Logo Studenta

Tal como Orígenes, la mayor parte de los exégetas cristianos había negado que hubiera relaciones sexuales en el paraíso y que, antes de la caída, l...

Tal como Orígenes, la mayor parte de los exégetas cristianos había negado que hubiera relaciones sexuales en el paraíso y que, antes de la caída, la primera pareja hubiese podido procrear físicamente como consecuencia de una conjunción carnal. Así, Gregorio de Nisa admitía que desde su Creación los humanos habían recibido el derecho y la posibilidad de multiplicarse: sin embargo, no por efecto de una relación sexual, sino en virtud de una operación que no conocemos, como no conocemos la que había poblado el cielo de ángeles y los había hecho proliferar por miríadas. ¿Por qué, entonces, la diferencia de los sexos ya estaba marcada en la Creación y se dio al hombre y la mujer la orden de multiplicarse? Sucede –respondía Gregorio de Nisa– que Dios, en su presciencia, sabía que el hombre iba a caer: se le daba por anticipado un medio para que pudiera perpetuar su especie más allá de la muerte que sería su condena(33). En este tipo de exégesis, se advierte que el acto sexual forma parte de la caída y de sus consecuencias. Integra un bloque que incluye el primer pecado, la muerte y la procreación. Depende de la desobediencia inicial, porque esta determina su realización (en la existencia de la primera pareja) e incluso su posibilidad (en la previsión de Dios). Está ligado a la procreación que es su finalidad y su razón de ser, y a la muerte, dado que es una de las formas de la corrupción que priva a los hombres de su inmortalidad y está destinado a compensar sus efectos. Por último, es indisociable del deseo, epithymia, ya que, en efecto, este provocó la caída: el deseo en general, el anhelo de placer y no el apetito sexual(34); el gusto por los placeres terrenales, en detrimento de la contemplación de Dios, introduce la corrupción y la muerte, y el ansia de perpetuarse empuja a los hombres a procrear. Por lo tanto, el acto sexual forma parte, sea en carácter de consecuencia o de medio, de un conjunto de cuatro elementos –el deseo, la caída, la muerte, la procreación– que lo ocasionan o lo atraen. En esta interpretación, que era tradicional en su época, Agustín efectuará un desplazamiento y una disociación. Trasladará, si no la conjunción sexual, sí, al menos, su posibilidad legítima, del mundo caído a la existencia paradisíaca, tal como había salido de las manos del Creador. Pero ese desplazamiento solo podía aceptarse a condición de que la relación sexual se desprendiera de todo lo que en ella podía constituir los estigmas de la existencia caída. Agustín solo consuma por etapas esta recalificación metahistórica de la relación conyugal, con todas las disociaciones que implica. El De Genesi contra Manichaeos, redactado poco tiempo después de su bautismo, todavía está cerca de las tesis de Gregorio de Nisa o Crisóstomo. En ese texto se dice que el hombre paradisíaco, con su cuerpo de cieno, está dotado de cualidades celestiales que lo vuelven incorruptible, lo emancipan de toda necesidad física, le ahorran todas las mociones desordenadas del alma y lo tornan inaccesible a la concupiscencia(35). Agustín tropieza entonces con el mismo problema que sus predecesores: en esa existencia sin pecado, sin muerte y sin deseo, ¿qué sentido dar a estas afirmaciones del Génesis: que Dios creó al hombre y la mujer (1, 27), que les dijo que crecieran y se multiplicaran (1, 28) y que el Creador quiso, en la mujer, dar una ayuda al hombre (2, 18)? ¿Cómo evitar relacionar este tema de la ayuda con el del nacimiento de una progenitura que derive de la diferencia de los sexos? ¿Y cómo, entonces, no hacer lugar a la procreación sexual en la existencia que era la del paraíso, la de inmortalidad sin corrupción? Al igual que sus predecesores, Agustín hace valer los recursos de la interpretación espiritual. En lo formal, sin embargo, su posición es ambigua o, para decirlo con más precisión, tolera dos interpretaciones, ya que él dice que esos textos del Génesis pueden asimismo comprenderse «spiritualiter», lo cual autoriza, al menos por preterición, a interpretarlos «carnaliter». Pero en los hechos, Agustín solo desarrolla la significación espiritual. Interpreta como una relación de mando y sumisión la «ayuda» que la mujer debe aportar al hombre. Luego, la relación que se entabla sobre la base de la diferenciación del hombre y la mujer no pasa por el sexo. Casta conjunctio. En cuanto al crecimiento y la multiplicación, Agustín interpreta que deben ser los de los frutos espirituales: «Alegrías inteligibles e inmortales», dice el primer texto del De Genesi contra Manichaeos[(36)], y «buenas obras de alabanza divina»[(37)], el segundo. El punto más difícil de una interpretación como esa es, sin duda, el sentido específico que debe darse al tema de la ayuda que el hombre recibió de la mujer. ¿Por qué no le bastaba a Adán con la contemplación de Dios para producir los frutos innumerables de la alegría? ¿Por qué necesitaba a otro para cantar las alabanzas de Dios? En el De catechizandis rudibus, Agustín propone una

Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

Todavía no tenemos respuestas

Todavía no tenemos respuestas aquí, ¡sé el primero!

Haz preguntas y ayuda a otros estudiantes

✏️ Responder

FlechasNegritoItálicoSubrayadaTachadoCitaCódigoLista numeradaLista con viñetasSuscritoSobreDisminuir la sangríaAumentar la sangríaColor de fuenteColor de fondoAlineaciónLimpiarInsertar el linkImagenFórmula

Para escribir su respuesta aquí, Ingresar o Crear una cuenta

User badge image

Más contenidos de este tema