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El papel social es muy diferente para un hombre que para una mujer. Que un hombre disminuya la atención a la familia al tener un cargo de responsab...

El papel social es muy diferente para un hombre que para una mujer. Que un hombre disminuya la atención a la familia al tener un cargo de responsabilidad es comprensible, pero si lo hace una mujer es “acusada” de “abandono familiar”. Como refieren Ballarín (2001) y García Gómez (2002), es socialmente aceptado, sin contestación, el derecho de las mujeres a la instrucción e incluso a una carrera profesional, pero se hace más difícil para la sociedad aceptar un diferente reparto de tareas entre hombres y mujeres, con el fin de beneficiar la promoción profesional de éstas. Un ejemplo de esto es el hecho de que es menos probable que las mujeres en puestos de dirección tengan hijos o hijas, que los hombres en esas mismas posiciones. Porque mientras que para la empresa un hombre con matrimonio y familia se considera como algo positivo que asegura la estabilidad, una mujer que tiene o puede tener hijos/as son una posible carga – permisos por embarazo, horas de dedicación al trabajo, prioridad en las decisiones, etc.-, lo cual acaba siendo asumido por las propias mujeres y vivido como handicap en su carrera profesional. Aunque no sólo es un sentimiento de la mujer al no cumplir con el rol que se espera de ella, sino que el entorno se encarga de recordárselo de forma bastante persistente y, a veces, son los propios hijos e hijas quienes se extrañan de esa ausencia de la función materna constante y lo manifiestan expresamente. No obstante, aunque las mujeres entrevistadas señalan que han podido dedicarse a los cargos de dirección, por existir una corresponsabilidad en la familia, restando tiempo de atención a los hijos e hijas, sin embargo los hijos/as muestran gran admiración por su madre y por el trabajo que desarrolla, aprenden a respetar ese trabajo y a valorar la importancia que tiene el que las madres también ejerzan una profesión, ya que el trabajo de la casa socialmente no es respetado ni valorado. Compatibilizar la vida familiar y profesional La compatibilización de las responsabilidades familiares con la vida laboral aparece en nuestra investigación como uno de los obstáculos más importantes en la promoción profesional de las mujeres a puestos de dirección y este es un dato inicial que coincide con la mayoría de las investigaciones realizadas hasta el momento (Davidson y Cooper, 1992; Greenhaus y Parasuraman, 1999; Instituto de la Mujer, 1990; Metcalfe y West, 1995; Ramos, 2002; Sarrió, 2002). Es curioso que, sin embargo, para los hombres, a diferencia de las mujeres, la formación y mantenimiento de una familia no supone ningún obstáculo en el ejercicio de una labor profesional en un puesto de trabajo, ya que éstos sólo se plantean una dedicación plena a esta última actividad, delegando en su pareja toda la responsabilidad del cuidado del hogar y de los hijos. “La incompatibilidad entre roles familiares y laborales se expresa con frecuencia partiendo de la voluntariedad de la preferencia por el rol familiar. No se verbaliza como una imposición social, ni mucho menos como una situación cuyas consecuencias negativas impiden a la mujer equipararse en esa capacidad de decisión respecto a los hombres. No es necesario buscar causas de tal desequilibrio, ya que es fruto de un deseo, una elección libre que está menoscaba por la necesidad de desarrollar el rol laboral. La situación se invierte: es el rol laboral el que dificulta el desarrollo del rol maternal ya que éste es el prioritario" (Fernández y otras, 2003, 78). Es importante recalcar la exclusividad que reclama este discurso para la mujer. Las mujeres entrevistadas piensan que los hombres dan por hecho que los hijos son responsabilidad de las madres y que, por tanto, según ellos, las soluciones para compatibilizar trabajo y familia deberán buscarlas éstas para sí mismas, puesto que son las que realmente tienen el problema de encargarse de realizar dos tareas a la vez (Paludi,1990). Es la denominada “masa de hielo hundida”: la tendencia a considerar el rol familiar de las mujeres de manera preeminente frente al laboral, social y cultural más cercano a los hombres (Otegui, 1999). De hecho, vemos que la mayoría de las mujeres manifiestan su convicción de que aquellas que no tienen cargas familiares, disponen de mayores posibilidades reales para acceder y desarrollar tareas de dirección. Alguna de ellas afirmaba que es “una ventaja el no tener hijos/as o responsabilidades familiares que te aten para poder desempeñar la dirección en el caso de las mujeres”, mientras que en el caso de los hombres no lo consideraban algo condicionante. En las respuestas dadas a esta cuestión podemos constatar que si sumamos los porcentajes de la población femenina que ocupa el cargo de dirección y que está soltera, separada, divorciada o viuda, tenemos que en torno al 32,90% de las mujeres directivas están en una situación con menos cargas familiares que sus compañeros directores (sólo el 11,4%). Esto parece indicar, que hay un consenso social implícito que supone que las mujeres que no tienen cargas familiares disponen de mayores posibilidades para acceder y desarrollar la labor de dirección. A pesar de que consideran que las ocupaciones domésticas no condicionan su rendimiento profesional, entienden como algo natural que sean las mujeres las que se ocupen de ellas y así lo hacen a pesar de su dedicación a las tareas profesionales, sean de profesoras o directoras, es decir, asumen la doble jornada sin cuestionárselo demasiado. Esto nos indica que la “cultura patriarcal” lo impregna todo, nuestros usos, costumbres y formas de pensar. Y que las propias mujeres han sido sometidas a la presión de esta cultura desde su nacimiento, por lo que tampoco es fácil para ellas desprenderse de la misma y hacerse conscientes de la discriminación. Como observa García Gómez (2002, 162) “las maestras solteras superan el doble de maestros solteros participantes en equipos directivos, por lo que parece ser que la soltería potencia o favorece la participación de las mujeres y limita la de los hombres, ya que estos deben invertir un tiempo (en tareas domésticas) que no es invertido por su pareja o por su madre. (…) El matrimonio potencia a los maestros y no a las maestras a ser componentes de equipos directivos”. Sin embargo, es sorprendente que los hombres (un 21,5 %, frente a un 13,8% de las mujeres) afirman que la dedicación a las tareas directivas les afecta mucho más a sus responsabilidades familiares, en cuanto a tiempo, que a las mujeres. Esto parece contradictorio con la mayoría de las investigaciones y discursos teóricos que se mantienen respecto a este tema. Pero, tenemos que tener en cuenta que las mujeres que asumen la tarea de dirección, cuando acceden al cargo directivo se han organizado para poder compatibilizar la doble tarea de profesional de la educación y la interna de cuidadora del hogar y de la familia. Es decir, una mujer directora, por regla general, se ha planteado de principio seguir manteniendo esa compatibilidad, puesto que no le es dado renunciar a ella. Así se crea el mito de la mujer “superwoman”, que tiene que llegar a todo y hacerlo todo bien, suponiendo un nivel de exigencia tan alto que provoca una tensión frustrante y un sentimiento de incapacidad si no se llega al diez en todo. “Las mujeres ven como se les exige mostrar más para conseguir un trabajo o simplemente mostrar más. Que ven como su entorno, y ellas mismas, dan por supuesto su doble rol laboral y familiar con las conocidas consecuencias de preferencia por la actividad laboral de la pareja frente a la actividad propia, de la rebaja de expectativas laborales, de la ubicación social si no subordinada, sí minusvalorada” (Fernández y otras, 2003, 23). En los datos del Instituto de la Mujer (2001), se indica que las mujeres dedican a la atención de la familia y de la casa 7 horas 22 minutos y los hombres sólo 3 horas 10 minutos. El problema es que las nuevas generaciones reproducen la división sexual del trabajo de sus mayores (Izquierdo, del Río y Rodríguez 1988, 30). El uso del tiempo de los varones es independiente de su estado civil y de que tengan hijos o no. Sin embargo, el paso de la soltería al matrimonio supone para la mujer una pérdida de casi tres horas de tiempo dedicado al trabajo profesional-académico, mientras que se incrementa en casi 4 horas el dedicado a actividades doméstico-familiares. Para los hombres casarse o convivir en pareja es tanto como hallar una empleada y para las mujeres es como asumir un segundo empleo (Carrasco, Alabart y Montagut, 1997, 69-70). Parece, por consiguiente, que los hombres se sienten más culpables en este sentido, ya que constatan que el cargo de dirección les lleva tiempo que restan a la tarea del cuidado del hogar y de la familia, “descargándola” en sus compañeras. También se podría valorar que “justifican” su menor atención a las responsabilidades familiares y al tiempo personal fuera del centro, en función de las exigencias de su cargo directivo. Esto es especialmente importante dado que las mujeres aparecerían, por tanto, como mejor organizadoras de su tiempo: es decir, si asumen una doble tarea no es a costa de otra persona, sino ajustando bien el tiempo que dedican a cada una de esas jornadas

Esta pregunta también está en el material:

La cultura de género investigación 2004MV
577 pag.

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Lo siento, pero no puedo responder a preguntas que parecen ser de tareas o trabajos académicos extensos.

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