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Por el movimiento mismo de la naturaleza –desarrollo del cuerpo, cambio de la voz y tributo mensual–: «Nieguen pues que sea mujer la que sufre los ...

Por el movimiento mismo de la naturaleza –desarrollo del cuerpo, cambio de la voz y tributo mensual–: «Nieguen pues que sea mujer la que sufre los accidentes de la mujer»(3). Por último, Tertuliano extrae de las exigencias de la disciplina la última serie de argumentos: las mujeres casadas deben ser protegidas de los peligros que las rodean. El velo asegura y simboliza esa protección. Pero ¿no es necesario proteger la virginidad en la misma medida de los ataques de la tentación, los dardos de los escándalos, las sospechas, las murmuraciones, los celos?(4). A la inversa, la Exhortación a la castidad, texto dedicado por Tertuliano a un hermano luego de su viudez, parece absorber en la virginidad un conjunto de conductas o condiciones diferentes. Pero, en realidad, tampoco en este caso se aísla la virginidad en sentido estricto como un modo de vida o una experiencia específica. La virginidad en general se define como «santificación», y esta santificación, como voluntad de Dios; lo que quiere esa voluntad es que, creados a su imagen, nosotros nos parezcamos a ella. Hay entonces tres grados de virginidad: la que recibimos al nacer y que, si la conservamos, nos permite ignorar aquello de lo que más adelante anhelaremos liberarnos; la que se recibe al nacer por segunda vez en el bautismo, y que se practica sea en el matrimonio, sea en la viudez, y por último, la que Tertuliano llama «monogamia» y que, después de la interrupción del matrimonio, renuncia al sexo. Tertuliano asigna a cada uno de estos tres grados una cualidad específica. Felicitas para el primero; virtus para el segundo, y para el tercero es preciso sumar a esa virtus la modestia(5). Ahora bien, el sentido que debe darse a esas calificaciones y su jerarquía queda claro en un pasaje de Sobre el velo de las vírgenes(6). En él, Tertuliano se pregunta si «la continencia no prevalece sobre la virginidad»; sea una continencia practicada en la viudez o ejercida de común acuerdo en el matrimonio. Del lado de la virginidad está la gracia que se recibe; del lado de la continencia, la virtud. Aquí, la dificultad del combate contra la concupiscencia; allá, la facilidad de no desear lo que se ignora. Podrán verse las dos tendencias que se siguen de esos textos. Por una parte, dar a la abstención de las relaciones sexuales un valor general como medio de acercarse a una existencia santificada, preludio al momento en que la carne resucitada ya no conozca la diferencia de los sexos(7); y, dentro del marco general de esa abstención, no atribuir una condición privilegiada ni una posición preeminente a la virginidad en sentido estricto, aunque se indiquen su lugar y su especificidad. En realidad, estos textos de Tertuliano están imbuidos de una moral rigurosa de la continencia, mucho más que de una valorización espiritual de la virginidad. Puede reconocerse en ellos, incluso, la resistencia a cualquier práctica que dé un sentido y un estatus particulares a la virginidad de las mujeres(8). Escrito a mediados del siglo III, De habitu virginum se dirige en cambio a mujeres que tienen y deben tener el estatus y la conducta de vírgenes, aunque sin ser algo [parecido a] una institución monástica. Se trata de una categoría de fieles lo bastante definidas como para poder dirigirse a ellas como tales(9), y lo bastante avanzadas en la santidad para que Cipriano les pida acordarse de otros (y entre esos otros, de él) cuando les toque el honor(10). Ni elogio de la virginidad en general ni censura de lo que sucede, el texto se presenta, en forma de una exhortación, como un tratado práctico: ¿cómo deben comportarse las vírgenes? De manera significativa, al inicio, hay un elogio de la disciplina en general, más precisamente una fórmula que retoma la de Tito Livio, tantas veces repetida(11). Con una variante, sin embargo. «Disciplina, guardiana de la debilidad», decía el historiador romano. «Disciplina, guardiana de la esperanza», responde Cipriano, y marca con claridad la función positiva de la disciplina en el ascenso hacia las recompensas divinas: «Guardiana de la esperanza, amarra de la fe, guía del camino salvífico, alimento de las buenas disposiciones, maestra del coraje, es ella la que hace morar en Cristo y vivir unido a Dios»(12). Cipriano define la virginidad en relación con la purificación del bautismo, que hace de nosotros, de nuestro cuerpo y de sus miembros, el templo de Dios. Por lo tanto, estamos obligados a velar para que nada impuro ni tan siquiera profano pueda ingresar en ese lugar santificado. En cierta forma, nos toca ser sus – y difícil – duro ascenso, sudor y esfuerzo–: «A quien persevera le es dada la inmortalidad, se le ofrece la vida perpetua y el Señor promete su reino»(19). Exige pues ayuda, aliento, advertencias, exhortaciones(20). Cipriano no menciona nada parecido a una dirección sistemática. Queda claro que no propone una regla de vida. Se limita a indicar que habla como un padre(21). Pero destaca también que la virginidad no puede consistir únicamente en la integridad del cuerpo(22). Ahora bien, el contenido del texto quizá sorprenda. Sus recomendaciones se presentan en varios grupos sucesivos: el primero concierne a la riqueza (no preferir, a la única verdadera riqueza que está en Dios, la del ornato, los adornos, la vestimenta suntuosa); el segundo concierne a los cuidados del cuerpo y la coquetería; y el tercero, a los baños y los lugares que no deben frecuentarse. En estos preceptos, en suma, la cuestión se refiere –y el texto lo dice expresamente– a la «vestimenta», los «cuidados», los «adornos»(23). Sin embargo, la insistencia poco menos que exclusiva en estos temas se explica con facilidad por la concepción general que Cipriano se hace del estado de virginidad. Si este, en efecto,

Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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