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En conclusión, el autor cuya influencia ha pesado más decisivamente en las formulaciones de la Travesía de amor por parte de Medrano parece haber s...

En conclusión, el autor cuya influencia ha pesado más decisivamente en las formulaciones de la Travesía de amor por parte de Medrano parece haber sido Horacio. Aunque este sea un tema primordialmente elegíaco y documentemos, aquí y allá, ecos de Propercio y Ovidio, su fuente de inspiración fundamental es, como ya postuló Arcaz, el de Venusia: “el procedimiento de nuestro autor a la hora de dar cabida a la experiencia amorosa personal se [hace] con significativa similitud al proceder de Horacio, esto es, siempre en continuo contraste con otros motivos y con clara función clausular” (2015: 59). d. Francisco de Quevedo Compartimos con Jorge Luis Borges la feliz caracterización de que «Francisco de Quevedo es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura». Con esto Borges insinuaba que la producción literaria de Quevedo es un reflejo del arte y de la erudición, y no tanto de sus vivencias y sentimientos. Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) había nacido en el seno de una familia de hidalgos. Creció cerca de la corte, porque sus padres ocupaban altos cargos en Palacio. Estuvo dotado de una inteligencia agudísima (hoy habría sido considerado un superdotado), pero su apariencia física deforme (era cojo, de escasa estatura y miope) le granjeó las burlas de sus coetáneos y fue configurando su carácter ácido y amargado. Desarrolló una amplísima obra en prosa y en verso, cultivando numerosos géneros distintos. Supone el culmen de la evolución barroca: partiendo de Góngora, al que siguió en un principio, desarrolló el estilo conceptista. Fue asimismo un avezado conocedor de la literatura clásica grecolatina y se manejaba bien en las lenguas de cultura de su época (aparte del español, latín, griego, hebreo, francés e italiano)121. Su erudito amigo González de Salas, editor de su obra y primer biógrafo, lo declara fehacientemente: “No conozco poeta alguno español versado más, en los que viven, de hebreos, griegos, latinos y franceses, de cuyas lenguas tuvo buena noticia, y de donde a sus versos trujo excelentes imitaciones” (“Prevenciones al lector” de El Parnaso Español). Además, sabemos que acudió a las fuentes clásicas directamente casi siempre, sin recurrir a obras de referencia y refritos tan a menudo como otros autores del Barroco. En efecto, poco a poco van aflorando volúmenes de su “biblioteca clásica”, profusamente anotados y trabajados por Quevedo122. En su obra poética se documenta una influencia decisiva de autores latinos como Marcial, Persio, Juvenal y Séneca (en la vertiente satírica y filosófica), y de Virgilio, Propercio, Ovidio y Estacio (en la vertiente más lírica). Por otra parte, su concepción del amor es petrarquista, aunque con tres siglos de retraso. A pesar de que escribió muchos poemas y textos misóginos, también es un apasionado poeta erótico. Las raíces culturales de su posición amorosa son Petrarca, los petrarquistas italianos y los españoles, especialmente el eje Garcilaso-Herrera-Lope, al que quizá habría que añadir también Góngora, a pesar de la rivalidad que los enfrentó (sobre esta influencia de Góngora en Quevedo ha investigado Carreira 2014). Poco se sabe de las amadas a las que llama con los pseudónimos poéticos Flora, Floralba, Fili o Aminta. No se sabe si la dama a la que llama Lisi (Lisis, Líside) existió en la realidad, aunque el propio Quevedo hace profesión de sinceridad (“jamás blasoné del amor con la lengua que no estuviese muy lastimado lo interior del ánimo”). Lo que sí está claro es que la sección Canta solo a Lisi, integrada en El Parnaso Español (1648), está concebida como un auténtico cancionero petrarquista. Así lo reconoció el propio González de Salas, editor del El Parnaso Español: “Vine a persuadirme que mucho quiso nuestro poeta este su amor semejase al que habemos insinuado del Petrarca. El ocioso que con particularidad fuese confiriendo los sonetos aquí contenidos con los que en las rimas se leen del poeta toscano, grande paridad hallaría sin duda, que quiso Don Francisco imitar en esta expresión de sus afectos” Dentro de este programa petrarquista, trató el tópico de la Travesía del amor con gran originalidad. En el arranque del soneto 292 (Blecua 1990: 215), “Amante ausente del sujeto amado, después de larga navegación”, compara su pasión en el amor, que resiste la ausencia de la amada, con la osadía o valentía necesarias para navegar: Fuego a quien tanto Mar ha respetado y que, en desprecio de las ondas frías, pasó abrigado en las entrañas mías, después de haber mis ojos navegado, En el soneto 445 (Blecua 1990: 463), “Procura cebar a la codicia en tesoros de Lisi”, el tópico de la Travesía de amor le sirve para caracterizar físicamente a su amada. A manera del procedimiento renacentista del blasón, va comparando la belleza de los bienes procedentes del comercio marino o de mar mismo (oro, perlas, púrpura, flores, cielo y luz) con los encantos de su amada (cabello, dientes, labios, mejillas, ojos): Tú, que la paz del mar, ¡oh navegante!, molestas, codicioso y diligente, por sangrarle las venas al Oriente del más rubio metal, rico y flamante, detente aquí; no pases adelante; hártate de tesoros, brevemente, en donde Lisi peina de su frente hebras sutil en ondas fulminante. Si buscas perlas, más descubre ufana su risa que Colón en el mar de ellas; si grana, a Tiro dan sus labios grana. Si buscan flores, sus mejillas bellas vencen la primavera y la mañana; si cielo y luz, sus ojos son estrellas. En la misma línea, en el soneto 449 (Blecua 1990: 465), “Afectos varios de su corazón, fluctuando en las ondas de los cabellos de Lisi”, compara la labor de coiffure de Lisi con la navegación marina: En crespa tempestad del oro undoso, nada golfos de luz ardiente y pura mi corazón, sediento de hermosura, si el cabello deslazas generoso. Leandro en mar de fuego proceloso, su amor ostenta, su vivir apura; Ícaro, en senda de oro mal segura, arde sus alas por morir glorioso. Con pretensión de fénix, encendidas sus esperanzas, que difuntas lloro, intenta que su muerte engendre vidas. Avaro y rico y pobre, en el tesoro, el castigo y la hambre imita a Midas, Tántalo en fugitiva fuente de oro. Hemos documentado este submotivo (comparar a la amada, en sus cualidades físicas, con el mar) ya en Lope de Vega. El sujeto se siente un navegante del mar del amor, naufragando en el cabello de Lisi. Compara, además, a su corazón enamorado con el náufrago mítico Leandro, además de con Ícaro (abocado a morir), el ave Fénix (que crea nueva vida a raíz de su muerte), Midas (que convertía en oro todo lo que tocaba, de igual manera que Quevedo convierte metafóricamente en oro el pelo de Lisi al describirlo) y Tántalo (que no puede gozar de los bienes que tiene al lado). La vuelta de tuerca de Quevedo es calificar los r

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