De un plan como requisito burocrático a un plan como instrumento de acción La tradición dominante en el medio ha sido la de rigidizar el proceso de...
De un plan como requisito burocrático a un plan como instrumento de acción La tradición dominante en el medio ha sido la de rigidizar el proceso de planeación a tal punto de focalizarlo en el producto, es decir en un documento llamado plan o programa. Una vez cumplido este requisito administrativo la acción puede o no aproximarse a lo previsto, siempre dependiendo de otras variables. La tradición tecnocrática, por ejemplo, concibe el plan como un producto del experto que se impone al resto del aparato y a la sociedad. La tradición burocrática haría énfasis en la elaboración del plan como el cumplimiento de un requisito formal independientemente del impacto, respaldo o involucramiento que tengan los grupos sociales en el mismo. Ambas tradiciones han producido una desimplificación en la sociedad en el plan, y el aparato, por su parte, se ha concretado a hacer un seguimiento administrativo del mismo sin llegar a ser el motor de la acción organizacional. La gestión pública concebiría un proceso de planeación basado en el propio proceso de elaboración del plan. El plan en sí es importante, pero en la medida en que desencadenó acuerdos, compromisos, negociaciones y discusión en torno a las alternativas para la sociedad. Sólo un plan que generó en su concepción una participación real y activa de los agentes generará posteriormente una acción real y, finalmente, un impacto que, aun cuando tenga desviaciones con lo previsto, éstas sean resultado de correcciones a partir de nuevos acuerdos, más que “errores de previsión” de los expertos. Por lo tanto, la flexibilidad en el proceso y la capacidad de introducir elementos correctivos en el mismo son características básicas de la planeación en este escenario.
Compartir