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prejuicios difundidos sobre la iniciativa individual y el libre mercado implica reconocer la importancia de compensar el riesgo abordado por afront...

prejuicios difundidos sobre la iniciativa individual y el libre mercado implica reconocer la importancia de compensar el riesgo abordado por afrontar la incertidumbre con los beneficios que se obtengan al explotar una actividad. Como todo descubrimiento es resultado de la inteligencia personal. Los economistas desde Richard Cantillon, John Stuart Mill, Jean Baptist Say, Joseph Schumpeter hasta nuestros días han estudiado cómo se comporta el individuo emprendedor cuando decide arriesgar sus propios bienes para conseguir un beneficio adicional. Hay muestras contundentes de la relación entre la creación de empresas, el progreso económico, la innovación y la mejora de la sociedad (Acs, Audretsch y Feldman, 1994; Birch, 1981; Stel, Carree y Thurik, 2005) Gracias a teorías como la del crecimiento endógeno (Romer, 1994; Solow, 1956) y la del filtro del conocimiento (Acs, Braunerhjelm, Audretsch y Carlsson, 2009; Audretsch, 2007) se rescata el papel esencial que el empresario tiene en el progreso, como adelantaron los grandes clásicos de la economía. La creación de nuevas empresas permite romper ese filtro de conocimiento al hacer productiva la capacidad de innovación. Es el individuo emprendedor que, mediante su acción, desarrolla nuevos productos o servicios para satisfacer nuevas necesidades. Sin embargo, como consecuencia de ese intercambio, la capacidad de innovación y la creatividad humana, hoy en día nos enfrentamos a grandes desafíos que podemos resumir en los siguientes: En primer lugar, una población que envejece gradualmente a medida que las innovaciones científicas de la medicina y sus aplicaciones técnicas facilitan la prolongación de la vida. Mantener una equilibrada correlación entre la prolongación de la vida, la tasa de nacimientos, el envejecimiento de la población, y asegurar un desarrollo socialmente equilibrado entre pueblos de culturas distintas, cuyas poblaciones crecen y envejecen a ritmos desiguales, es uno de los principales problemas que el desarrollo tecnológico transfiere al porvenir. En segundo lugar, la acelerada propensión al consumo incitado por el acceso al mercado global a través las tecnologías de la comunicación ha generado un bucle vicioso: la generación de todo tipo de necesidades superfluas. En tercer lugar, el acelerado ritmo de la economía productiva requiere mantener un equilibrio sostenible en la explotación de los recursos ambientales y las necesidades del crecimiento. No hay duda de que la acción económica humana realizada en régimen de competencia en un mercado libre ha sido el estímulo principal para la creación y la distribución de la riqueza producida. Pero tampoco hay duda de que ese crecimiento constante cimentado por el progreso científico y tecnológico en el que la modernidad fijó sus ilusiones iluministas, ha mutado en la posmodernidad líquida a percibirse como generador de amenazas antaño imprevisibles. La dificultad de mantener el ecosistema natural y el deterioro medioambiental son causas de un desencanto que se extiende en movimientos ideológicos expresivos de rechazo a la globalización y de urgente protección de nuestro entorno. Por último, los avances de la biotecnología abren las puertas a un escenario inédito. La selección genética, el intercambio genético, la alteración cromosómica, la aplicación de técnicas a la producción, conservación y reproducción de la vida humana ponen en riesgo la unidad genética de la especie, asunto que indujo a (Habermas, 2002) a escribir hace casi dos decenios un libro titulado El futuro de la naturaleza humana. La evolución del capitalismo ha dado lugar a un nuevo concepto de empresa o una reformulación de su naturaleza. Hoy en día el riesgo patrimonial se realiza no solo por un beneficio sino también, en muchos casos, por un propósito individual diferente a la maximización de la ganancia económica. Los jóvenes millonarios por la creación de empresas tecnológicas se convierten rápidamente en grandes filántropos, buscando un sentido a sus éxitos empresariales. Las estrategias de responsabilidad social y sostenibilidad, cada vez más frecuentes en las multinacionales, son convergentes en satisfacer necesidades de mercado y aportar parte de los beneficios a actividades sociales o medioambientales. Estas estrategias surgen como resultado de la acción del mercado y de la competencia impuesta por los nuevos valores y exigencias de los consumidores. No es la limitación del mercado, sino su evolución, lo que ha ido haciendo cada vez más conscientes a las empresas y a los nuevos emprendedores de las posibilidades que la iniciativa emprendedora puede aportar a las soluciones de los problemas de la actualidad. La toma de conciencia de estos problemas no puede dejar de tener un alcance global, lo que ha promovido diversas iniciativas de contribución de las empresas con las instituciones políticas mundiales a la racionalización de un crecimiento sostenible. Un ejemplo de ello es el auge de proyectos como el Pacto Mundial de Naciones Unidas (UN Global Compact) sobre desarrollo sostenible para 2030, firmado por 193 países, y al que se han adherido de forma voluntaria más de 13.000 empresas en todo el mundo y, entre ellas, varias empresas españolas. La preocupación porque el crecimiento económico pase a concebirse como una función al servicio del sostenimiento ha modificado los supuestos tradicionales reguladores de la ética de las instituciones empresariales, como las normas de competencia leal, la transparencia informativa, la responsabilidad corporativa a lo que se añaden ahora nuevos principios como el de valor compartido (Kramer y Porter, 2011). Los procesos establecidos para que la autorregulación de la responsabilidad social en las instituciones empresariales asegure una acción económicamente viable con un equilibrio globalmente compartido son cada vez más exigentes. La constante renovación de la tecnología digital acentúa el carácter líquido de la sociedad global aumentando la incertidumbre y la velocidad de su transformación (Bauman, 2000). Una educación integral y consciente de la capacidad humana y sus posibilidades de acción abre la puerta a la esperanza en la búsqueda de soluciones a los desafíos globales. Contraponer distintos tipos de emprendimiento (intra-emprendimiento, emprendimiento social, emprendimiento mercantil etc.) no es más que poner adjetivos a la capacidad de iniciativa individual. Lo que diferencia un tipo de emprendimiento de otros es la motivación del emprendedor y su actuación conforme a unos valores éticos. Cada intención emprendedora cubre unas necesidades y responde a unas intenciones que son tan variadas como las posibilidades de la voluntad humana. Existen emprendimientos improductivos que con el fin maximizar el interés individual, causan graves daños. Son ejemplo de ellos, las empresas creadas solo para la especulación, para la evasión de impuestos, o para la imitación de productos. Este tipo de actividades se relacionan más con los fallos del sistema de incentivos orales del mañana y mantener los niveles de vida. La nueva Recomendación del Consejo Europeo (Consejo Europeo, 2018) sobre competencias de aprendizaje incorpora competencias digitales específicas como el pensamiento computacional, y otras genéricas, como capacidades de autorregulación, resolución de problemas, pensamiento crítico, creatividad, para integrarlas como elementos principales en los currículos educativos. Los informes últimos del Foro Económico Mundial apuntan la necesidad de incorporar competencias digitales unidas a las de emprendimiento desde los primeros niveles educativos siguiendo los ejemplos de países como Suecia, Inglaterra y Estonia (Foro Económico Mundial, 2019). En estos países no solo se utiliza las tecnologías en la educación como un medio de aprendizaje sino como contenido en si mismo. Se trata de programas relacionadas con desarrollo de algoritmos, seguridad en internet, criterios para evaluar fuentes de información, programación etc. La competencia de emprender se complementa con la competencia digital y la competencia global como un nuevo marco normativo para el aprendizaje. Desde nuestro punto de vista, en el sistema educativo actual la competencia emprendedora se sitúa en la interrelación de dos disciplinas: la economía de la educación y la economía emprendedora (Núñez Ladevéze y Núñez Canal, 2016). La visión interdisciplinar es necesaria para no perder de vista la complejidad del fenómeno educativo. Abordar la dimensión económica del proceso de formación es inseparable de contribuir a fortalecer la identidad personal del alumno a través de la educación. Hay que entender la noción de capital humano (Becker, 1962) desde la perspectiva de una concepción integral de la persona, como unidad orgánica de una inteligencia sensible, que sabe hacer porque siente lo que hace, en que el capital humano no resulta desligado de las habilidades emocionales no cognitivas de cada persona (Heckman, Sands, Gainer y Pope, 2010) sino que se integran como elementos esenciales para el desarrollo económico de la persona y la comunidad. Esta concepción integral entiende el concepto de capital emprendedor (Audretsch, 2007) como un elemento resultante de la inversión educativa específica en la capacidad de innovación. La competencia emprendedora adquiere un papel efectivo para el crecimiento económico cuando se expresa directamente

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