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Existe un número ilimitado de factores y elementos, de ocasiones en las cuales las apreciaciones históricas pueden guiar el desarrollo y la ejecuci...

Existe un número ilimitado de factores y elementos, de ocasiones en las cuales las apreciaciones históricas pueden guiar el desarrollo y la ejecución del proyecto de restauración, pero aquí nos limitaremos a reseñar algunos de los más corrientes y básicos (pues las necesidades, como puede imaginarse, varían en cada caso). La ornamentación perdida/original: el programa decorativo, iconográfico y colorístico de los edificios monumentales ha sido una parte básica de su configuración desde Mesopotamia; los equívocos con respecto a los colores del Partenón o de las pirámides mayas aportan dos perfectos ejemplos que testimonian la importancia de tener las ideas bien claras a este respecto. Pero al mismo tiempo que el programa decorativo proporciona su acabado final y su aspecto a un edificio, resulta su elemento más frágil y más desprotegido ante el paso del tiempo. La investigación histórica, bien sea a través de documentos, bien sea mediante un estudio comparativo, o bien a partir de deducciones culturales amplias, es el único camino fiable para recuperar la decoración perdida o para restituirle su aspecto original. Esta idea fue formulada por vez primera por Viollet-le-Duc y fue abundantemente puesta en práctica por los restauradores “históricos” a caballo entre los siglos XIX y XX. Si bien un restaurador de la rama arqueológica encontraría indigno o imposible el trabajo de la recuperación decorativa en si (dado que lo entendería como falso) el restauro critico lo acepta y alienta plenamente y, además, se trata de la práctica aceptada de facto en la mayoría de las intervenciones restauradoras importantes sobre monumentos antiguos, y también sobre obras más recientes. Se recuperan los picaportes “originales” de los edificios modernistas tanto como las gárgolas o canecillos de los templos medievales (aunque en general se utilice un tipo de material y de labrado distintivo que permite al ojo experto distinguirlos de los primitivos que aún permanecen en su sitio). Las pinturas de las bóvedas, los techos o las fachadas (véase los casos de la fachada de la “casa de la Panadería” en la plaza Mayor de Madrid o de los colores de las casas de los profesores de la Bauhaus en Dessau) se recuperan de forma analógica o exacta partiendo de un conocimiento histórico acerca de su ubicación, carácter y efecto general. Por otro lado, elementos añadidos a posteriori y que son considerados heterogéneos pueden ser removidos justificadamente (una vez han sido debidamente documentados). El caso típico aquí, aunque se trate de una cuestión más bien de orden pictórico, es la eliminación de los velos que Danielle da Volterra colocó sobre los frescos de Miguel Angel en la Capilla Sixtina, y que solo pudo ser resuelta a partir de una decisión moderna (crítica) en torno al problema de los añadidos. El óvalo decorado con formas geométricas que el propio Miguel Ángel diseñó para la plaza del Capitolio de Roma es otro buen ejemplo, ya que solo pudo ser finalmente trazado tan tarde como en el siglo XX, y entonces se siguió precisamente el proyecto original del autor, explicado en dibujos procedentes de diversas fuentes. Alteraciones en la disposición espacial: la teoría y la percepción modernas de la arquitectura han establecido el espacio interior (y en urbanismo el exterior) de los edificios como uno de los valores básicos de la arquitectura, y algunos reconocidos teóricos (como Zevi o Argan) han aceptado la distribución espacial como uno de los elementos clave a considerar incluso en los edificios del pasado. Desde este punto de vista, la conservación o recuperación de los espacios se convierte en una labor inesquivable en la restauración, aunque a menudo haya que integrar justificadamente las acciones de siglos anteriores que no tuvieron en cuenta este factor (o lo desestimaron). La costumbre de las “liberaciones” procedió a despejar los interiores de muchos palacios y sobre todo iglesias importantes durante el siglo XIX, cuando el objeto de principal del restaurador era el ripristino o recuperación estilística y tipológica del edificio. Esta tendencia fue atacada por los arqueólogos y finalmente contenida por la influencia de Boito y sus discípulos a finales del siglo, pero durante el periodo siguiente los límites continuaron permaneciendo difusos (¿hay que respetar todas las adiciones, o solo las que poseen valor artístico?) y el restauro critico ha vuelto a conferir legitimidad a la recuperación proyectual de los espacios originales, en tanto estos puedan ser establecidos con rigor y no se atente contra elementos posteriores de indudable calidad (está claro que a ningún técnico ni administración se le ocurriría devolver la basílica de San Juan de Letrán al estado anterior a la reforma de Borromini, dado que en este caso parece obvia la relevancia artística de lo “nuevo”). Cuerpos perdidos o añadidos: no es nada extraño el que los edificios adquieran masas o volúmenes correspondientes a ampliaciones o modificaciones de épocas posteriores; esta práctica, que convertía a los conjuntos palaciegos medievales en compuestos orgánicos con su propia coherencia dinámica, resulta en cambio mucho más discutible cuando se aplica a edificios posteriores al siglo XV, dado que el Renacimiento y el Barroco concibieron por lo general sus obras arquitectónicas en un sentido plenamente cerrado que quedaría desvirtuado con su modificación, a no ser que esta modificación se realice en clave de ampliación con un tratamiento independiente y diferenciado. De nuevo, hay que notar que el restauro stilistico (por ejemplo en la obra de Paul Abadie) llegó a menudo al abuso en la reconstitución, demolición o recuperación de cuerpos, aunque en otros casos (como el de la célebre aguja de Nôtre-Dame de París reconstruida por Viollet-le-Duc) la intervención liberal de los arquitectos contribuyó a recuperar parte del aspecto original de los edificios. Los restauradores “históricos” fueron más cuidadosos en cuanto a la justificación documental de sus obras, y el caso prototípico es el de la reconstrucción (tan debatida) del Castello Sforzesco de Milán por parte de Luca Beltrami. Un ejemplo importante de decisión históricamente fundamentada en esta línea es el de la demolición de los campanarios colocados por Bernini sobre el Panteón de Roma (las “orejas de asno”). El caso del anfiteatro de Arlés, que a través de sucesivas campañas en el siglo XIX fue “liberado” de la ciudad medieval que conservaba construida encima, ofrece en cambio un ejemplo clamoroso de error de cálculo, pues implicó la pérdida de un conjunto único en beneficio de un malentendido respeto a una sóla línea de arquitectura monumental, lo que pudo haberse evitado de haber mediado un informe histórico acerca de los “añadidos”). Técnicas y sistemas constructivos: si bien el capítulo específicamente constructivo entra de lleno en la competencia del arquitecto y los oficios más técnicos de las obras de restauración, la información histórica acerca de sistemas constructivos originales que fueron alterados después, o incluso sobre materiales que fueron cambiados (un aspecto que preocupaba enormemente a Ruskin) puede resultar de gran interés para la orientación definitiva del proyecto. Actualmente se recuperan revocos y sistemas de revestimiento tradicionales para obtener un resultado formal más parecido al original, o para inducir a un funcionamiento tradicional ante los agentes externos (puesto que los sistemas constructivos y de acabado tradicionales habían sido probadamente eficaces durante siglos, ¿qué sentido tiene sustituirlos después?). Lo mismo puede decirse en lo que respecta a las cubiertas tradicionales o los chapiteles, que durante la parte central del siglo XX, y siguiendo las recomendaciones de la Carta de Atenas, han sido parcialmente intervenidos introduciendo sistemas modernos. La investigación histórica y el desarrollo de los talleres de restauración artesanales pueden contribuir a recuperar también gran parte de los aspectos constructivos originales de un edificio, sin perjuicio de supervisar y controlar el proceso introduciendo ocasionalmente medidas de seguridad modernas invisibles (zunchos perimetrales, anclajes modernos, pilares interiores de hormigón, etc.). En este aspecto, el resta

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Restauración de Patrimônio Arquitetônico
133 pag.

Restauração Universidad LibreUniversidad Libre

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