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Lejos de Vancouver, se encuentra el Gran Telescopio Zenith, que obtiene sus imágenes de los cielos utilizando un espejo líquido. Se vierte mercurio...

Lejos de Vancouver, se encuentra el Gran Telescopio Zenith, que obtiene sus imágenes de los cielos utilizando un espejo líquido. Se vierte mercurio sobre una fuente parecida a un wok* de seis metros de diámetro. La fuente gira a un ritmo imponente, lo que obliga a la superficie del mercurio a formar un paraboloide más perfecto que el que podría obtenerse mediante vidrio sólido o aluminio. La idea ya tiene más de un siglo, pero sólo recientemente, mientras el metal provocaba el oprobio en todas partes, ha sido posible crear un mecanismo que funcione de manera lo suficientemente uniforme para permitir que ese estanque de mercurio produzca imágenes nítidas. Desde luego, los dispositivos de espejo líquido han de mantenerse horizontales si no han de verter su fluido mágico. Obligados a mirar siempre hacia arriba, estos telescopios no dispersan la luz solar, sino que captan la luz de las estrellas, con lo que ofrecen una ventana no al inframundo, sino a otros mundos. Muchos procedimientos químicos que eran bien conocidos por los alquimistas se encuentran en la actualidad más allá de los límites de la práctica científica normal, no porque sean especialmente complicados u oscuros, sino porque se consideran tan peligrosos que las modernas leyes sobre salud y seguridad no permiten que se lleven a cabo ni siquiera con todas las salvaguardas de un laboratorio de última generación. Uno de estos procedimientos es la combinación reversible de mercurio y azufre, una reacción que era fundamental para la teoría alquímica. Es fácil de explicar el interés de los alquimistas en esta reacción sencilla. Mezclando azufre amarillo, que es seco y caliente, con mercurio líquido, que al tacto es frío y húmedo, unían los cuatro principios de toda la materia. El color del azufre y el brillante fulgor del mercurio sugerían además que el resultado de la fusión podría ser el oro. Los alquimistas creían que todos los yacimientos minerales en la Tierra se hallaban en el proceso de convertirse en oro; si un hombre encontraba, en cambio, estaño o plomo, era sencillamente que había llegado demasiado pronto. Con su aspecto de buen augurio, el mercurio y el azufre, que se presentan con frecuencia en su estado nativo, parecían ofrecer una ruta más rápida a este objetivo. El gran alquímico y místico árabe del siglo VIII, Jabir ibn Hayyan (cuyo nombre suele aparecer latinizado como Geber), que pudo haber sido responsable de aportar el saber chino sobre el cinabrio y el mercurio a Occidente, creía que la perfección en los metales, ya se encontraran en la naturaleza o fueran producidos por el hombre, sólo podía conseguirse cuando estos dos elementos estaban presentes en la proporción correcta y a la temperatura adecuada. La falta de perfección (es decir, encontrar metal vil cuando se esperaba encontrar oro) se explicaba simplemente como una desproporción de dichos factores. En opinión de Jabir, los metales más preciosos se producían al asegurar que se hallara presente una cantidad relativamente mayor de mercurio. Pero había más salvedades, que tenían que ver con la pureza y el tipo de cada elemento utilizado. Por ejemplo, la plata se producía al combinar mercurio con lo que Jabir llamaba azufre blanco, mientras que el oro se producía a partir del «mejor» mercurio con sólo un poco de azufre rojo, aunque es imposible saber exactamente qué es lo que quería decir con estos términos. Esto era la teoría. Huelga decir que los experimentos resultaron ser frustrantes, aunque algunos profesionales de mala fama consiguieron persuadir a unas pocas almas crédulas de que al menos habían aumentado la cantidad del oro que tenían mediante la adición de mercurio y azufre: el azufre habría desaparecido por combustión, mientras que el mercurio se mezclaba con el oro mediante amalgamación, produciendo así un aumento aparente del peso, pero desde luego no más oro. En lugar de abandonar la esperanza que acariciaban, los alquimistas complicaron la teoría de Jabir a la luz de estos resultados no satisfactorios al sugerir que podía producirse todo tipo de metales además de oro, simplemente escamoteando las proporciones relativas de estos dos elementos. Por lo tanto, esta reacción se hallaba en el meollo de la corriente científica principal en la Europa medieval, y siguió siendo el meollo del pensamiento alquímico durante varios siglos. Se realizaba a menudo y gozaba de la aprobación de los eruditos. Un texto de principios del siglo XVII muestra un grabado de Santo Tomás de Aquino, quien señala, como si fuera un guía de viaje de vacaciones, hacia una sección de un horno cubierto de tepe, en el que se entremezclan los vapores de dos elementos. «De la misma manera que la naturaleza produce metales a partir del azufre y del mercurio, así lo hace el arte», reza la leyenda. Dicha reacción, aunque se efectuaba sobre la base de una creencia errónea, fue sin embargo un punto de inflexión en el camino hacia la química moderna. Fue quizá el primer ejemplo de síntesis informada de una nueva sustancia a partir de dos ingredientes conocidos. Además, fue la primera demostración clara de la reversibilidad de las reacciones químicas, porque no sólo el mercurio se combinaba fácilmente con el azufre para formar sulfuro de mercurio (cinabrio), sino que el sulfuro de mercurio, cuando es sometido a calor, se separa en sus dos elementos constituyentes; de esta manera se proporcionaba una indicación importante de que la materia no podía crearse ni destruirse. No se trata de un experimento difícil. Pude extraer fácilmente el mercurio de un termómetro antiguo, ponerlo en un crisol, mezclar una cantidad apropiada de azufre, cubrirlo y calentarlo hasta que empezó a aparecer el rico color bermellón del sulfuro de mercurio. Pude calentarlo de nuevo con el fin de separar estos dos elementos constituyentes, obteniendo por destilación el mercurio a medida que el azufre desaparecía por combustión. Pero, aunque soy escéptico en relación a los riesgos que se indica que

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La Tabla Periodica La curiosa historia de los elementos
722 pag.

Biologia Universidad Nacional Autónoma De MéxicoUniversidad Nacional Autónoma De México

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