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algas marinas no son tan lozanas como en las costas rocosas, decidí que tenía que probar a producir mi propio yodo. Leí detenidas instrucciones seg...

algas marinas no son tan lozanas como en las costas rocosas, decidí que tenía que probar a producir mi propio yodo. Leí detenidas instrucciones según las cuales yo debía seleccionar sólo esta alga o aquella laminaria, pero mientras uno resbala entre las charcas de marea en un frío día de diciembre, resulta muy difícil distinguir una especie de alga de otra. Con las manos entumecidas, recogí un balde lleno de algas y lo llevé a casa para que se secaran, esparcidas junto a la caldera. Al cabo de varias semanas, tengo 400 gramos de algas secas, que coloco sobre el fuego en un cuenco de cerámica abierto. Llamas anaranjadas del sodio de la salmuera danzan perezosamente mientras se queman, y después me quedo con sólo sesenta gramos de una ceniza gris y quebradiza. La trituro en un mortero y la mezclo con un mínimo de agua para crear un cieno negro que gotea, que a su vez coloco en un embudo con un papel de filtro. De la espita escurre un licor claro, rico en sales marinas. La mayor parte de la solución será cloruro sódico, desde luego, pero también estarán presentes bromuro y yoduro. Las algas marinas son eficientes a la hora de concentrar estos elementos. La concentración del yodo en agua de mar es menos de 100 partes por mil millones, pero en las algas puede ser de varios miles de partes por millón, cien mil veces mayor. Dejo reposar el filtrado algunos días, tiempo durante el cual de la solución cristaliza una cantidad impresionante de sal. Ya ha llegado el momento de intentar la conversión del yoduro incoloro en los vistosos tonos del elemento puro. Como Courtois, añado una salpicadura de ácido sulfúrico y a continuación una buena cantidad de peróxido de hidrógeno (no con la concentración que usan los terroristas, pero bastante elevada), que debería oxidar el yoduro acidificado a yodo. Agito la mezcla para acelerar el proceso y veo que el líquido empieza a tomar color. El amarillo pálido se oscurece, pasando por tonos de azafrán y, después de unos minutos, se estabiliza en el color del té cocido a fuego lento. Estoy realmente asombrado. Nunca he intentado el experimento antes y he sido totalmente descuidado a la hora de recolectar mi materia prima, pero he conseguido mi yodo. O casi; este pardo oscuro se debe al yodo mezclado con sales de yoduro. Todavía quiero ver el brillante vapor violeta que sorprendió a Courtois. Decanto el líquido pardo y lo vuelvo a agitar con tetracloruro de carbono. Este compuesto químico de olor dulce pero poco agradable (es carcinogénico y elimina el ozono) es prácticamente imposible de obtener en la actualidad, pero he encontrado algo de él en la extensa selección de solventes marrulleros de mi padre. No se mezcla con el agua, pero disuelve de preferencia el yoduro. En este solvente muy distinto veo por primera vez el color característico. Violeta es el término adecuado: está mucho más allá del malva en intensidad, pero carece de la siniestra profundidad del púrpura. Entono un rápido mea culpa por consideración a la capa de ozono y permito que el tetracloruro de carbono se evapore, dejando tras sí una película negra sobre el vidrio. Son los minúsculos cristales de yoduro. De ellos emana un olor bastante picante, parecido, pero menos acre, al del cloro, no totalmente desagradable, el tipo de olor que ahora consideramos medicinal, al aplicar retrospectivamente nuestro conocimiento cultural de que los halógenos se usan como desinfectantes. Aplico calor suave a los cristales y observo cómo los primeros espectros rosados empiezan a elevarse del tubo de ensayo. Pronto el sólido ha desaparecido, y todo lo que queda es un vapor arremolinado y de color intenso, que vuelve a condensarse en las partes más frías del tubo: es el mismo elemento puro, con sus átomos reconfigurados en nuevos cristales negros. Cuando Johann Wolfgang Goethe realizó el mismo experimento para diversión de algunos invitados a su casa en 1822, se deleitó en el respaldo que éste dio a su influyente teoría de los colores, que sostenía que rojos y amarillos estaban relacionados con el blanco, mientras que los colores «fríos» en el extremo violeta del espectro derivaban del negro. Fuego lento Si hoy en día una persona conoce únicamente una fórmula química, es seguro que ésta sea H2O, la fórmula del agua, un compuesto que contiene dos partes del elemento hidrógeno por cada una del elemento oxígeno. Sin embargo, en el siglo XVIII, no se conocían ni el H ni el O, y se creía generalmente que la propia agua era uno de los elementos irreductibles de los que estaba compuesta toda la materia. Ya desde Aristóteles, el agua había parecido ser el más seguro de los cuatro elementos. En aquellas ocasiones en que filósofos y alquimistas pensaron en cuestionar la teoría, era el fuego (que necesitaba alimentarse de otros elementos para sustentarse), o la tierra (que es muy evidente que está compuesta de muchas sustancias distintas), o el aire (que podía ser la misma nada) lo que les planteaba problemas. El agua, al menos, tenía el aspecto y el tacto del agua, y seguía siendo el elemento más claramente ligado a sus «principios» o propiedades fundamentales de ser fría y húmeda. Pero el agua también era un enigma. Podía parecer constante, pero aguas procedentes de fuentes diferentes solían tener un sabor muy distinto, e iban desde las extrañamente refrescantes hasta las totalmente imbebibles. La ciencia moderna tenía razones para investigar más detenidamente la naturaleza de este elemento aristotélico. En las ciudades en crecimiento el saneamiento era inexistente, y siempre había escasez en el suministro de agua limpia. Las ficciones utópicas incluyen siempre una abundantísima provisión de agua dulce pura en su inventario de beneficios. El principal río de la Utopía de Tomás Moro (1536) es el Anyder, cuyo nombre deriva del griego «sin agua», de la misma manera que el nombre de «utopía», que

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La Tabla Periodica La curiosa historia de los elementos
722 pag.

Biologia Universidad Nacional Autónoma De MéxicoUniversidad Nacional Autónoma De México

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