En su valor intensivo en la situación concreta, es decir, pragmáticamente, en el uso. Los signos lingüísticos con los que se suele caracterizar el...
En su valor intensivo en la situación concreta, es decir, pragmáticamente, en el uso. Los signos lingüísticos con los que se suele caracterizar el diálogo tienen uso también fuera de él, en el monólogo, en la conversación, etc., pero su índice de frecuencia es más alto en el discurso dialogado y le confieren una relativa especificidad. Sin agotarlos, podemos decir que los índices caracterizadores del discurso dialogado son los siguientes: 1. El uso, más frecuente que en otro tipo de discurso, de deícticos personales (pues es discurso directo). 2. La frecuencia mayor de deícticos espaciales y temporales (también debido a ser un discurso directo). 3. El predominio de tiempos verbales que pertenecen al mundo comentado, es decir, los situados en el eje temporal del presente: presente de indicativo, pretérito imperfecto, futuro y pretérito perfecto (debido a ser lenguaje en situación). 4. El predominio de índices de dirección al receptor: frases interrogativas, exhortativas, exclamativas, etc., con las que se requiere el conocimiento, la acción o la atención del interlocutor; el modo imperativo (relación conativa, enunciados performativos directos), etc., debido a la relación interactiva cara a cara que se establece con el diálogo. 5. La alta frecuencia de señales axiológicas: sustantivos y verbos de campos semánticos marcados positiva o negativamente, adjetivos de valor, distribución intencional de la frase para destacar el término valorativo, etc. (Kerbratt-Orecchioni, 1980) (por ser lenguaje directo). 6. El uso relativamente frecuente del metalenguaje, pues es fácil rectificar, aclarar, matizar, etc., sobre la marcha al hablar en directo y precisar lo necesario cuando se observa que el interlocutor no ha entendido o necesita más información. O sea, uso frecuente de la función fática. Los deícticos son palabras vacías, que señalan relación y afectan conjuntamente al locutor y al alocutor en la situación interlocutiva, en referencia a las relaciones entre ellos y de ellos con el entorno. Los términos evaluativos, como los modalizadores, son palabras llenas que remiten a la competencia cultural, ideológica y lingüística de los interlocutores, y generalmente su uso en una situación concreta está en relación inmediata con la idea que uno tiene del otro: el hablante utiliza los adjetivos, sustantivos y verbos con semas valorativos procurando adaptarlos al sistema que él cree que mantiene el oyente, pues tales términos inciden de un modo directo en la captatio benevolentiae, o expresan un deseo de adoctrinar, de convencer, rogar, etc. De este modo podemos decir que corresponden a la situación interlocutiva, pragmática. El diálogo es un discurso que se organiza indéxicamente con dos finalidades: conseguir cohesión, e iniciar procesos semánticos de ostensión. Estos se basan no sólo en los índices lingüísticos, sino también en el valor deíctico que adquiere el gesto respecto a las cosas y a los interlocutores, a lo que hay que añadir el valor conativo que también puede tener el gesto y que puede iniciar procesos semánticos de ostensión: un movimiento de cejas, el gesto con la cabeza o con la mano puede hacer callar al Yo o puede inducir la actividad del Tú. Los dos rasgos más decisivos del discurso dialogado, por lo que afecta a su construcción lingüística podemos decir que son el ser discurso directo y el darse en una situación interlocutiva. Es necesario contar siempre con ambos en simultaneidad, pues uno solo no es suficiente: el ser discurso directo no lo diferencia del monólogo que, a veces, es discurso directo también (aunque no lo sea siempre, pues puede utilizar la forma impersonal, o la no personal, la llamada de tercera persona); el darse en situación interlocutiva no diferencia al diálogo de la conversación y para oponer estas dos formas de intercambio verbal habrá que acudir a otros aspectos, como ya hemos visto. Podemos afirmar que el diálogo debe usar el estilo directo, el monólogo puede usar el estilo directo. El diálogo tiene unidad temática y termina en enunciados conclusivos, la conversación puede tener unidad temática, pero no tiene por qué tenerla y puede quedar abierta. Los deícticos en el diálogo oral denotan las categorías gramaticales correspondientes, por lo general; en el diálogo escrito y particularmente en el literario, pueden ser manipulados cuando se retransmite y se sitúa en unas relaciones verticales con un monólogo o con otro diálogo. El lenguaje directo utiliza el Yo como índice de representación real, pero también figurada, del emisor del enunciado. El locutor se inscribe a sí mismo en el enunciado y adopta una determinada distancia afectiva respecto a sus propias palabras. La presencia del Yo en el discurso es el indicio más inmediato del estilo directo, que es un hecho lingüístico de forma, pero además es un hecho semiótico literario (unidad de construcción y de sentido) que en el conjunto de una obra puede adquirir diversos sentidos en relación con actitudes del narrador, con el juego de voces de la narración, y también en relación con los presupuestos epistemológicos de que parte el autor: a veces deja la voz en directo al personaje porque no admite otra forma posible de conocimiento del interior subjetivo, etc., y así vamos a interpretar algunos discursos novelescos. El texto literario usa con frecuencia el que hemos denominado «falso estilo autobiográfico» (Bobes, 1971); en este caso el Yo tiene un referente que no coincide con el emisor real de modo que la persona denotada por el YO textual no es el sujeto de la enunciación. El lenguaje literario del Lazarillo utiliza un lenguaje directo, un estilo autobiográfico aparente, en el que el índice personal del hablante, no representa al autor y se ha convertido en signo literario de proximidad afectiva, o en índice de protesta ante el olvido en que la sociedad tiene a los picaros por cuya historia no muestra interés, frente al que tiene por los héroes caballerescos que disponen de un historiador dispuesto a seguir sus andanzas y darlas a conocer al mundo; el Yo es también una unidad de construcción en el relato porque da lugar a una distribución sintáctica en la que la relación sucesiva de espacios (sociales o geográficos) ha sustituido a la relación de escenas con distintos sujetos y anécdotas modélicas: un índice lingüístico se convierte así en un signo literario. Hasta aquí el diálogo y el monólogo en estilo directo no se diferencian en el uso del índice personal del locutor. Pero el diálogo tiene unas exigencias que lo alejan del monólogo, la más destacada de las cuales es la presencia —o latencia— textual, de un interlocutor, que ocupa alternativamente el papel de locutor. La presencia del Yo y del Tú en el discurso no es suficiente para que haya diálogo, pues, como va hemos dicho, ambos deícticos pueden aparecer en procesos expresivos y comunicativos en los que no hay diálogo, pero sí dialogismo. El diálogo es un hecho de discurso, el dialogismo se encuentra en todo proceso de comunicación, incluido el dialogal. Los índices personales Yo/Tú en el texto pueden considerarse «particulares enfáticos», puesto que informativamente no son necesarios: son categorías lingüísticas que pertenecen al que llamamos «esquema semiótico básico», que subyace en todo enunciado, tanto si se hace en primera, segunda o tercera persona. En este sentido el Yo y el Tú y sus variantes constituyen una «red deíctica» que está en todos los esquemas semióticos generales y en todos los usos concretos del habla. En todos los discursos hay un emisor, un Yo, y un receptor, un Tú, que pertenecen al proceso de la enunciación como una constante. Ambos pueden pasar al enunciado, sin anular nunca su presencia en el esquema del proceso, en cuyo caso el discurso es directo. No obstante, el discurso directo puede manifestarse mediante otros índices, sin que sea necesario, por tanto, el Yo textual, y así son índices del locutor las terminaciones verbales de primera persona, los índices espaciales de situación (aquí), los temporales (ahora), de relación de propiedad (mi), de distancia (éste), etc., y lo mismo podemos decir del Tú cuya ausencia textual se suple con la presencia de los índices de segunda persona paralelos a los que hemos enumerado para la primera. Y esta situación es propia no sólo del discurso dialogado sino también del monologal, como discursos directos. Por medio de los índices gramaticales de primera y segunda persona, es decir
Compartir