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Muchos señores inician entonces una reconversión de sus tierras hacia la cría de ganado, que necesita una mano de obra más reducida. La gran peste ...

Muchos señores inician entonces una reconversión de sus tierras hacia la cría de ganado, que necesita una mano de obra más reducida. La gran peste de 1348 convierte en catastrófico el retroceso demográfico y la crisis de mano de obra que habían aparecido unos decenios antes. Por doquier se oyen quejas ante la escasez de hombres, escasez que lleva consigo el abandono de nuevas tierras de cultivo. El campesino, subalimentado, diezmado por las epidemias, fallaba también, a fin de cuentas, en la economía medieval. El inconveniente demográfico representaba el último freno para un mundo a punto de llegar al límite. La inseguridad material explica en gran parte la inseguridad mental en la que vivieron los hombres de la Edad Media. Lucian Febvre ha formulado una invitación para que se escriba una historia del sentimiento de seguridad, aspiración fundamental de las sociedades humanas. Aún no se ha escrito. La Edad Media occidental tendría que figurar en ella en negativo, ya que los hombres tuvieron que refugiarse, en definitiva, en la única seguridad de la religión. Seguridad aquí abajo, gracias al milagro que salva al obrero víctima de un accidente de trabajo: albañiles caídos de los andamios que un santo sostiene milagrosamente en su caída o resucita una vez en tierra; molineros o campesinos atrapados por la rueda del molino a quienes una intervención milagrosa arranca de la muerte; leñadores, como el compañero del santo ermitaño lemosín del siglo XI, Gaucher d'Aureil que, cuando iba a ser aplastado por un árbol que caía, se halla sano y salvo gracias a la milagrosa curvatura del tronco hecha por Dios atendiendo a la plegaria del leñador. El milagro ocupa el lugar de la seguridad social. Pero, sobre todo, seguridad en el más allá, donde el paraíso promete a los elegidos una vida libre al fin de miedos, de sorpresas desagradables y de muerte. Y no obstante, aun aquí, ¿quién puede estar seguro de salvarse? El miedo del infierno prolonga la inseguridad terrestre. El purgatorio, en el siglo XIII, aportará un suplemento de posibilidades de salvación. No cabe duda de que la vida material conoció en la Edad Media ciertos progresos. Sin esperar a las precisiones de las épocas moderna y contemporánea, a la vez por falta de datos cuantitativos precisos y porque la economía feudal se presta poco a los métodos estadísticos, elaborados para medir la evolución de economías, si no capitalistas, al menos monetarias, se puede esbozar una coyuntura económica medieval y distinguir una larga fase de expansión que, en cierto modo, corresponde a una mejora del bienestar. Recordemos los datos de este crecimiento. Crecimiento demográfico en primer término. La población del Occidente se duplica entre finales del siglo X y mediados del XIV. El crecimiento demográfico habría sido especialmente alto en torno al 1200. Los índices de crecimiento calculados por Slicher van Bath para períodos de 50 años dan 109,5 para 1000-1050, 104,3 para 1050-1100, 104,2 para 1100-1150, 122 para 1150-1200, 113,1 para 1200-1250 y 105,8 para 1250-1300. La población de Francia habría crecido de 12 a 21 millones entre el 1200 y el 1340, la de Alemania de 8 a 14 y la de Inglaterra de 2,2 a 4,5. Esta misma evolución se halla en los precios y en los salarios. No es posible hacer una evaluación numérica de la producción agrícola del Occidente medieval, al menos en el estado actual de la ciencia histórica. Sólo se puede seguir en parte un índice, fragmentario y grosso modo: el aumento de los rendimientos, del que ya hemos hablado. Ahora bien, ¿se puede comparar, por ejemplo para el trigo, la cifra de 2,7 en Annapes en el 810 con la de 4 en 1155-1156 calculada por Georges Duby para dos dominios de Cluny, o con la de 5, indicada por el Anonymous Husbandry inglés del siglo XIII, o con la media de 3,7 establecida por J. Titow para las granjas del obispado de Winchester entre 1211 y 1299? Por otra parte, como ya hemos dicho, la extensión de las superficies cultivadas, con toda seguridad, contribuyó más al crecimiento de la producción agrícola que la intensificación de los cultivos. Por lo que respecta a los precios, los índices son más serios. De momento no contamos con curvas de precios anteriores al 1200 y, para Inglaterra, al 1160. Si se toma como índice 100 el nivel de los precios del trigo durante el período de 1160-1179, ese índice se eleva, según los cálculos de Slicher van Bath, basados en los datos de lord Beveridge, a 139,3 (1180-1199), 203 (1200-1219), 196,1 (1220-1239), 214,2 (1240-1259), 269,9 (1260-1279), 279,2 (1280-1299), con una desviación máxima a 324,7 durante el período de 1300-1319, debida a la gran hambruna de 1315-1316, y una relativa caída a 289,7 (1320-1339) (respecto al alza anormal del período precedente). Estos datos ponen de manifiesto lo que Michel Postan ha llamado una «auténtica revolución de precios». Los salarios indican un progreso similar. En Inglaterra, los salarios reales pasan del índice 100 para el período de 1251-1300 al 105,1 en el período 1301-1350 para los obreros agrícolas y de 100 a 109,4 para los leñadores. Pero el alza de esos salarios sigue siendo débil y, a pesar de un notable crecimiento del estatus de asalariado, los asalariados apenas son una minoría en la gran masa de trabajadores. Esta observación, que no pone en entredicho la realidad de un crecimiento económico entre los siglos X al XIV, manifiesta, de todos modos, la necesidad de confrontar esta coyuntura con la evolución de las estructuras económicas y sociales, es decir, con lo que se denomina tradicionalmente por una parte el paso de la economía de cambio a la economía dinero y, por otra, la evolución de la renta feudal. Hace ya un siglo que Bruno Hildebrand dividió la evolución económica de las sociedades en tres fases: Naturalwirtschaft, Geldwirtschaft y Kredit-wirtschaft —economía de cambio (o natural), economía monetaria y economía de crédito— y Alfons Dopsch, en su excelente libro publicado en 1930: Économie-nature et économie-argent dans l'histoire mondiale, impuso ese vocabulario o, al menos, planteó el problema a los medievalistas. Se trata, pues, de detectar el papel que desempeñaba la moneda en la economía. Cuando ese papel es insignificante, nos hallamos ante una economía de cambio, en la que producción, consumo e intercambio no necesitan la intervención de la moneda, a no ser en casos extraordinarios. Por el contrario, cuando ésta es esencial para el funcionamiento de la vida económica, nos hallamos ante una economía monetaria. ¿Cuál de ellas predomina en el Occidente medieval? Antes de nada, recordemos con Henri Pirenne y Marc Bloch, algunas distinciones necesarias. En primer lugar, el trueque desempeñó un papel bastante insignificante en los intercambios medievales. Por economía de cambio hay que entender en el Occidente medieval una

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LA_CIVILIZACION_DEL_OCCIDENTE_MEDIEVAL_4
342 pag.

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