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La teoría de juegos arroja luz en la evolución de nuevas especies, que pueden surgir cuando los cambios en el entorno hacen que una estrategia de u...

La teoría de juegos arroja luz en la evolución de nuevas especies, que pueden surgir cuando los cambios en el entorno hacen que una estrategia de una única especie resulte evolutivamente inestable. Si es así, entonces un mutante puede invadir con éxito y, dando el tiempo suficiente, una mutación aleatoria adecuada debería aparecer. Esto no explica la especiación, pero sí determina circunstancias bajo las cuales podría ser, o no ser, posible. Darwin tituló su libro El origen de las especies. Desde entonces, los biólogos han construido sobre él sus ideas principales. Así que, ¿puedes adivinar cuál es uno de los mayores misterios en la biología evolutiva hoy en día? Correcto. El origen de las especies. Sin embargo, eso no significa que Darwin estuviese diciendo cosas sin sentido y las especies no hayan evolucionado. Refleja la dificultad de reconstruir detalles precisos de los detalles que ocurrieron hace millones o miles de millones de años, y la rica complejidad del mundo de los seres vivos en la actualidad. Esto es difícil que nos sorprenda. Lo que es sorprendente es lo fuertes que son las pruebas sobre la evolución y lo mucho que ya sabemos sobre ella. Puede que te preguntes cómo los científicos pueden estar seguros de que la evolución ha sucedido cuando no entienden muchos de los detalles. Sin embargo, nos enfrentamos con exactamente esta situación de forma regular. Sabemos que nuestros hijos han aprendido cosas en la escuela, pero no hemos asistido personalmente. Sabemos que han aprendido a hablar, lo que necesita cambios en el cerebro del niño, pero no tenemos un escáner del cerebro de alta resolución del antes y el después para probarlo. Sabemos que el gato atrapó un ratón la noche pasada, porque hay pruebas truculentas en el suelo de la cocina, pero nunca vimos al gato hacerlo. La ciencia pocas veces se basa en la observación directa, casi siempre lo hace sobre la deducción indirecta. Sabemos que la evolución ha tenido lugar a lo largo de toda la historia de la vida en la Tierra porque muchas líneas de pruebas independientes avalan la naturaleza general del proceso. Algunas de estas pruebas han sobrevivido millones de años. Podemos medir los tamaños de los fósiles de caballos, establecer una correlación entre ellos y la edad de los fósiles determinada por el estrato geológico en el cual se encontraron y ver una tendencia lenta pero estable hacia animales más y más grandes. Pero si queremos una prueba de que dos caballos en particular estuvieron compitiendo el uno con el otro en algún instante concreto del tiempo, por ejemplo, las 10.34 de la mañana del 16 de abril del año 18.735.331 a.C., entonces solo una máquina del tiempo nos permitiría observar la competición directamente. En su lugar, deducimos que, en términos generales, los caballos compitieron entre ellos, porque es muy difícil ver cómo podrían haber evitado competir. El crecimiento de la población, si es sin obstáculos, pronto habría provocado que los caballos invadiesen todo el planeta. De manera que algún obstáculo debe de haber habido y, prácticamente, cualquiera de esos procesos es un modo de competición. ¿Competían por las hembras? ¿Por comida? ¿Qué tipo de comida? ¿Por qué esos dos caballos no tenían suficiente para los dos? ¿Cuál ganó? Cuando el nivel de detalle necesario es demasiado preciso, no hay una posibilidad seria de responder a dichas preguntas. No solo no estamos seguros acerca de muchos detalles sobre la evolución de las especies, sino que realmente no tenemos una buena definición de lo que es una especie. De nuevo, eso no quiere decir que los mirlos no se puedan distinguir de las ballenas. Sino que distinciones sutiles seguras son difíciles de determinar con precisión. Irónicamente, esta misma dificultad apoya la teoría de la evolución: si las especies no son siempre discretas, grupos separados, entonces es más fácil ver cómo la selección natural podría provocar nuevas especies separándose de las antiguas. Podrías pensar que «especies» debe tener una definición sencilla; después de todo, los taxonomistas clasifican los organismos según la especie a la que pertenecen. En el esquema de Linneo, tú y yo pertenecemos a la especie Homo sapiens, mi gato pertenece a la especie Felis catus y el abedul plateado del jardín pertenece a la especie Betula pendula. Esto muestra que pueden definirse especies concretas, pero no nos dice más sobre qué es una especie, de lo que la lista Toyota Avensis, Ford Mondeo, Volkswagen Golf nos dice sobre qué es un modelo de coche. Una de las definiciones más populares de especies fue defendida por el ornitólogo germano-americano, Ernst Mayr: las especies son poblaciones naturales que se cruzan entre sí y que están reproductivamente aisladas de cualquier otro grupo. Esta definición se aplica solo a organismos sexuados, porque el «cruzarse» requiere sexo. Como una definición funcional—una guía que funciona bien la mayoría de las veces— es bastante buena. Sin embargo, tiene algunos inconvenientes si se toma literalmente y se espera aplicar en todos los casos. Por ejemplo, hay una cadena de gaviotas, más o menos continua, que empieza en Gran Bretaña, da la vuelta al mundo y acaba al lado de donde empezó. En un extremo son gaviotas argénteas y en el otro, gaviotas sombrías. Estos dos tipos de gaviotas satisfacen la definición de Mayr: no se cruzan entre ellas y por tanto están

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