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En el marco de la crisis de la pandemia por COVID-19, se gestaron cambios en diversos ámbitos de desarrollo humano, la educación no estuvo exenta d...

En el marco de la crisis de la pandemia por COVID-19, se gestaron cambios en diversos ámbitos de desarrollo humano, la educación no estuvo exenta de estos, donde, de cara a la realidad derivada de ello, se proyectan desafíos que den respuesta a las necesidades evidentes en torno a la educación, retos que, según el informe de la UNESCO (2022) Reimaginar juntos nuestros futuros, un nuevo contrato social para la educación, arguye: La educación es la base para la renovación y transformación de nuestras sociedades. Moviliza el conocimiento para ayudarnos a navegar por un mundo cambiante e incierto. El poder de la educación reside en su capacidad de conectarnos con el mundo y con los demás, de hacernos avanzar más allá de los espacios que ya habitamos y de exponernos a nuevas posibilidades (p. 10) En este sentido, la educación debe cumplir con el llamado a realizar una transformación de las sociedades a partir de la conexión con las realidades que emergen en un mundo que cambia constantemente y en la que los educadores desempeñan un papel preponderante como lideres cuya responsabilidad va más allá de transmitir y facilitar conocimientos, puesto que deben reunir distintos elementos que contribuyan de una manera colaborativa al desarrollo de capacidades y competencias de sus estudiantes. Con referencia a lo anterior, se hace necesaria una educación que posibilite la adquisición y refuerzo de los valores, tales como la empatía, el respeto, la igualdad y la solidaridad, competencias socioemocionales que pueden facilitar el desarrollo de competencias cívicas y ambientales que son coherentes con el ejercicio de una ciudadanía responsable, condición necesaria para fomentar sociedades más justas y equilibradas que den cuenta de una reforma en los sistemas de valores que consigan la anhelada transformación de sus entornos, tal y como lo señala la UNESCO (2022) “La solidaridad, la compasión, la ética y la empatía deberían estar integradas en nuestra forma de aprender” (p. 64) . Es evidente entonces, que una sociedad como la nuestra, en la que los conflictos y divisiones históricamente han permeado y afectado generaciones, requiere de referentes que permitan la adquisición de competencias emocionales que modelen nuevas maneras de empatizar, que fomenten la cooperación para afrontar las diferencias que pueden darse en el contexto de conflictos, que pueden ir desde sencillas rencillas interpersonales a complejidades propias de la naturaleza humana que ahonden en prejuicios que impactan de una forma u otra el desarrollo de una sociedad armónica. Por ello, las escuelas en un futuro inmediato precisan de un enfoque que se centre en el estudiante donde se fortalezca el desarrollo socioemocional, cognitivo y moral de una manera integral. Después de lo anteriormente expuesto, se debe considerar el papel de las escuelas que, como espacios vivos convergen diferentes realidades, tan complejas como el ser humano mismo. Si bien es cierto, la familia se constituye en el organismo primario de socialización y, por ende, en el primer espacio de aprendizaje emocional, no es menos cierto que la escuela desempeña un papel, más que relevante en ese mismo sentido. Con referencia a lo anterior, es de reconocer que en décadas anteriores el proceso de escolarización se daba de manera tardía, dado que permanecían en el seno de las familias entre los 6 o 7 años, incluso más, en ciertos sectores, lo que permitía en muchos sentidos que los referentes paternos constituyeran el rol afectivo y emocional de sus hijos, pero, recientemente, las dinámicas sociales han exigido que este proceso de escolarización aparezca de forma más temprana, migrando hacia la escuela, en cabeza del docente la responsabilidad de influir directamente en esas competencias socioemocionales, a través de un relacionamiento que profundiza en una forma de apego, dada la naturaleza de figura significativa en el proceso de socialización del niño en el ambiente escolar. Aunado a lo anterior, el nuevo contrato social propuesto por la UNESCO (2022) se propone reforzar las bases de la primera infancia dado el potencial que la niñez posee en cuanto a su curiosidad para descubrir el mundo, condición que en algunos casos va pasando con el paso de los años, pero que debería ser una lección para todas las generaciones, independientes de su momento de vida actual, y con ello, favorecer a su vez el desarrollo de todos los entornos educativos, sin distinción de nivel escolar o rango de edad en el que se gestionen las bases educativas. En virtud de lo anterior, se deduce que la adquisición de las competencias elementales se da en la socialización primaria asociada a la familia, empero, el desarrollarlas y mejorarlas están determinadas por las personas con quienes se interactúa, en especial, en el ambiente escolar, donde cada vez más tempranamente están los niños y niñas permaneciendo una buena porción de tiempo de su vida. En este sentido, resulta pertinente dilucidar sobre las competencias emocionales que el docente, visto como modelador emocional, se constituye en gestor que contribuye, a través de su ejemplo y forma de interrelación, en la constitución de la dimensión emocional de sus estudiantes y la formación de experiencias significativas en este aspecto, abordándolas desde la perspectiva de emoción y cognición, que son indisolubles en la construcción del conocimiento. Para ello, resulta necesario aproximarse al proceso básico de socialización, en donde la educación privilegia este mecanismo a partir del cual se posibilita la emocionalidad que surge de la interacción humana con los distintos actores que intervienen en la escuela, y más específicamente en el aula de clase que, mediante la interacción humana permite el desarrollo de la emocionalidad como proceso natural, dado que a partir del contacto con el otro, se va gestando el desarrollo de dicha emocionalidad, al descubrir al otro, a entenderlo, a convivir y compartir las realidades complejas que se comparten en el marco de dicha interacción y que a la postre posibilita el conocimiento de sí mismo, como competencia del ser. Cabe agregar que, la socialización permite reflejar patrones de comportamiento, de crianza, que están mediados por la interacción de todas las personas con quienes se comparte, sin distinción de espacio, pero, donde la educación juega un papel decisivo al enriquecer y habilitar de una manera formal la apropiación de una manera estructurada y consciente el manejo de dichos patrones que constituyan un mejor ejercicio de la emocionalidad para darles un sentido y marco más coherente frente a la simple réplica de patrones que podrían considerarse en cierto sentido heredados, puesto que las competencias emocionales son susceptibles de aprendizaje y perfectibilidad. Es evidente entonces, que las actuales condiciones que se imponen en el mundo moderno, en las que se encuentran diversidad de factores como globalización, el cambio de las dinámicas laborales, las afectaciones en temas socioeconómicos y demográficos, les han encargado a las instituciones educativas que suplan este proceso de socialización que durante los primeros años correspondía a la familia. Ahora bien, la familia actual también ha cambiado con respecto a generaciones anteriores, dado que es frecuente encontrar estructuras familiares monoparentales o, compuesta por núcleos familiares muy pequeños, producto de una menor tasa de natalidad que es común denominador en las sociedades modernas y que generan entre otros aspectos, un menor acceso a adultos significativos dentro de esa red de apoyo que debía potencializarse en la familia, dando lugar a que, ante la soledad a la que se exponen los niños, la escuela y la tecnología se conviertan en los espacios de socialización necesarios y a la vez responsables del desarrollo de las competencias emocionales necesarias para la vida. Es así, como en las últimas décadas se ha visto un desarrollo vertiginoso en temas tecnológicos y científicos, también culturales, en los que se evidencia la vulnerabilidad del ser humano. En las nuevas generaciones, por sus propias dinámicas, se ha visto a su vez la prevalencia de trastornos afectivos, que los docentes identifican en muchos casos tempranamente en las aulas de clases y que ameritan un enfoque integral para su tratamiento, puesto que esta problemática implica en algunos casos enfermedades complejas en torno a la salud mental que impactan de manera directa el bienestar y desarrollo integral de los niños y niñas. La pandemia evidencio en algunos sentidos esa vulnerabilidad en el ámbito de la salud mental; familias que, por diversas razones, de tipo económicas, de salud, de ansiedad ante la pérdida de un ser significativo o incluso de su propia vida, ante las emociones que emergían producto de la cuarentena y el encierro, al estrés inherente a todo lo anterior, aumentaron indicadores de depresión y ansiedad, que a su vez pudieron estar asociadas con el aumento de la violencia intrafamiliar, todas estas se constituyen en un problema de salud pública común en todos los países. Por ello, es pertinente dimensionar la importancia de la salud emocional que contribuye de manera directa en

Esta pregunta también está en el material:

Competências Emocionais em Estudantes de Pedagogia
234 pag.

Pedagogia Vicente Riva PalacioVicente Riva Palacio

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