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¿Hay que ir más lejos? Hemos visto que tenía su lugar en la creación del ser humano, antes de la falta y la caída, a pesar de que en ese momento ca...

¿Hay que ir más lejos? Hemos visto que tenía su lugar en la creación del ser humano, antes de la falta y la caída, a pesar de que en ese momento careciera de realidad. Era la obra de Dios, que la destinaba a la constitución de un género humano como «sociedad». Aún en el matrimonio de hoy en día desempeña ese papel, porque es necesaria para la procreación, y esta procreación constituye uno de los fines y uno de los bienes de la conyugalidad. ¿No es posible, por lo tanto, considerarla como un bien dispuesto en su origen por Dios y mantenido después de la caída? ¿No se corre el riesgo de tener que pasar del bonum conjugale al bonum sexuale? Una breve mención, en La Ciudad de Dios, de lo que es en su forma y su desarrollo el acto sexual permite acotar el problema. Allí, Agustín retoma de manera muy fiel la descripción del paroxismo sexual con sus tres puntos esenciales: una sacudida física del cuerpo que no se puede controlar; un estremecimiento del alma, arrastrada a su pesar por el placer, y un eclipse final del pensamiento que parece acercarlo a la muerte. «El deseo (libido) que excita las partes pudendas del cuerpo» no se conforma con apoderarse del cuerpo entero, por dentro y por fuera; estremece al hombre en su totalidad, al unir y mezclar las pasiones del alma y los apetitos carnales para inducir esa voluptuosidad, la más grande de todas entre las del cuerpo, de modo que en el momento de llegar a su punto culminante, toda la agudeza y lo que podríamos llamar la vigilancia del pensamiento quedan casi aniquiladas. La conclusión es fácil de deducir: «¿Qué amigo de la sabiduría y los goces santos [sapientiae sanctorumque gaudiorum] que lleve una vida conyugal no preferiría, si pudiera, engendrar hijos sin ese “deseo” [libido]?» La formulación es digna de nota. Sin duda, los «amigos de la sabiduría» que desearían estar libres de esta flaqueza y de tamaña violencia son tanto los paganos que procuraron practicar la virtud como los cristianos que buscan, además de la sabiduría de su fe, los goces celestiales. Agustín indica claramente que se refiere a una concepción secular que hace del acto sexual un hecho físico de efectos tan peligrosos, para el cuerpo y para el alma, que es deseable abstenerse de él tanto como sea posible. Acaso tenga en mente el texto del Hortensius, que por otra parte cita en el Contra Julianum: El producto de la voluptuosidad, ¿no es con demasiada frecuencia la ruina de la salud? Cuanto más violentos son sus movimientos, más enemigos son de la filosofía. Entregarse a esa voluptuosidad, reina de todas las otras, ¿no es abandonarse a la impotencia radical que impide cultivar el espíritu, desarrollar la razón y alimentar pensamientos serios? ¿No hay en ello un abismo que tiende sin cesar, noche y día, a producir en todos nuestros sentidos las violentas conmociones cuyo secreto poseen las voluptuosidades llevadas al extremo? ¿Qué hombre sabio no preferiría que la naturaleza nos hubiera negado todas las voluptuosidades? Queda así planteada la alternativa. O hay que admitir que la humanidad, salida perfecta de las manos del Creador, conocía ya ese arrebato de los sentidos, esa debilidad del alma, esa pequeña epilepsia que adopta las apariencias de la muerte, lo cual es contradictorio con la soberanía de una criatura a la que las demás deberían estar sometidas, o es necesario eludir lo que hay de flaqueza vergonzosa en ese acto y no ver en él sino lo que ha tenido de natural desde la fundación del género humano. O bien ya en el origen el cuerpo humano manifestaba una debilidad intrínseca, un mal que formaba parte de su naturaleza, o bien las voluptuosidades de hoy en día prolongan hasta nosotros una inocencia que aquel debe a su estado primigenio. Agustín reprocha a los pelagianos la construcción artificial de esta alternativa cuando plantean la elección entre un maniqueísmo que denuncia el mal inherente a la Creación y su propia tesis, que ve en l

Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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