el pecado, el pecado de la carne o del espíritu, separados o unidos, símbolo del apetito intelectual o del apetito sexual. Pero se le representa sobre todo bajo ciertos aspectos más o menos antropomórficos. En cada instante, cada hombre de la Edad Media corre el peligro de ver-lo manifestarse. Él es el contenido de esa terrible angustia que los atenaza casi a cada instante: ¡la angustia de verlo aparecer! Cada cual se ve constantemente espiado por el «viejo enemigo del género humano». Aparece bajo dos figuras muy distintas, probable reliquia de un doble origen. En cuanto seductor, se reviste de engañosas y atractivas apariencias. En cuanto perseguidor, se muestra bajo su aspecto terrorífico. El disfraz más corriente

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LA_CIVILIZACION_DEL_OCCIDENTE_MEDIEVAL_4
342 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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