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justamente ese absurdo, connotado por el carácter despótico y arbitrario de que se reviste el sentimiento amoroso, el que acaba por constituir el saldo conclusivo de una reflexión en fin de cuentas ejercida sobre una entidad desconcertante incluso desde el punto de vista de su representación mitológica: porque bajo la gracia de Cupido («el niño Amor») se esconden, al fin, amenazas de sufrimiento de las que el propio soneto es una prueba concluyente.
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