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ter bautizó esta variedad como “efecto Matilda”, en honor a Matilda J. Gage, sufragista neo-yorkina de finales del siglo XIX que identificó y denun...

ter bautizó esta variedad como “efecto Matilda”, en honor a Matilda J. Gage, sufragista neo-yorkina de finales del siglo XIX que identificó y denunció la invisibilización de las mujeres y sus méritos en otros contextos (incluso en la propia Biblia). Rossiter ofrece una larga lista de ejemplos de científicas a las que el sistema de recompensas de la ciencia trató injustamente por su sexo. Las contribuciones de Lise Meitner al descubrimiento de la fisión nuclear o de Rosalind Franklin al de la estructura de doble hélice del ADN, por ejemplo, no fueron reconocidas en su momento, aunque sus colegas varones recibieron sendos premios Nobel por ellas. Es tan perverso el “efecto Matilda” (¡y a menudo tan invisible!) que el propio Merton sucumbió al mismo, ya que su publicación sobre el “efecto Mateo” está basada en las entrevistas y materiales de Harriet Zuckerman. Años después, Merton se casaría con Zuckerman… y también reconocería que aquel artículo debería haberlo firmado en coautoría con ella. La historia de las mujeres tecnólogas tiene sus propios problemas y dificultades. La legislación sobre patentes, por ejemplo, ha promovido la invisibilización sistemática de las mujeres, a las que se les negaba el derecho de propiedad. En estos casos, los inventos realizados por mujeres debían ser registrados con el nombre de un varón, distorsionando de este modo la investigación histórica sobre la autoría femenina. Sin embargo, también ha sido posible rescatar a inventoras para reconstruir una historia de la tecnología más justa y completa. Algunos de estos nombres son los de Martha Coston (que inventó y patentó en 1859 un sistema de bengalas de señalización utilizadas en los barcos); Josephine Cochran (el lavavajillas, 1886); Mary Anderson (limpiaparabrisas para los coches, 1906); Marion Donovan (pañales desechables, 1951); Patsy Sherman (13 patentes relacionadas con polímeros fluorquímicos y procesos de polimerización, de entre los cuales destaca Scotchgard™Protector, un repelente y protector de tejidos); Stephanie L. Kwolek (fibra kevlar, 1965); Edna Schneider Hoover (centralitas telefónicas automatizadas por computador, 1971); o Patricia Billings (Geobond, un material resistente al fuego, 1997) (Vare y Ptacek, 1987 y Wajcman, 1991). ¿cter “femenino”. La medicina proporciona un ejemplo revelador. Aunque fue practicada por mujeres desde la antigüedad, su proceso de institucionalización y profesionalización (la creación de colegios profesionales de médicos y la enseñanza formal de la medicina en las universidades) resultó en su exclusión a partir del siglo XIII. La ginecología, de la que se habían ocupado tradicionalmente las mujeres, pasa a manos de los hombres al convertirse en una práctica médica entre los siglos XVII y XVIII. El uso de instrumentos como el fórceps, en los partos, excluyó a las mujeres ya que la práctica de la cirugía estaba prohibida para ellas y el fórceps se consideraba un instrumento quirúrgico. Las mujeres siguieron ejerciendo, no obstante, fuera de los canales oficiales, como curanderas, herboristas o matronas, creán-dose una frontera entre la medicina científica de los hombres y el curanderismo de las mujeres (Ehrenreich y English, 1973). Al cuestionar la frontera entre lo que cuenta como ciencia y tecnología y lo que no, lo que merece formar parte de la narración histórica y lo abandonado al olvido, aparecen también una serie de tareas fundamentales para el desarrollo de la ciencia y realizadas tradicionalmente por mujeres, pero desatendidas: computación y cálculo, recolección de especímenes, clasificación y catalogación, ilustración, divulgación, enseñanza, etc. Las mujeres han realizado contribuciones imprescindibles en astronomía, ciencias espaciales, botánica, paleontología, etc., que solamente ahora comienzan a ser reconocidas. El “harén de Pickering”, el desafortunado nombre utilizado para referirse a las mujeres que trabajaron en el observatorio de astronomía de Harvard bajo la dirección de Edward Charles Pickering a finales del siglo XIX, contaron y clasificaron estrellas, pero a partir de este trabajo contribuyeron sustantivamente a sentar las bases de la astrofísica moderna (Sobel, 2016). Un caso similar es el de las mujeres negras que trabajaron en la NASA durante la Guerra Fría, calculando trayectorias para el proyecto Mercury y las misiones Apolo, y que han sido recientemente visibilizadas a través de la película Figuras ocultas (2016), basada en el libro homónimo de Margot Lee Shetterly (2016). En ambos casos, las mujeres eran contratadas por tratarse de mano de obra barata y fiable. Reescribir la historia de la ciencia y la tecnología con perspectiva de género requiere, asimismo, el análisis de lo que se considera propiamente ciencia y tecnología y de los procesos históricos y culturales a través de los que se levantan las fronteras. lecturas de ampliación Alic, M. (1986), El legado de Hipatia. Madrid: Siglo XXI, 1991. Ehrenreich, B. y English, D. (1973), Brujas, parteras y enfermeras, Barcelona: La Sal, 1981. Macho, Marta (2017), Mujeres con ciencia. Un blog de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/ EHU. Disponible en (última consulta 15/06/2017). Schiebinger, Londa (1989), ¿Tiene sexo la mente? Las mujeres en los orígenes de la ciencia moderna, Madrid: Cátedra, 2004. Shetterly, Margot L. (2016), Figuras ocultas, Madrid: HarperCollins, 2017. 15 Ciencia, tecnología y género / Marta I. Gonzáles García 2 Mujeres, ciencia y tecnología en el mundo contemporáneo 2.1. las mujeres en la ciencia hoy, ¿cuántas? Junto con la reescritura de la historia de la ciencia, el diagnóstico y seguimiento de la incorporación de las mujeres a la ciencia y la tecnología es uno de los campos a los que se han dedicado más esfuerzos desde los estudios CTG. Hoy en día, las barreras formales para el acceso de las mujeres a los lugares donde se enseñan y se producen la ciencia y la tecnología ya han sido derribadas. No obstante, las mujeres parecen encontrarse en las profesiones científicas y tecnológicas con otro tipo de obstáculos más invisibles, pero también efectivos, ya que las desigualdades entre hombres y mujeres son persistentes. Aunque es posible rastrear estudios puntuales preocupados por el escaso número de mujeres en ciencia desde principios del siglo XX, especialmente en Estados Unidos (FECYT, 2005), es a finales de los años setenta cuando se generaliza este tipo de trabajo estadístico. La ONU definió en 1979, en su Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres (CEDAW, por sus siglas en inglés), los objetivos necesarios para conseguir la igualdad de género, que irían concretándose en medidas específicas durante los años siguientes. Entre ellas, el programa de acciones denominado “Science and Technology, and Women” establecido en 1984 por el Panel del Comité Asesor sobre Ciencia y Tecnología de la ONU. Es en este contexto en el que algunos países como Estados Unidos y Canadá comienzan, en los años 80, a recopilar estadísticas sobre ciencia desagregadas de forma sistemática. En 1996, la Cuarta Conferencia Mundial sobre las Mujeres y el Desarrollo de Beijng hace suya la Declaración de Intenciones que la Comisión de las Naciones Unidas sobre la Ciencia y la Tecnología para el Desarrollo había presentado el año anterior. Por su parte, la Unesco incluyó también un capítulo sobre “Las dimensiones de género en ciencia y tecnología” en su Informe Mundial sobre la Ciencia de 1996 (Unesco Science Report), en el que se ofrecían datos estadísticos sobre educación y carreras científicas. En lo que respecta a Europa, aunque hay algunas iniciativas previas tanto de países particulares como de la Comisión Europea, el punto de inflexión tiene lugar en 1998, cuando la Dirección General de Investigación crea un grupo de expertas sobre mujeres en la ciencia (grupo de Helsinki) que publica en el año 2000 el informe Política científica en la Un

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Ciência, Tecnologia e Gênero
54 pag.

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