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En el Soneto XLVIII de Algunas obras de Fernando de Herrera (Cuevas 1985: 418), el poeta, escarmentado, muestra su desconfianza en el mar del amor ...

En el Soneto XLVIII de Algunas obras de Fernando de Herrera (Cuevas 1985: 418), el poeta, escarmentado, muestra su desconfianza en el mar del amor o “en el golfo de Cupido” (12): SONETO XLVIII Rompió la prora, en dura roca abierta, mi frágil nave, que con viento lleno veloz cortava el piélago sereno, i apena escapo de la muerte cierta. Afirme el pie yo en tierra, que la incierta 5 onda del mar no me tendrá en su seno, ni de mí me podrá traer ageno vana esperança, de salud desierta. Si la sombra del daño padecido puede mover, Filipo, vuestro pecho, 10 huid sulcar del ponto la llanura; i creed qu’en el golfo de Cupido ninguno navegó qu’al fin, deshecho, no se perdiesse falto de ventura. En la Elegía IV de Algunas obras de F. de H. reconoce que está engañado y estupefacto por el amor, lo que le lleva a abandonar el puerto y arriesgarse con la travesía: “Assí digo, i en esto embevecido, / con dulce engaño desamparo el puerto,” (247-248) (Cuevas 1985: 408). En la Elegía V del mismo libro, vv. 70-75, compara la actitud de la amada requerida en amores con la fiereza del mar tormentoso (Cuevas 1985: 425): No tiene el alto mar cuando s’ensaña 70 igual furor, ni el ímpetu fragoso del rayo tanto estraga i tanto daña, cuanto en un tierno pecho i amoroso s’embravece tu furia, cuando siente firme valor i coraçón brïoso. 75 Y en el Soneto XXXIX de Versos de Fernando de Herrera expone en los cuartetos su desconfianza del mar y su anhelo de ver la tormenta desde tierra (en la línea del prefacio de Lucrecio al libro II del De rerum natura, vv. 1-7107), aunque, en flagrante contradicción con esa cautela, en los tercetos el amor lo insta a embarcarse (Cuevas 1985: 530): Del mar las ondas quebrantarse vía en las desnudas peñas desde el puerto; i en conflicto las naves qu’ el desierto Bóreas, bramando con furor, batía, cuando gozoso de la suerte mía, 5 aunque afligido d’el naufragio cierto, dije: “No cortará d’el ponto incierto jamás mi nave la temida vía”. ¡Mas, ¡ai, triste!, que apena se presenta de mi fingido bien una esperança, 10 cuando las velas tiendo sin recelo. Vuelo cual rayo, y súbita tormenta me niega la salud y la bonança, i en negra sombra cubre todo el cielo. El submotivo que más reflejo tiene en la poesía de Herrera es el de la tempestad del amor. Recordamos que en la navegación amorosa se parangonan las cuitas, las ilusiones, las desesperanzas, con vaivenes del oleaje o directamente con la tempestad. Es lo que vemos en el Soneto VI de Algunas obras de F. de H. (Cuevas 1985: 359): SONETO VI Al mar desierto, en el profundo estrecho, entre las duras rocas, con mi nave desnuda, tras el canto voi suäve que forçado me lleva a mi despecho. Temerario desseo, incauto pecho, 5 a quien rendí de mi poder la llave, al peligro m’entregan fiero i grave, sin que pueda apartarme del mal hecho. Veo los uessos blanquear, i siento el triste son de la engañada gente, 10 i crecer de las ondas el bramido. Huir no puedo ya mi perdimiento, que no me da lugar el mal presente, ni osar me vale en el temor perdido. El sujeto lírico presenta su sentimiento amoroso como una peligrosa travesía que realiza, pasando un “profundo estrecho” (1) y atraído por el canto de las Sirenas (1-4). Es evidente que se está evocando aquí en orden inverso (es decir, en quiasmo) dos episodios contiguos que leemos en el canto XII de la Odisea: el paso junto a las Sirenas, que causaban el naufragio de los navegantes (XII 166-200); y el paso del estrecho de Mesina, entre los dos monstruos Escila y Caribdis (XII 201-259). La nave está desvalida (2-3 “nave / desnuda”) ante los serios peligros del mar: “mar desierto, en el profundo estrecho” (1), “duras rocas” (2), “peligro… fiero i grave” (7). La determinación del sujeto fue osada e incauta (5-8). Viendo los precedentes de otros náufragos muertos (9-11), está convencido de que su travesía está abocada a la perdición (12-14). Vuelve a aparecer, como en el anterior soneto XLVIII, la navegación como correlato del amor; y los peligros marinos (escollos, Sirenas) representando el sufrimiento causado por la intransigencia de la amada. La percepción del final trágico es muy frecuente en Herrera y, en general, en los poetas españoles de los siglos de oro. El espíritu neoplatónico y ultrapetrarquista de Herrera le impide alcanzar la satisfacción amorosa. Desde el punto de vista de la génesis de este soneto, evoca lejanamente la Oda I 5 de Horacio; además, según Fucilla (1960: 146), puede interpretarse como una imitación de la poesía 80 del Canzoniere de Petrarca; sin embargo, más bien parece una imitación cercana del soneto de Torquato Tasso, 209 de Rime, “Ben veggio avinta al lido ornata nave”, como ya se ha apuntado: los elementos comunes son las Sirenas y los escollos, y sobre todo el detalle de los cadáveres de náufragos en la costa, incluyendo la imagen visual “Veo los uessos blanquear” (9), que evoca la frase de Tasso “biancheggiar le arene / d’ossa” (10-11). Quizá sea un momento adecuado para trazar la historia del motivo de las Sirenas como correlato objetivo para caracterizar negativamente a la amada o al amor. Ya se documentó en un epigrama griego atribuido a Hédilo e incluido en la Antología Palatina. Las Sirenas aparecen con sentido figurado frecuentemente en la Edad Media, representando “la luxure, l’attrait trompeur, et le détournement de la spiritualité” (Doudoumis 2002: 1716). Con esa acepción figuran con cierta profusión en la poesía goliárdica, como hemos examinado, así como en la Divina Comedia de Dante (Purgatorio XIX 1-33, XXI 43-46). En el Renacimiento, Fray Luis de León continuó con esta aplicación moral, al componer una Oda entera (“A Cherinto”) para aconsejar a su interlocutor que no caiga en la tentación de los deseos eróticos, y apoyó su admonición con el exemplum de las Sirenas, presentado por extenso (vv. 36-65). También hemos visto cómo en el Renacimiento las Sirenas se documentan en un soneto de Torquato Tasso (209 de Rime) que encontrará eco en la poesía española de tendencia manierista y barroca, concretamente en Herrera y Villamediana. Lope de Vega menciona el mito con aplicación erótica en su más famoso soneto (Rimas 61, vv. 3-4). El estudioso Fernando R. de la Flor, en su libro sobre la ideología y las representaciones del Barroco (De la Flor 2002: 382), considera que la imagen de las Sirenas fue favorita de la época para representar la atracción engañosa de la lujuria y de la mujer. La imagen aparece con esa implicación en el Emblema 94 de la Centuria I de los Emblemas morales (1610) de Sebastián de Covarrubias, citado igualmente por De la Flor: El vicio de la carne, es una

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