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las ataduras de la fidelidad. Una sociedad en la cual Dios los hace participar individual y definitivamente por la marca imborrable del matrimonio que les impone. Es necesario volver ahora a la cuestión de la progenitura, que parece quedar en segundo plano una vez que la esencia del matrimonio cristiano se define por el vínculo de fidelidad y la marca del sacramento. En varias ocasiones Agustín dice explícitamente que la progenitura es uno de los tres «bienes» del matrimonio: uno de los elementos que, a la vez que lo sitúan por debajo de la continencia, permiten reconocer que es bueno, si no por sí mismo, al menos en sí mismo. Sin embargo, las formulaciones del De bono conjugali, como de los textos posteriores, dan a ese tercer bien una posición particular. Por un lado, Agustín en efecto dice –y demuestra mediante sus análisis– que aquel es menos importante que los otros: «En nuestro matrimonio la santidad del sacramento tiene más valor que la fecundidad del vientre»(73). Es menos constitutivo del matrimonio que los otros dos bienes, porque la ausencia o la desaparición de la progenitura no deshacen el matrimonio y, a la inversa, la intención de tener hijos no puede transformar una relación en matrimonio(74). Pero, por otro lado, abundan las afirmaciones en el sentido de que la procreación es la meta –e incluso la meta exclusiva– del matrimonio. En todas las naciones el matrimonio tiene el mismo objetivo: la procreación de niños(75); la generación es la causa de que se hayan instituido las nupcias(76). Sin duda, la explicación debe buscarse en la relación entre las nociones de «bien» y «fin» del matrimonio. Si recordamos la teoría general de los bienes(77), comprenderemos fácilmente cómo puede la progenitura considerarse un bien del matrimonio, junto al sacramento y la fidelidad. Según se recordará, el matrimonio es un fin deseable, pero como medio para otro fin, que por su parte vale en sí: la amistad o el vínculo que une naturalmente a los seres humanos unos con otros como partes de un mismo género humano. La progenitura es una manera de ligar a los individuos y, por lo tanto, de producir o desarrollar la societas. Pero hay que apresurarse a destacar que no efectúa ese vínculo en el matrimonio como el sacramentum o la fides. Estos son rasgos propios del vínculo matrimonial: intrínsecamente forman parte de él. La progenitura no puede ser más que un efecto del matrimonio, una de sus consecuencias. Y el vínculo matrimonial, que en sí constituye un elemento de la sociedad, encuentra en dicha progenitura un medio de desarrollar más allá de sí mismo las relaciones necesarias para esa sociedad. La progenitura es un «objetivo» que el matrimonio debe proponerse para un fin que, de todas maneras, este alcanza en tanto constituye un vínculo imborrable entre individuos. Pero hay que agregar que por sí solo, sin esa procreación, el vínculo del matrimonio no sería suficiente para que pudiera desarrollarse una sociedad a escala del género humano: la primera pareja se habría quedado sola en el mundo. Puede decirse en consecuencia que la proles es en sí misma un bien del matrimonio, porque liga a los individuos; que no es una de sus condiciones indispensables, porque aquel puede existir sin ella; que es uno de sus objetivos, porque, en cuanto al matrimonio, se trata de un medio de acceder a su fin, la sociedad, y que es incluso su «único» objetivo, tanto por oposición al sacramento y la fidelidad (que constituyen una parte intrínseca del vínculo matrimonial) como en función de su carácter indispensable para la unidad de los individuos en el género humano. Pero el papel de la procreación en el matrimonio se complica aún más debido a que no puede disociárselo del estatuto de las relaciones sexuales. No solo, desde luego, porque estas últimas son indispensables para la proles, sino porque la determinación de la progenitura como meta sirve de principio regulador de las relaciones sexuales: «La continuidad de la sociedad se da a través de los hijos, único fruto honesto, no de la unión [conjunctio] del marido y la mujer, sino de su comercio carnal [concubitus]»[(78)]. Para Agustín, en efecto, la necesidad de la proles hace que la «conjunción» de dos individuos en el matrimonio se acompañe con un acto entre hombre y mujer. Pero sería erróneo reducir su análisis a la lisa y llana sujeción de la relación sexual a la posibilidad y la obligación de hacer hijos. Lejos de encontrarse en él un bloque unitario constituido por el matrimonio, la relación sexual y la procreación (como sí sucedía en algunos moralistas de la época helenística y romana o en Clemente de Alejandría), es constatable la existencia de algunas disociaciones y desplazamientos. Ante todo, cabe señalar la manera en que De bono conjugali da vuelta la cuestión de la impureza de las relaciones sexuales(79). A menudo, las prescripciones del Levítico habían servido a los autores cristianos para mostrar que todas las relaciones físicas incluían en sí mismas algo del mal y la falta, porque exigían ritos de purificación, aun en los esposos legítimamente casados. A eso, Agustín responde con dos argumentos. Uno es de alcance general: lo impuro no es de por sí un pecado; las reglas de las mujeres son impuras y también lo son los cadáveres: ¿dónde está la falta? El otro argumento es específico de la relación sexual: desde luego, el semen es impuro. Pero lo es como todo lo que aún es burdo, imperfecto, y está mezclado con elementos que deben desaparecer para [que] aparezca la forma definitiva y perfecta. Así entendidas, las prescripciones del Levítico no designan la impureza propia del acto sexual, sino del semen; solo conciernen a lo que este debe quitar de sí mismo antes de alcanzar su finalidad, y, para terminar, tienen un valor simbólico: muestran al hombre que debe «purificarse de esta vida informe y adoptar la forma de la doctrina y la ciencia»(80). Así, Agustín, a

Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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