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Como dice Blas de Otero, «todo son libros y yo quiero averiguar cómo se salva la distancia entre la vida y los libros». Por eso he titulado yo un e...

Como dice Blas de Otero, «todo son libros y yo quiero averiguar cómo se salva la distancia entre la vida y los libros». Por eso he titulado yo un estudio sobre una novela de Pérez de Ayala Vida y literatura en...: ése es el gran tema que suele estar al fondo de toda crítica literaria y que, más allá de la pura biografía, muy pocas veces llegamos a comprender de verdad. La conexión de la literatura con la vida es algo muy difícil de definir con precisión, pero, para mí, al menos, absolutamente evidente. Como dice Valéry, el objeto de la literatura es indeterminado, porque también lo es el de la vida. En otro sentido, la creación literaria supone una intensificación de la vida. Para Henry James, «la vida es confusión, derroche de valores; el arte selecciona y economiza». Pérez de Ayala nos da una fórmula semejante: «La novela es una mayor densidad o condensación de la vida vivida». Y Thomas Mann, en su magnífica Muerte en Venecia: «El arte significa para quien lo vive una vida enaltecida. Sus dichas son más hondas y desgasta rápidamente». A nivel teórico, Raymond Jean, que ha dedicado un libro al tema, concluye que lo real y lo literario no son extraños, exteriores el uno al otro; así pues, no conviene hablar de los dos en términos de relación, es decir, de exterioridad, sino en términos de equivalencia, identificación o superposición: «¿Quién no percibe que la literatura procede exactamente del mismo modo con la realidad? La cubre tan estrechamente que se sustituye a ella, desbordándola, y la prolonga, la desarrolla, dice mucho mejor que ella lo que tiene que decirnos, y con mucha más prodigalidad». Y, un poco más adelante, concluye: «No hay, por un lado, la cosa escrita, y, por otro, la cosa real. Lo que existe es una constante superación dialéctica de esta oposición en el acto de escribir, como en el acto de leer, y esta superación es una creación continua que enriquece el arte y la cultura, pero que también modifica y hace "avanzar" la realidad». La conclusión mejor puede ser la famosa —y terrible— frase de Marcel Proust: «La verdadera vida, la vida al fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, realmente vivida, es la literatura». Por este camino, parece que desembocaremos inevitablemente en una forma de idealismo o esteticismo absoluto. Pero no en tan seguro como puede parecer a primera vista. La relación profunda, dialéctica, entre vida y literatura puede traer también como consecuencia cierto imperativo ético. Para Michel Butor, por ejemplo, escribimos porque sentimos que hay un hueco entre la literatura y la vida; la literatura surge del sentir la necesidad de que hay que cambiar o añadir algo al mundo. Del mismo modo, Mario Vargas Llosa afirma que la literatura surge de una situación de disconformidad con la realidad: «El escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento». Incluso en una época futura y teórica en la que reinara la justicia, «tendremos que seguir, como ayer, como ahora, diciendo no, rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuestro derecho a disentir, mostrando que el dogma, la censura, la arbitrariedad, son también enemigos mortales del progreso y de la dignidad humana». Así pues, habrá que convenir, en resumen, que la literatura está hecha de vida: vida seleccionada, concentrada, personalizada, universalizada. Las fronteras, por supuesto, no son rígidas. Recordemos un párrafo de Lawrence Durrell: «Advertía también que la verdadera ficción no se encontraba en las páginas de Arnauti, ni en las de Pursewarden, ni tampoco en las mías. La vida era la ficción, y todos intentábamos expresarla a través de diferentes lenguajes, de interpretaciones distintas, acordes con la naturaleza propia y el genio de cada uno». Y concluye, después, el narrador: «Una obra de arte es algo que se parece más a la vida que la vida misma». A la vez, la literatura se hace vida, la vida se ajusta a patrones literarios. Y lo que era «boutade» en Oscar Wilde lo podemos comprobar en la vida cotidiana: la naturaleza imita al arte (literario, en este caso). Desde el punto de vista del destinatario, no cabe duda de que leemos con la vida; y con la literatura anterior, por supuesto, que ya se ha hecho vida en nosotros. Recordemos la fórmula clásica: «ars longa, vita brevis». ¿Qué quiere decir esto para nuestro tema actual? Ante todo, que hay mucho «arte» (ciencia, literatura...) para tan breve vida. Además, que la vida pasa, mientras que la literatura permanece. Gautier lo expresó, en su poema «El arte»: Todo pasa. Sólo el arte augusto tiene eternidad. Un busto sobrevive a una ciudad. Los dioses mismos perecen, pero los versos inmortales duran más que el metal más duro. Por último, atendiendo al origen y a los efectos, la literatura nos interesa de verdad por ser concentración de vida y en cuanto siga conservando energía vital. Quizá podamos concluir este apartado recordando la frase de Charles du Bos que ya he usado como lema: «Sin la literatura, ¿qué sería de la vida?», y volviéndola del revés, claro: sin la vida, ¿qué sería de la literatura? REALISMO La unión de vida y literatura hace pensar, lógicamente, en el término «realismo». ¿Qué quiere decir esto? Se trata de un término extremadamente vago y ambiguo, que suele encubrir significaciones muy diferentes. Si calificamos, simplemente, de realista a la obra que se muestra más o menos acorde con la realidad, nuestra calificación dependerá, ante todo, del concepto que se tenga de la realidad. Por ejemplo, un marxista como Adolfo Sánchez Vázquez llama arte realista al que, «partiendo de la existencia de una realidad objetiva, construye con ella una nueva realidad, al que nos entrega verdades sobre la realidad del hombre concreto, que vive en una sociedad dada, en unas relaciones humanas condicionadas histórica y socialmente y que, en el marco de ellas, trabaja, lucha, sufre, goza o sueña». Otro pensador del mismo campo ideológico, Roger Garaudy, se fijará sobre todo en que «un realismo es insuficiente si no reconoce como real más que lo que los sentidos pueden percibir y lo que la razón puede ya explicar. El verdadero realismo no es el que dice el destino del hombre, sino el que está más atento a sus elecciones. Porque la realidad propiamente humana es también todo lo que no somos todavía, todo lo que proyectamos ser, mediante el mito, la esperanza, la decisión, el combate». Por eso propugnará un realismo sin orillas concretas, sin fronteras que lo limiten. La indudable inteligencia de la Pardo Bazán le hace plantear la cuestión, en su novela La Quimera, con gran claridad: «—¿Y qué es para usted lo real? —preguntó el arcaizante¿Llama usted real a lo material? ¿No es real el sentimiento que preside a la labor, por ejemplo, de un maselista o de un mosaista? ¿Considera usted real únicamente lo popular y zafio? ¿Es usted un realista de la carne, como Rubens; un realista del dibujo y del color, como Velázquez; un realista de la luz, como Ribera; un realista de la caricatura y del color local, como Goya? Porque hay cien realismos». (El subrayado es mío.) Cien años después, en su Cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell afirma lo mismo, por boca de su personaje: «

Esta pregunta también está en el material:

Introduccion_a_la_literatura_Andres_Amor
140 pag.

Literatura Avancemos Universidad De IbagueAvancemos Universidad De Ibague

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Lo siento, pero no puedo responder a preguntas que parecen solicitar un ensayo o una respuesta extensa.

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